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CAPÍTULO 13: La vieja Sussan

Al llegar a su hogar no les sorprendió encontrárselo todo revuelto. Vlodir había dejado claras sus sospechas hacia Raymon, por lo que a la pareja no le cabía duda alguna de que su casa iba a ser una de las primeras en ser registradas.

Resultaba evidente que no se equivocaban.

Los armarios de la cocina habían sido vaciados y todos los utensilios, cazos, sartenes y demás enseres reposaban ahora, de manera desordenada, encima de la mesa. Sin embargo fueron las habitaciones las estancias que resultaron más dañadas.

Los soldados no habían tenido reparo alguno en rebuscar entre las ropas de los tres habitantes de aquel hogar, haciendo especial hincapié en los dos cajones en los que Dolma guardaba las prendas íntimas que llevaba bajo sus vestidos.

-¿A caso creían que aquí cabría un bebé? -preguntó la mujer claramente ofendida al encontrarse con ambos cajones abiertos y la ropa desperdigada por el suelo. Y a pesar de que no quiso comentarle nada a Raymon, pues consideró que tenían otros problemas de mayor urgencia, cuando Dolma acabó de poner algo de orden a todo aquel estropicio pudo comprobar que algunas de sus prendas habían desaparecido. Por fortuna, y haciendo caso al consejo que le había dado su marido antes de la boda, la joven se había llevado consigo las joyas que le había regalado la reina, bien ocultas entre los pliegues interiores de su vestido de novia. Y aunque sabía que eran todavía varios los problemas que debían afrontar, aquello le permitió sentirse ligeramente más aliviada.

Dolma decidió acudir en busca de su marido para poder hablar de cuáles eran los siguientes pasos a seguir, pero aquello con lo que se encontró la dejó sin palabras.

Raymon estaba en su alcoba, sentado en una silla que apenas se sostenía sobre sus tres patas: la cuarta se encontraba, astillada, oculta entre las sábanas de la cama ahora tiradas por el suelo. La mirada del hombre permanecía perdida en algún lugar de la destrozada estancia, y un amarillento papel estaba atrapado en el interior de su mano izquierda cerrada en un puño.

Se habían ensañado con aquella habitación. Allí donde antaño había descansado la cama, no quedaba más que un montón de lana dispersa encima de las maderas que servían de soporte para el colchón ahora inexistente, y los más elegantes ropajes del joven no eran ya más que jirones desperdigados a lo largo y ancho de la estancia. Varios cristales rotos, no se sabía si de las lámparas o de los espejos, decoraban la parte descubierta del suelo. Y el escritorio que Raymon usaba para acabar de zanjar temas de negocios antes de acostarse, había sido desvalijado: apenas quedaba un bote de tinta volcado, un par de papeles manchados y una pluma cuya punta había sido partida.

-Madre mía, ¿por qué han hecho esto? -preguntó Dolma incrédula ante tal situación- Solo estaban buscando a un bebé. ¿Qué necesidad había de hacer tal destrozo?

-Ninguna -respondió el hombre con voz grabe y distante mientras se levantaba de su asiento-, pero es mucha la envidia que me tienen algunos y habrán aprovechado la ocasión para desquitarse con mis pertenencias. Sea cuál sea el caso, ahora esto es lo de menos pues no son más que meros objetos que se pueden reponer. Debemos ir a por Brida antes de que la encuentren.

Dolma asintió y dio media vuelta dispuesta a correr hacia casa de Sussan donde habían dejado a la pequeña de buena mañana. No había nada que deseara más que volver a tener a la princesa entre sus brazos, y aun así hubo algo que la instó a detenerse antes de cruzar el umbral de la puerta que daba a la calle.

-¿De quién es la nota que te has guardado en el bolsillo? -preguntó al fin sin poder contener más su curiosidad. No estaba segura de si debía formular aquella pregunta, pues podría llegar a considerarse de mala educación, pero sabía que sería incapaz de dejar de pensar en ello si no conseguía una respuesta.

Por fortuna, Raymon no tuvo reparo alguno en contestarle.

-Es de Vlodir. Se disculpa por no haber podido asistir a nuestra boda, y muestra su arrepentimiento por haberme acusado de traición sin tener pruebas de ello. Por sus palabras parece aliviado de no haber encontrado nada sospechoso en nuestro hogar.

-¿Esto significa que van a dejarnos en paz?

-Significa que por el momento ya no estamos en el punto de mira. Sin embargo, nunca debes fiarte de esta clase de personas pues en cualquier momento pueden volver a marcarte como su objetivo. Y si desean acabar contigo, buscarán cualquier pretexto para ello -sentenció Raymon sin apenas inmutarse.

-Sea como sea, hasta que la pequeña Brida no esté en casa con nosotros, seguimos en peligro -intervino Finna, quien acababa de llegar. Si estaba afectada por el estado en el que se encontraba su hogar, no lo demostró.

-Voy yo a por ella -saltó Raymon mientras tomaba el sombrero que descansaba en el perchero y lo colocaba sobre su cabellera perfectamente peinada.

-Yo voy contigo. Brida es mi responsabilidad.

-Tú debes quedarte en casa, muchacha. ¿No crees que llamarías demasiado la atención vestida de novia, embarazada y dando vueltas por la calle a estas horas? -rebatió Finna. Y aunque le dolió aceptarlo, a Dolma no le quedó más remedio que admitir que la anciana llevaba razón -Voy yo con él.

Y así fue como abuela y nieto se fueron a buscar a la pequeña mientras Dolma se quedaba encerrada en aquella vivienda, intentando ponerle remedio al estropicio que los soldados habían montado en el que era ya oficialmente su hogar.

-Los guardias están en la casa de Loretta, al final de la calle. No tardarán en llegar hasta aquí -comentó Raymon tras ir a investigar cuál era la situación. Él y su abuela se encontraban ya frente a la casa de Sussan, pero antes de actuar debían asegurarse de urdir un buen plan para no dejar ningún cabo suelto.

-Está bien, entraré a por ella entonces -sentenció Finna-. Tú espérame aquí, bajo la protección de las sombras del callejón.

-Creo que será mejor que lo hagamos al revés, abuela. Debería entrar yo y darte a Brida a través de la ventana para que la lleves tú a casa. Yo esperare hasta asegurarme de que los soldados están ocupados antes de salir, pues resultaría bastante extraño que me encontraran deambulando por aquí en vez de estar con mi esposa. Por el contrario, si te encuentran a ti pensarán que te hemos echado de casa para poder consumar nuestro matrimonio y no sospecharán.

-¿Quién me iba a mí a decir que me tendría que ver en semejante situación a mi edad? -refunfuñó la anciana -De acuerdo muchacho, se hará a tu manera.

Y así, sin querer perder más tiempo, Raymon se dispuso a entrar en aquella vivienda. Llamó a la puerta, y al ver que nadie respondía se tomó la libertad de entrar: la puerta estaba abierta. Se encontró a Sussan durmiendo en una mecedora en la pequeña estancia que hacía a su vez de cocina y de salón, y Brida permanecía despierta en completo silencio en el cesto que la mujer había dejado a sus pies.

El hombre sonrió al ver a la pequeña y rápidamente la cogió en brazos. Brida se quedó dormida al saberse protegida junto aquel hombre al que identificaba ya como un lugar seguro, y cuando la vieja Finna la tomó a través de la estrecha ventana la recién nacida no se despertó. Le regaló a la mujer un fácil trayecto hasta su hogar. En silencio, arropada entre sus brazos y con la fortuna de que ningún soldado se interpuso en su camino.

La huida de Raymon fue algo más complicada. Las casuchas de aquella calle eran pequeñas, de apenas dos estancias, por lo que los registros avanzaron a una velocidad superior a la esperada. Cuando el hombre quiso salir de la vivienda, los soldados se encontraban ya acabando con la casa de al lado.

No le quedó más remedio que esconderse dentro de la alacena y rezar para que no le encontrasen.

No podía ver qué era lo que sucedía al otro lado de las puertas de aquel armario, pero no le fue difícil distinguir la voz de Vlodir.

-Señora, despierte. Necesitamos su permiso para poder registrar su vivienda.

Unos gemidos ininteligibles llegaron hasta Raymon: doña Sussan había despertado, supuso. Si en algún momento se sintió sorprendida al ver que Brida no descansaba ya a sus pies, no lo demostró. Era posible que se hubiera percatado de su desaparición y adivinando la situación estuviera interpretando un gran papel, o quizás simplemente se hubiera olvidado de la existencia de la pequeña.

-Señor, esta mujer apenas se sostiene en pie. ¿De verdad cree usted que puede estar escondiendo a un bebé en este lugar? -preguntó uno de los soldados.

-Es nuestra obligación no juzgar y asegurarnos de que todo está en orden -respondió Vlodir en tono autoritario.

Solo entonces, cuando pudo oír cómo comenzaban a abrir armarios y a levantar muebles, Raymon se puso realmente nervioso. Si le encontraban allí sería el fin: no solo para él, sino también para Finna, Dolma y la pequeña Brida. Y aunque su mente no dejaba de buscar la manera de escapar de allí, sabía que no tenía ninguna opción de huida. Tan solo podía esperar y confiar en que no dieran con él.

Por fortuna, hubo algo que detuvo el avance de los soldados. Las lágrimas comenzaron a recorrer el rostro de la joven al adivinar lo que estaba pasando, pues aunque no lo podía ver resultaba evidente por aquello que sus oídos captaban.

Sussan se estaba ahogando. La voz entrecortada de la mujer y los gritos de los soldados así lo demostraban.

Al cabo de unos segundos que a Raymon se le hicieron eternos acabó aquel escándalo y el ambiente se tiñó de una desagradable paz.

-Parece que no será necesario seguir con el registro de esta vivienda -anunció Vlodir-. Vosotros dos llevad el cadáver de la anciana hasta el hospital para que puedan preparar el cuerpo para darle sepultura. Los demás seguidme, debemos acabar de revisar cada mísero hogar de esta aldea.

Raymon permaneció encerrado en la alacena varios minutos más, llorando en silencio la pérdida de aquella mujer y sin atreverse a salir por miedo a ser descubierto.

Era ya negra noche cuando se atrevió a adentrarse en las oscuras calles poniendo rumbo hacia su hogar.

Necesitaba ver a Brida para asegurarse de que estaba bien. Necesitaba sentir el cuerpo de Dolma a su lado, y cerciorarse de que su abuela había sido capaz de regresar sin sufrir daño alguno.

Su malherido corazón necesitaba sentir que la muerte de Sussan había servido para mantener a salvo a las tres mujeres que se habían convertido en la razón de su existencia.

Sabía que el fallecimiento de la mujer no había sido más que un desafortunado -o afortunado- accidente, pues estaba ya muy mayor y todos sabían que era poco lo que le faltaba para sumirse en el sueño eterno. Pero a pesar de ello, no podía evitar sentirse culpable.

Y más cuando los bolsillos de sus pantalones iban cargados con las monedas que le había entregado a la mujer aquella misma mañana.

-Ella ya no va a necesitarlas -se dijo a sí mismo mientras recorría las embarrizadas calles con la luna como única compañera-, y hubiera resultado sospechoso que encontraran un alijo tan grande en casa de una mujer sin familia y sin otra fuente de ingresos más que la caridad de sus vecinos.

Cuando llegó a su hogar y vio a ambas mujeres jugando con la pequeña, Raymon pudo respirar en paz.

Su familia estaba a salvo.

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