Capitulo 36
— ¡Estamos muertos viejo! ¡Muertos! — Chucho estaba histérico, gritándome casi en el rostro, mientras yo seguía intentando mantener la cabeza fría.
— Tal vez estamos exagerando...
— ¿Exagerando? ¿En serio? Estamos hablando de Oscar ¡El mismo puto psicópata que quemó a un hombre vivo, y al otro lo torturó hasta matarlo! Y eso es solo lo que sabemos. A saber qué otro tipo de cosas más habrá hecho. Y no tengo ni puta idea de cómo vamos a...
— Si nos ponemos todos histéricos, todos vamos a terminar muertos — intentó calmarle Lennon, mirándolo desde la silla de la cocina.
— ¿Y cómo sugieres que me ponga?
— Bien, escuchen, sigo diciendo que estamos exagerando...digo, solo estamos "suponiendo", y las suposiciones no nos ayudan en nada — el ambiente estaba demasiado tenso; yo comenzaba a ponerme tenso
— ¿Suposiciones? Mi teléfono sonó ayer 9 veces, y colgaron, 9 putas veces; a las 3 de la mañana
— Eso no significa nada —también mi teléfono sonó más de una vez hace un par de noches, sólo que la última vez, si atendieron la llamada.
— ¿Que no? Su moto, su puta motocicleta ya la vi rondar por mi vecindario en la madrugada. ¡El hijo de puta me está asechando! ¡Ni siquiera sé cómo mierda es que consiguió mi dirección!
— Míralo por este lado. Si él nos quisiera muertos, lo hubiera hecho esa misma noche, cuando escapábamos del baile.
— ¿Qué? ¿Estás hablando enserio? Estaba igual o más jodido que nosotros, era obvio que no nos iba a atacar, tenía todo en su contra. ¿Crees que él piensa de forma lógico o racional y nos va a dejar tranquilos después de la golpiza que le diste esa noche? ¿El mismo sujeto que dispara y luego pregunta?
Bajé la mirada, y Chucho supo que estaba teniendo razón; Oscar era un orgulloso de mierda y estaba claro que no dejaría las cosas así como si nada. El vendría por nosotros, y ya nos había citado.
— ¿Y sabes que es lo peor de todo? –continuó—. La manera en que nos miró fijamente, con sus ojos de perro asesino, diciendo: "Terminaron". –viéndolo de esa manera, si resultaba un aviso aterrador—. ¿Terminaron? ¿Qué crees que eso significa? Yo te diré lo que eso significa, y significa exactamente lo que crees Arthur. Es una jodida trampa, el cabron nos va a destazar como cerdos, y nos dejara en algún barril en medio del desierto.
— Ahora no somos más que cabos sueltos –agregó Esaú, recargado en la pared, con los brazos cruzados—. No hay nada que realmente impida que nos asesine.
— Lo golpeaste enfrente de toda la escuela Arthur. Enfrente de su novia. ¿Qué mierda es lo que hará, si te cita a un lugar para "pagarte" lo que te debe? ¡Es obvio que es una trampa!
Habían pasado ya dos días desde el incidente en el baile. Hoy era domingo, y Chucho había convocado una reunión de emergencia en su casa. Su padre había salido a quien sabe dónde, y su hermana había salido con unas amigas, lo que nos dejaba su casa como el lugar más seguro para hablar. Estaba demasiado preocupado, ya que, al parecer, Oscar no había parado de estar vigilándolo; pasándome a mí exactamente lo mismo, escuchaba su motocicleta pasando frente mi casa en la madrugada, viéndolo inclusive varias veces.
La gota que derramo el vaso, fue la última vez que me llamó, a eso de las 4 de la mañana, indicándome que me veía en uno de los almacenes abandonados del centro de la ciudad, para poder "pagarnos" la deuda que nos debía, agregando que quería que vinieran todos; el lunes, o sea mañana. Y que no faltáramos. Algo que a todas luces era una trampa y nos puso alerta a todos.
Y en cuanto a las noticias, la escuela estuvo envuelta en un escándalo todo el fin de semana. Sobre cómo había empezado la pelea, y el porqué escaló de una manera tan violenta, que hubo más de 20 personas heridas y más de 30 arrestos, como también el descubrimiento de que los estudiantes llevaban ciertas sustancias ilegales. Muchos rumores se propagaron, y no se llegó a una verdad clara, ya que casi todos los testimonios eran diferentes y no se llegaba de acuerdo a lo que en realidad había pasado. Lo que me quitó un peso de encima; con algo de suerte, no me expulsarían.
— Tengo una idea –Fue Esaú el que rompió el silencio, mirándonos a todos de una manera extraña. Ya sabía en lo que estaba pensando. Y creo que Chucho también.
— No...no, no, no –Chucho comenzó a negar con la cabeza
— ¡Tú mismo lo dijiste!
— ¡No, no, no!
— ¡Es él o nosotros! ¿¡Entiendes!? ¡Es él o nosotros!
— ¡No! No vamos a volvernos como él ¡No!
— ¿De qué están hablando ustedes? –Lennon parecía no entender.
— Quieren matar primero a Oscar –le respondí.
— ¿Quieren? No... él quiere –me respondió Chucho, señalando a Esaú
— ¡Tú eres el que me está dando la razón! ¡Ese cabron no anda con juegos!
— Pero yo no me refería a asesinarlo.
— ¿No? ¿Entonces que querías que hiciéramos?
— No sé... ¿La policía? –levantó los hombros.
— ¿La policía? ¿Qué carajo crees que va a hacer la policía?
— Chucho, ir con la policía es la idea más idiota que podemos hacer. Vamos a terminar bajo las rejas todos.
— ¿Entonces? ¿La otra opción es matarlo?
Nadie quiso decirlo. Ni siquiera yo. Odiarlo y golpearlo era algo, pero asesinarlo, era otra cosa distinta; algo que no podía terminar de digerir.
— ¿Tienes una mejor idea? –le retó Esaú –Porque como yo lo veo, estamos contra la pared y la espada.
Chucho se recargó en la mesita de la cocina y bajó la mirada. Ninguno de nosotros tenía una mejor idea, parecía ser la única opción que teníamos.
— De acuerdo ¿Cómo lo harías? –levantó la mirada y se dirigió a Esaú.
— ¿A qué te refieres?
— Detalles, paso por paso ¿Cómo lo matarías?
— No sé...supongo que, pensando en que todos vamos a ir donde nos citó, yo llevaré la palanca que tú tienes en el auto, y cuando se dé la vuelta ¡Pam, pam, pam, pam! –lo dijo, simulando golpearlo con una palanca.
— ¿Pam, pam, pam? ¿Solo lo golpearas hasta asesinarlo?
— Si, bueno... yo podría hacerlo.
— Lo sé, está claro que lo detestas, pero ¿Y si lleva un arma? No creo que el tipo acuda sin un arma. Te recuerdo que él se quedó todas las que teníamos.
— No todas –le interrumpí. Todos se me quedaron mirando extraño, a lo que yo saqué de mi bolsillo mi revolver y lo puse sobre la mesa—. No le devolví esta.
— ¡Bien! Tenemos un arma, descartemos la idea de la palanca –dijo Lennon, dándome una palmada en la espalda.
— De acuerdo ¿Tú le dispararas no? Fue tu idea, tú la ejecutas –Chucho volvió a mirar hacia Esaú – ¿Cuántas balas tiene esta cosa?
— No sé...yo... -intenté abrir el tambor, pero al parecer se había atascado, lo que me dejó batallando con el unos segundos.
— Esto es asombroso. Queremos matar a un hombre, pero ni siquiera podemos abrir la puta arma –Chucho extendió los brazos y los dejo caer con una sonrisa sarcástica—. Estamos más que muertos.
— No espera, ya...ya pude abrirla –le mostré—. Le caben 8 balas.
— 8 balas para una persona. No sé ustedes, pero para mí se me hace algo suficiente –comentó Lennon, levantando los brazos.
— Ok, bien, 8 balas, ahora ¿Dónde guardarías el arma?
— No sé, en mi chaqueta, supongo –le respondió Esaú
— Tiene que ser un lugar donde Oscar no sepa que la tenemos. Recuerda que el piensa que estamos desarmados y puede ir confiado, lo que nos dará la ventaja, pero si descubre que estás armado, todos vamos a terminar muertos.
— ¡Ya lo sé maricon, ya lo sé! No soy idiota.
— Bien, entonces ¿Dónde te vas a meter esa mierda?
Esaú intentó ponerla en el bolso de su chaqueta, pero era muy pequeño, y se veía demasiado obvio que llevaba algo ahí.
— Mierda... Tal vez si la pongo en el bolsillo del pantalón.
— Pero ya no la podrás sacar tan rápido. Si Oscar te gana al sacar el arma, todos nos jodimos.
— ¿Te quieres callar? Ya lo sé, solo me pones nervioso.
— Sólo quiero asegurarme de que no la cagues.
— Bueno, si tanto miedo tienes de que la cague, ¿Por qué no lo haces tú? –le empujó el arma al pecho.
— ¡Porque fue tú idea, animal! Si quieres que jalemos el gatillo, hazlo tú –le devolvió el empujón con el arma
— Dejen de pelar ¿Quieren? No vamos a llegar a nada así –me puse entre los do—. Dame esa cosa ¿Bien? –le arrebaté el arma—. Yo lo haré.
— ¿Tu?
— El bolsillo de mi chaqueta es mucho más grande, no se va anotar que llevo algo ahí. Además, creo que, si alguien ataca a Oscar, el primero en qué pensaría es en Esaú.
— Tiene algo de sentido –me apoyo Esaú Si alguien es más apto para encargarse de él, es Arthur. Aparte de mí, él sabe cómo disparar esa cosa. Tú te volarías la mano –miró a Chucho—. Y tú, aunque lo tuvieras enfrente, la bala ni siquiera le rosaría el brazo –miró a Lennon.
— Claro que le daría –se defendió—. No tengo tan mala puntería.
— Bueno, ¿Quieres hacerlo? –le ofrecí el arma.
— No...no exactamente.
— Entonces no digas nada –le reclamó Esaú.
— Entonces ¿Tú jalas del gatillo? –me preguntó Chucho.
— Supongo que si... -le dije con pesadez.
No quería hacerlo, y haría todo lo posible por evitarlo. Lo odiaba, como a nadie más había odiado. Pero no quería matarlo... simplemente no quería hacerlo.
— Si algo sale mal, nosotros tenemos que cubrirle las espaldas. Somos 4 contra 1, si Oscar es inteligente, no hará nada –Lennon se volvió a sentar en la silla.
— Pensando en que Oscar es un tipo razonable –le alegué.
— En el peor de los casos...uno morirá —Chucho agachó la cabeza, obviamente preocupado.
— Y los otros lo vengaremos. Pero eso no pasara. Estaremos bien, Arthur sabe manejar esa cosa. Si Oscar intenta algo, lo matamos –Esaú parecía ser el que tenía la sangre más fría de nosotros, aunque tratándose de Oscar, no era muy difícil llevarle la contraria.
— ¿A qué hora nos citó ese tarado? –preguntó Lennon
— A las 5 de la tarde.
— ¿Y qué es lo que nos obliga a... ir? Podemos solo dejarlo plantado, y no arriesgar nuestro pellejo.
— O correr el riesgo de que el cabron aparezca en las puertas de nuestras casas, y nos llene de plomo el cerebro –le contestó Esaú—. Estamos atrapados.
— Nuestra mejor opción es ir y hacerle frente. Librarnos de ese idiota de una vez por todas.
La reunión había terminado y todos teníamos los nervios a flor de piel. Si algo salía mal, un mínimo error y todos podríamos terminar muertos. Todo se definiría mañana.
Esa tarde, fui al hospital, a visitar a mi madre. Si esa era la última vez que la vería, me quería despedir al menos de ella. Entré a la sala, y se encontraba mirando al techo de forma pacífica.
— ¿Má...? –estaba sorprendido, no la había visto despierta hasta ese entonces.
— ¿Arthur...? ¿Eres tú? –se escuchaba débil.
— Sí, soy...soy yo. Vine a visitarte. Los doctores no me dijeron que ya habías despertado.
— Acabo de hacerlo, en realidad... -se río un poco - ¿Cua....cuánto tiempo llevo aquí?
— 3 semanas...tal vez, no sé, no he llevado muy bien la cuenta.
— ¿3 semanas? Dios... ¿Do....dónde te has quedado? ¿Estás bien? –se notaba muy preocupada, casi parecía estar al borde del llanto.
— Hey... hey, ma, eso no importa ahora. Estoy bien, lo que interesa es que tú lo estés.
— Oh hijo... como lo siento.
— ¿Qué? ¿Por qué?
— Soy una terrible madre. Estar aquí...postrada... Se supone que tendría que estar contigo cuidándote ¿Qué es lo que has estado comiendo?
— Ma, no digas eso. Estoy bien, en serio.
— ¿Cuánto te has gastado en esto? Por favor no me vayas a decir que te gastase el dinero de la universidad.
Yo... realmente busqué ese dinero, pero no lo encontré por ningún lado, en verdad que se había esforzado por esconderlo, pero de igual manera, no podía decirle de donde había sacado el dinero
—Obtuve una beca –fue lo que dije al final.
— ¿Una beca?
— Si...yo...Salí muy bien este año, subí mis notas y...decidieron darme una beca —. Con suerte, cuando volviera, no me expulsarían.
— Pero...Arthur... ese dinero es tuyo, deberías gastártelo en ti, no en mí.
— Deja eso mamá, no quiero que lo vuelvas a decir.
— Yo ya estoy muy enferma Arthur, sólo voy a empeorar...
— No, no es cierto. Saldrás de esta, yo lo sé, e iras a mi gradación ¿De acuerdo? —le tomé su mano, la cual estaba muy fría—. Prométeme que no te vas a dar por vencida.
— Oh Arthur –estaba muy triste, en verdad había perdido toda esperanza—. Yo ya estoy vieja. Viví lo que tuve que vivir, a ti te queda toda una vida por delante. Solo...no la vayas a echar a perder; nunca vayas por el camino fácil, nada que valga la pena es fácil. Tu padre aprendió eso a la mala.
— ¿Mi... padre?
— No...olvida lo que dije; solo...por favor, tú prométeme que seguirás adelante ¿Bien? No quiero que te estanques por mí; solo sigue adelante, y no mires atrás. Nunca lo hagas.
— Es que...yo no puedo hacerlo sin ti. No quiero hacerlo sin ti —me sentía al borde del llanto.
— Si...si podrás — Si...si podrás había comenzado a llorar sin darme cuenta, y ella solo acaricio mi mejilla con suavidad—. Harás grandes cosas hijo, yo lo sé. Tienes un gran corazón, no dejes que nadie lo corrompa —me partía el alma ver todo el potencial que mi madre veía en mí. Hace solo unas horas hable de como asesinar a una persona, pero ella parecía seguir viendo a ese niño pequeño que vivía en el campo hace un par de años...—. Promete que no dejaras de ser ese niño dulce que se preocupaba por los demás. Prométeme que no cambiaras eso. Por favor Arthur, necesito saber que si me voy... no te desviaras. Serás una persona honrada, decente. Alguien por principios, que no se ira por el camino fácil. Por favor, necesito escucharlo.
— Yo... -quería prometérselo, en verdad que quería hacerlo; pero solo me estaba engañando a mí mismo; y a ella también. Pero al final... —Te lo prometo.
Y ella solo me sonrió, como solo una madre podría sonreírle a su hijo.
—Ya lo sabia. Eres mi niño, después de todo. Mi querido y dulce niño...
Tenía fe en mí, y yo solo la estaba defraudando...
Esa noche, no pude dormir; pensé en mi madre, en Astrid, en Penny, en el pendejo de Oscar. A todos los tenía en mis sueños y no dejaban de atormentarme como fantasmas.
Tomé mi revolver en la oscuridad, y comencé a jugar con el tambor, girándolo un par de veces. Nunca tuve que involucrarme con Oscar, ni aceptar sus putos trabajos, o meterme en ese mundo. Debí quedarme en ese restaurante lavando trastes...
Pero era tarde, lo hecho, hecho estaba. Por eso Lennon decía que volver al futuro era una ridiculez. No podías cambiar el pasado; y cuánta razón tenía en eso.
A la mañana siguiente me levanté a eso de las 12 y me preparé para cuando llegara Chucho. Metí las 8 balas en el cargador del revólver, y la oculté en mi chaqueta. Si algo sucedía, solo tendría que meter mi mano, y jalar el gatillo por dentro. No me importaba que el bolsillo de la chaqueta quedara hecho trisas, si eso ayudaba en que me salvara el pellejo, lo haría.
El claxon del auto de Chucho sonó a las afueras del edifico y supe que al fin la hora había llegado.
— ¿Estás listo? –me preguntó Chucho cuando me subí al auto en el asiento del copiloto.
— ¿Quién podría estarlo? –le respondí con una sonrisa decaída.
— Todo estará bien Arthur. Ya verás como en el futuro nos estaremos riendo de esto –bromeó Lennon, intentando relajar el ambiente.
— Eso espero amigo...eso espero.
Llegando al almacén, nos percatamos de la moto de Oscar, estacionada en la pared. Tomé aire y revisé el arma una última vez.
— Él no sabe que la tienes Arthur. Relájate, él va a perder –Chucho me tomó el hombro, inspirándome valor.
Al entrar a almacén, el lugar me pareció más grande por dentro que por fuera, tenía varias cadenas colgando del techo, y una que otra lámpara polvorienta las cuales ya llevaban años fundidas. Había ventanas para la ventilación, donde los rayos del sol y las aves podían entrar libremente. El lugar estaba repleto de cajas y restos de muebles abandonados. Oscar estaba sentado en un escritorio muy deteriorado, modificando las piezas de lo que parecía ser un arma.
— Siempre me gusto esa parte de ustedes –fue el primero en hablar, con el eco distorsionando su voz. Ni siquiera se molestó en levantar la mirada. Tenía varias vendas en el rostro, como algunos moretones que le había dejado—. La puntualidad que tenían.
— Venimos Oscar, como lo pediste –le dije, mientras miraba alrededor, en busca de algo extraño. Pero todo se veía normal.
— Si, ya vi. Llego toda la pandilla de maricones –se levantó de la mesa, mientras sacaba un arma de su bolsillo y la acariciaba con la mano, dejando la que estaba desarmada de un lado.
— ¿Qué es esto Oscar? Déjate de rodeos –Esaú ya estaba impaciente, o posiblemente tan nervioso como todos.
Oscar si había venido armado, y eso no era una buena señal.
— Tranquilo. Decidí que no los asesinare... aunque no saben las ganas que tengo –volvió a guardar el arma. Lo más posible es que solo la haya sacado como una advertencia –Como les dije el otro día, han terminado... Pero lo prometido es deuda. Les debo un pago ¿O no? –Oscar sacó del escritorio varios fajos de billetes, ordenándolos encima de la mesa –Podré ser todo lo que ustedes quieran, pero yo pago mis deudas.
Nos comenzamos acercar al escritorio algo desconfiados. Seguí mirando hacia todos lados, pero seguía sin encontrar nada raro. Parecía que no había ninguna trampa ¿Oscar de verdad estaba siendo honesto? No...algo estaba mal.
— Venga, acérquense, que no muerdo –nos dijo con una sonrisa.
— ¿Por qué aquí Oscar? –le preguntó Chucho – ¿Por qué en un lugar tan desolado?
— Solo quería algo de...privacidad. Eso no es un pecado ¿O sí?
Cuando estuvimos lo suficientemente cerca, Osca lanzó los fajos de billetes hacia nosotros. A todos, menos a mí.
— Ahí tienen su pago. Ahora, quiero que me escuchen con atención. –se recargó en la mesa, y volvió a sacar el arma, ahora a la vista—. No quiero volver a verlos en toda mi puta vida. Si nos encontramos por los pasillos de esa puta escuela, yo no los miro, y ustedes no me miran. Nunca nos conocimos, ni existimos para el otro ¿Bien? Si me dirigen la palabra, o mínimamente los sorprendo mirándome, los mato. Les vuelo la cabeza, y sus cuerpos le darán una visita a Demian ¿Esta claro?
Nos quedamos en silencio ¿Nos estaba dejando ir?
— Si...de acuerdo. Claro como el agua –le respondió Lennon, que se veía algo aliviado. Oscar miro a los demás, esperando una respuesta.
— Está bien –le respondió Chucho, y Esaú solo se limitó a asentirle.
— Bien...entonces...creo que es todo. Lárguense fuera de mi vista...antes de que me arrepienta. Y, por cierto, déjenme decirles, que no fue un placer el conocerles. Largo.
Nos miramos entre nosotros, y en nuestro interior, respiramos aliviados. No podía creer que nos estuviera dejando ir, yo había llegado listo para cualquier cosa, pero menos para esto. Aunque...seguía molesto. No me había pagado...pero era lo que menos me importaba. Solo quería salir de ese lugar, e ir a mi casa.
— Tú no Arthur –nos interrumpió—. Tú quédate un momento. Quiero hablar de algo contigo –Un escalofrió recorrió toda mi espalda.
— No lo vamos a dejar solo –le respondió Esaú, antes de que pudiera decir yo algo.
Oscar se rio, y después se levantó, para arrojarnos su arma. Este chocó con la pared y algunas partes salieron volando, quedando tendía en el suelo.
— Ya estoy desarmado. Les dije...solo quiero hablar, es todo ¿Qué dos personas no pueden tener un poco de privacidad?
— Déjenos solos...no pasa nada –les dije a mis amigos, confiado. Ellos me miraron raro, pero yo solo les asentí con la mirada, dándoles a entender que todo estaría bien.
Y eso era lo que pensaba...pero estaba tan equivocado.
Cuando nos quedamos solos, respiré pesadamente y me acerqué hasta donde estaba Oscar, y solo por si acaso, metí mi mano donde estaba el revolver.
— ¿De qué es lo que quieres hablar? –le pregunté, hasta estar a solo unos metros de él.
— Penny me terminó –me dijo, mirándome fijamente, como echándome la culpa. Sacó un cigarrillo, y lo encendió.
— ¿En serio? Ya se había tardado en hacerlo –le respondí con frialdad. El solo se rio, sacando el humo por su boca.
— Nunca supiste mentir Arthur, ya te lo había dicho antes. Pero ahora...todo cobra sentido.
— ¿Sentido? Si Penny te cortó, fue porque eras un puto loco de mierda, no tuvo nada que ver conmigo.
— Nunca te caí bien. A pesar de que yo lo intenté, tú siempre me mirabas con desprecio ¿Todo por una chica? Patético.
— No tiene nada que ver con Penny –comenzaba a perder la paciencia.
— No...sigues sin saber mentir ¿Pero sabes algo? Si algo me demostraste, es que no eres tan inútil después de todo.
— ¿Qué quieres decir?
— Lo que quiero decir, es que seguirás trabajando conmigo —¿Qué?
— No, no, no, vete al carajo, no.
— No te estoy preguntando Arthur. Te estoy avisando.
— Tú y yo terminamos, fuiste tú el que lo dijo.
— Y tú dijiste que no te meterías entre yo y Penny ¿Por qué tendría que respetar mi palabra a un mentiroso como tú?
— Púdrete...tú y tus...trabajos. Yo me largo –me di la vuelta, y me fui hacia la puerta, dispuesto a dejar a Oscar. Pero dijo algo, que hizo que me diera la vuelta.
— ¿No crees que sería una pena que le ocurriera algo a Penny? No sé...tal vez un día de estos desaparezca, y la encuentren tirada en el río. Es algo común que pasa en la ciudad – inhalo de nuevo el cigarro, y escupió el humo. Se veía tan confiado, que era enfermizo.
— Tú no le vas a tocar ni un pelo —caminé hacia él furioso y lo encaré, estando frente a frente.
— ¿No? ¿Y tú serás el que lo evite?
— Te mataré. Juro que lo hare.
— ¿En serio? ¿Tú?— me solo una de sus risas, burlándose—. Bien, gánster, hazlo, estoy aquí –me extendió los brazos –Hazlo.
No moví un musculo. No estaba seguro si ya sabía que tenía un arma, o solo estaba fanfarroneando, pensando en que estaba desarmado. Si sacaba mi arma, no sabía si sería una trampa, o si me estaba poniendo a prueba. Pero no hice nada.
— Eso es lo que pensé. Te faltan agallas. Puto cobarde de mierda –comenzó a burlarse de mi –Nunca tuviste el valor para jalar el gatillo ¿Por qué pensé que lo tendrías ahora?
— Estas mintiendo –le dije—. Tú no vas a matar a Penny. Aún la quieres.
— Si... tal vez. Pero nada me evita ir por tu madre.
Eso me golpeo, muy duro en el alma.
— Tu no vas a...
— ¿Qué vas a hacer? No harás nada. Solo eres un pobre diablo que piensa que tiene el control, pero yo soy el que lo tiene, y créeme que una vez le truene el cuello a tu querida madre mientras duerme en el hospital donde está, nada me evitará ir por Penny, y después por toda esa banda de pendejos que están allá afuera. Voy a matarlos a todos Arthur, y tú no harás nada, porque no eres más que un pobre niño asustado que apenas y sabe manejar un arma. Voy destrozar a todo lo que amas si intentas hacerte el valiente. Así que será mejor que hagas esto mucho más sencillo para nosotros, o créeme, desearas estar muerto.
La sangre me estaba hirviendo por dentro. Amenazó a mi familia y amigos, y aunque tuviera el arma en mi bolsillo... no podía sacarla, algo dentro de mí no quería pasar al siguiente nivel. No podía defenderme ¿Y si tenía razón? ¿Y si no era más que un... cobarde?
— Seguirás trabajando para mí, como la pequeña perra asustada que siempre has sido. –Se acercó lo suficiente a mí, para escupirme el humo de su cigarro—. No será hoy, ni será mañana, pero con un poco de suerte, alguien terminará dándote un tiro, y no tendré que ensuciarme las manos. Sólo serás...otro pobre pendejo que terminó en una zanja, como muchos otros pobres pendejos. Una pequeña mierda más, en una ciudad tan grande ¿Te gusta eso Arthur? Espero que sí. Es tu destino, pequeña rata, y hagas lo que hagas, no podrás cambiarlo... —terminó riéndose con el humo en sus dientes, para después apagar el cigarrillo en mi chaqueta—. Y será mejor que me vayas cambiando esa mirada tuya, o puede que tu historia termine antes de lo planeado.
Se dio la vuelta y tiró la colilla a un lado, dejándome parado, sin ni siquiera poder respirar. ¿Yo iba a terminar una zanja? ¿Crees que soy un cobarde? ¿Quieres ver quién va a terminar en una maldita zanja?
Mis músculos se tensaron, apreté los dientes, y cerré los puños con tanta fuerza, que enterré mis uñas en la palma de mis manos, haciéndome sangrar. Estaba harto, no iba a soportarlo más, no iba a dejar que me volviera a humillar, ni amenazar a la gente que amaba. No...no iba a permitir que este idiota se creyera el rey del mundo, pensando que me tenía bajo su control.
Y sin pensarlo, dejándome llevar por mis reflejos e impulsos más básicos, hice algo, que lo definió todo.
— Oscar... —cuando se giró para mirarme, supe lo que tenía que hacer.
El sonido fue lo primero que se escuchó. La boca de mi revolver escupía humo, y Oscar abrió tantos sus ojos, que pensé que se le saldrían. Cuando miró su abdomen, la sangre comenzaba a brotarle manchándole toda su ropa. La bala le atravesó todo el hígado, lo que hizo que comenzara a toser sangre y me volviera a mirar, pero en vez de su típica mirada llena de soberbia y confianza, mostraba miedo; miedo y odio, el más puro que un humano podía expresar con solo sus ojos. Y yo, tenía el arma en la mano, temblándome, procesando lo que acaba de hacer.
— Tu...traidor de... —jadeo débilmente Oscar.
Vi como intentó alcanzar algo que estaba en la bolsa de su pantalón, pero en cuanto aparto su mirada, volví a jalar el gatillo. Y luego otra vez, y otra, y otra, y otra y otra vez. Las balas le atravesaron todo el cuerpo, dando una explosión de carne y sangre en cada impacto, con Oscar esforzándose por aún mantenerse de pie; su ropa, y parte de su rostro terminaron cubiertas de sangre, y en un intento por volver a hablar, solo tosió y jadeo escupiendo más sangre. Y cayó de espaldas contra el duro concreto, con sus ojos ya no mostrando odio, sino miedo, solo miedo. Miedo hacia mí, hacia su verdugo, hacia la muerte...
Y yo empecé a hiperventilar. Le había disparado... le había disparado una persona, le había disparado Oscar...
Me acerque a él, y lo miré a los ojos temeroso. Intentó decirme algo, pero la sangre que comenzaba brotar de su boca y de su nariz no lo dejaba. Empezaba ahogarse con ella misma.
El odio había desaparecido; ya no lo despreciaba, lo que miraba ahí era a un pobre chico, que se aferraba a la vida como podía. Casi parecía estar llorando; nunca pensé que Oscar le temiera a la muerte... pero eso fue lo único que me demostraban sus ojos. Parecía suplicarme que lo salvara, que, por favor, le diera otra oportunidad. Él no quiera morir.
Pero recordé, como fríamente, unos minutos atrás, había amenazado a mi madre, con esa mirada psicópata que siempre tenía. Con la última bala que le quedaba al tambor, le dispare en la cara, justo en su ojo.
Siempre recordaré que la última expresión que vi de ese chico que parecía querer comerse al mundo entero, creyéndose invencible, y el mejor de todos, fue el miedo...
Y en eso, entraron mis amigos corriendo al almacén, probablemente atraídos por los disparos; dándose cuenta de la cruda escena. No me atreví a mirarlos, seguía con mis ojos fijos en el cadáver de Oscar tirado a solo centímetros de mis pies, aun con el arma en mi mano.
— Arthur...que... ¿Qué hiciste? —la voz de Chucho se escuchaba tan alterada, como todo mi interior lo estaba.
— Yo... —los volteé a mirar, y después volví a ver a Oscar—. Yo... solo hice lo necesario...
Tiré el arma a un lado del cadáver y me quedé mirando a la nada.
No lo sabía aún, pero esa acción, ese impulso de odio y orgullo, terminó condenando a todos los que conocía. Había desatado un infierno, del cual, no estaba preparado para enfrentarlo.
Pero... se sintió... se sintió tan bien...
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro