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Capitulo 32

Abrí el colchón a la mitad con el cuchillo y todos los fajos de billetes que había dentro de él cayeron al suelo. 

Todo el dinero que poseía se encontraba adentro de este. En un principio opté por esconderlo debajo del colchón, pero, aparte de que era demasiado predecible, mi cama no era más que una camilla con algunas barras de metal que impedían que el colchón estuviera en el suelo, lo que me hacía imposible meterle algo por debajo. Fue lo que pudo costear mi madre cuando nos mudamos aquí, y para ser sinceros, era mejor que dormir directamente en el suelo. Modificando un poco la idea original, decidí meter directamente casi todo el dinero que ganaba del trabajo sucio de Osca dentro del mismo colchón. Decidí hacer una pequeña abreviatura, la cual cosía y descocía conforme iba metiéndole más billetes. Pero en mi desesperación, no tuve la paciencia para ir deshaciendo poco a poco la cocedura que había hecho y se me hizo más fácil coger uno de los cuchillos de la cocina y cortarlo de un tajo. Ya habría tiempo de coserlo después.

Una vez saqué todos los fajos, el arma que Oscar me había regalado en nuestro primer trabajo cayó junto a todo. La miré melancólico unos segundos, y después la hice a un lado para que no me estorbara. Junté todos los billetes y comencé a contarlos lo más deprisa que pude. 

1073 dólares, era con lo que contaba. Respiré aliviado, ya que en un principio pensé que no me alcanzaría el dinero. El estúpido hospital me pedía 800 dólares para internar a mi madre y tratar su enfermedad, la cual se había vuelto más grave, y unas simples pastillas no iban a alegrar contenerla. Sería meramente temporal, como 2 o 3 semanas en lo que el organismo de mi madre se recuperaba, pero el maldito hospital se esforzó en hacer hincapié que la cama y los equipos que utilizarían tenían un costo. Y todavía no mencionaba las medicinas que utilizaría una vez la dieran de alta en el hospital. Al menos ya habían triplicado su precio. Justo cuando pensé que mi madre ya estaba mejorando, el universo me abofeteó sin que lo viera venir.

Pero sentí como un enorme peso y angustia se me quitaban de encima cuando verifiqué si alcanzaba el dinero. Y todavía me sobraban 200 dólares para las medicinas, así que no estaba tan jodido como pensé.

Tomé la cantidad que necesitaba, algunas cosas como comida y agua por si tenía que quedarme unos días en el hospital y salí del departamento casi corriendo. Todo lo demás, incluyendo el arma, sólo me limité a meterlas bien en el fondo debajo de la cama.

Ya estaba atardeciendo, y con el sol descendiendo, las temperaturas también lo hacían. Me preguntaba si podría llegar antes de que oscureciera, y a los desgraciados del hospital se les agotara la paciencia antes de que echaran a mi madre.

Cuando iba saliendo, bajando las escaleras escuché la voz de Astrid detrás mío, arriba.

—¿Arthur? ¿Qué pasa? ¿Qué tienes? —me preguntó con angustia al mirarme tan agitado, tirando su cigarro al suelo.

—Hola Astrid...perdón si no me detengo mucho. Es que, tengo algo de prisa. Mi madre...tuvo un ataque de tos, y está en el hospital.

—¿Tu madre? —exclamó—. Ella... ¿Se encuentra bien? ¿No está grave?

—No...no...solo, ya está mejor, solo que...la van a intentar, y venia por unas cosas, por si tenía que pasar algunos días ahí con ella.

—Mierda... Espera un momento ¿Si? Solo...deja que tome mi chaqueta, y te acompaño —me dijo mientras hacia un ademan señalando a su puerta.

—¿Qué? No, no Astrid, no es necesario...

—Solo espérame un segundo. No te vayas a ir —terminó de decir, al mismo tiempo que entraba a su casa sin dejarme decirle algo más.

Y la terminé esperando unos segundos. Aunque tenía bastante prisa por volver con mi madre, algo de compañía no me venía nada mal. Más si se trataba de ella. Lo que me devolvió la espina sobre su padre, y la jodida deuda que tenía ahora su familia. En un principio pensé en yo pagarles la deuda, de esa manera logrando salvarles la vida, pero después de lo que le pasó a mi madre, ni de chiste me alcanzaría el dinero para pagar las dos cosas. Tenía que pensar otra manera a sacar a Astrid de toda esa mierda antes de que fuera tarde...

Y en eso, aún con tantas cosas taladrándome la mente, Astrid apareció cerrando su puerta, guardando las llaves en su bolsillo.

—Listo, ya podemos irnos —me dijo sonriéndome. Había algo en su sonrisa, que siempre que la miraba, hacía que todo el puto caos que tenía en la cabeza, se disipara y calmara.

Cuando llegamos al hospital, el sol ya había terminado por ocultarse. Entré y nada más ver a una de las enfermeras que estaban atendiendo en las mesas llenas de archivos, pregunté por mi madre.

Hice un par de trámites, y unos minutos después, mi madre ya tenía su cama y equipos asegurados. Por desgracia, me dijeron que no podría quedarme con ella todo el día y solo podría ir a visitarla un par de horas en la tarde, lo que al principio me molestó muchísimo, pero después comprendí que no podían tener a un chico vagando y durmiendo en el hospital todos los días. Así que sólo pude suspirar frustrado. Astrid me consoló agarrándome del hombro, diciéndome que todo estaría bien. Aunque algunos piensen que esas palabras de apoyo no sirven una mierda, he de admitir que, viniendo de la persona correcta, pueden ayudar más de lo que uno espera.

Los doctores me dejaron quedarme solo por esa ocasión hasta que el hospital cerrara sus puertas. Me senté con Astrid en una de las sillas que estaban en la habitación de mi madre y me quedé en silencio mirando al suelo, casi como si estuviera rezando. Parecía estar dormida, y tan tranquila... Pero tenía miedo de que no despertará...
Nunca fui muy creyente, pero a veces, no me quedaba más que mirar al cielo y pedirle a lo que fuera que estuviera allá arriba, que no me jodiera tanto.

—Siempre pensé que ella era una gran madre —rompió el silencio Astrid al final.

—¿Cómo? —le respondí, levantando mi cabeza.

—Ya sabes...siempre la veo preocupándose por ti. Siempre optimista, con una sonrisa en las peores situaciones. Aún recuerdo cómo es que sus rostros chocaban cuando los vi llegar a mudarse en el departamento. Tu tenías la cara amargada, sin ganas de ni respirar, mientras que la de tu madre mostraba entusiasmo y emoción.

—Mi madre siempre ha sido así —comencé a soltar una risa—. El mundo puede estar desmoronándose, destruyéndose todo a su alrededor, y ella siempre mirará a la flor que sobrevivió. Siempre...se está preocupando por los demás, que a veces olvida que también ella debe de cuidarse a sí misma.

—Supongo que ese es el amor de una madre —noté como es que agachó la cabeza y miraba al suelo con cierta tristeza—. Me hubiera gustado tener una madre como la tuya. La mía...no es tan mala, pero tampoco es que se ganaría el premio a la mejor mamá del mundo. Tiene que ser bastante difícil ser padre de alguien.

—Bueno, algunas personas, no merecen ser padres —no podía sacarme de la puta cabeza Oscar y la cabeza reventada regada por toda la arena. Ni siquiera podía mirar a Astrid a los ojos.

—Eres muy afortunado Arthur, y ella también lo es. Ya verás cómo es que se recupera de esta —sentí como colocó su mano sobre la mía, en señal de apoyo. Y me sentí tan mierda por dentro... que solo pude sonreírle con ligereza.

Estuvimos en silencio un rato, con mi mente torturándome una y otra jodida vez con el echo de que tenía que salvar Astrid, sacarla de la ciudad un tiempo, o al menos del vecindario. Quería salvar a toda la familia, pero en ese momento, Astrid era mi prioridad. Pensándolo de una manera fría, tal vez ella estaría mejor sin su madre; pero los niños, sus hermanos... ¿Ellos que culpan tenían? Maldito borracho de mierda, en verdad que empezaba a odiarlo, ¿Cómo no pudo importarle su familia? El hijo de puta aún estaba dispuesto a robarles a ellos con tal de pagar su estúpida deuda. Si alguien en el mundo merecía estar muerto, era él. Todavía me ardía a la sangre cuando recordaba los moretones que Astrid llevaba en los brazos, y en alguna ocasión en su cara. No sé si era mi inconsciente que intentaba hacerme sentir menos mal conmigo mismo, pero cada vez perdía más y más la culpa. Pero eso no quitaba el echo de que todos estaban peligro por mi causa, y si no hacía nada, todos terminarían en los barriles de Demian.

Estando al borde del colapso mental, en una de las sillas que estaban del otro lado de la pared, vi un montón de revistas y folletos, llamándome uno en especial la atención. Y pude sentir como es que el foco se me encendió.

—Oye Astrid... No es por ser un chismoso, ni mucho menos, pero... ¿Aún sigues teniendo esos problemas de adicción...?

—Arthur... ¿De verdad quieres hablar de eso? ¿Ahora? —me dijo, incomoda, haciéndome una mueca.

—Es que, estuve pensando mucho estos días, y me preocupas más de lo que me gustaría admitir. No es por criticarte ni nada, sólo que...me importas —cuando Astrid escuchó eso, su expresión de incomodidad cambio, lo que me hizo saber que di en el blanco.

—Pues...si tanto quieres, si, he tenido un par de recaídas.

—¿Qué tantas?

—Arthur...no lo sé. Suficientes para avergonzarme de mi misma. Cada vez consumo más, y...no...no sé cómo detenerme. Tengo miedo de volver a tocar fondo. Me costó mucho trabajo salir de ese agujero, y me da pavor saber que, si vuelvo a caer, no volveré a salir. Pero ¿Por qué quieres saberlo?

—Si alguien te ofreciera ayuda ¿Tú la aceptarías?

—¿Ayuda?

—Si, ayuda. Ayuda de profesionales, para que puedas recuperarte y nunca más vuelvas a tener recaídas.

—Si me lo pintas de ese modo...claro que aceptaría, seria una estúpida si no lo hiciera. Pero esos lugares deben de pedir mucho dinero, y es algo que yo no tengo ¿Por qué me preguntas eso?

—¿Recuerdas que te dije que me importabas?

—¿Si...?

—Bueno, creo que puedo demostrártelo —le terminé de decir mientras me ponía de pie, y tomaba de las sillas, uno de esos folletos que informaban sobre un nuevo centro de rehabilitación que habían abierto hace poco. 

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