Capitulo 26
Alguna vez me plantee la idea de ser pintor. Estar cubierto de manchas, y ser el creador de una magnífica obra de arte. Pero nunca logré crear algo hermoso, ni siquiera me acerqué. Lo único que sabía dibujar eran formas raras, y rostros hechos a base de garabatos que daban escalofríos. Creo que, por esa razón, los psicólogos de mi colegio me tomaron como loco y me recomendaron que fuera a terapia. Solo fui una o dos veces, hace ya meses; y jamás me volvieron a buscar. A mí también se me olvidó; después de que me involucrara en los asuntos de Oscar, creo que olvidé muchas cosas, y sólo me enfoqué en permanecer vivo otro día más.
Es bastante irónico que ahora Don Armando y sus hombres nos hayan asignado a mí y a los demás como "Pintores de casas". Cuando nos dijeron eso, me tomó varias horas asimilar la analogía extraña. Parecía ser el único que no entendía a qué mierda se referían. Pero después de que vi cómo Oscar le reventaba la cabeza de un disparo a un hombre que parecía haberle debido dinero a Don Armando, las cosas me quedaron bastante claras.
Al final, en eso fue en los que nos convertimos en los últimos meses, desde que tuvimos nuestra caminata nocturna en el desierto: En pintores de casas. Oscar parecía disfrutar de ese trabajo. El hecho de poder romper dedos y asesinar si se le daba la gana, era el oficio de su vida. Siempre era lo mismo. Almas miserables que realmente no tenían nada que poder ofrecernos. Drogadictos desesperados, padres de familia que no tuvieron opciones, dueños de tiendas que tenían que pagar renta. Fue cuando recordé a Peter; muy probablemente él también le debió en algún momento dinero a Don Armando, terminando en cenizas por su sádico cobrador.
Creo que nunca creí poder estar en esa posición de poder, en la que yo podía elegir si la vida de una persona debía continuar o no. Bueno, en la mayor parte; Oscar a veces se me adelantaba. Pero, de cualquier manera, el hecho de poder ser el jurado de alguien al que apenas conocía, decidiendo si su vida valía más que un par de dólares, me seguía resultando escabroso. Aunque, yo nunca terminaba de jalar el gatillo. Este era el tipo de cosas a las que Oscar le encantaba hacer, y darle el gusto era para mí quitarme un peso de encima. Sin embargo, eso no dejaba a mi conciencia del todo limpia. Me sentía incluso igual de culpable como si yo hubiera sido el verdugo. Pero eran cosas que mi mente decidía ignorar para que pudiera conciliar el sueño por las noches.
Los demás chicos no siempre acompañaban a Oscar en los encargos que nos daba Jack. Si Lennon no tenía que estar estudiando para algún examen, o ayudarle a su madre en algo, Esaú estaba en sus entrenamientos de artes marciales. Yo parecía ser el más desocupado de los 4, ya que Chucho, aunque casi nunca faltaba a los encargos que nos hacía Jack sobre pintar paredes, a veces tenía que ausentarse por algún problema con su hermana o su familia en general.
Aunque yo tampoco siempre tenía tiempo libre. La tuberculosis ya había comenzado a cobrarle más facturas a mi madre. Las primeras semanas parecieron tranquilas, pero los ataques violentos de tos no se hicieron de esperarse. Mi madre casi siempre escupía sangre, y sus ojos comenzaban a perder el brillo que alguna vez habían tenido. Era horrible tener que mirarla de ese modo, y sé que ella se sentía aún peor. Pero no iba dejar que se diera por vencida. Tuvimos que hacer varias citas con el doctor para que viera cómo la enfermedad estaba progresando, y si era necesario que la internáramos en un hospital o no. Que, para algo de buena suerte, al parecer mi madre aún no estaba tan grave como para llegar a ese extremo; sólo tenía que seguir tomando sus medicinas, y empezar a comer más sano, así como evitar todo el trabajo físico posible.
De todas maneras, ya tenía tantas cosas en mi cabeza, que el empezar a reprobar las materias no me sorprendió. El primer bimestre había terminado, y al ver mi boleta llena de materias reprobadas pareció ya no causarme tanto efecto como tiempo atrás lo hubiera hecho. A Esaú le fue igual o peor que a mí, pero pareció casi no importarle; empezaba a tener la sensación de que el sólo asistía a la escuela para pasar el rato con nosotros. Chucho no salió tan mal como nosotros, pero tampoco le había ido de maravilla. Había reprobado unas dos o tres materias, y se notaba un poco preocupado. El único que tuvo calificaciones decentes fue Lennon. Tampoco había tenido la boleta de un niño con perfección académica, pero al menos no había reprobado ninguna. O bueno, casi ninguna. El profesor de literatura era un psicópata exigente. Ni, aunque tuviera todo el tiempo del mundo, hubiera terminado la mitad de todos sus trabajos.
No le dije nada a mi madre sobre mis calificaciones. Literalmente tenía mejores cosas de las cuales preocuparse, que por mi desempeño en el colegio. Aunque de igual manera, tenía que empezar a pensar en alguna solución a este problema, porque tarde o temprano se enteraría. Siempre me decía el mismo discurso sobre que tenía que estudiar, tenía que llegar a ser mejor que ella y lograr tener una buena vida. Si le digiera que ahora me la paso amenazando a las personas para que le paguen a un mafioso, probablemente su corazón se detendría. Así que era mejor para los dos que no supiera la verdad. Nunca.
Pero aún sucediendo tantas cosas a mi alrededor, y olvidándome de tantas cosas, conseguí que una sola no se me escapara de la cabeza. Y esa era Astrid.
Al fin, después de tantas semanas, logré hacer que la lavandería dejase como nueva su chaqueta ya toda pegajoso por el líquido del refresco de hace semanas. Astrid pareció estar bastante feliz de que al fin se la entregara. Aunque cuando tuvo que entregarme mi chaqueta, me dijo que ya se había acostumbrado a usarla siempre. Así que al final se la regalé; igual no importaba, ya tenía la que me había regalado Penny. Pueden llamarme imbécil, no me importa; cuando uno está enamorado, no le importa ser un estúpido de vez en cuando.
Habíamos estado saliendo un par de veces. Cada vez parecía que nos llevábamos mejor. Astrid resulto ser más agradable e interesante. Y todos los días me parecía más y más bonita. Podría escucharla todo el día hablar sobre cómo le encantaría escaparse de la ciudad, y viajar por todo el mundo. Salirse de la rutina, y empezar a probar cosas nuevas, ir a lugares nuevos. Había conseguido un trabajo de medio tiempo como mesera en un pequeño restaurante en el centro, y tenía la ligera esperanza de que, si lograba ahorrar lo suficiente, podría comprarse un automóvil y escaparse. Posteriormente quejarse sobre la escuela y como el sistema estaba roto. A veces parecía que decía tonterías, pero para mi pobre cerebro hipnotizado, le prestaba más atención que a las clases de matemáticas.
Ese día habíamos decidido ir a un museo. Astrid llevaba ya tiempo queriendo visitarlo, pero no había ido porque al parecer no tenía con quien, y no le emocionaba la idea de ir ella sola. Aunque Astrid era una chica espectacular, solía ser bastante solitaria. Desde que dejó el colegio y terminó con su antiguo novio, la mayoría de sus amigos le habían dado la espalda y otros ella simplemente había perdido contacto con ellos. Así que como realmente no tenía nada que hacer, me ofrecí a acompañarla. Oscar al parecer estaba investigando por su cuenta todo el asunto de los Lirios, así que no me estaría molestando, y mis demás amigos lo más seguro es que cada quien estuviera con sus cosas. Me hubiera encantado pedirle a Chucho que me prestara su automóvil para poder llevar a Astrid, pero la cuestión era que, aparte si es que tenía a la suerte de que Chucho accediera, en mi maldita vida alguien me había enseñado a cómo manejar. Tal vez algún día me anime y Chucho pueda enseñarme lo básico. Se notaba que manejaba bastante bien. Un par de lecciones y al menos ya lograría avanzar 5 metros sin estrellarme.
De todas maneras, a Astrid le importó un comino que tuviéramos que tomar el transporte público. Parecía que le gustaba pasar tiempo conmigo. Y a mí también. Tenía tanta basura en la cabeza, que ir a un museo, aunque no tuviera educación artística, me daría al menos un respiro.
Cuando entramos a la exposición, leí en una de las carpas que las pinturas eran de un tal "Vincent Van Gogh". Nunca escuché hablar de él, pero Astrid parecía ser una gran fanática. Me sorprendió que casi nadie estaba en el museo; sólo un par de señores aburridos, algunas mujeres solitarias, y uno que otro hombre de 30 o más años. Éramos los únicos jóvenes que nos encontrábamos en esa sala, y la verdad hasta cierto punto logro comprenderlo. ¿Quién quiere estar un fin de semana en un museo? A esta edad, a la mayoría no les importa el arte, sólo queremos divertirnos. Aunque, de todas maneras, mi vida en este momento no es la más divertida o interesante de todas. Y también porque las anécdotas que podía contar de cómo es que la pase estos últimos meses, eran en su mayor parte ilegales.
—Vamos Arthur, quita esa cara larga. Sé que al principio parece aburrido, pero te va a encantar —intentó subirme los ánimos Astrid, tomándome de la mano y dirigiéndome por las salas. Yo solo suspiré con una sonrisa, e intenté seguirle el paso.
—No creí que tú fueras de las que se divertían de esta manera —le dije en tono de broma.
—See, yo tampoco. Hace más de un año no hacía más que salir de fiesta y regresar a mi casa apenas sabiendo mi nombre. Y no está mal... a veces. Es divertido, solo que me excedía más de la cuenta —comenzó a platicarme mientras nos deteníamos a la primera pintura—. Cuando fui a rehabilitación, tuve que cambiar algunas cosas de mi vida. Y creo que encontré un gusto que no sabía que tenía. Al principio no te voy a negar que me parecía muy aburrido, pero luego...no sé. Algo cambió, y comencé a mirar la belleza en este tipo de cosas. Parecen cosas de ancianos, pero realmente es algo que se puede disfrutar a cualquier edad.
—Mmm, puede que tengas razón. No soy yo mucho de salir de fiesta, pero tampoco me miraba en un museo...aunque, es interesante... —le dije mientras cruzaba los brazos y observaba la primera pintura.
Se veía bastante simple. No era más que una habitación cualquiera. Podría pasar sin problema a ser mi propia habitación, solo que con menos color e iluminación. Tenía una mesita. Un par de sillas, y obviamente la cama. Parecía un lugar tranquilo. Quería pensar que esa habitación se encontraba en un lugar silencioso, donde no tenías que escuchar las peleas de las pandillas, o tiroteos clandestinos que te levantaban en la madrugada.
Seguimos recorriendo las salas. Tuve una gran decepción al enterarme de que estas pinturas no eran originales, sino que sólo eran unas cuantas replicas casi idénticas a las originales que se utilizaban para una exposición temporal. Fue una lástima, ya que al principio creí que estaba mirando las originales, y tengo que admitir que algunas me habían gustado bastante. Como una en la que un esqueleto se encontraba fumando en una atmosfera oscura y deprimente.
Uno nunca sabe con qué se sentirá tan identificado.
Había otras pinturas con texturas raras, como autorretratos del propio pintor, o retratos de otras personas. Astrid siempre se paraba y me explicaba todo tipo de cosas de las pinturas. Como su contexto, que técnicas usaron y su significado. Tengo que admitir que a veces le perdía el hilo a toda la información que me lanzaba, pero siempre intentaba ponerle atención. Parecía que le apasionaba el tema.
Me siguió contando un montón de cosas, como que el pintor una vez en un arranque de locura y desesperación se cortó la oreja. Después me dijo que, en toda su vida, sólo había vendido una sola pintura, y que el sentir que su vida era un fracaso, intentó suicidarse disparándose en el pecho. Aunque el pobre falló y sobrevivió, a los dos días murió a causa de sus heridas. Murió sintiéndose un fracasado. Encantador...
Quien diría que el pobre sujeto había tenido una vida tan miserable, y que tiempo después de su muerte hubiera tenido el reconocimiento que se merecía. Parece que no siempre tienes lo que mereces.
Pero bueno; estuvimos un rato más en el museo mirando el resto de las pinturas, y me di cuenta de que el tipo tenía una extraña fijación con las estrellas. En la mayoría de sus cuadros las retrataba...algo extraño. No parecían ser puntos brillantes en el oscuro cielo como casi todos las miramos. Él las pintaba...no sé. Era complicado, nunca antes había mirado a esos astros de luz de una manera diferente; o al menos de una manera poética. Pero era claro que el sujeto se había obsesionado con ellas. Así que, mientras mirábamos uno de sus cuadros más famosos, decidí preguntarle a Astrid sobre las estrellas.
—Oye Astrid ¿Y qué es lo que pensaba él de las estrellas? Veo que siempre las dibujaba de una manera... ¿peculiar?
—¿Peculiar? —soltó una risa nerviosa—. Pues el miraba a las estrellas como la cosa más hermosa del universo. Es lo que le causaba soñar y le daba inspiración. Al menos yo quiero pensar que él término por enamorarse de ellas.
—¿Sabes algo...? —le dije con una sonrisa segura, mientras por dentro empezaba a hiperventilar de los nervios—. Yo te miro como el miraba a las estrellas.
—Awwww —comenzó a reírse—. Dios... Eso fue lo más empalagoso que eh escuchando en mucho tiempo. No pensé que fueras de esos que te hacían vomitar de la dulzura.
—¿Qué? —le dije un poco nervioso, pero riéndome—. ¿No te gustan los cursis?
—Sólo en cierto punto. La mayoría de los chicos solo endulzan palabras y te sueltan cursilería barata que más que hacerte sentir lindo, te ponen incomoda. Repiten una frase una y otra vez, y pues como ya te sabes el truco, no te sorprende.
—Entonces supongo que la acabo de cagar —Astrid soltó a reírse cuando le dije eso, mientras yo comenzaba a ya llorar por dentro.
—¡Claro que no! Me pareces muy lindo cuando intentas ser cursi conmigo. Te tengo que dar al menos un poco de puntos por la originalidad. A veces es lindo que las personas te digan ese tipo de cosas. Aunque te causen gracia...es lindo —me respondió mientras alzaba los hombros y seguía mirando la pintura que estaba frente a nosotros—. No recuerdo la última vez que alguien me dijo algo así de lindo, y no cualquier estupidez.
—Creo que yo tampoco le había dicho algo así a otra persona —le respondí, mientras yo igual me le quedaba viendo a la pintura—. Pero siempre hay una primera vez ¿No?
—Sí, creo que siempre hay una primera vez —me dijo, mientras la miraba sonreír de reojo.
Después ya no supe que responderle o decirle. Nos quedamos mirando la pintura, uno a al lado de otro, con nuestros hombros a solo unos cuantos centímetros. Mi mente estaba hecha un absoluto caos pensando en qué más decirle y no quedarme callado como todo un imbécil. Pero entonces sentí como su mano comenzaba a rosar con la mía lentamente. Giré un poco los ojos para mirarla discretamente, y pude ver como ella sonreía nerviosa. Y después, nuestras manos sudadas estaban juntas en una especie de abrazo; mientras mirábamos una de las obras de arte más hermosas de la humanidad.
Y todo el miedo que sentí en ese momento, despareció.
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