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Capitulo 21

Estábamos apenas entrando a la calle donde se encontraba la casa de Oscar y los problemas ya habían comenzado. 

Un chico que parecía estar desorientado, estaba balanceándose torpemente por la acera de la calle. El pobre parecía que quiera correr, pero al parecer estaba tan cansado, que su cuerpo no se lo permitía. Al principio cuando lo miré por la ventana creí que era un chico que estaba borracho y se había perdido. Era extraño, ya que nadie en su sano juicio se le ocurrirá beber hasta emborracharse en plena mañana; pero en ese momento cuando lo vi no le tomé mucha importancia, como todos los demás que estaban en el auto. Pero después, cuando vi mejor la pinta que traía el pobre, me llamo más la atención y lo observe más detenidamente. Parecía que se estaba agarrando el brazo izquierdo, el cual le colgaba como si estuviera muerto, mientras hacía muecas de dolor. Oscar detuvo la velocidad del auto quedando a la par del chico para poder verlo mejor. Una vez que todos identificamos al chico, nos quedamos con la boca abierta.

—¿Pero qué...?

El chico en cuanto nos vio, sus ojos se abrieron llenos de miedo, entro en pánico, e intento correr. Oscar ni nadie dentro del auto supimos que hacer; todos estábamos igual de confundidos. El chico siguió intentando correr, alejándose de nosotros. Creo que en algún punto el chico intentó gritar, pero físicamente estaba tan destrozado que ni eso fue capaz de hacer. Cuando Oscar finalmente se decidió por frenar el auto y bajar a hacer algo al respecto, Lennon apareció de la nada, con la cabeza y el cabello lleno de sangre, corriendo directo hacia el chico, que una vez lo logró alcanzar, se abalanzó sobre él y lo derribo.

—¡Ven aquí pequeño hijo de puta! —comenzó a murmurar Lennon furioso, mientras intentaba hacer que el chico no se escapara, quien se retorcía en el suelo desesperado intentando huir.

—¡¿Lennon, pero que mierda está pasando aquí!? —preguntó Oscar nervioso.

Lennon no le contestó, siguió luchando con el chico para que este no lograra escaparse. Yo, aún dentro del automóvil, comencé a mirar hacia los lados en busca de alguna persona que estuviera en la calle de metiche. Por suerte la calle estaba desierta, así que teníamos que aprovechar que nadie nos miraba para regresar al chico a la casa de Oscar. En un momento, el chico logró atizarle una patada a Lennon, haciendo que finalmente lo soltara, comenzando a correr en dirección hacia mí. Yo en un reflejo, no se me ocurrió mejor idea que abrir la puerta del coche justo enfrente de sus narices. El muchacho recibió el impacto de frente, sin ninguna oportunidad de cubrirse, y cayó al suelo inconsciente. Lennon se levantó de la acera y fue directo a soltarle una patada al chico en la cabeza.

—¡Lennon! —comenzó a gritarle Oscar, pero este no le hacía caso— ¡Lennon! ¿Pero qué mierda paso?

—Carajo... —comenzó a murmurar mientras se recuperaba del golpe que tenía en la cabeza.

—¡Lennon, joder, te estoy hablando!

—¡Ya lo sé maldita sea! ¡Ya te escuché! —le grito, harto de escucharlo—. No sé, el maldito se había despertado, comenzó a entrar en pánico y a retorcerse en la silla. En un momento comencé a platicar con él para así tal vez calmarlo un poco. Me giré por solo un segundo, y el desgraciado ya había logrado soltarse. Me dio con algo en la cabeza y después vi todo negro por un segundo.

—De verdad que no me lo puedo creer... —comenzó a murmurar Oscar frustro mientras se enredaba sus dedos en el cabello nervioso—. Te dejamos a cargo de una cosa, solo de una cosa ¿Y de verdad no fuiste capaz de hacerla?

—¡Lamento si no soy un puto psicópata que secuestra personas a diario! ¿De acuerdo? No lo sé viejo, estaba igual de asustado que él y ustedes se tardaron más de lo que habían dicho.

Oscar se agarró la frente, claramente furioso, e intento calmarse. Tomó un poco de aire y después nos dijo que pusiéramos al chico en la cajuela. Entre  Esaú y yo logramos hacer lo que nos pido y para cuando ya estábamos en el sótano de Oscar, atándolo de nuevo a una de las sillas (Lo cual solo consistía en amarrar con cinta el brazo que no estaba roto a uno de los brazos de la silla), apenas estaba recobrando la conciencia.

El chico empezó a murmurar un par de cosas pero Oscar bruscamente entre insultos tomó las pastillas que había comprado Chucho y le obligo a que se tragara al menos unas 5.

—Ehh...no creo que sea buena idea darles tantas, la caja decía que con una era suficiente —comentó Chucho algo inseguro

—Juro que, si vuelvo escuchar una palabra más de alguien jodiéndome con algo, lo voy a llenar de agujeros ¿De acuerdo? Ya pasaron hoy demasiadas cosas y tengo que organizar las ideas en mi cabeza ¡Así que cállense! —respondió Oscar histérico.

Nadie hablo después de eso. Chucho terminó por curarse todas sus heridas, junto con Lennon, que ahora tenía un vendaje cubriéndole parte de su cabeza y cabello. El chico había vuelto a quedarse profundamente dormido, y Oscar se encontraba sentado en uno de los sillones fumando quien sabe que porquería (por que no olía a tabaco) mientras una de sus piernas le temblaba frenéticamente por los nervios.

Estuvimos sin hacer nada como por media hora, mirando la televisión, mas específicamente el canal de noticias; hasta que Oscar se levantó del sillón, y le marco a alguien por su teléfono alámbrico de disco.

Cuando le contestaron, no entendí casi nada de lo que empezó a hablar Oscar con la otra persona que estaba en línea, pero cuando colgó, nos dijo que teníamos que irnos y que le ayudáramos a llevar a la cajuela otra vez al pobre chico.

—¿En serio? ¿A dónde rayos quieres ir? —le pregunté.

—Es una sorpresa, es hora de que este imbécil pague las cuentas que debe, y de paso ya es hora de que ustedes conozcan al que está a cargo de todo esto—. Termino de decir mientras apagaba su cigarrillo en el cenicero.

Me quedé atónito. ¿Íbamos a conocer al "jefe"? Yo pensé todo este tiempo que Oscar era independiente y él era su propio jefe. No me imaginaba a nadie intentando darle una orden a Oscar sin que él le volara alguno de sus dientes. La idea de que alguien más estuviera a cargo me resultaba chocante, ya que Oscar no era de los sujetos que seguían ordenes de alguien, pero, aunque me sorprendí y admito que me puse algo nervios, mientras no fuera algún otro loco con la canica botada como Oscar, creo que estaríamos bien.

Oscar me pidió que le ayudara a desenterrar el dinero que lo había visto enterrar los primeros días que lo conocí. No le pregunté para o por qué, solo tomé una pala y empecé a ayudarle a escarbar. Una vez que exhaustos terminamos de sacar la maleta de dinero, Oscar trajo la maleta que habíamos rescatado de los chicos que nos habían intentado robar y las metió a la cajuela, acomodándolas para que ocuparan el menor espacio posible.    

Después regresamos, y con la ayuda de los demás, arrastramos al chico hacia la cajuela como pudimos con el cuidado de que nadie nos viera, y una vez dentro nos subimos al automóvil. Oscar le pidió a Chucho que condujera, ya que él no se encontraba de humor para hacerlo, y el sin más opciones, aceptó.

Estuvimos un rato manejando por las calles. La sangre de los chicos que Oscar había atropellado ya la habíamos limpiado, y el auto parecía ser como cualquier otro. Nadie sospecharía que teníamos a un chico secuestrado en la cajuela. El sol ya había comenzado a descender y no tardaría mucho en que el cielo se oscureciera.

En cuanto llegamos al centro de la ciudad, los clubes de fiesta, restaurantes y bares ya habían comenzado a encender sus letreros para atraer a las personas. Oscar comenzó a guiar Chucho por las calles, diciéndole hacia donde tenía que girar o detenerse. Parecía que estaba nervioso, venía fumando y escupiendo el humo por la ventana del automóvil, y notaba que una de sus piernas temblaba nerviosamente, pero su expresión se mostraba más gruñonamente de lo habitual; parecía que estaba ansioso, pero no con miedo, sino enojado. Después de unos 15 minutos de instrucciones, y con el sol a punto de desaparecer, llegamos a lo que parecía ser la parte trasera de un enorme club donde parecía que se encontraba el almacenamiento.

—¿Seguro que es por aquí? —preguntó Chucho algo nervioso, mientras daba la vuelta para quedar en la caceta donde se supondría que tendrían que dejarle pasar.

—Tú sigue, claro que es por aquí, cuando llegues a la caseta, déjame hablar a mi ¿De acuerdo?

Chucho, no muy convencido, llegó hasta la caceta, donde un tipo enorme que parecía resguardar la entrada le detuvo el paso.

—¿Qué quieren aquí, se perdieron? —nos dijo intimidantemente.

—No, no nos perdimos, venimos a hablar con Don Armando ¿Qué no se puede? —le respondió Oscar impaciente.

—¿De parte de quién?

—¿Cómo que de quién? ¿No me reconoces? Soy Oscar, por un demonio, deja de seguir haciéndonos perder el tiempo y déjanos pasar. Don Armando nos está esperando.

—Ya recordé quien eres tú, pero no recuerdo quienes son estos —le respondió refiriéndose a nosotros.

—Son mi nuevo equipo, ya hablé con eso de Don Armando. Vengo a presentárselos, y también porque tengo un problema en la cajuela. Así que ya déjate de rodeos y déjame pasar de una puta vez —le contestó Oscar ya impaciente.

El hombre de mala gana habló por un radio, supongo que informando que íbamos a pasar, abriéndonos paso en la caseta. Entramos a lo que parecía un pequeño patio donde seguramente teníamos que estacionarnos. Pero Oscar le indicó a Chucho que siguiera más adelante, hasta que llegamos a lo que parecía ser la entrada a algún lugar subterráneo. Chucho sin más siguió las instrucciones de Oscar, y descendimos a ese lugar oscuro. En cuanto llegamos a lo que parecía ser un estacionamiento subterráneo algo pequeño, unos hombres con enormes armas en sus brazos nos recibieron. Nos indicaron donde teníamos que estacionarnos, y después Oscar fue el primero en bajarse y hablar con ellos.

—Ya saben lo que tienes que hacer —le dijo uno de ellos seriamente apenas vio a Oscar.

—Sí, sí, sí. Deja les digo —después se giró hacia nosotros—. Chicos, necesito que dejen todas sus armas en el automóvil, al parecer estos gorilas aún no creen que seamos de confianza. Si vamos a entrar, tendrá que ser desarmados. 

Esaú saco su arma y Chucho también y las colocaron en el asiento trasero donde podrían estar seguras. Yo y Lennon no traíamos ninguna arma, así que no hubo ningún problema.

—Bien, ¿Cuál es la situación? ¿Para qué quieres ver a Don Armando?

—Bueno, pues aparte de que quiero presentarle a los nuevos chicos que me están ayudando, tenemos un problema que hay que solucionar.

—¿Qué clase de problema?

—Bueno, no sé si te hayas enterado, pero los "Lirios" no han dejado de estar reventándonos las pelotas. Hace solo un día, esos cabrones intentaron robarnos, y matarnos a mí y a mis chicos. Logramos salir en una pieza y no perder el dinero, el cual vengo a entregarle a Don Armando, pero en la balacera, capturamos a uno de esos infelices y quiero sacarle algo de información.

—¿Está en la cajuela? —preguntó el hombre con una seriedad que daba escalofríos.

—¿Tú que crees? Ahora mejor ayúdame a llevarlo a un cuarto mientras yo hablo con Don Armando.

La arrogancia de Oscar era impresionante, no me sorprendiera que un día de estos recibiera un tiro por hacer enojar a la persona equivocada. Creí que el hombre lo golpearía al menos, o algo así, pero solo lo miro con un muy disimulado odio, y le dijo a su compañerío que nos permitieran pasar. El hombre abrió una puerta que supongo daba acceso al club y sin perder el tiempo los 4 nos metimos siguiendo a Oscar. Caminamos por un callejón subterráneo que tenía lámparas incrustadas en el techo iluminando el camino. Era demasiado tétrico el lugar y se veía toda la pinta de que nada de lo que hacían hay era legal. Por un momento creí haber escuchado los gritos de alguien que venía detrás de las paredes, pero logré engañar a mi mente haciéndole creer que solo fue el viento o producto de mi imaginación.

Después de estar caminando por un largo rato por ese laberinto, cruzándonos con varios sujetos que tenían enormes armas enfundadas, transportando cajas de un lugar a otro, incluso creí ver a un tipo tener en la mano un galón de gasolina. Decidí no preocuparme por esas cosas y decidí seguir caminando detrás de mis amigos, quienes probablemente estaban igual de nerviosos. Llegamos a una puerta de madera que estaba siendo vigilada por un hombre.

Oscar hablo con él por unos segundos, y finalmente el chico se hizo a un lado y nos dejó pasar. Cuando abrió la puerta, el aroma a alcohol refinado y tabaco me golpearon como una ráfaga de viento. La habitación era una oficina lujosa de pies a cabeza. Las paredes parecían estar echas de madera bien pulidas. El color café dominaba la habitación. Había un par de sillones a los costados de las puertas, donde en uno estaban sentados dos hombres de al parecer más de 30 años, con una barba de varios días, los dos mirándonos igual de intimidantes. En el otro, había una chica que probablemente estaba en sus 20, vestida de pies a cabeza completamente de negro, pero sin tener la pinta de ir algún funeral. Sin querer, mire a la chica directo a los ojos, y ella me soltó una sonrisa, pero no amigable, si no malvada, una sonrisa burlona. Eso me produjo una muy mala espina. Agaché los ojos e intenté mirar hacia otro lado, nervioso.

En el centro de las habitaciones había un enorme escritorio de madera, en el cual estaba sentado un señor de más de 40 o 50 años, con el cabello escaso, vistiendo de traje, dando la pinta de ser todo un líder. No cabía duda cuando deduje que él era el dichoso Don Armando. El hombre se levantó de su silla y comenzó a hablar.

—Te estuve esperando un buen rato a que te dignaras aparecer o llamarme, Oscar —dijo el hombre firmemente, con su voz rasposa.

- Lo sé, lo sé, me disculpo ¿De acuerdo? Se me atravesaron varias cosas y tenía muchas cosas en que pensar.

—¿Más importante que hablarme a mí, informarme sobre las entregas y darme mi dinero? Sin mencionar que aún no me has presentado a tu nuevo equipo —lo último que dijo el hombre si ocasiono que comenzara a alterarme un poco. Sino lográbamos convencerle de que éramos de confianza, no sabía de lo que podría llegar a ser el capaz

—La cuestión es que, no pude hacerlo porque los putos Lirios no me estaban dejando en paz. Son una maldita plaga y sino hace usted algo pronto, no tardarán en convertirse un verdadero problema que se está esparciendo por toda la ciudad—. Aunque Oscar intentaba mostrarse confiado, se le podía notar como es que de vez en cuando su voz comenzaba temblar por los nervios. Y eso me dio que pensar.

—¿Esa pandilla de ratas engreídas? Por favor, no son un problema más que para ella mismas.

—Pues yo no estaría muy de acuerdo. Solo en este mes me atacaron más de 4 veces, e incluso ayer mismo intentaron asesinarnos y robarnos cuatro de ellos, sin mencionar que hace unas horas intentaron matar a dos de mis chicos —me comenzaba a molestar que Oscar hablara de nosotros como si él fuera nuestro jefe, pero decidí ser prudente y callarme la boca porque mi cabeza me aseguraba que nada bueno saldría de ahí si empezaba a pelearme con él.

—¿De verdad? ¿y que pasó con esos chicos que te intentaron robarles? ¿Los mataste?

- Solo a 3 de ellos, logré capturar a uno, el cual, en cuanto acabe de aclarar las cosas con usted, iré a interrogarlo.

—Estas tomando demasiadas decisiones por tu cuenta Oscar y eso comienza a molestarme... —el hombre decidió sentarse, pero sin quitar su mirada intimidadora de nosotros.

—Yo digo que está intentando pasarse de la raya —comentó uno de los hombres que estaban sentados en el sillón, burlonamente.

—¿Y en que estaría pasándome de la raya, según tú? —le respondió Oscar girándose a mirarlo, molesto.

—Bueno, primero no nos estas entregando las ganancias de los encargos que has hecho.

- Esos ya los traje aquí, están en a la cajuela del automóvil, sólo que se me ha olvidado traerlos acá conmigo —le respondió enojado, pero evitando hacer contacto visual con él.

—¿En serio? En ese caso, me gustaría que nos los trajeras después de que termináramos de hablar –después de eso, el hombre se levantó del sillón, y siguió hablando—. Pero volviendo al punto, sigues haciendo lo que se te da la gana sin consultarnos a nosotros primero. Quemaste la tienda de Peter con él ahí dentro ¿No?

—El idiota no quiso pagarme lo que me debía, y todavía no conforme con eso, intento delatar a uno de mis chicos con la policía.

—Pero tenías que avisarnos de todos modos. Al tomar la estúpida decisión de quemarle su negocio con él dentro, sólo ocasionaste que las sospechas incrementaron, dirigiéndonos a nosotros ¿Te pareció prudente lo que hiciste? Ni siquiera te molestes en respondernos, ya sabemos la respuesta—. Don Armando ya estaba sentado tomando whisky en su escritorio, mirando pacientemente como este hombre regañaba a Oscar enfrente de nosotros—. Pero bueno, creo que al final lo más grave de todo es que contrataras a gente que no tenía nuestro consentimiento a que trabajar contigo ¿Nos vas a decir quien carajo son estos chicos o no? Por qué a los pobres los veo con una cara de no saber que mierda está pasando aquí —finalmente el hombre dejo de caminar de un lado a otro y se recargó en el escritorio de Don Armando, esperando una respuesta.

—Son solo carne de cañón —comentó la chica en tono burlón, lo que hizo que inconscientemente volteara a mirarla—. Me sorprende que nos vengan con el cuento de que ellos solos se enfrentaron a un grupo de Lirios y salieron en una pieza. Se ven como pajaritos asustados

Ahora si estaba nervioso. Estos chicos estaban tratando a Oscar como un completo idiota, y conociendo lo impulsivo y orgulloso que era, me sorprendía que no hubiera ya estallado en rabia y empezara insultar a todo mundo.

—No estoy mintiendo, esos malditos intentaron robarnos. Pero a eso no es a lo que iba. A lo que iba era a que estos chicos son de confianza. Ya saben que es lo que les puede pasar si es que intentan traicionarnos, además de que son un montón de novatos, cuando los encontré apenas y sabían manejar un arma. No tienen el valor de ir con la policía, saben que les ira mucho peor si intentan esa estupidez.

—Bueno —volvió a hablar Don Armando —digamos que confía en ellos. Parecen de ser chicos de fiar. ¿Cuáles son sus nombres?

—Yo soy Esaú...

—Jesús, pero todos me dicen Chucho.

—Ángel... —supongo que le dio vergüenza a él decir cuál era su apodo.

—Yo soy Arthur...solo Arthur.

Don Armando se levantó nuevamente de su silla y se acercó a cada uno de nosotros, como si quisiera descubrir si éramos alguna clase de impostor a soplón de la policía, pero al final solo sonrío y siguió hablando.

—Bueno muchachos; normalmente Oscar nunca me presenta a su nuevo equipo porque la mayoría terminaban muertos —esto último lo termino de decir con una carcajada. Esperaba que fuera una broma de mal gusto, o al menos eso era lo que yo quería creer—. Pero como les iba diciendo, más les vale que no sean un montón de mentirosos, y sean honestos con sus intenciones de trabajar con nosotros. No solemos llevarnos muy bien con los traidores o con los que están en nuestra contra, y les aseguro que se enteraran de eso en unos minutos cuando vayan interrogar a ese Lirio. Pero, en fin, bienvenidos. Supongo que es ahora justo que nosotros nos presentemos ante ustedes—. se volvió a sentar en su silla, y termino su último trago de whisky —Alberto ¿Me harías el favor?

—Será un placer —respondió el hombre que seguía recargado en el escritorio de Don Armando —Bueno, como ya saben, él es Don Armando, básicamente su jefe, el que está encargado de todo esto, y al que tendrán que rendirle cuentas siempre. Yo soy Alberto, su mano derecha, y cuando Don Armando no se encuentre o este ocupado, al que tendrán que rendirle cuentas es a mí. El que está sentado por allá es Jackson, mi hermano y él está encargado de todos los trabajos en los que son necesarios sicarios y matones. El normalmente será el que les encargará los trabajos, dará instrucciones, e incluso les de sus pagos, o se lo de a Oscar para que él se los entregue.

—¿Sicarios? —preguntó Esaú nervioso.

—¿Qué, que pasa con eso? ¿Tienen algún problema?

—No creíamos que tendríamos que matar a alguien... —respondido Lennon, para no dejar solo a Esaú.

—¿Pues que creían que era esto? ¿Un comité de niñas exploradoras? —nos contestó Jackson que seguía sentado en el sillón, jugando con lo que parecía un cuchillo—. Tarde o temprano tendrán que ensuciarse las manos, y sabrán que esa mierda no se quita solo con agua y jabón. Así que lo mejor, es que se vayan haciendo a la idea —lanzo el cuchillo, y quedo enterrado en el suelo, a centímetros de los pies de Esaú.

—Tendrás que arreglar tu chiste, tarado —le dijo Don Armando aparentemente molesto, a lo que Jackson solo soltó una pequeña risa burlona.

—Bueno ¿En que estaba? —siguió hablando Alberto —A sí, Michelle es...mierda ¿Dónde demonio se metió? —cuando giré a mirar a la chica que estaba sentada en el otro sillón, ya había desaparecido—. Ya tiene que quitarse esa horrible costumbre de abandonar las habitaciones cuando se le da la gana.

—Déjala, ya sabes que está loca, probablemente se aburrió y ya —le respondo su hermano.

—Pfff, está bien, ella era Michelle, luego les contare de ella. Pero por ahora creo que ya saben todo lo que tiene que saber ¿Tiene alguna duda?

Todos negamos con la cabeza.

—Bien, pues creo que eso es todo. Si Oscar deja de actuar como si fuera su propio jefe, creo que esto puede irles bien a todos. Vayan por el dinero que tienen en el maletero...y después pueden encargarse del Lirio que capturaron. Tienen dos horas para eso, pueden hacerle lo que quieran con tal de que responda lo que pregunten. Después vayan al bar que está en la superficie, siéntense en una mesa, y yo iré a darles la cuartada de cada uno para que oficialmente trabajen para nosotros. Les explicara más cosas, pero se me está haciendo tarde para ir a ver cómo demonios está mi hijo, así que apúrense con lo de la maleta por favor.

Sin ningún chisteo, los 5 salimos de la habitación, y regresamos lo más rápido que pudimos al auto. El chico al que secuestrado ya no estaba, así que supuse que ya se lo habían llevado. Tomamos las maletas y regresamos con Don Armando, el cual se veía bastante complacido al ver que ya teníamos su dinero.

—De acuerdo, si la cantidad que está aquí es la correcta, no tenemos ningún problema. Fue un placer conocerlos muchachos, estaremos en contacto, y... no hagan nada estúpido; por favor –terminó de decirnos, al mismo tiempo que Oscar ya estaba saliendo de la habitación. 

Ahora teníamos que hacerle la esperada visita al chico que secuestramos. 

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