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Capitulo 2

Llegue a mi lugar de trabajo unos 5 minutos tarde, aún llevando mi mochila de la escuela puesta. El olor a comida rápida abundaba en el lugar, y de ambiente se oían docenas de voces hablando y pidiendo comida al mismo tiempo. Era un establecimiento independiente, pero igual de famoso y lleno de personas como cualquier cadena masiva de comida rápida. Era ridículamente exitoso, y como todo negocio exitoso, necesitaba docenas y docenas de empleados para que se encargaran de mantener el negocio en pie. Fue por esa misma razón que mi madre me insistió mucho para que pidiera trabajo en ese lugar. Al principio no me hacía mucha gracia, pero, era trabajo seguro, así que no tuve de otra. En cuanto me presente para pedir el empleo, me pusieron un mandil, y a trabajar.

En fin, cuando llegué, me abrí paso entre la multitud de meseros que iban de un lugar a otro, y llegué hasta la cocina, donde era igual de caótico que afuera, con los cocineros yendo de un lado a otro, preparando todo tipo de cosas. Llegué hasta el fregadero, donde había montañas de platos sucios, y ahí me puse a hacer mi tan valioso labor.

Y ahí estaba yo, con un mandil con el logo más ridículo que podía tener un restaurante de comida rápida, incómodo, tallando con una esponja vieja la grasa que quedaba en los platos, listos para que algún cocinero los tomara de nuevo ya secos, y se volvieran ensuciar nuevamente.

No podía seguir mintiéndome, este trabajo lo odiaba, lo odiaba demasiado. Era aburrido y agotador. Todo el tiempo tenía en mi oído a los meseros pidiendo las ordenes a los cocineros, mientras ellos se movían desenfrenadamente, con si de una colonia de hormigas se tratara. Siempre tenía que haber ruido en ese lugar, nunca podía estar ni un segundo en calma. Y a parte me estaba frustrando. Tan pronto como se limpiaba un plato, venia otro ya sucio. Parecía que nunca acabaría, y que estaría lavando hasta que los dientes y el pelo se me cayeran.

Y las jornadas de trabajo eran realmente largas. Tenía que estar en ese lugar toda la tarde, hasta altas horas de la noche, contando con solo un receso de media hora, el cual aprovechaba para terminar todas las tareas de la escuela. Pero lo que más me llenaba de rabia, es que por más famoso y exitoso que fuera este lugar, la paga era una maldita miseria. Pero no me podía quejar, era el único lugar en la zona que siempre tenía vacantes y podías conseguir empleo fácil. Y la gente aquí no era nada amistosa. Si los meseros no me gritaban, eran los cocineros, y si no eran ellos, era el maldito gordo jefe de cocina que quiera que me apresurara con los platos y dejara de holgazanear. Tenía tantas ganas de aventarles la esponja a todos, tirar ese estúpido mandil, y largarme de ahí. Pero eran solo fantasías mías, estaba atado en ese empleo mediocre, al menos hasta que consiguiera otro mejor.

El fregadero estaba justo enfrente de una ventana, lo que hacía que me sintiera un poco menos sofocado de tanta gente que estaba en la cocina. Frente a la ventana, había un bar privado muy prestigioso. Siempre entraba la gente con ropa y trajes de marca, que yo en toda una vida, jamás me lograría poner. Llegaban en autos lujosos, y hombres rodeados de mujeres hermosas que traían vestidos espectaculares. Era casi como si fueran escenas de una película de televisión.

No voy mentirme, sentía una gran envidia por esos tipos. Lo más probable era que ellos habían nacido ya en una cuna de oro, con todo a su disposición solo con chasquear los dedos. Con el mundo a sus pies, desde el momento que empezaron a respirar. En cambio ¿Yo? Estaba jodiendome las manos en este empleo de mierda por unas miserables monedas.

Pero ya de nada servía frustrarme por eso, me había tocado ser lo que me había tocado ser, y no había nada que pudiera hacer al respecto. Terminé mi jornada, y guarde la esponja y me quité el estúpido mandil. Tomé mi chaqueta, mi mochila, y le reporté al gerente sobre mi salida, el cual con cara amargada, lo selló en una libreta.

Salí a la calle, y el viento brusco golpeando mi rostro fue lo que recibí. Lo que daría por una bufanda en estos momentos. Cuando crucé la calle, por donde estaba ese club nocturno, de la nada, un automóvil no logró frenar, y terminó empujándome unos cuantos metros hacia el pavimento, rodando como un tronco. Por suerte no me arrolló, simplemente me dio un fuerte empujón. Estaba dispuesto a levantarme y simplemente continuar con mi camino, después de todo no fue tan grave, pero cuando estaba poniéndome de pie, escuché el grito de uno de los pasajeros.

 —¡Oye imbécil, fíjate! Me acabas de abollar todo el coche.

Me levanté furioso, y vi la pequeña y brillante limusina negra, con el tipo que me gritó sacando su cabeza de la ventana desde atrás.

—¡Idiota! Tú me arrollaste —grite furioso mientras las luces del coche no dejaban de iluminarme

—Mejor quítate del camino, estás haciendo que lleguemos tarde. -dijo el conductor con toda la calma del mundo

—Hijos de perra... -susurré con furia.

Eso hizo que realmente me saliera de mis casillas. No estaba dispuesto a que estos imbéciles me pisotearan y humillaran. Me acerque hasta una de las luces del auto, y de una fuerte patada la destroce.

—¿¡Qué carajo te pasa animal!? —le oí gritar al riquillo desde atrás.

El conductor de inmediato se bajó del auto, pero yo ni siquiera le preste atención. Cuando estaba a punto de destrozarle la otra, sentí un golpe tan fuerte en el rostro, que hizo que perdiera el equilibrio y cayera al pavimento como costal de papas. Cuando levante la vista, vi al conductor, y me pareció que era más grande que dentro del auto. Ahí fue cuando mi instinto de supervivencia entro en el juego, he hizo que me levantara y saliera corriendo, antes de que ese gorila me partiera en dos.

No deje de correr hasta que mis piernas no pudieron más, y estuviera seguro que había perdido a ese conductor. Por suerte, no había ya señales de él, y eso me hizo respirar tranquilo. El rostro me dolía demasiado, creo que el golpe de ese sujeto terminó por dolerme más que el mismo golpe del coche. Tomé aire, me tranquilice un poco, y decidí caminar hacia mi casa para llegar y simplemente dormirme.

Los faroles de la ciudad estaban demasiado deteriorados. Algunos focos incluso los tenían ya fundidos, sin que nadie se molestara en repararlos o cambiarlos. Las calles se veían muy oscuras, haciendo que el ambiente se sintiera hostil. Siempre tenía la sensación de que alguien me estaba vigilando desde las sombras. Como un lobo al acecho, esperando el momento indicado para saltar sobre su presa, y morderle el cuello. 

Bueno, al menos por esta zona de la ciudad sí que se sentía así, porque en el centro, era otro mundo completamente. Estaba repleto de disqueras y clubes nocturnos, y por supuesto que todo estaba lleno de iluminación de todo tipo de colores. Era el lugar perfecto para que uno fuera y se olvidara de sus problemas por una noche. Ese era un lujo que no podía darme, y tampoco es como si tuviera amigos con los quien tener que ir. A veces pienso que nací para estar solo, el lobo solitario de la camada. Siempre tiene que haber uno, y supongo que me tocó a mí serlo.

En fin, seguí caminando un par de cuadras más, hasta que llegué a una zona repleta de edificios departamentales. Ahí era donde vivíamos yo y mi madre. Fue lo mejor que pudo conseguir cuando llegamos aquí, y no estaba tan mal, no tenía nada por qué quejarme. Tenía 2 habitaciones, un baño, una pequeña cocina que casi ni utilizábamos, una sala un poco más grande, y una ventana con balcón donde podíamos ver hacia el exterior. Aunque los servicios básicos como la luz, el agua fallaban constantemente. Ya me había tocado soportar apagones de días enteros. Pero, claramente no eran las peores condiciones en las que uno podía vivir, pero tampoco era un lugar en el que me gustaría pasar toda mi juventud. 

La zona donde se encontraba el edifico era uno de los más peligrosos y miserables. Había pandillas merodeando el lugar, rateros, estafadores, y probablemente uno que otro mafioso. Ya noches anteriores había tenido que soportar escuchar el sonido de tiroteos, mientras yo hacía un esfuerzo por conciliar el sueño. Siempre tenía que tener los ojos abiertos, estar alerta como si viviera en la jungla. Era agobiante, frustrante, agotador y desesperante. Pero no tenía de otra, tenía que adaptarme al lugar.

Los vecinos eral igual de odiosos que los que merodeaba las calles. Arriba de nuestro departamento, en el piso superior, vivía una familia demasiado numerosa que se la pasaban todo el tiempo haciendo ruido. Era la madre, el padre, dos niños, y una chica que era un año mayor que yo. En el departamento de a lado, tenía entendido que aún nadie vivía ahí, mientras que en el otro, vivía una señora de tal vez unos 40 años soltera, que fácilmente tendría una docena de gatos viviendo con ella. Odio con todas mis fuerzas a esos malditos, siempre que me ven se lanzan a atacarme, clavándome sus garras sin consideración alguna. Ya he tenido que tirar más de 3 playeras por esos demonios.

Son los únicos vecinos con los que cuento. Este edificio departamental está muy vacío de inquilinos, y para ser sincero, no me sorprende en lo absoluto. Nadie cuerdo vendría a vivir por esta zona por voluntad propia.

Subí las oxidadas escaleras hasta llegar a mi piso. Cuando llegué a la puerta de mi casa, al intentar poner la llave en la cerradura, esta se quedó atascada, lo que hizo que terminara por desesperarme, y comenzara a forcejear muy bruscamente para que saliera de la cerradura, o al menos que girara y la abriera.

Al final logra hacer lo segundo, y la puerta se abrió de golpe, haciendo que casi me fuera de hocico. Logré mantener el equilibrio, pero la maldita llave seguía sin querer salir de la cerradura, así que la moví con fuerza, hasta que finalmente salió, haciendo bastante ruido.

—­­­­­­¿Arthur? Arthur ¿Eres tú?

—¡Si mama! Soy yo 

—¿Por qué tanto escándalo?

—­­­­­­Lo siento, es que ésta porquería volvió a quedarse atascada, pero no importa, ya logré sacar la llave.

—Está bien hijo, me da gusto que hayas vuelto. Creo que quedó algo de pollo en la estufa, puedes calentártelo y comerte todo lo que quedó. No te preocupes por mí, ya cené.

—­­­­­­Como tú digas ma.

Coloqué las llaves de la casa en el llavero viejo de madera que estaba clavado en la pared, y después me dirigí hacia el baño.

—Mamá, volviste a dejar las luces encendidas del baño.

—­­­­­­Oh... —­­­­­­la escuche quejarse –­­­­­­lo siento hijo, se me habrá olvidado, ¿Puedes apagarlas por mí?

Bajé el interruptor del baño, y me dirigí a mi cuarto. Ahí dejé mi chaqueta y mi mochila encima de la cama, y me dirigí a la sala, donde se encontraba mi madre sentada en un sillón con una manta cubriéndole los pies, mirando pacíficamente el pequeño televisor que teníamos. Ella siempre solía apagar las luces de la casa para que pudiera mirar mejor el televisor. Hacía que el lugar se viera deprimente, pero al mismo tiempo, relajado y tranquilo. Era como una especie de tristeza que te calmaba la mente.

—­­­­­­¿Qué estás viendo mamá? —­­­­­­pregunté mientras me acercaba al sillón.

—Nada interesante, solo las noticias —­­­­­­dijo mi madre con una voz tan calmada. Tenía ya más de 50 años, y parecía que todas las energías y ánimos con las que había contado en el pasado, habían desaparecido para no volver.

—¿Alguna noticia buena?

—Pues lo mismo de siempre.

Cuando ella decía eso, se significaba todo tipo de tragedias. Robos, asaltos, asesinatos, secuestros tiroteos. Pasaba ya tan a menudo, que la gente había optado por normalizarlo, a tal punto de que una fosa llena de cuerpos abandonados en algún desierto, era cosa de todos los días.

—Bueno, pues te dejo seguir viendo la tele, tengo que hacer unas cosas en mi habitación.

—Está bien hijo, pero solamente que no se te olvide cenar. Últimamente no veo que comas, y ya comienzas a preocuparme.

—No mamá, no te preocupes, ya sabes que cuando llego ya tarde a casa, ya no tengo hambre.

—Está bien, como digas —dijo, para después volver a mirar la televisión.

Me alegré de que no hubiera notado que tenía un moretón en el rostro. Lo último que quería hacer era preocuparle por más cosas. Al final que las luces estuvieran apagadas sirvió de algo.

Subí a mi habitación y una vez ahí, intente abrir la ventana de ésta, para que entrara un poco de aire fresco, y me ventilara, pero como el marco ya estaba viejo y oxidado, me costó demasiado poder abrirlo, pero al final, lo logre. Saque la cabeza por ésta, y contemplé la ciudad desde ahí. Podía verla casi toda, estaba en uno de los penúltimos pisos del edifico, y lo único que me opacaba un poco la vista, eran los enormes edificios llenos de oficinas que se alzaban por los cielos. Quien diría que antes todo esto no era más que una enorme llanura, y ahora estaba repleta de monstruos de concreto. Y también me preguntaba, cómo se vería la ciudad dentro de 30 o 40 años. Tal vez las montañas que se veían más a lo lejos, cambarían, y se llenarían con los mismos monstruos de concreto. La ciudad se expandiera, o desaparecería. Tal vez dentro de 40 años, ésta ciudad sea olvidada, y remplazada por una mejor, como esta reemplazó a la que estaba hace 40 años. En fin, mi cabeza luego daba vueltas y vueltas, y terminaba pensando en cosas que sólo me estresaban.

Seguí contemplando la vista, y mientras lo hacía, saqué un cigarrillo que tenía escondido en mi pantalón, y con un encendedor de metal que calculaba que estaba 2 tercios de su uso, lo encendí y me puse a fumarlo sacando todo el humo desde la ventana. Había escuchado hace tiempo que ayudaba a relajar los nervios, pero realmente no estaba muy seguro si eso era cierto.

Mientras yo estaba en lo mío, comencé a oír como alguien corría agitadamente justo debajo de donde estaba yo, por un callejón que conocía que era poco amistoso. Se trataba de un chico de tal vez mi edad que cargaba una mochila, siendo perseguido por otros 3 tipos que tenían pinta de ser unos matones. El chico parecía ser más rápido que esos tipejos, pero cuando creí que estaba a punto de salir del callejón, uno de los matones logro agarrarlo de la mochila, y lo derribaron muy bruscamente. El chico intentó levantarse rápidamente, pero le soltaron una patada en el estómago que lo hizo volver al suelo. Los matones comenzaron decirle algo al pobre chico, pero por la distancia en la que me encontraba, claramente no oía un carajo. Al final, lo volvieron a patear un par de veces, le arrancaron la mochila de la espalda, y comenzaron tirar todas las pertenencias al suelo. Lo más importante que salió de la mochila, fueron 5 fajos de billetes gruesos. Nunca olvidaré los ojos de los matones al ver esa cantidad de dinero, llenas de avaricia y codicia. Al final dejaron tirado al pobre muchacho mal herido con su mochila y sus cosas regadas en el suelo.

No sabía que era lo que se suponía que tenía que sentir por el chico. Tal vez lastima o miedo, pero a cambio, solo sentí indiferencia. No sabía si eso era algo bueno o malo, a lo mejor y mi conciencia simplemente se estaba excusando con que tenía mejores cosas por las cuales preocuparme, que por un simple asalto. Y lo supe cuando escuché a mi madre toser bruscamente repetidas veces.

Apague rápidamente el cigarrillo como pude, y corrí escaleras abajo para poder ayudarla. Llegué al sillón donde se encontraba mi madre tosiendo con un trapo en la boca, y comencé a darle palmadas en la espalda mientras le decía que estaba bien, que estaba con ella. Cuando terminó de toser, el trapo estaba cubierto de sangre.

—Mamá ¿Si te has tomado tus pastillas verdad?

—Claro que si hijo, pero no creo que me estén ayudando en nada.

—Tenemos que ir a un hospital, que te revisen bien y...

—Pero ¿Con qué dinero Arthur?

—Bueno, si ocupamos el dinero para la universidad...

—¡Por supuesto que no! Ese dinero no se toca, es para ti, y sólo para ti. Esa es tu oportunidad para que puedas ser alguien en la vida.

—Pero mamá, ahora tú lo necesitas más que yo.

—He dicho que no, y esa es mi última palabra.

Era inútil, mi mamá iba a seguir de terca. Ella no lograba entender que si daba todo para que yo tuviera un futuro brillante, ella no estaría para verlo. Eso sí que me ponía mal de solo pensarlo, pero no podía hacer nada. Ese dinero mi madre lo tenía tan bien escondido que ni yo sabía dónde pudiera estar.

Después le volvió a dar otro ataque de tos, y corrí lo más rápido que pude hacia la cocina, y tomé el frasco de pastillas que el doctor le había recetado. Le serví un vaso de agua, e hice que se las tomara.

—No podemos seguir así mama, tenemos que ir a un hospital para que de verdad te puedan dar un tratamiento serio.

—¡Que no podemos Arthur! No hay dinero, y no estoy tan mal, no te preocupes, saldremos de esta, como siempre.

Vaya mierda, no tenía caso seguir discutiendo, solo le di un beso en la mejilla, y me largue a mi habitación, como siempre, de nuevo olvidándome de ir a cenar. No dormí muy bien esa noche, sabía que si no hacía algo rápido, mi madre moriría, y me quedara solo...

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