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Epílogo

Sara.

- ¡¿Qué hizo que?! -exclamó Sara, en una mezcla de emociones que se aglutinaban en su pecho- ¿Por qué? ¿Por qué ellos?

- Quizá el gobernador esté desesperado, no lo sé Sara. Las cosas los últimos meses se salieron tanto de control en esta ciudad -le intento explicar Hank, pero Sara seguía alterada

- Sí, pero... ¿ellos? De verdad, de todos los que podían existir ¿ellos tenían que venir?

- No son tan malos como parecen... al menos saben lo que hacen.

- No son policías, no son militares... son asesinos. Mercenarios ¿sabes lo que implica esa palabra? No voy a trabajar con esos cabrones inmorales. Tenemos principios aquí, valores. No vamos a volvernos monstruos para luchar contra monstruos.

- No es mi decisión Sara ¿Qué quieres que te diga? A mi tampoco me emociona que estén aquí, ordenando y organizando las cosas, pero... la ciudad se está yendo al demonio. Quizá sean necesarias medidas algo extremas.

- ¿Medidas algo extremas? Basicamente es ver que cabron es mas desgraciado para ver quien gana. Maldita sea -Sara se llevó la mano restregándola en su frente, frustrada y molesta-. ¿Cuándo se supone que estarán aquí?

- Ya lo están. De hecho, están organizando en un par de minutos una reunión en la comisaría principal para dar la noticia personalmente

- Esto debe ser un chiste Hank ¿Qué tan bajo hemos caído como para trabajar con ellos ahora? -le comento frustrada, mientras se sentaba en la silla de su escritorio, atónita, mirando hacia abajo.

- Tiempos oscuros, medidas oscuras. Pero no te agobies tanto, veras que tan pronto como lleguen se irán.

Sara negó con la cabeza, decepcionada. Nunca pensó que las cosas entre los Connor y los Lirios escalarian tal punto que la situación fuera incontrolable, colocando a la ciudad en un estado de guerra interna absoluto. Sin duda, las cosas debían de ser delicadas como para que mandaran a ese grupo de mercenarios en específico para que pudieran controlar las cosas. Era como soltar un perro rabioso para que matara a otro perro rabioso. O en este caso, a dos. Fuego contra fuego.

- Bueno, será mejor que vayamos y terminemos con esto; quiero escuchar lo que tengan que decir esos imbéciles antes que nada -declaró Sara finalmente, colocándose de pie.

Cuando llegaron a la comisaría, dentro de esta había una multitud de policías uniformados reunidos platicando y esperando a que la reunión comenzará. Y en lo alto, estaba una tribuna que habían colocado en una plataforma, para que quien fuera que quisiera tomar la palabra fuera visible para todos.

Sara llegó, con los brazos cruzados y con el ceño fruncido. Hank se abrió paso entre la gente hasta llegar a la tribuna, antes de que sus invitados llegarán. Fue en eso, que Sara logró encontrar a Gale entre la multitud, acercándose a él para saludarle.

- Oye Sara ¿escuchaste eso? Parece que va a haber una reorganización, otra vez volveremos a la acción, ya no estaremos metidos en esos archiveros aburridos ¡Volveremos a ser compañeros!

- Si, si, escuché algo parecido, Gale. Pareces muy emocionado...

- Bueno ¿Qué te puedo decir? Extrañaba un poco los días cuando solo éramos tú y yo contra los imbéciles drogadictos traficantes de las calles. Más emocionante al menos que estar organizando un montón de papeles en una oficina.

Antes de que Sara pudiera contestarle algo, la puerta de la comisaría se abrió con tal brusquedad, que la sala entera se quedó en silencio. Todos los murmullos como las voces se apagaron, y las miradas se dirigirán hacia la puerta. Unos pasos pesados se comenzaron a escuchar avanzando hacia la tribuna, mientras que todos, a diferencia de cómo tuvo que pasar Hank, sin tener que pedirlo o propiciar una palabra, se hacían a un lado para hacerle paso a la figura extraña. Cuando llegó al altar, comenzó a toser para aclararse la garganta, de forma soberbia, mientras se arreglaba la chaqueta blindada militar que traía puesta. Y detrás suyo, se posicionaron diferentes figuras, vestidas igual que él, clamando de una presencia que hacía sentir nerviosa a Sara.

El líder se posicionó enfrente de la tribuna. Era un hombre de quizá 40 años, con una barba descuidada y cabello largo llegándole hasta la mitad del cuello, de color castaño con algunas canas. De complexión atlética, pero sin llegar al músculo exorbitante, con un enorme fusil colgándose en su hombro.

- Pues, comencemos desde el principio ¿quieren? -comenzó a hablar, con una amplia sonrisa mirando a todos los policías, desconcertados-. Si estamos aquí ahora, justo en este preciso lugar, y no matando comunistas en el medio oriente con petardos que les volarían el recto a cada uno de ustedes antes de que siquiera pudieran gritar por ayuda a sus mamis, es porque han estado haciendo un trabajo tan de mierda, que tuvimos que venir aquí, a esta ciudad tan hermosa que una vez fue el orgullo de nuestra nación, siendo imagen del progreso humano, lujos y diversión, ahora convertida en un campo de juego para un montón de niños idiotas mal criados que piensas que jugarle al gánster es lo máximo, limpiándose el trasero con billetes de 100 dólares... solo para poder explicarles cómo se supone que deben de hacer su maldito puto trabajo bien. Así que, para decirlo en términos más prácticos; nuestra amada ciudad fue invadida por ratas asquerosas pulgosas y apestosas: que ustedes, gatos estúpidos, no se han hecho cargo de ellos, y solo se la pasaron más que lamiéndose las bolas y relamiéndose los bigotes entre ustedes, dejando que esta plaga se reprodujeran entre ellos, creciendo y creciendo más; hasta que nuestro querido y pulcro gobernador tuvo que soltar un poco de la cadena a los perros rabiosos para que les mostraran como hacer el trabajo sucio, y así poder deshacernos hasta la última de esta plaga de ratas mafiosas putrefactas infelices bastardas -el hombre extendido los brazos, como si fuera a presentar alguna especie de show, mientras todos se quedaban en silencio, atónitos por lo que estaban escuchando-. Esa familia Connor no tiene ni idea de que tan alto les va a llegar la mierda que cuando menos lo vean, estarán hasta el cuello, y se van a terminar ahogando entre su propia cagada. Y a esos loquitos pandilleros que nos han estado rompiendo las pelotas desde los últimos años... ¿Cómo dicen que eran? -se acercó a uno de sus hombres, susurrándole al oído el nombre- ¿Lirios? ¿en serio? ¿Cómo la planta? ¿A qué clase de imbécil se le ocurrió un nombre tan pendejo como ese? Bueno, no importa, a esos pandilleros llamados Lirios, los castraremos a cada uno de ellos colocando sus bolas en una estaca para exhibirlas en la explanada principal del parque, para que cualquier otro pendejo que quiera tratar de hacerse del control de la ciudad, se lo piense dos veces antes de que quiera perder sus bolas.

Todos se quedaron en silencio, cuando el hombre terminó de decir su vulgar discurso. Sara se cruzó de brazos, y frunció el ceño con desprecio. No podía creer que el gobierno tan inepto, viendo la gravedad del asunto no se hubiera dignado siquiera en mandar a algún escuadrón del ejército, o alguien profesional capacitado para poder controlar la situación. No al grupo de mercenarios famoso por ser el más cruel, sádico, violento e inmoral de todos. Si bien, Sara sabía que muchos pensaban que la táctica "Fuego contra fuego" era efectiva en situaciones desesperadas, no muchos se ponían a pensar que atacar al fuego con más fuego, solo provocaría que el incendio se agranda tanto, que al final no quedarían más que cenizas y polvo.

- Así que, denle la bienvenida a La Compañía Delta Épsilon, por que llegamos a la ciudad, perras.

Sara solo suspiro, molesta, y miro como el silencio se rompía cuando los policías del departamento comenzaban a aplaudir con fuerza, eufóricos, dando gritos de apoyo y emoción.

Fue cuando supo, al ver todo el apoyo que les daban a esos asesinos, que la ciudad, junto con sus habitantes, estaban condenados.

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