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Capítulo 50

El aire apestaba a tabaco. Ni siquiera quería seguir fumando el cigarrillo que tenía entre mis dedos; con todo el mundo haciéndolo; solo era necesario tomar una bocanada de aire para meterte la nicotina en los pulmones. En mis manos, miraba mi vieja credencial de la escuela, algo chamuscada de las esquinas por el incendio. No podía evitar sentir nostalgia al verla, cuando antes únicamente me provocaba odio y frustración. Pero el verla ahora, con todo lo que había pasado, me hacía añorar los días de antaño, cuando todo era simple. Recuerdo bien que cuando recién me la dieron y llegué sin muchos ánimos a mostrársela a mi madre, ella casi comenzó a llorar de alegría y orgullo. Su hijo sería alguien en la vida, o al menos eso era lo que pensaba. Le esperaba un futuro brillante...

De fondo podía escuchar la lenta melodía de In My Life de los Beatles. Michael pensó que era buena idea poner algo de música para que el ambiente no fuera tan deprimente, pero escuchar esa condenada canción solo hacía que me pusiera mucho más sentimental.

Nos encontrábamos en una funeraria bastante sofisticada que ni de chiste habría podido pagar yo. Una habitación extensa con varios sillones, sillas, una mesita de centro y varios arreglos funerarios que tampoco hubiera podido pagar yo. En el centro se encontraba un ataúd de madera refinada, sellado a petición específica mía. No iba a torturarme más, quería acabar con esto lo más rápido que pudiera.

Toda la familia Connor estaba presente con sus trajes elegantes y caros, excepto Alberto, que no había podido presentarse ya que posiblemente se encontraba tratando de arreglar todo el desastre que había traído la ahora confirmada resucitación de Ezekiel. También estaban los tres hermanos rusos, Anna, y Demian que se veía bastante gracioso en su traje que le habían prestado, ya que le quedaba todavía bastante grande.

Cuando miré a todos en la habitación, me percaté de que ninguna de estas personas mi madre las había conocido en vida; ni una sola. Y eso me dio un enorme remordimiento. Todos solo eran un montón de criminales asesinos iguales o hasta peores que yo. Gente con la que nunca mi madre se hubiera relacionado en ningún sentido, y por mi puta culpa, ahora esa era la clase de gente que le estaban velando. No estaban por ella, estaban por mí, y eso era una maldita mierda. Esto no se trataba de mí, se trataba de ella, y hasta en eso, le había fallado.

Todos estaban vestidos formalmente de negro, como era la tradición. Solo que yo en vez de usar un saco, llevaba mi chaqueta negra con una camisa blanca debajo. Era lo más cercano que tenía a lo que llevaban los demás, ya que la mayoría de mi ropa la terminé perdiendo en el incendio. Y aunque Michael trató de prestarme uno de los suyos, yo me negué rotundamente. No estaba dispuesto a llevar ropa ajena al funeral de mi madre.

La liria, que ahora recordaba que se llamaba Nelly, se encontraba paseando por la sala donde estábamos todos, ofreciendo bocadillos en un plato. No vi exactamente qué eran, porque de igual modo no tenía nada de apetito. Solo me encontraba mirando a la nada, con la credencia aún en mi mano, mientras respiraba el olor a tabaco que emanaba en la sala, sin pensar en nada en particular, solo... existiendo.

Fue entonces cuando miré mi mano, y vi la enorme cicatriz que cruzaba mi palma verticalmente de extremo a extremo, producto de la herida que Ezekiel me causó con su cuchillo el día de la muerte de Lennon. Aún me costaba mover un poco los dedos, pero... se había curado bastante bien.

Después de que abrí esa caja en la oficina de Don Armando, mis amigos me sacaron de la habitación para que evitara seguir mirando lo que había dentro de la caja; pero Don Armando la revisó, y encontró que debajo de la tabla de madera, había una carta sellada de Ezekiel. Cuando pude calmarme más, me la intento dar, ya que parecía que era correcto que yo la leyera, pero simplemente me limite a tomarla y arrugarla hasta romperla, para después tirarla al suelo. Don Armando no me culpo, y me dijo que era mi derecho si no quería saber lo que Ezekiel tenía para decirme, pero que lo que, sí era importante del contenido de esa carta, es que había unas coordenadas escritas, donde supuestamente encontraría lo que quedaba del cuerpo de mi madre, según Ezekiel, por si es que quería darle un "digno" entierro.

Michelle mando un pequeño grupo con Michael para que verificaran las coordenadas, y no se fuera a tratar de alguna trampa orquestada por ese maldito. Pero por fortuna no fue así. Michael solo me contó que encontraron el cadáver de mi madre envuelto en su totalidad en una manta, acostada detrás de unos arbustos en el bosque.

Así que Don Armando se encargó del entierro. No me cobró un centavo, pero tenía la sospecha de que no había sido por bondad suya, si no que Michael se lo había pedido explícitamente, ya que era difícil no notar que mi amigo era el que realmente estaba organizando la mayoría de las cosas.

Seguía sentado en el sillón, pensando en mis cosas, cuando Nelly llegó, me extendió el plato con los bocadillos para que tomara uno. Esaú y Michael que se encontraban sentados a mi lado tomaron los suyos, pero yo solo desvié la mirada y negué con la cabeza

— Vamos Arthur, ya llevas un buen rato sin comer nada, inténtalo al menos —me intento animar Nelly, pero yo solo volví a negar con la cabeza.

— No tengo hambre —dije secamente.

— Déjalo, ya le dará —le dijo Esaú a Nelly, a lo que ella solo asintió con una mueca, continuando ofreciéndole a los demás.

Yo solo suspire pesadamente, intentando acomodarme en el sillón.

— ¿Dónde estará Chucho? Ya se tardó bastante —se quejó Michael, a lo que Esaú solo levanto los hombros.

— Considerando que el tarado debería estar en reposo por su herida... a mí me parece que va con buen tiempo.

— Me dijo que pasaría a mi edificio, con el gerente a recoger las cosas que se salvaron de mi casa —les comente a los dos, pero sin levantar la mirada—, al parecer unas cuantas cosas se lograron rescatar, pero el gerente no quiere ya saber nada de mi porque el edificio quedó clausurado, y está furioso por toda la renta que está perdiendo. Pero Chucho le dijo que mi madre murió y... bueno, eso lo detuvo de tirar todas mis cosas a la mierda. Pero ya no las quiere tener más ahí.

— Que tarado, como si hubiera sido tu culpa ese incendio... se quejó Michael, pero probablemente se arrepintió de mis palabras al notar como lo empecé a mirar.

En eso escuchamos un auto aparcándose afuera, y segundos después a Chucho entrando por la puerta, igual con un traje elegante pero no tan distinguido como el que usaban los Connor. Tenía el cabello desarreglado, y enormes ojeras que se le remarcaban debajo de sus párpados. Suponía yo que no llevaba su gorro puesto por respeto más que nada.

— Perdón por la tardanza, el baboso del gerente no quería aflojar las cosas tan fáciles, y tuve que darle algo dinero para que lo hiciera. Pero ya tengo todas tus cosas en el auto, si quieres cuando... terminemos aquí, te las paso a dar.

No le respondí, solo me limité a asentir desanimado, mientras volvía a enfocar mis ojos en mi antigua credencial escolar. Chucho me miró algo tímido, quizá pensando en que estaba molesto con él por lo que había sucedido. Y no se equivocaba, estaba molesto... furioso, a decir verdad.

— Bueno, ya que estamos todos... creo que podemos comenzar ¿no? —mencionó Michael, mientras se ponía de pie. Yo solo volví a asentir, eh hice lo mismo.

Todos los presentes en la habitación se pusieron de pie para acompañarme. Pero antes de que cargáramos el ataúd para llevarla al coche funerario, me quedé parado frente de él, mirándolo sin ninguna expresión en mi cara. Pensé que cuando llegara el momento, tendría muchas cosas que decir. Agradecerle por todo, pedirle perdón por todas las decisiones de mierda que había tomado, y más que nada poder expresar cuanto es que la amaba. Pero no salió ni una palabra de mi boca; no sé si porque ya estaba cansado simplemente de todo, o porque realmente no tenía nada que decir. Y eso me hacía sentir como un completo imbécil.

Michelle pareció verme afligido, por lo que se acercó a mi lado y colocó su mano sobre mi hombro, como si quisiera darme una especie de apoyo o consuelo.

— Parecía una buena mujer. Yo también perdí a mi madre cuando era chica, pero... bueno, esto es distinto. Mi madre era una estúpida que solo se preocupaba por ella. La tuya sin embargo... parecía ser de las buenas.

No le respondí, solo me seguí limitando a mirar el ataúd. No quería escuchar ni una maldita palabra estúpida de intento de consolación, o lástima hacia mí. No quería saber una mierda de eso. Y parece que Michelle lo noto, porque quitó su mano de mi hombro, y metió sus manos en los bolsillos de su gabardina que llevaba puesta, pero sin apartarse de mi lado, mirando al ataúd conmigo. Después de unos segundos de quedarnos los dos en silencio, Michelle pareció notar la cicatriz que llevaba marcada en mi mano, a lo que solo dio un pequeño suspiro, y volvió a hablar, pero igual, sin apartar la mirada del ataúd.

— ¿Sabes? Una vez escuche que hay 5 etapas del duelo para cuando alguien está pasando por una situación dolorosa. La negación, ira, negociación, depresión, y finalmente aceptación —me dijo, mientras las iba enumerando con sus dedos—. Pero, siento que falta una...

Seguí sin mirarla, pero no pude evitar comenzar a prestar atención a lo que fuera que quisiera explicarme.

— "Las heridas se curan con el tiempo"— comenzó a decirme—, apuesto que has oído esa frase un millón de veces. Yo también... pero no estoy de acuerdo. Las heridas perduran y se quedan con nosotros, y con el tiempo lo que pasa es que la mente para poder proteger su cordura las comienza a cubrir con cicatrices para que el dolor se atenúe... y entonces, olvidamos, perdonamos. Pero... las heridas nunca desaparecen, solo las ignoramos. Claro que la herida sanará, pero eso no quita que esté destinada tarde o temprano a sangrar...

Eso último me terminó llamando la atención, provocando que desviara mi mirada a la de Michelle, a lo que ella hizo lo mismo.

— El tiempo solo cura lo que ya no importa, Arthur. Y yo sé que tú eres lo suficientemente listo como para querer olvidar y perdonar. La venganza; esa es la etapa final del duelo que quiero agregar. Y si algo te puedo prometer... es que lo que hizo ese bastardo, no va a quedar impune. Y va a pagar por lo que hizo. Por todo lo que a echo —cuando terminó de hablar, apareció Don Armando detrás de Michelle, quizá al escuchar nuestra plática a lo lejos.

— Hay mucho trabajo que hacer por delante Arthur. Pero ganaremos este jueguito de niñatos que armo ese psicópata. Volveremos a restaurar el orden de todo como estaba antes, y vengarás a tu madre. Se le hará justicia.

No pude evitar soltar una pequeña risa al escucharlos. Después de eso, mi risa se hizo más tenue, hasta que se convirtió en una carcajada, mientras mis ojos se iban llenando de lágrimas, pero no de tristeza ni de felicidad, si no de coraje.

— ¿"Justicia"? ¿En serio? —les pregunté, aun riéndome— Ustedes... a ustedes no les importa una mierda. Nunca les importo una mierda yo o mi madre. Ustedes solo quieren matar a Ezekiel porque es una puta piedrita en su enorme zapato que no los deja caminar en paz.

— Arthur... a ver, no se trata de eso. Claro que Ezekiel es un problema para todos, pero eso no significa que...

— No —le interrumpí, dejando de reírme y mostrando una expresión fría y molesta—. Ustedes solo me usan. Siempre lo han hecho, y a decir verdad yo estaba bien con eso... pero ahora, me canse. No seré más su puto juguetito; ya no tengo razones para serlo. La única razón por la que lo era ¿adivinen qué? — señale el ataúd, furioso— ¡Está metida ahí dentro, pudriéndose! ¡Así que ni piensen que voy a seguir jugando al maldito mafioso con ustedes, porque la verdad es que estoy jodidamente harto de todo esto y de ustedes!

Todos voltearon a mirarme, extrañados y confundidos al escucharme gritar. Don Amando pareció afligido, y extiendo las manos como si quisiera calmar a algún animal rabioso que estaba a punto de atacar.

— Arthur... a ver, sé que estás afectado por todo lo que sucedió, y no es fácil de afrontarlo, pero no voy a permitir que...

— Váyanse a la chingada todos ustedes —dije, encarándolo con la mirada en llamas, y apretando los dientes con fuerza—. No quiero tener nada que ver con ustedes ¡nunca más!

— Ay no, no otra vez —llegó Michael al ver que sucedía, con la mirada preocupada.

— De verdad, desde que los conocí a todos ustedes, desde que me metí a este puto fango lleno de mierda, todo lo que me importaba, todo por lo que luche ¡Se arruino! ¡Desapareció! ¡No son más que cenizas, sangre y puta carne putrefacta llena de gusanos! ¡Muerta! —les apunte con mi dedo, mientras que todos se me quedaban viendo, asustados y confundidos⸻. Todo desde que me involucre con la glamurosa familia Connor.

Michelle bajó la cabeza, y no se atrevió a mirarme, quizá al pensar que no reaccionaria a esa manera. Jackson pareció enfadado, y se acercó amenazantemente hacia mí, pero Don Armando lo detuvo colocándole el brazo, siendo el único que me seguía sosteniendo la mirada.

— Nunca estuve más solo... ¿entienden? —las lágrimas comenzaban a llenarse en mis ojos, pero seguía sintiendo una furia incontrolable que me quemaba la garganta— ¡No me queda nada! ¡no me queda nadie! ¡Todo se fue a la mierda, todo desapareció! ¡Y todo es su maldita puta culpa!

Todos se quedaron en silencio. Me limpie las lágrimas con fuerza, aun con tanta rabia contenida. Don Armando me siguió mirando, con tanta frialdad que por un momento su cara se me deformó hasta convertirse en una estatua.

— ¿Terminante? —me pregunto, con sus ojos de asesino calculador.

— Una vez se lo dije a Michael, y se lo digo usted ahora. Yo no les importo una mierda; a nadie realmente. Mientras ustedes consigan lo que quieren... que los demás se jodan ¿no?

— Arthur, cálmate por un demonio —llegó Michael, interponiéndose entre mí y su padre, tomándome de los hombros— estás en el funeral de tu madre, por todos los cielos.

— ¡Está muerta idiota! —le grité, dándole un cabezazo con todas mis fuerzas justo en su nariz— ¡Muerta!

Michael cayó al suelo en un instante de espaldas, con el rostro cubierto de su sangre, la nariz rota, y sus ojos llenos de lágrimas por el golpe.

— ¡Ese hijo de perra! —exclamó Jackson sacando su arma, pero Don armando lo detuvo tajantemente.

— ¡No lo...! —intentó detenerlo Michael también, tratando de levantarse mientras se agarraba la nariz aturdido, goteando sangre de esta, pero volviendo a caer.

Yo solo di la media vuelta, y me dirigí hacia la puerta, empujando a Esaú y a medio mundo que se habían quedado atónitos, para que se hicieran a un lado.

— Arthur... Arthur, espera por un demonio... ¡Arthur! —me trato de seguir Chucho, haciendo a la gente igual a un lado para tratar de alcanzarme.

Cuando salí al exterior justo donde estaba estacionado el auto de Chucho, estaba hecho una furia, apretando mis puños tanto como mis dedos me lo permitieron, y estando a nada de comenzar a hiperventilar. Chucho salió casi al instante, tomándome por la espalda, pero yo lo aparté al instante. Iba a caminar para alejarme de él, pero mi amigo se interpuso en mi camino, colocándose enfrente mío y poniendo sus manos sobre mis hombros, para que me detuviera.

— Arthur, detente, sé que estás enojado, estás furioso y buscas un culpable... Lo sé, lo entiendo.

— No entiendes una mierda; quítate de mi camino —le amenace, apretando mis dientes.

— Estás enojado conmigo, y sé que quieres golpearme, te mueres por hacerlo. Y piensas que yo tuve la culpa de lo que le paso a tu madre, y que también yo fui quien no pudo protegerla ¿Y sabes algo? Tienes toda la razón, fue mi maldita culpa, y todo esto es responsabilidad mía. Así que vamos, golpéame, si eso te logra hacer sentir mejor, hazlo ¡golpéame!

No lo pensé casi nada, apreté mi puño y mis labios, asintiendo, para después darle un fuerte puñetazo a Chucho en la mejilla izquierda, rompiéndole el labio. Mi amigo cayó al suelo cuando recibió el golpe, y aturdido, se tocó la cara para ver si sangraba.

Pero cuando lo vi en el suelo, herido, con los ojos lagrimosos, no sentí satisfacción alguna, y toda mi ira desapareció. Mire mi mano, con mis nudillos rojos por el impacto Ya no sentía rabia, ni enojo, sino una profunda tristeza que me invadió.

— Yo... lo siento —rápidamente, lo tomé de su brazo, y lo ayude a levantarse, para después, abrazarlo con todas mis fuerzas— Lo siento Chucho, lo siento, lo siento, lo siento...

Continúe abrazándolo, mientras mis ojos se iban llenando de lágrimas. Mi amigo no dijo una palabra, y simplemente me correspondió el abrazo.

— Se estaba recuperando... ella... estaba recuperándose —comencé a sollozar, sin dejar de abrazarlo, comenzado a llorar en su hombro.

— Lo sé... —me contestó él, con la voz rota y temblorosa— lo se...

— Se fue Chucho... ella... ya no volverá... ya no volverá... se fue para siempre.

— No... no lo hará... lo siento, lo siento mucho...

Me quedé abrazándolo hasta desahogar todo mi llanto consumido. Ya no sentía que él tenía la culpa, había hecho lo mejor que pudo, y la defiendo con su vida como me lo había prometido. No podía estar molesto con él, no podía estarlo realmente con nadie. Todo era mi culpa, y solo mi culpa.

No sé cuánto tiempo pasó desde que me le quedé abrazándolo, que finalmente pude dejar de llorar.

— Vamos amigo... hay que regresar adentro... —me dijo, a lo que yo le asentí, limpiándome las lágrimas.

— Si, solo... necesito un momento... necesito tomar algo de aire —le dije, mientras soltaba una pequeña sonrisa, pero aún con mis ojos llenos de lágrimas.

Chucho me asintió con una sonrisa, igual limpiándose las lágrimas, para después adelantarse y volver entrar a la funeraria. Yo me quedé afuera un momento, tratando de calmar todo el huracán de emociones que sentía en el pecho, cuando mis ojos enfocaron en el pavimento unas llaves. Las llaves del auto de Chucho.

Cuando las tomé, pensé inmediatamente en entrar para regresárselas... pero cuando iba hacia adentro... otro pensamiento terminó invadiendo mi mente. Y mientras más y más lo trataba de ignorar, más fuerte se hacía.

Y entonces me hice una simple pregunta que me ayudó a tomar mi decisión: ¿Para qué mierda seguir?

Me subí al auto, encendí el motor y pisé el acelerador. La radio se encendió, y comenzó a reproducir California Dreamin', de The Mamas & the Papas

Chucho, quien probablemente ya estaba adentro tratando de explicarles a los demás lo que había sucedido, escuchó el ruido del motor, y salió inmediatamente de nuevo hacia el patio, donde me vio robándole el auto.

— ¿Arthur qué estás haciendo? ¡Arthur, regresa! ¡Arthur! —me comenzó a gritar Chucho, corriendo hacia el auto.

— ¡Arthur, no te vayas! ¡espera! —escuche la voz de Esaú, quien rápidamente trató de subirse a su motocicleta, pero al desesperarse al momento de querer arrancar tan rápido, terminó perdiendo el equilibrio, y cayéndole encima de la pierna, quedando atrapado.

— ¡Arthur, cabrón! ¡no te atrevas a irte! —escuche la voz de Michael, quien seguía sosteniéndose la nariz que aún le sangraba a chorros.

— ¡Arthur...! —La voz y la silueta de Chucho corriendo se iba haciendo cada vez más y más nítida, hasta al punto que dejé de escucharlo.

Salí a toda velocidad de la calle de la funeraria, y después me dirigí hacia el centro de la ciudad, atravesándolo. Volví a ver las luces, los carteles de los establecimientos iluminándose. Pero había algo en el ambiente que no era lo mismo de hace unos años. No era tan animado y divertido, sino más tétrico, deprimente, solitario. La ciudad había sido manchada de una ola de violencia que era muy difícil de poder ignorar; con la población demostrándolo. Ya nadie se divertía, ya nadie salía con sus amigos de fiesta despreocupadamente. Ahora todos estaban llenos de terror e incertidumbre. ¿Acaso todo esto lo había terminado provocando yo?

Finalmente tome la ruta de la carretera hacia bosque, hasta llegar al desierto. No sé por cuánto tiempo estuve manejando sin quitar el pie del acelerador, ni a dónde me dirigía exactamente. Solo seguí las luces de los faroles que iluminaban el camino, mientras el sol iba descendiendo lentamente hacia las montañas, listo para que dejara que la oscuridad consumiera por completo a la ciudad.

Seguí conduciendo sin detenerme. No quería estar aquí, no quería estar en ese lugar, no quería estar en ningún lado. Solo quería dejar a todo y a todos atrás, querer olvidar todo por un maldito segundo y solo huir, huir y huir lo más lejos que pudiera para que así nadie pudiera lograr encontrarme.

Entonces, cuando ya estaba lo suficientemente lejos de la ciudad, y la noche pinto de negro el cielo, comencé a pensar en todo lo que había sucedido. En cómo todo se había ido a la mierda tan rápido. Lennon, Astrid, mi madre... todos ellos habían sido mi culpa, y tenía su sangre en mis manos, sintiéndome tan culpable y estúpido.

Pensé en estrellarme. Solo... pisar el acelerador, soltar el volante, cerrar los ojos, recostarme, y esperar que un enorme camión pasara por encima mío. Sería tan fácil... terminar con todo. Solo cerrar los ojos, dejar de pensar en todo, y esperar a que dejara de existir. No era un héroe, ni siquiera una buena persona. Era un imbécil que trato de ser el héroe de un cuento macabro, pero no demostró más que ser un idiota cegado por su propio egoísmo que había terminado de condenar a todas las personas que amaba. ¿Qué sentido tenía al fin y al cabo... de seguir?

Pero cuando estaba a punto de cerrar los ojos, y de dejarme llevar, no sé por qué exactamente... pero quite mis ojos del camino por unos segundos, y mire hacia arriba.

Cuando estaba en la ciudad, el cielo no era más que una masa gris opacada por todas las luces de los edificios. Pero ahora, que estaba lejos de todas esas luces, las estrellas se veían tan... distintas. Nunca hasta ese momento había notado lo bonitas que eran; o lo bonito que era el cielo, en general. Había terminado de olvidarlo por completo.

Solo conocía un lugar que me podría enseñar las estrellas como las veía ahora... y fue entonces cuando supe, a donde quería ir exactamente.

Pisé el acelerador, y continúe rumbo a la carretera siguiendo las luces de los faroles, desapareciendo en el horizonte, dejando todo atrás.  

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