Capítulo 47
Mi corazón palpitaba tan rápido, que pensé el pecho me explotaría. Podía sentirlo revolotear entre mis costillas y pulmones, casi como si estuviera al borde de un paro cardiaco. Sentía que me iba a desmayar, mis oídos escuchaban todo como si estuviera sumergido en el agua, y me costaba cada vez más mantenerme de pie. Estaba a punto de colapsar, de desmayarme,
No podía creerlo, ese maldito... ese maldito pedazo de mierda seguía vivo... seguía...
— ¿Arthur? —Alguien me tocó en el hombro, y mi primer instinto fue apartarme de inmediato de forma agresiva. Cuando vi el rostro de Chucho, acompañado de dos cafés, pudo tranquilizarme un poco, pero no lo suficiente —amigo ¿estás bien? ¿Qué te pasa?
— Arthur, estás actuando de forma muy extraña ¿me vas a explicar? —me preguntó mi madre, claramente preocupada.
Pero no había tiempo para eso, no ahora.
— Chucho, tienes que ayudarme a sacar a mi madre del hospital a como dé lugar, ahora —le dije, mientras me daba la media vuelta, para buscar a una enfermera lo más rápido que pude.
Mi madre volvió a llamarme por mi nombre, pero no le conteste, solo comencé a buscar entre los pasillos a cualquiera que tuviera alguna bata blanca y pudiera ayudarme. Chucho comenzó a seguirme, confundido, dejando los cafés en la mesita de al lado de la cama de mi madre
— Arthur... ¡Arthur! Detente por un maldito momento ¿Qué mierda está pasando? —Me pregunto, mientras me tomaba del brazo.
Yo me giré bruscamente, y con mi rostro aún pálido y los ojos llenos de terror, le conté.
— Ezekiel... Ezekiel sigue vivo...
— ¿Qué? ¿de qué estás hablando?
— Estaba aquí... estaba en el hospital. Me vio Chucho, vio a mi madre y... dios... tengo que sacarla de aquí, tengo que...
— Arthur, hey, mírame —me tomo el rostro, mientras yo comenzaba a tener otro ataque de pánico— tranquilízate, respira ¿bien? solo respira...
— Tienes... tienes que llamar a Michael. Llámalo, coge uno de los teléfonos de aquí y llámalo —Chucho me miro confundido de nuevo, lo que solo me frustro más— ¡llámalo por un demonio! ¡Dile que Ezekiel sigue vivo! Por favor... solo... Necesito sacar a mi madre de aquí.
Chucho no dijo más. Quizá al verme tan asustado, lleno de sudor y al borde del llanto, supo que no era una mentira o alguna alucinación mía. Simplemente me asintió, y salió corriendo hacia el otro lado, en busca de algún teléfono.
Cuando encontré a una de las enfermeras, rápidamente le dije que quería sacar a mi madre del hospital, y que me diera todo el papeleo necesario para poder sacarla de ahí.
— Bien, bien, ¿cuánto tiempo lleva su madre aquí internada? —me pregunto, a lo que yo solo comencé a balbucear por lo nervioso que estaba.
— No... no lo sé, un año quizá, 9 meses, no recuerdo mucho.
— Cielos... eso es un problema. Para los pacientes que llevan aquí más de 6 meses es un protocolo algo diferente.
— ¿Qué? ¿Cómo que diferente? ¿a qué se refiere?
— Bueno, necesitamos algunos documentos más para poder dar el alta bien. La facturación de las cuentas que estén en orden, comprobante de domicilio, identificación personal del paciente, el diagnóstico...
— Pero no tengo nada de eso aquí ¿de dónde quiere que lo saque? ¿Qué no puede simplemente... anotar que todo está bien y dejarnos ir? Ya pagué las malditas cuentas hace una semana.
— Sí, pero... lo siento, es el protocolo que seguimos, no podemos hacer nada.
— No...no a la mierda no, no pueden hacer eso, me voy con mi madre ahora mismo —le dije, furioso, dándome la media vuelta, a lo que la chica inmediatamente trato de detenerme.
— Pero señor espere... señor...
— Ma, recoge tus cosas, nos vamos ahora mismo —declare, en cuanto llegue de nuevo a la camilla de mi madre.
— Señor, no puede hacer eso, necesitamos esos documentos si quieren el alta.
— Pues no quiero la maldita alta, lo que quiero es largarme de aquí.
— Arthur ¡qué rayos te pico! —Me gritó mi madre exaltada, al verme tan alterado
— Señor, de verdad, no me obligue llamar a seguridad, no puede hacer esto...
— ¿Va a llamar a seguridad por querer irme? ¿en serio?
— De verdad, última oportunidad, no me obligue a hacerlo... por favor.
Apreté los dientes y los puños, furioso, pero decidí calmarme un poco. No me servía entrar en pánico y armar un alboroto. Tome aire, cerré los ojos, y después, me calme.
— Bien... está bien, iré por los malditos papeles
— Arthur ¡Arthur! ¡maldita sea, hazme caso! —me tomó mi madre del brazo, antes de que pudiera irme nuevamente— ¿Qué te pasa hijo? ¿Por qué estás actuando como un loco?
— No, no es nada, es solo que...
— No, basta de mentiras ¿Qué rayos está pasando? ¿conocías a aquel muchacho? ¿o por qué te comportas de ese modo? Vas a decírmelo ahora.
Suspire, y después de eso me digne a mirarla, tomándola de las manos, para tratar de calmarla.
— Hay... hay cosas que no sabes de mí. Cosas que he vivido y... cosas que he hecho. Me metí con gente equivocada, con gente mala... pero lo que importa ahora es sacarte de aquí, e ir a otro lugar donde estemos a salvo. Y una vez estemos los dos libres de peligro... prometo contártelo todo ¿sí? Todo.
— Arthur, por favor, me estás asustando ¿Qué te pasa? Tú no eres así...
— Yo... yo... ay mamá... —mis ojos se me comenzaron a ponerse lagrimosos, pero no era tiempo de sentimentalismos, no podía permitirme romperme ahora. Necesitaba ser fuerte, por ella y por mí— lo siento... yo... no puedo ahora, no puedo ahora mismo, pero prometo decírtelo todo ¿sí? Solo espera aquí... por favor... —y después, la solté de las manos, y salí corriendo hacia donde estaba Chucho, hablando por uno de esos teléfonos fijos.
— ¡Arthur! ¡Arthur! —me gritó mi madre, antes de que desapareciera de su vista.
Llegué a donde estaba Chucho, sentado en un banco cerca de una de las mesas de recepción, donde se veía muy animado hablando por teléfono, casi discutiendo a gritos, hasta que me vio llegar, y pareció aliviarse, aunque fuera un poco.
— ¡Te estoy diciendo que eso fue lo que me dijo! Yo no sé más... no, Michael, escúchame, no es mentira, es solo que... olvídalo, ya llegó, que él te lo explique ¿bien? —Chucho se despegó el teléfono del oído, y me lo entregó— Será mejor que le tengas una buena historia.
— ¿Bueno, Michael? —pregunte, en cuanto me pegue el teléfono a la oreja.
— Arthur ¿Qué mierda es lo que está pasando? Chucho me está contando histérico que Ezekiel sigue vivo, y que estaba en el hospital con tu madre y no se cuanta mierda mas
— Es... es verdad, Michael. Ese maldito sigue vivo.
— No me jodas ¡pues no que ustedes lo habían matado!
— Michael, escúchame, estoy igual de sorprendido que tú, pero es verdad. Lo tuve frente a frente... el bastardo está vivo y... mierda... necesito que... dile a todo el mundo que ese infeliz sigue vivo, y que está por aquí. Dile a tu padre, a tu abuelo, a todo el mundo.
— Está bien, está bien, lo haré; si el bastardo apenas salió del hospital, podemos interceptarlo...
— Y llama a Esaú, por favor, necesito que venga aquí lo más rápido que pueda con su moto. Necesito que vaya a recoger unos papeles en mi casa para que den de alta a mi madre ¿podrías hacer eso? ¿por favor?
— Arthur, yo podría llevarte en el auto...
— No —interrumpí tajantemente a Chucho—. Nosotros nos quedamos aquí. Necesito que me ayudes a alistar a mi madre para cuando lleguen esos putos papeles la saquemos de aquí ¿me entiendes?
— Bien, bien, entiendo, entiendo.
— Michael ¿sigues hay?
— Sigo acá Arthur, le estoy llamando a Esaú, le diré que vaya para allá lo más rápido que pueda. Yo iré con él, lo acompañare. No sabemos si el pendejo de Ezekiel ya sepa tu dirección y quizá esté esperando a que hagas justo lo que estás tratando de hacer, así que iremos juntos por si acaso.
— Si... eso está bien, suena a una muy buena idea. Pasen por el hospital y les daré las llaves para que no tengan que romper la puerta. Los papeles están en mi habitación debajo de todas mis libretas en mi escritorio, en una carpeta, será fácil que los identifiquen.
— De acuerdo, vamos para allá —después de eso, Michael cortó la llamada.
No tardaron ni diez minutos cuando llegaron a la puerta del hospital. En cuanto los vi llegar, rápidamente saqué mis llaves, y sin que se detuvieran, Michael, quien iba detrás de la moto de Esaú, estiró la mano para tomarlas, a lo que yo se las arrojé, atrapándolas él en el aire, saliendo disparados del hospital hacia mi casa. Solo esperaba que no se fueran a tardar tanto...
Regrese dentro de las instalaciones más paranoico que antes, viendo enemigos y amenazas en todos los rostros del hospital, como si me estuvieran observando, acechando. Chucho se encontraba al lado de la cama de mi madre, ayudándole a empacar y guardar las cosas, mientras que ella se iba sentando en la silla de ruedas que la enfermera nos había dado.
Decidí no ir con ella todavía, sino que directamente busqué a la misma enfermera, la cual le pedí que fuéramos haciendo el trámite para dar de alta a mi madre, ya que tenía algo de prisa, pero que los papeles ya venían en camino. La enfermera, un poco escéptica y quizá aún asustada por mi comportamiento anterior, decidió finalmente ayudarme, así que saco los formularios correspondientes, y comenzamos a llenarlos.
Después de unos cuantos minutos, cuando todo parecía en orden, la enfermera solo me dijo que en cuanto llegaran los documentos, podría firmar y eso sería todo. La darían de alta.
Suspire aliviado, pensando en que ya casi podríamos salir de este infierno. Camine de nuevo hacia la camilla de mi madre, donde se encontraba mi amigo sentado al lado de ella, ayudándole a alistar las últimas cosas para poder irnos. Cuando me acerqué, Chucho levantó la cabeza, y me miro algo preocupado.
— ¿Qué pasó amigo? ¿todo bien? —me pregunto Chucho, a lo que yo solo le asentí, pero aun intranquilo— Bien, eso es bueno, en cuanto llegué Esaú con esos papeles, nos subimos al auto y la sacamos de aquí...
— Así que... ¿me contaran de una buena vez qué carajo está pasando? –me pregunto mi madre, ya molesta, a lo que yo supe que no tenía escapatoria. Tenía que contarle todo.
— Chucho... ¿nos podrías dar un momento a solas?
Chucho me asintió, y se fue, dejándonos a mí y a mi madre, sentados en la camilla. Ella me miraba fijamente, mientras yo no me atrevía a hacerlo. Mi madre espero una respuesta... y finalmente, comencé a hablar.
— Ma, quiero que escuches, y solo escuches que... todo lo que hice... todo lo que viví en estos últimos años... la única razón por la que lo hice, fue porque tenía miedo. Tenía miedo de perderte. Y fueron cosas de las que... no me siento orgullo, e incluso al día de hoy, algunas me quitan el sueño por las noches... —alce la mirada, y cruce mis ojos con los de mi madre, quien solo me miraba con miedo. Miedo e incertidumbre. No podía saber lo que le estaba pasando por su cabeza, pero no era nada bueno...
— Santo cielo Arthur... ¿Qué hiciste...?
— Yo... solo quiero que sepas que... aunque no me siento orgulloso de ninguna de las cosas que hice... de verdad lo único que quiero que sepas es que... si de alguna manera tuviera la oportunidad de volver a hacer las cosas, y de hacerlo todo de nuevo, de repetirlo todo y hacerlo de alguna otra forma distinta a como terminaron pasando... pero eso llegara a significar que tu murieras... créeme; que lo haría... todo de nuevo.
Mi madre al escuchar esas palabras, suavizo su mirada, de una de terror a una compasiva. Sabía que ahora mismo tenía un mar de emociones que chocaban una con otras, y probablemente una y mil encrucijadas. Pero lo único que hizo, fue acercar su mano a mi mejilla, y acariciarla lentamente, casi al borde del llanto, algo que inevitablemente también movió algo dentro de mi pecho.
— Ay hijo... —me miró, con sus labios temblando, pero aun acariciando mi cara. No me odiaba, ni estaba molesta conmigo. Pero podía sentir alguna especie de decepción junto con compasión de su parte. Y eso, de verdad que me hacía sentir mucho peor—. ¿Qué fue lo que hiciste exactamente?
— Ma, yo...
— Eh, disculpen... Miller ¿no? —volvió a aparecer la enfermera, con los papeles en mano, interrumpiendo.
— Si, dígame.
— Ya está todo listo, solo necesito que traigan los papeles que faltan... y la ficha médica del paciente, pero esa está acá en la camilla ¿me la podría pasar?
— Sí, claro —dije, mientras me levantaba para agarrar la carpeta con los papeles. Pero para mi sorpresa, no estaba.
Comencé a buscar por todos lados, entre las sábanas, o tirada debajo de la camilla, o la mesita de madera donde mi madre tenía todas sus píldoras, pero no encontré nada. Cuando estuve a punto de decirle a la enfermera que esa ficha no se encontraba aquí, alguien entró corriendo a la sala, gritando mi nombre.
— ¡Arthur! —Chucho entró corriendo, interrumpiendo mi conversación con mi madre. Y detrás de él, venía Esaú, exaltado, lleno de ceniza en su rostro y su ropa manchada de carbón y humo.
— ¿Esaú? ¿Qué haces aquí? ¿Qué pasa?
— Arthur... tu casa... tu departamento... ¡Está en llamas! —me dijo Esaú, mientras trataba de tomar aire, con la mirada llena de miedo.
— ¡¿Qué?! —grite, impactado. Gire a ver a mi madre, quien, al escuchar a Esaú, solo movió sus manos hacia su boca, llena de horror.
— Michael se quedó tratando de apagar el fuego... pero necesitamos tu ayuda, necesitamos apagar esa mierda, o todo se va a perder ahí dentro.
— No, no, no, maldita sea ¡No!
Rápidamente, tomé mi chaqueta que había dejado al lado de la cama, y corrí hacia Chucho, quien se encontraba aterrorizado, mirándonos a los dos.
— Quédate aquí con mi madre, iré a ver si puedo salvar algo, pero por favor, por favor... cuídala con tu vida. Si ves algo raro, lo que sea, si llegas a ver incluso algún maldito pelirrojo que se parezca a Ezekiel o algún lirio de mierda... la sacas de aquí a como dé lugar ¿sí? ¡La sacas Chucho! Te la llevas lo más lejos que puedas y... por favor... cuídala... cuídala mucho...
— Confía en mí Arthur, estará bien. Corre ve, rápido.
Le asentí a mi amigo, y rápidamente corrí hacia mi madre, quien se encontraba llena de miedo, y con lágrimas en los ojos, con todo su cuerpo temblando.
— Regreso en unos momentos ¿sí? Chucho se quedará contigo.
— Arthur no... por favor, no vayas... —me tomó de las manos, con fuerza.
— No pasa nada ma, iré a salvar unas cosas importantes. Es todo lo que tenemos, no lo podemos perder...
— Por favor Arthur, no, no vayas, no importa nada de eso, solo quédate aquí... solo...
— ¡Arthur, rápido! —Me gritó Esaú, a lo que yo, lleno de ansiedad y de emociones, me zafé como pude de las manos de mi madre.
— Solo será un segundo... regresare antes de que te des cuenta...
Y después de eso, me di la vuelta, y corrí junto a Esaú hacia la salida del hospital.
— ¡Arthur! ¡Arthur! ¡para, por favor! ¡regresa! ¡Arthur...! —fue lo último que escuché de mi madre, antes de que sus gritos se perdieran a la distancia.
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