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Capítulo 37

Astrid...

Ese era el primer pensamiento que tenía al despertar, y también el ultimo, cuando en las noches me quedaba mirando el foco viejo que colgaba en el techo de mi habitación, hasta que la depresión me obligaba a irme a dormir. Estaba muerto... o al menos me sentía así. No recordaba cuando tiempo llevaba encerrado en mi departamento, ni la última vez que había comido. Ni siquiera recordaba la última vez que el sol volvió a tocar mi piel.

El departamento estaba hecho una mierda, las cortinas estaban siempre cerradas... y mi cama estaba echa un asco. Todo el día estaba metido entre las sabanas; las únicas veces que me levantaba solo era para ir al baño, beber algo de agua, y si me quedaban las suficientes fuerzas, comer alguna mierda que estuviera en la alacena que no significara hacer mucho esfuerzo para preparármela.

Ya no me importaba nada, toda voluntad de hacer algo más, aparte de dormir todo el día, y sentirme miserable entre la oscuridad de mi cuarto, había desaparecido. Deducía que llevaba en ese estado alrededor de una semana, quizá un poco más. Las únicas maneras en las que sabía que ya había amanecido, es cuando algunos rayos de luz de la mañana se filtraban por las oscuras cortinas, dando directamente a mis ojos. Si no fuera por eso, lo más seguro es que también habría perdido la noción del tiempo. Los ojos me dolían mucho, y las piernas como los brazos los sentía tan pesados como para al menos caminar más de cuatro metros antes de agotarme. Me dormida, me despertaba y volvía a dormir, y aun así estaba tan agotado como para poder levantarme.

Astrid... solo podía pensar en ella. Solo podía pensar en el inútil fracasado que era por no haberla podido salvar. Estuvo tres meses en el infierno, mientras yo me hacia el imbécil orgulloso, pensando en que me había abandonado. Y ahora estaba tirado en mi cama, con mis ganas de seguir respirando esfumadas; sintiéndome al mismo tiempo como la persona más patética del mundo que ni siquiera podía ponerse de pie, e ir prepararse un sándwich, como cualquier persona. Antes pensaba que era una persona fuerte, que podía soportar cualquier cosa... pero la realidad era distinta. Era débil... era jodidamente débil. Un estúpido pedazo de mierda que no podía hacer nada por sí mismo, y mucho menos por los demás...

Chucho vino un par de veces. Toco la puerta, pero no abrí. Otra vez vino con Esaú, y entre los dos intentaron hacerme salir, subiéndome los ánimos. Intentaron persuadirme con la idea de ir a compra alguna pizza juntos, pero no cedi. Ni siquiera me moleste en alzar la cabeza, me quede en la cama, mirando hacia la pared. Después de un par de horas, los dos terminaron yéndose.

Unos días después, Michael llego por su cuenta, tocando la puerta tan insistente, que pensé que en algún punto la iba terminar derribando a puñetazos.

— ¡Por dios Arthur! Vamos, sal de ahí ya, no puedes pasarte la vida tirado en la cama, llorando, la vida sigue —me grito desde la puerta, frustrado, pero lo único que al final ocasiono es que me cubriera la cabeza con las sabanas—. ¡Arthur!

Después de una media hora, termino por irse; pero no antes sin haberme deslizado por a la puerta un sobre de color beige, con un buen fajo de billetes. Supuestamente, mi "paga" por haber rescatado al ruso la otra noche. Ni siquiera me moleste en levantarlo del suelo. No fue hasta la tercera vez que alguien toco a la puerta de mi departamento, que levante un poco la cabeza, y el vago pensamiento de levantarme y abrir la puerta me llego a la cabeza. Aunque claro, solo fue un pensamiento.

— Arthur... ¿Arthur? ¿Estas hay dentro?

Sentí mi corazón encogerse al escuchar la voz de Penny, y mis ojos comenzaron a llenarse de lágrimas otra vez. Tuve que apretar los dientes y las sabanas con mis puños para no derramar ninguna.

— Arthur, por favor; estoy preocupada. No contestas mis llamadas, no das señales de vida. Ya te levantaron la suspensión, pero sigues sin ir a la escuela ¿estás bien?

Me quité las sabanas de encima, y me senté en la cama, intentando agarrar fuerzas de donde pude. Penny volvió a tocar la puerta, pero esta vez más suave. Yo camine lentamente, saliendo de mi habitación, hasta entrar al pasillo que dirija a la sala, mirando a la puerta de frente, y a las sombras que hacían los pies de Penny desde fuera. Suspire en silencio, y camine lentamente hacia la puerta, con el cuidado de no hacer ruido.

— Sé que estas hay Arthur, solo háblame... —la voz de Penny la escuche triste, al mismo tiempo que frustrada. No era justo lo que le estaba haciendo... pero seguía sin tener valor. Escuche como suspiro, y apoyo su cabeza contra la puerta, para que pudiera escucharla mejor—. Sabes que puedes contar conmigo ¿verdad? Hablar, tenerme esa confianza. Solo quiero saber si estás bien; me importas. No es necesario que abras la puerta, solo dime algo...

Finalmente, llegue a estar a unos tres metros de donde estaba la puerta. Si me acercaba más, la sombra de mis pies se vería desde abajo, y me delataría. Solo tenía que caminar unos pasos más, y abrir esa maldita puerta. Quería hacerlo, tenía ganas de volver a ver la carita de Penny; abrazarla... y decirle toda la mierda que estaba sucediendo. Tenía tantas ganas de hacerlo...

— ¿Arthur? —las sombras de sus pies se movieron, retrocediendo de la puerta. Y yo entre en pánico, pensando en que me había descubierto, retrocediendo también al instante.

Nos quedamos en silencio los dos como por un minuto, quizá Penny esperando a que finalmente me dignara, y emitiera alguna palabra. Un "estoy bien" o "necesito estar solo ahora" o "vuelve más tarde" para que tuviera tiempo de al menos arreglar mi enmarañado cabello. Algo, lo que fuera... pero no paso, No dije nada, solo me quede en silencio entre la oscuridad. Cuando escuché a Penny suspirar, decepcionada, supe que ya era tarde.

Pensé que se iría sin emitir una palabra más, pero antes de hacerlo, termino por decirme una última cosa más.

— Tu mama te extraña, Arthur; pregunta por ti todos los días que voy a verla. También está preocupada... ambas lo estamos. Si no me quieres hablar conmigo, bien, lo entiendo. Pero hacerle eso a tu madre... es cruel; incluso para ti.

Después de eso, las sombras de sus pies termino por desaparecer.

Camine hasta a puerta, y me recargue de espaldas hacia ella. Le solté un golpe desde atrás con todas mis fuerzas, intentando que la frustración desapareciera, aunque fuera unos segundos. Pero no lo hizo. Así que solo agache la cabeza entre mis brazos, para que el sonido de mis sollozos fuera a amortiguado, y nadie más que yo pudiera escucharlos.

Al final, después de que mis parpados se volvieran a hinchar por la humedad, me levante de la puerta, y me talle los ojos, yendo a mi habitación. Pensé en volverme a meter a la cama, hasta que mi boca terminara por secarse, y no me dejara más remedio que levantarme e ir a beber algo. Pero cuando miré la cama, echa ya un asco con las sabanas sin lavar, y la almohada toda húmeda y pegajosa por el sudor y lágrimas secas, me lo pensé mejor.

Penny tenía razón, no podía seguir así. Me estaba muriendo lentamente aquí carcomiéndome en culpa y memorias pasadas. En preguntas que lanzaba a mi mente de si las cosas pudieron haber sido distintas, que lo único que conseguían era hacerme sentir cada vez peor.

Tenía que ver a mi madre. Al menos para que supiera que estaba bien... hablando físicamente. Pero si seguía como seguía, la salud física también se me iría al caño.

Después de sentarme en mi cama, y estar pensando las ventajas y desventajas de vestirme e ir a al hospital para poder ver a mi madre... decidí que, aunque me viera como un vagabundo drogadicto al que todas esperanzas de vida se le hubieran desaparecido... tenía que ir.

Me puse calcetines, los zapatos viejos que siempre cargaba, y la playera que menos oliera mal, Y después tomé mi chaqueta negra, que ya llevaba un buen rato sin usar. La otra chaqueta vieja... no me atrevía aun a ponérmela. Solo me hacía recordar buenos momentos que en su tiempo fueron felices, pero ahora no eran más que un puñado de mierda triste.

Finalmente me limpie un poco la cara, para quitarme la mugre que llevaba por la humedad, y me lave los dientes. Se sintió tan bien volver a sentir la boca limpia. Me puse la chaqueta, busqué las llaves de la puerta entre toda la mierda y basura que estaba en todo el lugar. Las encontré encima de la mesita de madera que estaba a un lado de mi cama... junto con la pulsera de Astrid, encima de ellas.

Al mirarla no pude hacer más que soltar un suspiro triste y cansado. No había podido deshacerme de ella; si lo miraba de una forma, esa pulsera era el único recuerdo que me quedaba de ella, y quería pensar que mientras la siguiera conservando, al menos una parte de mi amiga seguiría conmigo. Un pensamiento estúpido quizá, pero que de todas maneras lograba consolarme un poco. Una pequeña luz en un mar lleno de amargura y remordimiento, que no es estaba dispuesta en dejarla ir.

Tome las llaves, y tome la pulsera la cual termine amarrándola torpemente en mi muñeca, con la esperanza de que no se fuera a desatar en el camino sin que me diera cuenta. Salí de la habitación, y me dirigí hacia la puerta; pero no sin antes patear por accidente con los pies el sobre que Michael me había deslizado por la puerta.

Sin más remedio, lo levante del suelo, pensando en qué hacer con él. Algo dentro de mi quería abrirlo, pero la otra quería simplemente echarlo por el excusado. Pero después tuve una mejor idea de qué hacer con él.

Al abrir la puerta, la luz de la mañana me dejo ciego por más de unos segundos. Tuve que cerrar mis ojos y cubrirme con mi brazo para que no me siguiera lastimando.

Finalmente, una vez mis ojos pudieron adaptarse un poco la luz, cerré la puerta, y metí mis manos en mis bolsillos, comenzado a bajar las escaleras del edifico; para mi suerte, sin toparme con alguna sorpresa de que alguien estuviera esperando que saliera del departamento.

Tomé un autobús en la parada que estaba por mi casa, y me senté en la esquina de este, recargando mi cabeza sobre la ventana, mirando a la calle y a la gente caminando. Estuve a punto de quedarme dormido, de no ser porque el chofer dio una vuelta brusca, que hizo que la chica que estaba sentada al lado mío me aplastara contra el cristal, sacándome todo el aire.

Me levante de mi asiento, molesto con mi rostro rojo por la pérdida de oxígeno, y me baje en la siguiente parada, justo enfrente del hospital.

No quería entrar, no quería que mi madre me viera en este estado. Pero sabía que, si regresaba a mi casa, con la excusa de darme una ducha e ir mejor presentado... no regresaría. Estaba aquí y ahora, y tenía que subirme los pantalones e ir a enfrentar a mi madre, tal y como estaba.

Cuando entre al hospital, y pregunte por el nombre de mi madre, una de las enfermeras me guio hasta su habitación. También me advirtieron que, pese a que los pagos de su estancia seguían estando al día, era muy probable que en cuestión de semanas tuvieran que cambiarla de habitación de una privad a publica, más que nada por la sobrepoblación que empezaba a haber en el lugar. Las matanzas y los tiroteos seguían siendo el pan de cada día de esta ciudad, y los heridos por el fuego cruzado como de daños colaterales seguían llegando. No podían darse el lujo de seguir ofreciendo habitaciones privadas.

Yo solo suspiré y les di el avión. No tenía el más mínimo humor como para ponerme discutir. Cuando llegue a la habitación de mi madre, la enfermera se retiró y me dejo a solas con ella.

Se encontraba dormida, aun con el respirador en su nariz, y todos esos aparatos a los que estaba conectada. Había pasado como 3 semanas o un poco más desde la última vez que la vi, pero para mí sentía que habían pasado años. La vi de mejor aspecto, a como se encontraba unos meses atrás. El color de su piel ya no era un pálido enfermo, ni tampoco se veía tan delgada ni cansada. Casi parecía que solo tenía una leve gripe de la que se curaría en un par de días.

Me le acerque a ella lentamente, y tome una de las sillas que estaban en la habitación, para poder estar más cerca de la cama. Me recargue sobre las sabanas, y solo me le quede mirando con melancolía, observándola respirar.

Casi volví a sentir la sensación de un niño pequeño buscando a su madre que la consolara, después de un mal día. Desde que tenía memoria, en mi infancia cuando vivía en ese pueblo tranquilo en la zona más rural del estado, y tenía uno de los peores días de mi joven niñez, mi madre hacia mi comida favorita para intentar hacerme sentir mejor, aunque fuera un rato.

No sé cuánto tiempo estuve sentada a su lado, hasta que se despertó. Pero cuando ella lo hizo, yo me había quedado ligeramente dormido a los pies de su cama, soñando con la casa que teníamos en ese pueblito apartado de toda la monstruosidad urbana. Parecía tan real, que hasta la sensación de respirar el aire limpio se sentía diferente.

— Arthur... ¿hijo? ¿eres tú? —la voz de mi madre me hizo regresar a la realidad. Levánteme levemente mi cabeza, y le regale una sonrisa cansada.

— Hola ma... ¿Qué tal?

— Pero... ¿Qué te paso? ¿Por qué estás tan...?

— ¿... echo un asco? —le complete la palabra, bromeando un poco

— No quería decir esa palabra, pero... si ¿estás bien? Penny ha estado preocupado por ti, dice que te encerraste en el departamento, no sales, no hablas...

— No tienen de que preocuparse, estoy bien... solo me enferme. Una gripe muy fea, me dejo tendido en cama por una semana; no podía salir por la calentura que tenía, ni tampoco bañarme, pero ya me encuentro mejor; solo fue un estúpido... bicho que se me coló.

— ¿Y eso es todo? —me pregunto mi madre, arqueando una ceja— ¿solo te enfermaste?

— Si... es todo.

— ¿Estás seguro? ¿no pasa nada más?

— No... nada.

Mi madre hizo una mueca, mostrando su insatisfacción con mis respuestas. Era más que claro que ella sabía que algo más me estaba pasando... pero seguía aferrado a contener con mi fachada de "todo está bien".

— Arthur... hijo, te conozco —la mirada de mi madre me inspiro la confianza que solo una madre te podía brindar; ella lo sabía, y no me juzgaría por eso—, cuando dices "nada" con esa cara, es como si dijeras "por favor, preocúpense por mí"— Desvié la mirada y suspiré derrotado, a lo que mi madre solo sonrió, sabiendo que había dado en el blanco—. Dime que está pasando... puedes confiar en mí.

— Yo... —tenía que hacerlo. Tenía que decirle, no soportaba un segundo más guardándome todo en el pecho...—, hace unas semanas yo... —mi madre se inclinó más hacia mí, para poder escucharme, y yo solo tome aire para tomar valor.

Quería contarle toda la verdad, quería contarle las cosas tal y como sucedieron, como encontré Astrid, como apuñalé y desmembré hasta la muerte a su asesino, como me sentía como una puta mierda por eso...

No pude.

— ... mate a un perro —y volví a mentir.

— Tu... ¿mataste a un perro? —mi madre me miró desconcertada, confundida... no era algo que su hijo soliera hacer, pero sin embargo... lo estaba confesando—. ¿Pero qué hiciste? ¿lo atropellaste con el auto de uno de tus amigos, o algo?

— No, lo... —cerré los ojos, y desvíe mi mirada hacia las sabanas—, lo mate yo mismo, con mis manos. Lo vi morir; lo estaba mirando directo a los ojos y... bueno, parecía que no sabía lo que sucedía, no sabía por qué, solo estaba asustado y... después murió.

— ¿El perrito estaba herido o... enfermo? Debió ser un acto de bondad.

— No ma... el no... no estaba enfermo ni nada...

— ¿Entonces...?

— Lo mate por venganza —lo solté finalmente, y pude observar como la expresión de mi madre fue cambiando lentamente.

— ¿Por... venganza? —parecía que se había tragado una enrome y amarga pastilla por la garganta. Yo le asentí lentamente, haciendo una mueca triste.

— ¿Recuerdas... a nuestra vecina de al lado? ¿La ermitaña que estaba llena de gatos y los tenía por todo el edificio?

— Si, si, la recuerdo.

— Bueno... resulta que... de todo ese montón de gatos que tenía... había una gatita pequeña. No era muy sociable con los demás, y se la pasaba la mayor parte del tiempo sola y asustada. Un día la encontré por nuestra ventana, y le di algo de leche. Después de eso... ella siguió viviendo todos los días, y yo le seguí dando leche y algo de comida. Pasaron las semanas, y ella seguía viniendo. Incluso me dejo acariciarla un poco... empezó a confiar en mí. Solo que... un día, repentinamente, dejo de venir. Solo... despareció. La espere unos días, una semana... pero ella seguía sin aparecer. Así que lo primero que pensé fue que la muy bastarda me había abandonado. Ya sabes cómo son los gatos ma, los infelices están un rato contigo, y al día siguiente te cambian por un poco de pescado o comida. Y eso fue lo que yo pensé... que finalmente me había abandonado —pasé mis manos por mi cabello, en un intento por que la voz no me comenzara a temblar, y pudiera seguir hablando tranquilo, sin que los sentimientos me traicionaran—. Resulta que no me abandono —miré a mi madre, y le sonreí con ironía, pero ella noto el dolor en mis ojos—. La encontré destrozada en un callejón, con un perro mordisqueándole la cabeza. Parecía que ya llevaba rato muerta, por toda la sangre y las partes que estaban regadas... pero ese... maldito perro seguía comiéndosela. No quería dejar ni los huesos —volví a suspirar, y levanté la cabeza hacia arriba, para después volver a desviar la mirada hacia las sabanas—. Así que tome un cuchillo... y apuñale al perro hasta la muerte. No me detuve hasta que dejo de retorcerse y respirar. Es por eso que fue por venganza... porque mato a esa gatita.

Mi madre se recargo en la almohada, analizando la historia, y después cruzo las manos en sus piernas, y me miro con compasión.

— ¿Te hizo sentir mejor matar al perro? —me pregunto, a lo que yo solté una leve risa, y me digné a finalmente mirarla a los ojos.

— Si... pero solo por un momento. Después... solo me sentí vacío.

— La venganza es un juego de estúpidos, hijo —me dijo, con una voz calmada y suave—, recuérdalo siempre. En ese juego nunca vas a ganar, solo pierdes.

Me removí un poco en mi asiento, inconforme con la respuesta de mi madre ¿Cuántas veces no había escuchado la misma cantaleta? En libros, en películas, todas las personas decían lo mismo. "La venganza no es buena, corrompe bla bla bla" un montón más de estupideces moralistas. Ya lo sabía, tenía más que grabados todos esos discursos y reflexiones, no necesitaba otro sermón, necesitaba que alguien me abrazara, y me dijera que todo estaba bien. Que me hiciera sentir menos como un monstruo, y más como un ser humano que estaba lastimado, y no tenía ni la más mínima puta idea de cómo sanar. Algo así hubiera sido lindo...

Y mi madre, al verme con la mirada cansada y molesta, pareció que leyó mis pensamientos, porque lo siguiente que hizo, fue tomar mi mano con fuerza, y sonreírme.

— No voy a decirte que lo que le hiciste a ese perro estuvo bien, ni tampoco que fue "justicia", o algo parecido. Pero entiendo el por qué lo hiciste, y por qué pensante que era necesario. La ira a veces nos puede segar de maneras tan horribles Arthur, que cuando actuamos, dejamos de ser nosotros mismos, y sacamos lo peor. Y... para que hacerme la santa hijo, es muy difícil veces no dejarse llevar por los impulsos negativos como la ira, el remordimiento, la impotencia. Tenemos la ambición como seres humanos de querer controlarlo todo; la vida, la muerte, la suerte. Ser jueces, verdugos, e incluso hasta víctimas. Queremos aferrarnos a esa ilusión, la ilusión del control.

— ¿Control...?

— Al matar a ese perro, lo hiciste porque pensaste que era lo correcto, era apropiado vengar a esa pobre gatita. Juzgaste y castigaste Arthur ¿entiendes? Pese a todo eso, controlaste la vida, y terminaste con una. Quisiste darle esa "justicia" a tu gatita. Pero... —mi madre se detuvo, mirándome a los ojos, como si quisiera que yo continuara la frase.

— ... no me hizo sentir mejor —le conteste, bajando la mirada.

— Tu gatita no va a regresar Arthur, no importa lo que hagas o lo que creas que tienes que hacer... no va a volver. Solo te terminaste manchando las manos de sangre. Como te dije, la venganza es un juego muy engañoso, en el que, aunque uno piense que hay posibilidades de salir ganando, eh incuso llegue a tener la falsa ilusión de que salió como un ganador... la realidad termina siendo otra. Una muy amarga, a diferencia del dulce premio que se te prometió.

Baje la cabeza, frustrado y deprimido, pensando en las palabras de mi madre. Sabía que tenía a razón, todas las palabras que dijo estaban en lo cierto, pero, aun así, no las entendía del todo. No me cabía en la cabeza perdonar al bastardo que lastimo a Astrid de maneras tan grotescas y enfermas... no podía salir impune, no después de todo lo que hizo ¿entonces que mierda se suponía que hiciera? ¿perdonarlo? ¿seguir adelante y olvidar a mi amiga y todo el infierno por el que paso?

— Aunque, si lo quieres mirar por el otro lado... —mi madre hablo, interrumpiendo mi maraña de pensamientos— al final, evitaste que ese perro le hiciera lo que le hizo tu gatita, a más gatos... —levante mi mirada, un poco sorprendido, y ella solo ladeo la cabeza un poco. Entonces, sin darme cuenta, mis ojos comentaron a lagrimear—. Lo echo, echo esta, hijo. No importa cuánto nos arrepintamos, ni cuanto deseáramos que las cosas hubieran sido diferentes... no podemos cambiarlo. Solo queda aceptarlo... y aprender de ello ¿sí?

— Pude haberla salvado... —volví a bajar la mirada, y apreté mis puños sobre las sabanas. Y dejé de hablar del gato—, si tan solo la hubiera empezado a buscar antes, si no me hubiera metido en la cabeza que me había abandonado... la pude haber salvado; pude haber llegado antes y...

Mi voz se cortó, y las lágrimas comenzaron a escurrir en mis mejillas. Pude notar la expresión de mi madre, preocupada y hasta incluso sorprendida por verme en ese estado. Me tomo la mano con más fuerza, y me jalo lentamente hacia ella. Después, cuando estuvo a suficiente distancia, me abrazo con todas sus fuerzas, y una vez mi cabeza estando en sus hombros, solo me rompí en llanto. Y le devolví el abrazo, aferrándome a ella.

— La extraña mucho, la extraño, la extraño... —comencé a murmurar entre mis lágrimas.

— Lo se hijo, lo sé, tranquilo, respira, todo está bien ¿sí? todo está bien —me susurro, mientras acariciaba mi cabeza, en un intento por consolarme—. Estoy contigo pequeño, siempre estaré contigo, tranquilo.

No sé cuánto tiempo estuve así. Quizá diez o quince minutos, pero lo sentí como si fueran horas. Y si por mi hubiera sido, lo hubiera hecho eterno.

Pase el resto de la tarde en el hospital con mi madre, hasta que las enfermeras me salieron a buscar, para que dejara que descansara un poco. Me despedí de ella, no ante sin prometerle que me bañaría la próxima vez que viniera a verla, a lo que ella solo soltó una pequeña carcajada.

Cuando salí a la calle, el sol comenzaba a ocultarse entre los edificios. Y decidí que no tomaría el autobús. Iría caminando hasta mi departamento, con un poco de suerte, despejando mi cabeza poo algunos instantes.

Seguía sintiéndome como una mierda aun, pero, hablar con mi madre me había devuelto las ganas de mínimamente levantarme ya de la cama, al menos para ir a verla a ella. Lo demás podía irse directamente a la mierda, estaba harto.

Entre a una de esas tiendas de abarrotes que estaban por la ciudad, para comprarme algo de beber. En un principio pensé en algo de alcohol. Que me mareara y me mantuviera feliz unos segundos, o al menos que me ayudara olvidar de toda la mierda, pero como aún no tenía alguna identificación que pudiera respaldarme, y lo último que quería era meterme en algún problema gratis, decidí optar por un mugroso refresco de uva.

Cuando salí de la tienda, dándole un sorbo a la botella... divisé un auto bastante familiar del otro lado de la calle, estacionado discretamente. Cuando ladeé un poco mi cabeza para ver mejor, me di cuenta de que era al auto de Chucho. Y dentro de este, estaba el tarado de Michael. ¿Cuánto tiempo llevaba ese infeliz ahí? ¿acaso me había estado siguiente el muy maniaco?

Una vez estuve seguro de que mis ojos no me engañaran, molesto, fui directamente hacia donde se encontraba el auto. Pude notar como Michael intento ocultarse debajo del volante, pero en cuanto se percató de que ya lo había visto, se rindió, haciendo una mueca de derrota.

Una vez llegue a la puerta del piloto, le toque la ventana para que la abriera, a lo que él, sin muchas opciones, termino cediendo. Cuando al abrió, me recargue en la puerta, y lo mire fijamente, apretando mis dientes.

— ¿Me estas siguiendo? ¿Por qué mierda me estas siguiendo? —le pregunte, molesto, a lo que él solo se giró para verme un segundo, y después volver aposar sus ojos frente al parabrisas.

— Sube al auto Arthur. Debemos de hablar.

Me quede mirándole unos segundos, respirando pesadamente. No estaba de humor para hablar, y menos si se trataba de algún asunto de mierda con la mafia o el puñetas de Ezequiel. Pero al ver que Michael no iba a decir nada más hasta que subiera, le obedecí, entrando al auto en el asiento del copiloto, azotando la puerta cuando la cerre, para que viera lo enfadado que me encontraba.

— ¿Por qué me estas siguiendo? —le repetí la pregunta. Michael no desvió la mirada del parabrisas, solo se limitó a mirarme de reojo, recargándose en su asiento.

— ¿A dónde ibas ahora?

— Eso a ti que mierda te importa.

— ¡Hey! —Michael se giró bruscamente, como en un intento de intimidación, pero yo no aparte la mirada—. Sé que estas deprimido por esa chica, y toda esa mierda, pero que no se te olvide que aún sigo siendo tu líder. Necesito que...

— Mi líder y una poronga —me rasqué la nariz, en un gesto de indiferencia—, yo ya terminé con toda esa porquería, estoy harto.

— ¿Qué tu...? ¿terminante? —Michael hizo una mueca sorprendido, como si le hubiera dicho que había asesinado a seis niños por pura diversión.

— Si, maldito... ya terminé, no quiero saber nada de sus mierdas mafiosas o del puto malnacido de Ezekiel y toda su banda de pendejos. Renuncio —le conteste furioso, al tiempo que abría la puerta, dispuesto a salir del auto, pero Michael me tomo con fuerza del brazo, evitándolo.

— No puedes solo "renunciar" y ya, Arthur, vuelve al maldito coche.

— ¡Suéltame o te juro si vuelvo entrar será para estrellarte la puta cabeza al volante! —le grite, zafándome de un jalón, cerrando la puerta del auto con fuerza.

Empecé a caminar por la calle, metiendo mis manos a los bolsillos de mi chaqueta, pero Michael salió de inmediato del auto, corriendo hacia mí, tomándome de los hombros para que me girara hacia él.

— ¡Arthur! ¡deja de comportarte como un patético de mierda y regresa ah...!

— ¡NO! —me gire y le grite con todas mis fuerzas en su rostro— ¡Estoy hasta la puta mierda de la estúpida mafia, de tu puta familia, de los putos lirios, del puto Ezekiel, de cualquier maldito pedazo de escoria que esté involucrado! ¡hasta la mierda! ¡hasta la puta mierda! — empuje a Michael tomándolo del pecho con todas mis fuerzas, para que se alejara, pero no funciono; no me iba a dejar en paz.

— Arthur... tranquilízate, entiendo que sigas triste por lo de esa chica, pero no tienes que...

— ¡Yo tenía que haberla acompañado esa noche! —estalle, con los ojos llenándoseme de lágrimas, pero no de tristeza, si no de coraje— ¡Yo tenía que estar con ella! Pero no, el maldito hijo de las mil putas de Oscar me necesitaba con sus putos asuntos mafiosos ¡Por su puta culpa no pude estar con Astrid! ¡Y todos esos putos días que estuvo encerrada en ese jodido sótano, se preguntó por carajo aún no había ido a rescatarla! ¿Lo entiendes Michael?

— Arthur...

— ¿Y dónde coño estaba yo? ¡Haciendo sus putas mierdas mafiosas! ¡Debía estar con ella esa noche! ¡Debí de acompañarla hasta el puto centro de rehabilitación! ¡No debí dejarla sola maldita sea! ¡No debí de dejarla! ¿Pero a ustedes que mierda les va a importar eso? Malditos Connor, ustedes y su... puto maldito afán de querer tenerlo todo ¿Pues sabes algo? ¡Estoy hasta la mierda! ¡Estoy harto!

— Hey... viejo...

— ¡No quiero tener que ver nada con ustedes! Desde que conocí a los grandes "Connor", puta familia de psicópatas... todo no ah echo más que empeorar, y seguir empeorando las cosas más y más, ¡Nada mejora! ¡Nada se arregla! ¡Y la única puta constante que sigue jodiendome todo, son ustedes! ¡Me harte! ¡Así que ya basta! ¡Me largo!

Acto seguido, me di la media vuelta, apretando mis dientes lo más fuerte que pude, intentando aguantarme las ganas de soltarle un puñetazo a Michael.

— ¿Qué? ¿Entonces eso es todo? —Michael me empezó a gritar, mientras yo me seguía alejando— ¿nos abandonaras como si nada? ¿Dejaras a Esaú y Chucho solos? ¿A la merced de ese maniaco? —seguía caminando, no importándome lo que Michael me estuviera gritando; no podía girar la mirada, sabía que, si lo hacía, otra vez volvería a caer en lo mismo; y ya no quería hacerlo...— ¡Arthur! ¡Maldito egoísta de mierda! ¡Regresa aquí! ¡Arthur...!

No le respondí, no me gire, solo seguí caminando. Ya no me importaba una mierda nada, si Don Armando decidía mandar a matarme o hacerme algo, estaba listo para recibir al desgraciado. Pero Michael no se dio por vencido, escuche como corrió detrás mío, hasta que intento tomarme pro el hombro de mi chaqueta.

— ¡Arthur!

— ¡¿Qué?! —me gire para verlo, listo para empujarlo de nuevo ahora con más fuerza—. ¡¿Qué?! Maldito pedazo de mierda ¡¿Qué?!

— Respóndeme una cosa ¿sí? —Michael se alejó un poco, extendiendo sus manos, en un intento por calmarme—. Dime, ¿Por qué empezaste con todo esto? —me pregunto, a lo que yo solo le hice una muñeca confundido.

— ¿Que?

— ¿Por qué empezaste con todo esto? ¿Por qué te metiste con la mafia? ¿Por qué empezaste a trabajaste con Óscar?

— ¡No lo sé Michael! ¡No lo sé! ¡Por dinero quizá! ¿Qué quieres que te responda? ¡Por el maldito puto dinero!

— Mentiroso. No lo hiciste por dinero.

— ¿Entonces por qué otra mierda lo haría Michael? ¿Por qué mierda eh echo todo lo que eh echo?

Michael me sonrió, casi burlándose de mí, y después se me acercó hasta estar a solo un metro de distancia mío. Yo me aleje un poco, a la defensiva, pero Michael no quitó su sonrisa, colocando sus manos en sus bolsillos, comenzando a negar con la cabeza.

— No lo hiciste por dinero Arthur. Todo lo que hiciste, lo hiciste por amor.

Fruncí el ceño al escuchar las palabras tan absurdas de Michael.

— ¿Amor...?

— Querías salvar a tu madre ¿no es cierto? Chucho me dijo que estaba enferma... tuberculosis, si no mal recuerdo.

— Puto Chucho chismoso mierda ¿Por qué te dijo eso? —me moleste, pero Michael solo sonrió divertido.

— No importa porque me lo dijo... el punto aquí es que recuerdes porque inicio todo, Arthur. Por qué razón aguantaste al pendejo de Oscar, y llegaste hasta este punto. Si arrojas todo por la borda ahora...todo lo que hiciste, la gente que lastimaste, que mataste, todo por lo que has pasado... habrá sido en vano.

— Todo ya fue en vano, Michael. Lennon está muerto, Astrid está muerta, estoy en quiebra, y mi madre sigue en el puto hospital con esos respiradores en la nariz. Estoy peor que como empecé.

En eso, Michael saco algo de su chaqueta, y me lo extendió en la mano. Era un sobre color crema, con varios bultos dentro suyo. Yo lo mire con desconfianza, y después levante mis ojos hacia los de Michael.

— Don Armando decidió que te has ganado de nuevo tu derecho a tener un salario. Que no se diga que los Connor nunca pagamos nuestras deudas.

— ¿Otro sobre? No quiero su puto dinero... —le dije con desprecio.

— Lo sé. Pero lo necesitas aun así Arthur. Tómalo, y salva a tu madre. No dejes que todo ese esfuerzo se vaya a la coladera por una fracción de orgullo.

Orgullo ¿Todo esto lo hacía por orgullo? Mire el sobre con desdén, y después a Michael, que solo se mostró cálido al darme el sobre.

— No quiero dinero Michael —fue lo que le dije al final—. Solo quiero que me dejen en putas en paz. Eso es todo lo que quiero.

— Joder Arthur al menos piénsalo un poco ¿No crees? Consúltalo con la almohada, o algo.

No me digne responderle. Acto seguido, me di la media vuelta, y caminé por la calle fría de la ciudad, dejando a Michael parado como un perro al que le acababan de quitar un hueso.

Esta vez no fue detrás de mi, y me dejo en paz.  

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