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Capítulo 34

Perdí la noción del tiempo desde la muerte de Astrid. Había pasado una hora, quizá dos, no estaba seguro, aunque en realidad, podía importarme menos. De lo que si estaba seguro, es que el sol no tardaría en salir desde los edificios, dando inicio a otro día de porquería.

Estaba cansado, me dolían los ojos y los músculos de mi cuerpo. Pero no tenía sueño, no quería dormir; dudaba incluso que alguna vez pudiera volver a dormir como antes. Todo se reducía a un puto chiste de mal gusto.

Pero cuando al fin escuche el cerrojo de la puerta de la casa abriéndose, mis energías se renovaron de golpe. Había llegado la hora. Para ese entonces, el sol aún no había salido; así que la luz de la luna era la que se encargaría de iluminar esta noche tan cruel.

Cuando Yael intento abrir la puerta con sus llaves, y noto que la cerradura estaba rota, solo abrió la puerta de en par en par lentamente, hasta dejarla abierta por completo. Entro con miedo a la casa, sabiendo que había intrusos en ella.

— ¿H-hay alguien ahí? ¿J-Jorge? ¿viejo? ¿estas hay? —pregunto con miedo, llamando a su hermano, mirando hacia la penumbra, justo donde yo me encontraba, logrando percatarse de mi presencia—. ¿Qui-quien esta hay? Puedo verte, sentado en la silla... ¿q-que es lo que quieres? ¿Dónde está mi hermano?

No le respondí, no hice ningún ruido. Solo me quede quieto como una sombra, provocando que el pobre imbécil marinara un poco más en sus propios miedos, antes de empezar con el verdadero infierno.

— E-escucha, si lo que buscas es dinero, no vas a encontrar mucho ¿bien? Pero puedo darte unos cuantos dólares y joyas, si con eso tu... —pareció trabarse en sus propias palabras debido a los nervios, por lo que solo cambio el tema de conversación—. ¿Dónde está mi hermano? Solo quiero saber que está a salvo, y te prometo dejar que te lleves todo lo que quieras de la casa.

— Oh, no te preocupes por el —le conteste finalmente, mientras encendía luz del comedor al termino de mis palabras—. Él está muy bien.

Me encontraba sentado enfrente de la mesa del comedor, con mi ropa, mi rostro, y mis manos cubiertas de sangre, y en una de mis manos, mi viejo revolver. El chico pareció alterarse un poco al verme, ya que retrocedió con miedo, confundido.

— ¿Qui-quien eres tú? —tartamudeo, con miedo— ¿Dónde está Jorge? ¿Dónde está mi hermano?

No mostré expresión alguna en mi rostro. Tome algo debajo de la mesa, y levantándolo, se lo lance a Yael a sus pies. La forma redonda rodo dejando un largo rastro de sangre, hasta que la luz de la luna que se filtraba de las ventanas la toco, y le revelo a Yael lo que era: una cabeza decapitada.

— Parece que debiste educar mejor a ese hermanito tuyo ¿no crees? —le conteste burlándome, pero sin molestarme en sonreír siquiera.

Los ojos aterrados de Yael al ver la cabeza de su hermano me dio cierto nivel de satisfacción. No dijo nada, ni reacciono aparte de abrir su boca y sus ojos horrorizado. Yo me levante de la mesa, y con el revolver en la mano, camine lentamente hacia él, a lo que Yael asustado, solo comenzó retroceder, mirando hacia todos lados de su casa, quizá buscando algún objeto con el cual defenderse.

— Ni si quiera debes recordar quien soy ¿cierto? —le pregunte, mientras seguía caminando, revisando mi revolver que todas las balas estuvieran en su tambor.

— Mataste... a mi hermano ¡Tu mataste a mi...! —se detuvo, en cuanto vio que levante mi mirada, fría como el hielo, y accionaba el martillo del revólver, para poder disparar—. No te atrevas a cercarte más, tu maldito pedazo de...

— No, Yael. Basta; quiero que me escuches ahora atentamente, porque es importante que lo tengas en cuenta —le interrumpí, apretando el mango de mi revolver—. Hoy vas a morir —le dije, de la manera más fría que pude—. Pero hay muertes rápidas, dignas; y muertes crueles y sádicas.

— ¿Y qué? ¿me v-vas a dejar escoger el tipo de muerte que quiero? ¿Por qué no empiezas a decirme el discursito de mierda que sea hayas preparado... y acabamos con esto de una buena vez? Te dejas de juegos, y me dices que mierda está pasando... —sus ojos ya no mostraban miedo, ni desesperación. Solo única y pura egolatría. Lo que solo me hacía enojar más.

— Astrid —le susurre, inclinándome hacia él, con mis ojos en llamas. Cuando lo escucho, pude ver en su mirada que entendió todo el instante. Entiendo por qué iba a morir—. ¿Te suena ese nombre? Por supuesto que sí; fue la chica que estuviste torturado por meses en tu asqueroso sótano. ¿no es así?

— ¿Astrid? ¿Pero qué mierda tienes que ver tu con esa...? Espera —me miro detenidamente, apretando sus labios, hasta que después de unos cuantos segundos, su expresión volvió a cambiar—. Te conozco... tú eras su noviecito de mierda por el que me cambio... el que... tu...

Yael entro en pánico. Tomo algo de uno de los muebles que estaban pegados a la pared de la casa, y me lo arrojo con todas sus fuerzas, en un intento de poder aturdirme el tiempo suficiente, para lograr escapar. Pero lo esquive con bastante facilidad, moviendo mi cabeza a un lado, haciendo que lo que fuera que me hubiera lanzado, se rompiera en pedazos al impactar con la pared.

Ni siquiera logro darse la vuelta por completo, cuando apunte mi revolver, y le dispare en una de sus rodillas desde la parte trasera; que, en una explosión de carne, hueso y tendones, se la destrozo por completo, haciendo que cayera al suelo inmediatamente, comenzando a gritar y lloriquear.

— ¡Maldito loco de mierda! ¡Mi pierna, me volaste la puta piern...!

Lo tome del cuello antes de que terminara de hablar, y con todas las fuerzas que tenía, sin decir una sola palabra, lo arrastre asfixiándolo hasta la pared más cercana, donde lo estampe bruscamente, apretándole cada vez más. Con mi mano libre, saqué el cuchillo que tenía guardado en mi pantalón, y sin más miramientos, se lo enterré en su miembro, sin soltarlo del cuello, retorciéndoselo, mientras el maldito forcejeaba e intentaba zafarse de mi agarre por todos los medios posibles.

Y le hice una pregunta, entrecerrando mis ojos, sacando el cuchillo de su carne.

— ¿Por qué, Yael? —mi mirada era tan fría como la misma muerte, y no la aparte ni un solo segundo, logrando ver como los ojos de Yael se iban transformando en terror absoluto. Volví a enterrar el cuchillo una vez más en su miembro. — ¿Por qué lo hiciste? —le volví preguntar— ¿Por qué le hiciste eso?

Inserté el cuchillo en su carne una vez más, y le hice la misma pregunta, sacando la navaja, y de nuevo apuñalándolo, una y otra y otra vez.

Vi como los ojos de Yael comenzaban a ponerse cristalinos, apretando sus dientes, mientras intentaba zafarse de mi mano que le sostenía del cuello, retorciéndose como una babosa la que le habían echado sal. Yo volvía a meter y sacar el cuchillo con toda la calma del mundo, preguntándole lo mismo.

— ¿Por qué le hiciste eso? —su sangre caliente y pegajosa se derramaba por mis dedos hasta llegar a mi muñeca, escurriendo por mi brazo, y las fuerzas de Yael se iban desvaneciendo lentamente —¿Por qué la lastimaste? —sentí como una de sus tripas cayó al suelo, encima de mis zapatos, como un espagueti grueso— ¿Lo disfrutaste? —lo volví a apuñalar— ¿Disfrutaste sus lágrimas? ¿sus gritos? —volví a sacar el chuchillo— ¿Por qué Yael? ¿Por qué lo hiciste? —y lo volví a insertar de nuevo.

Los ojos de Yael comenzarán a cerrarse lentamente. Sus manos seguían sosteniendo mi brazo, pero la fuerza era ya casi inexistente. Sus piernas se habían rendido al fin, y lo único que lo seguía manteniendo de pie, era yo asfixiándolo contra la pared. Lo había dejado de apretar lo suficiente como para que no se terminara quedando sin oxígeno y muriera antes de tiempo.

— ¿Por qué mataste a Astrid? —continúe con la tortura, con las preguntas aun cayéndole, sin ninguna intención de dejarlo en paz hasta que me diera alguna respuesta— ¿Por qué Yael? ¿Por qué? ¿Por qué?

Sus tripas comenzaron a colgarle del estómago, y su miembro de tantas apuñaladas que había recibido, ya no era más que un muñón de carne molida debajo de sus pantalones, que solo hacía que hilo de sangre le recorrieran por sus piernas, hasta llegar a sus calcetines y zapatos, manchándolos.

Finalmente, después de alrededor de quince minutos haciéndole el mismo interrogatorio, Yael intento pronunciar una palabra, con sus ojos medio muertos, escupiendo sangre en el proceso. Sabía que me estaba pidiendo piedad, por la patética mirada cansada y adolorida que tenía.

— ¿Qué pasa, chico rudo? ¿quieres que me detenga? —me burle, pero sin mostrar alguna emoción en mi rostro— ¿quieres que te raje el cuello de una vez y terminemos con todo esto?

Yale no pudo emitir ninguna palabra, su sangre comenzaba a hacer que se atragantara, pero las lágrimas en sus ojos cayendo sobre sus mejillas fue lo que me dio su respuesta. Sin soltarlo del cuello, me acerque al hasta su oído, y le susurre unas palabras, volviéndole a encajar el cuchillo de nuevo en sus entrañas expuestas.

— Estoy seguro de que Astrid también te pidió que te detuvieras ¿no es cierto? — y volví a apuñalarlo una vez más— dime ¿acaso tú te detuviste? —y saque el chuchillo de nuevo—, te lo volveré a preguntar ¿Por qué la mataste? ¿Por qué?

Y le seguí preguntado lo mismo como por alrededor de una hora, o cuarenta minutos. Solo me detuve cuando deje de sentir el musculo de mi brazo, el cual quedó destrozado por haberlo sostenido tanto tiempo, y la mano con la que había sostenido el pequeño cuchillo quedo cubierta de carne y restos de tripa y riñones. Solté a Yael, y este cayo de bruces al suelo, entre sus tripas y pedazos de carne que habían regado toda la sala. Y pese a todo, el muy bastardo seguía vivo, pudiendo escuchar su asquerosa respiración a través de los gargajos de sangre que se habían formado en sus pulmones. Aun luchaba por seguir respirando, por sobrevivir.

Me dirigí hacia la puerta, soltando un chiflido para que mis amigos me escucharan. Dos minutos después, Michael y Esaú aparecieron por la puerta, mirando todo el reguero de sangre y entrañas en el suelo y en la pared de la casa.

Me gire hacia Michael y Esaú, aun sin mostrar alguna expresión en mi rostro; solo pase de largo, sacudiendo el cuchillo en el aire para limpiarlo de toda la sangre por la que quedo cubierto.

— Ya terminé —fue lo único que les dije, y ellos supieron de inmediato que teníamos que hacer después.

Michael apareció con un galón de gasolina, junto con Chucho quien cargaba otro. Mi amigo, al ver el estado de Yael, abrió los ojos, sorprendido y aterrado, y después me miro a mí, con la boca un poco abierta, con asombro y miedo. Yo solo desvié la mirada y me limpié el rostro de sangre con la manga de mi chaqueta.

— Parece que te tomaste tu tiempo... —me comento, aun con miedo en sus ojos, pero intentando bromear un poco.

No le respondí, solo solté un suspiro molesto, pasando a lado suyo, dirigiéndome a la cocina para arrastrar el cadáver del hermano de Yael decapitado hacia la sala.

Chucho se había quedado fuera de la casa en el auto, vigilando que nadie fuera de chismoso haber que tanto sucedía en la casa; mientras que, aunque Michael y Esaú querían estar conmigo, les dije que tenía que hacer esto yo solo. Ellos entendieron, y los tres me esperaron afuera.

Y tal parece que en cuanto vieron lo que quedaba de Yael, agradecieron al cielo haber tomado aquella decisión.

— Salgamos ya de aquí, estos dos estúpidos ya empiezan a oler a podrido —comentó Michael, mientras destapaba los botes de gasolina, y comenzaba rosear todo el lugar, desde los sillones hasta las mesas de madera, con la ayuda de Esaú.

— Un momento... Arthur, el idiota sigue vivo —me comento Esaú, mientras tocaba con el pie a Yael, que seguía jadeando, ahogándose con su sangre.

— Sería muy fácil ¿no crees? —le conteste, dirigiendo mi mirada a la de Yael, como si se tratara de un insecto moribundo—. Déjalo así.

Esaú solo levanto los hombros, y continúo regando los botes de gasolina. Me dirige a la cocina, y comencé a prender todas las manijas de la estufa, para que el gas comenzara a salir. Michael paso a mi lado, y siguió regando la gasolina por todos lados, hasta que se acabó y termino botando el bote aun lado. Me miro y yo le mire, y solo me asintió en silencio, saliendo de la cocina.

Yo me dirigí detrás de él, y mire como Chucho terminaba de regar los sillones y la alfombra de la casa; a lo que yo me le acerque, y le pedí si me dejaba regar lo último que quedaba de gasolina. Chucho accedió, y me dio el bote, mientras se limpiaba las gotas que le habían quedado en la ropa, yendo ah donde estaba Michael. Esaú despareció unos segundos de mi vista, quizá para ir a buscar algo dentro de la casa; aunque igual no le tome mucha importancia.

Me le acerque a Yael, quien seguía respirando pesadamente en el suelo, y le obligue a que se volteara boca arriba, tomándolo del cuello de su ropa rota y sangrienta. Una vez su cara estuvo mirándome a mi desde abajo, le vacíe la gasolina justo en el rostro, haciendo que le entrara pro los ojos, la nariz y la boca. Yael se ahogó y tosió desesperadamente, escupiendo sangre. Lo solté bruscamente contra el suelo, haciendo que se azotara su cabeza contra las vigas de madera, y después pase al cuerpo de su hermano, a quien le termine de vaciar la gasolina que quedaba. No tenía la más mínima idea de donde había quedado su cabeza, aunque tampoco me iba a molestar en buscarla.

Le coloque mi píe en su cuello, y comencé a presionar, a lo que Yael con sus últimas fuerzas llorando, intento sacárselo de encima.

— Recuerda Yael; recuerda en los últimos instantes que quedan de tu miserable y asquerosa vida; recuerda a Astrid, recuerda su rostro, recuerda todo lo que le hiciste sufrir, y pregúntate si valió la pena. Tu perverso estúpido pedazo de porquería, pregúntate si valió la pena para que terminaras así, como la estúpida rata despreciable que fuiste.

Finalmente, cedi, y le quite mi zapato. Y después tire el bote de plástico a un lado, caminado por encima de Yael, hacia la salida de la casa, donde Chucho y Michael ya estaban esperándome. En eso, Esaú apareció caminado rápidamente, cargando un bulto en vuelto en mantas como si fuera alguna clase de bebe o saco de azúcar.

— ¿Y eso? —le pregunto Michael curioso, mirando el bulto.

Esaú movió un poco las mantas, y pude ver la cabeza del perrito que vimos en el patio trasero, temblando de frio.

— Su madre murió haya atrás —nos dijo, mientras volvía a cubrirlo—, y no podía dejarlo solo hay, moriría también. Quizá lo lleve algún refugio para que se hagan cargo de él, no lo sé. Ya se me ocurrirá algo

— No sabía que te gustaban los perros —le comento Chucho, mirando curioso.

— Lo llevare a la moto...

Michael saco de su bolsillo su cajetilla de cigarrillos, y mirando hacia la casa comenzó a fumar.

Chucho acompaño a Esaú a su moto, por lo que me quede con él, mirando hacia la saca. Le pedí un cigarrillo a Michael, y le me dio uno sin problemas encendiéndolo.

Y me quede mirando a la casa, en silencio. Tenía tantas gana de llorar, de solo gritar de toda la ira e impotencia que tenía atorada en el pecho. Había llegado tarde, todo había sido por nada... Astrid... Astrid ya no estaba. Se había ido para siempre, y todo por mi culpa...

— ¿Dónde la conociste? —me pregunto Michael de la nada, sin desviar la mirada de la casa.

— ¿Mandé? —le dije, un poco confundido, volteando a mirarlo.

— ¿Dónde la conociste? A la chica...

— Oh... eso... yo... ella era mi vecina. Un día estaba fumando en la azotea, y resulta que ella también lo hacía, y coincidimos una noche. Nos hablamos, conversamos un rato y... bueno, hubo química. Me caía bien... era una buena chica... —tuve que forzar mis ojos a que no entraran en llanto. No podía permitirme ese lujo, no con Michael aquí.

— Era linda... es una lástima lo que sucedió.

— Si, ella... —volví a cerrar los ojos, y le di una inhalada al cigarrillo, en un intento por tratar de calmarme—. Fue de las mejores personas que conocí...

— Lamento mucho lo que sucedió Arthur, en serio —Michael se giró para mirarme peor ahora era yo el que sostenía la mirada hacia la casa—. Lamento que no hayamos podido ser más rápidos. Quizá si hubiéramos estado aquí una o dos horas antes... quizá pudo haberse salvado.

— Eso ya no importa —le respondí, cansado—. Está muerta... y nada cambiara eso. Nada.

Michael hizo una mueca, intentando sonreírme. Solo se acercó a mí, y colocó su mano sobre mi hombro, consolándome.

— Lo sé, pero solo... quería que lo supieras; que lo sentía.

Solté una leve sonrisa, y volví a darle otra inhalada al cigarrillo. Eran casi ya las 5 de la mañana, el sol ya no tardaría en salir, comenzando otro día de porquería...

Otro día en el que no pude salvarla.

— ¿Quieres hacer los honores? —me pregunto Michael, mirando hacia la casa; a lo que yo solo asentí.

Me acerque al pórtico de esta, y le eche un último vistazo a la ventana. Yael intentaba despernadamente arrastrarse hasta la puerta, quizá en un último intento por intentar huir, desparramando las ultimas entrañas que le quedaban en su cuerpo. Cuando me miro, alzo su mano hacia mí, como si intentara alcanzarme, quizá suplicando, quizá maldiciéndome, no lo sé, nunca estuve muy seguro de que es lo que pretenda con esa acción. Pero tenía miedo, de eso estaba más que seguro. Estaba aterrado.

Lo mire una última vez, directo a los ojos, y después de darle la última inhala al cigarrillo, lance la colilla encendido hacia la puerta de la casa. En cuanto toco la gasolina, en una fracción ridícula de tiempo, todo se prendido en llamas. Yael se cubrió en fuego casi a los segundos comenzado a revolcarse y gritar como un perro herido. Los gritos más escalofriantes que pude haber oído en mi vida. Segundos después, el gas que habíamos soltado en la cocina surgió efecto, e hizo que todo comenzara a volar por los aires.

No me quede a mirar más a Yael retorciéndose en el inferno; me di la vuelta, y me aleje de la casa, la cual se prendió en llamas tan rápido que el calor del fuego lo pude sentir en mi piel. Todo sería reducido a cenizas en cuestión de minutos si antes los bomberos no venían a intentar salvar algo. Pero todas las pruebas de que estuvimos hay se habían desvanecido por completo.

Todas excepto una. Solo una, de la que no me perdonaría jamás si me llegaba a deshacer de ella de modo tan indiferente...

Finalmente, cuando nos alejamos lo suficiente por la carretera, Michael y Esaú decidieron tomar caminos separados. Esaú tuvo que volver a casa, para ver que hacia ahora con el nuevo perrito que tenía; si lo llevaba algún refugio o algo; y decidió llevar a Michael consigo, para dejarlo en la base de los Connor. Había sido una noche demasiado larga, y todos estábamos muertos de cansancio.

Pero la noche aún no había terminado para mí, tenía que hace una última cosa antes de dignarme para poder descansar. Y Chucho sabia eso. Mi amigo, aun con las enormes ojeras que ya tenía, y lo cansado que se le veía, decidió acompañarme, y dejarme en casa cuando todo hubiera terminado. Y no pude estar más agradecido.

Después de unos cuantos minutos por la carretera, llegamos a la costa de la ciudad. Estacionamos el auto cerca de las escaleras de madera que daban para poder bajar a la playa de la ciudad, y nos dirigimos a la cajuela.

Cuando la abrí, tomé entre mis brazos delicadamente el cuerpo de Astrid envuelto en una manta, cargándola y dirigiéndome hacia las escaleras las escaleras de la playa. Chucho cerro la cajuela, y me siguió por detrás, en silencio.

Cuando baje a la playa, me fui hasta el costado donde empezaban las escaleras de madera que daban a la bahía, a una de las paredes que sostenía la estructura, y recargue con suavidad el cuerpo de Astrid en ella.

— Hicimos lo mejor que pudimos cuando estabas encargándote de Yael —me dijo Chucho, mientras miraba como acomodaba a mi amiga en la arena—. Le limpiamos la cara, la sangre y las heridas de su cuerpo con una toalla. Una vez así, no se veía tan... lastimada.

— ¿Tú le pusiste la chaqueta? —le pregunte, acomodando la cabeza de Astrid para que no se fue hacia abajo, y mantuviera el rostro visible, para que fuera reconocible más rápido.

— El camisón que tenía estaba... estaba muy sucio, y pegajoso. Creí que quizá... seria lindo regresarle de nuevo su chaqueta.

— Le queda bien Chucho —le respondí, mientras le acomodaba el cuello, y los brazos se los cruzaba levemente. Parecía casi como si solo estuviera dormida...—. Siempre le quedaban bien las chaquetas...

Me le quedé mirando solo por unos segundos, y sentí como una lagrima comenzaba a recorrer mi mejilla, y mis labios comenzaban a temblar. Tomé aire, y apreté mis parpados, intentando abstenerme de volver a llorar, y mantener la calma. Pero no pude, cada vez que volvía a mirar Astrid, se me rompía el corazón, y no podía evitar querer simplemente volver a llorar, y sacar todo lo que sentía.

Pero aun no me podía romper, aun no. Me le acerque, y le bese la frente a mi amiga, en un modo de despedida, y después me volví a colocar de pie, dándome la vuelta, y yendo hacia las escaleras de la playa, sin decir una sola palabra más; dejando el cuerpo de Astrid atrás

Cuando regresamos al auto, Chucho me miro con compasión, y me dijo si eso era todo, y si ya nos podíamos ir. Pero yo solo le negué con la cabeza.

— ¿Tienes... tienes alguna moneda de 5 centavos? ¿o algo de cambio quizá? —le pregunte, a lo que mi amigo solo comenzó a buscar en sus bolsillos algunas monedas.

— Toma, quizá estas te sirvan —me dijo, colocándolas en mi mano— ¿Pero para que las quieres?

— Solo... espera aquí un segundo ¿sí? Ya vuelo... solo... tengo que hacer una llamada —le murmure, mientras le pasaba de largo, e iba a hacia una de las cabinas telefónicas que estaban cerca de las tiendas cerradas de las calles.

Cuando me metí dentro de la cabina, volví a cerrar los ojos, y tomé aire, intentado controlar que mi mano dejara de temblar al momento de agarrar el teléfono. Una vez pude calmarme un poco, marqué los números que debía, y metí la moneda, comenzado a sonar la línea del teléfono.

911 ¿Cuál es su emergencia? —me pregunto la chica de la otra línea, a lo que solo volví a tomar aire, e intenté hablar sin que la voz se me rompiera.

— Si yo... quiero hacer una llamada anónima, y reportar un cadáver en el puerto sur de la ciudad, en la zona donde está la... la playa —le dije, nervioso, y con los ojos comenzando a lagrimear.

¿Un cadáver? ¿enterrado en la arena, partes del cuerpo, o alguna clase de...?

— No, no, no está enterrado en la arena, esta... solo está... lo verán a primera vista, está debajo de las escaleras de madera... recargado sobre una de las paredes.

¿Alguna descripción de cadáver o alguna otra cosa que me pueda brindar, señor?

— Es... es una chica joven, de quizá unos 17 o 18 años; está envuelta en unas mantas, y lleva puesta una vieja chaqueta de mezclilla, y... tiene algunas heridas en el rostro...

¿Toco el cadáver o se le acerco?

— No yo... solo lo mire, y vi que era un cadáver, n-no me le acerque ni nada... ¿podrían venir por él? No quisiera... no quisiera que se quedara aquí abandonado.

Una unidad ya va en camino señor, si tan solo nos pudiera hacer el favor de quedarse en el lugar un poco más para que pudiéramos hacerle algunas preguntas...

— S-solo quería hacer el reporte, vengan lo más rápido que puedan y... por favor, solo... por favor, cuando la identifiquen... abracen a la madre de la chica lo más fuerte que puedan... ¿si...?

Señor, por favor, necesito que...

Colgué la llamada al instante. Y me quede con mi mano en el teléfono unos segundos, apretando mis dientes, he intentado evitar que las lágrimas salieran. Sentía que me ahogaba... y no pude aguantarlo más.

— Mierda... mierda... —comencé a susurrar, cerrando los ojos con fuerza, con las primeras lagrimas saliendo de mis ojos, cayendo al suelo pesadamente.

Apreté los ojos y el teléfono con más fuerza. Una ola de coraje y desesperación me invadido finalmente; sintiéndome como la persona más estúpida, incompetente e imbécil de todo el planeta tierra.

Pude haberla salvado si tan solo la hubiera comenzado a buscar antes, si tan solo...

Tome el teléfono con fuerza, y comencé azotarlo contra la cabina con todas mis fuerzas, sin importarme que me lastimara las manos al hacerlo, en un intento patético por querer sacar toda mi rabia y coraje.

— ¡Puta madre! ¡mierda! ¡mierda! —comencé a gritar furioso, con las lágrimas saliéndome a chorros, golpeando el teléfono contra la cabina una y otra vez— ¡mierda! ¡mierda! ¡mierda! ¡mierda...!

El teléfono finamente se rompió a la mitad, saliendo disparado contra las ventanas. Pero yo continúe golpeando. Hasta que en un punto me detuve... bajé la cabeza... y solo comencé a llorar afligido. Las lágrimas seguían cayendo, mis ojos estaban hinchados, y lo único que deseaba, era morir en ese momento; en ese preciso momento.

Apreté la pulsera de Astrid dentro del bolsillo de mi chaqueta con todas mis fuerzas, sin atreverme a mirarla, con las lágrimas cayendo en ella, y en mis zapatos.

— Por favor perdóname Astrid... por favor... perdóname... —murmure, con la voz rota, apretando los dientes.

Saque toda la impotencia que sentía por medio de ese llanto, tal como un niño pequeño; pero el dolor no se iba, la desesperanza seguía hay, no importaba cuantas lagrima salieran de mis ojos... seguía sintiendo ese dolor por dentro...

No pude salvar a Astrid, y ahora ella estaba muerta... por mi culpa, por mi puta culpa...

Sentía tanto asco de mí mismo... tanto asco...

Aun después de haberme vengado de la peor forma de Yael, aun después de todo ese sufrimiento que le hice pasar en sus últimos momentos... no sentí nada... no sentí una pizca de satisfacción... solo me enoje más, y me frustre.

No importaba que la hubiera vengado... Astrid ya no estaba, ya no estaba conmigo. Estaba muerta... y muerta seguirá.

Y eso me mataba por dentro... como ninguna bala o cuchillo podrían hacerlo...

Llore y llore hasta que no pude sacar más lágrimas, recargándome donde se suponía que debía estar colgado el teléfono que acaba de romper. Chucho me miraba desde fuera de la cabina. No dijo nada, no se acercó siquiera. Él sabía que nada de lo que pudiera decirme podría consolarme. Y yo también.

Solo me quedé un rato más llorando en la cabina, con la esperanza de que el dolor desapareciera en algún momento...

Pero no lo hizo. 

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