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Capítulo 33

El sonido de las olas chocando una y otra vez sobre la arena hacia que toda la mierda que tenía en mi cabeza, atormentándome, despareciera por breves instantes. Nunca había venido a esta parte de la ciudad, la costa siempre me parecía un lugar sucio con olor a pescado donde cientos de barcos pesqueros y comerciantes aglomeraban las aguas, que en algún momento antes de nuestra llegada, fueron tranquilas.

Pero siempre tuve es imagen de la costa porque nunca pasé del puerto donde estaban todos aquellos barcos. No conocía la otra parte de la moneda, la parte buena, la que no era sucia ni corrupta.

Hasta que Astrid me lo mostro.

Estábamos los dos sentados en la arena, frente a las olas que plácidamente llegaban a nuestros pies descalzos, mirando el atardecer de un día viejo. Ninguno hablaba, ni hacia ruido, solo disfrutábamos de la compañía del otro, en silencio y paz...

Astrid termino de darle una inhalada a mi cigarro, para después escupir el humo hacia el viento, extendiéndome la mano para que tomara de vuelta lo que era mío. Cuando lo agarre, y estaba dispuesto a llevármelo a la boca, note que un poco de la labial de Astrid se había quedado impregnado en la boquilla del cigarro. Me pareció gracioso, y solo emboce una leve sonrisa, para después llevármelo a los labios, y darle una larga y profunda aspirada, dejando que el humo de la nicotina se llenara en mis pulmones, para después sacarlo todo por mi nariz, en un fuerte suspiro melancólico.

— La playa siempre me ha ayudado a meditar, algo tienen las olas que, con solo mirarlas, te producen cierta calma...

— Esperanza —le respondí a mi amiga, sin girarme para verla, apoyado mis brazos sobre mis rodillas, mirando la colilla de cigarro soltando humo—. De que las cosas pueden mejorar.

— Sí, eso —me dijo con una pequeña sonrisa, pero con tristeza en sus ojos—. De que aún no todo está perdido...

Finamente voltee la mirada, y mire a Astrid, quien solo sostuvo la vista hacia la playa. Su cabello revoloteaba un poco por la brisa del viento, dejando su rostro despejado por breves segundos. Siempre me gustaron esas puntas moradas que tenía en su cabello; la hacían ver... diferente.

— ¿Te encuentras bien? —me atreví a preguntarle finalmente.

— Si, si, es solo que... bueno ya sabes —soltó una leve risa, intentado ocultar que estaba a punto de soltarse en llanto—. Estoy un poco nerviosa. No es una decisión que se tome a la ligera Arthur —se giró al mirarme, notando como sus ojos parecían ponerse cristalinos.

— No puedo obligarte a que vayas Astrid, solo... intento ayudarte, intento hacer la diferencia... —baje la mirada un poco.

Ni siquiera podía ser sincero conmigo mismo; yo sabía perfectamente porque mierda quería que se fuera... y me daba asco de mí mismo.

— Ya la haces Arthur —me contesto ella, con una sonrisa cálida—, siempre la has hecho.

La sonrisa de Astrid siempre me ponía nervioso. Nunca podía sostenerle la mirada cuando ella me observaba de esa forma. Me ponía demasiado nervioso... pero en el fondo, se sentía bien...

— Supongo que... solo tengo miedo —su sonrisa cambio, y bajo la mirada, como intentado aguantar las ganas de llorar.

— ¿Miedo? Pero no hay nada que temer Astrid, todo va a estar bien—me arrime más hacia ella, para estar cerca—, ese lugar te ayudara a mejorar y ...

— ¿Y si no lo hace? —levanto la mirada, con los ojos llorosos— ¿Y si sigo siendo la estúpida perdedora drogadicta cuando salga de ahí? ¿y si no cambio? ¿y si estoy condenada a repetir los mismos errores una y otra y otra vez? Estoy rota Arthur, defectuosa, solo soy una estúpida drogadicta que ni la preparatoria pudo terminar, y...

— Astrid, basta —la interrumpí, haciendo que me mirara los ojos, tomando una de sus mejillas, que ahora estaba húmeda por las lágrimas que sus ojos habían comenzado a derramar—. No eres una estúpida, ni estas rotas; tu eres mi amiga ¿sí? —los ojos de Astrid seguían llorosos, pero pareció encontrar algo de calma en mis palabras—. Eres mi amiga. Y sé que puedes cambiar, Y no lo harás por mí, no por tu madre, ni por tu familia, ni por nadie más. Lo harás por ti, y solo por ti ¿sí? yo sé que puedes mejorar; y, aun así, pese a todo... yo te quiero como eres. Eres perfecta... no me importa lo que los demás me digan. Lo eres para mí...

Astrid dejo de llorar por unos segundos, y su mirada se ilumino. Ella sabía que no le estaba mintiendo solo para que se sintiera mejor consigo mismo. Lo decía de verdad...

Me sonrió, para nuevamente volverse a soltar en llanto, pero ahora alanzándose sobre mí, abrazándome con todas sus fuerzas. No supe ni cómo reaccionar hacia tal gesto, solo me quedé estático unos segundos, escuchando el sonido de las olas, y como Astrid se rompía llorando en mi hombro, apretándome cada vez con más fuerza. Al final, solo le regrese al abrazo, mientras le acariciaba un poco su cabello.

— ¿Por qué no te conocí antes...? —me susurro ella con la voz rota, abrazándome un poco mas fuerte.

No supe que responderle; solo la abrasé lo más que pude, mientras cerraba los ojos. Y nos quedamos juntos los dos por un buen rato... que hasta la noción del tiempo se volvió nula para mí. Un largo y cálido abrazo... el cual yo sabía que era uno de despedida. Pero de unos cuantos meses. Solo eso. Unos cuantos meses...

«La abandonaste» «la dejaste a su suerte, maldito pedazo de mierda» «ella te necesitaba ¿y tú dónde estabas?» «la dejaste sola» «la dejaste a su suerte esa noche» «¿Por qué lo hiciste? ¿por el estúpido de Oscar? ¿por el abandonaste a Astrid?» «la dejaste» «la olvidaste»

— ¡Yael! ¡Yael! —golpee la puerta con todas mis fuerzas, por si el bastardo al estar dormido, me escuchara. Todas las luces estaban apagadas, lo único que significaba que o no estaba en casa, o estaba dormido— ¡Abre la puta puerta Yael! ¡Estúpido pedazo de mierda! ¡Ábrela!

Me termine desesperanzado. Comencé a golpear con mi hombro colocando todo mi peso sobre la puerta, intentando forzarla, una y otra vez. Al no lograrlo, retrocedí y comencé a patearla. Tenía que ceder, tarde o temprano tendría que hacerlo...

Mis amigos estaban detrás de mí. Esaú apenas estaba llegando, estacionando su moto a un lado, cuando me miro intentado tirar la puerta abajo. Chucho retrocedió unos pasos, al verme errático y furioso arremeter contra la puerta; mientras Michael levantaba su arma, apuntando hacia la puerta, por si algo salía de ella de golpe.

En eso, vi como la luz de la habitación de arriba se prendía, y alguien bajaba rápidamente las escaleras. El hijo de perra estaba aquí, estaba dentro de la casa...

Abrió las cortinas de la puerta, para verme por el cristal de esta, a lo que yo continúe pateando con todas mis fuerzas para derribarla.

— ¡Hey! ¡¿Qué mierda está pasando aquí?! —me grito molesto, mirando como seguía golpeando su puerta.

— ¡Abre ahora!

— Ni loco ¿Qué mierda quieres aquí? ¡Largo o llamare a la policía! No voy a abrir la puerta.

— Te juro por dios que... ¡Michael, dame la puta escopeta! ¡Ya!

No me pare a pensar en que acaba de gritarle una orden al nieto de Don Armando; estaba eufórico, y parece que mi amigo me comprendió, ya que lo único que hizo fue correr hasta la cajuela del automóvil, sacando la escopeta larga, entregándomela.

— ¡Te dije que abrieras la maldita puerta! —le grite, lleno de ira, mientras apuntaba la manija de la puerta, jalando el gatillo.

— ¡Hey! ¡Hey! ¡No!

La chapa salió volando en el instante, lo que solo me quedo dar una fuerte patada hacia la puerta de madera, haciendo que se abriera de inmediato. El chico retrocedió asustado en cuanto vio la puerta abrirse, a lo que yo lo mire con odio, y le apunte la escopeta directo a su rostro.

— ¡¿Dónde está Astrid pendejo?!

Pero cuando le vi la cara, supe que no era Yael. Ese desgraciado tenia al menos 20 años o más, y el chico que tenía entre mis ojos no rozaba ni los 18. Debía ser su hermano.

— ¡¿Dónde está Astrid?! —le volví a gritar, pero el chico solo puso sus manos hacia arriba, nervioso, intentando articular alguna palabra.

La paciencia se me agoto, y con la culata del arma, le di un fuerte golpe en sus genitales, lo que hizo que el chico se retorciera hacia abajo, dándome oportunidad de ahora golpearlo en la espalda, haciendo que cayera al suelo, donde le di una más en la cabeza, para evitar que se pusiera de pie.

No espere más, y pase de lleno hacia dentro de la casa, mirando hacia todos lados en busca de Astrid, o donde la podían tener cautiva. Esaú entro detrás mío, arma y hacha en mano, con Michael y Chucho después.

— ¡Astrid! ¡Astrid! —Comencé a gritar desesperado, mirando por todos lados, caminando erráticamente de un lugar a otro.

— ¡Sujétalo bien Chucho, que no se te vaya a escapar! —le grito Michael a mi amigo, a lo que este sin problemas sometió al muchacho cuando intento ponerse de pie.

— ¡Astrid! —volví a gritar a todo pulmón, pero no conseguí ninguna respuesta.

Esaú comenzó a explorar la casa, lleno hasta el fondo de la cocina, donde aullidos y ladridos no paraban de escucharse en el patio trasero. Esaú regreso, y solo me podio que lo acompañara echar un vistazo. Cuando fui con él, nos detuvimos en una puerta trasera que estaba en la cocina que daba al patio trasero de la casa, donde afuera, había una pequeña casa para perros y un montón de excrementos y orines sin limpiar tirados por todo el lugar.

En la casa, había un perro de raza pitbull, recostado en el suelo, respirando agitadamente, con un pequeño cachorro de quizá tres meses o más, ladrando y aullando de un lado para otro, desesperado.

— Debe ser su madre, quizá está enferma... o herida. —me dijo Esaú, mientras seguía mirando por la ventanilla de la puerta.

— Encontremos a Astrid primero. y después ayudaremos a los perritos —le dije mi amigo, mientras me alejaba de la ventana, y volvió a la sala, a lo que el comprendido, y me siguió por detrás.

Fue entonces, donde recordé donde podía estar Astrid: El sótano. Raúl me había dicho que la tenían en un sótano. Solo debía encontrar la entrada. Caminé por el pasillo hacia la cocina de la casa, y fue cuando encontré una puerta de madera gruesa, estampada en una de las paredes, con un candado bastante grande sobre la cerradura. Era aquí... aquí es donde la tenían.

Rápidamente, comencé a patear la puerta con todas mis fuerzas, pero parecía que no iba a ser tan fácil abrir esta puerta como la anterior. Pensé en dirigirme hacia el chico, y sacarle a punta de golpes la llave del candado; pero estaba agobiado, no quería esperar más ¡quería abrirla ya!

— ¡Astrid! ¡Astrid ¿me escuchas?! ¡Astrid! —grite aún más desesperado, pateando y golpeando mi hombro contra la puerta, con todas mis fuerzas; pero sin resultado alguno.

— ¡Arthur, hazte a un lado! —me grito Esaú, quien ya había levantado su hacha, y tomaba impulso para impactar la puerta.

Yo me moví justo a tiempo, y el hacha le dio justo el candado, haciendo que chispas salieran rebotando de un lado a otro por la fricción. Aunque el candado se veía bastante dañado por el impacto, no era suficiente, seguía manteniendo a la puerta cerrada; por lo que Esaú nuevamente levanto el hacha, y arremeto con todas sus fuerzas contra el candado. Tuvo que hacerlo un par de veces, hasta que por fin ese pedazo de mierda metálica logro ceder.

En cuanto escuché al candado caer al suelo, hice a Esaú a un lado, empujándolo, pateando la puerta con todas mis fuerzas, abriéndola a un costado. Y me encontré con unas escaleras que daban hacia abajo, dándome la bienvenida a el sótano.

Mi corazón comenzó a acelerarse, y sentí como gruesas gotas de sudor comenzaron a escurrir en mi frente. Tenía mucho miedo de lo que pudiera encontrarme hay abajo; por un instante dude en bajar, por un mísero y estúpido instante.

Pero apreté los dientes, y bajé a toda velocidad. Ya casi... ya casi...

Estaba por lograrlo, estaba por conseguir salvar a mi amiga. Podía sentirlo, una fracción de esperanza en que ella estaría bien, que estaría a salvo, y la sacaríamos de este lugar. Le curaría todas las heridas que tuviera, y después estaría a su lado. Podía salvarla, podía conseguirlo, podía disculparme con ella por haberla dejado tanto tiempo, había venido rescatarla... yo... yo...

Cuando bajé el último escalón, lo que vi, me detuvo el corazón, y sentí como las pupilas de mis ojos se encogían por el miedo y terror que comencé a sentir en mi alma.

Ahí estaba Astrid... de espaldas, tirada en el suelo, con sus muñecas y piernas atadas con cinta, con una especie de camisón blanco como única prenda puesta. Y en uno de sus tobillos, estaba encadenada a la pared para que no pudiera escapar.

— ¡Astrid! —la llame, corriendo hacia ella, con los ojos comenzado a llenárseme de lágrimas— ¡Astrid...!

El suelo a su alrededor estaba lleno de sangre seca, y una mesa a metros suyo estaba lleno de todo tipo de herramientas las cuales no me atreví a observar. No quise observar nada más, mis ojos solo se pudieron enfocar en Astrid.

Cuando llegue a donde estaba ella, me tire al suelo, arrodillándome, y la gire lentamente, para poder recargarla en mis piernas. Pero en cuando la toque, ella comenzó a retorcerse, y balbucear algo, mientras comenzaba a llorar.

— N-no... no por favor... no de nuevo... n-no... n-n-no... —comenzó a llorar desesperada, intentando huir de mí.

— Astrid, Astrid, espera, no, soy yo ¿sí? Mira, soy yo, soy yo...

— ¡Ya no por favor...! ¡por favor...! ¡por favor! ¡te lo suplico! ¡por favor, no...! ¡No...! —comenzó a retorcerse más violentamente, lo que me hizo a mi ponerme aún más nervioso.

¿Pero que tanto le habían hecho...?

— ¡Astrid! ¡Soy yo! —mi voz se rompió, y las primeras lagrimas comenzaron a salir de mis ojos. Pero pude conseguir que ella pudiera verme— Soy Arthur... mírame... s-soy yo; vine por ti, soy yo... Arthur, tu amigo. Soy yo...

Astrid levanto la mirada, y con sus ojos aun llorosos, llenos de moretones y derrames por golpes que había recibido, me observo detenidamente.

— ¿A-Arthur...? —me pregunto, con miedo, insegura.

— ¡S-si! ¡Soy yo! Mírame, soy yo Astrid... aquí estoy, regrese por ti, estoy aquí ¿Si? —le sonreí, aunque mis lágrimas no paraban de brotar de mis ojos.

Fue cuando pude ve mejor el estado en el que se encontraba. Tenía todo su cuerpo lleno de cortes, moretones y cicatrices. El camisón que tenía puesto estaba muy sucio, y lleno de su propia sangre. Sus brazos, sus piernas, su cuello, su pecho... incluso alguna parte de sus mejillas estaban dañadas. Su nariz estaba muy golpeada, al igual que uno de sus ojos que estaba morado y lleno de moretones y más cicatrices. Sus rodillas estaban rojas, llenas de sangre. Sus labios estaban secos y partidos, y tenía varios dientes rotos, como también cicatrices en su rostro y brazos, producto de haber recibido varios golpes; estando también muy delgada. Su cabello estaba muy mal cortado, pegajoso, sucio, y las puntas moradas que siempre había tenido, habían desaparecido...

Rápidamente, saque mi cuchillo, y le corte la cinta de sus muñecas y sus tobillos, liberándola. Saque mi revolver, y le dispare a la cadena de la pared. Me fije que en su mano derecha tenia mutilado el dedo meñique, y en la izquierda tanto el anular como el índice. En sus pies, le faltaba los dos dedos más pequeños del derecho, mientras que en el izquierdo sus uñas se encontraban destrozadas, con sangre seca.

Astrid solo cerro los ojos temerosa, moviendo los brazos hacia abajo, como si no los hubiera descansado por un largo tiempo. Ni siquiera se molestó en frotarse las muñecas, estas estaban al rojo vivo, casi sangrándoles, lo que demostraban que la habían tenido un largo tiempo así...

La mantuve encima de mis piernas, con su cabeza recargada en mis brazos. Ella lentamente levanto su mano, y aun temblándole, acaricio mi mejilla con suavidad, con los únicos dedos que le quedaban.

— ¿E-es... e-eres... real? —me pregunto con la voz temblándole, y sus ojos poniéndosele llorosos otra vez— ¿no estoy soñando...?

— ¿Q-que? No, no es un sueño, claro que soy real —no pude más, mi voz se rompió por completo, y solo dejé que las lágrimas salieran, mientras ponía mi mano encima de la suya, tocando mi mejilla—. Soy yo, Arthur, tu amigo... estoy aquí, estoy justo aquí, soy real, vine por ti, te encontré... te encontré Astrid...

En eso llego Esaú, y después Michael, que, al mirarme, no supieron cómo reaccionar en un principio. Esaú se quedó quieto, como si no creyera lo que estaba viendo; mientras que, con Michael, este ya había corrido hacia mí, arrodillándose hasta donde estaba con Astrid, para ayudarme.

— ¿Cómo está? —me pregunto, mientras se quitaba su mochila, y comenzaba revisar y sacar todo tipo de artículos del botiquín que había traído para curar a aquella chica llamada Yizel.

— Y-yo no lo sé... no está bien Michael, está muy golpeada... y... y... —mis lágrimas no paraban de hacerme un nudo en la garganta que no me permitía hablar.

Astrid ni siquiera noto la presencia de Michael, solo se me quedo mirando, sin apartar la mirada un solo segundo, algo que hice yo exactamente.

Michael pareció observar sus piernas, y después se dirijo a los costados de su estómago, en la parte baja de su pecho donde comenzó tocarla y presionarla levemente, lo que hizo que Astrid soltara una pequeña queja.

— Tiene las costillas rotas... al menos unas cinco, quizá las seis —me dijo, lo que solo me hizo comenzar a entrar en pánico. Saco de la bolsa lo que parecía un estetoscopio, con el que se puso la salivas el odio, y tomaba la campanilla, dirigiéndolo a su espalda— Necesito que la levantes un poco Arthur, tengo que ver cómo están sus pulmones.

Cuando lo hice, Astrid comenzó a moverse adolorida, quejándose y gimoteando, tomándome de mis hombros con fuerza.

— Tranquila, tranquila... sé que te duele, pero tengo que ver cómo estas —le dijo Michael con voz suave, mientras ponía la campanilla del estetoscopio en sus pulmones—. Bien, respira lo más hondo que puedas, y luego exhala, relájate...

Cuando Astrid respiro, sonó muy mal, le costó demasiado poder aspirar aire, para luego soltarlo. Y Michael lo noto, ya que no puso buena cara cuando saco la campanilla de su espalda.

— Pero... ¿Por qué tiene los pulmones tan jodidos? Parece que la obligaron comer tabaco o yo que se... están demasiado dañados.

Voltee a mirar a Esaú, pero mi amigo no supo que decirme ni que hacer, estaba en shock. No lo había visto ponerse de ese modo nunca. Chucho seguía arriba, sometiendo al bastardo del hermano de Yael. Solo estábamos yo y Michael para ayudar a Astrid... pero no podía ni moverla sin que ella comenzara a quejarse del dolor.

En eso, mientras Astrid me miraba, note que un hilo de sangre comenzaba a salir de su nariz, haciéndose cada vez más y más grande, y después más sangre saliéndole de sus labios partidos.

— ¿Astrid? ¡Astrid! ¿Qué tiene que te pasa? —comencé a decirle desesperado, mientras más y más sangre empezaba a salirle. Ella no reacciono, solo me siguió mirando, con una muy leve sonrisa— ¡Astrid!

— Ay no, mierda, mierda, mierda —Michael se quitó el estetoscopio, y levanto la cara de Astrid mirándola, para luego observar su cuerpo, y tocar suavemente su abdomen— Carajo... es una hemorragia interna...

— ¿Q-que?

— Está muriendo Arthur... esta...

— No —comencé negar con la cabeza, mirando a Astrid, con mis ojos llenándose de lágrimas nuevamente— No, no, no, no ¡No! —levanté mi mirada hacia Michael, histérico— ¡Tenemos que llevarla a un hospital! ¡tenemos que salvarla!

— Pero no podemos ni moverla, morirá y...

— Entonces hay que llamar una ambulancia... que vengan y que... que ellos...

— ¿Y cómo carajo explicamos todo lo que sucedido en la casa? Vamos a terminar presos antes de que salven a tu amiga

— ¡¿Entonces que mierda hago?! —le grite furioso e histérico, aun con lágrimas en los ojos, apretando mis dientes.

— ¡No lo sé! —Michael se puso de pie, abrumado, llevando sus dedos a su cabello— Déjame pensar un momento... déjame pensar, déjame pensar.

— A-arthur... —escuche la voz de Astrid débilmente, y cuando la mire, volvió a levantar su mano, a lo que yo se la tome con fuerza. Pero su nariz seguía sangrando, mucho—. E-estoy bien... n-no te enojes... no g-grites... estoy bien Arthur... estoy... me alegra que estés aquí... —tosió adolorida, cerrando sus ojos, escupiendo algo de sangre en el proceso— pero... ¿p-por qué te tardaste tanto...?

Sentí una apuñalada al escuchar a Astrid. Cerré los ojos con fuerza, y mi alma solo se contrajo haciéndome añicos internamente.

— Perdóname Astrid, por favor... yo... lo siento, lo siento... —no supe que más podía decirle,

Mis ojos estaban hinchados por las lágrimas, y lo único que quería hacer era pegarme un tiro. Me sentía como la escoria más grande de todo el planeta. Había abandonado a mi amiga, yo... ¡Si tan solo hubiera dejado mi estúpido orgullo aun lado!

Me odiaba, me odiaba tanto, era un estúpido pedazo de porquería, un idiota, inepto, demasiado lento e imbécil ¿Por qué? ¿Por qué la había olvidado? ¿Por qué la había dejado a su suerte? ¡Todo era mi culpa! maldito idiota, idiota, idiota ¡idiota! ¡idiota!

— Arthur... no... —la voz de Astrid cada vez se escuchaba más débil, pero pude sentir como apretaba mi mano con las pocas fuerzas que le quedaban— No fue tu culpa... no lo fue... no...

— Astrid, por favor, tranquila resiste, por favor, todo va a estar bien, solo resiste, te vas a curar, vas a estar bien. Quédate conmigo ¿sí? Quédate conmigo, todo va estar bien, Astrid... —el apretón de su mano iba cada vez disminuyendo más y más, y sus ojos lentamente se iban cerrando.

— Es... es una linda noche... ¿no...? —me termino de decir, cerrando sus ojos, y dejando caer su mano de la mía.

Y sentí el peor escalofrió que alguna vez tuve en mi vida.

— ¿Astrid? —la sacudí un poco, intentando hacer que reaccionara, pero no se movió...— ¿Astrid? ¡Astrid! ¡Astrid! —la sacudí con más fuerza, pero simplemente no reacciono, no abrió los ojos, incluso había empezado a dejar de sentir su calor...— ¡Astrid, no! ¡por favor, por favor, no!

— Arthur... —escuche la voz de Esaú detrás mío, pero no me digne a mirarlo, no podía...

— ¡Astrid...!

Michael se acercó a ella, y le intento tomar el pulso en el cuello. Estuvo unos segundos, moviendo su dedo de un lado para otro, pero parecía no recibir señal alguna. Y finalmente, solo hizo una mueca triste, y se puso de pie.

— Lo... lo siento Arthur. En verdad... lo siento.

Y esas palabras fueron suficiente para afrontar la dura realidad. La que no estaba dispuesto a aceptar.

Astrid estaba muerta.

— Por favor... esto no se suponía que debía de terminar así, por favor... vuelve, vuelve, vuelve, por favor vuelve... —levante a Astrid, y la abrace con todas mis fuerzas, cerrando mis ojos, sintiendo como las lágrimas se resbalaban por mis mejillas— por favor, regresa, lo siento, lo siento, aun puedo arreglarlo, por favor Astrid, lo siento...

Sentí la mirada llena de lastima de Michael, quedándose hay de pie, en total silencio, al igual que Esaú... mientras yo sentía como me estaban arrancando una parte de mi alma de forma lenta y dolorosa.

— ¡Lo siento! ¡Astrid, lo siento! ¡por favor, regresa! ¡lo siento! ¡lo siento! —mi voz estaba quebrada, me dolía la garganta de tanto gritar, y mi rostro estaba tan húmedo por mis lágrimas, que llegaban a mi boca cada vez que gritaba, roto, destrozado... impotente... —¡esto no debía de haber acabado así! ¡tenía que salvarte! ¡tenía que...! —no pude más, mi garganta se comenzaba a cerrar, y lo único que podía hacer era llorar, y seguir llorando— ¡lo siento...! —grite, para después solo pegarme más a ella, y abrir un poco mis ojos, intentando imaginar que aun... en el fondo, ella podía escucharme...— Lo siento... lo siento...

No sé cuánto tiempo me quede abrazando el cuerpo de Astrid, llorando, repitiendo una otra vez cuanto lo sentía. Esaú bajo la mirada, y solo escuche como le soltó un puñetazo a la pared, o alguna de las vigas del sótano. Michael estuvo en silencio un largo rato, hasta que le escuche suspirar, y subir las escaleras hacia arriba. Después escuche la voz de Chucho, y en seguida, golpes y gritos del chico que tenía capturado haya arriba.

Había llegado tarde... no había podido salvarla. No pude salvar a mi amiga...

¿Y todo por qué? Por nada...

La deje morir... por nada.

Esa chica linda con las puntas de color morado que me acompañaba en las noches a fumar en la azotea... no volvería nunca. Y aunque sus últimos momentos ella me quiso dejar en claro que no me cargaba ninguna culpa o responsabilidad... de igual modo, no podía evitar sentirme el culpable de todo. Yo pude haber hecho esa diferencia... yo pude haberla salvado...

Pero sin darme cuenta, la tristeza fue convirtiéndose lentamente en rabia... y me comencé a llenar de ira como pocas veces lo había sentido.

No pude salvar a Astrid... pero sí que podía vengarla. Eso era lo que quería. Una cruel, lenta, dolorosa, y sangrienta... venganza.

Apreté los dientes y los puños, y sentí mis lágrimas secarse de mis ojos. Yael no tenía ni idea de lo que le esperara una vez regresara a su casa.

No tenía una puta idea...

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