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Capitulo 32

Había tres personas con el nombre de Raúl Agilares en el directorio. El primero no era más que un anciano que vivía con hija y su nieta. El otro estaba muerto, o eso fue lo que nos dijo la casera cuando fuimos a su departamento, lo que no nos dio más remedio que creerle. Lo que nos dejaba a uno como última opción...

Un chico de veintitantos años, que vivía solo en una modesta casa en uno de esos vecindarios problemáticos. Tenía una motocicleta estacionada en su cochera, y parecía que el pobre tonto tenia insomnio, ya que cuando llegamos a su hogar, seguía despierto, haciéndole unas reparaciones a su moto  en la cochera.

No se veía como un mal tipo, pero... no teníamos ninguna otra pista que seguir. No faltaba mucho para que el sol saliera, y todos ya estábamos sumamente cansados; queríamos terminar con esto de una buena vez. Yo quería terminarlo ya...

— ¿Y bien Arthur? ¿qué hacemos? ¿entramos de la manera violenta rompiendo la ventana y la puerta, agarrándolo a patadas entre todos? O hacemos las cosas como personas civilizadas, y le preguntamos si sabe algo de la chaqueta —me pregunto Michael, mientras se recargaba en la guantera del auto, terminándose de fumar uno de sus cigarrillos.

— Yo digo que comencemos por el pie derecho —me sugirió Chucho, mirando atentamente la casa del chico—. Podemos esperar a que Esaú haga el ultimo reconocimiento del perímetro con la motocicleta.

— Esperemos a Esaú —fue lo que les conteste, recargándome en el colchón del asiento, intentando calamar un poco toda la ansiedad que tenía—. Si hay alguien más en la casa, necesitamos saberlo antes de actuar.

— Como tú digas Arthur —se giró Michael, recargando su cabeza en el respaldo de su asiento, terminando de escupir el humo por su nariz, hacia la ventana—, esperemos en ese caso.

Esaú llego con su motocicleta, estacionándola al lado el auto de Chucho, para después bajarse, y darnos la última información que había conseguido.

— Esta solo — nos dijo, directo al grano—. Parece que vive solo en la casa, y no parece estar armado. Aunque en la casa tiene una escopeta, pero no estoy muy seguro si es real, o solo de adorno.

— ¿Crees que tenga alguna otra arma escondida por ahí? —le pregunte, pero Esaú negó con la cabeza.

— Lo dudo mucho. Se ve que es un tipo tranquilo; aunque no de los que se deja intimidar tan fácilmente, así que, si decidimos hablar con él, tendremos que ser cuidadosos; a menos que quieran ir de una a cagarlo a piñas.

— Justo estábamos hablando de eso con Arthur —Michael se volvió a girar hacia mi, esperando mi respuesta— Bueno Arthur ¿Qué hacemos?

Me quede en silencio unos segundos, pensando cual sería la mejor estrategia para sacarle información. Mire primero a Chucho, sabiendo lo que el claramente opinaba, y después a Michael y Esaú. Unos momentos mas lo medite, y supe lo que quiera hacer.

— Hablemos con el primero —les dije, mientras soltaba un suspiro pesado, y abría la puerta del auto, saliendo de este, colocándome mi chaqueta por las bajas temperaturas de la madrugada—. Pero si intenta algo estúpido, lo metemos dentro de la casa, y lo obligamos a que suelte la sopa.

— Me parece bien —me apoyo Esaú, mientras iba a la cajuela del auto, sacando la enrome hacha de nuevo—. Si se pone roñoso, quizá podamos divertirnos un rato con él.

Michael y Chucho salieron del auto, guardando sus armas en su pantalón, con Esaú detrás suyo, yendo detrás de mí para encarar al tal Raúl. Decidí dejar la chaqueta de Astrid en el auto, y bajar únicamente la pulsera. Si él era el tipo que la había vendido, entonces podría reconocerla sin ningún problema.

Bajamos por la pequeña colina donde habíamos dejado el auto, y fuimos hasta el vecindario, llegando a la casa del tal Raul, donde tenía la cochera abierta, siguiendo reparando su motocicleta, lo que nos ahorro el trabajo de tener que tocarle a la puerta.

— ¿Raúl Aguilar? —le hable, a lo que el chico inmediatamente levanto la mirada, dejando de lado lo que fuera que estuviera haciendo con su moto. Se puso de pie, y comenzó a limpiarse las manos de grasa con un trapo que tenía sobre una de las mesas.

— ¿Q-que pasa? ¿Quién lo busca? —nos dijo, confundido.

Quise ir directamente al grano, sin rodeos. Saqué la pulsera de mi bolsillo, y se la mostré en la palma de mi mano. El chico al verla, abrió tanto los ojos que pensé que se le saldrían de sus orbitas. El muy idiota se acaba de delatar él solito...

— ¿De dónde salió esta pulsera, Raúl? —le pregunte con frialdad, pero con una leve sonrisa en mis labios, intentando no sonar tan amenazante. Peor creo que solo dio el efecto contrario.

Pensé que Raúl estaba a punto de gritar cuando miro la pulsera, y después me miro a mi con miedo. Pero lo que hizo fue lanzarme el trapo lleno de grasa al rostro, y echarse a correr fuera del garaje, no antes sin tropezarse con su caja de herramientas, y tirar todo al suelo.

Esaú intento agarrarlo, pero el chico fué sido muy escurridizo para él, zafándose de su agarre, corriendo hacia la calle. Pero Michael fue más ágil, y solo le basto con desfundar su pistola, para apunta y jalar el gatillo, dándole justo en la pantorrilla al muchacho, haciendo que se cayera al suelo de boca al pavimento agarrándose la pierna, adolorido.

Yo me quité el trapo de la cara, y furioso, corrí hacia donde estaba el chico, quien intento patearme, pero el dolor de la pierna debió ser tanto que no junto las fuerzas necesarias para siquiera hacerme un poco de daño.

— Intenté hacer esto por las buenas —le dije, mientras lo tomaba del cuello de su chaqueta, y comencé a arrastrarlo por el pavimento, regresando a su cochera—, tú te buscaste que fuera por las malas.

El sonido del disparo de Michael había estado bastante amortiguado por el silenciador que le había puesto a su arma; por lo que teníamos al menos unos cuantos minutos antes de que algún vecino metiche se diera cuenta de lo que estaba sucediendo.

Por suerte, la puerta trasera de su casa por donde se salía al garaje estaba abierta, por lo que no fue difícil arrastrarlo hasta dentro. Una vez todos estuvimos en la casa, Chucho cerró la puerta, y se encargó de cerrar todas las cortinas y ventanas. Esaú se sentó a un lado de la mesa del comedor, colocando el hacha entre sus piernas, mientras yo terminaba de arrastrar a Raúl hasta una de las paredes, azotándolo contra, mientras Michael le apuntaba con su pistola en la cara.

— Por cada mentira que me digas, te voy a sacar un diente. Así que basta de estupideces ¿De dónde sacaste esa pulsera? Sé que también vendiste una chaqueta de mezclilla y unas botas.

El chico se quedó callado, ni siquiera dignándose a mirarme, a lo que apreté mi puño, y lo tome de la playera, soltándole un golpe en la nariz, haciendo que las primeras gotas de sangre salpicaran la alfombra.

— ¡Tú le vendiste esas cosas a Marco! ¡Sabes de donde salieron! —Le volví a golpear, ahora en la mejilla, haciendo que mis nudillos se cortaran al golpearlo justo en el hueso— ¡Sabes donde esta Astrid, pedazo de mierda! ¡Dímelo! —otro golpe, ahora justo en su ojo.

El chico seguía cayéndose al suelo una y otra vez, por lo que Esaú se dirigió a ayudarme, tomándolo de la chaqueta, no dejando que se balanceara tanto a cada golpe que le soltaba. Chucho me miraba desde lejos nervioso y con miedo, pero no dijo ni una palabra, ni intervino, solo se quedó mirando; al igual que Michael, que seguía apuntado su pistola hacia Raúl.

— Dímelo... dímelo ahora —volví a levantar mi puño, amenazándolo con volverlo a golpear, mientras lo sujetaba del cuello de su camisa, apretando los dientes, furioso— ¿Dónde está Astrid? Dímelo ¡Ya!

No pude resistirme, y le solté otro golpe directo en la boca, haciendo que el chico girara su cabeza, y escupiera un gargajo de sangre. Pero siguió callado; no dijo ni una palabra.

— Sera mejor que se lo digas idiota—comenzó a decirle Esaú, todavía sujetándolo para que no pudiera ni siquiera descansar en el suelo— No se va a deteners hasta que lo hagas.

— ¿Dónde está Astrid pendejo? ¡Habla! —otro golpe, otra ráfaga de sangre manchando la alfombra.

El chico tenía toda la boca cubierta de sangre, al igual que su nariz, y los ojos comenzaban a hinchárseles. Pero mi furia, al ver que seguía estando callado, solo podía aumentar más y más. Tenía tantas ganas de sacarle los ojos con mis propias manos...

— ¡¿Dónde está Astrid?! —a cada palabra que decía, cada golpe que le daba en el rostro.

El chico finalmente cayó al suelo, con Esaú soltándolo. Mi amigo se incorpora de nuevo, mientras yo me iba para atrás, y me sentaba en el suelo, cansado. Flexione mis nudillos adoloridos, mirando la sangre correr por mis dedos.

— Este imbécil no va a decir una palabra— puntualizo Michael, mientras dejaba de apuntar el arma, y miraba con desprecio al chico, tirado en el suelo—. Por la sencilla razón de que no está protegiendo a sí mismo; está protegiendo a alguien ¿no es así? —se dirigió al chico, pero este no reacciono, ni siquiera movió los ojos; solo permaneció en el suelo, quieto.

— Él sabe dónde está Astrid... él lo sabe, lo sabe —comencé a pasar mis dedos por mi cabello, lleno de frustración, mirando al chico ahora más que con furia, con lastima—. Yo sé que él lo sabe —mire a mis amigos, los cuales solo me miraban serios; y después a Raúl, quien intentaba respirar por su nariz destrozada—. Yo sé que tú sabes quien tiene a Astrid ¿Por qué no me lo dices? ¿Por qué proteges a ese pedazo de mierda? —comencé a respirar agitadamente, lleno de adrenalina, con la lastima convirtiéndose en enojo nuevamente— ¡¿Por qué? ¡¿Por qué lo proteges?! ¡Tú sabes donde tienen a Astrid! Vas a morir si no me lo doces ¿lo sabes? ¿estás dispuesto a morir? ¿dispuesto a morir por el pedazo de mierda al que estas protegiendo? ¿en serio? ¿quieres morir por él?

El chico continúo callado, lo que solo me frustro más, y termino por sacarme de mis casillas.

— Como quieras, pedazo de mierda.

Me levanté, y salí de la habitación rápidamente, llendo hacia el garaje. Mis amigos me miraron confundido, pero no intentaron detenerme, Creo que ya tenían una idea de lo que había ido a buscar.

Cuando llegue al garaje, mire la caja de herramientas tirada en el suelo, buscando algo que me pudiera servir para intimidar a Raúl. Levante un desarmador, y vi que tan filoso era, pero lo descarté al mirar una llave inglesa, con la que quizá podía hacerle mucho más daño. La sostuve unos segundos en mi mano, hasta que miré la mesa donde tenía más herramientas que quizá podía utilizar. Deje la lleve inglesa de lado, y tome un enrome mazo de esos que se utilizaban para derribar paredes, pero pensé que quizá sería demasiado; así que busque otra cosa entre todas las chucherías que tenía en la mesa. Encontré un pequeño martillo de esos que se utilizaban para clavar partes pequeñas; pero esa porquería si iba a terminar rompiendo al primer golpe fuerte que le diera, así que busqué otra cosa.

Finalmente encontré un martillo con el tamaño decente. Estaba algo oxidado, y el mango estaba echo de madera, cubierta con un poco de cinta aislante; pero me serviría de cualquier modo.

Cuando entre de nuevo a la habitación, apunte al martillo hacia el chico, para que supiera exactamente lo que le esperaba si decidía seguir callado.

— Arriba idiota, levántate, arriba —le ordene, a lo que Esaú y Michael lo tomaron de los brazos, y lo obligaron a ponerse de pie.

— Oh dios mío... —gimoteo el chico horrorizado, al borde de entrar en llanto, en cuanto miro el martillo en mis manos.

Tome al chico del cuello de su playera, azotándolo contra la pared, a un lado de una mesita de manera, donde tenía varias cosas puestas como su teléfono, un par de libros, y lo que aprecia ser una pequeña estatua de barro, quizá siendo algún regalo de alguien. Esaú lo sostuvo de uno de sus brazos, manteniéndolo en la pared, con Michael aportándose para no estorbarnos.

— Míralo bien Raúl —le coloque el martillo en su rostro, a lo que el chico temblando solo desvió la mirada, con un par de lágrimas resbalándosele por la mejilla—. Si no me dices quien tiene a Astrid en los próximos diez segundos, esto será lo último que veraz cuando deje tu cráneo como una jodida naranja aplastada —levante el martillo en el aire, listo para estamparlo en su estúpida frente—. Ultima oportunidad para que salgas de aquí vivo ¿Dónde está Astrid?

De nuevo, ni una palabra, ni una reacción, solo cerro los ojos, temblando. Ni siquiera se molestaba en hablar y defenderse, decir que no sabía nada, solo se quedaba callado; dispuesto a llevarse el secreto a la tumba. Eso me enojo más, así que tome su mano, y la coloque sobre la mesita de madera, listo para comenzar con cada uno de sus dedos.

— Dímelo, sé que lo sabes, sé que sabes que le paso a Astrid, así que dímelo, vamos—, comencé a hablar rápido, mientras colocaba la punta del martillo sobre uno de sus dedos, para luego levantarlo de nuevo, teniendo la puntearía directa— ¡Dímelo!

No dijo ni una palabra. El muy bastardo estaba prefiriendo que le tortura hasta la muerte, en vez de confesar que le había pasado a Astrid. El pulso se me acelero, y apreté el mango del martillo con todas mis fuerzas. Iba a hacerlo, iba a aplastar sus putos dedos como viles cucarachas hasta que decidiera confesar.

Pero cuando estaba por hacerlo, un pensamiento me detuvo. Me sentí... me sentí como Oscar.

Recordé lo que ese infeliz le había echo a aquel pobre chico en los dedos de sus pies, y no pude evitar pensar que estaba apunto de hacerle exactamente lo mismo a este chico. Quería hacerlo, de verdad quiera hacerlo... pero no podía; yo no era como Oscar, no quería ser como ese maldito desgraciado, no soportaría convertirme en alguien como él.

Eso solo me termino por frustrar más, y azote el martillo con todas mis fuerzas a un lado de los dedos del chico, dándole a una de las esquinas de la mesa, haciendo que cachos de madera salieran volando por todas partes. El chico solo cerro los ojos asustados, al mismo tiempo que yo volvía a levantar el martillo

— ¡Habla! —otro golpe a la mesa, destrozándola más— ¡Dímelo! —y otro más—, ¡Dímelo! — y otro—, ¡Dímelo!

La mesa quedo destrozada, pero mi ira y rabia todavía no se habían ido. Volví a levantar el martillo, ahora apuntando al rostro del chico, a lo que este solo desvió la mirada, cerrando los ojos con fuerza, pero sin poder moverse tanto, ya que Esaú seguía sosteniéndolo.

— ¡¿Dónde está Astrid?! —le grite con todas mis fuerzas en su rostro, pero no recibí ninguna respuesta— ¡¿Dónde está... —azote el martillo con todas mis fuerzas hacia la pared, a centímetros de su cabeza— ...Astrid?!

Las piernas del chico finalmente no aguantaron más, y se derrumbó en el suelo, arrastrando su espalda sobre la pared, hasta caer sentado en el suelo. Esaú se apartó de él, y yo retrocedí un poco, dejando el martillo estampado en la pared, mirando a Raúl, quien estaba sollozando en silencio con el rostro cubierto de su sangre seca.

Tome un poco de aire, y me aleje más, sentándome en una de las sillas del comedor, llevando mis dedos hacia mi frente, frotándolos para intentar hacer que todo el coraje y la adrenalina que sentía se fueran yendo lentamente. Michel bajo su arma, molesto y decepcionado, y Esaú pareció agotarse la paciencia, ya que fue directo por el hacha, al sillón donde la había dejado recargada.

Chucho se acercó por detrás y colocó una de sus manos sobre mi hombro, intentando consolarme. Yo solo baje la mirada, resoplando por la nariz, desesperado. El idiota no iba a decir una palabra, no iba a traicionar a quien fuera que supiera el paradero de Astrid...

Hasta que Esaú se le acerco, con el hacha en mano.

— Muy bien pedazo de porquería, ya me cansé de ser gentil contigo —le amenazo, mientras levantaba el hacha hacia arriba, a lo que Raúl solo lo miro aterrado—. Es todo o nada; si no me dices donde mierda esta Astrid, empieza a mentalizarte quedarte sin uno de tus brazos. Tres...

— Ahhg... y-yo... agghh —el chico levanto su mano, en un intento patético por cubrir el semejante golpe que iba a recibir del hacha.

— Dos, uno —termino por decir Esaú, tomando impulso con el hacha, para después bajarla a toda velocidad.

— ¡Yael! ¡Yael! ¡Fue Yael! —chillo desesperado.

El hacha termino dando a la pared, destrozándola por completo. EL chico se quedó helado y pálido al ver lo cerca que estuvo el filo de su hombro, incluso llegándole a cortar un poco la tela de su chaqueta. Esaú saco el hacha de la pared, y retrocedió un poco.

Yael... ese nombre... ese nombre sí que me sonaba... El mal nacido de su ex novio.

— F-fuel el ¿sí? Y-yo no tuve nada que ver con lo que hizo... yo... él era mi amigo... no quería traicionarlo... en serio... —comenzó a murmurar el chico en el suelo, llorando y retorciéndose de dolor.

— ¿Hacer qué? — le pregunte, mientras me ponía de pie, y me le acercaba lentamente.

— El... todo lo que le hizo a esa chica... y-yo no lo sabía, el solo me pidió que vendiera la ropa de una perra que lo había engañado, e-eso fue lo que él me dijo, p-pero yo jamás imagine que...

Camine hasta donde estaba Chucho, y le quite de su mano con discreción la escopeta recortada que tenía, para después dirigirme hacia aquel chico...

— ¿Dónde... donde esta Astrid, Raúl?

— E-en la casa de Yael, a-ahí es donde está.

— ¿Y dónde mierda es donde vive este tal Yael? ¿eh? —le pregunto Michael, intentado procesar todo lo que Raúl nos estaba diciendo.

— En el Barrio norte, Arroyo 25, Ca-calle 12, 1267...

— ¿En su casa? ¿Y qué mierda es lo que hacia ella en su casa? —pregunto Esaú, mirándome a mi confundido.

— E-el... la tenía atada en su sótano... —comenzó a decir el chico, a lo que yo sentí mi respiración detenerse, y mi pulso empezar a acelerarse cada vez más— la golpeaba y to-torturaba todos los días... pero c-cuando la encontré, el solo me dijo que era una perra que le había sido infiel, y que intento matarlo en el pasado. Q-que merecía todo lo que le estaba pasando. S-su hermano también estaba ahí; un chico de 14, casi 15 años. Pero cuando le pregunte, el chico solo me dijo que la dejarían ir en algún momento...

Apreté los dientes, y el mango del arma, acercándome cada vez más y más...

— ¡P-pero yo jamás la toque! ¡Nunca le hice nada! ¡él era el que la golpeaba! ¡jamás el puse un dedo encima! ¡lo juro! ¡lo juro!

Cuando estuve frente suyo, levanté la escopeta, apuntando directo a su rostro, a lo que el chico solo comenzó a llorar más y más, desesperado. Mis amigos me miraron confundidos; quizá porque no me mostraba molesto, mi triste, nada. Mi rostro era una maldita piedra; pero por dentro, sentí como algo iba muriéndose lentamente dentro mío.

— ¡Por favor! ¡Les dije todo lo que quería! ¡en serio! ¡yo jamás toque a esa chica! ¡jamás! —respire con dificultad, y coloque el dedo sobre el gatillo del arma, a lo que Raúl, en un último intento por salvarse, dijo unas ultima palabras—. ¡Ella esta viva! ¡Sigue viva! La vi hace un par de días ¿sí? S-sigue viva. Por favor por favor ¡No quiero morir! ¡jama le hice nada! ¡todo lo hizo Yael!

No le dije nada más. Solo lo mire directo a los ojos y un último pensamiento se me vino a la cabeza, antes de jalar el gatillo.

«Abandonaste a Astrid»

Los cartuchos salieron disparados, y se encargaron de volarle toda la cabeza, dejando restos de su cerebro dispersados en toda la pared, y en parte de la ropa de Michael, que era el que estaba más cerca del chico antes de su ejecución, quien se levantó rápidamente, asombrado y asqueado por lo que había hecho.

Esaú salto de su silla un instante, y Chucho retrocedió por el impacto. Yo me quede observando el cadáver unos cuantos segundos. Sabía que en mi rostro tenía cachos de carne y de sangre, pero no me moleste en limpiarlos. Mis ojos comenzaban a ponerse lagrimosos, pero no quería llorar, no en ese momento. Tenía que encontrar a mi amiga, a mi Astrid.

«La abandonaste» «la abandonaste» «la abandonaste pedazo de mierda»

— ¿Arthur...? —Chucho se me acerco, al ver que seguía sin reaccionar, mirando aun el cuerpo, y la cabeza destrozada de aquel chico.

— Barrio norte, Arroyo 25, Calle 12, 1267 —fue lo que le dije a mi amigo, mientras me daba la vuelta, para mirarlo. Aun podía sentir toda la sangre resbalándose por mi rostro, hasta mi barbilla— Ahí es donde la tienen... 

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