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Capítulo 3

Mis sospechas eran ciertas; le habían cortado la luz eléctrica a Oscar. Cuando Esaú y yo abrimos la puerta de su pequeño sótano en el jardín, el lugar estaba asqueroso, incluso una rata paso corriendo a toda prisa por encima de mis pies, asustándome.

Oscar nunca había sido higiénico, pero por lo menos cuando llegaba yo, o alguien más, tenía la decencia de arreglar al menos un poco el lugar. Pero esto era el colmo, todo estaba lleno de comida echada a perder, jeringas en el suelo, y colillas de cigarro que ni siquiera se había molestado en poner en el cenicero. Si íbamos a buscar algo, nos llevaría más tiempo del que nos hubiera podido gustar.

— Tal vez este en la casa –sugirió Esaú, mirando con asco su alrededor.

— No lo sé...Oscar guardaba todo aquí, no creo que algo tan importante como los papeles de la moto los haya guardado ahí.

— Venga Arthur, busquemos primero en la casa, este lugar huele a lo que huele Lennon –no pude evitar soltar una risa, a lo que solo le asentí; tampoco quería toca nada de este lugar si podía evitarlo.

Primero le dije que fuéramos al patio trasero, a donde había visto a Oscar una vez enterrar su dinero. Encontramos una pala apoyada en el pórtico de la casa, y revisando las imperfecciones del pasto, no fue muy difícil deducir donde es que Oscar había hecho un agujero. Pero después de 15 minutos de estar moviendo la tierra, no encontramos un carajo, por lo que fue fácil deducir que Oscar había movido su dinero.

Intentamos entrar a la casa, pero la puerta tenía una cadena con candado que la bloqueaba por completo. Después intentamos entrar a una de las ventanas, pero todas estaban selladas con tablas de madera. y como última opción desesperada, intentamos pasar por el subsuelo de la casa, pero no había madera de atravesar la madera sin hacer tanto ruido.

— ¿Y ahora qué? –mire a Esaú, con la esperanza de que se le ocurriera algo.

— Tal vez podríamos romper ese candado –me dijo, mirándolo, apoyando sus manos sobre su cintura.

— ¿Si? ¿Y cómo?

— Yo que se hombre, dispárale –levanto sus hombros, despreocupado.

— Claro, y que todo el puto vecindario nos escuche –aunque no negaba haber traído el revólver, no quería usarla si no era necesario. Lo que menos necesitábamos es que alguien supiera que estábamos ahí.

— Bueno...quizá con unas pinzas... –. Pero no las tenemos ahora, baboso.

— ¿Sabes dónde puede estar la llave de ese candado? –le dije, girándome para mirarlo.

— No... –Esaú ya sabía a lo que me refería, pero no quería aceptarlo.

— Tendremos que buscar dentro de toda esa mierda, Esaú.

— No, no, yo no meteré mis manos ahí.

— ¿Quieres los papeles? Ayúdame a buscar esa puta llave entonces.

Estaba a punto de decirme algo, pero termino arrepintiéndose, soltando un gruñido como respuesta. No había nada más que discutir; si queríamos entrar a esa casa, tendríamos que ensuciarnos las manos.

Pero no fue tan fácil como había pensado en un principio. El hecho de que no hubiera luz en el pequeño sótano no nos ayudó en nada, y tampoco que el lugar oliera podrido. Había muchísima comida echada a perder, y las varias ratas ya habían realizado su nido, por lo que no les gustó nada que las ahuyentáramos de su nuevo hogar.

— Oye, mira lo que encontré –me menciono Esaú, sacando lo que parecía un pequeño baúl debajo del sofá. Este tenía un candado bastante pequeño, pero Esaú tomo la pala del patio trasero, y de un buen golpe logro quebrar el cerrojo, abriéndola.

Dentro estaban las armas que Oscar nos había quitado, como varios paquetes de balas, y un par de cuchillos afilados. Esaú, sin perder el tiempo tomo todas las armas y las guardo en la mochila que había traído para guardar todo lo útil, con los cuchillos también. Estaba por preguntarle para que se quería llevar todas esas armas, pero recordé que él estaba igual de paranoico que Chucho con el auto de que nos vigilaban. Y ahora yo también lo estaba.

— Arthur, te juro que estoy a punto de llegar a mi límite con este olor de mierda. Si no encontramos esa puta llave, te juro que romperé ese candado a golpes –se quejó, mientras ponía su mano en la nariz para filtrar el olor.

— Podría funcionar...solo que lo intentes con la pala.

Seguí buscando entre los muebles, abriendo los cajones y moviendo toda la basura que tenía Oscar, pero no lograba dar con ninguna llave. Llegué al punto en el que mi paciencia había llegado al límite, y comencé a tirar todo al suelo, en busca de la puñetera llave, o los papeles de la moto. Pero lo más útil que encontré fueron dos billetes de 20 dólares, algunos pares de casetes, y restos de colillas de cigarro y metanfetamina. Pero ni rastro de la llave.

— Aquí no hay nada Arthur. El cabron de seguro la escondió en otro lado.

— Sí, pero ¿Donde? –comenzaba a frustrarme, mirando hacia los lados, en busca de alguna pista, o algo que se me hubiera pasado.

— No sé, tal vez se la dio a un amigo, o la habrá colgado en alguna teja.

— ¿Teja? –mire al techo, y note como este estaba sumido, como una lámina delgada a punto de caerse –. ¡Eso es! Esaú, trae la pala.

Cuando la trajo, comencé a golpear el techo con esta, con la esperanza de que me lograra indicar algún punto débil donde Oscar pudiera esconder algo. Pero me excedí un poco con la fuerza, y al séptimo golpe, toda la lámina y la primera capa de concreto se vino debajo nuestro.

— ¡Puta...mierda! –se comenzó a quejar Esaú, quitándose el polvo y concreto de la ropa –Sos un genio Arthur, un puto genio.

— Cállate ¿quieres? –le conteste irritado, mientras también me sacudía.

En eso, logre divisar una caja de zapatos debajo de todo el polvo y basura. Estaba maltratada y aplastada, haciéndose obvio que había caído del techo. Cuando la abrí, me encontré con un par de fajos de billetes, y la maldita llave del candado. Tome los fajos lo más rápido que pude, metiéndolos a mi pantalón, y con la esperanza de que Esaú no me hubiera visto, le mostré la llave, con una sonrisa.

Esaú fue el que abrió el candado, yo le ayude a quitar todas las cadenas que nos estorbaban, y cuando entramos, nuestras sospechas de que Oscar no era una persona del todo normal, terminaron por aclararse.

— ¿Esos son...?

— Aromatizantes...aromatizantes de auto –. Y estaban por toda la casa, colgados, apestando el lugar.

La casa era lúgubre, echa de madera probablemente ya podrida por el descuido de años. Había varios muebles también de madera, pero todos estaban igual de descuidados, llenos de polvo y telarañas, muchas telarañas. Una alfombra sucia, redonda, que solo servía para estar en el centro de la habitación. Y en el techo, docenas y docenas de aromatizantes para auto en forma de pinos colgaban como si fueran algún adorno navideño.

— Venga, busquemos esos putos papeles de una buena vez, y salgamos de aquí –Esaú se me adelanto, con la lámpara en mano, comenzando a buscar en los primeros cajones.

Yo me dirigí a la cocina. Comencé a buscar en las alacenas, pero no encontró más que algunas latas y caja de cereal viejas, donde una familia de ratones ya había formado su nido. También había una estufa, pero dudo que alguien la hubiera usado en un largo tiempo. No había nada en el horno, más que polvo y telarañas, como también en el comedor, que estaba hecho pedazos. Cuando me giré hacia el refrigerador, sentí un impulso que me decía que no era una muy buena abrirlo; casi siempre en todas las películas sobre psicópatas, los desgraciados tenían el cadáver de alguien ahí dentro, y conociendo a Oscar... no me sorprendería mucho. Decidí tragarme mi curiosidad, y continuar buscando en otro lado, saliendo de la cocina, pero en mi camino, me topé con Esaú.

— ¿Encontraste algo? –me pregunto.

— Telarañas, ratones...nada útil.

— ¿Revisaste el refrigerador? –paso de mí, dirigiéndose hacia él, con el fin de abrirlo.

— No...yo... –No me dejo terminar. Cuando Esaú lo abrió, a los dos segundos comenzó a vomitar, para cerrarlo de un portazo, y luego continuar vomitando – ¿Esaú? –me le acerque, con la misma intención de abrir el refrigerador.

— No...no lo abras –me alcanzo a balbucear, mientras miraba al suelo, y se sostenía el estómago, aguantando las náuseas –No lo abras.

Mire a mi amigo, y después al refrigerador. La curiosidad desaprecio.

— Ven, busquemos en otro lado... –se levantó, apoyándose en la estufa, y salió del lugar. Yo solo le eché una mirada más al refrigerador, y lo seguí por detrás.

Buscamos en la sala, destazamos los sillones que había con los cuchillos que encontramos, rompimos los muebles en busca de que hubiera dentro algo, y probablemente hubiéramos desgarrado las paredes, si no lo estuvieran ya. En las dos habitaciones con las que contaba la casa también buscamos, pero no encontramos nada. Solo quedaba revisar el baño, pero obtuvimos el mismo resultado, no encontramos nada.

— Quizá los escondió en otro lugar –sugerí, decepcionado.

— Maldito cabrión, solo son unos putos papeles de una motocicleta ¿Para que los iba a querer esconder?

Le levante los hombros como respuesta.

Salimos del baño, y miramos a nuestro alrededor, con la esperanza de encontrar alguna pista, o algo que nos indicara donde pudo haberlos ocultado. Volví a la habitación, que seguramente les habían pertenecido a los padres de Oscar, por el tamaño de la cama, y miré el colchón con detenimiento. No tenía sabanas, ni almohadas, solo estaba ese colchón, insípido, y lleno de manchas de las cuales no me interesaba saber su origen. Y se me ocurrió una idea.

— Esaú ¿Aun tienes esos cuchillos que encontramos?

— Si... ¿Por qué?

— Ayúdame a quitarlo de la cama, vamos a abrirlo.

Cuando lo sacamos de los barrotes, Esaú clavo el cuchillo a tela, en uno de los extremos, e hizo una larga y perfecta línea, partiéndolo por la mitad, y después otra horizontalmente, dando la forma de una "X". Lo ayude a destazarlo por completo, pero no encontramos nada más que el relleno y los resortes oxidados.

Luego pensé en la otra habitación, la que seguramente le había pertenecido a Oscar. Era en la que más aromatizantes colgados había, y por lo mucho, pese a todo ese ambiente perfumado, la que apestaba más. Cuando movimos el colchón para destazarlo, supimos el por qué.

Debajo de la cama, estaba el cuerpo descompuesto y esquelético de una persona, aparentemente la de un hombre, decapitada; aún tenía la ropa puesta, pero manchada de sangre ya seca, y las ratas y los gusanos no se habían hecho de esperar, todavía se encontraban devorando la carne que le quedaba, pero en su mayoría, no era más que un esqueleto podrido. Tuve que aguantarme las náuseas para no vomitar; no por el aspecto de cadáver, si no por el olor nauseabundo que había desprendido. Esaú se tapó la nariz con la manga de su chaquetea, y lo ilumino con la linterna para poder verlo mejor.

— Esto explica lo que había dentro del refrigerador...

— ¿Qué? –estaba nada de vomitar.

— Nada, olvídalo –dejo de iluminar el cuerpo, y paso al colchón –Venga ayúdame a cortarlo, para largarnos de aquí.

Cuando abrimos el colchón, tampoco encontramos nada, lo que solo termino por frustrarnos. Cerramos la puerta de la habitación, con la esperanza de que el olor no se hubiera colado a las demás partes de la casa.

Cuando regresamos a la sala, logre ver un mueble, lleno de libros y revistas que llamo mi curiosidad.

— ¿Revisaste ese lugar? –le pregunte, mirándolo.

— Si, lo revise, no había más que pura basura.

— ¿En serio?

Cuando camine hacia el mueble, sin querer pise una tabla floja, que ocasiono que todo mi pie con mi pierna se fuera hacia abajo, atorándome.

— ¡Puta madre! –intente zafarme, pero había quedado bien atorado. Esaú me tomo de los brazos y me logro sacar, raspándome la pierna en el proceso por la madera podrida.

— ¿Quién diría que esta mierda tenia subsuelo? –bromeo Esaú, mientras me ayudaba a levantarme.

— Si... –

Fue cuando abrí los ojos exageradamente, y Esaú también lo hizo. Se nos había ocurrido la misma idea.

Fui por la pala, y comencé a trozar el suelo, hasta crear un agujero del tamaño adecuado para que pudiera entrar. Cuando baje al subsuelo, el lugar estaba más oscuro de lo que había pensado y lleno de telarañas, incluso estuve a punto de tragarme una, de no haberla visto antes. El suelo estaba terroso y sucio, y el olor a humedad abundaba, además de que el lugar no tenía la suficiente altura como para al menos ir gateando, obligándome a ir casi a rastras.

— ¿Encontraste algo? –la voz de Esaú se escuchaba encima mío.

— Aun no –seguí moviéndome, hasta que encontré lo que parecía un bulto a la distancia – ¡Espera, creo que sí!

Cuando llegue al bulto, y lo ilumine mejor, deje de respirar, y mi estómago se volvió a revolver. Era el cuerpo de otra persona, pero este estaba completo, aunque lo único que quedaba ya era un esqueleto viejo, y algunos mechones de pelo que aún le quedaban en el cráneo. Por su vestimenta, y el cabello que le quedaba, pude deducir que era una mujer. Fue cuando recordé las palabras de Oscar, hablando sobre su madre. Mierda.

— ¡Hey! ¡Arthur! ¿Todo bien? –no pude responderle a Esaú, había comenzado hiperventilar, y mi estómago estaba de cabeza.

Intente tomar aire, pero fue un completo error, el aire estaba pútrido por el cadáver, ocasionando que solo me dieran más ganas de vomitar. Me tome unos segundos para aclarar mi mente...y mi estómago, y cuando recupere la compostura, decidí que tenía que continuar.

Me tape la nariz y boca con la mano, para no seguir teniendo nauseas, e intente revisar el cadáver. A lado suyo, había una mochila roja de hombro enrome, con algo de polvo. Al fin había encontrado el tesoro de Oscar. La jalé por encima del cadáver lo más fuerte que pude, con el cuidado de no romper las agarraderas, y cuando la tuve en mi poder, comencé a arrástrame de vuelta.

Cuando estuve de vuelta, Esaú me ayudo a subir con la mochila, y sin esperar más, la abrimos para ver su contenido, esperando que no fuera otra cabeza humana o algo así. Para mi fortuna, no lo era. Había más de una docena de fajos de billetes atados con ligas, perfectamente acomodados y amontonados, y a su lado, un par de folders con varios papeles. Nos sentamos en el suelo de la casa, y comenzamos a revisarlos, con la esperanza de encontrar lo que habíamos venido buscar en primer lugar. Observe como a Esaú no había casi ni notado todo el dinero que habíamos encontrado; tal vez aún tenía suficiente, y era lo que menos le importaba en ese momento.

Revisando los papeles, vimos el acta de nacimiento de Oscar, con más documentos oficiales de probablemente su vida pasada. Incluso descubrimos que había estado en un internado un año entero, por "Conducta violenta, y adicción con las drogas". Eso fue hace casi 4 años. Había sido liberado por "buena conducta, y recomendaciones". También había un archivo psicológico, y lo que parecía ser una pequeña biografía que le habían hecho algún terapeuta.

Me quede más tiempo curioseando en los archivos de Oscar, cuando Esaú saco de los uno de los folders lo que habíamos estado buscando: Los putos documentos de la motocicleta.

— Vámonos de aquí Arthur, luego seguimos revisando eso –Esaú se puso de pie, y comenzó a volver a poner todos los papeles en su lugar, para meterlos en la mochila.

Pero en eso, escuchamos a las afueras, como un automóvil se detenía justo enfrente de la casa. Y después otro, y otro.

Esaú se dirigió a una de las ventanas, para ver quiénes eran, pero casi al instante, se dio la media vuelta en silencio, y comenzó a agitarme sus brazos, angustiado.

— Tienen armas, vámonos de aquí Arthur –me susurro con fuerza.

Mire hacia todos lados, buscando una salida, pero la casa no tenía puertas traseras, la única salida era la entrada, y si salíamos por ahí, sería un hecho que nos verían. Fue cuando mire al hoyo que habíamos hecho en el subsuelo, y se me ocurrió una idea. Esaú fue el primero que entro, con la mochila, mientras yo buscaba desesperado algo con que ocultar ese agujero. Pero en el momento que encontré a la alfombra mugrienta de la casa, escuché como llamaban a la puerta.

— ¿Hola? ¿Alguien en casa? Buscamos a Oscar, somos amigos suyos, ¿Hola?

Mi frente estaba llena de sudor. Corrí al agujero junto a Esaú, y antes de que escuchara la frase de uno de los hombres diciendo "Derríbenla", había logrado colocar la alfombra encima del hueco

Las tablas comenzaron rechinar por el peso de las pisadas. Vi las siluetas de los hombres caminando, entre los espacios que había en las tablas. Todos llevaban armas largas, había al menos una docena de ellos, y hasta el final de la fila, el último en entrar, tiro una colilla de cigarrillo al suelo, comenzando gritar.

— ¡Oscar! ¡Sera mejor que salgas! ¡Tenemos cosas que resolver, tu y yo! –su voz era áspera, y llena de odio. No pude evitar sentir un escalofrió en mi espalda al escucharla.

Mire a Esaú, y él me devolvió la mirada, tenso. Si hacíamos el más mínimo ruido, podamos darnos por muertos. Saque el revolver de mi bolsillo, tal vez para sentirme un poco más seguro, y me quede lo más quieto que pude, aun escuchando la madera rechinar.

— Este lugar está todo destruido. Parece que alguien vino y saqueo todo.

— Te encanta decir lo obvio ¿Cierto? –le contesto el chico, molesto.

Comenzo a caminar por la casa, pasando de lado a todos los demás, casi empujándolos. Por las pequeñas brechas que me daban las tablas, solo logre a alcanzar a observar que era un chico pelirrojo.

— Parece que alguien estuvo aquí apenas –el chico estaba en la cocina, mirando algo en el suelo. No me costó mucho deducir que había descubierto el vómito de Esaú.

Cuando abrió el refrigerador, los hombres que lo acompañaban, comenzaron a tener nauseas, y apartaron la vista. Pensé que el pelirrojo también haría lo mismo, pero hizo todo lo contrario: Solo se rio.

— Parece que alguien tuvo una pequeña venganza –bromeo, entre carcajadas –Venga, dejen de lloriquear. Registren todo el lugar; si encuentran al pendejo que venimos a buscar, tráiganlo ante mí. Si encuentran a alguien más, mátenlo.

— Pero señor... ¿No sería más inteligente que los interrogáramos? –escuche la voz nerviosa de un hombre.

— ¿Qué dijiste? –se notaba que el comentario le había molestado – ¿Dijiste...? "¿Sería más inteligente?"

— Si...bueno, eso pensé. Tal vez ellos nos pudieran decir el paradero del chico...

— ¿Más inteligente? ¿Me crees idiota? –se le había comenzado a acercar.

— No, yo no...no quise...

— ¿Qué quisiste decir? Venga, dímelo, o te arranco la puta lengua.

— No...yo... -el chico bajo la mirada, y el pelirrojo ya estaba casi encima suyo –Solo sugería...

— Solo sugerías... -comenzó a sonreírle, como si se burlara de él. Y después, solo le dio unas palmadas en el hombro –Pues no es tan mala idea, ¿Cómo dices que era tu nombre?

— Yo...mi nombre es Alonso –el chico seguía hablando nervioso, pero levanto la mirada.

— Alonso... ¿Eh? –sin quitar su sonrisa, de un moviente tan rápido que ni siquiera logre detectar, le degolló el cuello, con una enorme navaja.

El chico intento gritar, pero la boca se le lleno de sangre. Intentó agarrarse del cuello para parar la hemorragia, pero dos segundos después, cayo de rodillas y después al suelo, muerto, encima de su propia plasma. El pelirrojo solo lo patio a un lado para que no cayera a sus pies, y sacudió la navaja en el aire, para quitarle la sangre. –Alonso...que nombre de mierda –se burló, y volvió a guardar la navaja –Entonces...si encuentran a alguien, no lo maten, tráiganlo también.

Mi corazón se había detenido por un segundo. Ese...psicópata había matado a ese chico sin pestañar, como si no fuera mas que un puto pescado. Y a los demás no pareció importarles mucho, solo miraron con miedo al pelirrojo, y enseguida, comenzaron a hacer lo que les había pedido. Lo había asesinado...por nada; ni siquiera Oscar había llegado a ese punto.

Empezamos a escuchar como empezaban a mover todo, pero con más violencia. Tiraron los muebles, las pocas cosas que había en la alacena, y todo lo demás que yo y Esaú no habíamos tocado.

Mire a mi alrededor, en busca de una salida, pero no era muy difícil arrastrase a oscuras. Tenía miedo de prender la lámpara, y que la luz fuera tan nítida, que alguien pudiera verla atravesó de las tablas. Entonces, a Esaú se le ocurrió una mejor idea; prendió su encendedor y con el comenzó a guiarse por el subsuelo. Cuando paso por el cuerpo de la mujer, creí que soltaría un grito o algo, pero solo se tapó la nariz con la manga de su chaqueta y continuo, moviéndola a un lado para que también pudiera pasar. Arriba seguían escuchándose los alborotos, y el movimiento de cosas pesadas, lo que nos daba un poco de tiempo para poder escapar.

Si lográbamos llegar a uno de los extremos de la casa, podríamos romper la madera a patadas, y salir a la superficie. Esaú había estacionado la motocicleta una cuadra atrás, ya que no quería que nadie que estuviera cerca pudiera reconocerla, lo que a mí en un principio se me hizo una pésima idea, por si es que, en caso de alguna emergencia, teníamos que salir disparados de ahí. Pero ahora, irónicamente, pensaba que era la mejor idea que se le hubiera podido ocurrir.

Al final, después de 5 minutos de estar arrastrándonos, llegamos al borde de la casa, a la parte trasera con algo de suerte, pero justo cuando Esaú estaba por dar la primera patada, escuche como alguien caía por el agujero que habíamos hecho; probablemente, algún idiota al fin piso la alfombra. Escuche risas, y después la suplicas del hombre para que lo ayudaran subir. El tiempo se nos había acabado, teníamos que salir de ese lugar ¡Ya!

Pero después, las sirenas de las patrullas comenzaron escucharse a las cercanías. Y después gritos, y disparos, muchísimos disparos.

— ¡Joder Esaú! ¡Patea esa mierda! –le grite.

Mi amigo comenzó agolpear la madera, hasta que, al quinto golpe, sus piernas salieron alexterior. El salió primero, cargando con la mochila roja, y después tomo mibrazo para ayudarme a salir. Mi ropa estaba llena de tierra, y oliendo abasura. Esaú estaba igual, su cabello todo polvoso, y con uno que otro insectorecorriéndole. Pero eso era lo que menos importaba en ese momento, los sonidosde los disparos ya habían aumentado. Saltamos la barda trasera de la casa, conla ligera esperanza de que aun nadie nos hubiera visto, y cuando llegamos a lamoto, desaparecimos del lugar.   

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