Capitulo 20
El sol ya había desaparecido, y todo el personal del hospital habían terminado sus turnos para dirigirse a casa. Solo los escasos enfermeros que tomaban los turnos de la noche se encontraban en la sala principal, pasando el rato, platicando.
Supe que era el momento perfecto para escabullirme entra la sala. Sin nadie que vigilara, mi única preocupación era no hacer demasiado ruido como para llamar la atención de uno de ellos. En cuanto me asegure que no hubiera ninguna enfermera rondando por los pasillos, me desconecte el suero de la muñeca, y me quite las cobijas de la camilla de encima, poniéndome de pie.
Estaba descalzo, pero pensé que era una mejor idea seguir de ese modo, para evitar hacer ruido con los zapatos. Además de que no tenía ni idea de donde habían puesto mis cosas, quizá Chucho se las había llevado para cuidarlas.
Cuando salí de la habitación, miré hacia los lados para ver si estaba despejada la zona. Después comencé a caminar lo más rápido que pude, con el cuidado de no llamar tanto la atención con mis pisadas, aunque descalzo, no me costó mucho trabajo. La maldita noche estaba helada, y la delgada bata de hospital que me habían puesto no me abrigaba en nada, me sentía casi como si estuviera desnudo. Pero no tenía tiempo para estar quejándome por el frio, tenía que llegar a esa jodida habitación antes del amanecer si no quería perder más el tiempo.
Después de estar dando vueltas en el hospital como un ratón perdido, al fin logre dar con la habitación a al que quería llegar. Abrí y cerré la puerta con el cuidado de que no rechinara, y me incorporé dentro de la habitación. Mire a mi alrededor, buscando con la mirada, pero la camilla estaba vacía.
Fue cuando camine más adelante, que lo logre encontrar parado frente a la ventana del cuarto, escupiendo humo por la boca, mientras con una mano sostenía un cigarrillo. Estaba de espaldas, pero, aun así, logro notar mi presencia.
— ¿Qué tal Arthur? —me dijo, sin voltear a mirarme, aun con los ojos en la ventana.
— Michael —le respondí, un poco sorprendido al verlo de pie, ya que espera verlo acostado—. Veo que aún no desperdicias ninguna oportunidad para fumar.
— Es el insomnio. No puedo dormir, pero estas porquerías me relajan un poco. Veo que ya te sientes mejor; en cuanto me entere que habías despertado de tu coma, le dije a mi tío que fuera a visitarte. No tuve el valor para ir yo mismo, pensé que no querrías verme... —seguía aun a espaldas mías, bajo la oscuridad y la poca luz de la luna.
— ¿Por qué no te querría ver? —le dije, algo confundido.
— Bueno, asesinaron a tu amigo por mi culpa después de todo ¿O no? —se volvió a llevar el cigarrillo a sus labios, inhalando la nicotina, para después escupirla por la nariz.
— No fue tu culpa, nos tramaron una emboscada. No fue culpa de nadie.
— Pero yo fui el que los guio hacia ella ¿O no? Casi pierdes tu brazo por mi estupidez.
— Michael, no estoy aquí para buscar culpables sobre lo que paso. Necesito tu ayuda.
— ¿Mi ayuda? —pareció sorprenderse a mi petición, pero, aun así, siguió sin voltear a mirarme.
— Para buscar a Esaú —le respondí— No sé ni por dónde empezar.
— Y vengarte, no es así ¿No es así?
— ¿No deseas eso tú también? —la venganza era algo secundario para mí. Pero sabía que a Michael quizá podría llegar a interesarle.
Michael pareció reírse al escuchar eso último, aunque lo disimulo bastante.
— Después de todo lo que te hicieron esos hijos de perra ¿Todavía quieres ir a buscarlos?
— No se trata de buscarlos, pero esto no se puede quedar así Michael; no puedo dejar a Esaú a su suerte.
— Je —soltó una leve carcajada—. Y yo que pensaba que lo único que querías era salirte de toda esta mierda lo más pronto posible.
— Antes... pero no con Esaú cometiendo idioteces. No me perdonaría si lo llegara a abandonar.
Michael bajo la cabeza, y tiro la colilla de su cigarro al suelo, pisándola, al mismo tiempo que la arrastraba con el pie bajo la cama.
— No puedo, no después de lo que sucedió —murmuro, casi con vergüenza—. Mi abuelo piensa que quizá lo mejor sea que me mantenga al margen de esta guerra. De cualquier modo, refuerzos ya no le faltan.
— Entonces... solo te quedaras aquí acostado, lamentándote por lo que paso, mirando los días pasar desde la ventana de un hospital ¿En serio Michael? ¿No quieres venganza? ¿No quieres destrozarles la cabeza a los hijos de puta que te hicieron esto? Entiendo que estés triste y desanimado ¿Pero tan siquiera no estás un poco molesto por...?
— ¡Tú no sabes cómo me siento! —se giró bruscamente hacia mí, gritándome a centímetros de mi rostro. Fue cuando pude ver el vendaje cubriendo en su totalidad la cuenca donde debería de estar su ojo—. Todas las putas noches vuelvo a soñar con ese maldito cuchillo sacándome el ojo ¡No puedo ni dormir tranquilo! ¿Tú crees que no deseo hacer mierda a esos putos lunáticos? ¿Vengarme con mis propias manos? ¿Crees que no lo deseo?
— Entonces ayúdame —fue lo que le conteste, sin retroceder un paso—. Deja de lamentarte aquí, y ayúdame a encontrar a Esaú. Después ideáramos un plan para acabar con esos bastardos. Pero primero necesito tu ayuda, Michael. Por favor.
Michael se quedó en completo silencio por unos segundos, poniendo distancia entre los dos, reflexionando sobre lo que le había dicho.
— Escucha, sé que te sientes derrotado, como un fracaso total. Pero aún estamos aquí, y déjame decirte que lo que te vuelve un perdedor no es el haber perdido, si no el no volverte a levantar, para intentarlo una vez más.
Michael cerro su ojo, y dio un suspiro entre la oscuridad. Quizá frustrado o reflexionando, nunca lo sabría; pero se volvió a girar hacia mí, un poco más tranquilo.
— Don Armando no me lo permitirá. Cree que no estoy listo aún.
— Lo que dije fue es que, si tú no te sentías listo, no regresaras —al escuchar la voz, no pude evitar girarme, para mirarlo con sorpresa.
— Don Armando...
— ¿Qué tal chico? —me contesto con una sonrisa, acercándose a mí, tocándome el hombro —veo que ya te sientes mejor. Un coma de un mes no fue la gran cosa para ti ¿Eh?
— Abuelo... que... ¿Qué haces aquí? —Michael parecía más nervioso que feliz con su visita.
— Vine a traerte ropa limpia. Cuando se las estaba dando a las enfermeras, escuché el semejante grito que pagaste, y les dije que yo ira a revisar que era lo que ocurría.
— Ouh —murmuro, algo avergonzado, bajando la cabeza.
— Escucha Michael —se le acerco, poniendo su mano en el hombro, en símbolo de confianza—, sé que tienes miedo, es normal después de lo que sucedido. La primera vez que me emboscaron, perdí a dos de mis mejores amigos, casi hermanos míos. Y estuve triste bastante tiempo. Era una combinación entre tristeza y furia; me sentía decepcionado, como un completo fracaso. Creí que les había fallado. Y la verdad, que no se si ya les tomaste cariño a ese montón de idiotas —señalo con su pulgar hacia mí, sin siquiera dignarse a mirarme—, pero necesitan un líder, y te necesitan a ti —le apunto, directo al pecho—. Si es que el saco te queda, Michael ¿Te queda?
— Yo... —Michael volvió a agachar la cabeza, pensando en la respuesta—, no lo sé, no sé si pueda hacerlo.
— Entonces descúbrelo; tu querías meterte en esto ¿O no? Tu padre no crio un cobarde, y sé que mi nieto tampoco es uno. Pero es normal tener miedo; ser un cobarde y tener miedo no es lo mismo, pero la línea sí que es bastante delgada. Tú eres el que decide.
Michael tardo en responder. Volteo a mirarme a mí, como si yo pudiera darle las respuestas, y después miro a Don Armando. La expresión de incertidumbre y miedo que tenía en el rostro, se transformó a una llena de audacia. Lo había conseguido.
— Está bien, lo hare. — fue lo que le contesto, al mismo tiempo que asentía, con Don Armando mirándolo lleno de orgullo—. Mañana iremos a buscar a Esaú —volteo su mirada hacia mí—. Tengo unas ideas de donde lo podríamos encontrar.
— Hablando de eso —Don Armando ahora se giró hacia mí, hablándome—, será mejor que calmes a tu amigo de una buena vez. Entiendo que este molesto, y este sediento de sangre, pero el asunto con los Lirios es mucho más complejo que solo ir a matarlos a diestra y siniestra. Así que, te advierto, si no lo arreglas tú, lo hare yo —era increíble como sus expresiones faciales cambiaban de un abuelo consolando a su nieto, a un mafioso frio que me amenazaba.
— No, yo... lo traeré de vuelta.
— Bien. Pues me tengo que ir. Mañana supongo que ser un día largo para ustedes —dejo la ropa de Michael en el pie de su cama, y se despidió de su nieto, para pasar de largo conmigo, pasando por el arco de la puerta. Pero antes de irse, se detuvo una última vez, para mirarme—. Y no te preocupes por las cuentas del hospital, Arthur. Van por mi cuenta, pero solo por esta vez. No te me vayas a acostumbrar —Y acto seguido, salió de la habitación.
Me quede en silencio unos segundos, comenzando a temblar por el frio que había en la habitación, llevando mis manos a mis hombros, en un intento por guardar algo de calor.
— Tu abuelo es escalofriante —me voltee a mirar a Michael, quien rio al escucharme decir eso.
— Para que te miento, a veces parece que no tiene ningún puto sentimiento. Pero sé que en el fondo... es un buen hombre. O al menos se preocupa por los suyos. Y eso ya es algo de admirar.
A la mañana siguiente, Chucho llego temprano con mi ropa limpia. Penny llego también de sorpresa, pero parece que solo vino a saludarme rápido ya que tenía que empezar a ver lo de las inscripciones de la escuela. Yo aún estaba pensando en si sería buena idea continuar con esa mierda, por lo menos para una cuartada, o dejarla a un lado ya de plano. Pero solo para no preocupar más a Penny, le dije que en cuanto los dolores desaparecieran, iría a al colegio para aclarar mis papeles.
Los doctores me habían advertido que lo más prudente era que me quedara un tiempo más, para que mis heridas pudieran terminar de curarse. Pero yo ya estaba demasiado ansioso con el asunto de Esaú, no podía dejarlo ni un segundo más. Así que cuando Don Armando les extendió un fajo de billetes a aquellos doctores, fue más que suficiente para cambiar los archivos, e indicar que ya estaba apto para que me dieran de alta.
— Michael ya nos está esperando afuera Arthur —me aviso Chucho, supongo para que me diera prisa al vestirme.
— Si yo... solo necesito unos minutos. Debo de ver a alguien antes ¿Si? —le dije, mientras me acomodaba la playera en las mangas.
Aún me dolía el brazo cuando lo movía, y la palma de mi mano ni se dijera. No podía mantener mucha presión sin que los músculos se tensaran y me obligaran a dejar que mi mano se esforzara.
— Está bien, le diré a Michael que te espere. Pero solo no te tardes mucho, que ya vez como es de impaciente ese chico —me contesto, al tiempo que salía de la habitación.
Una vez terminé de vestirme, guardé mis cosas en la mochila que Chucho había traído, y salí del cuarto, comenzado a caminar por los pasillos lo más rápido que podía. Ya me había tardado demasiado tiempo en ir a visitarla, y sabía que no me lo perdonaría si me tardaba un segundo más en hacerlo.
Cuando llegué a la habitación, la vi acostada en su cama, mirando hacia la ventana. Tenía algunos tubos conectados a su nariz con tanques de oxígeno a un lado de la cama; además de que se veía mucho más delgada, pero sus ojos seguían mostrando el mismo animo de siempre, de espíritu luchador.
— ¿Arthur...? —murmuro, al verme en la entrada de la habitación— ¿Arthur... eres... eres tú?
— Hola ma —le dije, con una enromé sonrisa al poder volver a verla— ¿Cómo estás? Veo que los doctores te han tratado bien.
— ¿Dónde... donde rayos te habías metido hijo? Tienes una suerte del demonio. Eso que por un asalto te dejaran en coma... —si tan solos supiera toda la mierda que había sucedido...
— Estoy bien, solo fueron unos golpes. Pero ya estoy bien, mira —me di la vuelta, para que se percatara de que todo estaba en orden—, sigo en una pieza.
— Tu amigo vino, un chico con uno de esos gorros para el frio. Creo que se llamaba Jesús o... tenía que ver con eso.
— Chucho —le dije—, o bueno, todo el mundo le dice así.
— Si, si, el... cuando llego y me contó lo que sucedido... no sabía que pensar Arthur, sentí como si me hubieran sacado el corazón. Luego llego esa chica a la que siempre le haces ojitos. Penny, si no mal recuerdo.
— Si, ella... me comento que te había vendo a visitar.
— Ni una vez falto. Después de mirar como estabas y quedarse un rato contigo, venia todos los días a ver como estaba yo. Vaya amiga que te conseguiste hijo —termino de decir, mientras soltaba una risa que le siguió por una tos, esforzándose en mantener la sonrisa.
— ¿Cómo sigue esa tos? —le pregunte, preocupado, mientras me acercaba a ella y le golpeaba un poco la espalda— ¿Los doctores ya te dijeron algo sobre si has mejorado?
— Estoy bien, estoy bien, no es la gran cosa. Los doctores solo me ponen estos condenados tubos en la nariz, y me cambian el suero cada día. No te lo voy a negar hijo, me está comenzando a volver loca el hecho de estar acostada todo el día sin nada mejor que hacer; y todavía recuerdo los días cuando deseaba exactamente eso —volvió a soltar otra risa, mientras otro ataque de tos la interrumpía.
— Ya verás cómo vas a mejorar ma, eres fuerte, esta estúpida enfermedad no podrá contigo.
— Bueno, ya veremos si piensas lo mismo si algún día a ti te da tuberculosis. A veces siento que en cualquier momento los pulmones me van a terminar de reventar por dentro un día que tosa lo suficientemente fuerte.
— No digas esas cosas —le conteste, con una risa forzada, mientras la ayudaba a acomodar en la cama con la almohada detrás de su espalda, estado casi sentada—. Lograras salir de esta, como salimos juntos de muchas otras cosas.
— Si tú lo dices Arthur, si tú lo dices. Y eso si no te matan a ti primero —giro su mirada, para ver mi mano vendada con algunas cicatrices en el brazo por ligeros cortes que había recibido.
— A veces no sé si lo que tengo es buena o mala suerte —le dije sonriendo, mientras miraba las vendas de los brazos—, quizá sea un poco de ambas.
— Yo pienso que a veces confundes la valentía con idiotez, pero ¿qué puedo hacer contigo? Así eres tú.
— Bueno ¿Qué te digo ma? Tu no criaste a un cobarde, criaste un soldado. Unos cuantos golpes no me iban a detener —mi madre pareció gustarle lo que escucho, por pude percibir una sonrisa llena de orgullo en sus labios.
— ¿Sabes que es lo que más extrañaba de que me visitaras? Ninguno de estos estúpidos doctores me ha traído algo con lo que al menos me pueda distraer, ni siquiera música me han puesto los condenados.
— ¿En serio? ¿Ni música?
— Ni siquiera la radio; la que me trajiste se le agotaron las pilas como a la semana, y si te soy sincera, cada día estoy aun paso más de perder la cordura.
— Je, bueno, en ese caso, ya sé que traer la próxima vez que venga a visitarte.
— Por favor. Y también si se puede... algo que tenga dulce. Llevo comiendo proteína de soya todos los días, y mi lengua esta en ese punto en el que todo comienza a darle nauseas.
— Bien, bien, también te traeré chocolate —le conteste mientras me levantaba de la cama, y me incorporaba—. Ya me tengo que ir, pero te prometo que vendré mañana a primera hora con tus cosas.
— Hijo —menciono, antes de que me retirara de la habitación—, cuídate por favor ¿Quieres? Sea en lo que sea que estés metido, por favor... solo has lo correcto.
— ¿Metido? ¿Pero de que hablas mama? No estoy metido en nada —me hice el idiota, en un intento por poder engañarla, pero algo en sus ojos ya me decía que era más que imposible.
— Solo... no te metas en problemas. No sé qué es lo que haría si te perdiera...
— Lo mismo te digo ma; ya verás cómo saldremos de esto juntos. Vuelvo mañana, te lo prometo.
— Solo... te amo hijo... cuídate mucho.
Dos segundos después, ya había desaparecido por el lumbral de los pasillos; directo para ir a verme con Michael y Chucho. Directo hacia una guerra.
Cuando salí del hospital, el auto de Chucho estaba justo enfrenté de la entrada de este, con los dos recargados sobre este, esperándome.
— ¿Pero es que tú no le tienes miedo al cáncer de pulmón o qué? —le comenté a Michael, en cuanto le vi fumar otro cigarrillo en las afueras de las puertas del hospital.
— Me sacaron el maldito ojo. Creo que tengo derecho a fumarme todas las cajetillas de este puto mundo de mierda —me respondió Michael, mientras inhalaba el tabaco, y lo volvía a escupir por sus fosas nasales, recargado en la puerta lateral del auto de Chucho.
— Sobreviviste a una amputación directa, pero te mata un cáncer. Sería un final patético para la historia del gran Michael Connor ¿No crees? —bromeo Chucho con sarcasmo, mientras terminaba de acomodar unas cosas desde la cajuela del auto.
— Si es de viejo, siempre y cuando hayamos a exterminado a todos los putos Lirios... me daría por satisfecho.
— Yo diría algo anticlimático —le conteste, acercándome a él, metiendo las manos en los bolsillos de mi chaqueta—. Ni de chiste vas a llegar a viejo si sigues fumando tanta porquería.
— Ninguno de nosotros llegara a viejo Arthur. Si no son los putos Lirios, ser algún otro grupo de mierda el que nos cabe. Con suerte y llegaremos a la edad de mi abuelo. Y eso con mucha suerte.
— Yo no sé ustedes par de lunáticos; pero después de acabar con el pendejo de Ezekiel, yo tomo a mi hermana, me desaparezco y me largo de la ciudad con ella —comento Chucho, mientras cerraba la cajuela e iba hasta donde estaban nosotros—. No tengo pensado seguir con este juego de creerme el mafioso para terminar en una zanja —Michael pareció reírse al escuchar eso último, dándole una palmada en el hombro, abriendo la puerta del copiloto.
— Eres muy inocente Chucho, demasiado inocente. Mejor sube al auto y conduce, que se nos está haciendo ya tarde—. Chucho gruño algo confundido al escuchar lo que dijo Michael, pero le hizo caso y subió al asiento del piloto, encendiendo el motor del auto—. Y tu —se dirigió a mi después, deteniéndome por el hombro antes de que me subiera a la parte trasera del auto—. Creo que esto te pertenece. Mi tío la logro recuperar tirada en el lugar de la emboscada. Cuídala bien, es una muy buena arma. Ya no hacen como esas— me extendió el mango de mi antiguo revolver, esperando a que lo tomara.
No sé por qué sentí duda al momento que Michael me lo ofreció, tardando un poco más de lo necesario en tomarlo. Pero si sentí una ráfaga de escalofríos en la espalda cuando tomé el arma de nuevo entre mis manos; como si hubiera tocado al mismo diablo entre mis dedos. Pero la sensación se pasó en seguida, y aguarde el arma en el bolsillo de mi chaqueta; agradeciéndole a Michael, y subiendo a al aparte trasera del automóvil, con Chucho poniéndonos en marcha al fin.
Después de unos minutos de estar en el camino, Chucho puso algo de música en la radio, mientras Michael tiraba la última colilla de cigarro por la ventana, y se recargaba en la puerta, como si estuviera cansado, mientras se miraba por el espejo lateral del auto, acomodándose las vendas en el rostro.
— Me veo como un puto lisiado tuerto patético —maldijo entre dientes, acomodándose su cabello hacia abajo, para que tapara la venda.
— Bueno, si te vez como si te hubieran dado una buena paliza, pero tampoco como para verte patético—le intento consolar Chucho, volteándolo a mirar por unos segundos, para después regresar sus ojos en el camino.
— Es fácil decirlo para ti, aun tienes tus dos ojos...
— Pero se identificar a alguien patético cuando lo veo —le refuto.
— Malditos Lirios, los voy a matar a todos, a ellos y a su pendejo líder de mierda. A todos, los vamos a matar a todos.
— Hablando de eso —me incline hacia delante, para que Michael pudiera echarme mejor —escuche a Don Armando hablando de una especie de "refuerzos" la otra noche.
— Ah sí, los rusos. Les iba a comentar sobre eso, solo que se me olvido —sonrió, despreocupado.
— ¿rusos? —le pregunto Chucho, sorprendido— Pensé que el país estaba en guerra con ellos.
— Por los comunistas de mierda, claro. No, estos rusos no son comunistas, son desertores de la unión soviética, inmigrantes. Una comunidad algo grande de desertores y traidores a la patria que están dispuestos a hacer lo que sea para poder salir del infierno que se convirtió su país, para poder mudarse a la "tierra de las oportunidades". Tienen la idea que les ira mucho mejor aquí.
— Así que no son comunistas...
— En lo absoluto —Michael negó con la cabeza.
— ¿Y qué es lo que buscamos de ellos exactamente? O bueno, ¿En qué mierda nos van a ayudar?
— Mi abuelo les ofreció la oportunidad de darles papeles de nacionalidad a todos, si les ayudaba a ganar esta guerra. Los soviéticos podrán ser todo lo que quieran, pero tienen un catálogo de armas espectacular. Así que, a cambio de su lealtad, y un cargamento entero de esas armas, todos obtendrán la nacionalidad y un nuevo comienzo en esta ciudad de mierda. Supongo que, para haber aceptado semejante propuesta, deben de pensar que cualquier lugar es mejor, que ese nido de víboras rojas del que vinieron.
— ¿Y hace cuanto que están acá?
— Dos o tres semanas quizá. Después del pequeño "incidente" que tuvimos, Don Armando comenzó a buscar alianzas que pudieran ayudarle a desangrar a los Lirios, y supongo que el primer paso que era buscar un nuevo traficante de armas, dio resultado. Ahora solo falta encontrar a la gente que use esas armas.
— Me pregunto quién serán esas personas... —le respondió Chucho, en modo de burla, mientras tomaba una rota por la carretera.
Unos minutos después de seguir por aquella ruta, llegamos a la ubicación que Michael nos había indicado. Era una especie de pequeña planta industrial abandonada, donde había varias cabinas de trabajo pequeñas, como si fueran de alguna fabrica. Estaban en el lado oeste de la ciudad, un poco antes de llegar a las costas, territorio que sabíamos le pertenecían en su totalidad a los Lirios.
— ¿Crees que Esaú se encuentre aquí? —le pregunto Chucho algo preocupado, mirando el lugar, intentando encontrar un sitio donde estacionarse.
— Es una base de los Lirios que mi abuelo había tenido en la mira por un tiempo. Por lo que sabemos, Esaú los está atacando, y de todas las bases y zonas que ha despejado, esta es una de la que les faltan.
— Pues para ser una base, la veo muy desolada... —le comenté, mirando por la ventana lo sombrío que se miraba el lugar.
— Ya paso por aquí—comento Chucho, en cuando nos adentramos más al lugar, y comenzamos a ver varios cuerpos muertos, tirados en el suelo—. Llegamos tarde.
— Mierda, es una masacre... ¿El habrá echo todo esto?
Yo siempre supe que, al momento de pelear, Esaú se ponía límites propios al momento de dar un golpe. Pero ahora, después de todo lo que había pasado, esos límites quizá ya no estaban tan marcados como antes...
— Estaciónate aquí —le indico Michael a Chucho —buscaremos alguna pista de donde pueda estar ese tarado, pero tengan cuidado, todavía no es seguro que el lugar haya sido completamente abandonado.
Tome el revolver en mi mano, y revise que el tambor estuviera cargado en su totalidad. Esta vez nadie me tomaría por sorpresa de nuevo.
Cuando bajamos del auto, Michael se acercó a uno de los cuerpos, para revisar cuanto tiempo llevaba que lo habían asesinado. El aire seguía oliendo a pólvora y sangre, además de que el silencio del lugar no me estaba dando bien espina.
— La sangre aun esta liquida —fue lo que nos dijo Michael, terminado de revisar el cuerpo— No lleva mucho que murió. Quizá Esaú siga por aquí, en algún lado.
— Oh quizás ya se fue —propuso Chucho —este lugar está demasiado silencioso...
— No —les dije, apuntando hacia la entrada de uno de los edificios, para que todos pudieron verlo— Su motocicleta sigue aquí.
— Y otras dos más —la voz de Michael se tornó algo incomoda, sacando su arma de su funda—, no está solo.
— ¿Lirios? —le pregunto Chucho.
— No, esas motos no son de los Lirios —fue lo único que le contesto Michael, para después cambiar de tema—. Escuchen, tendremos que dividirnos para abarcar más terreno; yo y Chucho investigaremos la planta baja, y tu Arthur, la planta de arriba. Si llegas a ver a alguien que no sea Esaú, dispárale, sea quien sea. En cuanto escuchemos el sonido del arma, iremos corriendo hacia donde estas. Lo mismo si escuchas disparos de nuestra parte.
— Entonces iré yo solo —no pude evitar hacer una mueca, aunque en el fondo estaba agradecido de ello. Me sentía más libre y menos limitado de tener que cuidar alguien, aunque eso significara que nadie cuidaría de mis espaldas tampoco—. Bien, puedo manejarlo.
— Yo sé que si —Michael me tomo del hombro, en forma de confianza—, solo no vayas a cometer nada estúpido, e intenta no esforzarte tanto, esas heridas tuyas aún deben de sanar.
— Lo mismo podría decir de ti, pero al menos yo tengo la otra mitad de mi vista —le dije, bromeando, a lo que él solo me respondió con una leve risa.
— Ya empezamos con las bromitas— me dijo, terminando de reírse—. Solo no te pases de listo.
— Buenos, ¿nos vamos o qué? —Chucho parecí algo impaciente, a lo que Michael solo le devolvió la mirada, y termino por soltarme el hombro.
— Recuerda, al primer disparo, iremos a ayudarte.
— Lo mismo —termine por decirle, al tiempo que desaprecian por una de las puertas de la planta.
Entonces fue cuando me quede solo. Di un suspiro algo pesado, mirando a mi alrededor, decidiendo por donde ser la mejor opción empezar buscar. Decidí dejárselo a mi olfato; el olor a sangre, pólvora y cobre abundaba en el lugar. Era algo riesgoso, pero tenía más posibilidades de poder llevarme hasta donde se encontraba mi amigo.
Subí por una de las escaleras que llevaban a la segunda planta, y en cuando terminé de subir el piso, comencé a replantearme la idea de seguir a mi nariz, ya que, al perseguir el olor a la muerte, claramente me iba topar con ella de frente. El lugar estaba saturado de cadáveres en un estado lamentable, todos cubiertos de sangre y de sus propias viseras. Pude contar al menos unos diez, antes de tener que desviar la vista por las náuseas que comenzaban a provocarme. Era más que claro que Esaú había pasado por aquí.
El lugar parecía una especie de vieja fábrica de impresión, ya que había muchas maquinas grandes que tenían viejos papeles dentro suyos, aunque claro, las blancas hojas habían sido manchadas por la violencia de un color rojo que ya se había comenzado a tornarse bastante oscuro.
Había varias cadenas colgando del techo, con ganchos incrustado en la punta final, quizás como vieja maquinaria que era utilizada para moverlas de algún lugar a otro. Cuando vi un cuerpo colgado desde el cuello en uno de esos ganchos, supe que era mejor idea mantener la vista abajo, para evitarme alguna sorpresa que no quería ver.
Comencé a atravesar el lugar, pisando los charcos de sangre manchando mis zapatos y la parte baja de mi pantalón. Tenía que tener cuidado de nos resbalar y caer sobre alguno de los cuerpos. Además de que tenía que agitar mi mano constantemente para quitarme todas las moscas de encima que habían terminado por acumular en el lugar. No me hubiera sorprendido si me hubiera topado con uno que otro cuervo.
Cuando terminé de cruzar por uno de los pasillos, comencé a escuchar alboroto viniendo de la habitación que le seguía, una vez terminara de cruzar el pasillo. Los ruidos comenzaron a tornarse en gritos, unos de dolor, y otros llenos de furia con insultos de por medio. Acercándome más, escuche varios objetos arrojarse por las paredes, y después, el sonido de un disparo; pero no como el de un revolver, o una pistola, si no uno mucho más estruendoso, seguido de un grito horrorizado de quien fuera quien fuera el que estuviera dentro de esa habitación.
Cuando terminé de cruzar el pasillo, con el revolver en mi mano, comencé a acercarme lentamente hacia la puerta de la habitación, en la cual solo seguía escuchándose ruido, entre forcejeos, gritos, y objetos chocando con el suelo y paredes.
Y a solo unos cuantos metros de aquella puerta, con los nervios a flor de piel, sin que pudiera acercarme otro centímetro más, la puerta se abrió de golpe, y de ella salió un chico lleno de sangre en su rostro, intentando correr, pero resbalando patéticamente en el suelo al dar su segundo paso fuera de la habitación. Toda su ropa estaba rota y llena de sangre, como sus brazos y piernas llenas de heridas, quizás cortaduras y quemaduras. No pude contemplarla tan bien, ya que el chico en el momento que intento levantarse de nuevo para comenzar su huida, desde la habitación de la que había salido, se escuchó otro disparo estruendoso salido de fuego y humo, y luego sangre, mucha sangre. No tenía ni idea del semejante calibre que debía tener la bala del arma de la que salió disparado, pero la pierna de aquel pobre chico quedo tan desecha, que cuando soporto el peso completo de su cuerpo por solo dos segundos, se rompió como si de un palito de madera se tratara, cayendo al suelo sin más remedio, con el chico gimoteando de dolor, desangrándose con su pierna destrozada, y maldiciendo al aire. El pobre diablo debió de sentir tal dolor, que ni siquiera se logró percatar de mi presencia, a pesar de que solo estuviéramos a unos cuantos metros de distancia.
Cuando vi quien salió de la habitación, con la mirada fría de un auténtico asesino, y la ropa como el rostro lleno de sangre, pude sentir como la presión se me termino bajando.
Esaú camino como si nada por el charco de sangre de aquel chico, sin siquiera notar que estaba parado en frente suyo, con sus manos ocupadas recargando lo que parecía una escopeta recortada de doble cañón, colocando los dos cartuchos en las dos cámaras, con toda la paciencia del mundo.
— Les di una oportunidad a los dos de sobrevivir —comenzó a decirle al chico con desprecio, terminando de recargar la escopeta, cerrando el compartimento donde se colocaban los dos cartuchos; mientras el pobre no podía hacer más que intentar arrastrarse, dejando un muy cruel rastro de sangre—, pudieron haberme dicho en donde mierda estaba escondido el bastardo desgraciado de su jefe, pero, decidieron optar por la lealtad ¿No? —Esaú termino por pisarle la pierna herida al chico, para que dejara de moverse, mientras el pobre soltaba un alarido de dolor, que solo provoco que los pelos de mi cuerpo se pusieran de punta—. Pues ya viste como es que les paga esa lealtad. Ahora —Esaú tomo al chico del cuello de su camisa, y lo giro con brusquedad, para que estuvieran frente a frente los dos—¸ ultima chance, antes de que tu cabeza quede igual que la de tu amiguito— le señalo a uno de los cuerpos dentro de la habitación, del cual solo se alcazaba a ver su brazo, pero el charco de sangre comenzaba expandirse rápido—. Dime ¿Dónde-encuentro-a-Ezequiel? —termino por decirle, aun tomándolo de la playera con fuerza, casi ahorcándolo, con los dientes apretados de la ira que sienta en ese momento, dejando un espacio entre cada palabra de su pregunta, colocándole el cañón de su escopeta justo en el rostro del chico.
El pobre imbécil solo le lanzo un escupitajo de sangre que le cayó en la mejilla de Esaú; el cual, con la mirada llena de desprecio, se la limpio con la mano, sacudiéndosela en el aire.
— ¡Púdrete! —le grito el chico, firmando su sentencia de muerte— ¡Maldito infeliz, matase a mi amigo! ¡No te voy a decir una mierda! ¡Jodete, jodete, jodete, jodete! ¡Lo mataste, le volaste la cabeza!
Esaú sonrió al escuchar eso último, levantando su mirada, para ver frente a frete a la del chico. Y con los ojos en llamas, pero sin quitar esa sonrisa maliciosa y vengativa, le dijo la última frase que aquel pobre muchacho termino por escuchar en su vida.
— Ustedes mataron al mío primero.
Acto seguido, jalo el gatillo de la escopeta, y la cabeza del chico reventó como si de un globo lleno de sesos y sangre se tratara. Sus ojos y dientes salieron volando, como quizás alguna parte de su lengua. Su cráneo termino por partirse en varios pedazos, saliendo disparados en el aire, al punto de que unas gotas terminaran llegando a mi ropa y a mi rostro. Eso sí que me había tomado por sorpresa, ni siquiera pude reaccionar a tiempo para poder al menos intentar detenerlo. Solo pude retroceder un poco, abriendo mi boca y mis ojos llenos de horror.
Esaú se levantó del suelo, con el rastreo lleno de sesos y sangre, teniendo que limpiarse con la manga de su chaqueta, para después volver a recargar el arma, colocando nuevos cartuchos. Fue cuando al fin se dingo en levantar su mirada, y notar mi presencia, la cual, al hacerlo, su expresión cambio a la de si hubiera visto alguna especie de fantasma.
— ¿Arthur...?
— Esaú —le respondí, mientras desviaba mi mirada hacia el cadáver de aquel chico, mirándolo con incertidumbre—. Veo que has estado... ocupado.
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