𝐅𝐥𝐨𝐫 𝐌𝐚𝐫𝐜𝐡𝐢𝐭𝐚
Mientras todos dormían, se sintió un fuerte grito desde la tenue florería del pueblo. A la mañana siguiente todos quedaron impactados al percibir la escena detrás de aquel espeluznante bullicio nocturno, al que nadie había dado importancia. Amelia, una dulce chica rubia, con rizos como resortes y labios gruesos, yacía en un mar de sangre que tornaba su pálida piel de un rojo brillante.
—¿Cómo pasó? ¿Quién lo hizo?¿Quién sería capaz de lastimar a alguien tan inocente?-Eran las preguntas que se escuchaban murmurando al rededor de su cuerpo sin vida. Desde la lejanía aún era posible apreciar sus ojos azules y cristalinos. Y en su cuello destellaban las marcas que advertían el lascivo acto.
La policía llevó su cuerpo al forense y no precisamente para descubrir la causa de su muerte tan evidente a la vista de todos, sino para que diera una historia con sentido a lo que estaban viendo. Arrojando una historia tan desgarradora como el cuerpo mutilado de esa niña.
Amelia, quien cada día se iba a casa temprano, esa noche decidió quedarse, su verdugo la agarró sin contemplaciones por la espalda, presumiendo de las tantas cosas que quería hacerle. La recostó al recibidor y comenzó a tocarla, mientras introducía un pañuelo que goteaba ácido clorhídrico en su vagina. Quemaba, dolía y la piel de su vulva comenzó a caer, no emitía un sonido, estaba perpleja, creyendo que solo se iría. Ligeramente, intentó que volteara quedando por completo frente a él, comenzó a sujetar su cuello viendo como esta sufría por la terrible sensación que esa sustancia producía, sus piernas dejaron de luchar y sus manos ya no intentaban frenar su muerte. Antes de su último aliento decidió soltarla, así es, Amelia no murió de asfixia o estrangulamiento, murió de dolor. Mientras yace en el suelo su cuerpecito adolorido y ensangrentado, la dulce joven trataba de entender lo que estaba pasando y como quien practica el arte de esculpir a un grado experto, tomó un martillo y comenzó a quebrantar uno a uno sus huesos. Comenzó desde sus piernas, la dejó inmóvil con tan solo dos golpes. Luego sus brazos y sus costillas. Dejó su cara intacta, la conservó tan perfecta como si de una exhibición se tratara. Ella solo pudo emitir un llamado de auxilio, pero nadie respondió. Utilizó su último suspiro para gritar con todas sus fuerzas, pero el dolor terminó siendo mortal. Para los forenses las imágenes eran fuertes de admirar, no solo se trataba de cientos de huesos rotos, la magnitud de dolor que pudo experimentar y aguantar hablaba mucho de lo que quería aferrarse a la vida.
Mientras que se continúa sembrando pánico en el pueblo con esta situación. Algunos padres han decidido tomar a sus hijos e irse y todos están bajo el suspenso de quién será la próxima víctima y quién será este genocida sin piedad.
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