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¿𝐄𝐬𝐭𝐨 𝐞𝐬 𝐚𝐦𝐨𝐫?

Una noche más que promete ser una tortura para mi corazón. ¿Cómo es que se agotaron todas las entradas tan rápido? No los culpo, hubiese comprado todas de haber tenido la oportunidad. Atraído por aquella carnada de propaganda, he vagado tontamente por este bar de mala muerte durante una semana. Se jactaban por toda la ciudad con carteles que anunciaban su estadía; sin embargo, no había rastro de mi Godiva por estos días.  

Rodeado de todos aquellos personajes de la alta sociedad. Según los camareros, una sola alianza con alguien de esta esfera podría permitirme conseguir la luna si eso quisiera. Luego de unas cuantas visitas he visto todo tipo de gentuza ir y venir, eunucos y putas al servicio de los deseos enfermos de estos ancianos pudientes. De sus fechorías cotidianas he descubierto cierta similitud entre la alcurnia y mi jefe. Ambos divagan constantemente sobre una futura sociedad perfecta. ¡Como si existiera tal cosa! Preocupados por el bienestar de simples desconocidos, falsamente. Manipulan la aprobación de un prójimo sombrío y esclavizado en su búsqueda insaciable de poder. Cualquiera pensaría que son la bondad hecha persona, pero actúan cegados por la codicia. Lanzan migajas de fe que, como patos hambrientos, picotean detrás. Poco a poco el mundo se va postrando a sus pies. Utilizando a peones como yo para limpiar su desastre mientras ellos son venerados como seres celestiales y castos. Ahora que he comenzado a cuestionarme mi propia existencia, lo mejor será que me retire de esta pocilga.  

Se abren las puertas principales del cabaret. La música se detiene y con ella cesó toda la actividad. Un montón de miradas deseosas se clavaban a la espera de una aparición divina. El anfitrión corretea abriéndose camino, tropezándose con todo a su paso, para dar recibimiento al protagonista de aquella entrada triunfal. Tras una reverencia, dejó asomar la silueta sensual de una dama. Incluso aquel hombre que hacía mucho tiempo había perdido las facultades para sorprenderse estaba dispuesto a irse cuando notó que sus piernas parecían no responder. Allí estaba ella, se acercaba lentamente sin mas sonido que el repicar de sus tacones. Ignoraba a todos los charlatanes que con osadía buscaban interrumpir tan mágico momento. Justo cuando las miradas lograban encontrarse, un camarero muy ágil se posó frente a ella con una sonrisa congelada y nerviosa.  

— Buenas noches, madame, es muy placentero recibirla en este humilde local. El área VIP siempre está disponible para usted. Puede ordenarme lo que desee tomar y se lo subiremos de inmediato — no paraba de tartamudear.  

— Gracias, Ricky —dejó escapar un largo suspiro y lanzó una mirada hacia el palco con cierta repugnancia en el rostro — 

—Ya sabes que no me gusta, ese lugar, que huele a putas y tabaco — 

Dio media vuelta con una sonrisa en boca hacia la audiencia hipnotizada que la devoraba con la mente.  

— Muchas gracias por el cariño que siempre me brindan, estoy muy feliz por esta cálida bienvenida, aunque hoy solo he venido para conocer a un amigo. Tendrán que disculparme —continuó.  

Aquella voz sexi y serena haría que el mismísimo Abraham abandonase el cristianismo y depositara toda su fe en esas piernas. Retomó su caminata imperial y en mi mente la imaginaba por sobre una alfombra roja con pétalos de rosa cayendo a su alrededor, mientras yo, del otro lado, la espero listo para cubrirla con la calidez de mis brazos deseosos por rozar tan siquiera su delicada piel. Al fin solos, y dígase solos, pues una vez que se postró a mi lado pude sentir que toda la inmundicia nocturna desaparecía dejándonos en silencio.  

— ¿Qué gustas beber? — colocó su mano sobre mi pierna e inclinando su rostro frente al mío, dejó escapar una sonrisa infantil.  

— Disculpa, ¿nos conocemos? — Incluso sin quererlo, mi voz temblaba, actuando duro y mostrando indiferencia, solo hacía de aquella escena, algo patético.  

— Mi nombre es Bárbara Svetlana, puede que no me reconozcas porque no traigo maquillaje, aunque después de nuestro emotivo encuentro en el teatro Real... No creí que necesitara presentarme — ella hablaba sin parar, tranquila, como si cien años de amistad fortuita los unieran.  

Por su parte, él, solo la observaba. Aquella mezcla de ternura y sensualidad era definitivamente irresistible para cualquier ser vivo, pero era más que eso, era un arma mortal. Ignoraba su rostro desmaquillado del que ella tanto balbuceaba con vergüenza, pues su atención estaba captada por la pureza de su hermosura y esas ganas irrefutables de hacerla suya.  

— Lamento mucho no presentarme tan cordialmente. Mi nombre, no lo recuerdo. Así que puedes llamarme como gustes — 

— ¿Qué clase de persona no recuerda su nombre? Tendré que referirme a usted de algun modo. En ese caso, esperaré a conocerte mejor, buscaré darte un nombre que vaya contigo — 

— Creo que es demasiado esfuerzo solo por un nombre que ni siquiera es imperioso tener — 

—¿Quizá no quieres recordarlo? — 

— ¿Por qué habría? — 

— Tener un nombre nos da una identidad, es el primer regalo de nuestros padres. Es algo de lo que debemos cuidar; aunque no sea único, el portador puede volverlo especial y reconocido. Lo más importante es que las personas que queremos nos reconocen por él, nos llaman por él, lo utilizan para bendecirnos — 

— Dicho así, los enemigos lo utilizarán para maldecirnos tarde o temprano — la interrumpió de su conmovedor intento de proximidad. 

La artista suspiró como si no viera en él mucho remedio. Aunque la noche envejecía, el tiempo por ellos se negaba a cruzar. La dulce sonrisa de Svetlana era suficiente para mantener titubeando sus sentidos, mientras que para ella todo era incertidumbre. La seriedad y sensualidad que predominan en su acompañante se clavaban como daga en su corazón, despertando cada vez más su curiosidad, por lo que podría esconder bajo aquel esmoquin de piel y huesos. 

Al compás lento de una de las tocadas de Vicente Fernández, sus cuerpos se contoneaban. Aquella canción lo transportaba a su infancia y recordaba a su padre cantando a todo pulmón los versos de "Sublime mujer", entonces no entendía la peligrosa verdad que ocultaban aquellas prosas. Podía sentirse corriendo en sus venas como la tonada se volvía una realidad. Bárbara continua relajada y sonriente, pero se preguntaba para sí misma si era esto una decisión correcta; ciertamente para ese punto ya poco le importaba. 

— ¿Te gustaría continuar bebiendo en un lugar más tranquilo? — susurró a su oído. 

Transcurrieron varios segundos para decidir su respuesta. Sabía que, si aceptaba, podía ser esa la última vez que escuchara la voz de su Lady Godiva. Era incapaz de privarse a sí mismo de la oportunidad de contemplarla con vida. Era esta quizá la prueba necesaria para sellar su convenio de sangre con el santísimo. Casi sin notarlo, sus ojos tomaban una mirada cálida y de cierta tristeza. Acarició suavemente el rostro de Babi y la besó en la mejilla. 

— Me parece bien, vayamos— aceptó correspondiendo con otro susurro. 

Caminaron juntos por las calles de un Madrid despoblado. Aunque la vida nocturna podía hacer estallar al viento, para ellos no había más luz que la luna y no había más rostros que sus rostros.  

  —¿A dónde iremos?— 

— A mi casa —  

— No debería un hombre a estas horas visitar la casa de una dama—  

— Puedes no entrar, pero sería poco cordial si me dejas irme sola— Ella jugueteaba con su cabello y mordía suavemente sus labios como gata hambrienta, él, la observaba fríamente y con cada paso sentía cómo el latir de su corazón iba disminuyendo. 

¿Esto es amor? Se peguntaba así mismo. No lo creo, para sí mismo contestaba. ¿Qué estoy haciendo? Volvía a reprocharse. Pues lo correcto y se calmaba. Su mente estaba atascada entre un vaivén de cuestionarios. Para tranquilizarse, intentaba pensar en Bárbara como una más de las tantas almas impuras que debía eliminar. Esos pensamientos eran rápidamente reemplazados por delirio de un recuerdo inexistente en que se veían juntos tomados de las manos lejos de estos callejones asfixiantes. ¿Entonces era esto amor? Ciertamente, lo era, pero ¿cómo podía alguien como él amar? Y la incógnita que rompía lentamente sus ideas. ¿Por qué ella? Pasaron por el Real Monasterio de la Encarnación sin intercambiar más que miradas. Era como si una pared enorme hubiese emergido entre ambos. Subieron hasta el quinto piso de un edificio en Pl. de España. Svetlana abrió la puerta, encendió las luces del recibidor y bastó pestañear dos veces para que aquella muralla entre ambos se hiciera ruinas. 

— ¿Qué haces? Bebiste demás, es mejor que te vayas a dormir— 

Solo salían frases entrecortadas en aquel momento, frases que caían como llovizna sobre el incendio que provocaba aquel cuerpo en su mente. La majestuosa Lady Godiva se recostaba de forma tímida al marco de la puerta, totalmente desnuda. Su cabello largo era lo único que servía como vestimenta y caía perfectamente sobre sus senos. — ¿Hace mucho frío esta noche, verdad?—con pequeños pucheros y ojos de niña preguntó. 

Quizás fue en ese momento en que escuché su voz pidiéndome que me acercara o el momento en que dejó caer su vestido y pude apreciar como el terciopelo se deslizaba suavemente por su piel. Quizás fue ese corto segundo en que avisté su silueta al hacer entrada en aquel antro. No lo tengo claro del todo pero tenerla frente a mi de aquella forma, libre pero totalmente mía, hizo que recordara. 

— San— fue todo lo que pude decir ante aquella revelación extraordinaria. 

— ¿San? Es lindo —asintió como si ya lo supiera. Tomó mi brazo mientras me arrastraba adentro. Parecía un condenado a cadena perpetua entre aquellas paredes, pero realmente, ahora que lo pienso, sentía que estaba flotando. 

La vi alejarse desnuda y perderse en una habitación oscura. Me sentí desesperado ante la posibilidad de que todo fuera un sueño y al cruzar esa recámara no estuviera mi amada. Aunque inconcientemente lo prefería. Ella que poco le importaba el destino que le esperaba estaba en la cama con sus piernas cruzadas acariciando su cuerpo. No podia dar un paso en su dirección sin pensar en matarla. Eso quería entonces y eso quiero ahora, porque se que nunca antes pude ni podre experimentar otra sensación como aquella. 

—  Escapemos juntos de este mundo complicado—  alzó levemente su mirada apuntando a mi pantalón. 

De una vez se levanta como fiera y sin notarlo era yo quien estaba siendo domado. Arrebató mi cinturón de cuero y desabotonó mi camisa con muy poca paciencia. Seguí inerte solo dejándome llevar hasta el mismísimo infierno por la más bella de sus secuaces. 

Tendidos sobre aquel colchón esponjoso, que en nada se parecía a aquel catre de mi modesto palacete, no podía recordar el instante exacto en que comencé a embestirla mientras nuestro sudor se volvía uno con las sábanas. Era todo naturalmente salvaje. Cuando comenzó a cabalgarme yo solo podía sentir sus piernas apretando mis caderas. Sus senos, los lamí hasta que llegué a imaginar que se desgastaban. Sus labios, aquellos labios, eran los mas dulces que había probado en mi vida. Agarré su cabello con firmeza mientras la besaba y por cada gemido dejaba escapar una sonrisa pícara. Este éxtasis y placer, estas ganas de estallar no conseguí experimentarlos antes y me alegro. Sería entonces un fiel discípulo de Romeo y Vargas en vez de estar aca con mi hermosa Godiva. En el momento justo que su cuerpo comenzó a temblar y su interior palpitaba pude llenarla de mi ser. Contemplé su mirada excitada, muy diferente a esos ojos dulces que la caracterizan pero seguía hermosa. Su cabello diferente por el mador dejaba al descubierto su rostro afilado y suave. 

¿Era esto amor? Tal vez lo era, pero que más da. No merezco algo tan bueno y, conociéndome, no sería capaz de verla ir por ahí con otro, ya sea menos o más malo. Ahora, como al comienzo, me parece injusto lo que me está pasando. 

Como los locos, anduve discurriendo sobre las flores  junto a la cama que vi desde que entré a la habitación. Unas rosas rojas y blancas, en tan fino jarrón, y esa postal estrujada. No necesitaba leer aquel papelucho para saber que se trataba de un hombre, uno que quizá sí es digno de ella y que le habla del futuro o de amarla. ¿Y yo? A penas pude recordar mi propio nombre antes de llevarla a la cama. ¿Era esto, celo? Tal vez un pretexto. Pero dejé de pensar para mis adentros hasta que sentí aquellas gotas de sangre caliente esguilarse. Estuvo claro que no era el mejor momento para perderme en mí mismo y no me satisface pensar en el dolor que sentí al verla sufriendo. Aun así notaba su aliento cerca de mí y con algo de morbo quería mirar más allá de su miedo. ¿Cómo podría haber morbo en algo como esto? Pero eso era, era morbo, era celos, era amor, era ritmo, era sexo duro y placentero, era hermoso y sangriento.

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