𝐄𝐩í𝐥𝐨𝐠𝐨
Sangre, claveles y aromas.
Han pasado 5 meses y falta muy poco para que Bárbara dé a luz en aquel lugar. Es de admirar cómo ese astuto abogado arregló cuentas y ecografías para dar lugar a la incertidumbre en el juicio, no solo ganó tiempo, sino que cambió la perspectiva de cómo todos veían las cosas, de un crimen crudo y pasional a un error sin precedentes. Por otro lado, está el señor Ladero, quien con su billete se encargó de ser el único que figura como visitante. Estas visitas suelen ser un tanto impredecibles: más de una vez se lo han quitado desnudo de en cima a la cantante, otras hay que casi sedarlo para que no la mate a golpes y las más raras son cuando aparece con ropa de bebé y un repertorio en el que asegura que de ser ese niñato su nieto él hará todo por perdonarla. Svetlana no está afanada en absoluto por ninguna de estas acciones; rara vez, acaricia su barriga y asiente mirando al cielo.
Es común que un hospital de esta índole siempre tenga un poco de movimiento; sin embargo, desde que la primigrávida llegó, ha habido algunos sucesos extraños. Un enfermero fue hallado muerto en los vestidores, aseguran que fue suicidio porque estaba colgado. Uno de los pacientes afirma que Babi fue quien lo hizo, según él, porque el enfermero intentó leer su cuaderno. Realmente nadie tomó en cuenta el testimonio de aquel vejestorio enfermo y poco después lo encontraron muerto también: un paro respiratorio, dicen los forenses. Un chico que recién ingresaba al hospital por depresión intentó calmar su tristeza en las piernas de Lorena, una joven con trastornos de personalidad y que no pasaba los 16 años. La chica gritaba cada noche y, como resultado de sus lamentos, dicen algunos, Aarón fue hallado sin ojos, sin manos y sin alma en las duchas. Lo cierto es que la artista parecía dedicar sus días y noches a escribir en aquel diario. ¿Sobre qué? Narraba historias relacionadas con un ser milagroso que crecía en su vientre, nacido de la fe y la pureza, nacido de la voluntad de Dios y que, si él lo permitía, sería quien traería aquella paz que tanto profesó. Un ser que no estará destinado a la cruz como Jesús, sino que va a proliferar de la maleza y expandirse por las tierras y la sangre de cada ser en este planeta. Entre tanto, a veces escribe cartas a su futuro hijo para que este tenga claro cuál es el propósito que le tiene reservado el mundo. Escribe a San cartas que, como a su hijo no nato, no es posible enviar. Antes de dormir, se arrodilla en el suelo y reza para que el día menos pensado pueda matar a Ladero padre. Cada mañana aparece en su ventana un clavel y se pueden sentir en él aún las huellas de aquel perfume que podría reconocer en otros mil universos. Así han transcurrido cinco meses entre sangre, claveles y aquel aroma y de aquella artista que alegraba los palcos del Teatro Real, solo quedan huesos pronunciados y moretones en la piel.
En una noche de marzo, una tormenta eléctrica sorprendía a toda la ciudad, arrasando con todo a su paso. Los pacientes lucían más alterados que de costumbre. Aquellos relámpagos no solo quemaban árboles y antenas, sino que encendían el cielo como bombas. La electricidad había dicho adiós desde el inicio y el viento luchaba con las puertas y ventanas para abrirse camino por el lugar. La lluvia ya se le había adelantado y comenzaba a inundar la planta baja.
—¡Uno más y listo! ¡Solo debes hacerlo una vez más! ¡Los dioses están molestos, deja de lagrimear y puja! —En aquella habitación sin más que un quinqué como estrella se decía a sí misma Bárbara Svetlana.
Cuando la paz rotunda que detrás de una tormenta como esa queda, en los pasillos de aquel sombrío infierno retumbaban con fulgor el llanto de un bebé sano. ¡El hijo del diablo había hecho entrada! Los enfermeros corrieron, los pacientes lloraban a la par del pequeñuelo.
— Es una niña— gritaba emocionada una enfermera.
—Pobrecilla, es hermosa—decía otra entre sollozos.
— Busquen a un doctor y dejen de hacer drama— se escuchó una fuerte voz desde la puerta.
Después de todo, era madre y no una simple mensajera, con las pocas fuerzas que aquellas contracciones le habían dejado, llevó su rostro al rostro de su hija. Entonces se encontró con aquellos ojos que no eran más que los mismos ojos de los que se había enamorado. Palpaba suavemente la forma de sus labios, labios que no eran diferentes de aquellos que un día había amado. Intentaba disimular la ternura que esos hoyuelos pequeños le provocaban. La voz gruesa que había conseguido sacar a todos de la pequeña habitación ahora se acercaba sigilosamente. Era imposible percibir su rostro por aquella luz parpadeante del pasillo, pero tampoco era necesario para Babi.
— Sabía que vendrías —decía con aquellos hilos de voz que tanto guardó para ese momento.
— Hasta que al fin vuelvo a escuchar esa hermosa voz— dijo él sin mucha sorpresa.
Sus pasos aproximados se sentían como la erupción de un volcán. Aquellas pocas losas ahora parecían un camino eterno que no lograba completar. Recostó su cuerpo junto a ella y besó su frente con la delicadeza de una gota de agua nacida del rocío. Acarició su cabello maltratado por la vida y dejó salir una sonrisa pícara al recordar lo tanto que lo sedujo esa larga melena en sus días.
— Puede que se parezca a mí, pero es igual de ruidosa que tú— le decía con aquella hilaridad que nunca antes mostró.
—¿Es una pena, no? Que sea una niña. Tenía esperanzas de que fuera como tú para que nadie pueda hacerle daño— tragaba en seco y miraba al techo.
— Te equivocas, a mí también me hacen daño muchas cosas. Cada rasguño en tu cuerpo, todas las veces que ese gordo ha intentado besarte, las noches que pasaste brincoteando con esos tipejos. Escucharte gemir fue la parte más difícil, eran peor que miles de cristales perforando mi cuerpo. Ahora que lo pienso, todo aquello que puede herirme termina relacionado contigo, mi Godiva—parecía molesto, pero lo decía tranquilo.
—¿Te llevarás a nuestra hija, cierto? ¿Es por eso que has vuelto?—
— No me fui nunca, ¿cómo podría dejarte? Si eres como una droga que embriaga y endulza la mente, pero que hace añicos el cuerpo y el alma. Me la llevaré, pero no he venido por eso. Vine por ti, por ver tus ojos, por saborear tus labios, para amarte toda la vida— mentía.
— Cuida de ella, hazlo por ti, si lo haces, ella seguirá tus pasos, no los míos. Nuestro Dios puso en mi vientre la unión de nuestros anhelos, para convertirlos en realidad—
— Lady, ¿me cantarías una vez más?—le pidió él mientras clavaba sus ojos en los de ella.
Al ritmo de Nessun Dorma despidió a su amor y él partió con su hija en brazos. Él juró que volvería y empapada en sudor y penas, ella juró que allí esperaría. Su bebé llorando era la melodía de aquella ópera esa noche. El último acto de la adorada Bárbara Svetlana se dejaba escuchar. Cientos de lunas pasaron y siempre estaba en su ventana desesperando. El tiempo y la angustia anidaron en sus pelos y sus labios. Las cadenas roían su ropaje, su tristeza y su ilusión. Aquellos hermosos ojos se le llenaron de bastos atardeceres.
Aquel año ya ha pasado y fue condenada a muerte en su último juicio. Podía sentir en su boca el sabor de la sangre y le parecía dulce. Imaginaba a su hombre y su pequeña viviendo felices, según sus deseos, y pedía al cielo que le arrebatara toda la piedad que merecía y se la otorgara a su hija. Un día más era ahora, un día menos para ella, no la necesitaría.
Orgullosa y de rodillas observa de forma soberbia a todo el pueblo, que hasta hace poco aclamaba hasta por su saludo, gritarle e insultarla. ¡Qué sociedad tan hipócrita!, pensó. El panadero la miraba con tristeza, Ladero la miraba con desprecio. No faltaba aquel que la mirara aún con deseo, y las esposas marginadas la miraban con felicidad. Otra vez aquel dulce aroma despertó sus sentidos. Sintió cómo aquellos brazos que un día se aferraban a su cintura ahora la tomaban con delicadeza por el mentón. Todos gritaban eufóricos, pero ella no escuchaba nada. Un puñal lleno de amor y de rabia pasaba lentamente sobre su garganta.
— Lo haré rápido, sin dolor para ti, pero como una herida de bala para mí. Buen viaje, Godiva. Yo terminaré esto— susurró a su oído.
En seguida se volteó para besarlo y con aquel beso se desdibujaba toda la vida que había tenido. Quedaron solo en su mente aquellos pocos momentos que los trajeron hasta este día. Decir te amo no sería genuino, no podía desperdiciar sus últimas palabras con algo tan simple. ¿Entonces, por qué era todo lo que quería decir en ese instante? Sintió aquella arteria estallar y comprendió que se llevaría consigo esas últimas palabras. El cuerpo helado y el calor de su sangre fue todo lo que podía percibir luego. Sus manos ya no respondían y una lágrima interrumpía aquel mimo que sus labios se brindaban.
La amé hasta entonces y la seguiré amando después. La amé sin más y por menos de lo que debería amarla realmente. La amé por su belleza y por su sensualidad, la odié por su fuerza y esa fuerza también me terminó conquistando. Fui tu admirador, amante, escolta, enfermero y verdugo, ahora que al fin ya no eres una debilidad, puedo decir que sí era amor. No imaginé nunca un final diferente para nosotros. Amar nos hace humanos errantes, nos hace torpes y, ya sabes, no puedo permitirme esos lujos. Amé tu vientre y cuidaré lo que él me ha regalado de la mejor forma que sé. Ahora que sé cuánto te he amado, deseo que descanses en paz, que salgas de mi mente y corazón. Espero que tu ser deje de fusionarse con mi sangre y pare de correr por mis venas.
Quien prestaría atención al verdugo, aquel beso, solo demostró que la artistucha solo sería una ramera hasta el final. No entendían nada, pero de explicárselo entenderían menos. Ya el tiempo se encargará de borrar de todos esa escena. Olvidarán que existió alguna vez una talentosa mujer, que, por amor, terminó en un manicomio. No recordarán en absoluto que de aquella pasión nació una niña y ese mismo tiempo se encargará de recordárselo el día que menos imaginan.
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