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II

Y mientras que algunos asentaban sus caballos en los fuertes robles de los arboles para su cabeza bajar, y siendo rodeados por una atmósfera de maldiciones y quejas, ante la presión que sentían de estar en ese lugar lograban contemplar, con una fascinación e incluso algo de temor, aquel lejano paisaje consumido por las llamas ardientes. Desesperadas estaban por consumir todo aquello que pudiesen, incluso pareciese que por más que se extinguiese nunca era suficiente para esas naranjas llamas que convertían todo en humo negro que ocultaba el cielo.

Por ese camino de llamas y destrucción se encontraba caminando un ser considerado en demonio en la tierra, aunque de lejos era uno bastante inteligente y hasta presumido si se tenía cerca para verlo con sus ojos. Como de costumbre su larga capa de ese color rojo tan oscuro como las llamas del infierno era considerado uno de las grandes identidades del castaño junto a su plateada armadura que cuidaba como si la vida dependiese de aquello. Sí, Rellik Dreemurr era ese demonio del que todos se escondían cada que su sombra aparecía por los alrededores.

Los rumores más grandes dictaban habilidades que el castaño, cada que lo acusaban de estas, dejaba una mirada confusa antes de ser reemplazada por una maliciosa. Sabía sacar provecho de estos rumores y le ayudaba a conseguir todo aquello que gustaba, pues los monstruos menores eran mentes débiles. Eran corderos deseando un lobo que los asustase para luego que este se convirtiese en un perro, para guiarlos en un mundo donde su fuerza era la importante. Rellik era el pastor y el perro, luego sus lobos eran... caninos desesperados por hacer bien su trabajo.

Y ese camino de llamas y destrucción cesaba conforme sus pasos se acercaban a su objetivo, un castillo que entre tanta destrucción, se mantenía tan firme como esa vez que lo observo subido en sus grandes barcos, llamados navíos de guerra. El fuego parecía obedecer a Rellik, y las miradas de impaciencia de sus soldados no se comparaban con las de odio de sus rehenes, y mucho menos con las de frustración de los soldados contrarios. Tenía que admitir que el tigre se había mantenido calmado, y estaba haciendo una perfecta ilustración de como sería ese felino en la vida real. Parecía estar cazando, y pese a eso se encontraba igualmente frustrado. Sabía, pues el rey, que algo malo iba a pasar.

—¡Fosgail an doras!—grito el capitán, y el eco de su voz pareció ser escuchado pues esta se empezó a abrir sin problemas, aunque con lentitud como bien venían los presentes.—Nuestro rey, aquel conocido con el nombre de Gin el sabio, os concede la oportunidad de entrar. Tratar de no romper algo. Esta cosa tiene más años que todos nosotros juntos—acuso el capitán. Ese tono autoritario hizo que los pelos de sus soldados se erizasen, pues su tono potente era temeroso.

—¿Acaso piensa que habla con salvajes?—cuestiono por lo bajo un soldado, sin darse cuenta de lo hipócrita que quizás sonaba.

Varios pasos se escuchaban seguidos de los muchos alaridos de sorpresa soltados por los soldados bajados de esas naves de guerra que aun estaban en las orillas. Pasaban por una extensa pasarela del brillante color que era el verde, y todo sujetado por la madera, hierro y roca.
Veían el brillo de varios objetos cuidados, y cada uno más extraño que el otro. Desde un escudo redondo con un símbolo extraño de una flor, y algunas espadas gigantes con extrañas empuñaduras. Incluso los prisioneros igual se podían tomar la molestia de admirar su alrededor, demostrando que no todos los días alguien podía pasearse por esta zona del mundo.

El capitán no quitaba ambos ojos de los curiosos, sin importe quien fuese. Incluso el rey del sur, el demonio hecho monstruo, se encontraba curioseando como si en la mente del gigante hubiese un niño. Llegaba a separarse del grupo para admirar los pilares de roca, que comenzaban y finalizaban con una forma cuadrada. Se repetía el patrón de una flor, aunque simplemente estaba tallada en la roca a mano, lo cual sorprendía a Rellik.

Lo básico que sabía sobre arquitecturas lo estudio con sus maestros y sabía distinguir un trabajo simple, como el de los jardines, de un trabajo como el que veía antes sus ojos.
La sala del trono no se quedaba atrás, y siempre se podía ver el diseño de cuadros y algunos trofeos. Garras, colmillos y pieles. Todo aquello rodeaba el trono donde el gigantesco rey estaba sentado, a la espera y mientras sus ojos amarillos juzgaban antes de hablar.

Rellik no temía a nadie ni nada, y eso los soldados igual lo sabían pero ver a aquel ser de pie, manteniéndose firme mientras que en las puertas de cristal se podía ver el cielo negro era una imagen por lo pronto bastante que daba miedo y respeto. ¿El castaño se encontraba con esa extraña mezcla de emociones? En absoluto, pero en la mirada de sus soldados podían ver que ese ser, que debía medir tanto como un armario y sobre este otro más, se trataba de un ser que infundía este tipo de emociones. Todo sucedía lento y pausado, mientras el no tan impresionado castaño fijaba su mirada en el capitán. Este subía las escaleras con gracia, sin prisa y dejando que todos pudiesen ver al rey de las islas en persona.

—¿Dè tha iad ag iarraidh?—era una voz rasposa la del rey, que aun así infundía el respeto necesario para que el silencio estuviese presente.

Rellik se maldecía en su mente al escuchar aquellas expresiones, las palabras del antiguo lenguaje ya tan viejo que incluso algunas personas olvidaban que había existido una lengua antes de la común. No había tenido el tiempo para hablar en aquella extraña lengua, pero recordaba los libros grandes llenos de expresiones y palabras que le costaban mucho recordar, un lenguaje extraño y complejo que, pese a todo, era bastante rico en insultos. Lo mejor era ver las caras de los soldados porque muchos no sabrían que decir, e incluso Rellik no podía entender del todo la lengua. Solo sabía lo básico, saludar y despedirse antes de sacar su martillo para pelear.

—Tha iad airson bruidhinn riut.—explicaba el capitán. Su tono de voz no había cambiado, seguía siendo fuerte y claro. Supo entonces el rey, cuando vio como el capitán bajaba de vuelta junto a los suyos, que el contrario tenía la información necesaria para juzgarlo.

Lengua antigua, lengua temida, y vulgar. Una olvidada por aquellos del continente, una odiada por muchos pues las lenguas suelen chocar entre ellas, y son odiadas por todos aquellos que la hablaban de forma diferente. Sus soldados aun callaban cuando ese lenguaje escapo de la boca de sus contrarios, y Rellik no los juzgaba.
Esa lengua cambio, se dejo de hablar antes del nacimiento de muchos en aquella sala, y entenderlo era costoso pues el castaño claro que lo leyó en sus libros pero la diferencia es que nunca lo escucho. La leyó, más no lo entendió, y su extrema confusión delataba eso. Odiaba verse débil, confundido y lejos de ser alguien de confianza. ¿Que más podía hacer entonces? Simplemente quedarse ahí, recto mientras sus ojos se cruzaban con los amarillos del contrario.

La contraria presencia real llego a erizar la piel de los soldados, aunque extrañamente no fueron los suyos quienes temblaron sino los que estaban al cuidado del alzado rey, aun juzgando con sus pupilas todo aquello que veía. Sus soldados se mostraban temerosos de lo que pudiese suceder y los propios de Rellik solo contemplaban aquellos tres magníficos metros de alturas, con los cuernos similares a un toro y el hocico de algún animal Africano.
No podían distinguir más rasgos faciales a la distancia.

—Rìgh òg.—se dirigió a un confundido castaño que intentaba no aparentar esa debilidad causada por el lenguaje. Nuevamente, las vistas de ambos se cruzaron y el contrario hablo.—Mo thìrean sgrios airson do ceumannan. ¿Tha thu a'gabhail ris na peacaidhean sin?

No, esa vez Rellik se quedo sin alguna palabra que decir, confundido y recordando aquella lejana infancia que pensaba haber dejado atrás, porque en aquel entonces igual era vulnerable. Recordó los puñetazos entregados y recibidos en cada parte de su cuerpo, igual recordó las heridas curadas por el trapo mojado y las lecciones que le daban. Pensó en sus maestros que lo hicieron fuerte, que lo prepararon para muchas cosas pero ahora se encontraba ante una que poca importancia él dio en su niñez. En su mente se lamentaba por siempre haber pensado que la fuerza era lo más importante, e igual lamentaba que aquella lengua existiese y aun la lengua común no hubiese erradicado otras.

No le dio el gusto a nadie de verse débil, demostrar que el demonio había quedado sin palabras que decir y buscaba en vano una forma de escapar de aquel lugar. No, ese gusto solo lo conocían sus soldados que le habían visto siempre como alguien lejano a todo, alejado de todo aquello que no fuesen las batallas que iban a luchar. Nadie iba a verle débil, pero por dentro estaba deseando que la tierra lo tragase vivo.
Al final, pensó las palabras, hablo en la lengua que siempre le habían enseñado y que era la lengua que conocía.

—En verdad, un espectáculo maravilloso el que andan montando por aquí. Recordar la lengua que se hablaba hace años es, sin duda, algo bastante emocionante la verdad. Buenos devotos a la causa de Delta, si se me permite.—su tono alejaba la vergüenza que debería tener, pero aun así pareció escuchar una risa de algún soldado contrario. Aun la mirada amarilla estaba sobre él.—Pero no me creo que seas rey, el rey de estas islas, y no sepas que la lengua que hablan dejo de usarse hace tiempo. No, por vuestro rostro real, debo asegurar que la noticia es bastante impactante pero no me creo nada. Sabes hablar la lengua común, de eso estoy seguro, y te lo digo porque uno de tus soldados se esta riendo. Esa simple risa demuestra que un soldado común sabe hablarla, entenderla y por ende, el rey debería igual hacerlo.—toda la fluidez dicha en palabras igual se veía beneficiada por los gestos que el castaño realizaba con sus manos.

Una vez el rostro confiado se convirtió en una mueca extrañada debido a la deducción que acaba de hacer el castaño, Rellik supo que ya había vuelto a su estatus de ser con amenaza. Eso era para ellos, al menos, un ser lleno de odio que deseaba la conquista por un motivo que no quedaba resuelto del todo y estaba claro que el castaño nunca daría un porque a sus conquistas. Por donde pasaba sin embargo, se quedaba el rastro de escudos, armaduras y espadas manchadas en polvo mientras que su reinado conocía nuevas fronteras.
Las cabellos claros del rey eran majestuosos, largos y delicados pero a la vez demostraban que el cuerpo sabio del rey era eso, una botella apunto de liberar el conocimiento que poseía para su hija. Sí, Rellik supo que tuvo una hija cuando vio uno de los cuadros de esta, de cabellos oscuros como el carbón y contrario a los rojizos que su padre tenía siempre en los cuadros que el castaño había visto por los pasillos que les llevaría a donde están ahora.

—Me impresionas...—y por su cara, la de sus soldados y la del capitán muchos sabían que impresionar a Gin, el sabio, era complicado. Tosió un poco, pidió una copa de agua y siguió hablando tras tragar saliva, buscando las palabras para expresarse.—Sin embargo, igual me impresiona que hayas decidido realizar tal destrucción simplemente para decirme con que lengua debo dirigirme a mi pueblo, y con cual no. Las islas no son el continente Dreemurr, deberías ya saberlo.

—Por mi parte, puedo deducir que si se parecen en algo.—la ceja alzada del rey, esa misma expresión llena de curiosidad preparo a Rellik para hablar.—Ambos lugares poseen tierras, tierras conquistada y gobernadas por monstruos capaces de pensar más allá de simplemente destruir y destruir. Las islas han pertenecido a los monstruos, nadie negará aquello y todos hemos tenido un problema con un mismo objetivo... los humanos, claro esta, son la amenaza más inmediata de los monstruos.

—La razón es algo que no os falta, Rellik, pero me temo que no es un adjetivo que vaya muy bien contigo. De serlo... muy probablemente la destrucción vista y vivida hubiese sido frenada, o evitada en todo caso.—incluso ahí se pudo notar una pizca de tristeza, por el suspiro que lanzo.—En fin, nada más que decir. Tus ideas de humanos conquistando nuestros terrenos no es algo que ningún otro haya dicho o pensado, y en realidad la amenaza más inmediata eres tú. Que digo, vos alteza, eres consciente del caos que dejas y aun así detenerse para contemplarlo no parece ser una opción.

—Lo contemplo alteza, vaya si lo hago pero nunca he sido alguien que ha gustado detenerse para contemplar lo que hizo. Pero no es culpa mía aquel rastro de polvo que dejo, no alteza. Yo solo soy un lobo, y uno necesita una manada que liderar, con o sin fuerza siempre opción dejo y quien la toma bienvenido es, con sus culturas y riquezas, más enfrentarme es enfrentar al demonio, uno que no gusta jugar.

La copa llego. Una copa preciosa, de oro, con agua tan cristalina que el rostro del rey podía verse. No había mucho más que decir, nada más que comentar pues todo lo dicho y las muchas preguntas se respondieron. Ningún interés ya había por conocer al contrario, pues ya sabían sus puntos pues el rey de las islas, viejo y alto, parecía ser demasiado testarudo para siquiera plantearse la idea de retirarse y sentir la humillación por una conquista que destruiría aquello que protegió por generaciones.
¿Y Rellik? Era orgulloso, pero a la vez tenía mucho de lo que presumir y aquello era la fuerza que poseía su reinado. Nadie iba a rendirse.

—Aun no comprendo algunas cosas...

—Es extraño que no preguntes aquello que te desagrada. De rey a rey, deberías decirme aquello que te moleste.—la risa del contrario se escucho, pese a lo baja que intentaba sonar. Todos los soldados se notaban ansiosos, los rehenes asustados y el capitán preparaba su mano en el mango de la espada. El rey le detuvo, apoyando su mano en la suya.

—Por lo que oí de ti, no llegaste a ser un rey lleno de honores sino de tragedias... no. Que no te confunda mi respecto hacia tu persona, eres un rey para tu pueblo pero para mi no eres eso. Mas serás capaz de responder a mi preguntar, de eso pocas dudas poseo.—y aquello era lo que deseaba el castaño, resolver su duda.—¿Porque venir a mis islas, y destruirlas? Es un deporte bastante entretenido para los tuyos, en especial la caza hacia mis fieles pueblerinos que tomaste como rehenes pero no dejo de preguntarme el porque esa práctica.

No hubo unas palabras en los minutos siguientes, minutos eternos que eran interrumpidos por la garganta sedienta que era satisfecha por el agua, por los golpes de pies nerviosos de algunos soldados y aun así nada parecía molestar al pensativo castaño. Su mirada estaba perdida en el humo exterior, visible desde la parte trasera del trono y cada cuando se centraba en extraños ojos amarillos visibles en la oscuridad del extenso pasillo izquierdo superior. Le resultaban... curiosos. Eran hermosos y llenos de vida, una que no pensaba nunca haber visto en algún lugar pero ahí estaban. Mirada con mirada, su vista gris eclipsada por aquella llena de vida y que expresaba odio hacia su persona, un desafío, una conquista diferente.
Rellik sintió la timidez de cuando era niño y le daba flores a una niña que le gustaba.

—Como rey que soy deseo muchas cosas. ¿Tierras? Ya poseo eso, y bastante extensas se volvieron desde el reinado del antiguo rey. ¿Soldados? Fieles sin duda, dedicados a mi y con honor portan el escudo que llevan portando desde la creación de este. Y, ademas de eso, tengo un pueblo ordenado y firme, respetuoso y trabajador. No obstante la vida no ha sido fácil, y por favor, es obvio aquello que necesito... necesito una reina. Después de todo, un rey sin una reina no es nada.

—Aquí no hay nadie de esa edad castaño.—aquello lo dijo con osadía, con miedo incluso pero oculto bajo una expresión de rabia.

—Te equivocas. Aquellos ojos amarillos son diferentes a los tuyos, diferentes a los de cualquiera, y brillan como ninguno que hubiese visto antes. Esa mujer es joven, joven como yo, y por eso vine aquí. Deseo casarme con tu hija, y que porte el apellido de mi familia.

La copa cayo, casi se rompió. El agua mancho la alfombra, la misma azul oscura con bordes que habían pasado y la mirada de sorpresa, de miedo y de rabia contenida estaba sobre Rellik. Por fin, volvía a sentirse en el ojo del halcón, sentía de vuelta sus músculos tensados y la adrenalina volvió a él. Estaba en casa de vuelta.

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