Parte III
La compañía de Neft y Judá hace al viaje hacia el sur mucho más sencillo y soportable. Ambos se conocen un montón de trucos para sobrevivir en el camino y le enseñan también a Levi el tipo de cosas que debe evitar hacer si no quiere meterse en problemas.
No obstante, es en una de esas ocasiones en que Judá le insiste a Levi en que se quede quieto y tranquilo, cuando Levi casi le desobedece.
Todo detona en el momento en que una caravana comienza a acercarse a ellos desde lo lejos. Inmediatamente llega al olfato de los tres el aroma de varios de sus hermanos. Sin embargo, tal aroma viene acompañado de otra cosa, algo que a Levi le resulta tenebrosamente familiar.
Es un olor a carbón, a tierra seca, a otoño y a medianoche.
Levi se detiene para observar a la caravana. En el instante en el que lo hace, Judá le toma de la muñeca y le jala, instándole a moverse.
Pero Levi no se mueve. La caravana que ahora pasa junto a ellos consiste en un par de carretas haladas por dos caballos. Encima del carromato principal, viajan tres individuos, un hombre y dos mujeres. Por un momento, Levi cree que va a encontrar entre ellos al cazador de Rugar, pero no, él no está ahí.
Detrás de los carromatos, avanza una hilera de prisioneros encadenados. Están sujetos por grilletes de los tobillos, de las manos y del cuello. La mayoría de ellos, nota Levi con horror, son Ardha Dur.
—Levi —masculla Judá, sus ojos repentinamente rojos clavados en el pianurense—. Vamos.
Pero Levi no puede dejar de mirar a sus hermanos. Todos ellos andan con las ropas andrajosas, con los tobillos llagados y con caras de hambre. Sin embargo, cuando la mirada de uno de ellos se eleva, topándose con la de Levi, el prisionero le sonríe.
Levi desvía el rostro cuando Judá le vuelve a jalar. No obstante, enojado, se suelta de él y se detiene. La caravana va pasando y pronto se alejan de ellos por unos cuantos metros. Levi clava sus ojos grises en los de Judá que siguen borboteando con un rojo fiero. Neft se detiene a un lado de su compañero, su mirada de un violeta un poco más fuerte de lo normal. Ambos se le quedan viendo. Levi inhala y exhala, intentando calmarse, pero no logra comprender su actitud.
—Levi —dice Judá con seriedad—, tienes que entender algo. Nuestros hermanos no esperan que los rescatemos. No esperan que nos pongamos en peligro por ellos. Saben que esta vez nosotros hemos corrido con suerte y ellos no. Si tú estuvieras en su lugar, ¿quisieras que ellos se arriesgaran a morir o a ser capturados también sólo por intentar salvarte?
Levi se queda muy quieto.
—N-no —responde—. Pero...
—Pero nada —replica Neft, de brazos cruzados—. Déjalo, Levi, por favor, ¿no ves que van tres Clovek con ellos?
—¿Cómo que tres Clovek?
Neft se queda callada un momento, observándolo. Después, frunce el entrecejo.
—Levi, ¿no has sentido sus aromas? ¿Los de los tres cazadores? Son demonios. Demonios Clovek. Esos desgraciados son peligrosos y, aunque Judá y yo somos relativamente fuertes, intentar combatir a tres al mismo tiempo es un probable suicidio.
Ahora es Levi el que se queda mudo.
—¿Cómo que demonios? —dice tras un momento en un hilillo de voz. Para ese entonces, la caravana ya se ha alejado más.
—Los reconoces por su aroma —explica Judá—. Huelen como a carbón, a tierra y a medianoche, ¿no?
Levi se queda paralizado. Después, murmura.
—¿To-todos los que huelen así...? ¿Todos ellos son...?
Neft asiente.
—Es el aroma que tienen los demonios. Dicen que su mundo y el nuestro se atravesaron en una medianoche de otoño, y que en su mundo no hay nada más que carbón incendiándose y tierra reseca sobre la que no crece nada. Por eso huelen así.
Levi siente a sus piernas temblando, pero logra prevenir que le fallen. Asiente con suavidad.
—Ya... ya veo.
El terror le crepita por dentro. Finalmente, accede a seguir avanzando con sus dos amigos, dejando que al resto de sus hermanos se los lleven hacia un destino incierto, pero probablemente funesto.
Levi recuerda de pronto las palabras del cazador de Rugar.
"¿Por qué me dices eso? Ningún Ardha Dur que yo conozca traicionaría a los suyos".
Cuánta razón tenía él. Cuánta.
———
Además de peligros a evitar, Neft y Judá también enseñan a Levi a cazar y a recolectar comida. Desde qué tipos de árboles suelen albergar más nidos de los cuales robar huevos, hasta qué frutos, insectos y flores comúnmente encontrados en el camino se pueden comer. No todas esas cosas son comestibles para los seres humanos, ya que algunas les resultan venenosas. Pero, para los resistentes estómagos de los Ardha Dur, incluso ciertas bayas y frutos tóxicos representan una fuente fiable de alimento. Levi comienza a entender cómo es que uno puede vivir una vida más o menos decente recorriendo los caminos, pero eso no cambia el hecho de que haya días malos en los que no hallan nada, o en los que se mojan bajo la lluvia sin que haya sitio en el cual resguardarse, o en los que el sol les atosiga, el agua se les acaba y no tienen modo de conseguir más. Sin duda, vivir así no se compara con la vida que se tiene en un pueblo o en una ciudad, ahí donde uno puede ir tranquilamente a la fuente de la plaza central por agua, refugiarse en una casa y dormir sobre una cama propia.
Levi extraña ciertas cosas de Rugar, sí. Pero también hay muchas otras que no. Tener consigo a dos personas a las que de verdad les importa es una novedad que Levi no cambiaría ni por mil camas y mil fuentes.
Les toma casi un ciclo lunar llegar a las cercanías de las ciudades costeras del sur. Cuando están a un día de la más cercana, se detienen en un campamento en el camino, uno que es usado por viajeros y comerciantes y que está lleno de carromatos y tiendas de campaña. Para poder quedarse ahí, deben pagar una cuota al dueño del lugar, quien es también dueño de la taberna, la posada y los baños públicos instalados en la zona. Levi, Judá y Neft cuentan las monedas que les quedan y sacan las treinta dorias de cobre que les costará el permiso para dormir ahí.
—Yo voy a pagar —anuncia Judá antes de introducirse a la taberna. Neft y Levi se quedan esperando afuera. La muchacha olfatea de pronto con curiosidad y luego mira a Levi.
—Levi, ¿sientes eso?
Levi la mira con intriga.
—¿Qué cosa?
—Es un...
Pero sus palabras se ven cortadas cuando una figura se detiene cerca de ellos.
—Ardha Dur —pronuncia el recién llegado. Es un muchacho probablemente algunos años mayor que ellos. Lo que más llama la atención de él, en realidad, es el hecho de que porta un pulcro uniforme. El traje consiste en un saco cerrado, pantalones rectos, grandes botas y una capa de viaje. Sólo las botas y sus accesorios, como el cinturón, los botones y los guantes, son de color negro. Lo demás es color rojo vino. El muchacho tiene un largo cabello lacio de un tono entre el café pardo y el bronce, y sus ojos son azules, el matiz de la calma.
Por su aroma, saben que también es un Ardha Dur. Y, por su uniforme, saben una cosa más sobre él: Es un aliado de Omphalos.
El muchacho, bastante más alto que ellos dos, se coloca la palma derecha sobre el corazón y hace una suave reverencia.
—Fierce Kaiser, Exterminador Rango Duus de Omphalos. Buenas noches.
Neft frunce el ceño. Se cruza de brazos y voltea el rostro. Levi sabe por qué. Para los Ardha Dur de Naxos, los que viven en Omphalos son una especie de traidores. Los Ardha Dur de Omphalos no se preocupan por los otros Ardha Dur más de lo que lo hacen los seres humanos.
Como se crea un silencio incómodo y Fierce no deja de mirarles, Levi decide responder.
—Yo soy Levi, esta es Neft. Mucho gusto.
—¿A dónde se dirigen?
—Eso no es de tu incumbencia —Neft por fin le dirige la palabra, pero no lo hace de buena gana—. ¿O qué? ¿Acaso piensas escoltarnos para asegurarte de que estemos a salvo? Lo dudo, ¿cierto? Tus hermanos te importan lo mismo que te importan los mocos que te has limpiado esta mañana.
El Exterminador enarca las cejas.
—¿Te he hecho algo? —cuestiona. Neft resopla.
—Simplemente vete, ¿sí? No tengo ganas de hablar con un perro de Omphalos.
En eso, Judá por fin sale de la taberna. Cuando se aproxima a ellos, ya tiene el ceño fruncido, viendo al desconocido. Sin embargo, un poco menos arisco que Neft, le saluda.
—Buenas noches, hermano, ¿hay algo en lo que te podamos ayudar?
—¿A dónde se dirigen? —vuelve a cuestionar el Exterminador. Judá hace una mueca con los labios.
—Al este, a Laselvas, ¿por qué? Si temes que nos metamos en problemas, puedes quedarte tranquilo. Somos simples nómadas.
—¿De dónde vienen?
—Del sur.
—Estoy buscando a un trío de Clovek que han estado rondando por estos caminos, parece ser que son cazadores, pero se han aproximado demasiado a varias ciudades principales.
—Ah —dice Neft, girando los ojos—, así que sólo por eso te interesan, ¿no? Porque se han acercado a las ciudades, y no porque estén cazando a tus hermanos y vendiéndolos como si fuesen animales de matadero. En todo caso, ¿no tienen ustedes a sus Buscadores para encargarse de encontrar a sus presas?
—Uno de esos tres ha de tener habilidades mentales que le permiten desviar la atención de los Buscadores, así que no hemos podido hallarlos, ¿les han visto?
—Les vimos en el norte —responde Judá. Fierce le mira.
—Pensé que venían del sur.
—Sí, bueno, te mentí. Estaban en el norte, pero, ¿y qué? ¿Acaso tú vas a ir a enfrentarlos solo?
—No, somos un equipo, nos hemos dividido para cubrir más terreno, apenas uno tenga noticia, informará a los demás.
Judá parpadea. Luego, exhala con fastidio.
—En el norte, a unos veinte días de aquí, así que van bastante atrasados.
El muchacho asiente. Luego, les mira un momento antes de añadir algo más.
—¿Quieren cenar?
Los otros tres se quedan callados. Sin embargo, tras un instante y sin decir una sola palabra, Neft se da la vuelta y se encamina hacia la taberna. Judá y Levi se miran mutuamente antes de echar un vistazo a Fierce. El Exterminador se encoge de hombros y, con eso, los tres siguen a la muchacha.
Una vez adentro, se sientan en una mesa al fondo, cerca de una de las ventanas. Neft ordena un sándwich de pollo y vegetales, Judá un filete y Levi un estofado. En cuanto a Fierce, se contenta con un tarro de té y galletas.
—¿Sólo vas a comer eso? —pregunta Judá cuando Fierce recibe su plato con galletitas de avena, coco y nuez. Fierce le mira.
—¿Quieres?
—Qué va, si yo he pedido comida de verdad.
Sus platillos llegan un poco después. Se han dado el lujo de pedir cualquier cosa porque saben que Fierce va a pagar por ello. Está sobreentendido que, como nómadas, ellos no tienen mucho dinero, mientras que el Exterminador, como un aliado de Omphalos, sí que tiene.
Fierce remoja sus galletitas en el té y se las lleva a la boca. Tiene cuatro colmillos bastante alargados y puntiagudos en su dentadura que se aparecen cada vez que separa los labios, mientras que sus manos, en vez de uñas, ostentan garras. Con todo, el chico tiene una actitud serena y paciente, completamente opuesta a la de la explosiva Neft.
—Y... —musita Judá tras un rato, aburrido del silencio—. ¿Cómo es vivir en Omphalos, eh?
Fierce dirige la mirada azulada a él. Se encoge de hombros.
—Movido. Te envían a una misión y, cuando la terminas, si estás cerca de un lugar en el que se necesita ayuda, entonces en vez de volver a casa, te mandan a una nueva misión. Y así continuamente, puedes pasar meses fuera de casa. Vivo más en las Torres de Centinelas que en Omphalos, realmente.
Judá murmura un "hm", sin retirar los ojos de él. Guarda silencio un momento antes de volver a hablar.
—Igual debe ser agradable tener un sitio al cual llegar al final de cualquier día.
Fierce le observa. Judá desvía la mirada y se lleva a la boca el jugo de zanahoria y calabaza que se ha pedido. Levi mira al Exterminador con curiosidad.
—Fierce, ¿ustedes atraparán a esos cazadores? ¿Y liberarán a nuestros hermanos?
Fierce le mira un momento.
—Es el plan —responde, pero sin ser capaz de dar garantías—. No es raro que persigamos cazadores. Algunos son buenos para pasar desapercibidos y han estado rondando Naxos por décadas, pero hay otros que se vuelven descuidados o que retan a su suerte lo suficiente como para terminar en nuestra lista de presas. Esos siempre terminan perseguidos, pero, voy a ser honesto con ustedes —pausa un momento tras decir eso, contemplándolos a los tres. Incluso Neft ha girado el rostro para prestarle atención. Fierce suspira—. Muchas veces, cuando se dan cuenta de que nos estamos acercando, los cazadores masacran a sus prisioneros.
Los otros tres se quedan mudos, casi sin respirar.
Levi recuerda a aquel hermano suyo que le sonrió mientras era arrastrado como una bestia tras un carromato.
¿Él podría morir?
No, en realidad, si la gente de Omphalos no hacía nada... de todas formas era probable que él terminara muerto.
De una u otra manera, su hermano estaba condenado. Y cuando Levi piensa que en el lugar de su hermano podría haber estado él, o Neft, o Judá...
O Kalrius...
—Que estupidez —espeta Neft—. ¿Me estás diciendo que van a perseguirlos aunque saben que probablemente masacrarán a sus prisioneros?
—¿Y qué propones que hagamos? ¿Los dejamos libres? ¿Permitimos que se lleven a sus prisioneros a Arcadia y luego regresen por más?
—Entonces, estás diciendo —replica Judá—, que a esos prisioneros se los sacrificará por un bien mayor.
Fierce no responde. Judá prosigue.
—Básicamente, esa es la filosofía de Omphalos, ¿no es así? Proteger a las masas y olvidarse de los marginados como si ellos no fueran gente. Como si no valiéramos nada.
—No hay nada que Omphalos pueda hacer —responde Fierce—. Somos un puñado de personas intentando proteger a todo Naxos, ¿esperas que seamos capaces de cuidar a todas y cada una de las personas que nacen en este mundo?
—Deberían dejar que la gente se cuide sola, entonces —contesta Neft ácidamente—. Si ustedes no pueden, entonces...
—No —Fierce la interrumpe con tranquilidad, aunque luce ligeramente frustrado—. Si piensas que es tan fácil como darle a cada persona las herramientas para cuidar de sí misma, debes saber que no todas las personas son capaces de usar las herramientas de forma sabia, ¿qué te parece que harían los seres humanos si tuvieran las habilidades que tenemos las personas de Omphalos o que tienen los Ardha Dur? Para empezar, los Ardha Dur que viven fuera de Omphalos probablemente serían completamente exterminados. Las personas usarían esas habilidades para su propio beneficio. Se crearían guerras, ¿sabes cuál es el único motivo por el que no existen guerras en Naxos? Porque tenemos un enemigo común que nos mantiene a todos a raya. Pero, dales a las personas el poder para defenderse a sí mismas, y lo que harán no será defenderse, sino intentar someter a los demás. Las personas no son sabias —dicho esto, Fierce se pone de pie. Sus ojos se han tornado levemente grises, pero retornan a su azul habitual—. Voy a pagar la cena. Ha sido un placer. Espero que la disfruten.
Sin más, se aleja hacia la barra para cumplir con lo que ha dicho, y pronto le ven desaparecer en las escaleras que llevan hacia las habitaciones de la posada.
———
Es al mediodía siguiente cuando, tras varias horas de andar bajo un caluroso sol, los tres amigos distinguen dos cosas en la lejanía: Uno, a la ciudad de Rivamare. Dos, al océano.
Han llegado a la primera de una cadena de ciudades portuarias que se extienden por las costas sureñas de Pianura. Desde ahí, buques diarios parten hacia el este y el oeste para comerciar con ciudades de Laselvas y de Danvacara. Ya desde lejos alcanza a verse lo llena y frenética que es la ciudad, con sus calles atestadas, sus altos edificios apretujados unos contra otros, sus calles adoquinadas llenas de gente y de carruajes y las elegantes siluetas de los numerosos buques atrancados en el muelle. El aroma y la frescura del mar llegan hasta sus narices y a Levi se le eriza la piel. Jamás había visto el mar. Jamás pensó siquiera que alguna vez lo haría. Kalrius le había hablado de él, pero incluso sus descripciones se quedaron cortas ante la belleza sobrecogedora que tiene el gigantesco cuerpo de agua. Sus colores centellean bajo el sol, más oscuros que los del Sèan, y sus límites son invisibles e inimaginables. ¿Qué podría haber al otro lado del océano? La gente de Naxos está convencida de que no hay nada. Y no hay forma de comprobarlo. Por las noches, las mareas violentas que se apoderan del océano impiden que cualquier navío sea capaz de llegar demasiado lejos antes de que las olas se lo devoren.
—He ahí a Rivamare —anuncia Judá lo evidente. A diferencia de Levi, él no parece nada entusiasmado. Levi cree distinguir por la duración de un latido un tono rojizo tanto en sus ojos como en los de Neft. No obstante, ninguno dice nada, y Judá no tarda en proponer continuar con el camino.
Llegan verdaderamente a Rivamare hasta la media tarde. El ocaso sobre el océano es todavía más precioso que todos los que Levi alguna vez vio. La ciudad sigue tan llena y vivaz como cuando la vieron desde lejos y, cuando se paran ante el enorme arco que marca su entrada, a ambos costados de ellos cruzan personas y carromatos que entran y salen de la ciudad. Los tres se introducen a la calle principal, misma que serpentea desde la entrada hasta, al parecer, el muelle. Franqueando dicha calle están numerosos edificios, cuyos primeros pisos parecen ser todos negocios de distintos tipos. Carnicerías, fruterías, queserías, así como tiendas de vino, de golosinas, de telas y de un sinfín de productos más. Los edificios están pintados de colores terrosos, entre rojos, cafés, amarillos y magentas. Todos los segundos, terceros y hasta quintos pisos ostentan pequeños balcones en cuyos barandales hay colgados maceteros con flores de todas las clases. Las personas, que visten con túnicas y batones de diversos colores y llevan casi todas sandalias en los pies, van de un sitio a otro como abejas que buscan recoger su dosis de polen en cada flor.
A Levi, el espectáculo le parece precioso. No puede creer que Neft y Judá tengan a aquel sitio en tan poca estima, pero opta por no hacer comentarios al respecto. No hay duda de que ellos están en mejor posición para juzgar a esa ciudad que él.
—Bueno, entonces —dice Judá tras unos momentos, al parecer habiéndole dado a Levi tiempo para absorber el lugar—, decías que tu amigo probablemente iba a estar en los muelles, ¿cierto? Si es así, creo que hay alguien a quien podemos preguntar.
Levi asiente, así que Judá no tarda en guiarlos hacia la costa. Mientras avanzan, el pianurense no tarda en notar que, aunque pocos, hay algunos de sus hermanos andando también por las calles. Ninguno les voltea a ver. Probablemente ahí todos están acostumbrados a la presencia de otros Ardha Dur.
Cuando llegan al muelle, caminan hasta llegar a una pequeña caseta de madera instalada en él. Ahí, un hombre barbudo y flacucho de apariencia fastidiada les ve con ojos cansados. Antes de que digan nada, saca una tabla de madera y un trozo de carbón.
—¿Humanos o Malditos? —pregunta, con el carbón listo para hacer marcas sobre la tabla.
—No buscamos trabajo, Marcador, buscamos a alguien, un empleado que quizá se inscribió contigo hace algunos meses. Él es un Maldito —explica Judá. El hombre le mira sin ninguna suerte de inflexión y baja su madero y su carbón.
—¿Hace algunos meses? ¿Piensas que me voy a acordar de él?
—Su nombre es Kalrius —interviene Levi—, y es fácil de reconocer porque lleva todo el cuerpo vendado. Tiene el cabello castaño y la piel morena.
Pero el tipo tan sólo se encoge de hombros.
—No me suena nadie con esa descripción. Lo siento, no debe haber pasado por aquí.
Levi aprieta los labios.
—¿Está seguro?
—Pues, seguro seguro, no, pero supongo que me acordaría si hubiese visto a alguien todo vendado —bosteza—. Lo siento, ahora, si no tienen nada más que hacer aquí, será mejor que se vayan.
Obedecen. Tras el fiasco, es Neft quien ahora les guía hacia el que dice que es un sitio en el que podrán dormir por poco dinero. El templo de Rivamare tiene sólo cuatro torres, así que no pueden esperar recibir mucha hospitalidad en él.
Mientras avanzan tras la muchacha, cruzando calles y subiendo y bajando por varias escalinatas, algo se va haciendo paulatinamente evidente. Están adentrándose a la peor zona de la ciudad. Atrás quedaron la colorida y bulliciosa calle principal y el bonito puerto. Donde se hallan ahora, las calles irregulares están sucias y semi vacías, los edificios tienen mala pinta, con sus superficies descascaradas y sus puertas de madera raspadas, y además pulula un aroma pútrido en el aire. Eventualmente, se detienen frente a dos edificios. Judá y Levi miran a Neft expectantemente. Ella les echa una ojeada y luego señala con la cabeza hacia algo que no logran ver de inmediato. Se percatan de la estrecha apertura que hay entre los dos edificios sólo hasta que Neft se encamina a ella y, poniéndose de lado, empieza a introducirse dentro.
—Qué demonios —se expresa Judá, elevando una ceja y viendo a su compañera desaparecer tras la pared. Levi, suspirando y suponiendo que no hay más remedio que seguirla, imita a la chica, poniéndose de lado y arrastrándose también hacia el interior del pasillo. Judá viene poco después tras él. El muchacho de Danvacara gruñe, empero, porque su masa corporal es mucho mayor a las de los otros dos y apenas cabe en la estrecha apertura. Levi le mira y no puede evitar reírse. Del otro lado, escucha a Neft riéndose también—. ¡Sí, claro, búrlense, malditos flacuchos!
Las risas aumentan mientras Judá continúa quejándose por lo bajo. Finalmente, Levi escucha un sonido inusual cerca de él y, cuando se voltea, se da cuenta de que Neft ha desaparecido. Experimenta un instante de pánico hasta que nota la cortina de cordones de madera que cubre a la entrada que se abre sobre uno de los muros. Tranquilizándose, llega hasta dicha entrada y se introduce también a ella. Judá no tarda mucho en entrar tras él, aun quejándose. Dentro, está oscuro. Han desembocado en una suerte de saloncillo sin ventanas cuya única iluminación proviene del agujero de las escaleras que llevan hacia pisos superiores. Ahí no hay nada más que algunos muebles viejos y sucios amontonados en un rincón.
Neft comienza a ascender por las escaleras. En silencio, Levi y Judá le siguen. Conforme suben, un aroma agradable comienza a llegar hasta sus narices. Levi no tarda en reconocer el olor a incienso. Huele a lavanda. La pintura de las paredes está cayéndose, los pasamanos lucen desgastados y la alfombra que cubre las escaleras tiene agujeros y partes deshilachadas. Sin embargo, cuando llegan al recibidor del segundo piso, mismo en el que se abren dos puertas (mientras que una tercera permanece cerrada), los chicos escuchan risas.
Risas femeninas.
A través de las puertas, se alcanza a distinguir lo que parece ser una amplia habitación llena de muebles, sillones y cojines, sobre los cuales reposan un montón de muchachas. Neft entra sin ninguna pena a la habitación y los otros dos la siguen, pero se detienen detrás de ella, dejando que ella quede a la cabeza del grupo.
—¡Neftalí!
La exclamación es ufana y, en un parpadeo, ya hay por lo menos cinco chicas encima de Neft (¿Neftalí, dijeron?), abrazándola y besándola y tomándola de las manos. Neft dedica un momento a saludarlas antes de girarse y señalar a sus dos acompañantes.
—Este es Judá, mi Compañero de Vida, y el otro es Levi, un amigo nuestro.
—¿Un Compañero de Vida? ¿Te conseguiste un Compañero de Vida?
—¡Míralo que mono! ¿Cuántos años tienes, Levi?
De pronto, la atención pasa a Judá y a Levi. Los músculos de Judá y la larga melena de Levi se vuelven el nuevo tema de conversación. Los dos muchachos ven la sonrisita maquiavélica que se dibuja en los labios de Neft, quien parece estar disfrutando de las expresiones incómodas que tienen puestas los dos.
La mayoría de las chicas que están ahí son Ardha Dur, nota Levi. Aunque no todas. Hay algunas que son simples humanas. Por supuesto que, a menos que uno las mirara a los ojos, o pudiera saber la diferencia por la forma en que huelen, no se daría cuenta. En esencia, son exactamente iguales.
Pronto, las muchachas hacen a los tres sentarse en una mesita y les traen té y panes de miga ovalados. Después, la mayoría se sienta cerca para poder platicar con Neft, contándole un sinfín de novedades y pidiéndole que les actualice. Levi entiende vagamente lo que está ocurriendo. Sin duda, Neft conocía a esas mujeres, es probable que hubiese vivido en aquel sitio en algún momento de su vida. También parece ser que tiene una excelente relación con varias de ellas.
—Nefti, pero, hace tanto tiempo qué te fuiste, ¿qué te hizo volver? —pregunta una de las mujeres, la que parece ser la mayor de todas ellas. Tiene un bonito cabello castaño y rizado, aunque está hecho un desastre a causa de la humedad.
Neft hace una seña con la cabeza hacia Levi.
—Buscamos a un amigo suyo, ¿no le habrán visto por ahí? Su nombre es Kalrius. Al parecer, tiene todo el cuerpo vendado.
—Kalrius... —la chica se toquetea la barbilla con un dedo, pensativa, pero después niega con la cabeza—. No, lo siento, no recuerdo a nadie con ese nombre, ¿y por qué es que usa vendas?
Neft se encoge de hombros.
—A mí tampoco me suena de nada, ¿sería el tipo de chico que pagaría por estar con nosotras?
Eso hace que Levi casi escupa el té.
¿Cómo que... pagar?
De pronto, lo entiende, como una velita que se enciende repentinamente dentro de una habitación oscura, echando su luz encima de ella poco a poco.
Todas esas muchachas...
Y Neft...
—No —responde Levi, negando fervientemente con la cabeza—. Kalrius no es... así.
—Bueno —la chica suspira—, pues entonces es aún más difícil que lo conozcamos, ¿están seguros de que vino a Rivamare?
Levi simplemente niega con la cabeza. Entiende que su búsqueda en esa ciudad probablemente resultará infructuosa. Así que quizá se irá a la siguiente. Sin embargo, antes de eso, necesita hallar una forma de conseguir dinero. Él, Neft y Judá han podido sobrevivir todo este tiempo gracias a que obtuvieron la mayor parte de su comida en los caminos y a que vendieron los dos anillos de Levi, pero ahora el dinero se le agota y pronto necesitará alguna clase de ingresos. Judá y Neft pueden arreglárselas sin dinero la mayor parte del tiempo, pero él no. Él es muy diferente a ellos dos.
Judá, si quiere, puede sacar grandes llamaradas de fuego de sus manos y de su boca que arden como trozos de sol. Neft, por otro lado, posee la capacidad de disminuir la temperatura del medio ambiente a tal punto de crear bloques de hielo en él. O lanzas de hielo, o estacas, o cualquier otra cosa que se le ocurra, realmente. Comparado con ellos, Levi sencillamente carece de grandes habilidades de supervivencia. La única habilidad que él tiene no sirve para mucho ahí afuera, en el mundo real.
—¿Y Nadia?
—Ah, en el otro cuarto —la que responde pone una mueca desanimada—. La golpearon.
Levi nota cómo la mirada de Neft se dirige inmediatamente a él. Entonces, ella le señala con una mano.
—Él puede ayudar —dice. Las demás parecen extrañadas, pero, tras unos momentos, Neft, la chica de cabello rizado y Levi ingresan a la habitación aledaña a esa. Es aquella que tenía la puerta cerrada.
Apenas entran, Levi siente el fuerte aroma a amapola que se concentra en el interior. En ese cuarto hay una sola ventana que deja entrar una luz débil, varios gabinetes apretujados junto a una de las paredes y un pequeño colchón en el centro, sobre el cual hay una muchacha recostada. Seguramente es aquella a quien se han referido como Nadia. Levi se encamina hacia ella. Tiene el cabello negro y la piel tostada característicos de la gente de Laselvas. Dormita intranquilamente, sin duda a causa del dolor que la amapola no habrá logrado apaciguar del todo. Tiene hinchazones en el rostro, en el cuello y sobre los brazos, mientras que una manta blanca oculta al resto de su cuerpo de vista. Levi mira a las otras dos, afligido.
—¿Quién le hizo esto?
—Un cliente que no quería pagar, probablemente. O alguien con fetiches extraños —responde Neft con calma, y a Levi le perturba que ella tuviera una respuesta tan rápida a su cuestionamiento. Le escuece el estómago pensar que alguien, alguna vez, pudo haber puesto sus manos sobre Neft de esa forma. Si alguien lo intentara ahora, a Levi no le importaría lo flaquito y enclenque que es. Igual se le iría encima con una furia de la que hasta Kalrius estaría orgulloso.
Asiente y desvía los ojos, dirigiéndolos a Nadia. Entonces, rodea el colchón para arrodillarse a su lado. Eleva las dos manos y las posa suavemente sobre uno de sus brazos.
Levi recuerda la primera vez que curó algo. Era un conejito al que su tía había pisoteado después de que se le atravesara en el camino y la hiciera tropezarse. Levi no sabía que podía hacer algo como eso. Sencillamente había pasado mientras él sostenía al animalillo entre las manos y sollozaba, pensando en lo mucho que quería salvarlo.
Las habilidades de los Ardha Dur son así. Nacen con ellas y eventualmente se presentan. A veces pueden usarlas desde muy jóvenes, otras veces tardan más tiempo en aparecer. Hay algunos que tienen habilidades impresionantes, como Judá y Neft. Otros, tienen cosas simples y poco llamativas, como Levi.
Su energía empieza a fluir desde sus dedos hacia el cuerpo de la muchacha inconsciente. Cálida y vaporosa, se inyecta a sus venas, a sus músculos, a su piel y a sus órganos, y les pide que se curen. Les solicita que regresen a un estado óptimo. Que apresuren el proceso de sanación. Como consecuencia, el cuerpo de Nadia usará un montón de la energía y recursos que tenía almacenados para emergencias y para otras cosas, lo que significa que, aun curada, Nadia estará débil, por lo que Levi no sabe qué tan útil es su habilidad.
Aquel conejito al que curó, murió días después. Había quedado tan débil que no pudo recuperar fuerzas lo suficientemente rápido.
Por eso, ahora, Levi tan solo sana heridas leves. Cosas que sabe que no van a exigir demasiado de un cuerpo.
Siente una suerte de aviso, como un pequeño pellizco en los dedos, cuando el cuerpo de Nadia ya se ha recuperado por completo. Entonces, retira las manos. Ve a la muchacha abrir de pronto los ojos. Luce fatigada, pero su expresión de dolor ha desaparecido.
—¡Nadia! —la chica de cabello rizado, se arroja sobre la cama para abrazar a la recién recuperada. Después, se separa de ella y abraza a Levi—. ¡Qué bueno eres! ¡Ojalá estuvieras aquí siempre!
A Levi le acongoja pensar que ellas necesiten curaciones como esas... siempre. Echa una mirada a Neft. Ella le sonríe y asiente aprobatoriamente. Levi tan sólo quiere correr a abrazarla y decirle que jamás nadie va a herirla a ella así, porque tendrían que pasar por encima de los cadáveres de Judá y del suyo para ello.
Pero es seguro que eso Neft ya lo sabe.
———
Es dos días después cuando Levi, Neft y Judá toman una dolorosa decisión.
Se han quedado el último par de días a dormir en la Casa de los Pétalos, como llaman a ese sitio apretujado y secreto en el que viven las amigas de Neft. El lugar tiene cuatro pisos y una azotea. En el tercer piso está la cocina y el comedor y en el último el cuarto en el que se asean. En la azotea tienen algunas plantas medicinales y comestibles.
Esa mañana, los tres amigos observan al lejano océano desde la azotea, mientras intentan decidir qué es lo que harán a continuación.
Judá y Neft dicen que quieren irse a Danvacara. Argumentan que hay un sitio ahí que luce prometedor como para establecer una ciudad en él, y Levi sencillamente no sabe cómo decirles que, para él, nada de eso parece más que un sueño absolutamente disparatado, aún si en su interior desea con todas sus fuerzas que pudiera ser posible.
Pero no basta con desear algo para hacerlo realidad. Así que, para Levi, no tiene ningún sentido ir a Danvacara. Mucho menos piensa que sea un lugar adecuado para él. Probablemente no será más que una carga para los otros dos. Además, él aún quiere hallar a Kalrius. Le quedan muchas ciudades costeras por explorar.
Levi ve el aleteo grisáceo que se atraviesa en los ojos de sus amigos cuando les expone que él prefiere quedarse en Pianura.
—¿Estás diciendo que no vendrás con nosotros? —cuestiona Judá—. Pero, ¿no quieres ver el sitio del que te estamos hablando? Están las ruinas de una ciudad vieja, así que sin duda ahí es posible establecerse.
Levi piensa que por algo son ruinas, pero no expresa ese pensamiento en voz alta.
—Quiero recorrer las otras ciudades costeras antes de darme por vencido en mi búsqueda de Kalrius —responde. Siente que el pecho se le hace un puño y baja la mirada—. ¿No pueden ir a Danvacara después?
—No, no podemos —declara Neft con firmeza. Judá le echa una mirada de reproche y, probablemente dándose cuenta de que ha sonado muy severa, la Ardha Dur agrega—. Esta es la mejor época para ir hacia ahí porque hay algunas lluvias, si fuésemos en las estaciones secas correríamos el riesgo de morir deshidratados a mitad del camino. Además, tenemos que sincronizar nuestro viaje a Danvacara con nuestro viaje a Dagestán.
—¿También piensan ir a Dagestán? ¿Pero para qué van a un sitio tan lejano y tan frío?
Neft suspira.
—No todo Dagestán es frío, Levi. Además, yo nací ahí, es mi hogar. Quizá algún día Rugar te haga falta, y entonces entenderás cómo me siento.
Levi se calla un momento. Neft, con los brazos cruzados, ladea los labios y desvía el rostro.
—Pensé que tu amigo Kalrius era originario de Danvacara, ¿por qué piensas que vino a una ciudad de Pianura, si él es de Danvacara?
Levi se encoge de hombros, derrotado.
—Porque tendría sentido y es la única pista que tengo. Él siempre me dijo que preferiría trabajar en una de estas ciudades que seguir con su dueño. Debe estar aquí, en algún sitio...
Ahora, son los tres los que se quedan en silencio.
Porque los tres entienden, en ese momento, que la decisión ya está tomada.
Van a separarse.
No tiene sentido seguirlo discutiendo. Ninguno va a ceder.
Van a separarse.
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