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Parte II

La diferencia entre tomar una decisión y realmente llevarla a cabo, es colosal.

Levi arrastra los pies a casa mientras las olas del Sèan murmuran tras él. Le acompañan el mutismo y la serenidad de la medianoche, más, aun así, cada uno de sus pasos está cargado de pesar.

Levi está consciente de que, si quiere escapar de su familia y del cazador, la única forma de hacerlo es irse de Rugar. Rugar es apenas un pueblo y no es lo bastante grande como para ocultarle, por lo menos no por demasiado tiempo. Así que tiene que huir tan lejos como pueda, pero semejante proeza tiene un montón de inconvenientes y desventajas. Levi ya los ha destripado a todos en su cabeza, pero lo único que logró fue terminar sintiéndose todavía más abrumado que antes. Él sabe que, si las cosas no resultan bien, podría terminar igual o peor que si lo vendieran a un cazador.

Escapar no es ninguna garantía de que tendrá una mejor vida.

Pero supone que quizá es mejor ser miserable por decisión propia que por las decisiones de otras personas. Así que, mientras se obliga a volver a casa, sintiendo el estómago revuelto, repasa en su cabeza el plan.

El plan.

Dicho grandioso plan no tiene muchas patas ni cabeza, es una maniobra improvisada que acaba de confeccionar y que tiene un millón de formas de salir mal. Pero igual va a seguirlo porque es lo único que tiene. Respira profundo, tratando de armarse de valor.

Se detiene en la plaza principal de Rugar y dirige la vista hacia la colina que se levanta a un costado del pueblo, aquella sobre la que está construida la casona de su familia. A esas horas de la noche, la construcción luce como un gigante dormido capaz de cobrar vida en cualquier momento, extraer grandes patas peludas del suelo e irse corriendo por ahí, pisoteando a medio Rugar en el proceso. Aun así, Levi no tarda en retomar el andar hacia ella, dirigiéndose hacia el camino escalonado que lleva del borde de Rugar a la cima de la colina.

El trayecto le toma un poco más de tiempo del que debería. Sin duda ha de deberse a sus pocas ganas de recorrerlo. Pero eventualmente llega ante las rejas negras que rodean a la casona. Levi levanta el pestillo de la reja y se introduce al jardín. Es seguro que su tía y su abuela habrán notado antes su ausencia, pero duda mucho que estén esperándole. A ellas realmente no suele interesarles lo que él haga, siempre y cuando haya finalizado con todas sus tareas y no haga nada en el pueblo que las avergüence. Levi se detiene a mitad del recorrido hacia la puerta principal cuando ese pensamiento atraviesa su cabeza.

Si sus familiares iban a venderle, seguramente es porque realmente no le necesitan. Porque su presencia o su ausencia en la casa no hacen diferencia alguna. Y... si él se va, a ellas no les importará. Lo único que habrían perdido, después de todo, es un poco de dinero, pero son tan ricas que es poco probable que eso les resulte una gran preocupación.

Levi va a irse.

Y eso no hará ninguna diferencia en el mundo.

Inhala con fuerza, llenándose los pulmones del aire húmedo del verano. Después, retoma el andar y entra a la casa.

Adentro, está oscuro y calmo. Levi se retira las sandalias y se queda con los pies desnudos, porque así hará menos ruido. Entonces, tal cual un zorro que se escabulle a un gallinero por la noche, Levi se dirige a la despensa.

Galletas de avena. Tiritas de carne deshidratada. Un odre para rellenarlo de agua. Arroz, jamón ahumado, nueces y miel. Levi se hace con tantas cosas como cree que será capaz de cargar y que piensa que no se le echarán a perder pronto. Las introduce al morral que a veces usaba para hacer las compras y luego se dirige al sótano. Es ahí, en un rincón del sótano, donde Levi tiene su dormitorio improvisado. Lo único que hay en él es un nido de sábanas viejas y un pequeño baúl de madera en el que están guardadas sus pocas pertenencias. Levi abre el baúl para tomar la única de sus posesiones que le parece realmente valiosa: El peine de su madre. Es un peine hecho del colmillo de un Narval y que tiene flores dibujadas encima, algunas de las cuales se han desgastado con el tiempo. Ese peine es la única cosa de su madre que le dejaron conservar. Y sólo para poder usarlo de la misma forma en que ella lo hacía, Levi ha dejado que su cabello le crezca hasta la base de la espalda. A veces, le gusta cerrar los ojos y pensar que ella está ahí, peinándole de la forma en que supone que una madre peinaría a un hijo.

Toma el peine y lo guarda en su morral, junto con una de sus viejas túnicas y unos pantaloncillos blancos. Después, vuelve a ascender por los escalones que le llevarán de vuelta al primer piso de la casa y deja su morral en el vestíbulo. Su siguiente parada es la más peligrosa, pero también la más importante de todas.

Levi planea asaltar el cofre de su abuela.

No obstante, para eso, debe no sólo entrar a la habitación de la mujer, sino también obtener la llave del cofre, misma que ella siempre guarda debajo de su almohada.

Levi se cuelga un monedero a la cintura antes de ascender hacia el segundo piso, cuidando que los escalones de madera no crujan demasiado bajo su peso. Es una fortuna que sea tan ligero. Nunca su poca masa corporal fue tan favorecedora como ahora.

Cuando llega ante las puertas de la habitación, se detiene un instante, temeroso. El corazón le está latiendo con fuerza y las manos le tiemblan a pesar de que no hace nada de frío. Nervioso, Levi inspira profundo y abre suavemente la puerta.

Adentro, está oscuro casi en su totalidad, pero, por fortuna, su abuela ha dejado una de las ventanas semi abierta, lo que permite que entre la luz de las lunas. Ésta espolvorea ligeramente algunas de las superficies del cuarto. Levi se desliza silenciosamente hacia la cama.

Sobre ella, su anciana abuela está profundamente dormida, con las sombras inundando los pliegues de sus arrugas y las espirales de sus mechones plateados. Tiene las manos entrelazadas sobre su pecho, como si hubiese adoptado la postura de un muerto para dormir, quizá en caso de que no volviese a despertarse. Su cabeza, por supuesto, reposa sobre la almohada bajo la cual debe encontrarse la vieja llave que es capaz de abrir el cofre que está a los pies de su cama. Levi traga saliva y, aún sin poder deshacerse de los temblores, lleva una mano a la almohada. Tiene que detenerse la muñeca con la otra mano para intentar reprimir las sacudidas que la agitan. Inhala y exhala y empieza a introducir los dedos entre las sábanas. Observa a su abuela con cautela para asegurarse de que no reacciona. Sus dedos se deslizan despacio y pronto es su mano entera la que se ha introducido. Tiene al alma al borde de escapársele por la boca mientras intenta hallar el objeto. Repentinamente, lo siente. La punta de uno de sus dedos da con algo duro y frío. Levi contiene el aliento y mueve la mano en esa dirección, logrando sostener la llave con la suficiente firmeza para jalarla. Así es que empieza a extraer su mano, aún despacio y con cuidado, y sin retirar los ojos de la anciana. Ésta sigue sin percatarse de nada.

Cuando Levi extrae la llave, por fin, reprime un suspiro de alivio. Mira hacia el cofre. Ahora sólo falta abrirlo.

Se dirige a él y se agacha al frente, llevando la llave a la cerradura. Cuando la gira, el cerrojo hace un fuerte toc que resuena por toda la habitación. Levi se paraliza y lleva los ojos a la anciana. Ella no se mueve. Vuelve a relajarse. Entonces, con cuidado, levanta la tapa y de inmediato se presentan ante él los tesoros de la mujer.

Levi ya los había visto antes. Incluso alguna vez ayudó a pulirlos y a contarlos, aunque siempre bajo la atenta y recelosa vigilancia de su tía. Mas ahora, yacen todos ahí ante él, indefensos. Por supuesto, no piensa llevárselo todo, sino tan sólo unas cuantas monedas que le permitan sobrevivir por un tiempo. Hay dentro varias cajas de metal con distintos contenidos. Algunas contienen monedas y otras contienen joyas y demás objetos de valor. Levi toma tan sólo una doria de oro, dos de plata y cien de bronce en denominaciones de veinte. Finalmente, se hace con dos anillos de oro y plata con incrustaciones de joyas preciosas. Lo mete todo en su monedero y cierra el cofre. Cuando lo hace, eleva la vista al frente y...

Y ve a su abuela sentada sobre la cama, contemplándole.

Levi abre los ojos como platos. Ve cómo ella separa los labios, sin duda con intenciones de gritar, y lo único que se le ocurre hacer es llevar un dedo índice a sus labios y pedirle que se calle. La mujer se detiene con sorpresa, pero seguramente su obediencia no durará demasiado. Levi traga saliva, sintiendo escalofríos azuzándole todo el cuerpo. La adrenalina es probablemente lo único que evita que se eche a llorar.

—Escucha —dice en voz baja, obligando a su cerebro a pensar pronto en una solución. Entonces, se le ocurre algo. Vuelve a abrir el cofre, revisa con velocidad su contenido y se topa entonces con lo que buscaba. Extrae el objeto, vuelve a cerrar el cofre, se pone de pie y apunta lo que ha sacado hacia su abuela. La ve paralizarse de miedo. Lo que Levi ha extraído es una preciosa daga que solía pertenecer a su abuelo. Su funda y su mango son de oro puro y tienen perlas incrustadas. Levi ni siquiera la ha desenfundado—. Si te mueves o si haces cualquier ruido, te mataré, ¿me oíste? Te mataré y luego mataré a mi tía. Así que será mejor que vuelvas a recostarte, vuelvas a dormir y finjas que esto nunca pasó. No he tomado mucho de tu cofre, así que no tienes de qué preocuparte.

Es una amenaza absolutamente vacía. Levi jamás sería capaz de hacerle daño ni a su abuela ni a su tía. Quizá ambas hicieron a su vida miserable, y quizá a ellas no les importaría lo que ocurriera con él.

Pero igual Levi sabe que no sería capaz. Si su abuela grita, lo único que hará será salir corriendo de ahí y huir tan rápido como sea posible.

Para su fortuna, su abuela no le conoce lo suficiente como para saber que su amenaza no es real. Con cara de pánico, la mujer se acuesta lentamente. Vuelve a poner sus manos sobre su pecho y cierra los ojos, con el ceño fruncido como si estuviese forzándose a volver a dormir. Levi, sin poder creer que su ridículo chantaje haya funcionado, avanza cautelosamente hacia atrás, aún con la daga levantada frente a él, y sale de la habitación, cerrándola tras de sí.

Una vez que sale, se voltea y se apresura hacia los escalones. Aún intenta no hacer ruido, pero ya no con tanto ahínco como antes. Sigue temiendo que su abuela grite o haga algo y que su tía se despierte. Quizá físicamente su tía no es una gran amenaza, pero si ella llama a los guardias del pueblo, Levi estará en dificultades.

El chico aterriza en el primer piso y corre hacia el vestíbulo. Ahí, antes de salir, abre el armario que está a un costado y extrae de él una capa de viaje y un par de botas de su abuela. Es tan pequeño, que le vienen sin problema. Se las pone, toma rápidamente su morral y sale corriendo. Una vez afuera, Levi corre y corre y no se detiene sino hasta que llega a la salida de Rugar, ahí donde un arco de piedra da hacia un camino que serpentea a lo largo de una amplia llanura. Ese es el camino que le llevará hacia su nueva vida.

Levi se detiene ahí y apoya las manos sobre las rodillas, intentando recuperar el aliento.

Debe irse.

Lo más pronto posible.

Sin embargo, no es capaz de dar un solo paso más.

Clava las manos sobre sus muslos y aprieta los dientes. Tras unos instantes, se sienta sobre el suelo adoquinado y mira hacia el cielo. Después echa un vistazo a la colina. No hay ninguna luz prendida en la casona, lo que significa que su tía no se ha despertado y no está a punto de bajar al pueblo para acusarlo por sus crímenes. Devuelve la vista al camino. Los amplios campos bañados de luz de luna ofrecen un paisaje adormecido y majestuoso, pero a la vez sobrecogedor y abrumador.

Él no tiene la menor idea de lo que hay en ese mundo. Jamás ha salido de Rugar. Ni siquiera conoce el nombre del pueblo más próximo y no tiene nada cercano a un mapa. Sabe que en el momento en que ponga pie en ese camino misterioso, estará entregándose a un destino incierto. Cierra los ojos y respira despacio, murmurando en su cabeza las únicas seis palabras de valor que conoce en su vida.

"Prefiero morir luchando por una alternativa".

Decide esperar. Sólo un rato. Sólo mientras se calma. Sólo mientras el amanecer se aproxima más, que todos saben que los caminos son más peligrosos de noche. Que podría haber demonios y otras bestias rondándolos. Sí. Es por eso que quiere esperar. Y no por cobarde. Es porque es mejor esperar. Bastante mejor.

Termina echándose sobre la piedra, admirando a las lunas que le vigilan desde el cielo, una apagada, la otra encendida, y la última sonriendo.


———


Lo que despierta a Levi horas después es un sobresalto repentino. Cuando abre los ojos y se sienta con brusquedad, observando a su alrededor sin recordar exactamente en dónde estaba o por qué, su confusión es vasta. ¿Qué fue lo que le despertó?

Entonces, lo siente, al tiempo que se le eriza la piel y su cuerpo se llena de una sensación de inminente peligro.

Se trata de un aroma. Un aroma que jamás sintió antes, pero que, por algún motivo, le provoca terror.

Se pone rápidamente de pie y mira hacia su alrededor, intentando determinar de dónde proviene el olor. Pero, entonces, de reojo, descubre su proveniencia.

Hay una figura solitaria aproximándose por el camino por el que Levi pretendía huir. Ya está empezando a amanecer, así que hay suficientemente luz en el cielo como para alcanzar a distinguir a aquella silueta. Levi inhala con fuerza y luego vuelve a exhalar. El aire está lleno de ese aroma, el cual huele como a carbón, carbón y tierra seca. Huele a otoño, también. A hojas caídas. A troncos oscuros. Y a medianoche. Levi inhala y exhala, olfatea el aire, sus ojos cafés no se desvían del individuo. Definitivamente, es de él de quien proviene el aroma. Lo sabe porque, a cada paso que el sujeto da, el olor se hace más fuerte. Asume que se trata de un hombre. Tiene una complexión enorme y viste un abrigo largo y un sombrero de ala ancha. Se acerca con un paso que no parece ni cansado ni ansioso. Es un andar tranquilo, relajado, el andar de alguien que no se siente en riesgo aun andando por los solitarios caminos de Pianura de noche.

Levi traga saliva, apenas dándose cuenta de que está temblando de pies a cabeza.

Es el cazador.

Se lo dice a sí mismo.

Es el cazador y tú, imbécilmente, esperaste a su llegada.

Quiere echarse a llorar. Pero, en vez de eso, recoge con velocidad su morral, lo acomoda y, con la cabeza en alto, fingiendo una seguridad que no tiene, da el paso que tanto dudó en dar la noche anterior y se adentra a la vereda.

Sus pasos le acercan al cazador. Él da un paso y el cazador dos. El individuo, tan grande, recorre el doble de la distancia que Levi en la mitad del tiempo, así que no toma mucho que ambos estén a apenas un par de metros el uno del otro. Levi finge que no le presta atención. Mantiene la cabeza en alto, a pesar de que su frente y su pecho sudan y su corazón bombea tan fuerte que sospecha que le va a dejar sordo. Aun así, mantiene la cabeza alzada y, cuando se cruza con el hombre, le pasa de largo sin mirarle siquiera. Sin embargo, apenas lo hace, apenas le deja atrás y empieza a alejarse, lo escucha.

Lo escucha.

El cazador se detiene. Y gira el rostro. Levi lo sabe porque siente su mirada inmediatamente encima. Traga saliva y piensa en apresurar el paso, pero eso sería demasiado obvio. Entonces escucha cómo el sujeto se gira y cómo, de pronto, empieza a andar tras él.

—Oye.

Levi se detiene. Su corazón late más fuerte que nunca y casi siente lágrimas salir de sus ojos. Aprieta los labios, se da la vuelta y mira al hombre, estando seguro de que sus irises deben portar un color café oscuro en ese momento.

—¿Sí? ¿Necesita algo? —la voz le tiembla de forma muy obvia. Es evidente que su intento por fingir tranquilidad e indiferencia está siendo un absoluto fracaso.

—Ardha Dur.

Levi se siente desmoronar por dentro. Sus piernas casi le dejan caer. Mira al hombre con absoluto terror. ¿Cómo lo sabe? ¿Cómo se dio cuenta si apenas le ha mirado?

—Ajá —responde. No tiene sentido negarlo. Necesita otro tipo de solución. El sujeto, un hombre alto y de tez morena, cabello color chocolate que recuerda al de Kalrius, sonríe.

No es una sonrisa amable.

No es una sonrisa amistosa.

Es sólo una sonrisa, un estiramiento de los labios, una curvatura en la quijada, un gesto vacío.

—Escuché que había un posible Ardha Dur en venta en este pueblo, ¿no serás tú?

—¿Te parece que estoy en venta? —gruñe Levi, sin saber exactamente de dónde ha salido ese repentino valor que no está seguro de sentir realmente—. Yo soy un viajero. Pero es cierto que hay un Ardha Dur en este pueblo, lo vi trabajando en los muelles.

El hombre, sin dejar de sonreír, eleva una ceja.

—¿Por qué me dices eso? Ningún Ardha Dur que yo conozca traicionaría a los suyos. Bueno, con excepción de los egoístas de Omphalos —lanza una risotada—. En todo caso, que seas un viajero a mí no me interesa. Si eres un Ardha Dur, te puedo vender. Así que, si no quieres que te lleve conmigo, compra tu libertad —dicho eso, extiende una mano hacia él. Levi observa la mano al tiempo que su cuerpo entero se estremece. Temblando, lleva los dedos rápidamente a su bolsita de dinero y, tras rebuscar en ella, extrae una doria de plata y se la entrega al hombre. Pero el tipo no baja la mano. Sigue mirándole. Sigue sonriendo. Levi traga saliva otra vez.

—¿Qué?

—¿Crees que eso es suficiente? No me hagas reír. Puedo oler el oro en tu monedero, entrégamelo ahora mismo.

Con el alma hecha un puño, Levi obedece. Toma su única doria de oro y la deja sobre la palma extendida del hombre. Éste por fin contrae los dedos y baja el brazo. Entonces, con la mano libre, se hala el ala del sombrero un poquito hacia abajo, a modo de saludo.

—Un placer hacer negocios contigo, Ardha Dur. Pero espero que comprendas que este trato es sólo temporal. Si vuelvo a toparme contigo, tendrás que volver a comprar tu libertad. Así que te recomiendo volver a conseguir oro lo más pronto posible.

Dicho esto, se gira alegremente sobre sus enormes botas pulidas y retoma su andar hacia Rugar. Levi se da la vuelta también. Y entonces se echa a correr, completamente aterrorizado.


———


El resto de aquel día, Levi se dedica a andar por el sendero que se extiende ante él, concentrándose únicamente en la meta simple de poner un pie delante del otro de forma continua. Un pie. El otro. Izquierda. Derecha. Y nada más. Vacía su mente de cualquier otro pensamiento, porque, si permite que alguno más flote en su cabeza, sabe que lo único que logrará es echarse a llorar o dar media vuelta y regresar por donde vino.

Así que, para no ser presa ni del pánico ni del arrepentimiento, simplemente se enfoca en el movimiento constante de sus piernas.

Se detiene una sola vez en el día para comer algo. El resto del día no come, pero el sol veraniego que gobierna al cielo pianurense le hace beber un montón de agua, y no pasa mucho antes de que su odre se vacíe. Además de eso, sus hombros se cansan de cargar todo lo que lleva en el morral, el cual cambia de un lado al otro cada cierta distancia para dejar a uno de sus hombros descansar. Mientras la noche se acerca, sabe que necesita hallar un lugar para dormir. No es que dormir a la intemperie sea imposible para él, pero sabe lo peligroso que es. Omphalos, el gran protector de Naxos y el hogar de los enemigos de los demonios, monitorea de forma constante los cuatro grandes territorios del mundo en búsqueda de dichos seres, pero su protección se enfoca en los lugares más poblados. Es imposible que vigilen cada rincón de Naxos todo el tiempo. Por ello, si bien los pueblos y ciudades son relativamente seguros, los caminos se encuentran bajo un riesgo continuo.

Es por eso que, si Levi no quiere terminar siendo la cena de un demonio después de apenas haberla librado hace tan poco, necesita hallar un pueblo o villa en el cual dormir.

Para su fortuna, tras un par de horas más comienza a distinguir a lo lejos lo que parece ser un pequeño asentamiento. En el medio de éste ve que se eleva una construcción grande, la cual está conformada por cinco torres de piedra, cosa que le extraña. En Rugar hay una igual, se trata del templo de adoración a las Divinidades, pero, a diferencia de éste, ese sólo tiene cuatro torres, una en cada punto cardinal. Éste tiene una torre adicional en el centro.

Sin pensar mucho en ello, Levi apresura el paso para llegar al sitio. Si cuida que nadie mire demasiado sus ojos, quizá pueda hospedarse en la posada. Si no, incluso dormir en alguna de las calles es mejor que dormir a mitad del camino. Mas, recordando tristemente la enorme cantidad de dinero que perdió, concluye que quizá sea mejor dormir en la calle, después de todo.

Cuando llega por fin al pueblo, atraviesa el arco de piedra que funge como su entrada y se introduce a la que parece ser la vía principal. Esa sin duda debe llevar a la plaza y ahí debe localizarse la posada, el templo y también la fuente de la que el pueblo extrae su agua. Eso último interesa a Levi, pues necesita rellenar su odre. Sin embargo, sabe que no puede tomar agua de la fuente sin permiso, así que, cuando llega a la plaza, donde efectivamente está todo lo que predijo, se dirige al único lugar en el que parece haber aún gente despierta: La taberna de la posada.

Al momento en que atraviesa la puerta de la taberna, varias miradas se dirigen a él, pero la mayoría pierde pronto el interés y regresa rápidamente a lo suyo. Levi piensa que quizá se deba a que luce tan poco amenazante. Nadie se preocuparía por ver a un chiquillo enclenque y sucio como él aparecerse en cualquier sitio. Levi se retira la capucha de la capa y se dirige hacia la barra en la que un hombre calvo y con un ojo ciego está observando con aparente recelo a la jauría de sujetos que ladran en el lugar, como si creyera que, de un momento a otro, ellos podrían comenzar con una desagradable trifulca. Cuando Levi se detiene frente a él, el hombre por fin le observa. Levi desvía inmediatamente la mirada y eleva su odre de agua para mostrárselo.

—Disculpe, soy un viajero y me preguntaba si podría darme permiso para tomar agua de su fuente. La mía se ha gastado.

El hombre le observa en silencio por un instante. Después, responde.

—Mírame a los ojos.

Levi se estremece. Intentando serenarse, eleva el rostro y hace lo pedido. Sin embargo, intentar serenarse fue probablemente la peor decisión, porque sus ojos mutan involuntariamente del café al gris azulado. El hombre frunce prontamente el ceño y no tarda en sacarle de ahí.

—¡Largo de aquí, Sangre Maldita! —profiere, haciendo un gesto violento con el brazo. El grito, por supuesto, llama la atención de muchos de los presentes y, en instantes, Levi ya tiene a un coro entero gritándole que se largue.

Baja la cabeza, vuelve a ponerse la capucha y se retira.

Una vez afuera, Levi no se desanima. Está acostumbrado a ese tipo de tratos y no esperaba que aquí fuera diferente a Rugar. Intentando hallar una solución a su problema de hidratación, piensa que quizá podría pasar la noche cerca de la fuente. Apenas vea a alguien pasar, le pedirá permiso para tomar agua. En el peor de los casos, puede esperar un momento en el que no haya absolutamente nadie y tomarla ilegalmente.

En Rugar, Levi dio muchas veces permiso a los viajeros que llegaban al pueblo para que tomaran agua de la fuente. A veces incluso pasaba en la plaza toda la tarde, si es que no tenía otras tareas, para esperar a que alguien llegara. Por algún motivo, le hacía sentir bien. Y, si las personas no se daban cuenta de que era un Sangre Maldita, hasta le daban las gracias.

De pronto sopesa esa posibilidad, ¿y si hubiere otro Sangre Maldita en ese pueblo?

No obstante, a pesar de que olfatea con intención, no halla ninguna pista de que alguno de sus iguales pudiera estar ahí. Los Sangre Maldita huelen diferente a los seres humanos. Levi sólo lo sabe por Kalrius y por otros Ardha Dur que llegó a conocer en el puerto. Un Ardha Dur reconoce a otro solo olerlo, sin necesidad de mirarle a los ojos. Pero ahí, el aroma es enteramente humano.

Suspira.

Se sienta cerca de la fuente y encoge las piernas frente a su pecho. Se queda así, simplemente esperando, cuando de pronto nota que alguien se aproxima. Por su aroma, adivina que se trata de un anciano. Los ancianos huelen a todos los años que han vivido. Dicha persona se aparece de improviso a su lado y, con una sonrisa que Levi no sabe cómo interpretar, le saluda.

—Buenas noches.

Levi se encoge en su sitio con obvia desconfianza.

—Buenas noches... —murmura de vuelta en una voz diminuta. El anciano, cuya piel arrugada está llena de manchitas negras, eleva el rostro, como si para ver hacia las lunas, y después le suelta una pregunta.

—¿Sabes de religión, Ardha Dur?

Levi le observa con confusión. La mayoría de la gente llama a los de su clase Sangre Maldita. Es la forma de dejar en claro que son sucios y que ameritan desprecio.

Casi nadie les llama por el verdadero nombre de su especie, Ardha Dur, que no es un nombre mucho mejor porque dicen que, en el idioma antiguo de Naxos, esa expresión significa "mitad mala", pero Levi en lo personal piensa que es un nombre que duele menos.

Todos pueden tener una mitad mala, hasta los seres humanos, pero no todos tienen una sangre maldita.

—Sé persignarme —responde por fin. Vio a su tía hacerlo muchas veces, pero ella nunca le dejó asistir a las ceremonias del templo. Por supuesto, nadie permitiría que un Sangre Maldita adorara a las Divinidades.

El anciano eleva una mano y señala hacia el templo.

—¿Ves esas cinco torres?

Levi voltea a ver y asiente.

—Sí, sí lo noté... —se arma de valor para decir algo más, para proseguir con la conversación como si fuese una persona normal—. En el lugar del que vengo, el templo sólo tenía cuatro torres.

El anciano sonríe.

—Eso explica por qué te fuiste.

Levi frunce levemente el ceño, sin entender.

—¿Qué quiere decir?

—Cuatro torres representan a las Divinidades de la Vida, de la Muerte, del Amor y de las Enfermedades. Las Cuatro Divinidades Cardinales, las que lo gobiernan todo y deciden sobre nuestra suerte. La Vida nos permite nacer, el Amor nos permite crecer y ser felices, las Enfermedades nos deterioran y finalmente la Muerte llega para llevarnos de vuelta al lado de nuestros Creadores. Es un equilibrio maravilloso y perfecto.

Levi guarda silencio un momento.

—Entonces, ¿qué significa la quinta torre?

El anciano asiente. Es obvio que Levi tenía que hacer esa pregunta y obvio que él quiere responderla.

—La quinta torre es la Torre de la Justicia. No en todos los pueblos y ciudades se adora al concepto de la Justicia, pero la Justicia nos dice que cada ser en este mundo recibe su propia dosis de Vida, Amor, Enfermedad y Muerte. Que no hay ninguno a quien las Divinidades rechacen o abandonen. Eso incluye a los animales, a las bestias y a los Ardha Dur.

Levi siente que el aire se le atasca repentinamente en los pulmones.

—¿Hasta a mí?

El hombre baja la mirada y, con una extraña dulzura, asiente.

—Hasta a ti —responde con suavidad. Después, agrega—. Ve al templo, muchacho, puedes dormir en alguna de las bancas de sus jardines. Seguro que cuando el sacerdote te vea, te dará algo de comer. No esperes que te reciba con los brazos abiertos o que te trate con mucha cordialidad, pero no te dará la espalda. Yo te invitaría a mi hogar, pero la mujer de mi hijo desprecia a los de tu especie —amplía más su sonrisa—, yo creo que ustedes tienen tanto derecho de existir en este mundo como cualquiera. Pero no puedo obligar a los demás a pensar como yo. Así que vete, estarás más cómodo ahí —hace el amago de darse la vuelta, pero, antes de ello, agrega—. Ah, y puedes tomar agua de la fuente, yo te doy permiso.

Con eso, finalmente se gira para irse. Sin embargo, antes de que se aleje, Levi se pone rápidamente de pie, se le acerca y le jala de una manga.

—Señor.

El anciano se detiene y le mira por encima de su hombro. Levi le suelta. Sus irises están amarillas.

—Muchas gracias. Yo no sabía que existía gente como usted.

El anciano le sonríe con amplitud. Sin decir nada, se voltea nuevamente, pero Levi siente el aroma de sus lágrimas y, mientras le observa alejarse, se pregunta si hizo algo mal.


———


Cuando Levi se detiene ante el templo, éste no es más que un gigante silencioso. Sus torres de piedra vieja se elevan hacia el firmamento oscuro y estrellado. En el frente se exponen dos de las cinco torres, conectadas entre sí por puentes techados que se extienden de una a otra como grandes serpientes de roca. Los recorren hileras de pequeñas ventanas en las que se queman velas solitarias. El templo es rodeado por una valla de poca altitud que no parece tener verdadera intención de mantener a nadie fuera. En la que podría considerarse su entrada principal, una puertita de madera espera, silente e inofensiva, cerrada, pero fácil de abrir. Levi incluso podría saltar encima de ella si así lo deseara, pero opta por elevar el pestillo de la cerradura y empujar la pequeña puerta. Vuelve a cerrar tras él y se dirige hacia la torre de la derecha, pero, tras pensárselo un momento, la rodea y se encamina mejor hacia la de en medio.

La Torre de la Justicia, al parecer, es la única cosa que autoriza a Levi a permanecer en el templo. Levi decide que, mientras más cerca esté de ella, mejor, no fuera a ser que al sacerdote se le olvidara lo que la torre significaba. Cuando llega a ella, se halla rodeado por cuatro hileras de puentes con las ventanitas llenas de velas y por el cuarteto de torres gigantes. La Torre de la Justicia es idéntica a las otras. Tiene una forma hexagonal y a sus pies dos grandes puertas fungen como su entrada. Además, con excepción del primer piso, el resto tiene ventanas de madera que ahora permanecen cerradas. Está coronada por un techo cónico decorado con tejas de color gris. La rodean unos jardines llenos de arbustos y árboles pequeños que son atravesados por un canal circular, el cual se puede sortear al cruzar por alguno de los cuatro puentes que le atraviesan. Levi pasa sobre uno de los puentes y se detiene cerca de las puertas de la torre. Hay junto a ellas dos bancas de piedra, una a cada lado. Levi mete su morral debajo de una de ellas y se sienta encima.

No tiene nada de acogedor. Pero, si hay una cosa que Levi puede agradecer el día de hoy a su tía y a su abuela, es que jamás le hicieron partícipe de los lujos que ellas sí disfrutaban. Levi no está acostumbrado a la comodidad, así que no puede extrañar algo que nunca tuvo, realmente.

Aunque admite que dormir sin un techo es un poco tenebroso. Se recuesta sobre la banca con la espalda contra la pared y sus ojos no dejan de moverse: Hacia el cielo, hacia los jardines, hacia las torres dormidas y hacia lo que hay más allá. Se siente expuesto. Si un cazador fuese a aparecerse repentinamente, no habría nada separando a Levi de él.

¿Y si el cazador de Rugar se aparecía por ahí?

No pienses en eso, se reprende. Tiene ya suficientes miedos y preocupaciones como para añadir más a la lista. Así que se acomoda en una posición que no es nada cómoda e intenta convencerse de que está lo bastante cansado como para dormirse incluso en esas condiciones.

Al final, resulta ser verdad. Completamente fatigado, Levi cierra los ojos grises y se queda dormido.

A la mañana siguiente, Levi se despierta de súbito, sin estar seguro del porqué. Mas, cuando abre los ojos, lo primero con lo que se topa es...

Da un respingo sobre la banca, pero no se mueve. A tan sólo centímetros de él, un rostro femenino parece muy concentrado en buscar algo.

Algo que está debajo de la banca.

Sin poder todavía reaccionar, Levi observa a la muchacha. Tiene el cabello corto y del color de las perlas. Sus ojos, que él alcanza a ver cuando ella los eleva para mirarle, habiéndose percatado de que se ha despertado, exhiben un distintivo matiz violeta. Levi se ruboriza ligeramente cuando lo nota. El violeta, para los Ardha Dur, es el color del deseo...

Y ella, efectivamente, es una Ardha Dur. Levi lo nota con facilidad gracias a su aroma. La chica no está sola, además, sino que, a un par de pasos de ella, otro Ardha Dur permanece de pie. Es un muchacho con el cabello alborotado del color de un tazón de cerezas y los ojos amarillos como el sol. Tiene la sonrisa de un lobo travieso y los fornidos brazos cruzados sobre su pecho. Lentamente, Levi se incorpora y se sienta sobre la banca. Sus ojos vuelven a dirigirse a la chica, quien, muy quitada de la pena, está rebuscando dentro de su morral.

—Mira nada más cuántas cosas tiene nuestro hermano, Judá —dice la muchacha, sacando su valioso tarrito de miel y mostrándoselo al otro chico. Luego, ella deposita el tarro en el suelo y mira a Levi—. Buenos días, ¿has dormido bien sobre esa banca?

A Levi le arde el cuello, evidentemente por haber dormido muy mal. No se toma la molestia de responder, porque sigue confundido.

—¿Quiénes son ustedes? —inquiere. La chica, entonces, volviéndose a detener, se señala con un pulgar y se presenta.

—Yo soy Neft, este es Judá, ¿y tú, hermano?

—¿Me llamas a mí hermano?

Neft parpadea.

—Pues sí —arruga ligeramente el entrecejo—. Si todos los Ardha Dur compartimos la misma sangre maldita, tenemos que ser hermanos, ¿no? —ahora, la chica extrae la bolsita de tela dentro de la cual Levi había empacado galletas de avena. Neft la mira, la olfatea, y luego mira a Levi—. ¿Podemos comer esto?

Levi se estremece. Su comida es de por sí escasa y no sabe cuándo podrá conseguir más. Por otro lado, ¿por qué tendría que regalar sus valiosos alimentos a un par de completos desconocidos?

Sus ojos pasan de las irises violetas de la muchacha a las doradas del chico. Luego regresan a ella. Aprieta los labios y asiente. Podrá atesorar mucho sus pocas posesiones, pero, si él estuviese hambriento, también le gustaría que alguien fuese generoso con él.

Neft sonríe, abre la bolsita y toma una galleta. Tras partirla a la mitad, le ofrece un pedazo a Judá, pero éste niega con la cabeza.

—Come tú —luego, el muchacho se dirige a Levi. El amarillo de sus ojos se alborota tanto que brilla—. Gracias, hermano, llevábamos un par de días sin probar bocado, ¿de dónde vienes?

—De... Rugar, es un pueblo al norte de aquí, ¿y ustedes?

—Neft viene de Dagestán, yo soy de una ciudad de Danvacara. Pero nos conocimos aquí en Pianura hace algunos años. Solemos viajar por esta región y una vez al año visitamos nuestras regiones. Somos Compañeros de Vida.

Levi abre los ojos con impresión. Tener un Compañero de Vida es, básicamente, la cosa más afortunada que puede ocurrirle a un Ardha Dur. Los Compañeros de Vida se dedican en cuerpo y alma el uno al otro y, si uno llegara a faltar, entonces el otro se iría junto con él. Por eso se los llamaba Compañeros de Vida. Una vez que dos Ardha Dur se elegían como tal, sabían que pasarían el resto de sus vidas juntos. La muerte de uno, era la muerte del otro.

—Qué suerte tienen —murmura Levi con admiración. La sonrisa de Judá se engrandece y el amarillo de sus ojos se vuelve más intenso.

—Sí, gracias. Así que eres un pianurense, ¿eh? ¿También eres nómada?

—Uhm... algo así. Escapé de casa. Ayer.

Neft deja de pronto de comer. Eleva el rostro y dirige los ojos a Judá. Los dos intercambian una mirada antes de que la chica vuelva a ver a Levi.

—¿Entonces nunca habías vivido... aquí afuera?

Levi niega con la cabeza.

—Vivía en la casa de mis familiares, pero ellos decidieron venderme a un cazador.

—¡Qué desgraciados! —por la duración de un latido, los ojos de Judá se tornan rojos—. Hiciste bien en largarte de ahí. Caer en manos de un cazador es lo peor que le puede ocurrir a un Ardha Dur. Peor aún que ser despedazado y devorado en el camino por un demonio. Al menos esa es una muerte más rápida y más digna.

Levi asiente y baja el rostro. Ve como Neft vuelve a cerrar la bolsita de las galletas y la regresa a su morral.

—Puedes comer más si lo deseas —ofrece. Pero la chica niega con la cabeza.

—El sacerdote del templo no debería tardar en salir, ¿sabes lo que significan las cinco torres?

—Oh, ¡sí! Un anciano me lo explicó ayer.

—Correcto. El sacerdote probablemente nos traiga algo para comer. Seguramente no lo hará de buena gana, pero sus principios religiosos le impiden darnos la espalda.

—Ya veo.

—¿Cuáles son tus planes, hermano? —pregunta Judá. Al momento en el que lo hace, una de las ventanas de la torre se abre de súbito por encima de sus cabezas. Los tres miran hacia arriba al tiempo que una jovencita les observa desde ahí. La chica no dice nada, pero se desaparece pronto en el interior de la torre. Los tres Ardha Dur retornan a su conversación.

—Planeo ir hacia el sur. Un amigo mío me contó que ahí había trabajo para los Ardha Dur.

Levi ve cómo Neft y Judá vuelven a compartir una mirada. Esta vez, la que le responde es la chica.

—No creo que esa sea muy buena idea, hermano.

—¿Por qué?

—En el sur puedes conseguir dos tipos de trabajo. Uno de ellos es subiéndote a los barcos que viajan a Danvacara y a Laselvas y trabajar como guardaespaldas. Tu función será proteger a los otros marineros y a las mercancías, es decir, que tú serás la carne del cañón. Si hay algún problema, si alguien ataca, se esperará que tú seas quien enfrente el problema y, si te hieren o algo, nadie se va a preocupar por ti. El otro tipo de trabajo que puedes realizar es vender tu cuerpo, paga bien, pero es humillante, además de que podrías caer en manos de un cazador en cualquier momento. Hay cazadores que van ahí regularmente y nos obligan a pagar una cuota con tal de no llevarnos, así que trabajas para sobrevivir y también para pagarles a esos desgraciados.

Levi se queda callado. Es Kalrius quien le había hablado sobre las ciudades comerciantes del sur, donde el trabajo abundaba, tanto para los humanos como para los Sangre Maldita. Por supuesto, para alguien curtido y resistente como Kalrius, trabajar de guardaespaldas no debería haber sido demasiado difícil, pero, para alguien como Levi...

—Neft y yo nos conocimos en una de esas ciudades —dice Judá—. Yo era guardaespaldas. Decidimos largarnos cuando nos dimos cuenta de que jamás tendríamos un futuro en ese lugar. Ahora, en cambio, tenemos un sueño.

—¿Qué sueño?

Sin embargo, antes de que puedan responder, las puertas de la torre se abren, sobresaltando a Levi. Sale de ella un hombre mayor con una túnica del mismo color que las tejas del templo. Tras él, vienen dos muchachas, una de las cuales Levi reconoce como aquella que les había acechado por la ventana. Cada uno lleva en manos una bandeja de madera. El hombre entrega la suya a Levi y, sin decir una palabra, se retira. Las muchachas entregan las suyas a Judá y Neft, antes de seguir al sacerdote de vuelta al interior de la torre. Levi observa el contenido de su bandeja. Un trozo de pan duro, queso mohoso, un par de salchichas crudas y una manzana que ya ha empezado a descomponerse. También tiene un vaso lleno de aromático té. Cuando Levi eleva la mirada, ve que Judá se ha sentado junto a Neft y ya han comenzado a desayunar, alegres como si la comida recibida fuese un manjar. En realidad, Levi no tiene problema con el estado de la comida. Los estómagos de los Ardha Dur son resistentes y no enferman por comer alimentos en mal estado.

Lo que le cuesta creer es que lo que el anciano le había dicho sea verdad. Incluso después de que los otros dos lo confirmaran, en el fondo, Levi seguía dudando que de verdad alguien pudiese demostrar semejante generosidad hacia los de su clase.

—Alabada sea la Divinidad de la Justicia —dice Judá con una sonrisa, trozando una de las salchichas con su potente mandíbula. Neft, por otro lado, come con la gracia digna de un cisne.

Levi bebe un poco de té antes de volver a mirarlos.

—¿Cuál es su sueño? —vuelve a preguntar. La pareja se detiene y le observa. Entonces, Judá esboza una gran sonrisa.

—Queremos construir un sitio en el que los Ardha Dur podamos vivir en paz. ¿Sabes por qué hay muchos de nuestros hermanos en el sur, aceptando esas condiciones de trabajo repugnantes con tal de poder llevarse algo de comer a la boca? El motivo es porque, aún con todas las desventajas, estar en una gran ciudad siempre es más seguro que vivir viajando de un lugar a otro. La gente de Omphalos sólo protege a los pueblos y a las ciudades porque no tienen suficiente gente para patrullar los caminos, además de que las grandes concentraciones de gente suelen atraer más a los demonios. Aún con eso, estás más seguro en una ciudad protegida por Omphalos, que en cualquier camino de Pianura. Sin embargo, ningún Ardha Dur es bien recibido en las ciudades, así que no nos queda de otra que vivir de esta forma. Pero, ¿qué pasaría si un grupo grande de Ardha Dur fundara su propia ciudad?

Levi abre grandes los ojos. Judá sonríe.

—Entonces, los bastardos de Omphalos ya no tendrían ninguna excusa para ignorarnos.

—Pero... —Levi pausa—. Pensé que las ciudades a las que Omphalos protege, pagan una cuota a cambio. Si no se puede pagar una cuota...

—Hay formas, lo hemos averiguado. Mientras seamos un sitio pequeño, podemos apelar por protección en tanto obtenemos los medios para pagar la cuota.

—Aun así, es difícil. Necesitaríamos establecernos en un buen sitio, uno donde podamos sembrar o tener animales. Todas las tierras de Pianura ya tienen dueño.

—Las de Pianura sí —interviene Neft—, pero las de Danvacara y las de Dagestán no, ¿recuerdas que te dije que nosotros viajamos a esas regiones regularmente? Estamos buscando el sitio ideal.

—Pero... Danvacara es un desierto y Dagestán es muy frío, ¿cómo podría establecerse una ciudad próspera ahí?

—Ya existen ciudades prósperas en ambas regiones —responde la muchacha, encogiéndose de hombros—. Sabemos que no será fácil, pero no es imposible.

Levi se queda callado. Después, baja el rostro. El sueño de Judá y de Neft es tan grande, tan inmenso, que Levi no puede hacer más que sentir que es sencillamente inalcanzable. Mas, por supuesto, no va a decir eso en voz alta. Tras unos instantes, él les pregunta otra cosa, intentando cambiar el tema de conversación, y terminan de desayunar apaciblemente, acompañados por la serenidad del templo.

Momentos después, los tres se detienen en la salida del pueblo, la cual da hacia el camino que se extiende hacia el sur. El sol está alto en el cielo, caluroso e indómito.

Judá se acerca a Levi.

—¿Qué piensas hacer entonces, Levi?

Él le observa. Le da vergüenza darle su respuesta, porque sabe que es justo lo opuesto a lo que ellos le han advertido.

—Aún quiero ir hacia el sur —dice—. Mi amigo... él quizá se haya dirigido hacia allá. Él también escapó del sitio en el que vivía, y creo que es probable que se encuentre en alguna de esas ciudades.

Judá hace una mueca con los labios. Mira a Neft. La muchacha da un paso hacia Levi y le coloca una mano sobre el hombro.

—Te acompañaremos, Levi.

—¿C-cómo? ¿Por qué?

—Porque si no lo hacemos, seguro que te mueres en el camino —explica Judá muy tranquilamente—. Nosotros ya conocemos esos sitios, así que seguro que podemos serte de ayuda y ayudarte a mantenerte a salvo. Tienes más o menos el mismo tamaño y complexión que Neft, así que no me fío de que seas capaz de defenderte por ti mismo.

Neft le mira.

—¿Insinúas que yo no puedo defenderme por mí misma, pedazo de inútil?

Judá eleva las manos conciliadoramente.

—¡No, no! ¡Sólo decía que...! Uh... —mira a Levi con el ceño fruncido—. Levi, di algo.

El chico de Rugar se ríe. No está seguro de qué puede decir para aplacar la ira de la Ardha Dur, pero sí sabe lo que les quiere expresar a los dos en ese momento.

—Muchas gracias —les dice y, mirándolo a uno y después al otro, agrega—. Hermanos.


———


Muchas gracias a los que han seguido a esta cuenta, también a los que han votado, comentado y agregado la historia a sus bibliotecas. Los tengo a todos en mi corazoncito.

Finalmente, la historia de Levi tendrá cuatro partes :D ya las tengo todas, sólo me falta terminar de corregir y editar las últimas dos. Espero que les siga gustando.

¡Hasta luego!

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