[5] KALU
Estaba seguro de que tenía ampollas en mis pies después de toda esa caminata y el gran esfuerzo para salir del bosque. Suspiré cuando lo hice, sintiendo que el esfuerzo al menos había valido la pena. Aunque no pude evitar derrumbarme, tuve que sentarme a recuperar el aliento.
Aún era de noche cuando conseguí ver el pueblo a tan solo unos cuantos pasos, pero estaba seguro de que el sol saldría en un par de horas.
Caminé seguido del Zyrath, que daba pequeños saltos y rebuscaba en la tierra alimento sin poder saciarse nunca. Pasé de largo lo que parecía ser una taberna y posé mi vista en la posada.
No tenía draks para pagar una estadía.
Cerré mis ojos intentando pensar qué hacer. Solo quería recostarme un rato, ni siquiera ya me lamentaba por el baño.
Si decía quién era podría armar un alboroto, pero si no lo hacía no conseguiría lo que quería.
Entonces ¿Cómo hacer?
Me tendría que comportar como cualquier viajero desesperado por un techo y comida.
— Oye, Zyrath — El bicho peludo y con cola me prestó atención inclinando algo su cabeza — ¿Puedes encontrar algún sitio tranquilo donde podamos descansar desde la altura?
Señalé hacia el techo de la posada, era uno de los más altos en el pequeño pueblo.
El Zyrath comenzó a escalar sin decirme nada a cambio. Se balanceaba y se sujetaba a las salientes en la madera. Inclusive clavaba sus garras para escalar cuando no tenía con qué, su cola era de gran utilidad también.
Cuando lo vi llegar a la cima, se paró en dos patas y comenzó a observar a todo el alrededor hasta fijar en una dirección.
Me miró y señaló en diagonal, luego de eso descendió.
— Hay una casa apartada más adelante, casi llegando al precipicio.
— ¿Precipicio?
— Estamos en Laurentus, justo al borde del risco — Explicó, parecía ser que no era su primera vez aquí — Si quieres seguir adelante, viajero, deberás cruzar el puente de Laurentus.
— Espero que haya seguridad draconiana o pasar será otro problema.
Seguimos por la calle de tierra hasta que las casas escasearon, doblamos a la derecha y comenzamos a ir hacia lo que parecía ser un depósito. No habían ventanas y tenía una única puerta doble cerrada.
Con mi espada forcé la puerta y con un par de patadas la abrí. Era un depósito, efectivamente. Estaba lleno de herramientas y materiales, más que nada lo que parecían ser minerales embolsados.
— En Laurentus viven de los materiales que encuentran en el risco, como todas las ciudades lindantes a riscos.
— Bajan hasta lo más profundo para conseguirlo ¿Verdad?
El bicho afirmó mientras escarbaba en las bolsas y mordía piedras a ver cuál tenía mejor gusto.
Tomé unas cuantas bolsas y las arrastré contra una pared, haciendo una fila que me cubriría por si alguien más abría la puerta. Solo necesitaba descansar una o dos horas.
Me despertaría con el sonido de la bocina de trabajo, si no tenían una sería con los gritos de alarma para despertar al resto de los trabajadores.
Me acosté, espalda contra el frío suelo, e intenté conciliar el sueño. Los ruidos de pequeños minerales cayendo al piso de piedra me arrullaron hasta quedar inconsciente.
Al otro día me desperté, tal como lo había predicho, con el ruido de la bocina. Era una alarma realmente chillona. Hasta el Zyrath se cayó de su cama de piedras.
Me levanté del suelo sintiendo como todo, cada uno de mis huesos, dolían. Apostaría que me sentía más cansado que ayer. Maldición.
Con suerte había dormido tres horas por la posición del sol al abrir las puertas.
Observé sobre mi hombro al Zyrath que escalaba por las bolsas hasta una punta del depósito donde atrapó con sus ágiles manos una araña y se la llevaba a la boca para degustarla.
Hice una mueca de asco sin poder evitarlo, luego mis ojos observaron las piedras esparcidas por el lugar gracias al desastre que hizo el bicho rajando cada una de las bolsas.
Algunas eran arcatios, piedras preciosas de color similar a la plata pero mucho más brillantes con las que se hacían hace muchos años el caltio, la moneda de Caeli. Sin poder evitarlo me acerqué y tomé varias piedras de tamaño considerable y las metí en mi bota. Mi padre debía ser informado a cerca de lo que estaban haciendo en Laurentus.
Habían otras piedras de diferentes colores, no pude evitar tomar unas cuantas. No sabía cuándo necesitaría algo como esto para intercambiar por, aunque sea, algo de comer.
Y jamás intercambiaría mi espada o mi armadura, serían de vital importancia cuando encuentre a mi dragón.
Escuché pisadas y voces, algunas joviales. Llamé al bicho que rápidamente se colgó de mi brazo hasta alcanzar mi espalda. Y salí del depósito cerrando la puerta. Me deslicé por un costado, agradeciendo por la clara ventaja que tenía al tener la puerta del lado del abismo y no mirando hacia el poblado.
Cuando la muchedumbre estuvo cerca y entretenida corrí en dirección opuesta a ellos intentando llegar al camino de roca. El camino se unía en un extremo hacia el pueblo y del otro hacia el puente de Laurentus.
Observé como lo que parecía ser un mercader con dos caballos y carreta llena de mercancía intentaba cruzar al otro lado desde este extremo.
Me oculté tras unas enormes rocas y esperé a ver qué pasaba, fijándome detrás de mí que no me haya seguido nadie también.
El hombre fue registrado, inclusive necesitó un papel en específico que los guardias draconianos revisaron con insistencia. Cuando todo estuvo en orden el hombre pudo seguir su camino.
— Los viajeros tienen que pedir permiso — Dijo el Zyrath en mi hombro, observándolo todo tal cual yo lo hacía.
— Pero no soy un simple viajero, soy el próximo rey — Aún cuando dije eso no pude levantarme de donde estaba — Hay algo que no me cierra.
Fruncí mi ceño. Si habían guardias draconianos ¿Qué hacían que no se daban cuenta de lo que los pueblerinos estaban haciendo?
Tal vez les pagaban por hacer la vista gorda, pero no era del todo una buena suposición. Los draconianos no fallarían a la lealtad hacia la corona por eso, no cuando les hemos dado una isla completa. Mucho menos cuando nos hemos fijado de que cada uno de los nuestros tenga un buen pasar. La ciudad de Dohim, donde el castillo se encuentra, había sido la más rica siempre. Ahora todo el territorio Draco lo era, todos gozaban de las riquezas y del buen pasar.
Incluso aquellos que trabajaban fuera del territorio. Mi padre no era un tonto, era astuto. Si los de afuera tenían todo lo que querían no faltarían a su palabra, no serían corrompidos por las ideas antiguas.
Así que ¿Qué ocurriría si me presento ante ellos? ¿Me dejarían pasar o intentarían cortarme la cabeza?
— Recuerda la maldición — Dijo el Zyrath cuando yo tomé el mango de mi espada dispuesto a hacerle frente a lo que pasara.
— No hay tal maldición — Le contesté.
Él no dijo nada más, lo preferí así. Salí de detrás de las rocas y caminé hacia el camino de roca. Cuadré mis hombros, me aseguré de estar bien erguido y con el mentón en alto.
Desde el extremo del puente los cinco guardias se observaron unos a otros cuando notaron mi presencia.
Mientras más me acercaba, más nerviosos parecían estar.
— No son draconianos — Llegué a la conclusión, murmurando al bicho en mi espalda.
Cualquier draconiano hubiera salido en mi busca, preguntando qué necesitaba y alabándome. No me temería.
— Draconianos — Hablé, siguiéndoles el juego aunque con mi mano en el mango de la espada — Soy Kalu Areu Draco, príncipe y guerrero del imperio.
Me frené justo cuando estuve al borde y ellos delante de mí. El puente era de roca firme, el moho cobrando vida por cada fisura.
— ¿Cómo sabemos que es realmente nuestro príncipe? — Habló uno de los cinco, el que parecía más controlado.
Claro que estaba bastante sucio pero cualquier draconiano se hubiera dando cuenta en segundos. Detrás de todo este lodo seco podrían ver mi armadura de escamas de dragón, la espada que traía tenía dibujado en el mango un dragón en color de la plata y mis ojos y cabello brillaban en reconocimiento.
Tal vez inclusive ellos mismos lo sabían, muy perfectamente. Solo estaban haciendo tiempo. Y yo debía darme prisa, para estos momentos estaba seguro que todos estaban buscando al ladrón que se metió en el depósito.
— ¿Cómo se que tu eres un leal? — Pregunté a cambio.
Eso pareció desatar la conmoción.
Saqué mi espada al mismo tiempo que ellos, bloqué el primer ataque del que antes estaba hablando y pateé su abdomen enviándolo al suelo. Bloqueé y ataqué, ahora eran cuatro.
El bicho saltó de mi espalda a la cara de uno de ellos mientras que yo peleaba contra los otros tres. El que había caído ahora estaba de pie y parecía ser el más ágil de todos.
Ataqué, el filo de mi espada cortó la carne en un costado pero no lo suficiente para hacerlo caer. Bloqueé a la izquierda y pegué un codazo a mi derecha. Blandí mi espada cortando de izquierda a derecha haciendo que retrocedan.
Sentí chillidos en alguna parte, pero eran humanos no del bicho.
En mi interior sentí el calor y la furia, también las palabras de aquella bruja vinieron a mi mente de nuevo. Basta, debía de concentrarme.
Paré el ataque de mi derecha y corté con mi espada por abajo, en la pierna. Hábilmente apuñalé su pecho con mi espada y al instante me agaché esquivando una espada, tomando el cuchillo de Aruna de mi bota y lanzándolo detrás de mí.
Dos cayeron, solo faltaba uno.
Mantuvo la distancia, sabiendo que no era un oponente al que debía sobreestimar. El bicho apareció junto a mí, ahora su pelaje no era cubierto solo por el lodo sino que por sangre también.
— Maldito asesino draconiano — Masculló el hombre.
— ¿Contestarás mis preguntas si te dejo vivir? — Curioseé, realmente quería saber por qué estaban sacando los arcatios.
Él sonrió de lado a lado y negó con su cabeza.
— Moriré por Caeli si debo hacerlo — Respondió.
— Eso me da una idea — Sonreí victorioso — Gracias por la cooperación.
El hombre gruñó y salió en mi busca con su espada alzada. Fui rápido, quería terminar con esto. Paré su espada, giré esquivando su cuerpo y blandí mi espada en el proceso cortando aire y carne.
El hombre cayó detrás de mí con un ruido seco.
Suspiré, limpiando mi espada en mi ropa y envainándola en su lugar.
Comencé revisando los cuerpos, encontré un pequeño bolso a un costado del puente. Adentro tenía algunas galletas y una cantimplora llena de agua. Serviría.
Observé con mi mirada hacia los cuerpos, viendo a cuál le sacaría la ropa. Encontré el que había matado el Zyrath, su cara estaba desfigurada y juraba que le faltaban los ojos ¿Se los habría comido?
El próximo cuerpo tenía el cuchillo de Aruni, lo saqué de su cuerpo limpiándolo en su ropa y lo guardé donde estaba antes.
Un dolor recorrió todo mi cuerpo dejándome de rodillas sobre la piedra, tuve que sostenerme con una mano mientras jadeaba intentando no gritar. La visión se tornó borrosa y comenzó a tambalear todo a mi alrededor. El bicho se puso en frente mío, ahora lo veía duplicado.
Mi brazo izquierdo quemó, desde los hombros hasta alcanzar mi antebrazo.
Luego todo pasó, como si nunca hubiera sentido dolor alguno.
— ¿El príncipe fue herido? — Preguntó el bicho.
Me observaba con esos ojos negros saltones ¿Ahora que me veía indefenso pensaría en sacarme los ojos a mí también? Era realmente una extraña criatura.
— No, solo...
Pero no pude terminar la frase, cuando me arremangué para observar mi brazo la piel estaba algo ennegrecida. La toqué, no dolía pero se sentía caliente y tenía la textura misma del carbón pero sin resquebrajarse.
Casi todo mi brazo estaba igual.
El bicho me observó, se paró en sus dos patas y olisqueó el aire hasta hablar.
— La maldición.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro