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[18] KALU

Lo único que mis ojos podían ver en ese mortecino tono rojo que lo rodeaba todo, era el ropaje cálido de tonos blancos y azules pertenecientes al más alto enemigo del imperio: el clan Siren.

Estaban extintos, eso había creído. Pero claramente ya no.

No importaba, yo mismo me encargaría de que esa creencia vuelva a hacerse realidad. Después de lo que Mørk me había demostrado, luego de todas esas cosas de las que me había hablado... ya no quedaba espacio nada más que para la furia y la destrucción.

Había visto a mi hermana tras ese espejo olvidado del castillo, ella me la había mostrado. Se encontraba sola, en la oscuridad, bajo una capa de mar frío y rodeada de criaturas que se regodeaban con su muerte. Y las palabras de la bruja, tan libidinosas y seductoras, ahora se clavaban como agujas en mi cerebro. Lo único en lo que podía pensar era en ella y todas y cada una de las cosas que me había prometido.

El dragón blanco que se hallaba tirado en la nieve... ese debió pertenecerle a ella. No iba a tolerar, yo, príncipe de Draco, que los sirenios obtuvieran el control de los dragones a la fuerza. Que nos quiten no tan solo ese único poderío, sino también terminen lastimando a esas nobles criaturas de antaño. Es por eso que, en cuanto mis pies tocaron el suelo, corrí hacia ellos con un grito de furia inmensa.

Mørk tenía razón. Yo no debía rechazar esta nueva piel que me protegía, debía afianzarme a ella para obtener un poder mayor. Cual dragón, las escamas me servían de escudo y difícilmente, desde ahora, un enemigo podría cortarme o lastimarme.

Saqué mi espada de su lugar y la blandí hacia los dos sirenios cegado en desesperación y tormento. Uno de ellos empujó a la mujer que se había quedado estática gritando en el lugar, cayeron sobre la nieve en el último segundo en que mi espada cortó el aire donde estaban.

—¡Arrodíllense ante mí! —grité.

Aunque, sin darles tiempo ni a reprochar, volví a dirigir mi espada hacia mi izquierda donde la muchacha apenas pudo esquivar la estocada girándose en el suelo. Recibí una patada con sus pies que me hizo retroceder levemente, aproveché para atacar a quien tenía detrás y eso le dio tiempo a la muchacha para levantarse. Pensé en todo por lo que había pasado en Ventuna con los caelios, no les dejaría despojarme de mi fuerza tan fácilmente, mucho menos huirían con vida.

El muchacho sacó la lanza de su espada y comenzó a bloquear y a golpear con ella, tratando de escurrirse del cruel destino que le tenía preparado.

Sentí un peso en mi espalda, brazos y piernas se me enroscaron. Gruñí y me zarandeé tratando de liberarme.

—¡Es mi pelea! —gritó ella justo al tiempo que me dejaba libre. Giré y la observé, piel blanca, botas sirenias y cabello totalmente negro—. Tú no eres él —susurró, sus ojos celestes altivos escudriñándome—. ¿Qué cosa eres?

—¿Cosa? —inquirí por lo bajo—. Te enseñaré modales.

Ataqué y ella esquivó ágilmente. Tanto el frizo pequeño como la bestia en miniatura y su dueño se quedaron a un lado, mirando fijamente la situación.

O eran cobardes o la niñita tenía habilidades para la lucha. Eso sería sumamente extraño, ¿no eran los únicos guerreros los hombres? Sacudí mi cabeza, no había tiempo para las preguntas ni la lógica. Solo había tiempo para pelear.

Y eso hice.

—¡Terminarás rogando por clemencia!

Logré asestarle un golpe en su mandíbula que casi la tira al suelo, descuidándome, ella aprovechó su ventaja de verse débil para quitarme la espada de una llave y tirarla a metros de distancia.

Eso me recordó a Aruna. Habíamos practicado ese movimiento por tanto tiempo, bajo la lluvia o el sol, que éramos expertos al realizarlo. Y también al protegernos. Siempre solíamos escaparnos de nuestros deberes para correr directo a una de las academias más cercanas al castillo, allí peleábamos continuamente con otros pueblerinos de nuestra edad en entrenamiento, pero las mejores batallas las teníamos entre nosotros. Nos reíamos la mitad del tiempo, tonteando, pero también apostábamos o nos retábamos.

Aruna... Ella podría estar herida en este mismo instante y, pese a lo que decía la tradición sobre no ayudarnos mutuamente, no podía dejarla en manos sirenias. No.

Ni siquiera quería pensar en la vaga, aunque evidente, posibilidad de que estuviera... muerta. El corazón me dolía de solo pensar en la palabra. De saber que podría estar solo por el resto de mi vida.

Furioso por los tormentos de mis pensamientos y la pérdida de mi espada, arremetí con mucha más fuerza que antes escuchando el graznido de los cuervos de Mørk que revoloteaban sobre nuestras cabezas. Terminaría esto ahora mismo.

Golpeé su estómago quitándole el aire, traté de volver a asestarle a su rostro, pero sabía cubrirse y moverse demasiado bien. Yo era lento y bruto, aunque de golpes potentes. Ella no podría vencerme tratando solamente de golpearme y no dejaría que tomara mi espada.

Inesperadamente, caí hacia atrás tras un golpe fuerte. Levanté mi cabeza y la observé, parada con estabilidad y fiereza, sus brazos extendidos mostrándome sus palmas.

¿Acaso...?

Rayhad.

Ella había utilizado una habilidad que estaba destinada solo a los descendientes de la diosa del agua. Sí, eso era. Aunque, ¿no debería estar congelándome en todo caso? Palmeé mi pecho sin encontrar ni una pisca de hielo, no tenía sentido. Sacudí mi cabeza, ¿qué otra cosa más sería?

Me paré con su atenta mirada mortecina, lista para la batalla. Absolutamente lista para derramar sangre.

Y, sin embargo, cuando mis manos se prendieron fuego, sus ojos fríos cambiaron y su expresión denotó una confusión terrible.

Aproveché ese instante para contratacar, dos bolas de fuego volaron hacia ella que apenas pudo esquivarlas en unos cuantos saltos y movimientos. Se estrellaron en la nieve desvaneciéndose y me acerqué más para poder quemarla. Cada paso que daba, cada acción que hacía, ella ágilmente volvía a escaparse haciendo que mi paciencia se agotara súbitamente. Mi dragón, el rocacraneo que se mantenía observando la batalla y escondiendo bajo su ala al bicho y a la niña, gruñó, pero no podía desviar mi vista para saber lo que pasaba. Debía concentrarme en la pelea delante.

—¡Basta! —gritó ella al mismo tiempo, sin siquiera defenderse. Solo bloqueando.

No comprendía, ¿qué había cambiado? De un segundo a otro no volvió a golpearme, ni una sola vez.

Bufé y gruñí medio al mismo tiempo. No iba a caer en cualquier juego que estuviera pensando hacer, no era tan estúpido.

Me lancé contra ella, golpeando su pecho y haciéndola caer sobre la nieve. Con mi peso encima apenas era capaz de moverse, entonces, con mis manos aún prendidas fuego la tomé por los brazos. No sentí frío cuando mis ojos notaron la cristalización de su piel, pero estaba ahí, lo estaba viendo.

—¡Termina con esto, Kalu! —volvió a gritar.

¿Sabía mi nombre? ¿Podía reconocerme aún con este aspecto? No había muchas personas vivas que pudieran controlar el fuego y sean hombres... solamente mi padre y yo. Pero aún así, había algo que no cerraba.

Ella aprovechó ese mínimo descuido de encerrarme en mis pensamientos y aflojar su agarre para darnos vuelta, de una patada me tumbó en el suelo y lo siguiente que supe fue que ella impartía golpes a diestra y siniestra por mi rostro. Ni siquiera sentía dolor, pero sabía a ciencia cierta que sus nudillos estaban quedando destrozados, era como tratar de atinarle golpes a las escamas de un vulcanus.

Sostuve sus brazos, harto del espectáculo. Sin embargo, quedé estático por sus siguientes palabras, libradas de sus labios en un frenesí de mar de llantos, desazón y furia.

—¡Soy yo! ¡Soy Aruna! —quedé estático, esa mujer no tenía los rasgos de mi hermana, ni siquiera su cabello tan rojo como el mío—. Por favor, despierta. Soy yo...

Basta. De. Juegos.

Con tan solo una mano rodeé su cuello. Observé movimiento a nuestra derecha, el muchacho quiso venir en ayuda pero la mujer lo frenó con tan solo levantar la mano.

—Kalu... —Ella apenas podía respirar, mucho menos hablar con facilidad—. Está bien...

Dejó de intentar defenderse e inclusive, sorprendiéndome, acarició mi muñeca mientras otra lágrima se le escapaba.

¿Por qué llora? ¿Por qué dice que es mi hermana? Ella está...

—¡Kalu! —el grito de Isis me desconcertó, la observé correr a la distancia con el bicho entre sus brazos, como si intentaran darse calor mutuamente—. ¡Es ella! ¡Es Aruna!

Cuando volví mi mirada hacia arriba, donde la muchacha seguía con mi agarre, la imagen se volvió difusa. El cabello negro comenzó a desaparecer en un borrón, al igual que esa piel blanca tornándose un poco más acaramelada y llena de brillo y sonrojo, sus ojos, al pestañear, olvidaron el azul frío y se convirtieron en un caramelo claro. Sus rasgos eran los míos, solamente más femeninos. Casi la viva imagen de nuestra madre.

Solté su garganta. Tosió.

—¿Aruna?

No comprendía nada, ¿por qué de repente ella se encontraba allí? ¿A dónde había ido la muchacha sirenia? Mi cabeza comenzó a doler, cerré mis ojos con fuerza y volví a abrirlos: mi hermana seguía allí, a horcajadas, con los nudillos sangrantes y las lágrimas en su piel.

El rocacraneo se levantó de su lugar y extendió sus alas a la vez que con un grave gruñido escupió una tormenta de fuego que comenzó a quemar a las aves negras dispersas sobre nosotros. Cuando los chillidos cesaron y los cuerpos calcinados de los animales cayeron mis ideas quedaron un poco más claras.

—Que gran festín. —El bicho saltó de las manos de Isis y, saltando, llegó hasta el primer cuervo asado para degustarlo felizmente.

Mi mirada volvió a Aruna que lo único que parecía ver —o querer observar— era a mí. Tenía la mirada fija y sus labios entreabiertos, respirando con dificultad. La culpa me embargó.

—¿Qué te ocurrió? ¿Qué pasó? —susurró ella, apenas podía impartir palabra.

Me tomó de los hombros para levantarme, sus brazos me rodearon el cuello y me abrazó con fuerza. Estaba temblando y lloriqueando en mi hombro.

Sin lugar a duda, esa era ella. No sabía lo que había ocurrido, pero ese calor que emanaba y esas habilidades de lucha... no podía ser nadie más. La abracé también, mi corazón flaqueó y lo único que hubo por largos minutos fue nosotros.

Un sinfín de emociones me embargaban. Aunque la confusión quedó escondida entre el alivio y la felicidad, también hacía mella en mi cuerpo. Podría haberla matado... ella había sobrevivido a los sirenios y al final yo...

Mørk.

La bruja me había embaucado de alguna manera. Y sus cuervos... mi dragón se había dado cuenta de la amenaza.

Aruna se retiró suavemente y analizó mi rostro mientras lo rodeaba en sus manos. Sabía lo que ella veía: un monstruo. Mi piel revestida en esa coraza que se había comido cada espacio de mi cuerpo hasta hacerme desaparecer, las hebras de mi cabello escapándose por diminutos huecos de la coraza, dejando un despeinado y furioso peinado, y mis ojos caramelos como los suyos.

Finalmente, ella juntó su frente con la mía, cerró sus ojos y suspiró.

—Todo estará bien.

¿Lo estaría?

Casi sonrío. Ella era la única que podría dejar de lado todas sus inseguridades y sus miedos para ver el terror que me carcomía por dentro. Uno que había estado conmigo desde la primera marca de la maldición y que también había sido olvidado espontáneamente tras ver a la bruja. Pero había vuelto, estaba allí y hacía que mi corazón doliera.

—Perdón, perdóname.

Ella rio y se apartó para volver a mirarme.

—Tuviste que conseguirte una nueva armadura para lograr patearme el trasero —bromeó, aligerando así el ambiente.

Sonreí.

—Siempre te he dejado ganar —le dije—, que no se te suba a la cabeza.

Un sonido extraño, como gruñido juguetón, nos robó la atención.

Una pequeña bestia peluda, toda blanca, trataba de correr hacia nuestra dirección. El muchacho que se había apartado de la pelea trataba de detenerle. En cuanto observé su ropa, su cabello y esos ojos el rencor volvió a mí, pero me detuve antes de apartar a mi hermana del medio para arrancarle el corazón. Me paré, ayudando a Aruna, mientras no le sacaba la mirada de encima a esas figuras.

—Dime que vuelvo a ver mal. —El silencio tras mi ruego hizo que me lanzara a mirarla a ella—. Aruna.

—Ya, asúmelo, es un sirenio. —En cuanto sus palabras salieron quise salir en su dirección, pero ella me frenó por un brazo—. ¡Salvó mi vida!

—Eso solo lo hace más sospechoso —me quejé—. Aruna, esta es la primera y última vez que diré esto en voz alta: tú eres la más inteligente de nosotros dos. —Si algún día me hacía recordar mis palabras lo negaría por completo—. ¿Crees que alguien como él simplemente te salvaría el trasero sin querer algo a cambio? ¿Sin tener planes?

Ella miró al muchacho y suspiró, aún sin soltarme o aflojar su agarre.

—Pasaron muchas cosas, ¿puedes solo confiar en mí? —sus ojos de dragón bebé casi logran derretirme—. Por favor, hay cosas más importantes ahora. Como tú y... Por el amor de Draco ¿qué mierda te sucedió?

Esa boca Aruni...

Bufé, sabía que estaba cambiándome de tema. Con mi mirada de reojo vigilante en el sirenio simplemente me limité a contestarle.

—Un oráculo, me maldijo. —Entonces, insistí—: ¿Por qué hay un sirenio con nosotros?

—¡Lo sabía! Esa vieja charlatana, en cuanto la vuelva a ver le cortaré su sucia lengua y me encargaré de...

—Está muerta —le corté, ella me observó atónita—. Trataron de matarme en Ventuna.

—Dime que no es cierto —me pidió en un susurro hasta que la furia la embargó—. ¡Kalu Areu Draco! ¡Eres un idiota! Ahora ¿cómo vamos a remover la maldición de ti? Pensaba torturarla para que lo revierta.

No hablé, es por eso que había dejado que las palabras de Mørk salieran de sus labios y no la había degollado allí mismo. Claramente, había funcionado mal.

—¿Es por eso que no me reconociste? Por eso estabas tan ido...

—Supongo.

Ella me observó con sus labios fruncidos y ojos perceptivos, sabía que había muchas cosas que no le estaba contando y no lo haría, no mientras ese sirenio siguiera con su vista fija en nosotros.

—Hablaremos más tarde —se limitó a decir. Abrí mi boca para volver al tema del ojiazul, pero ella me arrebató la pregunta—. ¿Quién es?

Me giré a ver en su dirección.

—Isis, la encontré. Es draconiana, los caelios mataron a sus padres. Ahora, ¿podemos hablar de una buena vez sobre el sirenio? Deja de cambiar de tema.

Suspiró y comenzó a hablar haciendo un resumen de todo por lo que había pasado desde que nos separamos y cruzamos la muralla.


✽✽✽✽✽

No fue el mejor reencuentro. Pero superado el primer simulacro, ahora veremos qué pasa con lo que se viene... ¿Creen que Kalu y Narayan puedan llegar a llevarse bien?

Estamos en la recta final, así que disfruten sus capítulos.

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