[18] ARUNA
Volvía a estar en el corredor, vi de frente al caelio con una sonrisa macabra a punto de matarnos a mi hermano y a mí. Sus dientes blancos, el labio partido. Su mano ensangrentada sosteniendo la espada, un paso, luego dos, ya casi estaba por agarrarnos.
Mi cuerpo estaba totalmente petrificado, me había rendido ante el peligro y la desazón, me había rendido como mi hermano lo había hecho. Las lágrimas caían sobre mis mejillas y yo me sentía débil, no tenía fuerzas para invocar ni una chispa de fuego. No cuando mi madre, que lo era todo para mí, estaba muerta, la sangre escurriéndose de su cuerpo y confundiéndose en el suelo con su cabello anaranjado como el atardecer en Dohim.
Miré a mi izquierda, las manos blancas de mi hermano aferradas al brazo de mi madre. Las lágrimas caían de sus mejillas, pero no había lamentos. Estaba totalmente ido, mirando fijamente el cuerpo tendido, sin vida. Yo era un reflejo viviente de él en versión femenina.
—Les llegó la hora, el clan Draco estará totalmente eliminado —susurró el caelio con una gran sonrisa en su rostro.
Traté de negar, apenas pude mover mi cabeza. No me lo podía creer, no podía creer que todos estuvieran muertos, tampoco me creía que estuviera viviendo esta escena nuevamente. Hasta que me di cuenta de que ya no era yo la que negaba, claro que no. Pude notar como mi cabeza se movía porque ahora la estaba viendo, miraba la escena desde otra perspectiva. Una luz se materializó con un gran destello a mi lado, la figura humana de un hombre de pelo rojizo y barba prominente caminó hacia la escena hasta quedar a mi lado, más bien al lado de mi yo de niña. Se acuclilló, su armadura dorada cedió por más que parecía tenerlo atrapado en esa posición de pie, y susurró a mi oído.
—Tu fortaleza está en tu interior Aruna. —Su voz grabe me llegó hasta mí, pero nadie más que mi versión pequeña y yo podíamos escucharle—. Es una chispa que solo se extinguirá si tu vida lo hace, mientras tanto siempre podrás usarla. Solo necesitas desearlo.
Fue ahí cuando tomé el cuchillo del suelo y enterré la daga en el pecho del caelio tomándolo por sorpresa. Miré la mano de esa niña, mi mano, y observé mi cuchillo favorito, mi daga de la suerte.
Entonces la escena se difuminó frente a mis ojos, me quedé en la oscuridad misma como si flotara y el frío me abrazaba sin poder llegar hasta mí. Lo sentía lejano, tratando de penetrar en mi piel sin lograrlo.
—Entonces y ahora no me equivocaba —la misma voz de ese entonces me habló fuerte y claro y, por algún motivo, supe de quién se trataba—. Aruna, eres el más prominente fuego que ha habido durante generaciones. Eres lava moldeada en cuerpo humano, explosiva, chispeante.
No, no lo soy, pensé. Era débil contra el frío, no era nada sin mi hermano. No tenía esa fuerza que necesitaba, mucho menos hundida en las profundidades del mar y rodeada de criaturas listas para destrozarme.
—Siempre confié en ti Aruna, es hora de que tú lo hagas también —me dijo—. Puede que el fuego se apague con el agua, pero no el tuyo. Jamás el tuyo.
Sentí una pizca de esperanza por un momento, si él lo decía debía ser cierto ¿no es así? No tendría por qué mentirme, no tendría por qué jugar con mi mente. Entonces puede que tenga una oportunidad. Solo debía de encontrar una pequeña chispa.
Otra vez.
—Eso es, debes hacerlo o todo estará perdido —me alentó—. Yo estaré allí, ayudándote, como siempre lo he estado.
¿Siempre? Pensé confusa, pero las sombras difuminadas volvían otra vez. Ya no había oscuridad absoluta y la realidad me golpeó fuerte.
Estaba hundiéndome, ahogándome, y necesitaba fuego para sobrevivir. Cerré mis ojos con fuerza, busqué esa chispa del que me habló y me encontré con una sensación como hierro ardiente en mi pecho mucho más poderoso y cálido de lo que esperaba. Era un cúmulo que viajó por todo mi cuerpo, un torrente de energía pura que ardía en mis poros y me quemaba por dentro. Era fuego, yo me sentía como fuego. Abrí mis ojos y grité ante el dolor.
Todo se esparció. El rojo ardiente, los amarillos como lenguas de serpiente, un remolino poderoso del que nunca me hubiera sentido capaz de provocar. Ya no había agua en mis pulmones, el aire entraba libre por mi nariz como si se hubiera evaporado. Los gritos y chillidos venían de mi alrededor, se olía la carne quemada y de un momento a otro el fuego se materializó como líquido brillante. La lava no me quemaba, me ascendía hacia el patio nevado aunque al llegar ya no había mucho de él. El lugar era como un mar de fuego que se movía a mi merced, una pared de hielo separaba a la emperatriz de mi lugar y la gente corría y chillaba para escapar.
Vislumbré a Narayan a un costado, estaba arrodillado y en sus brazos se encontraba la bestia peluda blanca. Me observaba entre aterrado y maravillado por lo que veía, me aseguré de que las llamas le permitieran irse.
Me di la vuelta y dirigí la lava de mis pies hasta las jaulas del pequeño dragón, quemé el hierro que se deshizo en instantes y el pequeño se apresuró en sacarse la mordaza con sus patas ahora liberadas. Extendió sus alas y se alzó en vuelo hacia su madre.
Escuché a Dalai gritar encolerizada y tratando de mantener a todo el mundo detrás de la pared de hielo que se desmoronaba a cada instante y debía de reforzar incesantemente. Caminé lejos de ella e hice la lava ascender por las cadenas que mantenían amarrada al frizo mayor. Esta se sacudió y noté algo de sangre en su cuerpo, mantuve lejos a todos los sirenios que trataban de llegar hacia mí, derretí con llamaradas enormes las lanzas que se dirigían a mi cuerpo. Observé a Narayan que se había detenido a metros del firzo más grande y lo miraba temeroso, hasta que sus ojos se posaron en los míos.
—Maldición —susurré sabiendo que volvería a cometer un gran error nuevamente, entonces le grité—: ¡Vámonos!
El calor inundó por primera vez en territorio sirenio, estaba claro que no estaban preparados para un despliegue descomunal como este. Las paredes y techos más cercanos se desprendían y derretían a medida que con mis manos desplazaba el líquido rojo manteniendo una firme y larga línea de defensa. Ni siquiera quería pensar el cómo o el por qué, si lo hacía podría perder el control y necesitábamos de ella para salir con vida. Caminé paso a paso hasta quedar prudencialmente cerca de los frizo, Narayan escaló torpemente hasta el lomo de mamá dragón ajustando a su pequeña bestia a su cuerpo.
Por el amor de Draco, ¿no podía simplemente dejar al animal atrás?
—¡Narayan! —lo llamé en cuanto vi que había subido—. Tienes que cubrirme, enfría la lava. Nos dará una pared sólida, ganaremos el suficiente tiempo para poder largarnos.
Noté cierto nerviosismo cuando sus ojos fríos se posaron en la muralla roja.
—¡Hazlo! ¡Ahora!
Él extendió sus manos y se esforzó, traté de bajar la temperatura tenuemente para que, del otro lado, no se dieran cuenta de lo que planeábamos. Poco a poco el negro predominó, dejé ir mi control y corrí hasta el frizo. Salté y escalé ágilmente por una de sus patas hasta aterrizar donde Narayan.
El sirenio se apartó con cansancio, sentado y aferrando al oso blanco que me observaba con ojos negros cual noche sin estrellas.
Me arrodillé y mantuve mi equilibro por la cresta del dragón. Sin siquiera decir nada, la dragona extendió sus alas después de ver a su pequeño mover las suyas y rápidamente nos elevamos hacia el cielo dejando atrás la humareda, el hielo derretido y a una muy —bastante— enojada emperatriz que gritaba con rabia hacia nosotros.
—Traicionaste a los tuyos —mencioné, para que se diera cuenta de la gravedad del asunto. Narayan no parecía importarle, al menos no lo suficiente para que sus facciones cambiaran en su rostro. No había pena ni remordimientos.
—Estoy tratando de salvarlos —su mirada se perdió en la devastada ciudad de Aequor, viéndola desaparecer entre las nubes—. Me apegué a mis convicciones.
—Un día esas convicciones tuyas te matarán.
—Si mi vida es lo que hace falta para salvar la de todos, estoy dispuesto al sacrificio.
Me dieron ganas de pegarle. Era simplemente demasiado noble.
Me callé la boca, lo único que denotó mi fastidio fue la mueca en mi boca. Por suerte, él solo podía ver mi espalda desde su posición. Suspiré, el pequeño dragón volaba a la par de su madre, la cría por suerte no tenía ninguna lesión visible, todo lo contrario a la mayor. Sabía que estaba dando todos sus esfuerzos para salir del rango de los sirenios, aunque ni siquiera se dirigía a su nido. No, ella sabía que estarían más protegidos si no los guiaba al resto de los huevos.
Acaricié su piel gruesa y escamada y traté de hacerme escuchar pese al viento que soplaba con tanta fuerza que aturdía nuestros oídos.
—No te esfuerces demasiado, solo aléjanos un poco de ellos. Me encargaré de cuidar a tu cría y sanar tus heridas.
No sabía cómo iba a mantener esas promesas, no tenía ni los elementos o hierbas para sus heridas. No había manera con ese paisaje helado por todos lados.
Sentí una respiración en mi nuca.
—Mantén a tu bestia alejada de mí si no quieres que la tire al vacío —mascullé.
Percibí la tenue y apagada risa de Narayan, como si se estuviera conteniendo a sabiendas de que se ganaría un golpe de mi parte.
—No es una bestia, es una osa —reprochó él mientras trataba de alejarla de mi espacio—. Será una gran osa guerrera algún día.
Entonces, me di cuenta. Allí, con el sol apenas calentando nuestras pieles, mi ropa seca luego de mi explosión de calor y el cabello duro y enredado, lo observé por encima de mi hombro.
—¿Acaso viniste por esa cosa? Te enfrentaste a los terranos, a tu familia e inclusive a mí ¿por una pequeña bestia? —mi indignación sobraba en cada palabra.
—Mira quién lo dice.
Bufé y volví a mirar al frente, cada vez íbamos acercándonos mucho más a la tierra y dejando las nubes atrás. Y así nos mantuvimos un largo rato.
Daba igual la insistencia, el frizo seguía su camino dirección Este. No había manera de que ella nos llevara a Draco, tampoco es como si lo vaya a permitir teniendo detrás de mi a un muy mareado Narayan que trataba de mantenerse firme y quieto. Claramente, no le gustaba volar.
—¿No te gustan las alturas? —me mofé—. ¿Te sientes pez fuera del agua?
—Tienes que parar con esos chistes, no causan risa —me contestó.
Pero daba igual lo que dijera y lo temblorosa que salió su voz, reconocí por el rabillo de mi ojo ese asomo de sonrisa que trataba de ocultar.
—Estamos descendiendo —le avisé al sirenio.
Esto era malo, en cuanto mis pies tocaran tierra —o nieve en este caso— tendría que afrontar todas mis decisiones pasadas y futuras. El dragón moriría sin ayuda, Narayan moriría si seguía apegado a mí. Nuestro camino juntos se estaba terminando, yo lo terminaría de seco para ahorrarme varios dolores de cabeza.
Observé a la cría que tan solo medía tanto como yo. Era pequeña y ágil, pero al ser joven y después de haber sufrido ese calvario, estaba segura de que no aguantaría mucho más en el aire.
—Estamos cerca de Ibaría —comentó Narayan, por primera vez prestando atención a lo que había debajo nuestro.
Todo lo que yo veía era extensiones de blanco, no tenía idea cómo podía distinguir dónde estábamos. Ya llevábamos horas volando, aunque al menos nos ahorramos mucho más tiempo del que haríamos a pie.
Me paré, manteniendo mis rodillas ancladas y flexionadas como tantas veces había practicado, y observé más allá de nosotros. Encontré las ruinas del, alguna vez, deslumbrante puerto de Ibaría. Notaba los restos de civilización, ahora era todo tumulto de escombros de hielo y masas deformes.
—¿Crees que lleguemos hasta Pier? ¿O alguna zona costera?
Hasta Narayan se dio cuenta del estado del pobre animal que sobrevolaba la ciudad y se despedía de la isla nevada.
Miré hacia adelante con fijeza, calculando las distancias, los tiempos y el cansancio de ambos dragones. No, no lo haríamos. Mamá dragón querría hacer una parada para que su cría vuelva a recuperarse. Seguramente querría asegurarse de que comiera.
Antes de poder responderle, vislumbré lo cerca que estábamos del mar y lo rápido que comenzábamos a bajar.
—Narayan... —Él denotó la preocupación en mi voz—. Sujétate.
Volví a mi posición inicial y miré la isla que teníamos enfrente, esperaba que lleguemos. No quería volver a sumergirme, además de que la frizo mayor terminaría por hundirse por el cansancio. Se había esforzado demasiado.
—¡Baja aquí! —le grité cuando la costa ya estaba cerca.
Tan ensañada estaba en alentar al dragón en mi mente a llegar a su meta que no me di cuenta la gran mancha negra que cruzó el cielo. El sol se estaba yendo, ya no teníamos casi luz. Lo que me hizo advertir del peligro fue el chillido de la cría que hizo a su madre batir las alas con esfuerzo cambiando de dirección y manteniéndola cerca a ella. El sacudón que pegó casi hizo al sirenio caer, lo sostuve de una de sus mangas para estabilizarlo, su piel se tornó pálida.
—¿Qué fue eso?
No sabía si debía responder. Traté de encontrar otra vez la mancha oscura sobre nuestras cabezas más fallé y, sin darme cuenta, la tierra golpeó contra nosotros.
Estábamos tan sumidos en rastrearlo que provocó que cayéramos del lomo del dragón. Sentí no solo el golpe seco y frío cuando mi piel derrapó por la nieve y mi cuerpo giró debido al envión, sino también un golpe duro en mi corazón. Había pensado que el frizo podría aterrizar perfectamente, con un último esfuerzo. Estaba claro que no.
Cuando por fin quedé quieta en mi lugar, me moví levemente esperando no tener ningún hueso roto. Me quedé con la frente en la nieve, tratando de calmar mis nervios y recuperar mis fuerzas para pararme. Había pasado demasiado en tan poco tiempo...
Por favor, que el dragón no muera, imploraba en mi mente.
Subí mi cabeza al distinguir los chillidos lastimeros de la cría. Se mantenía junto a su madre tratando de hacerla reaccionar. Rápidamente me paré, con mi corazón en la mano y mis labios temblando.
—Por favor, por favor —imploré en voz alta—. Déjame salvarla.
Corrí hasta ellos y me arrodillé. Los ojos del majestuoso animal brillaban con ímpetu, como si hubiera tantas cosas que quisiera decirme. En el silencio, lo entendí todo.
—Lo cuidaré, lo prometo —le dije, el nudo en mi garganta apenas me dejaba expresar—. Lo protegeré con mi vida.
Y tras un último aliento, los ojos de mamá dragón se apagaron. Había muerto.
Me quedé estática mientras la pequeña criatura trataba de mover la cabeza de su madre, observé el cuerpo magullado del animal dándome cuenta de todo el daño que había recibido. Lo había dado todo, sin duda, por su cría. Tan leal y tan noble... tan capaz y fuerte. Era injusto de que terminara de esa manera.
La sangre tiñó la nieve al igual que unas pocas lágrimas empaparon mis mejillas. Las saqué con brusquedad, con mi puño, mientras seguía el rastro por su cuerpo. Justo debajo de una de sus patas, en una axila, había un pedazo de arpón roto clavado en su abdomen.
Un lamento se me escapó por mis labios, los cubrí con mi boca.
—¿Aruna?
Atrás mío, Narayan trató de llamar mi atención. Lo sentí vacilante, como si no supiera qué hacer. Yo sabía perfectamente que el sirenio no hubiera dudado en abrazar a cualquier persona que necesitase de afecto, pero yo no era cualquiera. Él lo sabía. No solo era una princesa, era una guerrera. No iba a permitirme ver débil frente al enemigo o siquiera a un amigo. Era mi deber dar confianza y mantener la calma.
Con las pocas energías que pude reunir me paré, retrocedí unos pasos cerrando mis ojos y ahogando los lamentos del frizo pequeño para poder serenarme lo suficiente.
—Sabía que iba a morir de todas maneras —le dije, cuando estuve recuperada—. Lo sabía.
—¿Por qué no llevarnos al nido?
—Porque sabe quién soy, lo que significo y lo que quiero. —Me di la vuelta para mirarlo altivamente, sin una gota de tristeza, solo enfado—. Y es algo que compartimos: quiero proteger a la cría y obtener venganza.
Narayan suspiró, casi derrotado ante mis palabras. Ni siquiera se gastó en reprocharme nada, era mejor así. En este momento podría convertirlo en pescado frito con solo chasquear mis dedos.
El silencio repentino me hizo devolverme. Observé al dragón que ahora estaba agachado, ojos fijos en el cielo oscuro y atento al peligro. Tanto Narayan como yo seguimos la dirección de su mirada, el viento se desplegó con fuerza agitando mi ropa y mi cabello. Entrecerré mis ojos hasta que vislumbré lo que el dragón tanto temía.
La pequeña bestia corrió detrás nuestro, tratando de ocultarse, hasta Narayan retrocedió unos pasos para quedar a mi altura. En cambio, mi corazón marchaba rápidamente. Una mezcla de emoción y anhelo porque sabía lo que era.
Quién era.
Reconocía ese dragón que ondeaba sus alas marrones oscuras, de mirada furiosa y garras afiladas. Aterrizó secamente.
No comprendía por qué estaba acá, pero eso ya daba igual. Di dos pasos adelante y su nombre escapó de mis labios con felicidad y alivio.
—Kalu.
✽✽✽✽✽
¿Cómo están? Yo sé que me quieren matar, pero he tenido bloqueos horrorosos. No sé por qué pues sé a dónde quiero llegar con la historia... pero en fin, no la voy a dejar abandonada. De eso ni se preocupen.
Ahora, ¿Kalu de verdad está con Aruni? ¿Finalmente tenemos reencuentro? ¿Creen que eso saldrá bien? No se olviden que Narayan está ahí...
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