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[17] KALU

Aruna siempre fue de las que les encanta recorrer extensos paisajes, descubrir cada recoveco, cada animal detrás de cada piedra y disfrutar de la presente aventura. Sabe cómo estar todo el tiempo de buen humor, aún cuando yo la molestaba continuamente. Y daba igual que algo se interpusiera ese día con su gran sonrisa que solo la cambiaría por una sarcástica para poder decir un comentario despectivo y seguir su rumbo.

Conocía como la palma de su mano el terreno draconiano, ambos escuchábamos atentamente a nuestros maestros cuando la clase era impartida, pero ella solía colarse después de hora para seguir sonsacando respuestas.

Y esa curiosidad por lo propio se vio obnubilada por el mundo más allá de la muralla. Fue ahí cuando empezamos a visitar un punto en específico que marcaba la historia de los cuatro clanes, un punto en el mapa donde estaba prohibido para todos y que estaba encerrado por un tenebroso bosque con criaturas ocultas en él.

Corté una de las ramas que impedía el paso con mi espada y volví a caminar decidido hacia adelante. Tuvimos que dejar de volar, el rocacraneo estaba demasiado lastimado y los efectos de somnífero que le daban aún estaban en su cuerpo. Preferí que nos detengamos puesto que estábamos cerca de una zona segura, nadie más se atrevía a cruzar este bosque, y caminar hasta sus profundidades.

Me detuve, Isis se asomó detrás y el bicho prestó suma atención a los ruidos que comenzaron a escucharse. Las sombras se movían a la distancia, el chasquido de ramas y el bosque cobrando vida podría haber erizado mi piel mucho tiempo atrás, pero no hoy y mucho menos ahora.

—¿Qué es eso? —preguntó en un susurro Isis.

Mi corazón latía al compás, no había adrenalina corriendo por mis venas puesto que no había miedo. La cabeza del enorme dragón se asomó por un costado mirando entre la neblina, los charcos de lodo y los árboles gruesos. Respiró aire caliente, sus fosas nasales se contrajeron y ronroneó entreabriendo sus labios y dejando a la vista sus colmillos.

Un cuervo rompió el silencio tétrico, esos pájaros llevaban persiguiéndonos todo el camino desde Ventuna. Estaba comenzando a pensar que eran más listos de lo que parecían, me pregunté si dejaban algún rastro con el que nos perseguirían. Pero no creía que los caelios fueran a perseguirme con su rey muerto a cuestas, con la desesperanza que eso provocaría entre ellos y la falla de todos su planes. Tal es así que decidí ignorarlos y seguir mi camino.

Las sombras esqueléticas se abrieron paso lejos de nosotros cuando mi mano formó una llamarada latente que iluminó un poco nuestra zona. Observé las ya conocidas arañas gigantes, con sus patas peludas y ojos negros y viscosos, que correteaban entre los árboles y telas de araña hasta fundirse nuevamente con la negrura del ambiente, lejos nuestro.

—¡Comida! —vociferó el Zyrath correteando hacia un árbol donde atrapó con sus peludas manos una pequeña araña rezagada, la dejó colgando de una de sus patas mientras se retorcía y chillaba y de una zambullida se la comió—. Delicioso.

Isis se rio y, ahora más convencida de que su cuerpo no sería la comida de monstruos gigantes, salió corriendo detrás de él tratando de cazar las pequeñas criaturas que se escondían entre la maleza y la corteza de los árboles.

Mis botas enchastradas en barro me abrieron paso por el bosque. Los murmullos nunca cesaron, pero el fuego los mantenía a raya. Las sombras parecían más oscuras y terroríficas por el poco rayo de luz, pero teniendo en cuenta que un gran y enorme dragón nos seguía la marcha, no creía que nada fuera a interponerse en nuestro camino. Corté con el filo de mi espada las ramas que se interponían, el Zyrath se perdía de vez en cuando en el entretejido de telarañas blanco sobre nuestras cabezas, en las copas de los árboles y volvía con su boca llena de presas; hubo un instante que inclusive sorbió una de las patas del arácnido que había quedado fuera de su boca como si de un fideo se tratara.

Entonces, los árboles fueron escaseando, se separaron más y más y el denso bosque se cortó. La niebla jamás nos abandonó, el paisaje estaba rodeado de ella, pero gracias al campo extenso ante nosotros podíamos vislumbrar lo que había a más de cuatro o cinco metros de distancia.

La piedra estaba escondida por las enredaderas en la base, los rayos de luz de la mañana danzaban sobre el edificio de techos empinados y torres adosadas. El ambiente tétrico se escondía para dar a la luz una suave calma en los vestigios del antiguo castillo ceremonial. Podía imaginarme los antiguos clanes reunidos en torno a él, danzando, comiendo y platicando entre ellos. Los líderes reunidos en una mesa en común a la luz de las velas, con el suave canto de las sirenas de fondo. Con cada paso que daba, recordaba las veces que había estado con Aruna allí, recorriendo cada rincón y recoveco, descubriendo los antiguos pasadizos que se interconectaban en pasadizos interminables.

—¿Qué es este lugar? —preguntó Isis.

No se suponía que deba hablar de ello, estar aquí iba contra las normas mismas que había impuesto mi papá. Pero dado que no había de otra, entonces habría de hacer una excepción.

—Es la zona prohibida —contesté— ¿Has oído hablar de ello?

Isis levantó su cabeza para observarme y asintió efusivamente, dando una mirada de reojo al bosque que habíamos dejado atrás. Tal vez preguntándose el por qué de la prohibición, si los peligros eran tan latentes como para alejar a las personas de aquí. Bueno, al contrario de ese común pensamiento, el bosque alrededor se había infestado de animales peligrosos mucho después de que el castillo haya caído en el abandono. Las criaturas buscaron cobijo en una zona donde nadie las perturbaba, eso también le hizo su fama al lugar y ayudó a alejar al resto de las personas.

Claro está que muchos recordarían que una vez, en tiempos de paz, este era el lugar donde los cuatro clanes se reunían una vez al año.

—Es el castillo ceremonial de los clanes, el antiguo tratado decía que una vez al año debíamos juntarnos a celebrar para mantener la paz y recordar a los aliados —comencé a explicar mientras volvíamos a caminar hacia la estructura olvidada—, pero luego de la guerra la ceremonia se acabó y, finalmente, se prohibió pisar este lugar. El castillo está abandonado.

El bicho se paró en sus dos patas, mucho más delante de nosotros, para olfatear el aire y devolver su cabeza a mirarnos.

—Recuerdo este lugar, los Zyraths éramos bienvenidos a pasar la celebración con los líderes de los clanes. Nos daban comida a cambio de conocimiento.

—¿Cómo eran las fiestas? —preguntó entusiasta Isis— ¿Habían vestidos de colores? ¿Había bailes?

—Oh sí —respondió el bicho—. Los clanes solían vestir de su color característico, se preparaban danzas propias para mostrarle a los demás y siempre se hacían regalos. Nunca entendí por qué querrían esas baratijas en vez de la comida.

El Zyrath se rascó la cabeza y siguió saltando en dirección al castillo, Isis rio para seguirlo por detrás al trote.

Cuando llegamos a las puertas dobles de roble oscuro se podía ver mucho más el deterioro de los años. La madera estaba comida, había partes que faltaban por debajo, el viento se escurría en esas rendijas. Apoyé mis manos y empujé para abrir el gran par de puertas, las extendí de lado a lado para que el dragón pudiera entrar detrás nuestro y escuché a Isis exclamar. Ella estaba con la mirada en el amplio salón que se nos presentaba. El suelo de mármol estaba resquebrajado, la hierba crecía entremedio, lo blanco e impoluto se cubría por una gran masa de tierra y suciedad que no permitía apreciar los baldosones. Las columnas alineadas a cada lado del camino estaban lastimadas, algunas totalmente partidas. Los signos de la guerra se veían en cada tramo, en las escaleras centrales con el vacío de las barandas, el ventanal que cerraba el descanso donde la escalera se bifurcaba estaba dañado, ya no se podía apreciar los colores o las formas que los vidrios habían adoptado. El techo era lo más intacto de todo, pero aún así parecía estar siendo sostenido por los pocos muros que quedan impolutos, y eso lo hacía peligroso.

—Debió ser hermoso —susurró impresionada Isis.

—Isis —la llamé—, las habitaciones tienen cofres con ropa. Nadie a tocado nada en años, solo Aruna y yo veníamos aquí cada tanto.

Ella sonrió de oreja a oreja y me miró con la pregunta latente en sus ojos, rogando para que dejara que vaya a explorar. Le asentí, pegó un suave grito de emoción y rápidamente corrió escaleras arriba lista para desentrañar cada uno de los secretos que este castillo ocultaba. Miré al Zyrath y con un movimiento de cabeza el ya sabía que debía de seguirla, se colgó por las columnas y las pocas barandas que quedaban en pie hasta llegar al primer piso para seguirla.

El rocacraneo se desplomó dejando su cuerpo cubriendo la gran parte del salón, le pedí que esperara allí mientras yo buscaba algo que darle. Debía irme hacia la parte este del castillo para llegar a las habitaciones y salas comunes dirigidas exclusivamente a mi clan. Estaba seguro de que si algo quedaba, entre tanta ruina, tenía que ser allí.

Recorrí la extensión de pasillos sin mucho qué ver, todo estaba igual a como lo recordaba o mucho más roído y sucio. Hasta que un sonido extraño me frenó de seguir andando, observé sobre mi hombro en busca de los pasos que habían hecho crujir algo, mas no había nada. Tenía que ser el viento moviendo alguna cosa, siempre ocurría en sitios como este. Seguí a paso firme hasta la intersección de un pasillo y fue ahí cuando, por el rabillo de mi ojo, vi una sombra correr a mi izquierda. Al voltear a ver no había nada, pero ahora estaba más que seguro que no estábamos solos.

El pasillo se extendía con ventanales a un lado dando a lucir un extenso patio interior, los vidrios de colores estaban partidos pero pude vislumbrar la figura de un dragón que solía escupir llamas. Las partes faltantes estaban repartidas por el suelo, partidas en pedazos desiguales. Caminé con cautela de no pisar con tanta fuerza para que no se me escuchara, puede que haya sido un ruido como este el que anterior había escuchado. Cuando llegué al final los susurros comenzaron.

—Kalu...

A mi derecha, donde la puerta de madera estaba desencajada y entreabierta, se extendía un pequeño salón de estar. Me escabullí por la puerta, en busca de esa voz susurrante. Había sillones, estanterías con libros desordenados y tirados, una mesa a un extremo con sillas a su alrededor y una ventana donde un pájaro se posaba.

—¿Quién eres? —demandé saber.

El cuervo graznó estrepitosamente mientras batía sus alas y se alzó en vuelo al exterior. Ahora estaba seguro de que esos pájaros significaban algo, nos habían seguido todo el camino hasta aquí y había visto a uno de ellos salir del cuerpo del oráculo. Nada bueno podía venir de ello.

—Ha pasado tiempo —la voz femenina resonó en la habitación, mucho más fuerte y presente que la vez anterior. Me di la vuelta para encontrarla parada en la puerta por donde había entrado—. Veo cuánto has sufrido todo este último tiempo.

La mujer estaba ataviada en un vestido negro, de hombreras emplumadas, cuello alto y falda de encaje que arrastraba. Las mangas largas eran traslúcidas y se pegaban a sus brazos hasta cubrir, casi por completo, sus manos. El cabello negro estaba pintado, por alguna especie de pintura blanca la parte superior, el maquillaje descendía por su rostro hasta formar alguna especie de pico en su nariz. Los ojos oscuros, delineados, su boca negra acompañando. Me hizo recordar la cara del esqueleto de un ave, de un cuervo.

—¿Quién eres? —repetí.

—Seré quien tu quieras que sea —me respondió con una sonrisa ladina—, seré lo que necesites.

Ella caminó unos pasos hacia dentro de la habitación. Me obligué a mí mismo a no retroceder, no debía mostrarle miedo.

—¿Los cuervos te pertenecen? —cambié la pregunta.

—Me pertenecen tan poco como los dragones le pertenecen a los draconianos.

Esa comparación me daba a entender que había cierto vínculo entre ellos, no le pertenecían, pero eso no significaba que no le obedezcan.

—¿Tú mataste al oráculo?

El silencio en la habitación perduró mientras ella se acercaba hacia mí, sus ojos me miraban fijamente y sentí mi cuerpo tensarse al instante. Con mis nuevas habilidades y todo, me sentía extrañamente en desventaja con la mujer que tenía delante.

—Eres un hombre inteligente príncipe. —Ella sonrió y ladeó su cabeza mientras extendía sus manos para tomar mi rostro y sentir mi piel escamada—. No podía permitir que te matara, no cuando tienes tanto potencial. La vida que le otorgué ya no me fue necesaria.

Antes de que siquiera pudiera pensar en sus palabras o simplemente soltar algún comentario o pregunta ella susurró unas pocas palabras que desviaron toda mi atención.

—¿Quieres volver a ver a Aruna?

Nadie como ella daba nada sin obtener algo a cambio. Qué es lo que quería no lo sabía, el precio ciertamente debía ser enorme.

—Sé dónde dirigirme, la encontraré yo mismo.

Tras decir eso me alejé dos pasos rompiendo el contacto de sus manos con mi rostro y caminé hacia la salida dándole la espalda. No tenía tiempo ni ganas para aguantar esto.

—¿No crees que será tarde para ese entonces? —me preguntó, frené al instante.

Cerré mis ojos y suspiré frustrado. Debía de pensar con inteligencia, no podía prestarle atención ni ceder ante lo que ella quisiera. No cuando había dicho que ella misma le había dado vida al oráculo. Tenía que ser una mujer poderosa, alguien que utilizaba la magia negra con facilidad. No sería tan estúpido como para imponerme ante alguien así, era mejor alejarme.

—Ella está viva, veo blanco a su alrededor y escucho el aleteo de un dragón —me susurró.

En algún momento se había acercado lo suficiente para estar a mi espalda, me di la vuelta al instante.

—¿Un dragón? —Si Aruna lo había conseguido, entonces yo no tendría que preocuparme mucho. Ella volvería a casa montada en su frizo—. ¿Está a salvo?

La mujer sonrió de lado y alzó una de sus blancas y pintadas cejas.

—Lo está —afirmó—. Puedo demostrártelo.

Ella alzó uno de sus brazos para señalarme en una punta de ese salón un espejo de pared del que solo se mantenía la mitad en pie. Caminó hacia él tomando uno de los pedazos más grandes en el suelo y se acercó a mí, susurrando palabras incomprensibles. Me extendió el pedazo y cuando lo tomé espere a ver mi reflejo, más mi rostro se ensombreció y disipó dejando ver un cielo blanco, copos cruzando cada tanto y un blanco dragón aleteando y surcando entre el viento y las nubes. En sus patas había un bulto, un cuerpo que aferraba con sus garras mientras iba descendiendo. Reconocía la mata de cabello rojo y desordenado que había dejado de ser una trenza para revolotear en el viento. Aruna estaba inconsciente.

—¿Qué le pasó? —pregunté preocupado cuando lo único que pude ver fue mi reflejo nuevamente—. ¿Dónde está?

—En territorio sirenio, acaba de encontrar al dragón. Estará bien.

—No se vio muy prometedor —rebatí.

La risa de la mujer me dio escalofríos.

—El dragón no le hará daño, solo quiere algo de ella. En cuanto termine estoy segura de que seguirá su camino hasta la muralla y volverá a casa.

Volví mi vista hacia el espejo en mis manos, deseando poder verla solo un segundo más, pero no había caso. Observé a la mujer cuestionándome si creerle o no, ¿acaso ella podría fabricar una imagen de esa manera? Era una buena pregunta.

—Sigues sin confiar en mí.

—¿Quién eres? —demandé arrojando el espejo al suelo.

—Soy quien puede llevarte a la salvación Kalu Areu —una de sus manos recorrió mi mejilla hasta dar con un mechón de cabello anaranjado—, pero solo si me escuchas.

—Dime quién eres —repetí cansinamente, entonando letra por letra y mirando sus ojos negros fijamente.

—Me han nombrado de muchas formas —habló dando cuota de misterio—, pero puedes llamarme Mørk.


¿Quién será Mørk? ¿Qué querrá de Kalu relamente? Cuidado ahí que la cosa se pone tensa... Además ¿qué es lo que le pasó a Aruni? Uffff, demasiadas preguntas... ya lo verán en el próximo capítulo.

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¡Espero lo hayan disfrutado!

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