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[15] ARUNA

A medida que el sol iba cayendo, la desconfianza por el sirenio iba creciendo. Paso a paso la oscuridad volvía a absorbernos y, por más que el frío también se haga cada vez más presente, al menos no había señales de tormentas esta noche. Solo un cielo despejado el cual iba sacando a relucir las estrellas blancas y brillantes.

Pero entonces, cuando estábamos bastante cerca de la ladera montañosa y el terreno se iba elevando, mostrándonos la cara de una montaña de puntas nevadas, volvimos a ver luces como la vez anterior. Era fuego de una aldea y, como nuestra visión estaba libre de nieve y ventiscas, ahora podíamos verla claramente.

Ambos nos frenamos, uno al lado del otro. Sentí su mirada escrutadora a mi izquierda, no pude evitar devolvérsela. Traté de no demostrar ninguna expresión, él parecía estar esforzándose para no hacerlo también. Pero yo llevaba años de ventaja de prácticas con padre, sus ojos demostraban ese brillo temeroso mientras que los míos verdaderamente no demostraban nada. Estaba segura. Ahora ¿temerosos de mí o de algo más? No lo sabía. Podría ser como él había dicho antes, temeroso de que yo hiciera arder un asentamiento entero.

Algo que él no entendía era que no mataba por deporte. No me deleitaba en la simple idea de matar a las personas como todo el mundo parecía pensar, claro que no. No era un monstruo después de todo. Pero sí que disfrutaba una batalla y sí estaba preparada para quitar una vida de ser necesario.

Todo aquel que había muerto por mi espada, lo había merecido de alguna manera u otra. Sea porque intentó matarme o porque intentó matar a alguien más.

Volvimos nuestra mirada al frente en silencio. Ambos permanecíamos callados, ante la expectativa de lo que el otro diría. Suspiré.

— Lo rodearemos — Le concedí.

Narayan pareció suspirar de alivio, asintió para dejarme ver que estaba de acuerdo.

No nos desviamos muchos pasos, no teníamos tiempo para largarnos por otro camino y hacer que se nos viniera la noche con más rapidez. No. Nos mantuvimos distantes y observando que nadie se fijara en nosotros a lo lejos, cuando comenzamos a escalar cuesta arriba yo iba mirando de reojo el asentamiento.

Era un círculo de chozas precarias e iglúes, nunca había visto en mi vida estructuras de hielo como viviendas. Sí había leído sobre ellas. Había algunas fogatas desperdigadas por allí, algunos de los habitantes estaban rodeándolas y calentando comida y jarras. Era la hora de la cena, mi estómago gruñó al sentir el olor a carne asada.

Me enfoqué en seguir hacia adelante o eso intenté cuando mi vista captó una imagen terrorífica de refilón. Me quedé estática sin poder siquiera mirar a mi costado, no quería hacerlo. Estaba rezando al mismo Draco que lo que sea que me pareció ver fuera producto de mi imaginación por la falta de comida.

Mi barbilla tembló y escuché a mi corazón latir en mis oídos rompiendo la suave calma que había logrado conseguir.

— ¿Qué ocurre? — Susurró Narayan desde más arriba, se había dado la vuelta encontrando que yo no seguía sus pasos — ¿Aruna?

Entonces, no tuve más opción que voltearme a ver. Mis ojos surcaron la pequeña comunidad con suelo nevado y blanco hasta que, más allá, encontré la figura que tanto tenía miedo de encontrar.

De mi boca salió un lamento doloroso, caí de rodillas. Las ganas de llorar se apoderaron de mí y no encontraba palabras para lo que estaba presenciando.

Sabía que el sirenio se estaba preocupando, curioso de mi actitud, y me estaba hablando. Pero no podía prestarle atención, no a él.

Sogas se clavaban en estacas en el suelo de nieve, ajustando patas y cuerpo de un gigantesco animal blanco. Era una figura que en el cielo hubiera dado terror a los simples mortales, pero de la cual se maravillarían los draconianos. Las escamas blancas estaban arrancadas en su gran mayoría, exponiendo la piel cruda y la sangre seca. La nieve estaba manchada de rojo a su alrededor.

Fui subiendo más por su cuerpo, mi vista se posó a donde debería haber alas. No las había. Habían sido cortadas y solo se veía el hueso y carne signo de lo que ya no estaba.

Tuve que esforzarme a que mi garganta no expulse el poco contenido de mi estómago.

Su cuello largo, con un pequeño rastro de escamas aún, estaba tendido en el suelo y ajustado en sogas también. Su cabeza quieta, ojos blancos y sin vida miraban un punto fijo sin realmente ver.

Observé nuevamente el asentamiento, dándome cuenta de las herramientas que había alrededor. Los cuchillos afilados y esas bolsas apiladas, supuse llenas de escamas de dragón. Me di cuenta de la particularidad de las personas sentadas alrededor del fuego, eran todos hombres de diferentes edades y estaban ataviados en armaduras.

Este no era un simple asentamiento, ellos estaban preparados para esto. Estaban cazando dragones.

Sentí la furia crecer a lo largo de mi cuerpo, mis venas calentándose y el aire frío desapareciendo. No dejé que ni una de las lágrimas recorriera mi mejilla, me mantuve estoica, apretando mis dientes con fuerza.

Me paré lentamente, mis manos hechas puños. Podía sentir el dolor de mis uñas al lastimar la piel de mis palmas por la presión. Eso me mantenía estabilizada, debía concentrarme para no perder el control.

— ¿Aruna? — La voz de Narayan me llegó, algo temblorosa.

Lo miré sin importarme el dolor y la furia que pudiera ver en mi rostro. Quería que él lo supiera, que sepa que nadie podría frenarme de no vengarme por esto.

Narayan lo vio venir, lo supe por esos hombros caídos y el paso que dio para retroceder.

— No hagas ninguna tontería.

— ¿Tontería dices? — Señalé al dragón frizo muerto en la distancia — ¿Acaso eso es una tontería? ¡Mataron a un dragón! ¡Le torturaron sirenio! No me quedaré de brazos cruzados sin que obtengan lo que merecen.

— Tal vez fue en defensa propia — Trató de convencerme.

— Los dragones no atacan a menos que los ataques primero o invadas su territorio — Espeté indignada — Son criaturas nobles, inteligentes e inocentes. No se mueven por instinto como todas las demás criaturas, son astutos. Los draconianos hemos convivido con ellos desde generaciones, cuando te ganas la lealtad de un dragón estos estarían dispuestos hasta a morir por ti.

No hubo respuesta alguna esta vez, él pasó su vista de mis ojos al asentamiento. Estaba segura de que lamentaba la muerte de la criatura, pero no comprendía en su totalidad la fatalidad que acababan de cometer. Él nunca había conocido a un dragón antes y, si lo había hecho, jamás se detuvo a entablar un vínculo. O había atacado o había retrocedido y escapado.

Me di la vuelta y comencé mi camino en dirección al asentamiento. La mano de Narayan me detuvo, tomándome del hombro.

— No puedes hacer esto, Aruna — Dijo adelantándose y poniéndose frente a mí — Tú no eres esto, podrías ser alguien mejor.

— No lo entiendes — Simplemente susurré.

— Tú eres la que no entiende. He visto quién realmente eras en ítatu, cómo salvaste a ese hombre de un destino injusto. Sé la persona en la que te podrías convertir.

Cerré mis ojos y sacudí mi cabeza por sus palabras confusas ¿De qué me estaba hablando? Lo frené con una mano en alto.

— Basta Narayan, no estoy para tus inútiles discursitos.

Intenté caminar, pero volvió a impedírmelo.

— No eres una asesina a sangre fría, podrías mejorar este mundo empezando ahora. Podrías convertirte en alguien que...

— ¿Qué me estás tratando de decir? — Le corté — Sé claro.

— No volverían a matar dragones — Dijo, señalando al frizo muerto — Podríamos cortar con esto de raíz, si detuviéramos la guerra. Piénsalo. Eres la princesa de un clan, podrías cambiar el rumbo de las cosas si tan solo te detuvieras a pensar cuánto poder hay en ti. Lo que podrías hacer si les devolvieran las tierras a los antiguos clanes.

Mi boca se fue abriendo más y más con cada una de sus palabras ¿Esto era lo que trataba de hacer? No era matarme, ni secuestrarme. Era poner palabras, pensamientos, en mi cabeza para que Draco cediera ante los clanes nuevamente.

Oh no, claro que no.

Hubiera comprendido si quisiera matarme, después de todo Siren y Draco eran enemigos. Pero sus intenciones eran mucho más profundas y traicioneras.

A veces, las palabras pueden ser más mortíferas que cualquier arma.

— ¿Qué tratas de hacer sirenio? — Pregunté cautelosa y en voz baja.

Él me estudió unos segundos cuando notó mi cambio sombrío, ya no estaba confundida ni furiosa. Ahora todo lo que podía sentir era indignación, el sonido de mi voz gritaba peligro puro.

— Podrías detener la guerra — Me explicó, ahora más lentamente y con cautela — Devolverías la paz a los cuatro clanes. A toda Nyssa.

Ni siquiera pude reírme de sus palabras. Cerré mis ojos implorando paciencia, pero no pude hacerlo. Simplemente la sangre en mis venas corría muy deprisa y no estaba para estos jueguitos, estaba al borde de dejar el oeste de la isla sin nieve de la gran explosión de fuego debido a mi adrenalina.

Abrí mis ojos, el brillo de decisión se podría ver a kilómetros, lo supe porque Narayan frunció sus cejas abatido por la discusión perdida. Mi mano derecha hecha un puño retrocedió y en un abrir y cerrar de ojos golpeó contra el rostro del sirenio.

Este retrocedió varios pasos, se tomó la quijada con una de sus manos y volvió a mirarme. Le había dolido. Lo disfruté.

— Jamás vuelvas a mencionar tales palabras — Hablé claro y despacio, con tono serio — Lo que me pides es la traición al imperio y a mis ideales. Jamás ocurrirá.

No volvió a decirme nada, tampoco esperé que lo hiciera. Caminé hacia la aldea con paso decidido y dejando al sirenio atrás.

Era la hora de acabar con todos ellos.

Sería certera, rápida y mordaz. No había tiempo para jueguitos y no disfrutaría de hacer esto. Pero no me dejaban otra opción, de verdad que no. Si no aprendían por las buenas con lo ocurrido en la guerra, lo aprenderían por las malas. Por mi propia espada.

Me acerqué lentamente hacia la aldea, la ladera de la montaña les servía para tener un puesto de vigilancia con dos hombres un poco más arriba de donde vivían. Yo tenía la ventaja al haber subido unos cuantos metros ya. Bajé tratando de que la nieve no me hiciera resbalar y no quise ni mirar hacia atrás, no podría ver lo que el rostro de Narayan podría llegar a hacerme sentir.

Tenía que ahogar todos mis pensamientos, todas sus palabras que se unían en un gran embrollo y comenzaban a hacerme dudar. No había lugar a dudas para lo que tenía que hacer.

Ellos habían matado a un animal inocente, entonces pagarían con sus vidas. Era tan simple y justo como eso.

Llegué precisamente a la espalda de los hombres. Tomé mis pequeños cuchillos con mis manos y pisando firme me impulsé para saltar sobre ellos y hundir el filo en sus nucas. Instantáneamente muertos.

Los cuerpos cayeron a cada lado y miré sobre una improvisada pila de cascotes de hielo que los cubría como muralla hacia la aldea. Nadie se había percatado de mi presencia.

A la derecha de mis pies se encontraba un carcaj con flechas y un arco de madera tallada. Los tomé a ambos deteniendo mis manos sobre el arma con su cuerda, probando su flexibilidad un segundo y recordando fugazmente lo habilidosa que era mamá disparando.

Tomé una flecha, la puse en su lugar y soplé la punta. El extremo picudo se prendió en llamas. Apunté en la distancia, no era tan buena como lo fue mi madre, pero haber sido su hija me permitía tener buen ojo. Tensé la cuerda, medí el viento y la distancia un momento y retuve mi respiración. Solté la flecha y esta viajó para perderse en la noche hasta que dio con el objetivo.

Una de las chozas de madera comenzó a incendiarse desde el techo, eso dio la distracción suficiente que necesitaba para plantarme en la aldea sin ser atacada de a tantas personas.

Salté la pequeña montaña de hielo y caí deslizándome por la nieve, llegando y desandando todo el recorrido que había hecho cuesta arriba.

Los gritos y el movimiento me recibieron, caminé sacándome la nieve que tenía en mis pantalones y tirando de lado el carcaj y el arco puesto que ya no lo necesitaría.

Uno de los hombres frenó su corrida para quedarse viéndome, retrocedió unos pasos al distinguirme y gritó al resto de los muchachos. Deslicé mis espadas fuera de sus vainas ya sintiendo la tan conocida adrenalina invadirme haciendo que mi sangre se caliente y corra más rápido. El hombre que había advertido a los demás tomó una de las lanzas que se encontraban tiradas en un montón y trató de atacarme, falló.

Un rápido giro y su cuerpo caía detrás de mí, la sangre tiñendo la nieve.

Entonces más y más de ellos parecieron darse cuenta de la situación realmente y los gritos comenzaron, me acerqué más donde la luz del fuego podía iluminarnos con intensidad y quedé pasmada ante lo que mis ojos veían.

Todos los hombres que había en esta aldea, que vestían de cuero y pelajes blancos, con mallas y armaduras, todos ellos tenían claras distinciones. No eran morenos como los terranos, tampoco tenían ese rubio característico de los caelios. Todos ellos gozaban de una piel blanquecina y limpia, una melena tan oscura como la noche y ojos claros del tono del agua.

Todos ellos eran sirenios.

En esos momentos, donde solo logré quedarme tan tiesa como ellos, mi mente me jugó una mala pasada. Me encontré escuchando cada una de las palabras de Narayan, analizando cada una de sus expresiones y comentarios, inclusive sus silencios.

¿Acaso él sabía que los sirenios no estaban extintos? ¿Me había conducido a una trampa? ¡Me había entregado!

Si fuera esa la respuesta, entonces ¿por qué quería alejarme de las aldeas? O lo que era más importante aún ¿por qué salvarme en vez de dejarme morir?

Mi mente arrastró los pensamientos a un lado cuando varias lanzas vinieron a mi busca. La pequeña ventaja que les había dado, sin querer, no la supieron aprovechar. Uno a uno fueron cayendo al ser atravesados por mis espadas.

Observé por el rabillo de mi ojo como muchos comenzaban a correr para escaparse, no, yo no podía permitirles eso. No cuando tenían una pena que cumplir.

Guardé mis espadas para utilizar mis manos, el fuego crepitó desde adentro de mi ser con la ayuda de la furia. Quemé y rosticé cuerpos que se atrevían a enfrentarme. Una lanza se deslizó tan cerca que sentí su cuchilla rozar mi piel en mi mejilla hasta abrirla y hacerme sangrar.

Tomé el mango de la lanza con rabia, pateé al hombre y clavé su propia arma en su estómago. Una figura vino corriendo hacia mí en la distancia, no fue de gran ayuda cuando lancé el arma y la punta filosa quedó clavada en su pecho.

Los ojos de los sirenios a mi alrededor fueron testigos del derramamiento de sangre de sus camaradas a medida que venían en mi contra. Desganada o no por el ambiente, el frío y la fatiga de estos días, mi terquedad podía ser mucho más mortífera.

Sus inútiles intentos por defenderse fueron cayendo junto con sus esperanzas de sobrevivir. Los cacé alimentando mi sed de venganza. No los miré a los ojos, no podía hacer eso, no cuando me recordaban tanto al sirenio que me acompañó en mi travesía hasta estas tierras.

A mi paso fueron quedando los cuerpos, la nieve manchada de rojo escarlata y el humo saliendo de la mayoría de ellos puesto que su carne había sido rostizada por mi fuego.

Me aferré con fuerza al mango de mis espadas, mantuve mi mirada fija en mis presas, mi mente clara y limpia en el objetivo y mis palabras repitiéndose como un mantra: esto es justicia.

Los copos de nieve comenzaron a caer algo tardíos en la noche, fundiéndose y desapareciendo al calor del humo. Contagiándose de ese color oscuro que teñía la nieve. Pestañeé varias veces seguidas para apartar un copo de mis pestañas recordando que los draconianos lindantes a las montañas sufríamos de la misma molestia por las cenizas volcánicas.

Caminé, paso a paso, sin apuro alguno mientras ellos corrían lejos de mí. Los únicos que se atravesaban en mi camino tenían la valerosa idea de aminorar mi marcha, hacer que sus compañeros logren huir de mi espada. Pero ellos no sabían que no dejaría a nadie marchar, no cuando todos tenían las manos manchadas por la muerte de ese dragón frizo.

— ¡Corran! ¡Corran! — Gritó uno de anchos hombros, una capa de piel cubriéndolos, mientras los demás escapaban del campamento.

Su espada no brillaba como nuestro acero, sino que el hielo alimentaba su brillo de manera peculiar. Que esté revestida con la magia de un descendiente solo alimentaba mi rabia.

Blandió su espada hacia mí, frené su golpe con una de mis hojas filosas y en un ágil movimiento quise clavar la otra en su abdomen. Fallé por milímetros, apenas rozó su ropa dado que él se hizo a un costado a tiempo. Volvió a arremeter deslizando el arma de forma horizontal, dispuesto a rebanar mi cuerpo a la mitad.

Caí de rodillas y estiré mi cuello para dejar mi cabeza fuera de su alcance. Sentí la espada rozar mi rostro, el viento provocado por esta chocar con mis mejillas. Una vez el peligro había pasado, deslicé mis piernas sobre la nieve hasta hacerlo caer.

El sirenio de hombros anchos se desplomó de espalda. Me arrodillé y apunté con mi espada, él se giró a tiempo para que la punta se hundiera en la nieve. Me levanté cansada de su jueguito y esta vez ataqué con ambas espadas.

— ¡Papá! — Escuché el grito desgarrador a la distancia.

Pero las hojas nunca llegaron a rebanar su carne, no. Una lanza frenó su camino. 

Narayan se interpuso.


*****

Me da igual lo que Narayan diga, aunque lo adoro, pero en esta estoy con mi Aruni. Nadie toca a los dragones y vive para contarlo.

¿Ustedes qué harían? ¿Prenderían fuego el asentamiento entero o seguirían los consejos del sirenio? ¡Los leo!

Multimedia: Encontré la foto por pinterest y dije ¡Es Aruna en este capítulo! (Estas cositas las suelo dejar todas en mi tablero especial para Crónicas, mi usuario es huilenfenzel ).

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