Prólogo
Cian, Jessica, Ágata y Auguste estaban huyendo del Reino de Nadie.
Sus piernas estaban adoloridas y las capuchas de las esclavinas en sus cabezas se sacudían por el intenso viento que azotaba contra sus rostros.
—¡Ya casi hemos llegado! —les instó Cian, presionando a los demás a que apresuraran la marcha. Su mano sostenía con firmeza la de Ágata, la más pequeña del grupo.
—¿De verdad? Parece que nunca llegaremos —replicó Jessica, tragando saliva y pasando una mano por su frente, que estaba empapada del sudor que le producía el agónico esfuerzo.
Era de noche; la luz de luna caía a sus pies, iluminando de forma fúnebre su alrededor. Los niños eran conscientes de que el tiempo escaseaba. Pronto, los árboles que los rodeaban e impedían una visión completa del panorama empezaron a inquietarlos.
—¡Allá está el portal! —exclamó de pronto Auguste, señalando con su índice hacia una pálida luz naranja que apenas si era perceptible a lo lejos.
Jessica miró sobre su hombro.
—Ya casi están aquí —comentó, nerviosa—, si no nos damos prisa, nos van a atrapar.
—Una vez que crucemos el portal me encargaré de que no nos encuentren —aseguró Auguste con firmeza.
—Menos charla y más movimiento —soltó Cian, un tanto frustrado.
Los niños se escabulleron entre los árboles, deteniéndose ante el origen de la luz anaranjada. El portal que cruzaba mundos era alto y su marco era de color plata, el cual contrastaba con la oscuridad en el ambiente. Era como estar de pie delante de un atractivo y surrealista espejo, y a decir verdad, poseía una gran belleza que no tenía sentido del todo.
—Esto es todo —dijo Cian, soltando un pesado suspiro—, a partir de ahora nos despedimos de la protección del Gobierno estadounidense. Estaremos por nuestra cuenta.
—Da igual siempre que encontremos a nuestros hermanos —murmuró Jessica.
Los cuatro niños se miraron entre sí, luego, asistieron con la cabeza. Se tomaron de las manos y dieron un paso al frente.
—¡Alto ahí, no den un paso más! —gritó una voz a sus espaldas, que resonó en sus oídos.
Pero ya era tarde. Los niños ya habían cruzado el portal y desaparecido del mapa en Marzaba.
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