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Capítulo 3. Al borde de la locura.

Morgana había sabido que algo iba a salir mal... ¡Era tan predecible que resultaba exasperante! Debió haberse negado cuando Den insistió en llevarlos en auto. Quién sabía ahora qué iba a ocurrir, porque su mala suerte estaba haciendo de las suyas de nuevo.

Y sabía que no quería tener que estar ahí para presenciar lo que esta vez tenía para ellos.

Apretó los labios y rechinó los dientes, tratando de ver algo a través de la ventana. Sin embargo, a pesar de las luces del auto, era bastante difícil poder distinguir algo del paisaje que había más allá, pues el cristal de la ventana estaba bastante sucio y Morgana no se atrevía a abrir la puerta.

Retrocedió de golpe cuando vio que una gran silueta oscura estaba acercándose hacia el auto desde lo lejos.

Chilló con fuerza cuando entonces, observó que la misma silueta grande caía con pesadez sobre el capó del auto, creando un estruendoso sonido y haciendo que el cristal del parabrisas se astillara.

—Quítate el cinturón y abre la puerta de tu lado —le instó Morgana a su hermano, que estaba paralizado con sus ojos ensanchados fijos en lo que fuera que hubiera caído en el cofre.

Dimitri finalmente le hizo caso, quitándose el cinturón de seguridad con temblor y dificultad. Abrió la puerta a su costado y, por fortuna, no tuvo problemas al hacerlo.

Él salió del auto, y Morgana se arrastró sobre los asientos para imitarlo. Una vez afuera, ella parpadeó con fuerza al percatarse de la criatura que había caído en el capó y que ahora se estaba levantando.

Era grande, tanto como un caballo parado, y era de color gris oscuro. Su anatomía no parecía tener sentido y se asemejaba a una figurilla de plastilina hecha por un niño de cinco años. La misteriosa criatura era deforme; sus piernas y brazos eran bastante simples y no parecían tener una proporción correcta. Su cabeza, por otro lado, era pequeña; y sus ojos eran dos canicas oscuras que apenas y se alcanzaban a distinguir desde ahí. No parecía tener boca, ni tampoco orejas u orificios nasales.

La piel de la criatura tenía pinta de ser espesa y pegajosa, aunque Morgana no tenía ganas de averiguar si realmente lo era.

Los ojos del ser, al principio confundidos, se percataron de la presencia de ella y Dimitri.

¿Qué era eso? Se preguntó Morgana, tan desconcertada como nunca lo había estado en su vida. Su respiración era entrecortada, y su estómago era un completo manojo de nervios y confusión.

La criatura empezó a caminar hacia ellos y, a pesar de lo que cualquiera pensaría al verle, esta se movía de forma rápida, sin demostrar tener problemas con la extraña proporción de su cuerpo.

Morgana abrió sus ojos a más no poder, y tomó el brazo de su hermano. Quería correr, sin embargo, estaba petrificada del miedo y, a juzgar por su inmovilidad, Dimitri también lo estaba.

Antes de que la inmensa criatura llegara hacia ellos, de pronto un disparo les sobresaltó, uno que fue directo hacia el pecho de la criatura y les puso los pelos de punta. Fue tan rápida que ni pudieron verlo ver, pero aun así tenían la certeza de lo que había pasado gracias al orificio que se creó en el centro de la superficie del pecho del monstruo.

Mas media fracción de segundo después, la bala fue absorbida por su piel, cerrando el orificio y sin hacerle ningún aparente daño.

Morgana volvió su mirada hacia el origen del disparo, y observó que ahí estaba Den, con una pistola en mano y su entrecejo fruncido.

La criatura pareció molestarse, y avanzó con mayor rapidez en su dirección con pasos patosos y tambaleantes.

—¡Corran! —les ordenó Den, disparando unas tres veces más.

Morgana decidió hacerle caso, obligándose a salir de su estado en shock y tomando a su hermano para dar media vuelta y empezar a correr por la calle.

Oyó otro par de disparos, pero no se atrevió a mirar hacia atrás.

Estaba asustada, realmente asustada. Solo quería que todo aquella pesadilla cesara.

Se detuvo al llegar a un callejón, e hizo que ella y Dimitri se metieran en él, ocultándose al lado de un gran contendedor de basura.

Su hermano jadeaba y parecía ser la personificación del desconcierto. Morgana supuso que no debía lucir muy diferente, y mordió su labio inferior con fuerza, pasando una mano por su alborotado cabello y tratando de calmar su agitada respiración.

—Todo va a estar bien —murmuró para sí misma—, seguro que esa cosa solo ha sido nuestra imaginación... Los demás ya debieron haber alertado a la policía. Todo va a estar bien.

Dimitri pestañeó con fuerza, mirándola con ojos abiertos como platos.

—¿Tú también viste esa cosa gris? —inquirió. Morgana arrugó la nariz al detectar en su tono de voz un aire de entusiasmo—, era gigantesca... ¡Se parecía a uno de esos monstruos que aparecen en la televisión!

Morgana le miró con dureza.

—¿Es que eso te ha parecido divertido? —le espetó, airada—, ni siquiera le afectaban las balas, esa cosa pudo habernos hecho daño.

Dimitri no contestó, pero tampoco dio señales de comprender la seriedad del asunto.

Morgana suspiró con exasperación, y se preguntó qué habría sido de Den. Lo más seguro es que él hubiera escapado también, ¿verdad? Quizá ahora la extraña criatura gris estaba dando vueltas... O tal vez los estaba buscando.

De cualquier forma, Morgana no quería salir del callejón para saberlo.

Súbitamente, un par de pasos se oyeron a lo lejos, y ella se tensó, colocando un brazo hacia el pecho de su hermano y obligándolo a retroceder hasta que sus espaldas chocaron contra la fría pared del callejón.

Gracias al contenedor de basura, Morgana no podía saber lo que se acercaba a ellos, y esperó que se tratara de Den.

Sin embargo, cuando un par de figuras por fin aparecieron ante ellos, supo que no se trataba de él.

Sino de unos niños.

Era un grupo de cuatro, y los niños lucían bastante pequeños. Sus ropas parecían ser una especie de uniforme, pues todos llevaban el mismo, siendo este un conjunto de un suéter gris, un pantalón del mismo color y unas capas marrones atadas a sus cuellos... Aunque su vestimenta era lo más irrelevante en la escena.

Los semblantes de los niños eran bastante serios. Los cuatro los observaban con profundo detenimiento, como un científico loco que admira su pieza maestra.

La niña más grande fijó su atención en Morgana, escudriñándola con sus ojos, y luego pasó su vista hacia Dimitri. Su seriedad se esfumó por unos instantes.

—¿Nos recuerdas? —preguntó ella, alzando ambas cejas.

Dimitri la miró, estupefacto.

—Son los niños del restaurante —contestó, aunque pareció haberlo dicho más como un pensamiento para sí mismo.

Morgana frunció el ceño.

—¿A qué te refieres? —cuestionó ella, sin entender.

La niña que había hablado antes sonrió un poco.

—Nos encontramos con él en el restaurante en el que trabajan —comentó, y luego dudó por unos momentos, echando un rápido vistazo hacia su izquierda para después agregar—: Les explicaremos todo con calma cuando estemos seguros, mientras tanto tenemos que huir.

—¿Huir? —repitió Morgana, arrugando el entrecejo. El recuerdo de la horrible cosa gris punzó su mente—. Lo siento, no vamos a ningún lado hasta que llegue la policía.

Dimitri, por otro lado, parecía más dispuesto a aceptar ir con los niños.

—¿Ustedes saben lo qué era ese monstruo? —inquirió.

El rostro de la niña se iluminó.

—De hecho, sí lo sabemos —respondió, como si se sintiera orgullosa de conocer ese dato—, pero como dije antes, no tenemos tiempo, así que debemos irnos antes de que sea tarde.

—Y como yo dije —reiteró Morgana, molestia—, no iremos a ningún sitio con ustedes. Son niños, y de seguro sus padres han de estar preocupados buscándolos.

La niña hizo como si no le hubiera oído.

—Yo soy Jessica —se presentó, y luego señaló al niño pelirrojo y de ojos aceituna a su costado—, él es Cian —Apuntó hacia el otro niño, que tenía cabello oscuro y ojos azules—, él es Auguste, y ella Ágata —agregó, poniendo su mano sobre la cabeza de una pequeña niña rubia a su otro lado.

—Yo soy Dimitri —se presentó su hermano a cambio—, y ella es Morgana —añadió, señalando a la chica, quien solo le miró con fastidio.

—Pues más les vale venir con nosotros, Dimitri y Morgana —dijo Cian, frunciendo el ceño—. Ese Granch no está aquí para jugar, y nosotros tampoco tenemos tiempo para quedarnos, o sino nos volverán a encontrar.

—Denme sus manos para que podamos irnos de aquí —pidió Auguste—, haré que volvamos al restaurante y ahí pensaremos qué hacer.

Lo había dicho tan naturalmente que resultaba absurdo: "Haré que volvamos al restaurante". ¿Es que acaso el niño era una especie de brujo o algo así? No, esperen, Morgana en realidad no quería saberlo.

Hizo amago de moverse para salir huyendo de ahí para evitar tener que enredarse con aquellos niños raros y lo que fuera en lo que estuvieran involucrados, pero antes de que pudiera hacerlo, Dimitri le tomó de la mano, y Ágata, que estaba más próxima a ella, le tomó de la otra con un gesto inocente.

Morgana frunció el ceño. Sin embargo, antes de que pudiera abrir la boca para reclamar algo, abruptamente, su alrededor se disolvió.

Era una extraña sensación, similar a la del vértigo, solo que más horrible y desagradable. Su entorno se alteró, moviéndose primero lento y después de forma tan rápida que le fue imposible descifrar lo que le rodeaba.

La sensación solo duró unos instantes; apenas unos segundos, pero bastó para que la bilis de su estómago subiera por su garganta, apenas si pudiendo contenerla en su boca.

Para cuando su alrededor volvió a tener estabilidad y sentido, Morgana se encontraba en el suelo, apoyada en sus cuatro extremidades, con sus brazos temblando y sus ojos fijos en el suelo... Se suponía que debía estar oscuro, ¿no? Entonces, ¿por qué había luz?

Abrió sus ojos de par en par, mirando a su alrededor en pánico.

Estaban en un baño público, de esos grandes y con varios cubículos. La luz del techo resultaba muy dolorosa de ver y su alrededor le parecía vagamente familiar.

—Oye, ¿a dónde nos has enviado? —preguntó la voz de Cian, aunque a Morgana le sonó bastante distante y lejana, como si estuviera bajo el agua.

—Estamos en el restaurante —replicó Auguste, y luego vaciló—, solo que en los baños.

¿Qué?

Morgana restregó sus ojos, sentándose en el frío piso y notando que Dimitri estaba en una posición similar a la suya con su rostro tan pálido como la cera.

Al mirar a su alrededor, supo que los niños tenían razón. Los baños realmente eran los mismos del restaurante Gold (no trabajaba todos los días ahí como para no saber reconocerlos), y saberlo, en lugar de tranquilizarla, solo la hizo entrar en pánico.

—¿Q-qué hicieron? —balbuceó ella, tropezando con sus propias palabras ante el desconcierto que sentía, poniéndose lentamente de pie y aferrándose a los lavabos a sus espaldas como punto de apoyo.

Su espalda se arqueó en un acto involuntario, y entonces vomitó sobre el suelo, sintiendo un profundo mareo invadirla.

—Oh, creo que debí advertirles acerca de eso —murmuró Auguste, arrepentido—. Lo siento, los efectos de mi habilidad son muy dolorosos si no estás acostumbrado...

Dimitri no vomitó como Morgana, sino que permaneció en el suelo, con su tez enfermizamente pálida.

—¿Cómo lo hicieron? —cuestionó él en un hilo de voz... Quizá porque no quería llamar la atención o porque no podía hablar más fuerte.

—No hay nadie más por aquí, así que estaremos seguros un rato —comentó Jessica sin responder a Dimitri y tras revisar la parte de abajo de los cubículos—. Les contaremos quiénes somos.

—Somos de GEASP —relató Cian, cruzándose de brazos con aire serio—, son las siglas para "Government Experiment: Army and Secret Protection", que significa que literalmente somos un experimento creado por el Gobierno estadounidense.

—Uh, ¿qué? —preguntó Morgana, parpadeando varias veces y preguntándose qué tan real era todo lo que estaba oyendo.

—Sé que suena bastante raro —dijo Auguste, pasando una mano por su cuello—, pero es muy real. No sabemos mucho del cómo o con qué fines, sin embargo, sí sabemos que nos criaron en instalaciones del Gobierno... En resumen, nos dieron superpoderes.

—Si lo dices así suena muy absurdo y tonto —se quejó Cian—, es más profundo que eso. El Gobierno no nos dio "superpoderes", sino que nos crio a base de un material poco usal en nuestro mundo, y este nos hizo desarrollar habilidades sobrehumanas que otras personas solo pueden soñar con tener.

—Es justo lo que yo dije.

—No se distraigan —les riñó Jessica, y se giró hacia Dimitri y Morgana para agregar—: Quizá se pregunten que tiene que ver todo eso con ustedes... Y la verdad es que es un cuento bastante largo, pero vale la pena oírlo.

—Esperen, ¿entonces realmente tienen poderes como en las películas? —preguntó Dimitri. Más que lucir incrédulo, se veía bastante ansioso.

Morgana no dijo nada, porque sabía que si lo hacía se pondría a llorar de desesperación por no entender nada, por lo que se limitó a mirar a Jessica en busca de una respuesta.

Para su desgracia, la niña asintió sin dudar.

—Así es —contestó ella—, pero no es como si solo las tuviéramos y eso fuera todo. Son bastante difíciles de manejar y suelen tener efectos secundarios bastante malos. Por ejemplo, lo que ha pasado justo ahora ha sido la habilidad de Auguste, que le permite alterar el espacio para atravesar sitios de un momento a otro... Los llamamos saltos espaciales, sin embargo, él no puede dar muchos ni tampoco recorrer una distancia muy larga, además de que no puede viajar a lugares que no conoce o recuerda.

—Yo puedo alterar mi apariencia física —comentó Cian con leve orgullo—, pero depende mucho de la criatura a la que imite del tiempo que disponga para mantener mi habilidad, y necesito saber sus medidas para poder imitarlo. Los llamo retratos idénticos, aunque aún no he aprendido a moldear mi voz para que concuerde con mi apariencia.

—Por otro lado —continuó diciendo Jessica—, yo tengo una visión muy aguda, y puedo ver una distancia desde kilómetros, aunque lo malo es que no puedo detenerla, así que a veces es difícil enfocarme en un sitio específico cuando hay una zona amplia, y no es útil en espacios cerrados como este. Y Ágata, a diferencia de nosotros, no tiene ninguna habilidad física... Ella, hum, bueno, no es necesario mencionar lo que puede hacer. —Se encogió de hombros, restándole importancia al asunto.

Morgana miró a los niños detenidamente, intentando encontrar un rastro de mentira en sus rostros... Pero no lo había. Ellos realmente estaban siendo sinceros.

Debía ser una locura.

—Eso es imposible —soltó ella, al borde del llanto, sus manos temblaban y se afianzaron al borde del lavamanos detrás suyo—, no existe nada de eso... ¡Es ridículo!

Cian le miró con una sonrisa, y entonces, de forma lenta, su rostro empezó a verse alterado, su rostro palideció, sus ojos cambiaron de color al igual que su cabello... Y su cara se transformó en una copia exacta a la de Morgana.

Ella quiso volver a vomitar al ver esto.

—¡Vaya! —exclamó Dimitri, sorprendido y anonadado—, eso es increíble... Aunque, ¿no había dicho que debías saber las medidas de alguien para transformarte en él?

Cian rio, volviendo su rostro a la normalidad. Eso había sido bastante escalofriante.

—Sí, pero las necesito para crear copias de su complexión y altura —respondió el niño con simpleza—, para un rostro solo necesito verlo.

—Vale, deja de jugar —murmuró Jessica, sacudiendo la cabeza, y miró a Morgana con una sonrisa suave colgando de sus labios—. ¿Ahora nos crees?

No. Morgana no les creía ni un ápice. No obstante, no era porque no pudiera atar cabos con la evidencia que tenía delante suyo, sino porque realmente no quería creerles por motivos de salud mental.

A diferencia de su hermano, que parecía estarse tomando el asunto bastante a la ligera.

—¿Y cómo es que sus poderes funcionan? —preguntó Dimitri con curiosidad—, quiero decir, ¿se los dio alguna persona o nacieron con ellos?

—No conocemos la historia completa —dijo Auguste—, pero sabemos que un científico ayudó al Gobierno a encontrar un material muy extraño aquí, al que ahora se le conoce como Didalnio. Ese mismo científico instó a los otros a realizar pruebas con el material, y llegaron a la conclusión de que era bastante especial, así que al hacer experimentos con animales se convencieron de que otorgaba habilidades muy geniales...

—Pero el problema era que los sujetos no sobrevivían más de unas semanas —continuó Cian, suspirando—, pronto, hicieron más pruebas con animales recién nacidos, y averiguaron que estos vivían más tiempo que los otros... Sin embargo, aún así no lograban desarrollar los poderes por completo y estos también los consumían hasta la muerte.

—El científico no se rindió —siguió relatando Jessica—, y entonces inició el experimento en una humana, más específicamente, su esposa. Le inyectó a su hijo no nato Didalnio sin decirle a ella y, cuando el bebé nació, descubrió que él tenía una fuerza extraordinaria. A partir de entonces criaron al niño en laboratorios, y dos años más tarde, repitieron el proceso en una científica embarazada, pues el otro niño no había dado señales de problemas y se había acoplado bastante bien a sus habilidades.

—Así nació GEASP —concluyó Auguste—, como una instalación del Gobierno que se dedicó a criar niños como nosotros como parte de un experimento.

—¿Entoces hay más? —preguntó Dimitri, sorprendido.

—No tantos como probablemente crees —respondió Cian—, el Gobierno no podía arriesgarse a tener muchos niños superiores a ellos que pudieran complicarles las cosas, así que nunca repitieron el experimento en un mismo año. Actualmente, solo hay diez de nosotros, aunque técnicamente solo fueron nueve partos, porque dos son gemelos.

—¿Y dónde están ellos? —inquirió Dimitri.

Jessica esbozó una mueca.

—Ese es el problema —dijo—, y esa es la historia a la que me refería.

Morgana sacudió la cabeza, decidiendo que ya había tenido suficiente de aquella historia.

—Esto es absurdo —masculló para sí misma, y miró a Dimitri con seriedad—, hay que irnos. No tiene caso quedarnos a oírlos.

Su hermano le miró, desconcertado.

—¿De qué hablas? —preguntó él—, ¿es que no viste lo que Auguste y Cian han podido hacer? ¡Fue asombroso!

—No me importa —espetó Morgana—, no nos vamos a involucrar con ellos...

Cian se rio entre dientes. Morgana le lanzó una mirada molesta.

—¿De qué te ríes? —soltó ella.

—Bueno, dices que no quieres involucrarte con nosotros —respondió Cian, arqueando las cejas—, pero me parece que ya es tarde para eso.

Sí, por eso Morgana no solía viajar en autos; siempre sucedía algo malo. Aunque, por obvias razones, esto se quedaba corto.

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