Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Los niños del relicto

«Esperad aquí. Volveremos a la noche», le había escuchado decir a su padre. Su madre, sin embargo, permaneció en silencio, con sus labios sellados por un peso invisible y sus ojos, incapaces de sostener la mirada de sus hijos, reflejaban una sombra mortuoria que parecía pegada a las paredes de su corazón. Arvóv rememoró el leve temblor de su garganta, como si hubiera querido pronunciar palabras que jamás se atrevieron a cruzar sus labios.

Y ahora sabía por qué.

—Nuestros padres volverán a la noche —insistió Saluvva, su hermana, dos años menor que él, con la fe ingenua pintada en su rostro infantil.

Mas ninguna palabra detuvo a Arvóv de cavar un refugio bajo un árbol muerto. El niño de tan solo 12 años, aprovechó una madriguera abandonada, escarbando solo con un palo, ahí, donde la tierra era menos dura y fría, hasta formar una suerte de guarida en la que pudieran guarecerse de la noche.

Cuando el amanecer derramó su lúmen pálido entre las ramas escarchadas, sin caminos visibles y sin guía alguna, Arvóv se adentró en la espesura, apenas un pequeño punto de vida en medio de la inmensidad, su mirada se perdió entre sombras y claros, buscando ramas secas y cualquier cosa que ardiera, mientras sus pies, arraigados al suelo frío, dudaban antes de avanzar hacia un destino que parecía incierto, atormentado por no poder ofrecerle a su hermana otra opción.

El bosque, inmenso y silencioso, parecía observarlo con la calma implacable de lo eterno, ajeno a su angustia. Cada paso resonaba como un susurro solitario sobre un lecho de hojas muertas, nieve y ramas desgarradas, sonido que poco a poco se perdía en la garganta del bosque.

El frío mordía sus dedos y sus botas habían sido atravesadas por la nieve cuando volvió a su refugio.

—Nuestros padres... —escuchó decir a Saluvva titubeante-. Volverán, ¿verdad?

Aunque el corazón de Arvóv ya albergaba su respuesta, no quiso romper la frágil esperanza de su hermana, cuya convicción era más cálida que cualquier llama que pudiera encender.

Arvóv calmó el hambre con bayas silvestres, pequeñas y agrias, pero suficientes para mantenerlos en pie.

—Cocinémoslas —sugirió Sáluvva con voz esperanzada, gustosa de atender a su hermano una vez encendido el fuego-. Madre dijo que así son más seguras para comer.

Los días se sucedieron sin nombre ni número, y el filo helado se volvió un acompañante constante. Sólo podían medir el tiempo por el hambre y los almuerzos. Sáluvva tuvo que comenzar a recoger palos y bayas para reemplazar a su hermano que había caído enfermo, presa del frío.

Uno de esos días, la pequeña Sáluvva se enfrentaba al bosque otra vez. Los árboles torcidos y grises la envolvían como sus pensamientos, enturbiecidos. Aquel día, tomó una dirección diferente, esperando encontrar bayas lejos de los lugares ya explorados. Pero cuando la oscuridad de la tarde comenzó a asomarse, vio algo que la detuvo en seco, un revoltijo de pensamientos tontos y desesperados. Sin pensarlo, sus pies comenzaron a moverse en dirección opuesta, como si el propio bosque la empujara de vuelta. Corrió, dando zancadas con rapidez, el sonido de su respiración entrecortada se perdía entre los susurros del viento.

—¡Hay un camino cerca! —exclamó con la voz temblorosa, aunque ella trató de no mostrarlo.

Quería creerlo tanto... Quería que Arvóv, aunque fuera por un momento, compartiera su buena noticia. Pero Arvóv no dijo nada. En su lugar, su rostro se endureció y su mirada se enturbió como el barro, clavándose en la oscuridad más allá del alcance de las llamas.

-No volverán -declaró con amargura, haciendo que su hermana se encogiera de hombros, como si esas palabras le dolieran más que cualquier filo. La tristeza en su voz estaba teñida de una rabia y desesperación que él no podía ocultar, ni siquiera en su tono más áspero.

Saluvva lo miró, con los ojos brillantes de miedo y desolación. Sus manos, que antes jugaban nerviosamente con una ramita, ahora se aferraban a ella con fuerza, como si con ello pudiera sostenerse en pie, como así pudiera sostener su fe.

-No... no puede ser -dijo, sus palabras saliendo a medias, como si le costara creerlas, como si aún esperara escuchar algo que la tranquilizara, que le diera una razón para seguir adelante. Su rostro, usualmente lleno de ternura, ahora reflejaba una vulnerabilidad que desgarraba el corazón del muchacho.

El fuego parpadeó y chisporroteó. Saluvva, demacrada pero firme, observaba las llamas con ojos brillantes de fe obstinada.

-Pero... nuestros padres volverán, tienen que volver. Nuestros padres volverán -dijo con voz suave, como quien recita una oración.

Arvóv la miró en silencio, dejando que el fuego hablara por él.

Aquella noche Saluvva lloró de desesperación, hasta que el agotamiento la envolvió en la piedad del sueño.

Al siguiente amanecer, la espesura volvió a recibirlos, inmenso y silencioso, parecía observar a Saluvva con la calma implacable de lo eterno, ajeno a su angustia. Cada paso resonaba como un susurro solitario sobre un lecho de hojas muertas, solo los árboles lo observaban. Sus ramas retorcidas se extendían como brazos petrificados, congelados en gestos de advertencia o lamento. La niña se movía con paso firme pero vacío, recogiendo palos sin articular palabra alguna. Sus acciones eran ahora su único lenguaje.

Mientras apartaban ramas y hojas caídas, el crujir del bosque fue interrumpido por un sonido distinto: un movimiento pesado y un resoplar profundo. Cuando alzó la vista, ya era demasiado tarde. Un alce la desafiaba a la distancia. La bestia emergió de entre la espesura dando violentas pisoteadas, su presencia era tan majestuosa como aterradora. Saluvva tropezó, presa del pánico, ahogando un grito en su garganta, cuando vio a la bestia cargar hacia ella con furia ciega.

Sin pensar en su propia seguridad, Arvóv inhaló hasta que sus pulmones parecieron querer estallar y soltó un grito desgarrador, un bramido nacido del miedo y la desesperación. Su garganta se rasgó con el esfuerzo, cada nota salía rota, desesperada, pero el sonido se extendió como un eco salvaje por el bosque. Sacudiendo ramas, perturbando al silencioso frío y concentrando la furia del alce sobre él. La criatura, finalmente, colocaba sus ojos en el frágil niño que osaba desafiar su ira.

Arvóv agitó los brazos, pateó el suelo, golpeó troncos cercanos con ramas sueltas, haciendo un estruendo caótico para ahogar el latido de su propio corazón. El alce con la cabeza abajo, cargó hacia él. En ese momento, el mundo pareció desmoronarse, como si cada árbol cediera bajo la gravedad de aquel instante mortal.

El grito de Arvóv se extinguió en su garganta, su voz, destrozada por el sacrificio, quedó atrapada en el aire. No importaba. Sus pensamientos no estaban en sí mismo, sino en Saluvva, que lograba levantarse entre las sombras, tambaleándose hacia la seguridad incierta de la espesura.

Arvóv, viendo su misión completada cerró los ojos y se dejó caer sobre el suelo. No le importaba, de todas formas, ya estaba muerto. Pudo sentir cada pisada resonando, como martillazos en su pecho. El aire le faltaba, pero se obligó a permanecer inmóvil, a sofocar incluso el temblor desesperado de sus músculos.

La bestia se detuvo justo ante él, resoplando con furia contenida. Sus pezuñas astillaban el terreno cercano a su rostro, esparciendo tierra en su cabello. El olor espeso del sudor animal mezclado con la hojarasca le llenó las fosas nasales, pero no osó moverse ni respirar con fuerza.

El alce bajó la cabeza, olfateando el aire con desconfianza. Sus enormes astas proyectaban sombras siniestras sobre el cuerpo frágil del pequeño. Arvóv sintió el calor de la bestia cerca, sus resoplidos húmedos rozando su piel helada. Los segundos se estiraron, tensos como el hilo de una cuerda a punto de romperse.

Finalmente, tras lo que pareció una eternidad, el alce bufó con desdén, como si hubiera decidido que aquella criatura insignificante no merecía más su atención. Sus pesados pasos se alejaron y pronto el bosque se llenó de nuevo con su indiferente quietud.

Solo cuando el sonido se desvaneció por completo, Arvóv se atrevió a abrir los ojos, su cuerpo estaba todavía pegado al suelo como si la tierra misma lo reclamara.

Con el corazón tamborileando en su pecho, Arvóv se levantó y buscó a su hermana en el campamento, mas el refugio yacía desierto.

Recordó el camino del que Saluvva hablaba y, guiado por las marcas de hojas aplastadas y ramas quebradas, avanzó con pasos tambaleantes a través de la espesura. Atravesó los últimos árboles y pronto, a los pies del bosque, pudo ver el sendero. Allí, Saluvva estaba de pie junto a un hombre de semblante apacible. Este vestía túnicas adornadas con un símbolo de tres puntas bordado en el pecho, su figura irradiaba una calma artificial que no lograba mitigar la desconfianza que les nacía en las entrañas.

—Venid —dijo el hombre con voz suave-. El Sendero de la Esperanza os ha guiado hasta mí. La madre os aguarda con pan y abrigo en su hogar, donde el fuego jamás se apaga.

Arvóv se quedó quieto frente a ellos, mirando a su hermana. Los ojos interrogantes de Saluvva buscaban respuestas que ninguno de los dos tenía. Él le devolvió la mirada, con sus cejas apenas fruncidas, como si quisiera expresar una advertencia que las palabras ya no podían portar.

La brisa levantó hojas a su alrededor, pero ninguno se movió. La idea de regresar al bosque revoloteó entre ellos, tan fugaz como el eco de una rama quebrándose. Los hombros de Arvóv tensaron el aire entre ellos hasta que, finalmente, las manos temblorosas de Sáluvva encontraron las suyas y juntos dieron el primer paso hacia lo desconocido, sellando con ese acto mudo el pacto de su supervivencia.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro