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Capítulo III

Polet corría desesperada tratando de no pisarse el largo vestido. Volteaba con nerviosismo para ver si Percival, el sirviente de Eloísa, estaba tras ella, pero no veía a nadie. Quizás fuera posible que no la haya visto. De todas formas, debía hacer lo que tenía que hacer, es era el deber de una nodriza real cuando llegaba el momento. Entró al cuarto de su nieta y por un momento sintió remordimiento de lo que estaba por hacer.

—Alina, Alina, ¡levántate!

—¡Abuela! —gimoteó la jovencita—, tengo sueño.

—Levántate. Debes ayudarme.

Y sin más, Polet arrastró fuera de la cama a una semi despierta Alina y tirando de ella, corrió por los pasillos silenciosos hasta llegar al ala sur. Alina nunca había ido a ese lado del castillo. Sorprendida, vio cómo su abuela pasaba detrás de un tapete polvoriento, encontrándose de pronto con un pasillo secreto de piedra húmeda que ascendía en espiral.

—¿A dónde vamos, abuela? —preguntó la chica con pasos vacilantes y el ceño fruncido.

—¿Te he contado cuál es la misión de una nodriza real? —preguntó Polet caminando delante de ella

—¡Muchas veces Ya me sé de memoria la noble misión de cuidar mocosos.

—¡Alina! Algún día tú también lo serás. Eres la última mujer de mi familia.

—¡Dios me libre! No me gusta cuidar niños —dijo la chica frunciendo sus labios, irritada.

— Es un deber que no puedes negar. No es solo cuidar niños —Polet llevó una mano a su pecho, estaba fatigada; hacía un rato el pasillo había terminado y ahora subían las empinadas escaleras de la torre sur—. Cuando el momento llega, es deber de la nodriza real proteger al futuro rey, o reina en mi caso, y para ello existe la torre de cristal.

Polet abrió una gruesa puerta de madera, dejando al descubierto una estancia redonda con paredes y techo de cristal. Desde allí podía verse el cielo estrellado como si estuvieran a la intemperie. En el centro de la estancia había una enorme vela blanca apagada y, a su lado, en una repisa también de cristal, una hermosa joya con un gran rubí engarzado en una base de metal reluciente. Alina abrió sus ojos castaños, maravillada.

—¿Qué es todo esto, abuela?

—Mi deber es proteger a la reina Meredith. Un peligro terrible la acecha a ella y a su hermano —A Polet se le humedecieron los ojos al recordar lo que su madre le dijo cuando el tiempo de asumir su deber de nodriza llegó. Acercándose al centro del salón, dijo—. Esta vela la protegerá y la guiará hasta el reino donde duermen los dragones, así ha sido desde tiempos inmemoriales y el momento de nuevo ha llegado. Si algo malo pasa, Alina debes prometerme que tú los cuidarás y los llevarás hasta la tierra de fuego, donde se encuentra el reino de los dragones. ¡Prométemelo!

—Abuela, yo no...

—¡Promételo, Alina!

Al ver la insistencia de su abuela, Alina no tuvo otra alternativa más que complacerla.

—¡Sí, lo prometo!, pero, ¿podrías explicarme por qué estás tan extraña y qué es esta habitación?

—No hay tiempo para eso, solo te diré que una magia ancestral reside aquí. Ten —dijo Polet, tomando la joya y entregándosela a su nieta—, este collar solo pueden portarlo los descendientes varones del rey de Nasir o el mismo rey. Cuando el peligro sea inminente, cuando creas que ya no hay salida, deberás dárselo a Gabriel. Es el último varón de la dinastía real.

—Abuela, pero él es solamente un niño. ¡Tiene apenas cinco años!

—Debes confiar en la magia que ha amparado desde siempre a Nasir. Cuando llegue el momento, la joya los protegerá.

—Pero abuela, ¿acaso ese no es tu deber? ¡¿Piensas irte y dejarme con los mocosos?!

—¡Alina...! —las lágrimas quebraron la voz de Polet— Jamás los abandonaré, pero debes estar preparada.

Entonces Polet tomó otra cadena mucho menos lujosa, de la cual pendía un talego de cuero, y se la colgó al cuello. Luego abrió la bolsita, sopló un polvo dorado que había dentro sobre la enorme vela del salón y al instante una poderosa luz resplandeció, cegándolas por un momento. Cuando Alina abrió los ojos, pensó que el sol estaba en la habitación de lo mucho que brillaba la llama del cirio.

—Esta luz los guiará hacia su destino.

—Abuela, ¿cuál destino? ¡Me estás asustando!

—Y debes estarlo. Ahora vamos, ya no hay tiempo, tenemos que proteger a la reina y al príncipe.

Polet y Alina dejaron la luz incandescente de la torre de cristal y comenzaron a bajar a prisa las escaleras de piedra hacia la habitación de Meredith. Al llegar, Polet sintió que el alma se le iba al piso, Eloísa estaba al lado de la cama donde dormían los niños. Con un báculo en la mano y la sonrisa más dulce en sus labios, miraba a Meredith mientras sigilosa sacaba de su vestido una daga de plata. 

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