OCHO: Manzana podrida
Un susto monumental.
Tal vez, si lograba matarlo de esa manera, no tendría que complicarse demasiado ni involucrar a nadie más.
Unas cuantas semanas después del percance con los carruajes y de aceptarle a Callum Watson varias salidas que iniciaban siempre con la compra de la carreta completa de frutas de Apple para que ningún otro cliente se le acercara, Erika comenzaba a aburrirse. Por fin entendía que el Serpens siguiera soltero a su edad: trataba a Olivia de York como si fuera uno más de sus hermanos, se enfurecía si alguien que considerara inferior le llevaba la contraria y era más interesante ver cortar el césped en el Palacio de Buckingham que tener una conversación con él.
Un día el Serpens decidió que ya confiaba lo suficiente en la rubia como para presentarle algunas de las personas con las que trabajaba en varios negocios. El primero fue su hermano Gideon, el Watson del medio. El que casi acaba con la vida de Archibald y estuvo a punto de impedir la existencia de su mejor amigo Wallace.
El hombre no parecía tener un comportamiento tan pedante y clasista como el de su hermano Simon, pero no lo hacía menos malvado y peligroso para los Aquilae, pues era un experto tirador y no escatimaba esfuerzos cuando sospechaba que había algún miembro de la Cofradía cerca. Decía que la policía era un ente completamente inútil para acabar con delincuentes, prefería ponerles una bala en el pecho, lanzar el cuerpo al agua y que el Támesis enredara los problemas en su corriente para finalmente llevárselos. Un río apestoso y demasiado turbio siempre era la salida fácil para deshacerse de un cadáver.
—Así que usted es la bella chica de las frutas que tiene a mi hermano embelesado... ¿en qué clase de hechizo lo ha envuelto?
—Señor Watson, solo soy una campesina irlandesa tratando de ganarse la vida en Gran Bretaña —respondió Erika—. Míreme, ¿tengo la apariencia de una hechicera?
—No estaría tan cerca de mí si lo fuera, señorita Daly —Gideon le guiñó el ojo—, puedo percibirlos hasta con los ojos cerrados.
"Claro que sí, maldito Serpens. Loki se está partiendo de risa en Jotunheim con ese poder tan desarrollado que usted dice tener", Erika soltó una risotada mental.
—¿Y si yo fuera un hada? Las hadas conocen hechizos y no le hacen daño a nadie.
—Las hadas hacen magia para cualquiera. Son prostitutas que se venden al que les dé cualquier cosa brillante a cambio de su poder. Eso debería estar reservado para los poderosos, no para cualquiera que se la encuentre.
De inmediato, Erika logró identificar una de las motivaciones de los Serpens, y no podía estar más en desacuerdo. La magia no debería estar expuesta al mundo si solo las personas con algún tipo de mando iban a ser los únicos en manejarla, los Aquilae preferían mantenerla en secreto a disposición de gente responsable que se encargara de cuidar a los demás desde las sombras para evitar un caos mundial.
—Asumiendo que la magia fuera real... —indicó Erika.
—Existe —respondió tajantemente Gideon—, está más cerca de lo que usted cree. Debería saberlo, viene de una tierra donde está a la vista de todos de una manera demasiado vulgar para mi gusto.
—Señor Watson —replicó la joven—, los ingleses tienen su sentido de lo místico muy alterado. No pueden ver a un pelirrojo con pecas en la cara y usando ropa verde porque creen de inmediato que es un duende. En Irlanda somos tan normales como ustedes y la magia solo está en los cuentos que le contamos a los niños para que se duerman rápido.
—Todo lo que le digo tiene algo de verdad, señorita —Erika detectó un poco de paranoia en la voz del Serpens—, yo lo sé y no podrá hacerme cambiar de opinión.
—No buscaba eso, señor... solo le hablo de lo que sé.
—Como si usted supiera sobre algo más que vender manzanas.
Erika respiró hondo de manera disimulada para aguantarse las ganas de estrangular a Gideon Watson por subestimar los saberes de la gente que no tenía una educación igual a la suya. Si de algo estaba segura, era de que muchos buenos profesores de la vida jamás habían pasado por una escuela, pero no se molestó en aclararlo porque sabía que el Serpens no lo entendería, solo se limitó a continuar en su papel de Apple y sonrió inocentemente.
—Tiene razón, señor Watson. ¿Qué de interesante va a saber una campesina extranjera que usted no sepa ya?
—Aunque no debería ser así, mi hermano tiene cierto interés en que aprenda cosas nuevas, supongo que esa es la razón por la que está dejando que usted lo acompañe a ciertos sitios, para que se junte con gente de mejor... ralea.
—Qué lindo... lo hace por mi bien.
—Por supuesto —replicó Watson mirándola de abajo hacia arriba reconociendo para sus adentros que a pesar de su origen, Apple era muy bella—, claro que sí.
Erika sabía muy bien por qué lo decía Watson, pues su hermano Simon había dado varias pistas de eso. Aquella era una familia no solo de Serpens sino de malas personas, y lo más complicado del asunto era que su influencia en la gente podía ser terrible si se lo proponían. Por eso los Aquilae trataban de aniquilarlos desde las sombras a toda costa.
Afortunadamente no hubo más conversación insulsa con Gideon Watson, pues fueron oportunamente interrumpidos por una persona conocida en ambos bandos que sabía cuidar su neutralidad muy bien sin perder su simpatía con la gente.
—Giddie... ¿haciendo nuevas amigas? —asintió el Serpens al oír la pregunta que le hacían.
—Digamos que sí... ¿me permite? —la mujer asintió y tendió la mano para permitir que Watson le besara el dorso—. Se ve preciosa el día de hoy.
—Gran cumplido viniendo de usted, señor Watson. Siempre con el gusto tan refinado.
—De eso no hay dudas, querida... déjeme presentarle a alguien —él señaló a Erika—: dudo que tenga algún título nobiliario, así que seré simple, ella es la señorita Apple Daly.
—En el campo no usamos eso de los títulos, señor Watson —respondió la rubia ofreciéndole la mano a la mujer que tenía frente a ella para que la estrechara—. Con nuestros nombres y apellidos basta.
—Señorita Daly... encantada. Mi nombre es Elizabeth Shatner.
"Qué gran obra de teatro empieza, poder compartir escenario con Erika va a ser muy divertido", pensó Elizabeth mientras disimulaba ser consciente de que detrás del rostro de aquella campesina irlandesa se ocultaba el de una de sus amigas más queridas, la mujer más educada, respetuosa y refinada que alguna vez conoció y una de las personas más valientes que pudiera existir.
Ambas hicieron la faramalla de estar apenas conociéndose para que los Serpens frente a ellas no sospecharan nada, y mucho menos sabiendo que Gideon Watson estaba tan cerca oyendo lo que hablaban. Erika se deshacía en cumplidos acerca de la forma en que los Watson la trataban añadiendo una sonrisa hipócrita, y Elizabeth la secundaba contándole sobre los buenos negocios que establecía con ellos. La conversación fluía con ligereza hasta que se unieron al grupo dos personas que a Erika se le hacían nefastas por varias razones, y no pudo evitar soltar un insulto en el idioma natal de Apple para liberar un poco de tensión sin delatarse. Elizabeth invirtió la suficiente hipocresía por ambas, pues también se le hacían un par de seres detestables.
—Liv, luces esplendorosa el día de hoy. ¿Ese vestido es nuevo? —Shatner elogió a Olivia de York con una sonrisa falsa.
—Sabes muy bien que sí, me lo trajiste de Francia hace poco —respondió la mujer antes de esbozar una sonrisa muy leve y hacer una mueca de desagrado al ver que Apple estaba al lado de Elizabeth—. Bella prenda que no todos pueden pagar.
—Señora York... es admirable que usted pueda comprar todo lo que quiere por su cuenta —Erika no mentía cuando lo decía porque también era una mujer independiente—, pero qué irónico es eso también... porque dudo que esas cosas materiales le puedan conceder eso que tanto anhela.
—Como si usted supiera lo que quiero, niñita miserable.
—El señor Gideon ya me dio a entender que era ignorante, no se moleste en seguir haciéndolo usted. En medio de mi presunta falta de educación soy feliz y eso me basta. ¿Usted es feliz con lo que tiene, Liv? ¿O necesita compensar su soledad con otras cosas?
Elizabeth rompió con la tensión entre el par de mujeres antes de que una ofendida Olivia de York se atreviera a atacar a Erika delante de todos, y rápidamente saludó al hombre que venía con la Serpens Consiliarius. La germánica, al verlo, pestañeó un par de veces antes de disimular su repulsión con otra sonrisa embustera.
"Lo que faltaba, el asqueroso de Dankworth se junta con Serpens. Ya entiendo la jugosa recompensa que quiere dar por Wallace y por mí, los Watson deben haberle dado la idea."
—Elizabeth... —dijo el hombre.
—Barnaby... —respondió ella. Él señaló a Erika.
—¿Quién es tu acompañante?
—Oh, perdona mis modales, ella es Apple —indicó Elizabeth—, una invitada especial de Callum Watson.
Erika se mantuvo en personaje a pesar del asco que Dankworth le causaba e hizo una tosca venia. Él no perdió oportunidad para mirarla lascivamente sin disfrazarlo.
—Señorita Apple... es un gusto enorme conocerla.
—Espero que para mí sea igual, señor Barnaby. —él hizo una mueca de desdén al oír su acento extranjero.
—Vaya, irlandesa... si no fuera tan de buen ver, habría retirado lo que dije.
—Yo sí puedo retirarlo, señor. Qué comentario tan desafortunado acaba de hacer.
—¿Se molesta fácilmente?
—¿No lo haría usted si viajara a mi país y yo hiciera esa cara cuando me diera cuenta de que es británico? —él negó con la cabeza.
—Puedo vivir con eso. Al final usted es otra de tantas mujeres que se atreve a opinar en lugar de quedarse en casa haciendo lo que una dama decente debería. Lo digo sin querer ofender, claro está.
—Por eso yo tampoco me inmuto. Al final usted también puede opinar lo que quiera sin importar que sea algo tan tonto y yo le daré la poca relevancia que merece.
Erika guiñó el ojo sabiendo que Dankworth no podía hacerle nada malo por estar bajo la protección de Callum Watson. Incluso sin tenerla, estaba segura de que no podía dañarla, pues sabía defenderse bastante bien de hombres como ese. Él se acercó a ella bastante molesto.
—Cuide su tono, manzana podrida.
—¿Qué va a pasar si no lo hago?
—Podría decirle a Callum que usted no debería estar con él, su lugar más apropiado está de vuelta en Irlanda... o en mi casa, lavando mi ropa, cocinando mi comida o jugueteando con mis tetillas en la noche mientras la penetro hasta el cansancio.
"Vaya, este hombre es mucho más detestable de lo que me imaginaba", dijo Erika para sus adentros, y aquel déjà vu le causó arcadas que ni siquiera se molestó en disimular.
—Usted parece tener una obsesión evidente con que toquen sus tetillas, ¿verdad? Debería tocárselas usted mismo en lugar de querer obligar a las mujeres a hacerlo. —dijo Erika antes de darse cuenta de que se estaba saliendo de personaje.
—Y usted debería cerrar su irlandesa y asquerosa boca antes de decime qué hacer —dijo Dankworth mientras se acercaba a la joven y le apuntaba disimuladamente con un cuchillo en la cintura—. Sepa que esas mujeres que no desearon dormir conmigo ahora están bajo tierra o se largaron de aquí.
Afortunadamente, Dankworth no era tan sagaz como para darse cuenta de que tiempo atrás había hablado de sus tetillas con otra persona, y tampoco era lo suficientemente inteligente como para detectar que, mientras conversaban, Erika logró hacerlo caminar justo hasta donde se encontraba Callum Watson, por lo que en el momento en que tuvo el cuchillo del hombre apuntándole al costado, todos los Serpens que estaban ahí se quedaron perplejos ante aquella escena. Ella, sin alterarse, sonrió.
—Barnaby, me fascina su amor propio. Si de verdad cree que solo porque me lo dice debo callar, pues se equivoca. No es mi culpa que no le guste lo que dicen las mujeres sobre usted, detesta oírlas hablar porque lo que tienen para decirle nunca es bueno.
—Malnacida...
—Un consejo, señor —ella lo interrumpió—: no deje que una mujer lo conduzca a situaciones comprometedoras. ¿Sabe cuántas personas lo están viendo mientras me apunta con ese cuchillo? Otra cosa, ¿sabe cuántas de esas mismas personas pueden ponerle una bala entre las cejas por orden del señor Callum Watson si me hace daño? Tal vez soy una campesina, pero no debe equivocarse conmigo teniendo tantos ojos sobre usted en este momento.
Callum Watson se acercó tratando de esconder su enojo, y de la misma manera que Dankworth sacó su cuchillo para apuntarle a Apple, él hizo lo mismo con una pistola y lo encañonó en la espalda.
—Tire el cuchillo, señor. —el hombre, antes de asustarse con la amenaza del Serpens, soltó una risa breve.
—¿Me apunta con una pistola por esta sirvienta?
—Veníamos con ánimos de cerrar un negocio, usted tomó la mala decisión de sacar un arma primero y apuntarla a mi invitada. No voy a decirlo de nuevo, tire el cuchillo o tendremos un problema.
—Señor Watson —Erika intervino—, déjelo. No es su culpa ser tan... enérgico, fueron sus padres por no saber cómo utilizar ese empuje.
—¿Qué dice de mi madre? —preguntó Dankworth indignado. La rubia alzó los hombros.
—Su madre... no le enseñó a respetar a las mujeres. Es lo que le digo. ¿Qué pensaría si alguien como usted le estuviera apuntando a ella con un arma como lo hace conmigo?
—Eso jamás va a suceder, irlandesa mugrienta.
—Parece muy seguro de eso —dijo Watson presionando más el cañón del arma contra la espalda de Dankworth—. Deténgase ya, señor.
El hombre bajó el cuchillo y lo guardó después de soltar un suspiro. Luego se volvió hacia Watson.
—De verdad que no debería valer la pena pelear por una mujercita de estas.
Dankworth esperó a que el Serpens guardara su pistola y sin pensarlo dos veces le dio un fuerte empujón, haciéndolo caer a la calle y obligando a un carruaje a detenerse abruptamente a escasos centímetros de la cabeza de Watson. Los demás Serpens de inmediato sacaron sus armas y le apuntaron al agresor, Olivia de York incluida. Ella levantó una mano para ordenarle a los demás hombres que esperaran antes de disparar.
—Dankworth, váyase. No habrá trato aquí después de esto. —dijo la Serpens Consiliarius mientras Apple ayudaba a Watson a levantarse.
—Van a arrepentirse de defender a esta extranjera. ¡Ya me recordarán!
—El asunto no es por esta mujer, se trata de Callum. ¡LÁRGUESE YA!
Antes de que él se fuera, Elizabeth se acercó al hombre fingiendo sorpresa de descubrir que sus amigos andaban armados y lo tomó del brazo.
—Ya está, Barn. No los fastidies más.
—¿En serio van a romper nuestro negocio por una mujer como esa? —Shatner negó con la cabeza.
—Todas estas personas protegen a los Watson y casi acabas con uno de ellos por accidente. Si me permites sugerirte algo... deberías dejar Londres por un tiempo y llevar a tu madre contigo. Digo, mientras ellos se olvidan de tu cara y tu nombre.
—¿Ellos olvidan?
—Si no lo escriben en el diario de Callum Watson, te desvaneces rápido de sus cabezas. Vete, yo me aseguraré de que no haya registros relacionados contigo, puedes estar tranquilo.
Confiando en Elizabeth, Dankworth obedeció y corrió en dirección opuesta de los hermanos. Ella se acercó al joven Serpens que custodiaba el diario de su señor y con disimulo se aseguró de que el nombre "Barnaby Dankworth" estuviera bien escrito, pues algo que no quería admitir públicamente era que detestaba hacer negocios con ese hombre, ya que, entre otras cosas, se le hizo tremendamente desagradable la forma en que se dirigió a Erika. ¿Para qué tratar con alguien que odiaba a los extranjeros de esa manera si ella estaba en la misma condición?
Tal vez no era eso lo que le molestaba de Apple... sino su falta de alcurnia y riqueza.
El tiempo entre Serpens pasó exageradamente lento para Erika, y cuando llegó la noche le pidió discretamente a Elizabeth que la acompañara hasta el Santuario Aquilae, pues estaba un poco harta de la actitud agresiva que había empezado a tomar Callum Watson después de que un carruaje casi le aplastara la cabeza. No tenía energía para lidiar con aquello y necesitaba descansar para poder manejarlo en los días siguientes mientras él estuviera encaprichado con ella. La señorita Shatner hizo su modo y su maña para convencer a Watson de que su invitada llegaría sana y salva a casa si ambas se hacían compañía y se dirigieron al Santuario para descansar un rato. Al entrar encontraron a Wallace jugando fútbol con Nicholas, el hermano menor de Emily y Alice, y aquella imagen se les hizo muy tierna.
—Míralo, Ricki —dijo Shatner—. Cualquiera pensaría que será buen papá.
—Permite que te corrija, Liz—replicó Erika—: cualquiera pensaría que quiere ser papá... pero puedo asegurarte que Nick y él solo tienen en común el amor por la pelota. Wallace me confesó una vez que habría querido ser futbolista si no se hubiera convertido en cofrade.
—¿En serio? —la germánica asintió.
—Es bastante bueno. Tanto como para jugar en el Sheffield.
—Tienen algo más en común, son un par de niños pequeños. ¡Se ven muy dulces jugando!
—Créeme, Wallace no está aquí a esta hora de la noche porque quiere. Si hubiera podido irse, seguirías pensando que solo es un juguete de carne y hueso para adultos.
Elizabeth miró a Erika extrañada. No tenía idea del hechizo que había impuesto Charlotte sobre él, así que la germánica tuvo que explicarle brevemente en qué consistía, cosa que le pareció magnífica, pues no podía exponerse a merodear por las calles de Londres cuando tenía una recompensa tan grande sobre su cabeza. Era la única manera de mantenerlo en su sitio.
Apenas Wallace vio a Erika y Elizabeth en la entrada, le entregó el balón de fútbol al pequeño Nicholas y se acercó a ellas. A pesar de que Charlotte logró mantenerlo atado al Santuario, su cabeza no dejaba de pensar en las razones que lo mantenían en aquel confinamiento. Erika sí que tenía respuestas, pero no eran precisamente las que el muchacho habría esperado obtener.
—Ricki, sé que estás cansada, pero espero tengas un par de minutos para mí. Desde que te involucras con los Serpens te estás olvidando de tu mejor amigo.
—Sabes que no me junto con ellos porque lo quiera así, Wallace. No planeaba terminar esta misión en una semana.
—Eso lo sé —él tomó una pausa para saludar a Elizabeth y mostrarle la atadura mágica que llevaba en su pie, a lo que ella soltó una risa breve—, pero siento que podríamos darle un buen final si hablas con mi padre para que retire las órdenes de mantenerme aquí. Voy a perder la cabeza si no salgo del Santuario pronto.
—Pues vas a tener que acostumbrarte, porque no va a suceder.
Erika no había sido del todo honesta con Wallace porque quería protegerlo, no solo de la gente que lo quería muerto, sino de él mismo y de las cosas que podía hacer si le soltaban la rienda cuando de cazar Serpens se trataba. Si no lo llamaban al orden, iba a terminar haciéndose daño algún día y alguien debía evitarlo.
—Wallace, estás obligado a permanecer en atadura, pero no lo exigió Archie... fueron órdenes mías.
—Erika Strauss, no me hagas esto. ¡NO PUEDES! —protestó el Aquilae Veteranus exasperado. Ella se cruzó de brazos.
—Sí que puedo. Tú y yo necesitamos hablar y tiene que ser en este mismo instante.
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