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Capítulo 8: Maldito mono azul

Al ver que Star se había quedado como si nada mirando al cielo después de que él le pidió quitarle las manos de encima, Wallace decidió hacer lo mismo. Necesitó de un esfuerzo excepcional para no decirle a ella que el cosquilleo que causó con las manos frías en su pecho era por algo muy distinto a la baja temperatura, y cuando percibió un hormigueo en los dedos de los pies, inmediatamente se dio cuenta de que algo no andaba bien con él.

Se suponía que él debía ser el hombre fuerte para proteger a Star, pero en ese momento casi olvidó que era humano y estaba en todo el derecho de sentirse mal de vez en cuando.

—Wallace... —susurró Star—. Wallace, está sudando. ¿Se encuentra bien?

Él no respondió. Estaba demasiado ocupado tratando de enfocar la vista, pues había empezado a ver borroso y su respiración se agitó. Ella se dio cuenta de que algo le sucedía y se incorporó, arrodillándose a su lado. Varias veces lo llamó por su nombre sin perder la calma, mismas que él permaneció en silencio, creyendo erróneamente que si no decía nada aquella sensación se iría rápidamente.

Una lluvia leve comenzó a caer. Star puso su mano alrededor del cuello de Wallace e hizo presión suave con dos de sus dedos, notando las pulsaciones del Aquilae inusualmente rápidas. Viendo que él estaba en problemas y no podía verbalizarlo, la joven respiró hondo, se acomodó junto a él y lo agarró de la mano para ayudarle a sentarse.

—Genial, ¡puede moverse! Wallace, necesito que haga cualquier cosa si oye lo que estoy diciendo —después de unos segundos, él asintió. Ella respiró aliviada—. Perfecto, no deje de mirarme, por favor... necesito que me ayude con lo que le voy a pedir: tenemos que regresar a la posada, va a superar esto. Todo estará bien, lo prometo.

Star ayudó a Amery a levantarse y caminaron despacio bajo la lluvia mientras ella le daba un par de indicaciones para que pudiera respirar normalmente de nuevo. Poco importó que estuvieran empapados, ella solo se ocupó de que él se sintiera mejor. Ambos pudieron llegar a la posada y ella hizo que el Aquilae se recostara hasta que pudo recuperarse. Cuando él logró levantarse por su cuenta, se sentó en la cama y vio unas tazas de chocolate con pan, queso y mantequilla en una de las mesas y a Star soltándose el cabello para secarlo y peinarse.

—¡Hola, Wallace! ¿Cómo se siente? —ella dejó la toalla en una de las sillas y se sentó junto al Aquilae. Él respiró hondo.
—No estoy seguro de cómo responder eso, pero al menos estoy vivo, creí que tendría un ataque al corazón —tomó uno de los bollos de pan y lo mordisqueó—. Qué buen pan tienen aquí.
—Los dueños de la posada nos enviaron esto y me pidieron que no fuéramos muy ruidosos en nuestra... luna de miel —dijo Star—. Jamás van a creer que seamos un par de amigos pasando algunos días de descanso aquí, y menos después de que lo vieran a usted con cara de ebrio. No era el momento para corregirlos, pero la señora dijo que hacíamos una bonita pareja.

Wallace soltó una risa breve antes de darle un sorbo a su taza de chocolate.

—Creo que nos veremos obligados a dar muchas explicaciones si decimos la verdad y eso es algo que no estamos obligados a manejar ahora —dijo él—, así que debemos mantener la actuación... señora Amery.
—Supongo que si nadie entra aquí en medio de la noche no tendremos que responder por qué dormiremos en camas separadas... querido esposo mío.

Star sonrió y tomó asiento para comer. El muchacho mantenía los ojos fijos en su taza de chocolate, cosa que a ella le pareció bastante curiosa, pues a veces él podía sostenerle la mirada sin ninguna vergüenza. Ambos permanecieron en silencio por unos minutos mientras terminaban aquella cena reconfortante junto a la chimenea, luego él entró al baño para ponerse ropa limpia y seca con la que pudiera dormir cómodamente. Star se apostó junto a la puerta para estar pendiente de su amigo.

—Wallace, ¿esto le había pasado antes?
—Nunca —replicó el Aquilae tras la puerta—, no se siente divertido estar así.
—He tenido que manejar algo como eso también y no se lo deseo a nadie. ¿Tiene idea de cuál pudo ser el detonante?

Lo que había experimentado Amery era lo que muchos años después se catalogaría como un ataque de ansiedad, pero en esa época no había estudios que pudieran confirmarlo, pues en 1868 el término ni siquiera existía. Por experiencia propia la joven sabía qué hacer si alguien padecía esos episodios, pero en ese entonces solo podía basarse en conjeturas para lograr identificarlo.

El detonante al que se refería Star aparentemente había sido ella misma luego de que mostró más piel de la que Wallace estaba acostumbrado a ver de una chica, y él en un inicio quiso mentirle para no quedar como un blandengue frente a ella. Pero le costó muchísimo trabajo pensar en una excusa creíble, por lo que se tomó su tiempo para responder y decidió ser honesto, sabiendo que lo comprendería si él le decía algo así.

—Creo que lo de mantener mis ojos en sus posaderas fue un poco exagerado esta vez, Star —él se recostó en la pared del baño—. No estaba preparado para ver que usted se alzara la falda hasta donde lo hizo, y solo para mostrarme ese tatuaje del maldito mono azul. ¿Quién hace eso sin avisar?
—Oiga, ¡usted me dijo que quería verlo completo! —Wallace salió y cerró la puerta tras él.
—¡Pero no sabía que casi tendría que verle las posaderas de verdad! ¡Eso solo es normal en su país de fantasía donde nunca llueve, todos son atractivos, son maestros en las artes del amor, andan con poca ropa y huelen a ángeles todo el tiempo!

La joven no se esperaba esa respuesta, pues al oírla permaneció boquiabierta por un instante, reflexionando acerca de eso. Amery abrió la puerta del baño y se volvió a ocultar ahí por unos minutos. Luego asomó la cabeza con timidez.

—No me juzgue, por favor. —dijo él, dedicándole una mirada lastimera. Ella se cruzó de brazos sin alterarse, luego suspiró.
—Entró en pánico y yo fui la causante. ¿Es lo que insinúa?
—Es una manera de decirlo —el Aquilae salió y se sentó en una de las camas. Star lo siguió—. Sé que usted no tenía esa intención, pero pasó. Y daría lo que fuera para no volver a sentirme tan mal.

Extrañada, Star recorrió a Amery con la mirada. Ella conocía la naturaleza de esos episodios cuando le sucedían y sabía manejarlos en otras personas, por eso se le hacía tan desconcertante que él hubiera dicho aquello.

—Wallace, ¿me tiene miedo?
—¿Por qué pregunta eso? —dijo él, sorprendido.
—Lo que usted sintió fue detonado por el miedo. Es la respuesta de su cuerpo cuando se siente amenazado, y ya que dijo que yo le había causado esto... es lo que me hace creer. Vuelvo a preguntar: ¿usted me teme?

El miedo no era a ella directamente, a pesar de que sabía que podía haberlo matado en cualquier momento si hubiera querido hacerlo, pues tenía las habilidades para conseguirlo. También los protegía mutuamente el Artificium Menor que tenía cada uno, su compromiso con la Cofradía y la promesa que él había hecho de mantenerla a salvo mientras ella pudiera regresar a casa, así que la sola insinuación de que Star le hiciera daño letal era impensable y él lo sabía. Por eso, ella no era a quien Wallace realmente temía, y se le hizo muy complicado entenderlo. El temor era, más exactamente, a que aquella chica dejara una huella demasiado profunda en su cabeza.

Erika, su compañera de correrías, siempre repetía una frase que Archibald les había enseñado a ambos, le molestaba que las imprudencias de Wallace por querer matar Serpens fueran tema recurrente de conversación cada vez que él hacía algo estúpido, y en este caso aquella enseñanza se estaba convirtiendo en algo muy complicado de seguir.

"Sangre fría, Aquilae. Eres un hilo en la gran mortaja que cubrirá a los Serpens y ninguno de nosotros es más importante que otro."

Aunque él era un muchacho bastante experto en varias cosas, Wallace aun tenía mucho por aprender respecto al manejo de sus emociones y le importaba poco causar revuelo por donde pasara, pero en algún momento iba a tener que detenerse, respirar hondo, ser consciente de lo que hacía y saber elegir lo correcto.

—Si algo sé muy bien en este momento es que lo último que sentiría por usted es miedo, Star. —respondió Amery. La joven no dejó de mirarlo con curiosidad.
—Está muy seguro de eso, al parecer. Eso quiere decir que no fui la detonante de su... pánico.
—Ahora que lo pienso mejor, no directamente. —él se encogió de hombros.
—Pero sí tiene que ver con algo que hice yo —Star sirvió más chocolate en las tazas, tomó una y le dejó la otra a Wallace—, así que voy a hacerme responsable de esto ya mismo. Quiero enseñarle algo. Para empezar, necesito que controle su respiración, así que va a hacer lo que yo haga.

Ella se sentó frente a él, respiró hondo varias veces, y Wallace imitó lo que hacía ella al tomar aire. Después de unos minutos, ya estaba lo suficientemente receptivo para lo demás.

—Voy a pedirle algo y usted va a responderme con lo primero que venga a su mente —él asintió—. Perfecto. ¿Le importaría mencionarme cinco cosas que atraigan su vista aquí dentro?

El Aquilae echó un vistazo a la estancia. Había muchas cosas que podía mencionar, pero no todas llamaban su atención de la misma manera: el fuego en la chimenea brillaba con vehemencia. Las gotas de lluvia titilando en la ventana le recordaban las estrellas. La puerta del baño con su hermoso tallado floral era una obra de arte. El color púrpura de las cortinas se le hacía bastante inusual. Los curiosos ojos de Star le devolvían una mirada que no lograba interpretar, pero que lo llenaba de paz cada vez que ella se dignaba a dirigirla hacia él.

—Fuego en la chimenea. Lluvia en la ventana. La puerta tallada. Las cortinas púrpuras —Wallace sonrió levemente y miró a Star por un breve instante—. Sus grandes y pacíficos ojos.

La joven arrugó un poco la nariz antes de devolverle la sonrisa a su amigo. Luego cubrió sus piernas con uno de los edredones.

—Bien, eso estuvo bastante bien —Star tomó su taza de chocolate y le dio un sorbo—. Sigamos. ¿Hay cuatro cosas aquí que sus oídos puedan percibir?
—¿Se vale repetir? —ella asintió.

Un trueno retumbó a la distancia, combinándose con el crepitar de las llamas. Su propia respiración era lo único que lo distraía de un zumbido que había empezado a oír justo en el momento en que entró a Stonehenge.

—El trueno. El chasquido de las llamas. Puedo oírme respirando. Y no estoy seguro de lo último, pero creo que las rocas tienen un sonido.
—¿Las rocas? —preguntó Star, desconcertada—. ¿Oye las rocas cantar?
—Probablemente sea porque tengo la mente alterada, pero desde que fuimos allá oigo una especie de flauta. Suena descabellado, ¿verdad?
—En lo absoluto. He leído que todas las cosas tienen un sonido que no podemos oír, pero que está ahí. Son vibraciones. Sin embargo, el hecho de que usted pueda oír la vibración de las rocas es por demás raro.
—Bastante, no debería escuchar lo que hace un grupo de piedras gigantes, voy a empezar a creer que estoy loco.

Ambos rieron. Él se levantó para echar unos trozos de leña a la chimenea y así avivar el fuego. Luego se sentó junto a Star.

—Wallace... ¿es capaz de identificar el olor de tres cosas en este momento?

Respirando hondo, Amery se tomó un buen tiempo para responder. El chocolate despedía un aroma muy reconfortante que logró desplazar en segundos el de la leña que se quedó impregnado en sus dedos. Pero esos dos olores palidecían junto a la vainilla que podía sentir en el cabello húmedo de su amiga, fragancia que le hizo cerrar los ojos para poder apreciarla mejor.

—La leña en la chimenea, el chocolate caliente y... —Wallace trató de no sonar demasiado depravado para no molestar a la joven—, lo que sea que use en su cabello, huele muy bien.
—Estas cosas no deberían relacionarse conmigo, se supone que está en esta situación por mi culpa.
—No se ofenda, pero en este momento no importa, ese olor me gusta —Star pestañeó con lentitud y apartó la vista—. ¿Me va a decir que me enfoque?
—Para nada, esto no es una misión. Tómese el tiempo para volver a sentirse tranquilo.

Wallace tomó un sorbo de su taza de chocolate. El ejercicio estaba funcionando para ayudarle a recuperar la calma.

—Necesito que mencione dos cosas que pueda tocar.
—Está bien —replicó Amery y puso la mano sobre el edredón que había usado Star para cubrirse—. Esto se siente muy suave. No como la leña, estaba bastante áspera.
—Haciendo un contraste, suena maravilloso —ambos compartieron una sonrisa cómplice—. ¿Puede hablarme de una cosa que haya probado y le guste ahora?

Wallace tenía algo en mente, pero siguió el consejo de Star y decidió apartar el foco de todo lo que estuviera relacionado con ella, así que tomó una de las piezas de pan que estaban en la mesa y le dio un mordisco digno de un cavernícola. La joven rió.

—Este pan es increíble. ¿Se va a comer el suyo? —ella negó con la cabeza y tomó una cuchara.
—Voy por un trozo de tarta de moras, se ve deliciosa. ¿Ya se siente mejor?

El Aquilae asintió mientras bebía de su taza de chocolate. Lo que había intentado Star con él definitivamente funcionó, porque ya estaba tranquilo y con un poco de sueño, así que se preparó para ir a dormir. Ella no se sentía tan cansada, entonces tomó uno de sus libros y se sentó junto a la chimenea para echarle una ojeada a algunas páginas.

—Star... gracias. —ella lo miró con curiosidad.
—¿Por qué?
—Por obligarme a usar el cerebro. —la joven soltó una risa corta al oír aquello.
—Siempre lo ha usado. Hacer lo que usted mejor sabe sin dudar requiere de mucho pensar. Hay mucho de lo que ignoro y en lo que usted es un experto, no se castigue por no saber las mismas cosas que yo. Ambos estamos aquí para aprender.
—¿Es este otro caso de un Aquilae cooperando con otro?
—No. Es un amigo ayudando a otro.

Wallace suspiró complacido. Realmente apreciaba lo que Star había hecho por él, y afortunadamente esa noche se iría a dormir tranquilo sabiendo que su amiga no haría otra cosa distinta a cuidarlo, así como él hizo con ella. Aunque no sabía aun cómo agradecérselo, para él era importante y nunca olvidaría aquellas muestras de sabiduría.

Eventualmente iba a necesitarlas.

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