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Capítulo 3: Oler las rosas

Mientras limpiaba la daga ensangrentada y la ocultaba entre los pliegues de su vestido, Star agradeció inmensamente a la deidad que la impulsó a usar ropa oscura para esa misión específica con Wallace Amery y así evitar un gran escándalo. Aun había Serpens en Londres que causaban mucho revuelo y ambos se encargaron de neutralizar algunos con discreción.

La primera tarea que debían realizar era asesinar a Thomas Boyd, un prestamista bastante abusivo que cobraba intereses altísimos valiéndose de maneras ilegales hasta que alguien, cansado de no poder entregar su dinero a tiempo y temiendo tener que pagar con su vida, contactó a Amery solicitando ayuda para recuperar una mercancía que serviría como sustento para una familia de diez personas. De inmediato, Star y Wallace se pusieron manos a la obra: ella entrando por la puerta del negocio de Boyd y él infiltrándose en la bodega para recuperar los bienes.

Bastándose de sus encantos y una conversación tediosa para explicar por qué "necesitaba un préstamo de tan distinguido caballero", Star lo distrajo el tiempo suficiente para que Wallace sacara la mercancía y unas cuantas libras para repartir entre algunas personas que lo necesitaban. A lo lejos, la joven Aquilae vio la señal enviada por su compañero y, con un raudo movimiento clavó su cuchilla en el vientre de Thomas Boyd, acabando así con su vida.

—Espero que las próximas misiones sean tan divertidas como esta —sonrió una complacida Star—, matar Serpens británicos me resulta relajante.
—No se confíe, señorita Star —le aconsejó Wallace—. No todos caen así cuando les coquetea una joven con apariencia como la suya.
—Está seguro de que es por cómo me veo, ¿señor Amery? —la joven levantó una ceja y sonrió.
—Honestamente... sí.

Sin dejar de sonreír, Star pronunció un par de frases en un lenguaje que Wallace Amery no entendía, pero que pudo identificar como griego antiguo, cosa que lo dejó fascinado. A pesar de que ella se le hacía agradable a la vista, le complació saber que también era inteligente. Sin duda, una compañera muy útil para aquellas misiones cortas.

—Si eso fue un insulto, sonó bastante bonito.
—Enfóquese, señor Amery —el Aquilae sacó un pequeño cuaderno de notas y le dio una breve ojeada—. ¿Cuál es nuestra próxima tarea?
—Aquí pone "Hora del sabotaje emplumado".

Destruir mercancías de los negocios manejados por los Serpens era algo que a Wallace no le entretenía mucho, pero Star le dio una idea con la que despertó un leve interés en dicha tarea. Ambos hicieron una parada breve en casa de ella para que pudiera cambiarse de ropa por algo menos "británico", luego se dirigieron a hurtadillas a uno de los puertos más concurridos del río Támesis y se sentaron a esperar que llegara el barco con la mercancía a sabotear: una gran cantidad de pájaros exóticos provenientes de Oceanía. Para no matar las aves, Wallace indicó que no utilizaría explosivos ni armas de fuego y que las liberaría apenas tuviera la oportunidad. Después de todo, los Aquilae solo veían necesario acabar con vidas de humanos que hubieran dado razones para eso. Jamás dañaban animales inocentes.

El plan era, de nuevo, actuar por lado y lado: mientras Star distraía a los hombres del muelle haciéndose pasar por una turista perdida que no sabía otro idioma aparte del griego y buscaba una dirección, Wallace se infiltraría en el barco y abriría las jaulas donde los pájaros estaban cautivos para que huyeran volando.

Tuvieron que esperar un par de horas mientras llegaba el barco con la carga, y cuando Star vio los pájaros quedó maravillada. Era como presenciar el arco iris en las plumas de aquellos animalitos que parecían salidos de una obra de arte. Entre aquel ambiente decadente daban un toque de luz imposible de ignorar.

—Qué bonitos —dijo Star—, me encantaría conservar uno.
—Desafortunadamente no es posible y usted misma lo dijo. No es necesario repetir sus palabras. —Wallace se encogió de hombros al ver que la joven lo juzgaba con la mirada.

Ella fue a su lugar mientras el Aquilae hacía lo mismo. Dejó pasar unos minutos antes de comenzar con su actuación, tomó aire y corrió casi a tropezones frente a los encargados con aparente desesperación en los ojos. Varias veces estuvo hablándoles en un idioma que no comprendían, distrayéndolos el tiempo suficiente para que Wallace lograra mover las jaulas desde el barco hasta el muelle. Todo estaba saliendo bien hasta que uno de los hombres que no había prestado mucha atención a la alharaca de Star y estaba oculto cuidando las aves reconoció a Wallace, y sabiendo que era un Aquilae, se abalanzó encima suyo para intentar matarlo. Hubo un forcejeo entre los dos hasta que el disparo de una pistola retumbó en el aire.

Uno de los encargados que montaban guardia en el muelle accionó su arma para ahuyentar a la gente y que su compañero pudiera atacar a Wallace sin ningún testigo cerca. Antes de enfrentar a su agresor, Amery logró abrir las jaulas con un movimiento rápido y los pájaros salieron volando. Varios de los hombres, al oír el estruendo, huyeron corriendo y dejaron a Star sola. Ella regresó al muelle y al encontrar a Wallace luchando con el encargado que quedaba, corrió hacia el atacante y se aferró a su espalda para distraerlo. Cuando tuvo la oportunidad logró degollarlo, escupiéndole a la cara y profiriendo insultos en su idioma natal mientras caía muerto.

Antes de que Wallace pudiera reaccionar, la joven le quitó de encima el cuerpo del encargado y lo dejó en el muelle en medio de un gran charco de sangre. Luego tomó de la mano a su compañero Aquilae y le ayudó a levantarse.

Star apenas alcanzó a esconder la daga y ocultarse en un callejón oscuro junto con Wallace cuando varios policías pasaron corriendo hacia el lugar donde habían reportado el disparo. Se tomaron el tiempo para llegar a la casa de la joven y cuando lo hicieron, Amery respiró aliviado.

—Señorita Star, usted acaba de salvarme la vida. Debo agradecérselo. —ella sonrió.
—Es lo que hacen los Aquilae, señor Amery. Recuerde que debe mantener sus ojos en mis posaderas y si está muerto no servirá de nada.
—Sin embargo, usted y yo necesitamos hablar de algo serio.
—Claro que sí, desea una taza de...
—No quiero nada por ahora, señorita Star —el Aquilae la interrumpió—. Creo que no me hice entender: yo voy a hablar y usted va a escuchar lo que necesito decirle. Es importante, así que le voy a pedir que se siente y me permita enseñarle algo por un par de minutos.

Tal como Star le contó la historia sobre la Flecha de Paris, Wallace le dio a ella una importante lección sobre el valor de la vida y cómo la Cofradía tenía especial cuidado en mantener a los ciudadanos comunes por fuera de aquella interminable guerra entre Aquilae y Serpens. Ambas facciones debían permanecer ocultas ante el mundo, pues manejaban habilidades excepcionales que podían salirse del entendimiento humano. La gente de afuera no estaba preparada para saber que tenían la magia tan cerca de ellos. Tal vez el hombre que mató era alguien que trabajaba para los Serpens, pero era muy probable que estuviera en un nivel donde todavía podía creer que trabajaba para una familia rica y nada más, pues no hacía falta contarle la verdad.

Star tenía la obligación de actuar con sabiduría, esto era, entender que incluso la vida más pequeña podía ser tan valiosa como la del monarca más poderoso. Saber dónde y con quién desplegar sus habilidades era una decisión que no podía tomar tan a la ligera, y ella debía comprender que no todos los Aquilae crecieron aprendiendo y viviendo como Raisa la crió. Inglaterra tenía un ambiente muchísimo más opresivo.

—No solo eso es importante, señorita Star —continuó Wallace—. Si en algún momento se ve obligada a matar para defenderse o defender a alguien más, eso debe afectarle de alguna forma. El acto de quitar una vida tiene que darle una perspectiva diferente sobre la suya. Saber disfrutarla, aprovecharla al máximo, sonreír cuando pueda, celebrar los triunfos pequeños y los grandes, oler las rosas...
—¿Oler las rosas? —ella lo miró extrañada. Jamás esperó que alguien como él mencionara tal cosa.
—Si no sabe lo glorioso que es el olor de un ramo de rosas rojas y amarillas recién cortadas, no ha vivido usted lo suficiente. Otra cosa: por favor deje de decirme que me enfoque, sé muy bien lo que tengo que hacer.

Star respiró hondo.

—¿Cómo es que un Aquilae Magister como usted valora tanto el olor de las flores?
—Cuando se está al borde de la muerte tantas veces se empiezan a apreciar mejor las pequeñas cosas. Ahora —Amery sacó el cuaderno de notas—, veamos nuestra próxima misión.

La joven le dio una ojeada al cuaderno junto con su compañero Aquilae, luego se dirigió al armario y sacó un hermoso vestido. Contrario a lo que se esperaba, Wallace no lo aprobó. De hecho, se le hizo escandaloso.

Demasiado llamativo para un par de Aquilae que debían hacerse casi invisibles.

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