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Capítulo 14: Luz verde

—Cariño, ¿puedo preguntarte por qué han iniciado el mismo vínculo ancestral casi cien veces? Van a hacer estallar la Pluma de Thot si no paran.
—No soy yo, mamá. Cuando terminamos de ver la historia de Star y Wallace, Jenny salió llorando y dijo que no era justo que las cosas hubieran terminado así. Tiene corazón de pollo, los estuvo shippeando todo el tiempo.
—¿Qué diantres significa eso?
—Son cosas de gente que lee libros juveniles, quieren que dos personajes se amen por siempre. Pero esta no es una novela de esas, la realidad puede ser muy cruel.
—Eso es espeluznante.
—¿Recuerdas el capítulo de Friends donde Chandler ve a la prima de Ross y Monica y suena una canción de Barry White de fondo? Ella hizo esa misma cara cuando vio a Wallace por primera vez, y dijo algo tan sucio que no puedo repetirlo, me siento mal.
—Es una adolescente, dile que se relaje o échale un balde de agua helada.
—Ya le voy a pedir que se calme, aparte quiso cambiar las cosas muchas veces. Cada vez que deseaba que Wallace le pidiera a Star que no se fuera, ¡puf! Ocurría un cisma. Pasaba incluso cuando deseaba que él se rehusara a recibir las dracmas o que se retrasara la llegada al puerto.

El cisma en un vínculo ancestral se daba cuando la persona que revivía ilusiones con la Pluma de Thot deseaba manipular los hechos para cambiar la historia. No se suponía que debían suceder ciertas cosas, por lo que el vínculo debía detenerse si detectaba alguna discrepancia en la mente de la persona que revivía los recuerdos para que su salud mental se mantuviera incólume.

Jenny tenía razón, la historia entre Asteria de Grecia y Wallace Amery no podía haber terminado ahí. Sin embargo, averiguar su final se salía de las manos de Evangeline en primer lugar, pues no tenía un Artificium que perteneciera a Asteria, Wallace había ejecutado un hechizo de bloqueo en su reloj de bolsillo para evitar que quien lo encontrara pudiera averiguar qué había hecho después del regreso de la Aquilae Legenda a Atenas, y como ella no tuvo descendencia, no había información disponible fuera de lo que se escribió sobre su vida posterior.

No había algo que Evangeline tuviera para mostrar, pero nadie le había preguntado si conocía a alguien que pudiera ayudarle.

La información accesible para la enfermera había sido por medio de los Artificiums Menores de otros ancestros suyos. Supo del nacimiento en 1871 de Robert Amery, su bisabuelo, hijo de Wallace y una mujer desconocida con la que jamás se casó, y pudo ver fragmentos del entrenamiento que recibió cuando tuvo la edad para iniciarse como Aquilae.

El linaje conocido de los Aquilae emparentados con Zahara iniciaba con Archibald Amery en 1825, quien comenzó su entrenamiento cuando recién cumplió los catorce años y se casó en 1845 con Catherine, una Aquilae Bellator con inclinaciones especiales hacia la magia y los encantamientos ofensivos. Desafortunadamente, Callum Watson acabó con su vida mientras ella intentaba proteger a un pequeño Wallace que no entendió mucho de la Cofradía hasta que cumplió los diez años y se entrenó junto con Roland y Erika Strauss para ser un peleador bastante habilidoso, aprendiendo el manejo de varios tipos de armas y diversas tácticas de combate cuerpo a cuerpo.

Cuando Robert se convirtió en Aquilae Veteranus y le otorgaron investidura como Caballero del Imperio Británico contrajo nupcias con Lily Van der Heijden, una cofrade neerlandesa con quien engendró a Odette Amery antes de enlistarse en el Servicio Secreto británico para entrenar Aquilae Armatus que combatieran en la Primera Guerra Mundial. Siendo muy pequeña, Odette fue enviada a Francia para su entrenamiento en la Cofradía y allí se dedicó a especializarse en encantar Artificiums Menores para proteger a sus compañeros franceses. Después de unos años de actividad intensa, Odette tomó caminos separados de sus compañeros y conoció a Guillaume Arnaud, un médico parisino con quien viajó a Finlandia y juntos establecieron una clínica donde atendían todo tipo de pacientes y daban refugio a Aquilae que llegaran allí. Su hija Nannette nació en 1930 y se encargó del negocio familiar por muchos años hasta que se vio obligada a huir a Australia, donde fundó Woodheim inicialmente como un asentamiento Aquilae y tuvo a Evangeline en 1962.

Respecto a Asteria, en los archivos se escribió que años después delegó la guardia de la Flecha de Paris en otro miembro de la Cofradía y que se había convertido en una de las Aquilae más laureadas de Grecia, llevando a cabo misiones y hechizos mágicos que otros miembros habrían considerado imposibles en su tiempo. Para el momento en que se retiró de su vida activa tenía sesenta años y era un referente de enseñanza en toda Europa. Sus estudiantes eran integrales: hallaron el balance entre magia, fuerza e inteligencia, se preparaban tanto física como intelectualmente y el combate estratégico era para ellos igual de importante que la diplomacia y la hechicería. Honraban a Ares, Atenea y Hécate al mismo tiempo: algo tan griego como fuera posible.

—¿Estás diciendo que vieron la era más temprana de Asteria de Grecia y no me dijeron? —Evangeline estaba boquiabierta. Era una gran fanática en secreto.
—¿Cómo podríamos haber sabido eso, mamá? Dijo su nombre real solo hasta el final del vínculo —Zahara estaba tan estupefacta como su madre—. Tal vez estamos buscando en el espacio de tiempo equivocado. Debe haber otra manera de saber qué ocurrió con ellos dos, la pobre Jenny se va a deshidratar de tanto llorar.
—Jenny ya sabe que Asteria no era la madre del Viejo Robert. No sé por qué le importa tanto.

"Tal vez porque Wallace Amery sí se enamoró de ella, mi hermana lo sintió en el vínculo y él hizo ese encantamiento para que nadie de su familia supiera que vivió el resto de sus días con el corazón roto". Cordell intervino entregándole un papel a su novia.

Era una posibilidad muy real. Si Asteria no hubiera tenido contacto con Wallace, jamás habrían sabido sus orígenes. Él podía haber hecho aquello también para proteger a la joven de un posible asedio Serpens y así evitar un asesinato temprano. Era típico de la Casa de Serpens el barrer toda la suciedad bajo la alfombra. En este caso era una verdad muy incómoda y requería que no solo se quedara debajo, iban a quemar la alfombra completa si hacía falta.

Al principio Evangeline no sabía si decirle a su hija, Jenny y Cordell que había una manera de saber lo que había ocurrido después de que Asteria y Wallace cortaran el contacto en Londres. Le daba miedo que se involucraran demasiado con aquella incursión en una historia familiar que pasó mucho tiempo esperando ser contada. Después de pensarlo por unos minutos, la enfermera se levantó de su silla y tomó las llaves del auto. Luego le hizo una seña a los tres para que la siguieran y se fueron en medio de la noche al punto más alto de Woodheim.

Desde niña Zahara tuvo curiosidad por aquella casa de arquitectura barroca que se erguía en la Colina del Trueno, pero siempre ocurría algo que evitaba que pudiera llegar allí para ver su interior. Esta vez era diferente, su madre la acompañaba y podría ayudarle a resolver muchas preguntas. Los miembros de la Cofradía podían ir cuando quisieran, pero la gran mayoría carecían de razones para estar ahí porque ya conocían lo que se escondía tras esas puertas pesadas de hierro forjado que se abrieron de par en par cuando Evangeline acercó a la cerradura su Artificium Menor: una delgada cadena de oro con un dije de perla.

—¡Electra! —gritó la Aquilae Bellator desde el vestíbulo de la casa. Zahara y Jenny quedaron embobadas mirando una gran lámpara de techo con cristales que proyectaban pequeños arcoíris en las paredes.
—¡Sube, pequeña! Estoy en mi estudio. —respondió la voz de una mujer que sonaba bastante más joven que la enfermera.

Electra sabía bastante bien a qué venía su amiga y por qué llegó acompañada, así que no se sorprendió cuando cuatro personas entraron a aquella sala que se veía demasiado iluminada como para ser una misteriosa guarida mágica.

—Es bueno ver nuevas caras por aquí, Evie. La última vez que viniste estabas recién casada y Diego seguía cuerdo. —dijo la hermosa mujer mientras se quitaba sus anteojos y miraba a sus visitantes de arriba hacia abajo. Evangeline chasqueó la lengua.
—Tú no necesitas lentes, Electra. Deja el drama, vas a asustar a los chicos.
—Ya, era una broma —la dueña de casa dejó los anteojos en su escritorio y se levantó. Luego se acercó a Zahara—. Tu hija es preciosa, se parece mucho a ti.
—Gracias, señora. Es muy amable. —dijo la aludida.
—¿Me veo como señora? Llámame Electra, como hacen todos mis amigos.
—¡Sabemos sobre Asteria de Grecia! —exclamó una impaciente Jenny, a lo que la mujer dirigió sus ojos hacia ella.
—Déjame adivinar, señorita chismosa... ¿lo último que viste en el vínculo ancestral fue el Estandarte de Iris a través de los ojos de un Wallace Amery con el corazón roto porque Asteria se le escapó? —la adolescente asintió con las lágrimas brotando de nuevo y balbuceó algo ininteligible entre chillidos.

Aguantándose la risa, la dueña de casa le acercó una caja de pañuelos a Jenny, que siguió sollozando mientras le daba un vistazo al gran estudio. Entre la gran cantidad de Artificiums Menores y Capitales que Electra guardaba allí, la adolescente se sintió inexplicablemente atraída por una orquídea hecha aparentemente de vidrio que emanaba un fulgor hipnótico de color magenta. Ese no era un artefacto como los demás.

Era la Gemma Floralis, eterna regente del tiempo. Y la dueña de casa era la Aquilae Immortalis que se encargaba de vigilarla.

—Ya no la ocultas, Electra —dijo Evangeline al verla.
—No hace falta, aquí solo entran las personas que yo quiero y en las que confío —dijo la mujer—. Soy la única Aquilae viva que sabe defender un Artificium Elemental por su cuenta y por eso lo dejo a simple vista: ningún Serpens sería tan estúpido de venir a buscar problemas. Tampoco hace falta meterla en un cofre sellado en un pueblo donde la gran mayoría somos cofrades y nos cuidamos entre nosotros.

Zahara miró a su madre sin entender mucho lo que Electra había dicho. ¿Todos eran Aquilae?

—Mamá...
—Nena, es cierto. Pero no te alarmes, siempre has estado segura aquí.
—¿La señorita Paisley es Aquilae? ¿El doctor Petrakis? Grace, ¿la dueña de la carnicería? —Evangeline asentía con cada nombre que su hija mencionaba—. Vaya. ¿Y el señor don Somith?
—Ni por error. Somith no es Aquilae, ni siquiera se imagina que la Cofradía existe. Su tienda de antigüedades está en una zona muy alejada del asentamiento principal, como las casas de las personas neutrales.
—¿Hay alguna posibilidad de que los papás de Cordell y Jenny sean Aquilae? —Evangeline negó con la cabeza.
—Ellos vienen de Canadá, allá no quedan miembros vivos de la Cofradía.
—Oh... ya veo. Mamá, Electra acabó de mencionar a papá. ¿Qué quiso decir con que seguía cuerdo la última vez que vinieron?

La Aquilae Immortalis miró a Evangeline. Luego se dio cuenta de que había soltado una revelación durísima sin querer.

—Evie, ¿por qué no le has dicho la verdad a tu hija? —la enfermera se encogió de hombros.
—Iba a tener que hablarle de la Cofradía también y no tenía idea de cómo lo habría manejado. Sus clases de la universidad apenas iban a iniciar, no quería abrumarla con tanta información.
—Ya terminó de estudiar y es periodista, puedes decirle que Diego no creía en nuestra existencia y su cerebro se convirtió en ramen de neuronas cuando intentó destruir la Pluma de Thot.

Zahara pestañeó varias veces mientras trataba de asimilar aquello. Después de haber visto la historia de Star y Wallace entendía mejor por qué los Aquilae querían permanecer ocultos, y le entristeció profundamente que su padre hubiera faltado así al respeto de la Cofradía. Pero eso no le quitaba responsabilidad a Evangeline por haber mentido.

—Mamá, cada vez que vamos a visitar a papá lo veo en una cama conectado a muchos aparatos y eso no coincide con un "ramen de neuronas" —la chica hizo comillas al aire con sus dedos—. ¿De verdad está en coma?
—Cariño, fue idea de Nana Nannette, por favor...
—No me mientas más, quiero saber qué he estado viendo cuando voy al hospital.
—Zahara, creo que... —intervino Electra.
—¡USTED NO SE META EN ESTO! —gritó una exasperada Zahara apuntando con el dedo a la cara de la Aquilae Immortalis—. Lo único que me faltaría ahora es saber que en cada visita fui expuesta a la Pluma de Thot sin darme cuenta. ¿Lo hiciste, mamá?

Evangeline pasó saliva, apretó los labios y asintió. Su hija era tan inteligente que había inferido el plan sin proponérselo. Zahara respiró hondo y contó hasta diez en voz baja para tratar de calmarse. Lo que su madre y su abuela habían hecho con Diego le parecía terrible.

—¿No habría sido más misericordioso que le aplicaran la eutanasia en lugar de mantenerlo así?
—Cariño, sabes que en Australia no es legal hacerla, tal vez en unos años...
—Me estás tomando el pelo, ¿tienes acceso a objetos mágicos y te guías por una ley absurda de un país donde somos inmigrantes y no saben que los Aquilae existen? ¿QUÉ DEMONIOS TE SUCEDE? PONLO A DORMIR Y YA, ¡PERO NO LO HAGAS SUFRIR MÁS SOLO PORQUE NO CREÍA EN LA MAGIA!

La rabia hizo que a la joven se le salieran las lágrimas. Evangeline se acercó a ella para tranquilizarla, pero su hija le dio un empujón.

—Quítate, ¡no te me acerques!
—Está bien, no necesito hacerlo ahora. Ya logré ponerte la pulsera de Nana Nannette.

Con un movimiento rápido, la enfermera deslizó en la muñeca de Zahara el Artificium Menor de Nannette, justo antes de que Electra la agarrara de la otra mano y la expusiera a un Artificium Capital que absorbió su enojo en segundos.

—¿Qué objeto con poderes estoy tocando, señora?
—Es el Colmillo de Yamato no Orochi. Drena y desaparece la ira —la Aquilae Immortalis la soltó al ver que se había calmado del todo—. Zahara, la Cofradía no es un grupo de monstruos y tu madre lleva años junto con tu abuela buscando una forma de restaurar a tu padre. Por eso no se han rendido con él. No pierden la fe en que hallarán una solución.

Zahara se sentó en uno de los sillones y suspiró. Había juzgado a su madre muy a la ligera.

—Mamá, lo siento. Yo...

Un grito de sorpresa de Jenny interrumpió la situación y sobresaltó a todos a excepción de Electra, que sabía muy bien hacia dónde estaba mirando la adolescente. Eventualmente alguien habría reconocido ese Artificium en específico y estaba esperando ese día con ansias, así que sonrió cuando Jenny la señaló mientras en su otra mano sostenía un pañuelo de terciopelo violeta.

—Este es el Artificium Menor de Star... ¿por qué lo tienes tú? 

El día que Asteria cumplió veinticinco años, Electra le dio de regalo un hermoso vestido azul confeccionado con seda china y ordenó servir un desayuno fastuoso para ella. Le había prometido a Raisa que haría todo lo posible para que su hija fuera una mujer feliz, exitosa y con amor propio, pero sabía que eso no dependía enteramente de ella. Su intervención tenía ciertos límites.

—Cariño, te veo un poco apagada. ¿Estás bien? —la cumpleañera asintió.
—Solo estoy agotada, Lec.
—¿Dormiste bien? Ayer te quedaste leyendo hasta muy tarde.
—Me encantaría que fuera ese tipo de agotamiento —Asteria bebió un poco de jugo—. Quiero hablar de esto ahora, pero prométeme que no te vas a enojar si te digo la verdad.
—Jamás me enojaría contigo, corazón. Desahógate.

Electra Theodorou, la Aquilae Immortalis y siempre joven guardiana de la Gemma Floralis, había escuchado en sus largos siglos de vida una gran cantidad de historias acerca de muchísimos temas, conoció autores con mentes tan brillantes que podían describir detalladamente los pesares de personajes ficticios, leyó hermosas poesías de parejas disímiles y potentes odas a guerras descomunales, así que era difícil tomarla por sorpresa. Pero su hijastra lo logró cuando finalmente reconoció que volvió de Londres con el corazón incompleto. Llevaba cinco años en negación y estuvo a punto de perder la vida varias veces en la defensa de la Flecha de Paris, pero la esperanza de que la plegaria que había hecho a Afrodita se cumpliera siempre le devolvía el vigor en sus horas más oscuras. Asteria en un principio creía que Wallace Amery la trataba de la misma manera en que ella lo hacía con él, pero cuando la besó estando ebrio se dio cuenta de que la realidad era muy diferente. Se había concentrado tanto en terminar su primera misión y salir de Inglaterra con vida que su instinto de supervivencia le apagó el sentir, y cuando se dio cuenta de eso ya era muy tarde.

Pero como para los dioses no había nada imposible y la máxima deidad griega del amor ya le había enviado la señal que necesitaba para no perder la esperanza, ella jamás olvidó a Wallace. Afrodita tuvo permiso de hacer lo que quisiera con el corazón de la joven, y luego de aquella luz verde, quiso divertirse a lo grande. Al pensarlo con cabeza fría, Asteria se dio cuenta de que Amery fue lo más parecido a un mejor amigo que hubiera tenido, pues Raisa y Electra estaban a un nivel de complicidad diferente. Fue lo más parecido a un novio, pues las veces que había besado antes a un hombre siempre fue un juego de niños insignificante. Fue lo más parecido a un esposo, pues nadie más había puesto un anillo en su dedo sin importar que hubiera sido una actuación. Lo que ella sentía en el corazón cuando pensaba en él era lo más parecido a la admiración, al amor, y en cierto punto a la lujuria.

Electra escuchó todo lo que había dicho su hijastra y no pudo evitar enternecerse. La niña de sus ojos estaba enamorada y se tardó cinco años en darse cuenta de eso.

—Necesito decirte lo que pienso, cariño. ¿Puedo? —Asteria asintió—. Bien, creo que deberías hacerle caso a lo que estás sintiendo ahora. Cuando volviste y me contaste todo lo que te pasó allá, vi un brillo muy particular en tus ojos cada vez que mencionabas a ese muchacho. Imagino que él fue parte del hechizo de protección para la flecha.
—No exactamente —la joven suspiró—, me puse a disposición de lo que Afrodita quisiera hacer conmigo. Sabes que los dioses no gustan de las restricciones.
—Oh, entiendo —Electra alzó las cejas—. El rezo fue una cosa, ¿pero qué era exactamente lo que querías tú? Y no me digas lo mismo de siempre, honrar a madre. El destino tiene muchas cosas preparadas para ti y quedarte en Atenas no es una de ellas.

Asteria sabía eso. Quería convertirse en una mujer inolvidable, no solo para una persona, sino para muchas. Encontraba una satisfacción especial en enseñar y transmitir sus conocimientos en cada oportunidad que se le presentara, y saber que un poco de su vida se iría en cada alumno que tuviera interacciones con ella la llenaba de tranquilidad.

A pesar de su gran deseo de ser una leyenda, ella, al igual que Paris, tampoco era inmune a las mieles del amor. Si bien una parte de ese afecto era amor propio, la otra era un anhelo que deseaba saciar y por el cual Afrodita no la dejaría en paz si tomaba la decisión de ignorarla. Cosas de dioses.

—Lec, Afrodita me está desbordando la cabeza con recuerdos de Londres —Asteria no podía mentirle a su madrastra—. Me encantaría volver a Inglaterra y visitar a Wallace algún día, pero debe estar más ocupado matando Serpens que pensando en enrollarse con cualquier persona.
—Es importante sacar tiempo para todo, no creo que haya dejado de divertirse. Además, me dijiste que es un muchacho atractivo y fascinante. Un hombre como él va a encontrar entretenimiento en cualquier momento y lugar.
—No lo dudo, ¿pero será mucho pedir que un poco de esa diversión sea conmigo? Digo, sus ojos son hipnóticos, su cara es perfecta, y ahora que recuerdo todo más claramente... no puedo hablar de sus brazos o su pecho sin que se me haga agua la boca.

La Aquilae Immortalis no recordaba que su hijastra hubiera descrito a Thais de esa manera cuando aun vivía: de verdad le sorprendió aquello.

—Cuando te besó estando ebrio no se lo recordaste al día siguiente y pudiste haberlo hecho.
—Eso no cuenta, Lec. Besar a alguien así de borracho jamás tiene validez.
—El día que se despidieron tuviste una oportunidad, pero no... ¡le diste un beso en la mejilla! —avergonzada, Asteria se cubrió la cara con las manos.
—Soy tonta, ¿verdad?
—No digas eso, corazón. Estabas superando un trauma, tu cabeza funcionaba de manera distinta —Electra recogió los platos vacíos y terminó de beber su jugo—. Mira, necesitas tomar un poco de aire fresco. Terminemos de comer aquí, busquemos un pastel delicioso para que festejemos juntas y vamos un rato a caminar por ahí, ¿te parece?

Un día en el campo no era mala idea. Asteria necesitaba reordenar sus pensamientos y recorrer un lindo prado era ideal para eso, así que apenas se comió los últimos pedazos de manzana del desayuno fue a su habitación para arreglarse. Aquel vestido azul sobre su cama la haría sentir hermosa, así que se lo puso después de un peinado sencillo y un poco de color rosa en sus labios y mejillas para no verse muy pálida.

Alguien llamó a la puerta y Electra atendió. Habían dejado una caja enorme de regalo y la dueña de casa no se atrevió a abrirla, porque de todas maneras no le pertenecía.

—Cariño, ¡trajeron un regalo para ti! —un ruido se oyó en uno de los arbustos cercanos, y cuando la Aquilae Immortalis pudo ver qué lo causaba, se sorprendió gratamente de lo mágicas que podían volverse las cosas y de las curiosas formas que tenían los dioses para entretenerse.

Asteria salió y le echó un vistazo a la caja con cuidado. Al abrirla, vio un ramo de rosas amarillas y rojas junto con un par de tabletas de chocolate y una versión en inglés del Kamasutra.

—Esto no puede ser real —la joven suspiró—. Lec, si me estás haciendo una broma, te juro que la...
—¿La va a pagar ella? ¿Por qué no yo? —una voz masculina cosquilleó los oídos de la cumpleañera. Al percibirlo tras ella, sintió un vacío en el estómago y su corazón empezó a retumbar como un tambor de guerra.

Asteria miró al cielo una vez más para agradecerle a Afrodita por lo que estaba oyendo. Luego sacudió la cabeza y sonrió.

—Wally... —el Aquilae se acercó a ella y la tomó con delicadeza de los hombros.
—Hola, Star —respondió él mientras acariciaba sus brazos y aspiraba su dulce fragancia de ámbar y frambuesa—. Pensé que podía pasar a saludar.

Asteria se dio la vuelta para reencontrarse con un sonriente Wallace, y por medio de un beso sincero que tardó cinco años en llegar, ella finalmente se rindió al encanto británico del hombre que nunca abandonó sus pensamientos gracias al constante ronroneo de la diosa Afrodita en su cabeza. Tenerlo frente a ella desvaneció su incertidumbre, mirarlo a los ojos le erizó la piel y probar sus labios sin alcohol de por medio le hizo temblar las piernas.

La joven tomó la mano del Aquilae y lo llevó dentro de la casa. Electra los vio corriendo por uno de los pasillos, y antes de que se fueran le hizo una seña con los ojos a Asteria que ella entendió muy bien.

—Lec, ¿recuerdas a Wallace? Te hablé mucho de él. —la Aquilae Immortalis asintió.
—Por supuesto, me dijiste que te hizo la vida imposible cuando estuviste en Londres y que lo detestabas a morir.

Asteria frenó en seco al oír que su madrastra decía semejante cosa y la miró estupefacta. Wallace fijó sus ojos en el suelo sin saber qué hacer, y un silencio incómodo se prolongó por algunos segundos hasta que la guardiana de la Gemma Floralis decidió que ya se había aguantado la risa por demasiado tiempo.

—Es broma, señor Amery... siempre quise responderle así a alguien —dijo ella—. Cariño, voy a llevar al comedor el regalo que te trajo este fino caballero. ¿Planeas hacer queso de cabra?
—Sí, Lec... —Asteria, emocionada, apretó un poco la mano de Wallace—. MUCHO queso de cabra.
—¿Cuántas botellas de leche quieres que traiga, cielo?
—Botellas no, trae cinco cajas, por favor... ¿ya puedo ir a mostrarle la casa a mi invitado?
—Claro, cuando regrese traeré tu leche de cabra —Electra se acercó a la puerta—, ¡pásenlo bien, jóvenes! Estoy segura de que tienen mucho por hablar.

Una vez su madrastra se fue, Asteria le quitó el abrigo y el sombrero a Wallace, pues no los iba a necesitar. Luego lo llevó hasta el jardín trasero donde había un cobertizo con un enorme colchón en el suelo, protegido por varios velos y cojines de colores vivos. Frente a la cama había una bañera tallada en piedra con agua caliente y unas cuantas flores flotaban en la superficie, caídas de algún árbol cercano. La brisa soplaba suave y tranquila, llevando consigo el olor de las hojas de un árbol de eucalipto. Era el ambiente perfecto para un reencuentro hermoso.

—Eres mío ahora, Wallace Amery. —la joven volvió a besar a su amado mientras le ponía los brazos alrededor del cuello.
—¿Qué va a pasar cuando Electra regrese?

Asteria sonrió. Su madrastra era sensata, pero también una alcahueta, y había dejado todo listo para aquel momento que tardó cinco años en consumarse.

—No te preocupes por ella. Volverá en cinco días.

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