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Capítulo 11: Hacerme creyente

Las nubes cubrían el sol lo suficiente como para que Star pudiera salir sin tener que llevar un parasol que le protegiera el rostro. Le molestaba tener las manos ocupadas si iba a pasear tranquilamente después del desayuno. Algo diferente pasaba con Wallace, que tenía un pequeño trabajo por hacer gracias a su amigo Dexter Lawrence, así que llevaba una maleta que estaría llena de piedras en unas cuantas horas.

—¿Qué buscamos, Wallace? —preguntó Star luego de darle un vistazo a la gran planicie que se extendía frente a ella.
—Dudo mucho que haya piedras talladas exactamente iguales a las del dibujo que me dio Deck, así que voy a hacer lo que se me antoje y cualquier piedra blanca que veamos irá al fondo de la maleta —Wallace decidió no complicarse demasiado—. ¿Necesita que le ayude con algo?
—Estaré bien —dijo la joven—, solo es una caminata. No necesito llevar nada.

Ambos salieron caminando por uno de los senderos destinados para los carruajes que pasaban por ahí hasta que llegaron a una zona donde había unas cuantas rocas empotradas en el suelo. Wallace vio un par de guijarros del color que necesitaba y de inmediato los recogió para ponerlos en la maleta. Así pasó un poco más de media hora, y una vez se aseguraron de que no había más piedras blancas en esa zona se sentaron un rato a descansar.

—Wallace, desde hace un par de días tengo una duda, y creo que ya puede darme una respuesta porque estamos en confianza.
—Supongo que sí —dijo el Aquilae—, ¿qué desea saber?
—Varias veces lo he oído mencionar a la señorita Erika Strauss en términos bastante cariñosos... ¿tiene algún apego especial hacia ella? —Wallace suspiró. No era la primera vez que le hacían esa pregunta, por lo que no se le hacía incómoda. Ya tenía la respuesta y la costumbre más que preparadas.
—Ricki es como una hermana mayor. Llevamos muchísimo tiempo siendo mejores amigos. —Star lo miró con un ligero tinte de incredulidad.
—Eso es lo que les dice a todos aquellos que preguntan lo mismo. ¿Cuál es la respuesta real?

Star sabía que Wallace no mentía, pero se veía obligado a callar gran parte de lo que verdaderamente pasaba por su cabeza.

El Aquilae no mencionaba el tema porque no confiaba lo suficiente en la gente como para tener que explicarse. Sin embargo, Star ya había compartido con él algo importante para ella, así que le parecía un intercambio justo de anécdotas, por lo que se relajó un poco y se decidió a hablar.

La familia Strauss parecía un grupo de deidades intocables. Eran tan etéreos, tan hábiles y amados entre los Aquilae, que las mamás querían un esposo como Stefan, los papás soñaban con alguien como Annika para madre de sus hijos, los hombres jóvenes querían ser Roland y las chicas querían ser Erika. El apellido tenía tanto poder en la facción germánica de la Cofradía que hicieron una gran amistad con la facción británica y colaboraron exitosamente en varias defensas contra los Serpens.

Roland y Wallace tenían la misma edad y desde el primer momento en que Archibald los presentó se volvieron inseparables cada vez que los Strauss visitaban Londres. Erika, como hermana mayor, se convirtió en una joven tan refinada para hablar como eficiente para defenderse de cualquier ataque. Ella dedicó varios años a entrenar en paralelo con Wallace y Roland cuando los tres estuvieron listos para aquel desafío. A medida que crecían, los dos muchachos se dieron cuenta de que su amistad no era como la de otros chicos Aquilae, pues a pesar de que hacían cosas que les parecían normales, preferían no mostrarlas en público al darse cuenta de que los demás no se comportaban igual que ellos: se quedaban mirando las estrellas hasta el amanecer, dormían abrazados, se tomaban de la mano cuando nadie los veía, intercambiaban sus trajes, compartían desayunos a solas y se besaban. Se besaban mucho.

Erika, antes de ser buena Aquilae, era buena hermana. Rápidamente notó el gran cariño que se tenían Roland y Wallace, y varias veces fue cómplice de aquellas experiencias inocentes entre ellos cuidando que ni Stefan ni Archibald se dieran cuenta de lo que sucedía con sus hijos. Ella sabía que tendrían muchísimos problemas si los sorprendían.

Archibald no juzgaba aquellas preferencias, pero su colega sí que lo hacía todo el tiempo. Básicamente, Stefan Strauss era un Kostas con poderes mágicos.

Un mínimo descuido en una conversación inocente entre el par de chicos alertó a Stefan, quien ante la primera sospecha de que su hijo tenía comportamientos que él llamaba "contra natura", le tendió una trampa escribiéndole una carta como si el remitente fuera Wallace. Se aprovechó de la ingenuidad de un niño de catorce años para darse cuenta de que él y su mejor amigo se habían enamorado y no pudo tolerarlo.

Stefan se las arregló para conseguir un Artificium Capital con el objetivo de revertir algo que él creía evitable, pero el amor y las orientaciones sexuales no funcionaban de esa forma. No se elegían, no se impedían, no eran una enfermedad, simplemente debían dejarse fluir.

Por eso el poder de las Tijeras de Átropos para impedir lo inevitable realmente nunca funcionó con Roland.

Entre los hermanos idearon un plan para hacerle creer a Stefan que su estratagema había surtido efecto y tuvieron la ayuda de Annika. Convencido de que a su hijo le habían vuelto a atraer las mujeres, el padre arregló un matrimonio con una joven de la alta sociedad germánica muy cercana a la Cofradía de Aquilae, elegida especialmente para Roland por su madre y su hermana. Bella, inteligente, hacendosa y aparentemente sumisa, se llamaba Irma.

Stefan estaba feliz. Según él, la conversión de su hijo había sido exitosa y todo era normal otra vez. Pero jamás imaginó que Irma fuera la salvación para que Roland pudiera seguir dando rienda suelta a sus preferencias como quería, pues aquel matrimonio también le caía de perlas a la muchacha para esconder a aquellas amantes ocasionales que visitaban su cama. Se convirtió en un acuerdo perfecto del que solo sabían Erika, Annika, Roland e Irma, juraron que se llevarían el secreto a la tumba y todos cumplieron excepto Erika, que no pudo contenerse cuando unos años después Wallace le preguntó qué había sido de su hermano y decidió contarle toda la verdad.

Estupefacción.

Esa era la palabra para lo que sentía Star luego de haber oído que alguien intentó hacer una terapia de conversión usando Artificiums, pues era más que consciente de que las Tijeras de Átropos no habían sido creadas para eso.

—Usted iba a tener que hacerme creyente, Wallace —dijo la joven—, porque habría sido imposible que hubiera funcionado.
—Ya sabemos que no pasó —la tranquilizó Wallace—, así que no tendré que venderle una idea tan absurda. Roland se casó con Irma y tienen una amistad maravillosa. Están criando a dos hijos que aman mucho, nadie los molesta y son felices. Eso es lo más importante ahora.

Star podía percibir un dejo de nostalgia en las palabras del Aquilae. Era más que obvio que todavía recordaba con mucho cariño a su primer amor.

—¿Volvió a ver a Roland después de todo eso? —él asintió.
—Sí, pasaron unos años y nos reunimos unas cuantas veces más. Pero la gente cambia: él cambió, yo también... nos dimos cuenta de que el tiempo hizo cosas extrañas en nosotros cuando entendimos que eso que sentíamos antes ya no existía.
—Sería mucho más extraño que el tiempo no nos afectara en lo absoluto —dijo Star—. ¿No lo cree?
—De hecho, eso es algo que me desconcierta un poco sobre ser Aquilae —replicó Wallace—, esa honrosa excepción inmune al tiempo que han mencionado a toda la Cofradía. Algún día me gustaría conocer al Aquilae Immortalis. Tengo muchas preguntas por hacerle.
—Sería una maravilla poder conversar un par de horas con esa persona —la joven pasó saliva—. Estoy segura de que es un ser humano muy interesante.

Ambos compartieron una sonrisa leve. Luego Star le pidió a Wallace que trenzara su cabello una vez más mientras ella se abanicaba un poco con la mano. Él accedió.

—En todo caso... ya entiendo por qué me insistió tanto en dar mi opinión sobre qué tan bien besaba.
—¿En serio? —él se quitó el sombrero—. Quisiera escuchar alguna teoría.
—No es teoría, señor Amery. Es pura lógica, necesita una visión femenina acerca del tema. Y no me pregunte cómo lo sé, solo lo sé.
—Star... ¿quiere que baile a cambio de su opinión? —Wallace la miró de manera lastimera. Ella no pudo evitar reírse.
—Jamás sería tan cruel con usted. Si mi opinión es tan importante, pues se la daré —la joven suspiró—: deme un minuto para recordarlo, estaba en medio de una misión cuando me besaron por última vez y tengo que analizarlo un poco más.
—¡Star!
—Está bien, ¡está bien! Fue suficiente para salvar nuestras vidas, un buen beso. ¿Está conforme con esta respuesta? —el Aquilae sonrió.
—Sí, eso servirá. Espere a que Erika se entere, va a dejar de decirle a mi padre que soy un inútil en el arte del cortejo. —Star lo miró extrañada.
—¿Es consciente de que ser bueno besando no indica que vaya a ser el mejor amante?

Ella tenía razón. No parecía un gran presagio, pero al menos era el principio.

—Si fuera una ciencia sería algo interesante de estudiar.
—De hecho... usted tiene un libro que lo explica, solo hay que encontrar un traductor para entenderlo.
—A propósito, tengo más preguntas que no se responden con lo que está escrito ahí. ¿Por qué dijo que hacer el amor es aburrido en completa oscuridad?
—¿Podría decirme por qué no es aburrido?

Wallace se tomó unos cuantos segundos para pensar en una respuesta decente, pero no fue capaz de decir alguna.

—No realmente.
—Piense en que parte de eso es que sus ojos capten cómo disfruta el otro con lo que está haciéndole. ¿Por qué no querría tener la experiencia de ver claramente aquel inolvidable éxtasis que usted causa en esa persona? Es algo que vale la pena vivir con los cinco sentidos cuando sea posible. Solo imaginarlo es algo sublime.

Respirando hondo, Wallace trató de ocultar que Star lo había puesto nervioso una vez más. Ella lo notó y ni siquiera se molestó en ser discreta.

—¿Se acordó de algo interesante?
—¿Tendría que haberlo hecho? —la joven asintió.
—Una persona no se sonroja de esa manera porque sí. Estoy segura de que en la mente de Wallace Amery hay muchas cosas dignas de recordarse cuando hablamos de estos temas.

El Aquilae sabía que daba una impresión bastante libertina entre sus cofrades, pero la realidad era muy diferente.

—Se sorprendería mucho, señorita.
—En vez de sorprenderme, usted podría hallar un poco de diversión en aquello, señor.
—La encontraría si en lugar de solo hablar del tema pudiera ponerlo en práctica, es como cualquier habilidad que se va perdiendo si no se entrena con frecuencia.
—Ya se cruzará con alguien que le ayude a entrenar, mantenga ese buen espíritu.

Ambos se levantaron para seguir caminando en búsqueda de más piedras blancas en otro sitio. Llegaron a un campo cubierto de diminutas flores de color rosa. Star se abrió paso entre las plantas que soltaban una leve fragancia de particular acidez.

—Qué lindas son —dijo la joven—, es una pena que no duren vivas por mucho tiempo.
—Es lo que causan las estaciones, otra prueba de que el tiempo es una de las pocas cosas inevitables, incluso para la naturaleza. —Star se sentó junto a un pequeño cúmulo de brotes.
—¿Sabía que las estaciones existen porque el dios Hades se sentía muy solo en el Inframundo?

Amery sabía que venía otra historia de esas que Star conocía de memoria, así que no lo pensó dos veces, se sentó junto a ella y se dispuso a escuchar.

Deméter era la diosa protectora de la fauna y favorecedora de la agricultura en el mundo griego. Su mayor orgullo era su hija Kore, a quien cuidaba con un recelo casi enfermizo, pues se aseguraba de que siempre estuviera rodeada de ninfas para que ningún dios se le acercara con malas intenciones. Ella se encargó de que la tierra fuera un espacio seguro para su progenie, pero olvidó que no solo en la superficie se encontraban las amenazas.

Hades, el dios regente del Inframundo, aprovechó una mínima distracción de las ninfas que siempre acompañaban a Kore e hizo que la tierra bajo sus pies se abriera y cerrara en un pestañeo para raptarla. Mucho tiempo duró la infructuosa búsqueda en la superficie, haciendo que Deméter se enfureciera a tal punto de frenar el crecimiento de las plantas hasta que su hija apareciera, causando que los humanos comenzaran a morir de hambre y frío al saberse en una tierra estéril.

Hécate, diosa de la hechicería, acompañó a Deméter poniendo a su disposición las antorchas mágicas que siempre portaba. A pesar de eso, no pudo encontrar a Kore. Los mortales seguían pereciendo debido a la desesperación de la diosa que les proveía alimento, y era cuestión de tiempo que se extinguieran.

No fue el lazo que lo unía a Kore como padre, sino su enorme ego insatisfecho al ver a los humanos cayendo como moscas ante la imposibilidad de hacer sacrificios en su honor, el que hizo que Zeus se decidiera a hacer algo respecto a aquella desaparición. Sabiendo muy bien que su hermano se la había llevado al Inframundo, lo obligó a devolverla y envió al dios Hermes en su rescate. Hades accedió, pero aquello traía una trampa: sin decirle la verdad a Kore, le ofreció una granada para calmar su hambre, de la cual ella comió seis granos.

Al enterarse de eso Deméter no pudo hacer más que lamentarse, pues sabía que ingerir alimentos del Inframundo era una sentencia para permanecer atado a aquel lugar, y en este caso la humanidad se vería afectada. Durante seis meses en el año Kore estaría con su madre, haciendo que todo floreciera y de la tierra brotara el ansiado alimento para los mortales. En los seis meses restantes estaba obligada a regresar al reino de Hades, de quien se enamoró y con quien finalmente se casaría. Durante ese tiempo la tierra se vería envuelta en frío y nieve, las plantas morirían y la diosa de la agricultura estaría esperando el regreso de su hija.

El nombre de Kore quedó en el olvido, pues cuando ella aceptó ser la reina del Inframundo y gobernarlo junto a su esposo pasaría a llamarse Perséfone, "la que trae la muerte".

—Hay una gran enseñanza de esta historia, Wallace —dijo Star al terminar su relato—. Pero no es la que usted está imaginando.
—Por mi cabeza solo pasaba el hecho de que debo guardar comida para el invierno y no secuestrar diosas, nada más. —dijo el Aquilae en tono burlón. La joven lo miró con seriedad, dándole a entender que eso no era lo que quería que él recordara.
—Acepto que quiera tomarlo como una broma, y a veces las cosas se comprenden mejor de esa manera, pero esa no fue la razón por la que le hablé de esto.
—¿Entonces?

Star percibía una gran soledad en Wallace. Todos a su alrededor habían encontrado a alguien para amar mientras él lidiaba con la vida entre hazañas que constantemente lo ponían en riesgo y batallaba con la dificultad para sentar cabeza por el hecho de ser un Aquilae Magister tan comprometido con lo que hacía. Sumando a eso el hecho de que su orientación sexual fuera algo casi invisible para la sociedad por disfrazarse de inmadurez o indecisión de su parte, al parecer estaba destinado a ver pasar la gente sin conectarse emocionalmente con nadie. No era algo estrictamente necesario, pero un hombre como él también merecía tener a Eros de su lado de vez en cuando. Y no solo eso, tenía derecho a estar con una persona que no escondiera lo que sentía por él, que apreciara tanto la vida como él lo hacía, con sus altas y sus bajas, con los sentidos siempre al límite y las emociones presentes en todo momento.

Sir Wallace Amery, el Aquilae Magister al servicio de la Reina Victoria de Inglaterra, también tenía derecho a desconectarse de sus responsabilidades por un momento y darse un respiro. Su actitud desenfadada podía esconder muchas inseguridades que necesitaba enfrentar.

—No espere a sentirse tan solo como Hades para darse cuenta de que también merece disfrutar de los regalos de los dioses —le aconsejó su amiga—, la vida es muy corta como para no cometer errores que le ayuden a aprender mientras espera a que llegue alguien perfecto. En lo profundo de su mente sé que hay un deseo intermitente de dejar a un lado la vida de la Cofradía para cumplir un propósito mayor si lo hay.
—Star, yo nací para ser un Aquilae. Es mi destino.
—No estoy negando que lo sea. Lo que quiero decirle es que hay paradas muy interesantes en este largo camino y puede disfrutarlas mientras su destino se materializa a través del tiempo.

Wallace suspiró. Si en algo tenía razón su amiga era en que él no era tan relajado como quería hacerle creer a la gente y le molestaba profundamente el rechazo. Pero los demás no le permitieron ver aquello de la forma en que Star lo hizo, y eso facilitó su entendimiento.

—Qué irónico —dijo Amery—, ahora tendré que ser yo quien le diga a usted que se enfoque.
—No será necesario. Como le dije anoche, hay que tomarse el tiempo para volver a sentirse tranquilo. Antes de ser Aquilae, somos seres mortales de carne y hueso, tenemos sentimientos, expectativas y sueños. Esa necesidad de aprobación externa que veo en usted lo está apartando de aquello que lo hace humano y no tiene por qué pasar algo como eso.

Tanta sabiduría en aquellas palabras hizo que en los ojos de Wallace se asomaran unas cuantas lágrimas. Él los cubrió con sus manos para contenerlas y Star cerró los suyos para mostrarle que no lo juzgaría ni lo delataría.

—Si alguien me lo preguntara, responderé que jamás vi llorar a un Aquilae de la facción británica —murmuró la joven—. Cuando se haya desahogado abriré los ojos y pretenderé que nada pasó.

En ese momento, Wallace se dio cuenta de lo mucho que le atraía Star. Confiaba tanto en sus palabras que no fue difícil reconocer que verla en aquel estado de tranquilidad era algo que hallaba muy cautivador en ella. No sabía si era su paciencia, su inteligencia o su franqueza para decir las cosas, pero había algo que hacía que él no pudiera ignorarla, así que se tomó el tiempo de admirarla en silencio. Su presencia lo llenaba de calma.

Al igual que él, Star también estaba demostrando que le tenía más confianza que antes. Wallace no pudo evitar acercarse a ella para intentar besarla una vez más, pero sabía que eso sería una traición instantánea que no quería llevar a cuestas. Ella podía haberse alejado unos cuantos metros para dejarlo solo con sus pensamientos, pero en lugar de eso se privó momentáneamente de la vista y la situación habría terminado muy mal si Amery hubiera actuado de manera impulsiva. Él no era un monstruo que veía eso de controlarse como una tarea imposible.

—Star... ¿puede prometerme algo? —la joven abrió los ojos y miró al Aquilae.
—Claro que sí.
—Prométame que no va a dejar que nos metamos en más problemas hasta que usted esté lista para subirse a un barco sana y salva en dirección a casa. No quiero arriesgarla a que un Serpens acabe con su vida por algo que puedo evitar. Sería horrible ver que usted reciba más daño debido a otra mala decisión de mi parte.

Aquella muestra de madurez complació a la joven, quien se alegró de ver que su amigo decidió sentirse mejor consigo mismo y encargarse de ser más asertivo.

—Que Horcos me castigue con interminables tormentos si perseguimos a algún Serpens en lugar de permanecer ocultos para cuidar nuestras vidas —sentenció Star—. Es la promesa más solemne que puedo ofrecerle en este momento.

Tres días pasaron desde que Wallace siguió el consejo de su amigo Dexter Lawrence y se fue con Star en una especie de vacaciones cortas a Stonehenge para que ella pudiera reponerse del ataque de Narendra Patel con tranquilidad. En ese último día ambos lograron mantenerse despiertos para ser testigos de un amanecer fulgurante, y cuando volvieron a Londres, Charlotte los recibió en el Santuario con los brazos abiertos.

—¡Wallace, querido! ¿Qué tal estuvo el paseo? —preguntó la enfermera con una sonrisa.
—No sé cómo logramos entretenernos tanto con un grupo de rocas gigantes —el Aquilae le abrió un poco de espacio a su compañera de viaje para que pudiera pasar y darle un abrazo a Charlotte—. Star se siente mucho mejor ahora.
—Ya tenía ganas de regresar —dijo la joven—, Wallace prometió que me enseñaría a usar el lanzadardos que inventó su amigo y no quiero que se eche para atrás —ella tomó una de las maletas—. Voy a dejar esto en el dormitorio, tengo que desempacarlo más tarde.

Después de pasar tres días en el campo y regresar renovada, Star se sentía más tranquila. Aquel descanso fue necesario para que ella pudiera restablecerse de sus heridas casi por completo, y se sintió más segura con la presencia de Wallace allí. Tal como lo había prometido, la protegió y la hizo sentir cómoda.

Esa comodidad duró poco cuando Star tomó la decisión de volver a la oficina de Charlotte, donde sin querer escuchó a Wallace hablando sobre ella. Las palabras del Aquilae la conmocionaron tanto, que no pudo contener las lágrimas y salió corriendo al dormitorio para que nadie la oyera llorar.

—Sinceramente, tengo que decir que Callum Watson cometió un error gigante al descargarse dentro de esa mujer. Debió haber sacado su pene antes...

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