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Capítulo 7

Después de mucho tiempo les dejo otro capítulo. Les pido disculpas por la colosal tardanza.

-Uno solo-musitó Miguel-Solo un justo en dos ciudades completas.

Gabriel y él iban camino a una misión. Descendían zigzagueando entre las nubes, buscando con la mirada las antorchas encendidas, y con el oído el bullicio típico de aquellas ciudades prósperas y libertinas.

Las pudieron reconocer a la distancia, Sodoma y Gomorra, las dos ciudades condenadas.

-Bajemos en las afueras-indicó Miguel- Debemos ocultar nuestras alas y cubrir nuestros rostros antes de entrar.

Gabriel, como era su costumbre, obedeció sin cuestionar nada. Aun así Miguel pudo percibir cierta inquietud en el arcángel que lo acompañaba, cierto nerviosismo.

Cuando los dos ángeles estuvieron listos se encaminaron a paso lento y sosegado hacia las puertas de entrada. Los dejaron ingresar sin problemas, curiosos, y eso saltaba a la vista, por sus destacables alturas y sus portes soberbios. Si hubieran conocido la razón de su visita la historia hubiera sido muy diferente.

Una música festiva y estridente les dio la bienvenida. En las calles, aun a esas horas de la noche, la gente bailaba y se divertía, bebía y celebraba, ajenos a la sentencia que pendía sobre sus cabezas; a Miguel le dolió ver entre los pobladores tantos ancianos y niños.

-No debatiré la orden dada-le dijo Gabriel, deteniéndose abruptamente-Nunca lo hago y lo sabes, pero...dime la causa, Miguel. Solo necesito conocer la razón para poder aquietar mi alma.

Miguel suspiró. Su pedido era comprensible, el Padre solo le había compartido a él los motivos de su drástica decisión, pero él creía que Gabriel también merecía conocerlos.

Dio dos pasos acercándose a él. Posó una de sus manos sobre su hombro.

-¿Tú cual crees que es?-le preguntó. Lo hacia porque a sus oídos habían llegado algunas especulaciones.

Gabriel se mordió el labio inferior. Su respuesta fue algo vacilante.

-En los Cielos decían...decían que era por el pecado sexual. Por uno en especifico que se salió de control. Mujeres que se echan con mujeres, hombres que se echan con hombres.

Miguel asintió, era la respuesta que esperaba.

-Hay ciertos limites puestos por nuestro Padre para el disfrute del amor carnal. Él los estableció en las tablas escritas por su propia mano. Los conoces; la unión entre hombre y mujer solo debe ser dentro de la santidad el matrimonio; fuera de eso lo demás es pecado. Pero aun así, en su gran misericordia él perdona a los que por impaciencia o afecto adelantan los tiempos estipulados. No es mayor la falta por tratarse de dos hombres o de dos mujeres. Ese no es el gran pecado de esta gente, Gabriel.

Gabriel frunció el ceño. Se lo veía bastante confundido y Miguel no quería embrollarlo más.

-¿No lo es?-preguntó-Creí que si, pues es antinatural la unión entre dos de un mismo género.

Él dejo salir el aire lentamente. Eligió sus palabras con cuidado.

-El amor no conoce de géneros, Gabriel. No se ama con la carne sino con el alma. El corazón no distingue entre sexos ni razas. Ama el interior, lo que no se puede ver, lo que no puede diferenciarse. Pero...el Padre es el Padre. Sus leyes son sus leyes. Lejos esta de mi poner en duda sus palabras. Lo que te acabo de compartir es solo mi experiencia personal, solo eso.

Ambos se miraron a los ojos por un momento. Este tema le hería a Miguel, lo entristecía demasiado. Creyó ver en los ojos de Gabriel un atisbo de entendimiento antes de que siguieran caminando.

Avanzaron en silencio por un tramo más. Miguel buscaba la casa de Lot; Gabriel parecía estar meditando en sus palabras.

-Si no es ese, ¿cuál es?-le dijo justo antes de que tocara la puerta del sobrino de Abraham-por favor dimelo antes de proceder. Necesito saberlo.

-"El barro y el hierro no pueden mezclarse"-parafraseó Miguel, los escritos de Daniel-Cuando los caídos yacieron con mujeres, estas parieron a los Nefilim; híbridos sanguinarios y malvados. Su poderío y maldad fue un yugo duro para la humanidad por largos años. Estas ciudades padecen del mismo apetito morboso, el cual no iniciaron, pero en el que se deleitan. Copular con seres espirituales. De seguir así...

-Contaminarían su humanidad, la pervertirían-completó Gabriel-Los nacidos de ellos no serian creación de Dios...serían algo más.

Miguel asintió. No quería darle largas al asunto. Ya le era demasiado difícil llevar esa tarea a cabo.

Lot era un hombre corpulento de piel morena y mirada amable. Cuando los vio, reconociendo su ascendencia, se postró con el rostro en tierra.

Miguel le encomió a levantarse, ellos no eran dignos de tal muestra de veneración. Él le comunico la decisión del creador. Les dio un par de horas para alistarse.

Lot les pidió que descansaron allí pero ellos se negaron.

-No, gracias-respondió Gabriel con su dulce voz de mensajero celestial-Pasaremos la noche en la plaza.

Pero Lot insistió y ellos terminaron aceptando.

Comieron con su familia; su esposa y dos hijas jóvenes. Acababan de terminar la cena cuando el sonido de muchas voces se oyó desde el exterior. Todos pudieron oír lo que gritaban.

-¿Dónde están los hombres que vinieron a pasar la noche en tu casa? ¡Échalos afuera! ¡Queremos acostarnos con ellos!

Lot se turbó, parecía avergonzado por aquel pedido. Abrió la puerta y se enfrentó al grupo de hombres y mujeres que habían rodeado la casa. Cuando Miguel oyó que ofrecía a sus dos hijas vírgenes a cambio de desistir en sus demandas, supo que debía intervenir. Cuando se acercó estos intentaban entrar a la fuerza. Miguel miró de reojo a Gabriel, él hizo un gesto de afirmación. Los dos extendieron sus manos y brotando de ellas su poder les quitó la vista.

La puerta seguia abierta cuando Lot urgió a los suyos a tomar unas pocas pertenencias y salir de inmediato. Miguel creyó ver algo entre los desesperados sodomitas que se retorcían en el suelo o caminaban sin dirección chocando unos con otros, unos ojos celestes.

-No-murmuró pues conocía la identidad de aquella mirada cristalina.

El sedicioso, turbulento y manipulador caído había sido quien delató su presencia. Seguramente quien también los había provocado al caos, ocultándose en alguno de sus muchos disfraces.

Miguel solo pudo exhalar decepcionado antes de salir junto a Gabriel, con aquella familia escogida entre cientos.

Recorrieron la ciudad con rapidez. En todo el camino Gabriel les urgía a no mirar hacia atrás, a avanzar sin detenerse por nadie ni nada. Ya dejaban las puertas cuando Miguel notó que la esposa de Lot comenzaba a caminar cada vez más lento, con un paso inestable y titubeante.

-No te detengas-le pidio Gabriel al notar lo mismo que él- El juicio caerá sobre Sodoma y Gomorra. Deben huir antes de que comience.

Ella asintió pero se veía poco convencida.

Lot les había pedido que lo escoltaran hasta Zoar, una ciudad próxima que estaba elevada sobre una zona montañosa. Hasta allí los acompañaron ellos, siempre encomiándolos a no darse la vuelta. Estaban ascendiendo cuando Miguel lo oyó.

-Dejaste tu casa, tus bienes, todas tus posesiones. Solo llevas contigo escasez y temor, y ellas solo te darán el fruto de la muerte, para ti y para los tuyos. Te alejas de la prosperidad para echarte en los brazos de la miseria. Dejas a tu familia, amigos y conocidos para habitar entre gente desconocida y ajena, ¿realmente le crees a estos que dicen haber venido en nombre de su Dios?, ¿ que hablan sobre veredictos celestiales? Mira con tus propios ojos la verdad. Tú corres por las mentiras de otros dejándolo todo, mientras la ciudad celebra y se regocija en lo próspero de sus vidas.

Miguel se giró para refutar las palabras susurradas al oído de la mujer de Lot, pero lamentablemente era demasiado tarde.

Ella se volteó, llenando sus pupilas de la visión del castigo divino. Sodoma y Gomorra ardían desde las altas torres hasta sus cimientos. En ese instante quedo convertida en una estatua de sal.

Gabriel custodió la entrada de Lot y sus hijas a Zoar. Miguel se quedo allí, estático, viendo a través de aquella pobre mujer engañada, viéndolo a él, quien ya no se ocultaba.

-¡Qué crédulas son las mujeres!, ¿no lo crees, Miguel?-Luzbell se reía en su cara.

Vestía una túnica plateada que ondulaba con el viento. El amanecer dibujaba sombras anaranjadas en su rostro perfecto.

-¿Porqué lo haces?-le preguntó en un hilo de voz.

Luzbell comenzó a acercarse moviéndose con una lentitud controlada y felina.

-¿Porqué hago qué?-inquirió a su vez-¿Porqué les miento?¿o porque intervengo en sus planes?

-Porque contaminas todo a lo que te acercas, ¿qué ganas haciendo daño?

Lo vio sonreír sin gracia, más que un gesto una mueca.

-¿Yo los daño?...yo solo hablo, son ustedes los que deciden-dijo en su defensa-Pero claro, es mas fácil culparme, como tú hiciste.

Aquel golpe tan certero dio de lleno en el pecho de Miguel.

-Yo asumí la responsabilidad por mis acciones, Luzbell. Estoy a prueba hace milenios y a mi sanción aun le restan siglos. No te culpo, bien dices, la decisión fue mía. Tú solo tendiste la trampa.

Luzbell se rió a la vez que elevaba una de sus cejas rubias.

-¡Así que soy una trampa mortal!...quizás debiste , como debió ella, haber escuchado su voz. Los dos hablamos al mismo tiempo, ¿recuerdas que te decía él?

Miguel tragó saliva. Recordaba claramente su lucha interna. Luzbell tiraba de la cuerda de su cuerpo y de su corazón, el Padre la de su devoción y obediencia.

El único al que amó se aproximó a él. Se detuvo a escasos centímetros de su cuerpo.

-Sé que te decía-murmuró Luzbell-Te decía "No lo sigas Miguel, vuelve" "No lo mires Miguel, cierra los ojos "" No lo toques Miguel, aleja tus manos" "No entres en él Miguel, su cuerpo es una cárcel de la cual no tendrás escape"

Miguel dio un paso hacia atrás, afectado por su voz y por sus palabras. Cerró los ojos y respiró profundo mientras oía de fondo su risa diabólica.

-Cobarde-siseó, y Miguel abrió los ojos para encontrarse con su mirada. La contempló negra y abismal como su alma-Debo irme ahora, pero volveremos a encontrarnos. La próxima vez no voy a gastar mi tiempo en palabras.

El cielo se abrió revelando la fisura por la cual Luzbell había cruzado. En un pestañear se lo llevo de vuelta.

Una lágrima que quemó su piel mientras caía, fue la única muestra de dolor que pudo permitirse.

-¿Porqué no puedo dejar de amarte, Luz?-suspiró Miguel-Tú que solo sabes mentir, esta vez has dicho una verdad. Fue mi elección amarte, como también lo es no dejarlo de hacer.

Tal vez era porque estaba sensible por su estado o por la charla con Lumiel, Eydis no lo sabía bien, solo sabia que estaba llorando cuando terminó de leer ese capítulo.

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