Capítulo I: Grimorio
¿Qué es la libertad? Esa era una pregunta que me hacía a mi mismo cada vez que miraba al cielo y veía como las aves volaban hacia donde quisieran y sin mirar atrás. Me preguntaba cómo se sentiría ser así. Pero solo alcanzaba a imaginármelo, nada más. Aunque deseara alzar el vuelo y volar junto al viento, mi futuro ya estaba escrito desde hacía mucho tiempo.
Doce años atrás llegue a la noble familia Rosewald. La mayor de la región y muy cercana a la corona. El señor Eugene Rosewald tuvo misericordia de mí al encontrarme en un camino olvidado en medio de la nada, junto al los cadáveres de mis padres. Los recuerdos de ese día son borrosos y apenas puedo asegurar que eso pasó, pero según la versión oficial, fuimos atacados por unos ladrones y mis padres intentaron resistirse, lo que provocó el resultado fatal. Por casualidad o destino, al poco tiempo el señor Rosewald se topó con la escena y al ver mi desgracia, decidió abrirme las puertas de su hogar.
Él siempre se comportó de forma amable conmigo. La primera cena en su casa, les pidió a sus sirvientes que pusieran un lugar en la mesa para mí. Desde ese día, me trató como si perteneciera a su familia.
Pero en esa misma mesa, pude ver que, mientras existe una persona tan buena como el señor Eugene, también existe alguien totalmente diferente. Y esa persona era su esposa, Lorraine Rosewald. Una mujer superficial, arrogante, fría e indiferente. Desde el primer momento fui blanco de sus ataques despiadados, que eran acompañados con las burlas y desplantes de la mayoría de los miembros restantes de la familia.
Desde las sombras de la mansión, se oían insultos llenos de veneno y resentimiento, solo por el simple hecho de ser el huérfano que fue acogido por un noble aristócrata. A pesar que esos momentos duraron un par de años, puesto que la señora murió por una rara enfermedad hereditaria que también llevó a la tumba a su hermana, las heridas se quedaron grabadas como marcas hechas con el fierro ardiente con que se marca al ganado.
Al ser víctima de humillaciones —ya no de la señora Lorraine, sino de el resto de la familia—, deseé muchas veces huir de ese lugar. Y cuando por fin tuve la determinación para hacerlo, en el último momento lo conocí a él y mis planes se echaron a perder.
Ese niño delgado, de ojos color café, pelo negro azabache, rebelde sin causa y desprovisto de amigos, se convirtió en mi mejor y único amigo, y yo en el suyo. Nos volvimos inseparables, compartíamos todo y disfrutábamos de la compañía del uno y del otro. Para él, yo era el hermano que nunca tuvo. Y para mí, algo mucho más.
Aunque nuestra amistad era inquebrantable, ambos teníamos diferencias demasiado obvias. Él era un prodigio en la magia, talentoso desde muy temprana edad y luego de recibir su grimorio, poseedor de una magia extraña, asombrosa y única. Yo en cambio, nunca sobresalí en la magia ni mostré afinidad a algún elemento. Era un desecho.
Mi única oportunidad era recibir mi grimorio y descubrir en que era bueno. Y tan esperado día había llegado.
Una vez al año, todos aquellos con diecisiete años eran escogidos por sus grimorios. Estos podían ser negros, azules, amarillos; con líneas, lunares, unicolor; con figuras, sin ellas. No existía un grimorio físicamente igual a otro. Pero si había un patrón distintivo que compartían aquellos con atributos iguales o parecidos. Por ejemplo, aquellos grimorios con colores fríos como azul, celeste y blanco daban una señal de su atributo, que pudiera ser agua o hielo. En caso de ser colores cálidos, como rojo, naranja y amarillo, era obvio que sus usuarios usaban Magia de Fuego.
Mi emoción no pasaba desapercibido para nadie. El señor Eugene insistió en estar a mi lado cuando llegara la hora, tal y como había hecho el año anterior con su hijo. Éste también iba a estar cerca de mí, lo que hacía menos estresante el momento.
—Por fin llegó el día —dije, pensando que lo había hecho en voz baja.
El señor Eugene rió al escucharme—. Imagino que anoche no dormiste. Tienes ojeras muy marcadas.
—Es seguro, papá. No ha hecho nada más que hablar de ello durante la última semana. Es lo único que dice —declaró el chico a mi lado. Se estaban burlando de mí.
—Darrell, tu también estuviste así el año pasado. Incluso hablabas de ello cuando dormías —declaré. Él se incomodó al instante.
—Supongo que es normal que se emocionen. Yo también estaba igual cuando recibí el mío. La primera semana se lo mostraba a todo el mundo y no paraba de hacer encantamientos. Me metí en muchos problemas por eso —confesó con vergüenza.
—Si yo fuera usted, también haría lo mismo. Su Magia de Árboles es increíble —le dije. El señor Eugene sonrió por mi alago.
—Estás por recibir tu grimorio, lo que significa que ya no serás un niño. Pero aun me hablas de usted.
—Me ha dado abrigo, comida, educación y más. Hablarle con respeto es solo una mínima forma de agradecerle por abrir las puertas de su casa a alguien como yo —le mire fijamente. Su rostro mostraba alegría por mis palabras, pero también resignación por el hecho de no conseguir que lo tutee.
Desde que llegué a su casa, me pidió que lo llamara por su nombre, pero me negué rotundamente. Luego de un tiempo, quería que lo llamara papá, como lo hacía Darrell. Pero también me negué a ello. Aunque el que hiciera tal pedido me daba mucha alegría.
—Siempre le pides eso, papá. Pero siempre se niega, es como una mula terca.
—¡Oye, que cruel! —me quejé.
El señor Eugene solo se echo a reír por la escena.
Poco a poco la gente comenzó a aumentar. Principalmente eran chicos de mi edad que también iban a recibir sus grimorios. Iban acompañados por sus padres, o con amigos. Reían y se notaban la emoción por tan importante evento.
Muchos de ellos pertenecían a la misma academia que Darrell y yo. Aunque no tenía mucha cercanía con ellos debido a mi torpeza en la magia. Siempre fui objeto de burlas por eso, además por no pertenecer al mismo nivel social que ellos. La mayoría eran hijos, sobrinos o nietos de nobles o mercaderes importantes. Estudiar con alguien sin sangre azul y sin talento era una clara señal de resentimiento.
Sin embargo, trate lo más posible de ignorar los abusos. Por más difícil que fuese, trataba de no mostrar que me afectaba, aunque por dentro gritara del dolor. Creo que gracias a eso, y la compañía constante de Darrell pude seguir adelante y esforzarme mucho más en mi control de la magia.
Los profesores decían que yo era un caso especial y muy raro. Poseía tanta magia como cualquier miembro de la academia, pero por alguna razón, nunca mostré ninguna afinidad o atributo a algún elemento. Mi magia no poseía color.
Luego de caminar un poco por las calles del pueblo, llegamos a la gran plaza central, donde tradicionalmente los jóvenes se congregaban para recibir sus grimorios. Ya lo único que faltaba era que el último grano del gran reloj de arena cayera para así avisar que era la hora.
En todos los pueblos y ciudades hay un gran reloj mágico de arena en cada plaza central. Cada vez que llega el momento de la entrega de grimorios, se iluminan sus gránulos de arena y da vuelta lentamente. Cuando termina de girar, significa que la entrega termina y comienzan a caer nuevamente la arena, hasta el año siguiente.
—Diría que falta un par de minutos para la hora —aseguré el señor Eugene. Tragué fuerte cuando dijo eso.
Mi corazón empezó a palpitar fuerte y mis manos se humedecieron más y más. Un montón de pensamientos negativos aparecieron en mi mente, a la par que recuerdos amargos cruzaban por mis ojos.
Recordaba esos momentos en el que la gente me llamaba inútil y sin talento. E incluso aseguraron que no recibiría un grimorio por no mostrar ningún atributo.
"¿Y si es cierto?" —pensé. Era una posibilidad latente que mi emoción se empeñó en ocultar, pero al final el nerviosismo la sacó a la luz.
Una suave y cálida mano se posó compresiva sobre mi hombro. Giré para ver el rostro de mi amigo, que con solamente sonreír, espantaba cualquier nube negra que me aquejaba.
Siempre causaba ese efecto. No sé si era o no consiente de ello, pero en esos momentos cuando creía que nada saldría bien, él aligeraba mi pesar con una sonrisa amable. Con el paso de los años, comencé a sentir algo más allá de un sentimiento fraternal. Y sin darme cuenta, él se había convertido en mi pilar de luz. Pero muy en el fondo sabía que también sería la razón de mi destrucción.
Aunque mi anhelo iba mucho más allá de lo posible —o siguiera imaginable— me conformaba con estar a su lado. Esa era la razón principal de mi gran deseo por obtener mi grimorio. Al conseguirlo, podría ser un serio candidato para convertirme en su escolta permanente una vez que fuera el nuevo cabeza de familia. Lo protegería de cualquier cosa y lo amaría desde las sombras.
En mi mente era un estupendo plan. Pero en mi corazón era un asunto totalmente distinto.
El señor Eugene se encontró con su socio Eliot Bonnet. Un hombre de baja estatura y un poco regordete. Utilizaba siempre traje y llevaba con orgullo un largo bigote que comenzaba a tener vellos blancos. Además de ser un compañero de negocios para el señor Eugene, también era su cuñado.
—Hola Eliot. No recordaba que tu hijo también recibiría su grimorio hoy —le saludó con educación el señor Eugene.
—Hola, Eugene. Así es, mi hijo menor debe estar por algún lado —observó de un lado a otro en busca de su primogénito—. Royd me dijo que se adelantaría para encontrarse con unos amigos. Pero como ya casi es la hora, lo estoy buscando —volvió a escanear el lugar con su mirada—. ¿Qué hay de ti, Eugene? ¿Tu hijo no había recibido su grimorio el año pasado?
—Ah, sí. Pero esta vez es el turno de Zack —posó su mano sobre mi cabeza.
El hombre me miró con indiferencia, de la misma manera que si mirase a un perro callejero, portador de podredumbre. En eso era igual a su hermana. Aunque su rechazo a mi no fue tan personal como el de la señora Lorraine. Era más debido al clasismo tan arraigado que estaba entre la mayoría de la alta sociedad. No toleraba que alguien como yo estuviese en su mismo estrato.
—Que bueno —dijo para parecer cortes—. Aprovechando el momento, me encantaría comentarte cómo va la recolección de plata de nuestra nueva mina.
Ambos se apartaron de nosotros por un instante. Observé a Darrell y ambos alzamos los hombros. Luego nos acercamos un poco más al reloj de arena, junto a la gran mayoría de los jóvenes presentes.
—¡Cuantos nervios! —dije mientras corría mas mis mangas sobre mis manos.
—Sé cómo te sientes —me dijo—. Hace un año, cuando recibí mi grimorio, estuve igual de nervioso que tu. Por suerte te tenía a ti a mi lado para calmarme un poco.
Me ruboricé al instante. Por suerte, el estaba un paso detrás de mí y yo miraba el reloj mágico.
—N-no fue nada. Sabes que siempre voy a estar a tu lado, pase lo que pase. Yo seré tu guardaespaldas personal —declaré. Éste soltó unas carcajadas tras mi afirmación.
—Sabes muy bien que quisiera que estés a mi lado como mi hermano, no como subordinado. Papá y yo te vemos como familia.
—Es lo menos que puedo hacer. Ustedes me aceptaron desde el primer momento. Nunca me señalaron por no tener padres ni pertenecer a la nobleza. No puedo pedir una mejor familia sustituta.
—Es difícil discutir contra tu lógica —dijo resignado.
—Ya sabes cómo soy...
De repente el gran reloj comenzó a brillar con mucha intensidad, a la vez que el sonido de unas campanas daba inicio a la ceremonia de entrega. Luego de tan larga espera, el gran momento al fin había llegado. Recibiría mi grimorio.
Pregunta del día: ¿Qué les pareció este primer capítulo?
Me encantaría ver sus respuestas y si quieren, también pueden opinar y por supuesto votar.
Los invito a pasarse por mis otras historias disponibles en mi perfil.
Sin más que decir me despido, nos vemos en la próxima actualización.
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