El Legado del Ragnarök (Critica plus)
Prefacio
En el abril brumoso del 2019, un mensaje surcó los hilos de mi ser como autor, portando la semilla de un cambio radical en mi derrotero literario. Desde las honduras de la inmensa comunidad de Wattpad, brotó Ariel-Mclain, un crítico sagaz y fervoroso, quien me asaltó con una oferta tentadora. Su nombre retumbó como el clamor de una ocasión: ¿anhelaba recibir una crítica o una reseña para mi obra Vaga Esperanza, el cimiento primigenio de mi incursión en la fantasía épica?
Para los extraños al mundo de Wattpad, déjenme esclarecer la figura de Ariel-Mclain: un joven talentoso, cobijado por el amparo de un cónclave afín llamado el Trio Siniestro, cuya empresa radicaba en la minuciosa valoración de narrativas que moraban la plataforma, sus apreciaciones erigidas sobre los pilares de criterios excelsos. Codiciaba desde lo hondo de mi alma un juicio solícito sobre Vaga Esperanza, y ese grupo portentoso parecía presentarse como la respuesta codiciada. En aquel instante, se desplegó ante mí un horizonte de posibilidades ignotas.
Mis primeros encuentros con sus críticas se remontan a los albores de 2019, cuando aún andaba como forastero por los caminos digitales de Wattpad, en pos de almas afines que acogieran la obra a la que prodigaba mi afecto literario. Pronto, sucumbí ante las palabras de estos jóvenes críticos y aguardé con zozobra la llegada de cada nueva evaluación. A lo largo del tiempo, permanecí en la sombra, jamás reclamé un espacio entre sus elegidos, pues en la naciente travesía, cuestioné si mi relato merecía tal honor. Y, sin embargo, jamás osé concebir la eventualidad de que Ariel-Mclain, bajo su propio nombre, daría vida a un compendio consagrado a sus reseñas. Fui sorprendido cuando el propio Ariel-Mclain me confió en privado su intención de abordar mi obra. En aquellos días, el individuo a quien ataño nombraba Capitán, un ser que se ha tornado mi más fiel camarada en las letras.
Vaga Esperanza, si bien nunca ascendió a la cumbre de los relatos egregios, ostentó la distinción de conectar mi sendero con el de quien ahora responde al nombre de MisterRenek, a quien, con la confianza de la amistad literaria, llamo Johan. A lo largo de los años, su colaboración abonó la vida a El Lamento de los Héroes de maneras inefables. Expresar la hondura de mi gratitud hacia este hombre se torna una tarea inalcanzable. Es mi convicción que pocas almas podrían haber tejido un vínculo tan estrecho a pesar de la vastedad geográfica que nos separa. Así de caprichoso es el designio del destino. Por fortuna, a veces, las estrellas conspiran a nuestro favor. Desde entonces, empeñé mis esfuerzos en retribuir la deuda que me honré en recibir desde aquel lejano comienzo en el 2019.
Transcurrieron cinco años para dar lugar a este momento. Johan profetizó que su relato sería colosal, que El Legado del Ragnarok albergaba los sueños tejidos desde su infancia. Con el paso del tiempo, el manuscrito creció hasta alcanzar proporciones descomunales, exigiendo una decisión crucial. Fue entonces cuando se consagró a la tarea de dividir su creación en cinco volúmenes, cada uno albergando alrededor de 100.000 palabras. Contemplen El Legado del Ragnarok como la primera gema de un magno cetro literario o el primero de varios eslabones en una sagrada cadena fantástica. Ambas interpretaciones hallan su verdad en estas páginas.
En cuanto al proceso creativo, encuentro júbilo en haber brindado mi auxilio en momentos de incertidumbre, en haber viajado con Johan a través de múltiples versiones del mismo relato, extasiándome ante su metamorfosis constante. A pesar de conocer cada recoveco de la historia, desde la primera a la última página, Johan forjó su obra con ardor y tesón a lo largo de los años. Y yo, que por tanto tiempo anhelé el desenlace de este épico relato, permanecí a su vera. Este señor Renek había soñado con este desenlace desde sus años más tiernos. Mi misión primordial residía en asegurar que su pluma inscribiera las palabras que ansiaba ver plasmadas, no las que otros quisieran imponerle.
Este volumen inaugural se erige como el ápice alcanzado por mi dilecto amigo, y es arduo plasmar en palabras cuánto codicié el momento de sumergirme en sus páginas. Por tanto, si estas palabras han logrado capturar su atención hasta este punto, debo prevenir que aquí podrían detenerse. Esta crítica, esta reseña, alberga secretos abisales de la trama. Les exhorto a cerrar este pasaje y buscar El Legado del Ragnarok, para sumergirse en él sin prejuicios ni expectativas. Les aseguro que el gozo que experimentarán rivalizará con el que yace en cada línea que yo mismo he leído.
Pues ahora ha llegado mi coyuntura de otorgarle aquella crítica que él me brindó hace tanto tiempo. A ustedes, amables lectores, agradezco su atención y su tiempo dedicado a estas palabras que manan desde el corazón y la pluma.
Gracias, Johan.
Sinopsis
Todavía no se entiende qué originó que todos los magos enfermasen de un momento a otro, ocasionando el mayor desastre global conocido. Aún hoy, después de más de trescientos años, la enfermedad continúa, no permitiéndole a ningún mago alcanzar la edad adulta sin que antes padezca un incorregible trastorno mental que lo llevará a destruir todo lo que se le cruce.
Argus es una escuela donde se educa a una gran diversidad de guerreros y muchos se dedican a darle caza a los que nacieron con magia.
Será precisamente allí donde Shinryu conocerá a Kyogan, un joven con magia, en el lugar más incoherente de todos. Quizás con un propósito, pues Shinryu siempre ha deseado romper la maldición.
Mientras tanto, desde lo oculto, el Ragnarok se está desatando en un mundo ajeno a su significado y totalmente nesciente de las deidades nórdicas. Tarde o temprano tendrán que averiguar cómo todo se correlaciona.
En esta sinopsis veo un fulgor de originalidad y fascinación. La cadencia entre elementos de fantasía y arrobo, entretejidos con los filamentos de la mitología nórdica, me susurra al oído el misterio. Se erige un mundo complejo y generoso, poblado por figuras de variopinta estirpe, cada cual con sus propias ansias y designios. Anhelo desvelar los vínculos que enlazan a Shinryu y Kyogan, sumergiéndome en las corrientes de sus afecciones. Mas, el ardid que desgarra la condena que acucia a los magos y las secuelas que tal ruptura presagia para el frágil equilibrio del mundo, acuña un concepto de intrigante originalidad y otorga el tono sombrío y enigmático que seguramente agudizará el apetito de los ávidos lectores.
La existencia de la academia Argus, fragua donde se forjan los cazadores de magos, arroja un matiz intrincado a este mundo ya de por sí matizado. Los dilemas que alzan su frente, los rencores que habrán de afrontar entrechocan con sus propios anhelos, y puede ser que desemboquen en clímax de incertidumbre moral.
El lazo entre Shinryu y Kyogan, uno despojado de la magia y el otro ungido por ella, insinúa una danza de tensiones y armonías digna de contemplación. La búsqueda que los insta a quebrar el yugo que oprime a la magia teje un estandarte bajo el cual los protagonistas marcharán con denuedo, y el lector no podrá sino afinar su sintonía con sus lides.
Es aquí entonces que se me tienden un cúmulo de promesas (que posteriormente con detenimiento abordaré): Una epopeya de fantasía velada en penumbra y enigma, dentro de un mundo donde los magos perecen bajo una maldición implacable y son perseguidos con recio afán. Una narrativa de acción y arrobo, en la cual los protagonistas deberán afrontar peligros diversos y adversarios insomnes con tal de desvelar el maleficio que los avasalla. Un canto a la camaradería y la pasión, donde los protagonistas habrán de doblegar sus propios prejuicios y dispares raíces, a fin de confiar su destino uno al otro.
La trama
En El Legado del Ragnarok se despliega ante nosotros una sociedad escindida en dos, trazada con nitidez: una casta imperial y los magos, individuos que han arrastrado consigo, durante tres centurias, los grilletes de su destino aciago y las crueldades que conlleva su ineludible maldición. Este flagelo surgió abrupto, como un cataclismo telúrico que sacudió la faz del mundo, trastocándolo sin previo aviso, y forjando la transmutación de una sociedad regida por la magia hacia una que ahora la repudia.
Sumidos en la atemorizante sombra, los humanos se hallan en un estado de franca subyugación, a merced de los magos. Estos, ahora rebajados a una categoría inferior, han consagrado sus energías a la formación de cazadores, cuyo cometido es dar caza a sus antiguos hermanos dotados con poderes mágicos. Johan, con maestría, teje en la narración la entrañable concepción de estas habilidades mágicas, de manera orgánica y convincente, evitando todo desafine ante los ojos del lector. Este arte mágico, inicialmente considerado el sello de los magos, puede ser apropiado a través de un vínculo con enigmáticas criaturas llamadas Zein, aunque la dificultad inherente a su captura limita tal proeza a unos pocos; sin embargo, el maná, una esencia no restringida únicamente a los magos sino a todo ser viviente, constituye otro medio a disposición de la población.
Dentro de una de las academias encomendadas a la persecución de los magos, emergen los protagonistas de la narrativa: Shinryu y Kyogan. Johan insufla a ambos personajes un vigor singular, y a pesar de sus contrastantes naturalezas —el primero tímido, ansioso, jovial y afable, el segundo determinado, desconfiado, sombrío y despiadado—, destellan como una pareja protagónica que encaja de manera sorprendente.
Kyogan, un mago que se ha infiltrado en Argus, encierra en sí varios propósitos que se desvelan a lo largo del relato, uno de los cuales consiste en investigar su condición mágica y la amenaza inminente de la maldición que pende sobre él, todo ello mientras intenta escapar del yugo imperial.
Es en Argus donde el destino propicia el encuentro de Shinryu, un joven aprisionado por una peculiar circunstancia que le veda el acceso al maná, y Kyogan. Guiado por una enigmática criatura, un conejo de luz cristalina, Shinryu se cruza en el camino de Kyogan. Juntos se tornan pilares mutuos de apoyo, en una danza de interdependencia que, ajena a sus protagonistas, moldea sus caracteres y encara un trasfondo arduo.
A lo largo del periplo narrativo, no pude evitar meditar acerca de los confines de la magia, si bien admito que tal observación es subjetiva. Johan, a lo largo de esta primera entrega, impone límites a la magia a través de principios clave, enalteciendo los fundamentos esenciales como el maná y su composición, así como las vertientes mágicas, dosificando el ritmo del relato con una magia inicialmente indulgente, que con el tiempo se erige en una magia severa, inaugurando una amplitud infinita de posibilidades dentro de un sistema mágico de gran envergadura.
La narrativa, de ligereza innegable, se ve salpicada por intervenciones de personajes secundarios y momentos disímiles de la trama, tejidos con minuciosidad. De esta forma, brindan instantes de relajación y sutil humor, evocando sonrisas cómplices. Pero también dejan entrever instantes de honda tristeza, de emotividad insondable capaz de inflamar el corazón con furia.
Y tras concluir esta obra, el pensamiento no cesa de oscilar hacia el futuro, hacia el destino que ciñe a los magos, hacia el desdichado Kyogan, cuya fisonomía ha mutado considerablemente desde el inicio. La mente se abisma en la realidad que se esconde tras el telón de una inminente guerra que podría precipitar la conflagración del mundo. Y queda por dilucidar cuál será la senda que Shinryu y Kyogan habrán de seguir, entre la lealtad y la traición, entre el amor y el odio, entre la vida y la muerte.
La promesa
En El legado del Ragnarok, cada hebra del tejido argumental teje un entramado de compromisos que orientan la narrativa, forjando una experiencia arrebatadora para aquellos que se sumergen en sus páginas.
La primera promesa se entreteje en la dualidad de la sociedad, donde la magia emerge como una realidad fascinante, pero también como una maldición que desgarra la comunidad. Esta premisa instaura un conflicto central que reverbera a lo largo del relato, engendrando un escenario cargado de tensiones y posibilidades dramáticas. El alcance de esta promesa reside en su habilidad para establecer el matiz general de la obra, construyendo un universo vívido y enigmático.
La maldición y el destino que acecha a los magos perfilan otra promesa crucial. Esa promesa instiga a adentrarse en las profundidades de los sufrimientos y desafíos que los magos han debido enfrentar a causa de su condena. Ello forja un vínculo emocional entre los lectores y los personajes, a medida que se ven inmersos en la lucha de los magos por liberarse de su funesto sino. Esta promesa añade estratos de intriga y empatía, contribuyendo a mantener el interés y el compromiso del lector.
Los cazadores de magos encarnan una promesa que infunde complejidad al tapiz argumental. Al prometer explorar cómo los cazadores, adestrados para rastrear a los magos, entran en colisión con sus propios hermanos dotados de lo arcano, la trama cincela una dinámica repleta de conflictos internos y externos. Esa promesa se compromete a añadir capas de moralidad y dilemas éticos, enriqueciendo así la narración. Y poniendo en conflicto al lector en saber a quién debería apoyar.
La relación entre Shinryu y Kyogan engendra una promesa de desarrollo y mutación de los caracteres. La confluencia de estos dos seres antitéticos suscita un periplo de crecimiento y transformación, y la promesa de explorar cómo su enlace influye en sus decisiones y singladuras individuales aporta un matiz emotivo y humano al relato.
El sistema mágico, genuino, cimentado en el maná, las criaturas Zein y las vetas mágicas, promete satisfacer la curiosidad de los lectores. El relato se compromete a desentrañar los enigmas que cobijan este sistema, engalanando el mundo y propiciando momentos de asombro y descubrimiento.
La promesa de un conflicto yermo y de una guerra inminente suscita expectación y suspenso. La trama promete explayar la tensión a medida que el conflicto se intensifica y los personajes se ven enredados en las ramificaciones de la inminente contienda. Esta promesa añade un matiz de premura y acción a la narrativa.
La exploración de elecciones éticas y morales se erige en otra promesa crucial. La historia promete que los personajes enfrentarán dilemas intrincados, y cómo opten por lidiar con tales situaciones aportará profundidad a sus trayectorias evolutivas y al tapiz general de la trama. Esta promesa invita a los lectores a rumiar cuestiones éticas y a ponderar cómo se comportarían en circunstancias análogas.
La incertidumbre del porvenir constituye una promesa que aviva la intriga. Al dejar en vilo el destino de los personajes y del mundo en su conjunto, la historia suscita expectación y garantiza que los lectores prosigan su lectura para develar cómo se dirimirán estos elementos.
Me place comunicar que todas estas promesas se satisfacen en buena medida. Haciendo que el lector en ningún instante de la narración se sienta defraudado, sino que cada cosa vaya aconteciendo de una forma u otra.
El progreso
La promesa y su recompensa se cifran en el avance. El sendero que trazamos para el lector brilla como esencial durante la travesía del libro. Queremos otorgar al lector una sensación de desplazamiento que, más allá de la meticulosa observancia de la cuenta de capítulos o páginas, le haga sentir que viaja hacia el desenlace.
Puede parecer evidente para muchos de nosotros, aunque quizás no lo sea para algunos. Sin embargo, resulta crucial mantener este principio en mente, pues de ello dependerá si el lector decide seguir o abandonar la historia. Aunque la trama, la ambientación y los personajes sean de la más alta calidad, si nunca experimenta esa sensación de avance, la narración se volverá inerte para él.
El Legado del Ragnarok dibuja un vaivén constante que atrapa al lector en las páginas, sumergiéndolo en una lectura vertiginosa que podría desvanecerse en cuestión de días. El prólogo, así como los tres primeros capítulos, se desarrollan con rapidez, llevando al lector a percibir un avance colosal en la trama. Finalizada la primera parte, se deja al lector con una catarata de interrogantes, presentando el conflicto primordial de esta epopeya a través del encuentro entre Shinryu y Kyogan. La puerta se entreabre a un sinfín de posibilidades, despertando la empatía con Shinryu, el anhelo de que el muchacho pueda cumplir sus propósitos en tan misteriosa academia.
No obstante, en el segundo tramo, la historia sufre un estancamiento súbito. Permítanme aclarar, no se trata de un estancamiento literal, la trama sigue su curso, un torrente de acontecimientos fluye, sin embargo, es Kyogan quien lidera este tramo y, a pesar de su escasa aparición, cuando hace acto de presencia es cuando la narración recobra su vigor. En cambio, con Shinryu experimenta una lentitud que parece prolongarse, aun cuando solo nos adentramos en nueve capítulos de esta etapa. Esta cantidad en sí no es exorbitante, sobre todo si tenemos presente que en los capítulos doce y trece.
El progreso en una novela se convierte en la piedra angular de una verdadera joya literaria. De forma curiosa, este concepto puede plasmarse sin necesidad de recurrir a persecuciones o combates épicos. Si lo analizamos con detenimiento, puede aplicarse a prácticamente cualquier acontecimiento. La clave consiste en mostrar al lector, como escritor, aquello que desea presenciar: una ilusión de avance.
El meollo del asunto, y es ahí a donde pretendo llegar, radica en demostrar que la historia está en marcha, crear la impresión de que progresa. Ofrecer un destello de cumplimiento de los objetivos planteados. La vía óptima para lograr esto consiste en identificar el núcleo argumental, no el manto superficial, y plantearnos: «¿Qué interrogantes necesitan respuesta?»
Sin profundizar en exceso en los pormenores de los personajes, asunto que deseo abordar en palabras futuras, lo que sucede es que Shinryu carece de un sentido de avance durante estos capítulos.
No escasean las razones para esta circunstancia, naturalmente. En un mundo donde todos poseen maná, Shinryu no solo está falto de él, sino que su potencial es especialmente débil, una rareza. Soporta un nivel incomprensible de hostigamiento, hasta el punto en que el joven se quiebra. Su situación está ligada a que Kyogan aclare sus pensamientos y decida buscarlo y, más crucial aún, a la llegada de Trinity. Incluso se alude a esta última en uno de los capítulos, cuando los estudiantes burlonamente acosan a Shinryu alegando que Trinity llegó en secreto y se marchó, todo para humillarlo. Veraz o no, esta información suscita en el lector la sensación de que aún queda un trecho para que Trinity atienda la condición de Shinryu.
Por tanto, aunque la trama evoluciona y diversos hilos se entretejen, al centrarnos especialmente en la narración con Shinryu no se percibe un avance particular en esta segunda parte.
No es necesario que Shinryu ejecute magia, ni que sane de su afección, y menos aún que confronte a sus acosadores o se erija como el mejor de su clase. No, para nada. Tan solo precisa realizar un acto que lo acerque a su objetivo o que siembre la ilusión de tal acercamiento, aunque al final dicho avance carezca de trascendencia. Equivaldría a considerar al personaje como protagonista de algún acto proactivo. Y ese acto puede adoptar cualquier forma.
Investigar en libros que desentrañen los misterios de la magia, entablar diálogos con los profesores acerca de los magos, entrenar en solitario en el arte de la espada. Aunque al final Shinryu siga encaminado hacia el mismo destino y termine colapsando en lágrimas, nada está en contra de tal desarrollo, pues es lo que debe acontecer. Sin embargo, antes de ello, Shinryu ha de no solo resistir el hostigamiento como ya lo hacía, sino también procurar realizar alguna acción en función de sus metas. Porque, a fin de cuentas, su objetivo primordial es hallar a su madre y, simultáneamente, desvanecer la maldición que agobia a los magos. Este último objetivo pesa aún más que la extraña dolencia que afecta a Shinryu.
Resumiendo, si se preguntas por qué la gente tiende a percibir la segunda parte como más pausada, aun cuando solo abarque unos pocos capítulos, esta es la razón. Los tramos narrativos pueden tornarse tediosos cuando las promesas y los arcos argumentales divergen en dirección. Si se preguntan por qué un relato, un arco, resulta tedioso, examinen esto, asegúrate de que tus objetivos converjan en un mismo rumbo: el progreso.
Por ende, cuando las páginas se deslizaban bajo nuestra mirada y Kyogan irrumpía en la trama, el relato cobraba vida y su presencia, tanto si inspiraba simpatía como antipatía, significaba un alivio anhelado.
Persistiendo en este rumbo, la tercera etapa exhala la inversión. Es como el impulso inicial de una avalancha, si me permiten la comparación, pues se origina en la base de la montaña una vez que los cimientos han sido erigidos. Nuestros dos protagonistas finalmente confluyen, y a partir de ahí se suelta la bola, ganando ímpetu paulatinamente. Objetivos y promesas, como piedras en movimiento, emprenden su avance, infundiendo a estos trece nuevos capítulos un sentido de fugacidad. Más aún, suscitan un anhelo voraz de más, pues emergen nuevos horizontes insondables, ampliando la visión del mundo con la entrada de Erebo, el primordial engendro, y la inclusión de un recién llegado.
La cuarta etapa y el epílogo emulan a la bola de nieve en su plenitud. Las cartas yacen sobre la mesa, esperando tan solo ser contempladas y saboreadas. Y es que esto es lo que acontece aquí: a medida que el relato se adentra en un punto, la sensación de retorno se desvanece. Uno avanza inexorablemente, hasta que, de repente, el fin llega y no hay forma de detenerse, quedando solo la pregunta en el aire, ¿por qué llegó a su término? Y tan solo queda el sentimiento de querer que salga pronto la siguiente entrega.
La recompensa
La recompensa, en su esencia, yace en que el autor honrará su compromiso. Ahora bien, el artificio reside en que el cumplimiento no siempre precisa ser exacto.
El modelo arquetípico de un relato radica en desvelar al lector que la trama se encuentra en decadencia, revelar cómo la vida del personaje se desmorona, narrar sus intentos por alcanzar la meta y sus subsiguientes fracasos. En este punto, al iniciarse el tercer acto, los protagonistas hallan una nueva chispa, información revitalizadora, una pista fugaz o fuerza renovada que finalmente conduce a un desenlace favorable.
Conviene abordar una historia bajo la lente metafórica que escuché alguna vez de Brandon Sanderson: «Le prometes a tu hijo que le comprarás un coche de juguete. Él espera hasta la mañana de Navidad, desenvuelve el paquete y encuentra el coche. En eso no radica inconveniente alguno». A menudo, las personas adquieren la noción de que las narraciones deben estar salpicadas de giros intrigantes, pero la verdad es que la carencia de estos no constituye un problema. Descuidan que, por ejemplo, «Star Wars» carece de giros significativos en número, pero lo que sí alberga es un giro de expansión. Este radica en la promesa del coche de juguete y, luego de la espera, sorprender al receptor con un coche real.
El Legado del Ragnarok cumple numerosas de las promesas que plantea sobre el tapete en su gestación literaria. A lo largo de la obra, por ejemplo, asistimos a cómo se despliega la dualidad entre los magos y el imperio, un espectáculo que vibra especialmente en el pensar de Kyogan y que alcanza su cénit en el clímax, cuando dos magos inocentes y compasivos son cruelmente segados por la única razón de ser magos.
Un aspecto adicional concierne a la relación entre Kyogan y Shinryu. La promesa de su evolución halla una expresión en forma de complemento a lo largo del volumen. Hasta el punto en que Shinryu llega a valorar con mayor intensidad la esencia de los magos, a preocuparse por alguien que, en teoría, ostentaba la impronta de la despiadada, e incluso a experimentar una dosis extra de valentía. En Kyogan, hallamos instantes en los cuales se abre a compartir con otro ser, en los que destina parte de su insondable ser a alguien que no es su hermano, permitiendo que un trozo de sus emociones emerja.
Un par de promesas quedan pendientes, en un enfoque que a veces concuerda con lo que algunos llaman un «Robert Jordan», tendencia a avanzar el arco de un personaje hasta una coyuntura en la que el lector retiene la imagen, y luego ponerlo en pausa por uno o dos volúmenes futuros. Tal es el caso de la maldición que aqueja a Shinryu y la figura de su madre. Hemos asimilado lo suficiente, hemos llegado a un punto óptimo en esta entrega, pues no era el centro neurálgico de la trama nuclear en esta primordial entrega, lo cual nos habilita para retomarlo sin dificultad en un futuro próximo.
Preciso en esta coyuntura, Johan no solamente gestiona una trama convencional, satisfaciendo la expectativa con un juguete de infancia, sino que también deslumbra al lector con una trama de expansión que late en los confines del libro, recompensándole con un aeroplano cuando emerge el primigenio engendro y, más allá de él, con la irrupción de las deidades y un epílogo magistral.
Arquetipos
No hay libro que se erija sobre una sola idea, salvo casos excepcionales que ahora se me escapan. Por lo común, varias tramas principales se entretejen con antelación, pero hay una que las sobrevuela y las domina: la trama nuclear.
El Legado del Ragnarok alberga múltiples conceptos y varias tramas en liza. Sería un desatino negarlo, confieso que me costó bastante dilucidar cuál trama específicamente revestía carácter nuclear. Al principio, estaba por asegurar que la persecución del Zein, eje cardinal que cobra preeminencia hasta el final, ostentaba ese lugar. Sin embargo, esta trama no empieza a cernirse sino en la tercera parte, y si la circunstancia la catalogáramos como trama nuclear, estaríamos, por fuerza, declarando que las dos primeras partes carecen de todo tipo de avance, lo cual sería un agravio a los puntos que ya habíamos avistado. Por ende, la respuesta resultó clara: el primer engendro y la caza del Zein son aditamentos al ala de una trama paraguas, mientras que la metamorfosis en la relación de Shinryu y Kyogan constituye la trama nuclear.
Si uno se detiene en cada punto de progresión en la trama, la óptica se enfoca en cómo Kyogan asimila a Shinryu y lo percibe con menor recelo, y cómo Shinryu manifiesta anhelo de respaldar a Kyogan y adquiere brío al unísono con este proceso.
Traigo esto a colación para asentar el punto de los arquetipos. Ya todas las narrativas han sido expuestas. Nadie encontrará algo verdaderamente original y, si eso aconteciera, tildarían dicha narración como algo... peculiar, de manera que su impacto no lograría arraigarse.
Todas las crónicas operan en base a arquetipos, no se reduce a uno solo, ciertamente, eso hoy día se antojaría poco corriente. Meditar sobre los arquetipos y por qué nos resultan fascinantes aporta luces sobre cómo y por qué obran las tramas dentro de las historias, nos invita a escrutar su operatividad y cómo podemos emplearlos.
Me agradaría poder brindar una lista exhaustiva de arquetipos, para enriquecer mi entendimiento y aportar mayor claridad, pero sencillamente, no existe tal inventario.
Así pues, vamos a abordar la diferenciación de arquetipos que la presente narrativa maneja. Indudablemente, su cantidad es notable y podría verter miles de palabras en este ejercicio, por lo que he de ceñirme a unos pocos que posiblemente te asistan en la comprensión de tu relato o confirmen ideas que ya poseías.
Principalmente, postulo que la narrativa está arraigada en el arquetipo de la «Relación Contrapuesta». Como mencioné previamente, la trama nuclear reside en la relación entre estos dos individuos y su trayecto de desarrollo. Este arquetipo se concentra en amalgamar a dos personajes con personalidades disímiles y objetivos divergentes, para engendrar conflictos y crecimiento.
Otro arquetipo que he mencionado en reiteradas ocasiones es el del «Escuela Mágica». Este arquetipo recluta a un contingente de jóvenes aprendices que se instruyen en las artes mágicas y afrontan desafíos que trascienden lo académico y se adentran en lo personal. La academia suele convertirse en epicentro donde florecen relaciones, se desentrañan secretos y se adiestra a los personajes para las tribulaciones que aguardan en el exterior. Este arquetipo brinda ocasiones propicias para explorar la evolución de los personajes, el espíritu de camaradería y el descubrimiento de facultades mágicas, al tiempo que se enfrentan a dilemas que sobrepasan la esfera de la educación mágica.
La academia Argus podría ejercer de bastión donde los protagonistas Shinryu y Kyogan no solo adquieren saberes en torno a la magia y su pasado, sino que también allí fraguan su "amistad" y se confrontan con las encrucijadas éticas y morales que atañen a su búsqueda de respuestas.
Y hay muchos más, algunos de ínfima envergadura, como el «Héroe y su Acompañante», donde Kyogan desempeña la función del héroe y Shinryu la del compañero, alterando sutilmente el arquetipo de forma magistral. «Mundo Dividido», «Maldición y Búsqueda de Redención», «Hadas Mágicas» ... La enumeración podría estirarse, mas no aportaría más de lo que ya brinda mencionar esos ejemplos esenciales.
Con esto, elevo mis loores a Johan por su loable labor en la concreción de estos arquetipos.
Estructura
Toda narración se adhiere a una estructura, ya sea de manera consciente o subconsciente. No obstante, no abordaré lo que se instruye en las clases, con los módulos tradicionales de «inicio», «nudo» y «desenlace», a grandes rasgos, eso es certero, pero está distante de revelar lo que precisamos para nuestros relatos.
Diversas estructuras están disponibles para ser empleadas, seguramente hallarán múltiples en internet, aunque no tengo certeza de ello. Algunas son clásicas, como el «Periplo del Héroe», no obstante, Johan no opta por tal modelo. Si hemos de optar, mi buen camarada abraza la estructura en Tres Actos, que es una de las más usuales. No malinterpreten mis palabras, así como los arquetipos, las estructuras tampoco son dictámenes inquebrantables; cada autor es apto de discernir qué elementos desea recoger de un arquetipo y cuáles no.
En términos generales, esta estructura se resume esencialmente en dividir una obra en tres partes. El primer acto funge básicamente como un relato inicial de los personajes o del personaje, cimentando los cimientos del argumento. Este acto culmina en el punto de inflexión de la trama, un recurso a menudo utilizado incluso en las sinopsis. Ese momento es cuando algo cambia en el transcurso de la trama, y suele acontecer cuando el personaje deja atrás su inacción y se torna proactivo. Sucede cuando el personaje decreta: «Voy a llevar a cabo esto».
Puesto que esta novela sobrepasa las 100,000 palabras, estos actos se desenvuelven con agilidad mucho mayor que en una obra extensa, como, por ejemplo, El Camino de los Reyes. En El Legado del Ragnarok, este primer acto concluye en el momento en que Shinryu y Kyogan se encuentran. A diferencia de otras obras, tal como La Comunidad del Anillo, donde el primer acto culmina cuando Gandalf le insta a Frodo a partir, aquí este hito se suscita cuando Kyogan y Shinryu se ven compelidos a coexistir en una relación insólita.
Sin embargo, podríamos considerar que, debido a cierta dilatación en la trama, derivada de una falta de proactividad de parte de uno de los protagonistas, el primer acto llega a su término al cierre de la segunda parte. En dicho punto, Shinryu, por decisión propia y gracias a un profesor, enfrenta a uno de los acosadores y emerge con valentía, mientras Kyogan, por último, opta por respaldarlo. Aquí, en mi opinión, se verifica la culminación real del primer acto.
El segundo acto imprime velocidad a la acción, todo adquiere un matiz más acelerado y es aquí donde se despliega el nudo del libro. El conflicto esencialmente se resuelve en la tercera parte, cuando Kyogan y Shinryu trazan sus planes para el Zein y la sanación de Shinryu. Caracteriza a esta fase el sentimiento de que todo avanza de manera fluida desde el inicio, algo que, en efecto, acontece. El lector se halla inmerso en el convencimiento de que «Todo marchará bien». Justo entonces, todo se desmorona. Este es el pico culminante de la narración, el punto álgido donde todo parece tambalearse, el caos se impone. Y el lector, como espectador, reflexiona: «Quizás las cosas no culminen en éxito».
En El Legado del Ragnarok, esta etapa se centra, sobre todo, en un par de aspectos que quedan en suspenso con la caza del Zein, en la enfermedad de Shinryu que se arrastra hasta un punto donde su resolución parece insuperable y, en especial, en el surgimiento del primer engendro.
Y así, arriba la cuarta parte y, con ella, el tercer acto. Si bien esta fase podría comenzar en variados puntos de la narración, radica principalmente en que, durante el devenir de la trama, aflora una nueva esperanza, algún algo o alguien, lo que sea, que quizás permita que todo concluya en éxito.
Dirigiendo la mirada a momentos precisos de la narrativa, podríamos afirmar que el segundo acto se precipita al caos cuando el Zein que surge resulta ser Vicarius y no uno cualquiera, y cuando el primer engendro se presenta. El tercer acto, por consiguiente, emerge cuando Kyogan libera el segundo maná, cuando Shinryu cobra coraje, cuando emerge una segunda deidad para auxiliar.
Y lo más destacable de todo esto, es que, a pesar de ello, el resultado puede que no sea exitoso.
Esta configuración desemboca en un desenlace que deja a cada individuo con un sentido perfectamente articulado de los tres actos.
Punto de vista
Johan despliega un narrador en tercera persona omnisciente magistral. Se trata de una voz que no se identifica con ningún personaje y que, además, nos permite acceder a las vivencias y sentimientos de todos ellos simultáneamente. En cualquier instante, la mirada puede saltar de Shinryu a Kyogan, o a cualquiera de los demás, sin que percibamos esta transición. Este modo de narrar fluido se desliza por la historia con elegancia y maestría.
Este narrador entraña complejidades por varios motivos. La única obra que conozco que lo emplea, aparte de esta, es Dune. ¿Qué tiene de complejo? Que, como lector, posees toda la información y nada se te escapa, lo que dificulta la creación de efectos de sorpresa, misterio y otros. Por lo tanto, se deben usar otros recursos para mantener el interés del lector. Por ejemplo, imagina cinco individuos en una estancia, uno de ellos es un asesino, y tendrás acceso a los pensamientos de los cinco, donde cuatro se interrogarán: «¿Quién es el asesino?» y uno confesará: «Soy el asesino».
Asimismo, en algunos momentos de la narración, se describe una escena sin el filtro de ningún personaje, sino desde una visión externa, una perspectiva objetiva. Esto ofrece tanto beneficios como inconvenientes, pues, aunque se logra un nivel mayor de detalle y más información, se pierde el factor de empatía que surge de contemplar las situaciones desde los ojos de un personaje.
Esta modalidad narrativa puede gustar a muchos y disgustar a otros. ¿Es esto un defecto? En absoluto, solo se trata de preferencias de estilo. Sin embargo, resulta siempre una estructura fascinante y cautivadora.
Además, déjame profundizar en la narrativa en este punto. Johan adopta un estilo narrativo sencillo, que se ajusta adecuadamente a una novela con un enfoque juvenil. Evita usar adornos innecesarios en el lenguaje o descripciones largas que podrían ralentizar la lectura o darle un tono más profundo u oscuro. Esto también tiene sus pros y contras. Habrá quienes no disfruten de esta sencillez y otros que sí. En general, el público juvenil encontrará afinidad con esta propuesta, mientras que un público más maduro podría considerarla liviana. Yo pertenezco a este último grupo y no me considero especialmente viejo, aunque mis elecciones literarias tiendan a ser más densas.
Aun así, sumergirse en El Legado del Ragnarok otorga una gratificante ligereza entre las lecturas más densas. Es una obra sumamente placentera desde todo punto de vista y que se destaca por una trama que en muchos momentos engancha de manera irresistible.
Mundo
La ambientación se erige como el sello distintivo de los autores de ciencia ficción y fantasía. Curiosamente, sin embargo, es el componente menos preponderante en las historias que urdimos. Aprender a forjar personajes cautivadores constituye la primera prioridad; la segunda radica en edificar una trama sólida, y la tercera en crear una ambientación vívida.
Johan aborda la ambientación con un enfoque temático que enriquece la historia, convirtiéndola en un entramado inseparable de la narrativa, en contraposición a una sucesión de letreros que se deslizan al margen de la auténtica historia. A lo largo de la travesía, no se vierten alardes excesivos de información. Johan se muestra meticuloso en el suministro de datos al lector, en ocasiones al borde de la sobreabundancia, pero siempre manteniendo la perspicacia de que el mundo está subyugado al servicio de la trama, no al revés. Ocasionalmente, no obstante, la sencillez de la narrativa restringe cómo percibimos el mundo, resultando en instantes en que se torna excesivamente familiar. La ambición de una historia de fantasía radica en condensar la revelación de un mundo entero en una sola frase, o incluso un párrafo, con el propósito de concretar y dar vida a un escenario. A raíz de este enfoque, el lector asimila el mundo a medida que se sumerge en la trama principal y los personajes, casi como un subproducto, desentrañando la ambientación con naturalidad.
Uno de los principales desafíos del narrador omnisciente genuino y su abrazo a la reducción constante de palabras es que, en ocasiones, la riqueza del mundo puede sentirse excesivamente contraída, instando al lector a expandir su imaginación dentro de un entorno fantástico que, en muchos instantes, no es continuamente ni ocasionalmente nutrido por información detallada. La noción de la Pirámide de Abstracción también debe tenerse en cuenta. Este recurso reviste extrema importancia en la narración. La Pirámide de Abstracción cimienta al lector en una base firme para que, al adentrarse en procesos abstractos, los entienda con facilidad. Un ejemplo ilustrativo es la capacidad de explicar la magia de manera asequible. ¿Pero cómo discernir si algo es abstracto o no? ¿Qué es más abstracto? ¿Un perro o el amor? Cuando hablamos de amor, todos visualizamos algo semejante porque lo hemos experimentado: amor en parejas, familiares, amistades. En esencia, es un sentimiento compartido.
Ahora, en relación con un perro, ¿cuántos de nosotros imaginamos el mismo tipo de perro al leer que un personaje ha avistado uno? Puede que uno imagine un husky y otro un pitbull. Pero, en cambio, si describimos al animal como un cachorro desaliñado de pelaje blanco, cojeando en un charco junto a la carretera, salpicado de lodo por el paso de una carroza cercana. En ese momento, todos concebimos el mismo perro. La técnica de mostrar implica descender en la Pirámide de Abstracción, mientras que la técnica de decir implica ascender en ella.
Lo que más insaciablemente ansiaba explorar en las páginas de esta obra era la amplitud inexplorada de su vasto mundo, un mosaico de posibilidades que anhelaba desentrañar en cada recodo. Mis anhelos se dirigían hacia los intrincados pasadizos de la vida cotidiana que se insinuaban más allá de los límites de la historia principal. Deseaba que la pluma del autor me guiara a través de los bulliciosos pueblos y ciudades que salpican este universo, poblados que, sin duda, albergan sus propias historias intrigantes y perspectivas únicas.
En un rincón de mi mente, mi imaginación se aferraba a la idea de mercaderes ambulantes que recorren caminos polvorientos, ofreciendo sus exóticos tesoros mientras trenzan un tapiz de relatos forjados en los lugares más remotos. Anhelaba captar los susurros de los rumores que se esparcen como hojas al viento, trayendo noticias de tierras lejanas y misterios inexplorados. Mi corazón palpitaba ante la posibilidad de que, en algún rincón oscuro de una taberna repleta de personajes variopintos, surgieran conversaciones entrelazadas con hilos de intriga y maravilla, mitos, leyendas e historias dentro del mundo.
En ese contexto, considero que la construcción de un mundo no solo se trata de plasmar grandiosos eventos y tramas monumentales, sino de capturar también las pequeñas y sutiles manifestaciones de la vida diaria. Imagina la vitalidad de los pueblos que cobijan a los personajes en sus andanzas. ¿Qué historias esconden los callejones empedrados, los mercados llenos de color y fragancias, las plazas donde los rumores florecen como flores silvestres?
El murmullo de un vendedor ambulante ofreciendo sus mercancías en un ajetreado mercado, el relato del forastero que comparte leyendas sobre tierras desconocidas, las pizcas de información que se cuelan como noticias de otros rincones del mundo, los rumores que se propagan como ondas en el agua; estos detalles llenos de autenticidad son los que insuflan vida al universo que se nos presenta. Son como las notas subyacentes de una sinfonía que enriquecen la narrativa en su totalidad.
Anhelo también conocer las variaciones en la moneda en cada pueblo, las costumbres de los diferentes estratos sociales, el auge y la caída de los comercios, los titubeos de los rumores que alimentan los anhelos y temores de los habitantes. Son los elementos que sumergen al lector en la realidad palpable de ese mundo y que lo hacen sentir como si estuviera caminando por los mismos senderos que los personajes transitan. En esencia, es la amalgama de lo mundano y lo extraordinario lo que consolida la autenticidad y riqueza del universo que se desarrolla en estas páginas.
Personajes
Todo se cifra en la lectura de los designios de los personajes. Sin duda, reconocemos su papel como actores que dan vida a una saga, pero la clave radica en comprender que desempeñan múltiples roles dentro de ella. No todos, por supuesto, encarnan al valeroso héroe o al portador del anillo.
Para embelesar al lector en nuestras historias, en primer lugar, se precisa generar un sentimiento de empatía hacia nuestros personajes; y para lograrlo, se debe construir esa conexión. Poco importarán las perspectivas futuras, sean escenarios maravillosos, magias fascinantes o tramas atrapantes, si no se cuentan con personajes capaces de transmitir la esencia deseada al lector.
En líneas generales, la ambientación toma relevancia y adquiere interés solo en la medida en que presente desafíos a los personajes o les ofrezca sitios encantadores a los cuales viajar. Por tanto, es primordial forjar personajes que despierten el interés del lector.
En esta historia, tres personajes emergen como las figuras principales que guían la trama, con la fugaz aparición de otro en los márgenes: Kyogan, Shinryu y Cyan.
Shinryu y Kyogan. Se aprecia el celo con el que los has cincelado. Son tu creación. En ambos, has infundido personalidades rotundas; el lazo de simpatía se establece, sin importar si alguna de ellas no satisface los gustos de ciertos lectores, pero su autenticidad es innegable.
Shinryu, un joven tímido, cargado de sabiduría y bondad. ¿Recuerdan la leyenda de la nube flotante, reservada solo para los de corazón puro? Esa es la imagen de Shinryu.
Kyogan, en cambio, es el reverso de la moneda: un mago atormentado por traumas, constantemente a la defensiva, receloso de todo. Salvaje por naturaleza, pero capaz de discernir entre lo correcto y lo equivocado. Salvajismo amalgamado con sensatez. Una especie de justiciero personal.
Por su parte, Cyan ocupa un terreno intermedio entre ambos. Posee atisbos de frialdad en muchos momentos, pero también un corazón generoso. No llega a la crueldad, pero tampoco se sume en la dulzura. Exactamente lo que esta pareja de protagonistas necesitaba para avanzar con mayor celeridad.
Kyogan, mi preferido, modelado con maestría. Has cincelado sus motivaciones con precisión y lo has desplazado hábilmente a través del espectro de empatía, generando confianza en él, pero sin ocultar su naturaleza más cruda. ¿Qué es este espectro de empatía? Se refiere a cómo guiamos a nuestros personajes a través de niveles cambiantes de simpatía, determinación y capacidad.
¿Deseas presentar a un Héroe? Permítele rescatar a un gato. Y su simpatía se elevará. ¿Buscas esbozar a un villano? Que lastime a un perro y su simpatía disminuirá. La simpatía surge de la conexión emocional que el personaje provoca. La determinación brota de sus motivaciones y de cómo las maneja. La capacidad cambia a medida que el personaje progresa y se desarrolla.
Kyogan cumple eficientemente con estos tres pilares. Reconocemos su bondad innata, la certeza de que nunca lastimaría a un animal. Pero también comprendemos su complejidad, su naturaleza agresiva y su ímpetu impulsivo. Actúa de forma instintiva, pero con discernimiento. Lo aceptamos con sus imperfecciones. Sus motivaciones están claras: anhela preservar su anonimato, sobrevivir y, a su manera, contribuir, aunque le cueste admitirlo, a ser el más fuerte. Y se esfuerza al máximo según sus capacidades. Mejora constantemente, como lo vemos cuando decide confiar en Shinryu.
Cyan se mueve con soltura entre las distintas gradaciones de la empatía, capaz de salvar al felino en apuros, pero sin dejarse arrastrar por los extremos. Es un equilibrio perfecto en la urdimbre de las relaciones, un sostén para la creciente seguridad de Shinryu y un estímulo para la paulatina redención de Kyogan, mientras su don se revela en su fortificación al enlazarse con Shinryu y en su regocijo cuando Kyogan se encamina hacia la luz. Y, sobre todo, en el cenit de la obra, cuando lo vemos combatir por vez primera, entregado por completo a Shinryu.
Y así arribamos al eje central de la primera mitad del libro. Shinryu, un ser de noble corazón, situado invariablemente en el vértice de la empatía. Muchos lectores sentirán de inmediato una fuerte conexión con diversos rasgos de su esencia, como cuando se desmorona en sollozos ante los abusones. Sin embargo, he de confesar que pocas veces experimenté una sensación plena de complacencia con Shinryu, salvo en instantes excepcionales y muy puntuales de la narración, como cuando descifra la invocación del Zein. A pesar de ello, gran parte del primer acto y el desenlace de la obra generan la impresión de que Shinryu permanece inmóvil en numerosos aspectos. Esta inercia resulta contraproducente, sobre todo considerando su papel como protagonista principal y núcleo del libro durante buena parte del inicio, incluso ante las transformaciones que acompañan a Kyogan posteriormente.
He cavilado extensamente sobre esta cuestión. No es que Shinryu esté mal perfilado, ni mucho menos. En realidad, es un personaje hondo, con una personalidad que impregna cada faceta de la historia. Entonces, ¿cuál es el arcano? ¿Por qué algunos, quizás muchos, yo incluido, percibimos una evolución ralentizada en la segunda mitad, o por qué al concluir el libro parece que el Shinryu que ingresó a la academia apenas difiere del que emergió tras enfrentar al primer engendro?
La cuestión radica en la proactividad, en que, a pesar de sus avances finales y los logros que alcanza, el lector no percibe esta evolución. Lo observamos como un joven expectante, a la espera de que algo, cualquier cosa, desate un progreso en la trama general, aunque este primer volumen no lo entreteja intrincadamente con sus motivaciones personales. (La madre de Shinryu resulta un ejemplo elocuente).
Por lo tanto, cuando Shinryu hace acto de presencia, sobre todo en la segunda mitad, se percibe un sentimiento de retroceso, al observar que sus acciones apenas rozan el estancamiento en sus motivaciones. En contraste, Kyogan y Cyan avanzan en sus propias búsquedas a lo largo del libro; lamentablemente, Shinryu parece atrapado en medio de su propio periplo, salvo por el aspecto en el que contribuye al crecimiento de Kyogan como individuo.
La Segunda Ley
Por virtud de la Segunda Ley, se erige un axioma inapelable: los defectos, las limitaciones y los costes se entretejen con hilos de mayor lustre que los propios dones. Este veredicto no solo halla su aplicación en los personajes y sus acotaciones, sino que también concierta con la segunda Ley, cuya quintaesencia es la amalgama armónica entre las singularidades del individuo y sus rasgos esenciales. No debe desdeñarse el matiz de inscribir los defectos en la trama, velando celosamente que no se confundan con peculiaridades únicas o extravagancias. La sutileza radica en armonizar las extravagancias en el tapiz de la narrativa, de modo que resplandezcan en sincronía con la trama completa, como un fulgor áureo entrelazado en un lienzo tejido con primor. Las limitaciones y sus sombras, como penitentes en procesión, pisan el escenario con mesura.
Sin embargo, permíteme subrayar la distinción entre «limitación» y «defecto», tanto en el dominio mágico como en el terreno de los personajes. Una limitación es una condición inalterable, un atributo cuyas cadenas desafían cualquier intento de corrección; un ejemplo palmario sería un personaje lisiado, privado de un miembro. En contraposición, un defecto no conoce la rigidez de la invariabilidad; puede ser objeto de transformación y enmienda. Traigo a colación aquí tu alusión al cáncer, una aflicción implacable que sirve como referente. Consideremos, por analogía, la enfermedad que aqueja a Shinryu: asumamos que es una limitación inalterable. En las páginas de este primer tomo, esta realidad retumba; ni Trinity ni Kyogan han logrado alterar el curso de su padecimiento. De esta manera, el volumen completo se erige como un reino de limitaciones que desoyen cualquier intento de cambio, como el diagnóstico de una dolencia terminal.
Nos enfocamos, entonces, en la inmutabilidad de esta premisa, confiando en la capacidad del lector para interiorizarla. Sin embargo, los defectos, versados en la dialéctica de la transformación y el mejoramiento, aguardan su turno con paciencia. Shinryu se halla enredado en una danza con innumerables defectos, como su propia fragilidad en comparación con sus pares. No obstante, esta carencia no es más que un defecto, susceptible de desarrollo.
La voz de Kelsier de Nacidos de la Bruma, resonando en nuestras mentes como un eco desafiante, nos recuerda que la habilidad se erige como un baluarte superior a la mera fuerza bruta. Kelsier, ante un inquisidor cuya fortaleza desafía toda lógica, emergió victorioso gracias a la virtud de su pericia. El poder no es la medida, sino la habilidad. Kelsier sorteó las expectativas, trascendiendo el combate en el cual, sobre el papel, su derrota parecía segura.
La mayoría de este relato nos presenta a Shinryu portando defectos que, infortunadamente, adquieren el ropaje de limitaciones paralizantes. Un matiz que no debería ser. Estos lastres, en unión con sus motivaciones que yacen incumplidas, resultan en un resultado sesgado. Shinryu no precisa erigirse como un guerrero insuperable para explorar los rastros de su madre, para ahondar en los misterios de la magia y desvelar sus secretos. Innumerables posibilidades se despliegan ante él, desligadas de las restricciones que padece.
De este modo, Shinryu emerge como una construcción eximia, aun cuando su similitud en diversos aspectos pudiera suscitar dudas. La percepción de estancamiento y la transformación insuficiente al cierre del relato hallan sus raíces en su dificultad para avanzar en sus propias motivaciones. En contraposición, Kyogan y Cyan trazan sendas diestras en la trama de sus deseos a lo largo de las páginas. Shinryu, por su parte, parece estancado en un punto intermedio en cada uno de ellos, excepto en el aspecto en el cual contribuye a la evolución de Kyogan como individuo.
Epílogo
Llegamos al punto final de esta reseña/crítica, y siento que no hay mucho más que pueda agregar en este momento. Sin embargo, existen varios matices que tal vez desees explorar más a fondo, como el intrigante mundo místico que has creado, la magia que impregna cada rincón, los enigmáticos engendros, la entidad llamada Erebo y los dioses que acechan en las sombras. Es posible que sea más fructífero abordar estas cuestiones en un espacio más privado, donde podamos sumergirnos en una conversación extensa. Después de todo, solo puedo especular en este momento, y me entusiasma la perspectiva de descubrir más sobre este universo que apenas asoma en el horizonte. Sin embargo, permíteme anticipar que felicito sinceramente tu logro. Esta historia, una vez más, resulta una invitación irresistible para muchos lectores.
A aquellos que han llegado hasta este punto, les agradezco por su perseverancia ante la abundancia de palabras que he compartido. Si acaso este recorrido ha sido largo, espero que haya sido gratificante y que haya logrado transmitir mi entusiasmo y admiración por esta obra.
En última instancia, quiero recordar que: Viaje antes que Destino. Ha sido un viaje encantador, ¿no es así? Nos hemos divertido enormemente durante estos años. Y finalmente has llegado a un punto en el que tu historia está a las puertas de las editoriales.
Solo me queda agradecerte sinceramente por permitirme apoyarte.
Un abrazo y cualquier duda o amenaza no dudes en escribirme.
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