Etapa V : Indicios
Los estremecedores gritos resonaron en las paredes.
Aracné había despertado igual que el resto, como muchos se había acercado a las escaleras; ninguno tuvo su valentía para tomar el teléfono de la masacrada Lola y correr hacia su amiga.
En esa confusión, se oían los chillidos horrorizados por la estampa de los pobres guías que se veían desperdigados por los escalones; había quienes lloraban sin consuelo, y otros enloquecían por el simple hecho de tener miedo, que ya había echado raíces en sus decisiones.
No obstante, quedaban algunos sensatos como para seguir el primer indicio de acción, y ése provino a causa de las repentinas convulsiones de una chica. . . y de otro, y de alguien más. . . Uno a uno, quienes cenaron caían como sacos, malolientes por lo que expulsaban con furia de su interior.
La pelinegra tomó a su amiga para salir de allí, seguidas por los últimos campistas, hasta detenerse repentinamente en la entrada. Recuperando la respiración, Geraldine notó el leve temblor en el agarre de su compañera, y posando su mano en la frente tuvo una visión muy distinta de lo que había ocurrido antes.
— ¡Aracné, tienes mucha fiebre!—
La hizo sentar a un costado del cúmulo de cenizas, para examinar su condición, encontrando una marca casi imperceptible en su cuello, tan pequeña como un piquete de insecto, o una aguja inyectada a toda prisa.
Sin embargo, la prioridad de la pelinegra era buscar una salida en el amenazador horizonte que se mostraba implacable, dando su presagio de agonía a cada instante, acompañado del gélido aliento de la muerte, quedando sólo hiel en los negros ojos de la joven.
Sentía que perdía la noción y la sensibilidad del cuerpo, hasta que su mirada se cruzó en unos quemados papeles que aún eran legibles. Había un recorte de diario, y unas páginas escritas a mano. Pudo distinguir la trágica noticia, la que hablaba del fatídico ataque en una base militar, la que leyó esa triste mañana de cumpleaños.
Donde su padre había fallecido, dejandola a merced de la soledad, de la cual pudo escapar. . . gracias a su amiga. Ese recuerdo le dió fuerza para incorporarse, y mientras le indicaba a los demás que siguieran camino, fue leyendo el papel que quedaba entre las cenizas:
04/07/16
"El estruendo, los escombros, el polvo. . . esa bomba había caído en nuestra base. Casi sin aliento me arrastré por el suelo, incapaz de ver a causa del humo y el fuego que se expandían.
Entonces divisé a mi coronel, apoyándose en una derruida pared, con el rostro cubierto de ceniza. Recuerdo llegar, intentar ayudar y que él se negara, ver cómo el hombre que tanto admiraba me concedía mi mayor deseo. Sentirse feliz y triste en el mismo momento, llorar de alegría y angustia. Ése, fui yo en ese momento.
Me siento agobiado y perdido en un laberinto sin salida,
pero ahora que lo pienso mejor, estoy vivo.
Estoy vivo por una sola razón, por lo que quise vivir desde niño. . .
por tí ".
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