9: Lenguaje corporal
Ayer tenía planeado llamar a Naoki al regresar a casa, pero recordar a Mika la puso de un humor de perros. Para más inri, después de la grabación, sus amigos la invitaron a salir con ellos para celebrar que fue todo un éxito, pero su padre la obligó a volver con él en el coche. Risa se sorprendió; no obstante, nada más acomodarse en el asiento del copiloto, Masaru le preguntó por el cardenal. ¿Él también se dio cuenta cuando la fue a buscar a la sala de espera?
—Un malentendido en el instituto. Esos niños ricos no son unos santos, ¿sabes?
El hombre clavó en sus ojos una mirada desapasionada, pero a la vez intensa. Muy intensa.
—Así que si Takeru no me llega a decir nada, ¿no me entero de esto? ¿Es así como vivimos, Risa?
La joven se tomó unos instantes para maldecir mentalmente a su amigo; confiaba en que le guardaría el secreto, aunque, si lo analiza a fondo, no tiene nada que reprocharle. Los amigos de verdad son aquellos que, sin temer las consecuencias, se atreven a hacer lo que uno necesita y no lo que quiere, porque saben que, con el tiempo, la otra persona verá que era lo correcto.
—No sabía que te interesabas tanto por mí —replicó, burlona.
Masaru cogió aire entre dientes y apretó el volante hasta que los nudillos se le pusieron blancos.
—Eres mi hija y me preocupo por ti; creo que estas cosas suelen sobreentenderse, ¿no te parece?
A Risa se le escapó un bufido despectivo que hizo temblar la mandíbula de su padre.
—Entonces, ¿por qué no me dejaste quedarme en Kioto? ¿Crees que los abuelos no pueden darme una buena vida? Sería humilde, sin lujos ni caros caprichos, pero me haría feliz.
<<Además, tú tampoco es que me mimes demasiado>>, añadió para sus adentros.
Masaru expulsó toda la tensión contenida en un suspiro cansado y arrancó el motor.
—Lo que creo es que aquí tienes más oportunidades de prosperar; después podrás regresar a Kioto con el futuro resuelto.
—Allí también podría salir adelante.
—A Naoki la universidad se la pago yo, Risa, los ingresos del sento no son suficientes, como tampoco lo es lo que gana enseñando danza urbana. —Masaru se detuvo frente a un semáforo en rojo, pero no apartó la vista de la carretera—. ¿Ves a dónde quiero llegar?
—Hay muchas personas que son felices con trabajos sencillos y vidas de clase media, papá, porque lo que importa no son el dinero ni la posición social, sino el tener una familia que te espere al regresar a casa. ¡Eso es lo que yo quiero! —exclamó la joven, con la mirada clavada en un par de niñas que ayudaban a su abuela a cruzar la calle—. Y sé que en Kioto lo tengo, pero no aquí. ¡Tu asquerosa novia no es parte de la familia ni lo será nunca!
Cuando finalizó su discurso, Risa se dio cuenta de que estaba llorando. Masaru no dijo nada, se limitó a conducir en dirección al hospital. Resultó que, pese a la mala pinta que presentaba, el golpe no era grave; el doctor que les atendió le recetó a la joven un frasco de analgésicos y le aconsejó no hacer esfuerzos excesivos ni levantar peso durante unos días.
De regreso a casa y a solas en su habitación, Risa vio que tenía un mensaje de Mamoru preguntando si todo estaba bien. No era el caso, pero le respondió lo contrario porque es un chico muy sensible y Risa no quería que la preocupación le impidiese disfrutar de la noche.
♫♪♫
Tal y como predijo Hiroshi, las cosas en el instituto solo podían empeorar. El suceso que lo confirma ocurre de camino a clase, mientras Erika parlotea sobre un famoso actor que se ha echado novia. Por la forma en la que lo cuenta, a la joven parece habérsele caído el mundo encima, cosa que ni Risa ni Nagisa entienden.
—Es un amor platónico, no puedes... ¡Ay!
Risa se dobla por la mitad cuando una chica que venía detrás la apuñala en el costado con el codo al adelantarla. No le cabe duda de que lo ha hecho a propósito, probablemente bajo las órdenes de la presidenta, ya que no es casualidad que haya acertado en el punto exacto.
—¡Risa! —se asusta Erika—. ¿Estás bien?
Con suavidad, Nagisa la ayuda a enderezarse y la conduce hasta la pared, tras lo cual abre una ventana cercana. A su alrededor, la gente murmura y las mira con descaro. Algunas chicas incluso se están riendo. Risa las ignora; son demasiado imbéciles como para merecer siquiera una migaja de su atención.
—Estoy... bien —consigue decir la joven entre inspiraciones lentas y profundas; el dolor va remitiendo poco a poco.
Un repentino silencio se adueña del pasillo. Intrigada, Risa alza la cabeza y los ojos se le abren como platos. ¡Lo que le faltaba!
Si los murmullos no hubieran cesado de golpe y si todos no estuviesen mirándoles con cara de susto, Eiji, Atsushi y un tercer chico habrían pasado de largo sin reparar en ella, pero ya os dije que la Ley de Murphy la adora.
A pesar de que los tres la ven, es Atsushi quien se aproxima.
—No tienes buena cara —observa en tono inquisitivo.
—Estoy bien. —Risa no puede evitar ponerse a la defensiva; cuando un desconocido invade tu espacio vital sin permiso, la reacción inmediata es sentirse intimidado y descolocado, lo que, a su vez, provoca tensión e irritación. Nuestro lenguaje corporal es siempre un traidor.
—Ya... —El chico enarca una ceja, escéptico—. Te duele mucho el costado, ¿no?
—Estoy... bien —repite la joven, haciendo una significativa pausa entre una palabra y la siguiente.
Atsushi clava su penetrante mirada en sus ojos color miel, pero no abre la boca, lo que empieza a poner a Risa muy nerviosa; tiene algo que la atrae y la inquieta a partes iguales. Para su alivio, el tercer chico se aproxima y, con una sonrisa de disculpa, coge al joven de los hombros y lo aleja.
—Lo siento. No te asustes, no es...
—¡Cállate, Shin! —interrumpe Atsushi de malas formas y sin romper el contacto visual—. Estaré en la azotea a la hora del almuerzo, Risa.
Dicho lo cual, da media vuelta y regresa junto a Eiji, acompañado de un incrédulo y un tanto ofendido Shin.
En cuanto los tres jóvenes se pierden de vista, los murmullos regresan, ahora con más fuerza. Risa traga saliva, no entiende nada de lo que acaba de pasar y, por si fuera poco, Erika la está mirando con cara de perro. ¡Como si fuera culpa suya que el tío no la corresponda! Le dan ganas de espetárselo, pero, por suerte, su sentido común interviene a tiempo y le ordena ir a clase y no sacar ninguna conclusión hasta que no sepa qué es lo que quiere Atsushi.
Aunque trata de prestar atención con la esperanza de que el tiempo fluya más rápido, las cuatro clases de la mañana se le hacen tediosamente largas. Además, las matemáticas son terriblemente pesadas y aburridas; muchos números y símbolos que demuestran teorías demasiado abstractas para el gusto de la joven.
Cuando por fin suena la tan ansiada campana, Risa recoge sus cosas y espera a que Nagisa y Erika hagan lo mismo. Sabe que tiene que enfrentarse a Atsushi sola, pero necesita que, por lo menos, la acompañen hasta la azotea para evitar que salga huyendo a mitad de camino. Ganas no le faltan, ese chico sería un yakuza de primera.
—Eri, de verdad que no me gusta —repite una vez más mientras atraviesan el pasillo, rumbo a las escaleras. La chica continúa de morros—. Si se me declara, cosa que dudo mucho, le rechazaré.
—¿Lo prometes?
Su tono de súplica le provoca un pinchazo de lástima; si en año y medio no ha pasado nada, ¿no es obvio que el chico no siente lo mismo? Risa no sabe lo que es amar a una persona que no te corresponde, el único al que quiso fue Yuuichi; sin embargo, entiende que sufrir gratuitamente no tiene lógica alguna. Por otra parte, supone que si ella se viese en la situación de su amiga, haría lo mismo: mantener un estúpido atisbo de esperanza. A veces hablar es muy fácil.
—Lo prometo.
Nunca una puerta le había dado tanto miedo como en esos momentos. Es una simple hoja de metal, no le van a salir ojos inyectados en sangre y una enorme boca que la destroce de un mordisco cuando se acerque lo suficiente, pero qué le espera al otro lado... Bueno, eso es otro cantar.
—Nosotras nos quedamos aquí— anuncia Nagisa, sentándose en las escaleras y tirando de la falda de Erika para que la imite—. ¿Estás bien? Pareces a punto de vomitar.
La joven intenta sonreír, pero lo único que consigue es que sus labios esbocen una mueca forzada. <<Venga, Risa, ¡que solo es un chico!>>
Tras inspirar hondo, empuja la puerta y la persona al otro lado se gira al escuchar el chirrido.
—¿Sonohara? —Risa ladea la cabeza, confundida—. Pero Atsushi...
—Sí, tiene la mala costumbre de decidir por los demás, pero, tarde o temprano, iba a tener que hablar contigo, así que...
La joven frunce el ceño y se cruza de brazos. Eiji admira su altura y su cuerpo bien proporcionado, deteniéndose, sin pretenderlo, en los senos, que superan la media de tamaño. Lleva el cabello recogido en una coleta y sus dorados ojos brillan indignados.
—¿No me has metido en suficientes problemas ya?
—¡Oye, que no es mi culpa! ¿Por qué me haces responsable? —Eiji inspira hondo y se pasa una mano por el pelo, despeinándolo todavía más—. Sí, sí, lo entiendo, pero te equivocas: Naomi se montó una película en la que éramos pareja, ¿vale? Mi único error fue dejarla hacer y no poner fin cuando debía. Llegó demasiado lejos y tú apareciste en mal momento...
—¡Ahora la culpa va a ser mía!
—¡No! —El chico suspira con impaciencia—. ¡Maldita sea, Risa, lo que intento decir es que no es culpa de ninguno de los dos y que lo siento!
—¿Risa? —La chica arquea una ceja—. Y si no es tu culpa, ¿por qué pides perdón?
Eiji bufa y cuenta mentalmente hasta diez. No podía ser tan guapa sin tener ninguna pega.
—¿Por qué las mujeres lo hacéis todo tan complicado? ¡Parece que disfrutéis discutiendo! ¿Lo consideráis un deporte? —Sacude la cabeza, consciente de que se está desviando del tema—. ¡Me disculpo porque, aunque no sea mi culpa, me siento responsable de lo que ha pasado, ¿vale?! Naomi es asunto mío y se me ha ido de las manos, Serizawa. ¿Mejor así? ¡Y ahora levántate la camisa!
—¿Perdona?
—Ya me has oído.
Ella hace amago de soltar una carcajada al tiempo que niega con los brazos.
—Vale, hasta aquí hemos llegado. Mira, si tu conciencia de pervertido se va a quedar más tranquila, te perdono, total, no tenemos ningún tipo de relación, pero no pienso obedecer.
Risa se vuelve hacia la puerta, pero el muchacho la sujeta por la muñeca y la empuja contra la pared. El pulso de la joven se acelera y sus mejillas se ruborizan. Indiferente a su sonrojo, los dedos del chico tiran del bajo de la camisa y lo doblan hacia arriba.
—¿Pero qué...?
Presa de un arrebato de furia, Risa le aparta con violencia y huye de su presa. A Eiji le recuerda a una pantera a punto de atacar. Todo en ella posee una elegancia y fiereza felinas, lo que resulta sexy, aunque la joven no tarda en romper el hechizo de fascinación:
—¿Satisfecho? ¡Atsushi y tú podéis iros a la mierda! ¿Por qué tenéis que meter las narices en la vida de los demás?
—¿Cómo ha pasado? —inquiere Eiji, haciendo un mohín de disgusto ante la vulgaridad de la muchacha. El tono que emplea, seco y cortante, lo aprendió de Atsushi y, tal y como su amigo le aseguró, si se acompaña de una mirada fría como el hielo, nunca falla.
Mientras escucha la confesión de la chica, el joven siente que le hierve la sangre. No necesita preguntar, sabe que ha sido obra de Naomi; Atsushi tenía razón cuando dijo que la mayoría de las chicas en ese instituto no tienen dos dedos de frente.
—Deberías hablar con el director —sugiere, en tono contenido, tras unos instantes de reflexivo silencio.
Risa suelta una risita despectiva y asiente para sí.
—Eso ya se me había ocurrido a mí, Sherlock, pero conozco lo bastante bien el mundo como para estar segura de que no la expulsarán gracias a quién es su padre.
—Con esa negatividad no llegarás a ninguna parte. —Eiji le da la espalda—. Mañana después de clase.
—Sherlock. —El joven aprieta la mandíbula y se detiene, la puerta a medio abrir—. ¿No olvidas nada?
Debería pasar del asunto y mirar hacia otro lado cuando la jauría de hienas la devore, pero la primera vez que la vio intuyó algo distinto en ella, y ahora está seguro; además, la decisión ya estaba tomada antes de que él entrase en la partida. No tiene opción, y Risa todavía no es consciente de que la suerte le sonríe.
—Entonces no sería Sherlock, Watson.
Boquiabierta, Risa le observa mientras abandona la azotea. ¿A qué viene esa arrogancia? No hay pruebas del ataque porque no hubo testigos y, por otra parte, no sabe el nombre de sus agresoras. Ni siquiera Sherlock Holmes es tan bueno...
¿Qué se le escapa?
♫♪♫
Sus amigos le esperan sentados alrededor del pupitre de Shinobu, con los bentō sobre la mesa. Son los únicos ocupantes del aula; el resto de alumnos están comiendo en la cafetería o en el jardín. La azotea suele ser su terreno durante el descanso, pero, como no sabían cuánto le llevaría su conversación con Risa, acordaron que Atsushi y Shinobu se quedaran en clase.
—Recordadme por qué hago esto. —Eiji acerca una tercera silla al pupitre y saca su almuerzo de la mochila—. En serio, recordádmelo.
—¿Qué ha pasado? —inquiere Shinobu, más curioso que preocupado.
Eiji resopla.
—Que es una cría.
—Una cría con carácter, ¿verdad? —adivina Atsushi, esbozando una sonrisa torcida.
—A estas alturas debería haber aprendido que las más guapas son las peores. En fin —el joven separa los palillos y atrapa un pedazo de pollo—, mañana después de clase la llevaré a hablar con el director, pero necesito que sus agresoras estén presentes.
—Bien, dame sus nombres.
—Bueno... —Eiji se rasca la nuca—. Me ha hecho enfadar y...
Shinobu suelta una carcajada ante la cara de circunstancias de Atsushi.
—¡En fin! Eso digo yo.
—¡Deja de reírte, Shin!
—Es que eres tremendamente estúpido... ¡Ay!
♫♪♫
Ninguna de las tres chicas esperaba encontrar a Atsushi recostado contra la pared junto a su aula.
—¡Ya era hora! —exclama el joven al verlas acercarse—. Iba a conseguir la información a mi manera, pero luego pensé que sería perjudicial para ti, Serizawa.
—Que estés aquí ya me perjudica —replica la joven, sin molestarse en ocultar su irritación—, ¿o es que eres tan tonto como para pensar que no nos están espiando?
Atsushi esboza su característica media sonrisa. Solo al escuchar el gemido ahogado de Erika, Risa se da cuenta de que debería haber mantenido la boca cerrada.
—Bueno, si es así...
En cuanto el joven da un paso en dirección al aula, se escucha el sonido de varios tropiezos, cosas cayendo y algún que otro quejido. Sin embargo, cuando abre la puerta corredera, Atsushi se encuentra a todos los alumnos sentados e intentando poner su mejor cara de póquer.
—Dime, Serizawa, ¿quiénes van a acompañar mañana al vicepresidente al despacho del director?
Sento: son como los onsen (los baños tradicionales japoneses que aprovechan las aguas termales de origen volcánico) pero con agua calentada artificialmente.
Bentō: ración de comida para llevar.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro