7: Cárcel de lujo
Le cuesta sostener el yumi con firmeza. A su lado, Atsushi finge una concentración absoluta, pero Eiji le conoce y sabe que está disfrutando con su malestar; un malestar que no comprende y que le fastidia hasta el punto de hacerle rabiar.
—¿Seguro que no te preocupa nada? —susurra su amigo, lanzándole una rápida mirada de reojo. La flecha sale desviada y se clava en la diana de puro milagro. Se oyen exclamaciones de sorpresa a su espalda—. ¿Qué te pasa, Robin Hood, acaban de soplarte en la oreja? Robin no fallaba con un truco tan simple.
Eiji le fulmina con la mirada y vuelve a tensar la cuerda con una nueva flecha. Atsushi dispara la suya con una naturalidad que obliga a creer que su madre fue una amazona en alguna de sus vidas pasadas; él es el verdadero Robin Hood, su amigo ha de conformarse con un segundo puesto, pero está orgulloso porque se lo ha ganado con esfuerzo y dedicación.
—Sonohara, céntrate —le regaña el sensei sin alzar la voz, pero con la autoridad suficiente.
El joven asiente y trata de dejar la mente en blanco, convencido de que esta vez la flecha acertará en el centro de la diana; sin embargo, se desvía por tres centímetros. Atsushi ríe por lo bajo y Eiji responde con un bufido. Lo que le ha contado sobre Risa le ronda la cabeza y no hay manerade sacárselo. Según su amigo, la joven ha exclamado bien alto que no quiere verle ni en pintura, y eso le molesta porque él no tiene la culpa de que Naomi esté loca de remate y se haya creado su propio mundo imaginario. ¿Por qué no se preocupa de verlo con un poco de perspectiva?
Cuando el entrenamiento toca a su fin, Atsushi y Eiji se cambian de ropa y se reúnen con Shinobu fuera del dōjō. No pasa demasiado de las cinco de la tarde y el cielo empieza a adquirir ligeros matices naranjas.
—¡Eh, tío!, ¿qué te ha pasado hoy? Tú nunca permites que Atsushi se luzca así.
—Su Julieta le ha dado calabazas.
Atsushi esboza su característica media sonrisa mientras mira a Eiji de reojo. El joven pone los ojos en blanco y niega con la cabeza antes de echar a andar hacia la entrada.
—No te creas todo lo que este payaso te diga, Shin, es a él a quien le gusta Serizawa, aunque no sé si ella estará muy de acuerdo con sus métodos. A lo mejor lo intento para vengarme por lo de hoy. ¿Tú qué opinas?
—¡Que sigo aquí! —protesta el aludido con desenfado—. En fin, par de imbéciles, ¿queréis cenar en mi casa?
Los padres de Atsushi pasan poco tiempo en casa y él es hijo único, así que nadie les molesta mientras juegan a videojuegos y hacen un poco el gamberro. Tanto Atsushi como Shinobu viven en casas grandes y bien cuidadas, con un precioso jardín delantero y un camino de piedra que serpentea hasta la puerta principal, y cada vez que Eiji les visita, añora su casita de Osaka: dos plantas, un pequeño estanque en la parte de atrás que su padre construyó para que pudiera tener carpas... Estaba situada en un barrio residencial de los suburbios, una zona bastante tranquila, y, desde luego, era mucho mejor que un piso, por muy de lujo que sea. Eiji es plenamente consciente de que el fuego siempre asciende.
—El otro día pillaron a una chica masturbándose en los lavabos —comenta Atsushi, que acaba de entrar en su cuarto y trae tres zumos de melón.
Shinobu y Eiji dejan caer los mandos de la videoconsola y le miran con la boca abierta. Tumbado en un puff junto a la ventana, un precioso gato de pelaje negro abre un ojo, molesto por el ruido, y vuelve a dormirse. Eiji necesitó varias visitas hasta que el animal dejó de esconderse en la habitación de los padres de su amigo.
—Cuando dices <<pillaron>>... —indaga Shin, sonrojado.
—Hay dos versiones de la historia: la que dice que se estaba masturbando y otra que asegura que había una segunda chica metida en el cubil y arrodillada.
Eiji traga saliva, esa imagen... Incómodo, trata de retomar el juego, pero le es imposible concentrarse y, además, casi han matado a su personaje mientras ha permanecido distraído.
—¿No lo han comentado en el Consejo de Estudiantes, Eiji? —se extraña Atsushi.
El joven niega con la cabeza.
—¿Dónde has oído el rumor?
Su anfitrión les tiende los zumos, cosa que, tanto Shin como él, agradecen en silencio. ¿Cómo ha podido pasársele algo así? Aunque Naomi tampoco lo sabe, ya que hubiera sido la primera en chantajear a la víctima para ponerla a su servicio; después, hubiese corrido a contarle su hazaña para excitarle con los detalles y aprovecharse de ello. La mera idea le produce náuseas.
—Me lo ha contado un pajarito. Por desgracia, no estaba presente, así que no sabe cuál de las dos versiones es la verdadera, aunque sí que conoce la identidad de la chica. Es raro que no lo hayáis oído, pasó poco antes de que llegara Serizawa, y esta clase de rumores siempre son jugosos.
—Ahí lo tienes —replica Eiji—: Serizawa le ha robado todo el protagonismo.
Atsushi se deja caer en su cama y apoya la espalda contra la pared.
—Puede —concede, pensativo—. La pena es que no me ha querido revelar el nombre de la chica en cuestión.
—¿Y para qué lo quieres saber? —Eiji hace una mueca de disgusto—. ¡No seas morboso, tío! Seguro que la pobre está encantada con la aparición de Serizawa.
—¿Pobre? Si se masturba en el baño sabiendo que cualquiera puede sorprenderla, no creo que tenga mucha decencia, Eiji —opina Shinobu mientras sorbe con la pajita.
El joven guarda silencio, consciente de que su amigo tiene razón. Aun así, no le parece adecuado dar más importancia al cotilleo de la que realmente tiene; hay chicas que se suicidan por este tipo de cosas, porque no pueden con la vergüenza y con ser objeto de mofa día tras día. Eiji no las defiende, pero tampoco las juzga.
—Sé lo que estás pensando —afirma Atsushi, serio y con su penetrante mirada clavada en él—, y debería soltarte un puñetazo por tomarme por la clase de persona que haría correr el bulo y disfrutaría con el sufrimiento de la chica.
—No es eso...
—Es morbo, el mismo que sientes tú, aunque te esfuerces por ocultarlo e ir de niño modélico. —Atsushi ladea la cabeza—. Al final va a resultar que el gilipollas de tu padrastro tiene más influencia en ti de la que pensabas.
Eiji aprieta los puños al tiempo que le fulmina con la mirada. Solo la intervención pacifista de Shinobu, rogando calma, evita que se lance sobre su amigo y le estampe el puño en la nariz. Los hombres poseen la peculiar cualidad de ser capaces de partirse la cara y volver a ser los mejores amigos dos minutos más tarde.
—¡Venga, Eiji, no te pongas cabezón! —insiste, Shin, propinándole un suave empujón en el hombro.
El joven resopla, asqueado porque sus amigos le conozcan tan bien; discutir con alguien capaz de utilizar tus silencios a su favor resulta desquiciante.
—¡Vale, sí, es verdad! —admite de mala gana y acompaña sus palabras con un brusco y elocuente gesto del brazo.
Se forma un silencio tenso en el que lo único que se escucha es la música del juego como ruido de fondo. Eiji da un sorbo a su zumo y deja el envase en el suelo, segundos antes de que un cojín impacte contra su cara.
—¡Oye!
—Cuando te pones en plan señorito me das mucho asco —bromea Atsushi, y los tres ríen, regresando al buen rollo de siempre.
♫♪♫
De vuelta en casa, le recibe la misma atmósfera de soledad e indiferencia en la que vive desde que su madre volvió a casarse tres años atrás. Jin está atendiendo una llamada de trabajo y su madre solo tiene ojos para el bebé. Eiji le quiere muchísimo y entiende que necesite cuidados constantes, pero a menudo tiene la impresión de que Yasuko se olvida de su existencia hasta que le ve, de que sobra en su vida, y es una sensación punzantemente dolorosa.
—¿Dónde has estado? —pregunta su padrastro, tras colgar el teléfono.
—Avisé a mamá de que cenaba fuera.
—Pasa ya bastante de la horade la cena, Eiji.
—Ya, ¿y?
El joven se encierra en su habitación con un portazo. ¿Por qué su madre tuvo que conocer a semejante gilipollas? ¿Por qué se divorció de su padre? Viajaba mucho porque es piloto de la J-Air, pero siempre volvía a casa deseoso de verles y con historias divertidas que contar. Ahora está casada con un ejecutivo de una empresa farmacéutica que ama más su trabajo que a ella. En ocasiones, Eiji se pregunta si su madre es consciente y se arrepiente de su decisión.
Temblando de rabia, el joven se asoma a la terraza para respirar aire fresco, para sentirse mínimamente libre en esa cárcel de lujo. Entonces, arrastrada por el viento desde algún piso superior, le llega una hermosa voz femenina cantando una balada en japonés. No reconoce la canción, pero eso es lo de menos; sea quien sea, tiene una voz que haría naufragar navíos en las tragedias griegas.
Le embelesa, le transporta a los recuerdos felices de su infancia, se lleva la ira y el dolor que hasta hace unos instantes le dominaban.
Le hace sentir en paz.
Dōjō: lugar donde se practican las artesmarciales japonesas.
Sensei: es un título honorífico que se emplea con profesores, médicos, políticos y otras figuras de autoridad. También sirve para expresar respeto por una persona que ha alcanzado cierto nivel de maestría en una determinada habilidad, de modo que puede usarse con novelistas, poetas y maestros de artes marciales.
Yumi: arco japonés que alcanza los dos metro de largo y que suele estar hecho de bambú, madera y piel, aunque también existen yumi sintéticos.
J-Air: Japan Airlines.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro