53: Esa simple palabra
Un profundo suspiro de circunstancias escapa de sus labios cuando contempla los círculos oscuros que bordean la zona inferior de sus ojos. En el fondo de sus pupilas persiste la imagen residual que ha gobernado sus pesadillas: el cuerpo de Eiji desmadejado en mitad de la carretera. El eco del brutal impacto retumba en sus oídos, mezclado con el chirrido de los neumáticos cuando el coche aceleró para huir del lugar. ¿Qué clase de persona atropella a otra y la deja ahí, sin saber si está muerta o agonizando? ¿Sin saber si su ayuda podría haber marcado la diferencia? Risa quiere pensar que Eiji no sufrió, pero su mente la tortura con lo contrario.
«Por lo menos, la presencia no ha vuelto —trata de consolarse mientras se recoge el pelo en una coleta que deshace al segundo siguiente—. Tal vez solo fuera sugestión, después de todo.»
La joven suspira de nuevo y abandona su dormitorio, camino de la cocina. Pese a que su estómago está cerrado, se ha propuesto no salir de casa sin haber tomado un té con azúcar. No le gustaría sufrir una bajada de tensión en mitad de clase y dar más motivos a sus compañeros para que hablen de ella. No ha querido preguntar a Erika y a Nagisa cómo están las cosas en el Instituto Q, pero, después de haber sobrevivido todo un curso en ese lugar infernal, se hace una idea bastante detallada de cómo la recibirán. Entonces Atsushi y Takeda mantenían la mayor parte del acoso a raya; ahora solo puede confiar en que la presencia intimidatoria de Itanabe Shun sea suficiente.
«Deberías valerte por ti misma», le reprocha la voz de su subconsciente.
Debería, es verdad, pero imagino que podréis perdonar a nuestra protagonista por no encontrar la fuerza necesaria para hacerlo. Y, si, como imagino, os estáis preguntando qué pasó el fin de semana, volveremos a ello un poco más adelante. Por ahora, os diré que Risa necesitaba ese pequeño espacio de tiempo con sus amigos.
El oscuro vaivén de sus pensamientos se interrumpe cuando entra en el salón y descubre a Masaru preparando tamagoyaki. Su desayuno favorito desde que era una niña. Las comisuras de su boca tiran hacia arriba, pero un amago de arcada las devuelve a su lugar.
—Sé lo que estás pensando, y te equivocas. Prueba a dar el primer bocado y verás.
Risa se obliga a sentarse a la mesa de la cocina. Luego contempla los tamagoyaki con aprensión. Odia querer comérselos pero que su delicioso olor le esté revolviendo el estómago. «No obstante, papá parece bastante convencido de que el problema está en mi cabeza, y papá suele tener razón. Siempre tiendo a magnificar la importancia de las cosas.»
La joven respira hondo y se lleva un pedazo de tortilla a la boca. Mastica despacio, esperando que, en cualquier momento, una violenta arcada la haga correr al baño. Lo que en realidad sucede es que su estómago protesta, sí, pero para demandar más comida.
—¿Lo ves? —Masaru sonríe y deposita una taza de café recién hecho junto al plato de tamagoyaki—. De todas formas, si todavía no te sientes preparada para volver al instituto, puedes venir conmigo a la discográfica. Hoy Ame pasará la mayor parte del tiempo ensayando, así que será un día tranquilo.
Aunque la propuesta resulta tentadora, Risa sacude la cabeza.
—Fuiste tú quien me enseñó que postergar lo inevitable no tiene sentido.
—Así es, pero no olvides que cada situación obedece a un contexto. —Masaru apoya la mano en el hombro de su hija, que responde al gesto con un leve respingo de sorpresa—. No te fuerces, ¿de acuerdo? Y, si pasado mañana, no quieres ir a tu clase de matemáticas, dímelo y lo cancelo.
La alusión al señor Tanaka y sus tediosos monólogos, que solo él entiende, le trae a la mente el desagradable incidente que presenció hace casi un mes. Todavía no sabe muy bien qué creer, prefiere seguir pensando que Kanata no la vio. Con un poco de suerte, habrá sido así.
«Y, aunque lo hubiera hecho, su vida privada no es asunto mío.»
—No, es mejor que vaya a clase. Cuanto más falte, más me costará ponerme al día.
Su determinación, no obstante, se queda en el coche mientras Risa se apea y se aproxima a Erika y a Nagisa, que charlan bajo el arco de entrada. Un fugaz recuerdo de sus comienzos en el Instituto Q, cuando Eiji, Shinobu y Atsushi se reunían en el mismo lugar, trata de abrirse paso en su mente, pero Risa lo rechaza. O, mejor dicho, lo intenta, pues no puede evitar que el sonido de la risa de Eiji haga vibrar sus tímpanos. También huele su colonia, fresca pero con un deje picante que le cosquilleaba en la nariz cada vez que apoyaba la cabeza en el hombro del chico. Entonces no valoraba esa clase de detalles porque formaban parte de lo cotidiano; ahora teme el día en que ya no los recuerde.
Risa traga saliva y se seca los ojos antes de que las lágrimas lleguen a caer. La presencia de Itanabe Shun junto a sus amigas es un presagio de las decenas de rostros que se vuelven en su dirección en cuanto el grupo accede al jardín delantero. Risa intenta ignorar el movimiento de sus bocas y el murmullo de sus cuchicheos. Sin embargo, su malestar ha de resultar evidente, pues Erika no duda en apretarle la mano con fuerza, gesto que mantiene hasta que llegan a su aula.
—Nagisa y yo nos hemos turnado para cogerte los apuntes —anuncia un par de minutos después, mientras le tiende una funda de plástico con varias hojas en su interior.
Risa esboza una sonrisa agradecida. Sin embargo, no tiene tiempo de comprobar cuánto se ha perdido porque, en ese momento, su profesora de inglés entra por la puerta. No es una asignatura lo bastante exigente como para mantener su mente ocupada, pero, al menos, sus compañeras tendrán que esperar hasta el cambio de clase para lanzarle miraditas acusatorias.
♫♪♫
—¿Estás bien? —inquiere Erika.
Las tres jóvenes se dirigen a la sala del Consejo de Estudiantes para almorzar en compañía de Maki. Shun prefiere la cafetería, el lugar idóneo para obtener información de todo tipo. Una de las primeras cosas que aprendió cuando se unió a la banda de Takeda es que la gente no es consciente de que cualquier cosa que diga puede utilizarse en su contra. Y los rumores y cotilleos son poder en el Instituto Q.
—Naomi ya no está —murmura Risa—, pero es como si nada hubiera cambiado.
Erika bufa.
—Ignóralas. Son imbéciles.
«Ojalá fuera tan fácil, Eri. De verdad, ¡no puedes hacerte una idea de las ganas que tengo de dejar atrás este asqueroso lugar!»
Casi a la altura de las escaleras, se topan con un pequeño grupo de chicas que charlan junto a una de las ventanas. Risa no necesita volverse en su dirección para saber que la están observando; nunca antes esa metáfora que equipara las miradas con puñales le había resultado tan acertada.
—Asesina —susurra una de ellas, lo bastante alto, cuando Risa pasa por su lado.
Risa se queda clavada en el sitio, el cuerpo súbitamente frío y la garganta cerrada. Apenas es consciente de que Nagisa la aparta a un lado e intenta que reaccione, repitiendo su nombre y zarandeándola con suavidad. Las manos le tiemblan y siente que podría desmayarse de un momento a otro. Esa palabra... Esa simple palabra la ha atravesado como una katana de excelente factura.
Puesto que está en shock, Risa no ve cómo el regocijo en los ojos de la chica que la ha insultado se congela en una expresión de miedo cuando Erika se enfrenta a ella.
—Me parece que Shun y tú compartís clase, ¿no? —comenta en tono inocente. Acto seguido, entorna la mirada y alza levemente la barbilla—. A ver si eres tan valiente cuando, tal vez hoy mismo, quiera tener una pequeña charla contigo.
—N-n-no, por favor..., n-no se lo digas —lloriquea la abusona—. ¡Me disculparé!
Las tres chicas que la acompañan la miran con una mezcla de horror y asco, considerándola una debilucha por haber cedido tan rápido. Erika también lo piensa, y en sus labios se dibuja una sonrisa satisfecha.
—Así aprenderás a pensar antes de abrir la boca —replica, despectiva. Acto seguido, da media vuelta y regresa con Nagisa y Risa, que la esperan en el primer rellano de las escaleras.
Erika ignora la mirada enfadada de Nagisa y centra su atención en Risa: ha dejado de temblar, pero sus ojos están húmedos. Si no fuera porque, esta vez, nada la salvaría de la expulsión, Erika le hubiera soltado un más que merecido tortazo a la arpía esa que acaba de quedarse a solas con su miedo. Por supuesto, no tiene intención alguna de contarle el incidente a Shun, pero eso es algo que solo compartirá con sus amigas en cuanto lleguen a la Sala del Consejo.
♫♪♫
Consulta el móvil por enésima vez: Risa sigue sin responder al mensaje que le ha enviado esa mañana para darle fuerzas y recordarle que es mucho más fuerte de lo que cree. En el momento de escribirlo, le pareció una buena idea; incluso se le ocurrió que serviría para allanar el terreno a la disculpa que le debe. Ahora, no obstante, se siente como un completo idiota.
«Eso te pasa por hacer cosas que no son propias de ti —se reprende mientras coge el libro de derecho civil y vuelve a dejarlo a su lado, en el sofá—. ¡Céntrate!»
Lo haría si su mente no llevara horas atrapada en los recuerdos del fin de semana; concretamente, en la conversación que Risa y él tuvieron el sábado de madrugada. Debería haber escogido las palabras con más cuidado, pero hace meses que no se reconoce. Además, lo que le dijo a la chica es cierto: Eiji era una de las personas más nobles que ha conocido, y ahora está muerto por su culpa.
La brusquedad con la que el joven se pone en pie sobresalta a Yuri, que dormía en el otro extremo del sofá. El animal le lanza una perezosa mirada antes de hacer eso que los de su especie dominan a la perfección: pasar del asunto y volver a enterrar el hocico bajo la cola. ¡Y pensar que los dos primeros días tras la mudanza los pasó escondido bajo el sofá!
El sonido de una llave en la cerradura devuelve a Atsushi al momento presente.
—¡Hola! —saluda Shinobu antes de quitarse los zapatos—. ¿Qué haces ahí parado? ¿Le pasa algo a Yuri?
—¿Tú crees?
Shin deja la mochila en el recibidor y se sienta al lado del gato. Con un profundo suspiro, el animal se pone boca arriba, pero no abre los ojos. Divertido, Shinobu aprovecha para acariciarle la barriga. Atsushi deja escapar un resoplido de disgusto, repentinamente consciente de que lleva semanas sin prestar a su mascota toda la atención que se merece.
—No la has llamado, ¿verdad?
—Le he mandado un mensaje, pero lo ha dejado en «visto».
Shin alza la mirada hacia su amigo.
—¿Te has disculpado por mensaje?
Atsushi bufa.
—Era un mensaje de ánimo para hoy. Se supone que volvía a clase, ¿no?
—¡Ah! Yo tampoco te hubiera respondido.
—¿Disculpa?
Shinobu deja de acariciar a Yuri y clava en Atsushi unos ojos serios, molesto porque sabe que el joven es mucho más inteligente que eso. Pero el muchacho seguro de sí mismo, que siempre tenía todo bajo control, es ahora una gota de tinta en un vaso de agua; una hoja de arce en mitad de un vendaval; un náufrago que nada en la dirección equivocada. Porque su miedo a hundirse en el cenagal hace que se aferre a las ramas de la orilla con demasiada fuerza.
—Da la impresión de que vuestra discusión no tuvo importancia para ti. No puedes soltar palabras hirientes y después actuar como si no hubiera pasado nada.
Con un suspiro de circunstancias, Atsushi se deja caer en la silla del ordenador. ¿Cómo ha podido pasar por alto algo tan evidente? ¡Pero si es de primero de carrera de empatía! Él, que se llenaba de rabia y rencor cada vez que sus «padres» se dignaban a pasar por casa y fingían que no era su abuela la que prácticamente se encargaba de su cuidado. Su abuela y los padres de Nagisa, que siempre tenían el armario lleno con sus dulces favoritos.
—Estoy enfadado conmigo mismo —confiesa, tras unos incómodos segundos en los que lo único que se escucha es el satisfecho ronroneo de Yuri—. Estoy enfadado conmigo mismo por no haber sido capaz de decirle a Risa que no fue culpa suya, sino mía. Fui yo quien convenció a Eiji para que acudiese a aquella estúpida cena.
»Risa llamó un par de semanas antes —comienza a explicar Atsushi, ante el arqueamiento de cejas de Shinobu—. Se había peleado con Eiji y quería hablar contigo. No podía decirle que estabas en la ducha y que llamara un poco más tarde, así que... la atendí yo. No debí hacerlo, no soy bueno con esta clase de cosas. Me... me sentí terriblemente impotente al escucharla llorar por teléfono. Y enfadado. Si no fuera porque ahora vivimos en Shibuya, hubiera salido a buscar a Eiji por todo Kachidoki. —Atsushi respira hondo—. Pero me conformé con llamarle al móvil. Tendrías que haber oído cómo se puso. Ojalá pudiera borrar esa conversación de mi cabeza, Shin. Quería aliviar la angustia de Risa, pero ahora me doy cuenta de que no me correspondía mediar en el conflicto. Aunque Eiji podía llegar a ser todo un señorito, siempre entraba en razón.
—No fue culpa tuya, Atsushi —replica Shinobu con suavidad.
El joven hace un gesto de disconformidad con las manos.
—Le eché en cara que estaba actuando como un crío por negarse a ir a la cena de graduación. Sabía que eso heriría su orgullo y le haría recapacitar...
«Pero, ¿a qué precio, Atsushi? —susurra la voz de sus remordimientos—. Mira lo que has conseguido. Risa estuvo muy acertada al llamarte "imbécil prepotente", ¿no crees?»
—No fue culpa tuya —insiste Shin—. ¿Acaso sabías que ese coche estaría allí en aquel momento?
Atsushi suspira y desvía la vista hacia la ventana. Se ha repetido esa misma pregunta cientos de veces, pero es como si su mente insistiese en aferrarse a una culpa que no existe para, así, hacerla real. El porqué es arena entre sus dedos.
—Tienes que llamarla y quedar para hablar en persona. No dejes que tu orgullo vuelva a interponerse.
Atsushi da un respingo y se vuelve hacia Shin, que le observa con expresión tranquila.
—¿Qué quieres decir con eso de que «vuelva a interponerse»?
—Lo sabes perfectamente.
Ignorando la expresión perpleja de su amigo, Shinobu se levanta del sofá y pone rumbo a la cocina. Esa semana le toca encargarse de la comida, tarea con la que hace un par de meses que ya se siente cómodo. Regresa instantes después, no obstante, con los ojos como platos y la boca abierta. Todavía aturdido, Atsushi deja escapar una breve carcajada de disculpa.
—Necesitaba distraerme y estudiar no servía.
—¡Pero es que has cocinado para todo el edificio!
—Bueno, si no es suficiente, puedo hacer más. ¿Qué te apetece?
Ambos jóvenes se echan a reír. Entonces Shinobu se apoya contra marco de la puerta y observa a Atsushi durante un par de segundos antes de decir:
—Tal vez no sea el mejor momento, pero, ¿puedo consultarte algo?
—No sería justo que solo hablásemos de mí, ¿no?
Shin asiente y desvía la vista hacia Yuri, que continúa hecho un ovillo en una esquina del sofá.
—¿Crees...? —Carraspea, sintiendo cómo sus mejillas se tiñen de color—. ¿Crees que a Mamoru le gustan los chicos? A ver, supongo que estarías más pendiente de Risa, pero, bueno, no sé, a lo mejor te fijaste un poco y...
—Sí.
Shinobu inspira con brusquedad y, muy despacio, gira la cabeza en dirección a Atsushi. ¿«Sí» a que se fijó o «sí» a su pregunta? Probablemente, lo primero. «Seguro que nos prestó atención solo para evadirse de Risa. ¿Y por qué diablos se lo he preguntado si ya sé lo que me va a decir?»
—Creía que esa inseguridad desapareció la noche que fuimos a Roppongi.
Atsushi intenta que su tono se mantenga firme, pero a Shin no le pasa desapercibida la tenue nota de dolor contenido que lo impregna. Sabe que ambos han pensado en Eiji; en lo mucho que le fastidió no poder acompañarles. A Shinobu le hubiera encantado ver su cara cuando, en lugar de ir en busca de una chica, Atsushi fue directo a por un chico. ¿Se hubiese sorprendido, al igual que hizo él, o ya lo sabría? Ahora le pesa haber perdido la oportunidad de abrirse a él. «Era mi mejor amigo. No es justo que se haya ido sin saberlo...»
Shin traga saliva y se esfuerza por anclarse al momento presente; sabe que si pronuncia la siguiente frase de su monólogo interior, terminará llorando, y ya resulta bastante duro gestionar los recuerdos involuntarios como para, encima, añadir más.
—El miedo al rechazo siempre está ahí —murmura.
—¿Y de dónde nace?
—Me alegra comprobar que vuelves a ser tú mismo.
Atsushi hace una mueca que pretendía ser una media sonrisa.
—No te acostumbres.
—¿Quién es el inseguro ahora?
—Bien jugado, pequeño padawan. —Atsushi suspira—. Volviendo a tu primera pregunta, sí: a Mamoru también le atraen los hombres. —El corazón de Shinobu se salta un latido—. Me di cuenta el día que le conocimos, por cómo miraba a Yuu. No de forma romántica —se apresura a aclarar, al escuchar el ruidito decepcionado que Shin intenta disimular con una tos—. No sé bien cómo explicarlo; me llevó a pensar que estuvo enamorado en su día, pero que ahora solo lo quiere como a un amigo. Algo a camino entre amor y amistad.
«El que dice que las emociones no son su fuerte», sonríe Shinobu para sí.
—¡En fin! Parece que a los dos nos toca hablar con Risa, ¿no crees?
Shin se pone rígido y clava la vista en sus pies descalzos. Acto seguido, da media vuelta y se pierde en el interior de la cocina. Atsushi sacude la cabeza y esboza una sonrisa tierna.
«¡Será idiota!»
Tamagoyaki: tortilla japonesa enrollada.
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