51: Lima y jazmín
Está a punto de echarse a llorar cuando ve el tramo de escaleras que conecta la estación con la calle. Pese a no haber recorrido demasiada distancia desde el andén hasta la salida 5, su hombro derecho empieza a resentirse por el peso de la bolsa de mano. Pero no puede viajar a ningún lado sin sus productos de belleza, su champú y su acondicionador especiales, su secador portátil, el rizador del pelo y, por supuesto, su amplia colección de maquillaje. Además, esta vez tiene pensado usarlo más con Risa que con ella misma. Hay quien lo considera superficial, pero Erika cree que verse guapa ayuda mucho a superar los baches.
Pensar en su amiga renueva la voluntad de la joven, que, muy decidida, pone el pie derecho en el primer escalón. Su determinación, no obstante, flaquea en cuanto alza la maleta con la mano izquierda. Tal vez, si engancha la bolsa de mano al asa le resulte más fácil de transportar. Eso sí: sus amigos tendrán que concederle unos minutos de margen, pues planea hacer varias paradas.
—Dame.
Erika da un respingo y alza una azorada mirada en dirección a Atsushi; creía que ya estaría llegando a la boca de la estación. Un poco más arriba, Shinobu y Nagisa observan la escena con gesto divertido el primero y con una mirada de advertencia la segunda.
—Gracias.
Maldiciendo a sus mejillas por arder de esa manera tan vergonzosa, Erika acepta la bolsa de deporte que Atsushi le tiende y permite que el chico cargue con su pesado equipaje. ¿Cómo no va a seguir enamorada cuando esos detalles de caballero son tan naturales en él? Ojalá pudiera sacárselo de la cabeza, sobre todo ahora que sabe que su corazón ya no es salvaje, pero las raíces de ciertos árboles rebrotan por mucho que se arranquen.
Una vez en la calle, Erika vuelve a intercambiar su equipaje con Atsushi mientras Shinobu saluda a Masaru, que les espera frente a unos baños públicos situados cerca de la salida, entre un aparcamiento y un cajero automático. El hombre sonríe y les da la bienvenida. Ellos le agradecen su invitación y después los cinco se meten en el parking.
El viaje en coche es corto y silencioso. Los adolescentes tienen la atención puesta en los edificios de la avenida Shijō, en el sutil contraste entre lo tradicional y lo moderno. Los bajos, cubiertos con toldos verdes de los que cuelgan farolillos, dan a la arteria comercial de Gion un aire antiguo que no deja indiferente. Al final de la calle, el Santuario Yasaka gobierna un amplio cruce en forma de T. Masaru gira a la derecha y pronto se pierde entre estrechas callejuelas flanqueadas por casas de estilo tradicional.
—¡Me quiero mudar aquí! —exclama Erika, las manos pegadas a la ventanilla y los ojos abiertos en una expresión de deleite.
—Los barrios muy turísticos pueden llegar a cansar rápido —replica Masaru, pero la joven no le escucha.
Apenas un par de minutos más tarde, Masaru detiene el vehículo frente a una casa rodeada por un bonito y cuidado jardín en el que destacan un cerezo y varias lámparas de piedra que forman un camino hasta la puerta principal. Se accede a través de un arco de madera con tejado. A ambos lados, situados sobre el murete que delimita la propiedad, un par de farolillos iluminan la entrada con una cálida luz anaranjada.
—¿De verdad que no me podéis adoptar? Prometo no aburrir a Risa con el maquillaje.
—Sabes que eso es imposible —bromea Shinobu mientras los cuatro jóvenes abandonan el coche y se dirigen a la parte trasera para coger sus cosas.
Poco después, los ojos de Risa se abren como platos cuando los ve entrar en el recibidor. ¡Así que por eso su abuela no le ha querido decir el motivo de que ese día cenen más tarde! Cuando, hace cosa de una hora, ha regresado de la merienda en casa de Yuuichi, se ha encontrado a la anciana y a Naoki conspirando en la cocina. Estaban inclinados sobre el libro de recetas de Sayako y una hoja de papel. Antes de que la echasen sin contemplaciones, Risa ha alcanzado a ver la vajilla que su abuela utiliza en las ocasiones especiales secándose en el escurridor. En el sento no le ha ido mejor: nada más verla, su abuelo ha huido con la excusa de comprobar que quedasen toallas limpias para los últimos clientes del día, mientras que Masaru se ha limitado a responder que «es una sorpresa».
Lo es, aunque Risa no sabría decir si del todo agradable. No la malinterpretéis: después de haber limado asperezas con Yuuichi y de la tarde llena de bromas y risas que sus amigos de toda la vida le han regalado, se siente mucho mejor. También le alegra tener allí a Erika, Nagisa y Shinobu, pero la presencia de Atsushi le provoca pinchazos de inquietud en el estómago. No le había vuelto a ver desde el funeral, cuando el chico hizo todo lo posible por mantenerse alejado de ella. Ahora, forzados a pasar el fin de semana bajo el mismo techo, no hay lugar al que huir.
«Pero no estamos solos», se recuerda mientras permite que Erika la envuelva en un afectuoso abrazo. Con un poco de suerte, no se producirán situaciones incómodas.
♫♪♫
Le resulta imposible dormir. Esa fría e invisible presencia ha vuelto a acompañarla durante la cena. La ha sentido agazapada en un rincón del salón, a su espalda. Sus amigos y su familia mantenían una animada conversación, cuya calidez no la alcanzaba. Ha intentado sonreír y participar todo lo posible, pero una parte de su atención estaba secuestrada por... Le aterra admitir su naturaleza; no obstante, tras la horrible pesadilla de la noche anterior, ha llegado a la conclusión de que no puede ser solo sugestión. Kenji le saludó durante el funeral.
«Y tiene un buen motivo para estar enfadado conmigo.»
Incapaz de permanecer un segundo más tumbada en el futon, Risa se levanta y, con cuidado de no despertar a Eri y a Nagisa, abandona la habitación. Nada más poner un pie en el pasillo, el miedo a la oscuridad regresa para convertirla en aquella niña asustada que, cada vez que tenía que ir al baño de madrugada, atravesaba el corredor a la carrera. Entonces sus pies eran pequeños y apenas hacían ruido; ahora, en cambio, sonarían como acelerado un dúo de tambores tribales. El corazón le martillea el pecho con tanta fuerza que la joven está convencida de que su eco retumba en las paredes y el suelo, como en esa historia tan famosa de Poe que su padre les leyó a Naoki y a ella cuando eran niños.
Risa traga saliva e inspira hondo antes de adentrarse en la opresiva oscuridad del pasillo. Su habitación no queda lejos de las escaleras, pero Risa tiene la impresión de que la distancia se ha cuadruplicado. ¿Pueden los yōkai influir en la percepción de los vivos? ¿Podría ser que ni siquiera haya llegado a levantarse? No la siente cerca, pero sabe que la presencia acecha desde algún rincón de la casa. ¿Y si está esperándola en mitad del genkan? ¿Y si vuelve a lanzar su ejército de moscas putrefactas contra ella?
Un crujido de madera y el inconfundible deslizar de un panel shōji al fondo del corredor, acaban con la poca entereza que Risa había conseguido aunar. Presa del pánico, echa a correr escaleras abajo y no se detiene hasta que un pinchazo en la planta del pie izquierdo le hace tomar consciencia de que ha llegado al jardín. Sollozando, la joven cae de rodillas. No puede vivir así. ¿Por qué Eiji no comprende que ella no quería que nada de eso sucediese? Acababa de descubrir su luz interior cuando el destino se lo arrebató. Anhelaba perderse en esa claridad, no que se extinguiera para siempre.
Sobresaltada, Risa se da la vuelta al escuchar pasos en el porche.
Es Atsushi.
—Siento haberte asustado —se disculpa el joven mientras toma asiento junto a la pequeña escalinata que conecta el porche con el suelo.
¿Qué decías hace un rato de las situaciones incómodas, Risa? La Ley de Murphy, ya sabéis. Aunque, en su defensa, hay que alegar que nuestra protagonista había olvidado los problemas de insomnio de Atsushi. Comprensible si se tiene en cuenta que el grupo no había vuelto a pasar la noche juntos desde que celebraran el cumpleaños de la chica en otoño. Aquella noche Risa temió sentir algo por su amigo, pero después solo tuvo ojos para Eiji y ese miedo se perdió en algún lugar recóndito de su mente. Ahora, triste y vulnerable, el fuerte magnetismo que emana del joven se le antoja el doble de intenso y molesto. Sobre todo lo segundo, pues se siente sucia al albergar esa clase de pensamientos cuando su pareja acaba de fallecer. Si los yōkai pueden leer la mente, se lo está poniendo en bandeja.
Consciente de que no le queda más remedio, Risa se levanta y se aproxima al porche para sentarse en el otro extremo de las escaleras. Durante casi un minuto entero, ambos guardan un deliberado y terco silencio, la atención puesta en la escasa distancia que los separa.
—Ya no podré comer otras gyoza que no sean las suyas.
Risa no es consciente de haberlo dicho en voz alta hasta que escucha la respuesta de Atsushi:
—Solía invitarle a cenar solo para que me las preparara.
El chico tiene la vista perdida en ningún lugar y una sonrisa nostálgica dibujada en los labios. El nudo que tensa el estómago de Risa amaga con aflojarse, pero la joven no se deja engañar: una confesión involuntaria no va a hacer desaparecer el abismo que hace meses se abrió entre ellos y que Risa no comprende. ¿Qué hay de malo en negarse a ser otra muñeca más en el harén de Atsushi? Imagina que no debe de estar acostumbrado al rechazo, pero lo normal es que el disgusto le durara unos días, hasta que se fijase en otra. ¿Por qué empeñarse en mantener la distancia emocional? ¿Y por qué no ha regresado a su habitación al verla?
Risa alza la vista al cielo estrellado, buscando distraerse de esos pensamientos tan incómodos. El hecho de que los padres de su amigo pasen tan poco tiempo en casa es un misterio que le produce una honda curiosidad, pero preguntar le parece una falta de respeto. Intuye que es un tema muy personal y que compartirlo tiene que salir del chico.
—Quieres hacerme una pregunta personal, ¿verdad?
Risa da un respingo y clava la vista en la oscuridad del jardín.
—No, yo... Bueno, sí, pero...
—Pregunta.
—Pero es que...
—Pregunta.
Risa respira hondo y traga saliva. Entonces abre la boca, pero las palabras no acuden a su llamada.
—Trabajo.
Con un nuevo sobresalto, la joven se vuelve hacia Atsushi. ¿De verdad que no lee la mente? ¿Cómo es posible que lo haya adivinado? La respuesta es que Erika reaccionó prácticamente igual el día que se atrevió a preguntarle por sus padres, pero esto es un secreto que queda entre vosotros y yo, ¿de acuerdo? Atsushi prefiere seguir pareciendo misterioso.
—Esa es la versión oficial —explica con un gesto serio. Demasiado serio—. La verdad es que no se soportan y utilizan el trabajo para mantenerse alejados el uno del otro, aunque eso implique abandonar a su único hijo. Mi padre se ha aficionado a los «viajes de negocios» y mi madre suele dormir en el bufete. Es suyo —añade el joven ante la mirada extrañada de Risa—. Antes venía a casa y hacía de madre, pero corría el riesgo de coincidir con mi padre, así que ahora apenas les veo.
—Es horrible.
Se muerde la lengua a tiempo para no añadir que deberían divorciarse. ¿No sería todo más sencillo? Bueno, los divorcios no suelen ser fáciles, mucho menos entre la gente rica. Podríais pensar que, siendo abogada, la señora Tanabe lo tiene todo a su favor. Tal vez. Sin embargo, se niega a firmar los papeles del divorcio por el poder que tal acción le da sobre su marido. Hay personas que necesitan ejercer esa clase de superioridad sobre otros para ser felices.
—En realidad, es mejor así. No sé cuándo dejaron de quererse, las discusiones han sido una constante en mi vida desde que puedo recordar. Pero ahora tengo paz y espacio. Y a mi abuela.
A la memoria de Risa acude una imagen de la anciana caminando por el parque del muelle Harumi, cogida del brazo de Atsushi. Entonces su mente estaba perturbada por el recuerdo de esa pesadilla en la que aquel chico de su instituto quiso abusar de ella y sacarle fotos desnuda; sin embargo, eso no le impidió apreciar el profundo vínculo que une a nieto y abuela. Quizá sea la mención de la mujer o el hecho de que Atsushi ha empleado un tono ligeramente más brusco de lo normal, pero, en ese momento, Risa comprende que su amigo acaba de mentirle. No se ofende, sabe de primera mano lo doloroso que es abrirse así con alguien. Por eso agradece que haya confiado en ella para contarle parte de la verdad. Algo le dice que, probablemente, la versión que sus amigos conocen no es tan profunda.
Risa da un respingo cuando siente algo cálido y suave cubriendo sus hombros. Tarda un par de segundos en darse cuenta de que Atsushi se ha levantado para cederle la fina sudadera que llevaba puesta.
—Estabas temblando.
—Gracias —repone ella, agradecida de que la oscuridad oculte su sonrojo.
Él asiente y regresa al otro extremo de la escalera. Una parte de la chica lamenta que no haya decidido sentarse más cerca. Tal vez sea mejor así, pues el aroma a lima y jazmín que emana de la prenda ya la está turbando demasiado. «Es como si me abrazara», se le ocurre de repente.
Debería hacerla sentir mal, en lugar de reconfortarla.
—¿Por qué has salido corriendo?
—¿Eh?
—Antes.
—Ah... Es que...
Risa traga saliva y se arrebuja más en la sudadera. ¿Está bien si se lo cuenta? Sabe que no se va a reír de ella, pero su carácter frío y distante no lo convierte en el mejor interlocutor. Esa condescendencia que siempre impregna su voz la haría sentirse estúpida por creer en fantasmas vengativos. Con Shinobu sería otro cantar, pero Shin duerme plácidamente en el piso de arriba.
—Yo también le he visto.
A Risa se le escapa un jadeo que tiene más de angustia que de incredulidad. ¿También está enfadado con Atsushi? ¿Por qué? Es cierto que su relación se enfrió un tanto cuando Eiji y ella empezaron a salir, pero nada que no pudiera considerarse normal.
—Mucha gente afirma ver a sus seres queridos tras fallecer, forma parte del duelo. Las pérdidas traumáticas nunca son fáciles de aceptar.
Su psicólogo le dijo algo muy similar cuando ella aseguraba ver a su madre por todas partes. Ahora que lo piensa, se le ocurre que quizá por eso Masaru la llevó a una ciudad completamente nueva donde nada pudiera recordarle a Lucía. Nada salvo su propio reflejo. «Pero esto es distinto. Cuando estaba segura de ver a mamá, no sentía ese frío tan aterrador.»
—Kenji le saludó en el funeral.
—Kenji es un bebé de apenas un año. A esa edad viven en una especie de mundo imaginario. —El tono de Atsushi no pretende herir, pero Risa se crispa igual—. Lo que intento decir es que no puedes estar segura de a quién saludaba en realidad.
La chica guarda silencio mientras reflexiona acerca de las palabras de su amigo. Tienen sentido y le producirían un alivio enorme de ser ciertas. Sin embargo, sus tripas le gritan lo contrario. ¿Debe fiarse? Su intuición le dice que sí, pero a veces no es fácil diferenciar entre instinto y ansiedad. De haber sabido un poco más acerca del tema, nuestra protagonista podría haberse hecho las siguientes preguntas: ¿el malestar es sutil pero persistente? Instinto. ¿Me llega en intensas oleadas cuando menos me lo espero? Ansiedad. ¿Es una sensación corporal? Instinto. ¿Se trata de un discurso interno negativo? Ansiedad.
Hmm, complicado. ¿Qué opináis vosotros?
—Risa, incluso en el caso de que tengas razón, Eiji jamás te haría daño. Sé que su opinión sobre el asunto de Naomi te asustó —insiste Atsushi al ver que la joven gira la cara a un lado—, pero te puedo asegurar que no sabía morder. Su padre biológico hizo un excelente trabajo con él.
—Tú no le escuchaste cuando lo dijo —tercia Risa con voz trémula—. No viste su expresión. Era como si... como si lo deseara. ¡Incluso me regañó por sentir lástima!
—Risa, Naomi llegó demasiado lejos amenazando a tu familia y Eiji se sentía responsable. En ese momento, necesitaba descargar toda la rabia y la culpa acumuladas, pero eso no significa que de verdad lo pensara. Eiji es... era una de las personas más nobles que he conocido en mi vida y, a estas alturas, creo que sabes bien que no regalo los cumplidos. Por favor, no ensucies su recuerdo con una acusación tan mezquina.
Risa acusa el golpe poniéndose en pie. Sabía que intentar hablar con Atsushi era una mala idea. Lo mejor que puede hacer ahora es regresar a su dormitorio y esforzarse por dormir.
—Espera.
—¿Por qué? ¿Tienes más insultos que ofrecerme?
—Por favor, siéntate.
—¡No! —Risa desanuda la sudadera y la lanza contra la cara de su amigo, que no hace nada por evitar el golpe—. ¡Sigues siendo un imbécil prepotente!
Antes de que Atsushi tenga tiempo de replicar o de insistir en que se quede, la joven da media vuelta y se pierde en el interior de la vivienda.
Atsushi abraza la sudadera y aspira con fuerza.
«¡Mierda!»
Futon: cama tradicional japonesa que consiste en un fino colchón unido a una funda y que se apoya directamente en el suelo.
Genkan: vestíbulo exterior de las casas tradicionales japonesas.
Gyoza: empanadillas japonesas.
Shōji: puerta tradicional japonesa consistente en un marco de madera y papel washi (papel muy fino elaborado con flora local japonesa, cáñamo, bambú, trigo o arroz).
Yōkai: comúnmente conocidos como demonios, los yōkai encarnan momentos o sentimientos de horror, desconcierto o asombro frente a un evento extraordinario. En el siglo XIII Toriyama Sekien creó la primera enciclopedia de estas criaturas, en la que reúne a más de doscientas. La serie se conoce como Gazu Hyakki Yagyo.
Os dejo unas fotos de la avenida Shijo con el Santuario Yasaka. Para apreciar bien lo de los farolillos y el contraste entre edificios, os recomiendo usar el Street View ^^
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro