5: Alfa
Se siente culpable por la humillación que Risa ha sufrido esa mañana. No estaba presente cuando el encontronazo ha tenido lugar, pero un par de colegas, los mismos con los que ahora deja morir la tarde en una cafetería, han sido testigos de todo. Por lo que le han contado, Risa no se ha amedrentado y le ha plantado cara a Naomi; sin embargo, eso es lo peor que podría haber hecho, ya que ahora le ha dado motivos reales para tenerla ojeriza. Parece ser que la chica no ha nacido bajo la constelación correcta, como diría su padre.
—¡Eiji, se te va a volatilizar la bebida, tío!
El joven pestañea un par de veces y enfoca la vista. Sus dos amigos tienen los vasos casi vacíos, mientras que el suyo está prácticamente lleno.
—¿Estás pensando en la nueva? —le pica Shinobu, el encargado de haberle devuelto a la realidad de forma tan brusca—. Tiene algo que llama la atención, y no me refiero a los ojos.
Eiji da un largo trago a su batido de chocolate y sacude la cabeza, irritado.
—Estoy harto de Naomi, de que controle todas y cada una de mis acciones.
Sus amigos no se inmutan, ya han tratado el tema en más de una ocasión y Eiji sabe que no le van a decir nada nuevo, pero no le hará daño volver a escuchar sus consejos. Tal vez vuelvan a ser en vano, pero, por lo menos, le harán sentirse fuerte y capaz durante unas horas.
—La solución es sencilla —interviene Atsushi en el tono de quien está cansado de repetir lo mismo una y otra vez y ver que sus palabras caen en saco roto—. Si es por el sexo, hay muchas otras con las que te puedes acostar; además, son tan mentalmente débiles que es imposible que te controlen, más bien sería al revés.
El chico aprieta los labios; en su opinión, su amigo ha hecho demasiados viajes al extranjero y se ha traído consigo lo peor de Occidente, en ciertos aspectos.
—¡No seas burro, tío! —exclama Shinobu antes de que Eiji tenga tiempo de abrir la boca para replicar lo mismo pero de una forma menos vulgar; Shin pasa demasiado tiempo con Atsushi—. ¡A ver, lumbreras! Lo que has dicho es cierto, aunque olvidas que esas a las que llamas tontas son también emocionalmente inestables y de carácter obsesivo; no controlarían a Eiji, sino que le acosarían a un nivel aún más extremo que el de Naomi.
—Eso es porque es un blando y se deja.
—¡Eh, que sigo aquí! —protesta el joven con desenfado y un amago de sonrisa.
Atsushi, sentado con la espalda apoyada contra la pared, se pasa una mano por su abundante mata de pelo color azabache y lanza un suspiro condescendiente.
—¿Quieres que te enseñe a ser borde? —pregunta, arqueando una ceja. Eiji no sabe cómo lo hace, ha ensayado un montón de veces delante del espejo, pero siempre se le levantan las dos.
—Quiero encontrar a una chica decente, no que me pongan una orden de alejamiento.
Atsushi esboza una media sonrisa burlona.
—Mi cama es bastante popular.
—Cosa que no entiendo —comenta Shinobu, acompañando sus palabras con una mueca de disgusto que a Eiji no le queda del todo claro si es fingida o real. Su amigo no es de los que suelen preocuparse por las chicas, al menos, de cara al público.
<<Tal vez el hecho de que Atsushi tenga tanta facilidad para ligar le proporcione la pizca de iniciativa que le falta.>>
—Mañana será la definitiva —se promete a sí mismo.
Shinobu asiente con convicción, demostrándole su apoyo, pero Atsushi se limita a mirarle con desinterés, como si no creyera que habla en serio. Eiji arruga el ceño y centra la atención en su batido. No es una forma de darle la razón a su amigo, es sólo que sabe que si enfrenta su mirada, perderá la determinación que le es tan necesaria.
♫♪♫
—¿Y ahora qué hacemos? —pregunta Shinobu, una vez fuera del local. Son las siete de la noche y la temperatura ha descendido notablemente, aunque no llega a hacer frío—. ¿Vamos a buscar chicas solteras?
—No, que Atsushi se llevaría a las tres —ríe Eiji.
Shinobu pone los ojos en blanco y le da un empujón amistoso al chico.
—¡Tío, apiádate de nosotros y comparte tu secreto!
—No hay secreto —confiesa el joven, encogiéndose de hombros y esbozando una sonrisa juguetona—, pero será divertido enseñarte a ligar, Shin. ¿Te apuntas, Eiji?
—No puedo, mi padrastro se pone hecho una furia si entre semana vuelvo tarde a casa, dice que <<no es un comportamiento digno de un hombre con clase>>.
El joven agita la mano con indiferencia, tratando de quitarle importancia al asunto, pero la cara que ponen sus amigos evidencia que le conocen demasiado bien y que saben lo mucho que le fastidia tener que regresar a casa en lugar de divertirse con ellos. Hoy es el día en que Shinobu está decidido a dar el paso y él se lo va a perder. Ojalá fuera capaz de rebelarse, ojalá poseyera el carácter despreocupado de Atsushi, pero su padre biológico le educó a su imagen y semejanza: alguien amable y modélico, alguien en quien siempre se puede confiar, y Eiji respeta a su padre por encima de cualquier cosa.
Antes de encaminarse hacia la estación, sus dos amigos le acompañan hasta el portal. El joven supone que irán a Roppongi, la zona de marcha favorita de Atsushi porque hay muchos extranjeros con los que practicar inglés. Eiji está convencido de que, cuando llegue el momento, Atsushi se irá a vivir fuera de Japón. <<Seguro que a Nueva York. Tener un ático en el centro de Manhattan le pega bastante>>, piensa mientras ríe ante las constantes quejas de Shinobu, que sigue dándole vueltas a cómo Atsushi puede ser tan popular. A él no le sorprende en absoluto; su amigo es taciturno y tiene una forma de mirar que asusta, pero también es sensato y bastante guapo, pese a su nariz de pájaro. A las chicas les gustan los tipos con la cabeza bien amueblada, seguros de sí mismos y que las hagan sentirse a salvo. Atsushi cumple todos los requisitos; debajo de toda esa frialdad se esconde un corazón tierno que anhela enamorarse.
—¡Pero si parece que miras con asco a todo el mundo! —protesta Shin, provocando una nueva carcajada por parte de Eiji—. Yo, en cambio, soy un bromista nato, y, además, guapo, ¿no?
—No tienes que preguntártelo, sino creértelo, Shin —replica Atsushi, volviéndose hacia el joven—. ¿Ves ahora dónde está el problema? Las chicas te encuentran divertido, pero intuyen que detrás de tu carácter extrovertido se oculta alguien inseguro que necesita estar rodeado de gente para esconder sus miedos. Siendo hijo de un psiquiatra, deberías, por lo menos, sospecharlo.
Shinobu se queda con la boca abierta. Otra de las virtudes de Atsushi es que dice las cosas tal y como las piensa, aunque puedan doler; una cualidad muy escasa y necesaria. En opinión de Eiji, la gente está demasiado acostumbrada a vagar entre una niebla de hipocresía.
—¿Tú también lo crees, Eiji? —susurra, apesadumbrado. Shin, que siempre se muestra risueño y optimista, parece haber empequeñecido ante las palabras de su amigo.
El joven se toma unos instantes para meditar su respuesta.
—Creo que le das más importancia de la que tiene; además, esta noche Atsushi te convertirá en una persona completamente nueva o, al menos, te descubrirá esa parte oculta.
—Y después me centraré en ti para que le des la patada a Naomi de una vez por todas. Piensa en Serizawa, pero date prisa o me adelantaré.
Eiji se despide con una sonrisa y un gesto de la mano, acaban de llegar al portal de su edificio. ¿Intentarlo con Risa? No la ve de esa manera, no la conoce, así que su amigo puede probar suerte si quiere; tal vez sea la chica que conseguirá que se enamore y abandone esa manía suya de ir de flor en flor.
Cuando entra en casa, se encuentra a su madre y a su padrastro viendo la televisión en el salón. Como no podía ser de otra manera, Jin le lanza una mirada despectiva y vuelve a centrar su atención en la pantalla parpadeante. Su madre, por el contrario, le saluda con un gesto de la mano y una sonrisa breve.
—Ten cuidado de no despertar al bebé, ¿vale? Hoy le ha costado dormirse.
—Descuida.
Con un suspiro de disgusto, Eiji se dirige a su habitación y se deja caer sobre la cama. No tiene sueño, pero debe de quedarse dormido sin darse cuenta, ya que despierta, sobresaltado, al escuchar unos golpecitos en el marco de la puerta.
—¿Ni siquiera te pones el pijama?
Es Jin.
El joven gruñe algo ininteligible y se incorpora lo mínimo para poder mirar a la cara a su padrastro. El estor no está cerrado y la luz artificial que baña la urbe al caer el sol ilumina tenuemente la habitación, difuminando los contornos de los muebles y sumiendo la estancia en una penumbra tétrica.
—¿Me has despertado para eso? —tercia, irritado.
Jin enciende la luz, cegando momentáneamente los ojos del muchacho, que maldice y gira la cabeza hacia la pared, huyendo de la molesta claridad igual que haría un vampiro.
—Quería tener una charla contigo antes de acostarme.
—¿Es tan importante que no puede esperar a mañana? —bufa, mirándole con odio.
Jin ignora su protesta y se cruza de brazos, los ojos entornados y la barbilla levemente alzada, como si quisiera recordarle que él es quien manda en esa casa; si realmente fuese así, no se vería en la obligación de intentar demostrarlo, pero si se explica, el chiste deja de serlo, ¿verdad?
—Tu madre y yo hemos hablado y llegado a la conclusión de que no nos gusta que salgas hasta tarde entre semana. Pensamos que no eres realmente consciente de lo que significa estudiar en un colegio tan privilegiado, Eiji, el tiempo que pasas haciendo el imbécil podrías invertirlo en estudiar, que la matrícula no es precisamente barata.
El joven siente una repentina e intensa rabia sorda bullir en su interior. ¿Jin ha manipulado a su madre para ponerla de su parte?
—¿Acaso saco malas notas? —pregunta, modulando el tono para no delatar su ira.
—No, eres un alumno modélico...
—Entonces, ¿qué problema hay en que me divierta? No podré disfrutar de mi juventud cuando tenga cuarenta.
Jin deja escapar un suspiro bastante elocuente y cambia el peso de una pierna a la otra. Eiji se enfada aún más; la arrogancia de Atsushi es tolerable porque no lo hace con maldad, simplemente forma parte de su personalidad, pero su padrastro es un capullo.
—Eiji, nadie va a impedirte que hagas las cosas típicas de tu edad, Yasuko y yo solo tenemos miedo de que te relajes y tus notas bajen. Esos dos chicos con los que andas...
—¡Basta! —le corta, imponiendo su autoridad sobre la de su padrastro—. No sigas por ahí, Jin, no te voy a permitir que controles mi vida.
El hombre agria la expresión y saca pecho, herido su orgullo.
—¡Así no se comporta un japonés! —escupe antes de apagar la luz y cerrar con un portazo.
<<Eso te pasa por creer que el alfa eres tú>>.
Satisfecho, Eiji se tiende de nuevo sobre el colchón, pero la culpa por haberse salido del camino que le marcó su padre no tarda en visitarle.
Amanece con la ropa puesta y la cama hecha. <<Menos mal que no es el uniforme, que el de recambio está para lavar>>, piensa mientras, sin tiempo que perder, corre hacia la ducha; tiene la mala costumbre de despertarse tarde. Probó en su día a adelantar el despertador, pero no funciona, siempre vuelve a dormirse. Debe de ser algo genético.
Una vez vestido, el joven entra en la cocina y saluda a su madre y a su padrastro, que están desayunando tostadas y café.
—Siempre tarde, Eiji —comenta Jin con desaprobación.
—Tarde no, con el tiempo justo.
—Eiji... —le advierte Yasuko mientras le sirve el desayuno.
—No nos estamos peleando, mamá.
Un berrido repentino interrumpe la conversación: su hermanito de seis meses acaba de despertar y reclama su comida. Se llama Kenji y es hijo de Jin y de Yasuko. Ella nunca admitirá que cuando su doctora le dijo que iba a ser un niño se disgustó porque, al igual que la gran mayoría de las mujeres, quería la parejita. Luego tuvo miedo de que, al ir a tener un segundo hijo con poco más de cuarenta, el bebé naciera con problemas, pero Ken está perfectamente.
La mujer le lanza una mirada enojada, que su hijo no comprende, y abandona la cocina para atender al bebé.
—¿Por qué no aceptas que tu madre tiene derecho a ser feliz de nuevo? —le ataca su padrastro en cuanto se quedan a solas. Eiji le ignora, no está de humor para aguantarle desde tan temprano, y mucho menos cuando hay problemas más importantes esperándole en el instituto.
Una vez más se topa con Risa en la estación; ya ha deducido que ha de vivir por la zona. En esta ocasión, la muchacha se percata de su presencia y le saluda con una mirada contrariada; no puede reprochárselo, fue gracias a él que Naomi la humillara en la cafetería. Tiene que disculparse, pero primero quiere hablar con la presidenta.
Junto al arco de entrada, le esperan Atsushi y Shinobu, este último esbozando una sonrisa tonta que le marca un par de hoyuelitos en las mejillas. Así que anoche la misión fue todo un éxito.
—¿De dónde sacas chicas a esas horas, Atsushi?
El joven esboza su característica media sonrisa.
—No todas son santas, Eiji.
—No sé si esas son las que más le convienen a Shin.
—Somos demasiado jóvenes para emparejarnos de por vida —replica Atsushi al tiempo que echa a andar hacia el interior del recinto.
Instintivamente, Eiji mira a su alrededor, pero no hay ni rastro de Risa, lo que le roba un involuntario suspiro de alivio; lo último que le faltaba es que estuviese escuchando la conversación y haciéndose una peor idea acerca de él.
—¿Significa eso que Serizawa solo te interesa para tener sexo sin compromiso? —No hay reproche en su tono, sino simple curiosidad.
Atsushi le lanza una rápida mirada por encima del hombro.
—Al igual que todas las chicas que no conozco —responde con franqueza—. Hasta que encuentre a la adecuada, supongo —añade, encogiéndose de hombros.
Shinobu apenas gira la cabeza hacia el joven. Eiji no puede verle la cara porque le tiene delante, pero se imagina su expresión, mezcla de reproche y molestia; Shin y él son más tradicionales respecto a las relaciones de pareja.
El joven se despide de sus dos amigos cerca de su aula y se encamina hacia la sala del Consejo de Estudiantes. Atsushi se ha ofrecido a acompañarle por si se echa atrás, pero anoche hizo una promesa que tiene la intención de cumplir.
Al igual que el día anterior, Naomi no tarda en hacer acto de presencia.
—Después de clase tendremos más tiempo —comenta, cerrando la puerta tras de sí y mirándole con lascivia.
—No va a suceder de nuevo —dice Eiji, sorprendido por la firmeza de su voz; estaba convencido de que le temblaría y de que Naomi sabría sacar provecho una vez más.
Durante unos segundos el rostro de la presidenta intenta reflejar un montón de expresiones al mismo tiempo, pero termina decantándose por la de indignación.
—¡¡No puedes hacerlo!! —grita, ofendida.
—¿Y eso por qué? —replica el joven, arqueando las cejas con burlona curiosidad. Una vez salvado el obstáculo más difícil, una vez liberado del asfixiante yugo de Naomi, se siente flotar inmerso en una nube de poder.
—¡Porque las personas como tú y como yo están destinadas a estar juntas! —La joven empieza a dar vueltas por la habitación, exasperada—. No es casualidad que socialmente sea así, Eiji, a cualquiera que le preguntes te dirá que alguien guapo y con dinero no puede enamorarse de una persona inferior. ¿Es que no lo ves? —Él pone los ojos en blanco y suspira, pero Naomi no le está prestando atención—. ¡Es esa maldita mestiza, ¿verdad?! ¡Ni se te ocurra cambiarme por ella, Eiji! Si lo haces, te juro que le haré la vida imposible.
El joven la fulmina con su mejor mirada de indiferencia (aprendida de Atsushi) y Naomi retrocede, repentinamente consciente de que ha perdido todo su poder sobre él, de que su juego de manipulación sexual se ha ido al traste. La marioneta al fin ha cortado los hilos que la controlaban.
—Eiji... —susurra.
Por la mente del chico circulan a toda velocidad un montón de pensamientos hirientes. A su lado más oscuro le encantaría espetarle que solo le gustaba acostarse con ella porque nunca tuvo reparos en hacer lo que otras ni se atreverían a imaginar; le encantaría obligarla a reconocer que solo le interesaba por la popularidad y para sentirse importante presumiendo ante las demás; le encantaría restregarle por esa cara de princesa consentida que es completamente artificial. Sin embargo, no hace nada de eso, sino que se limita a componer una mueca de asco y a abandonar la estancia.
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