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49: Sabor agridulce


Odia el calor de los focos. No importa la intensidad a la que estén regulados, siempre le producen la sensación de estar rodeado por demasiadas estufas. También odia los reflectores; harán maravillas dirigiendo la luz para minimizar las sombras, pero a él le hieren los ojos. ¿Cuántas fotos lleva ya? ¿Cuántas más necesita la horrible mujer tras la cámara para que sus fantasías se vean saciadas? Está seguro de que al resto del grupo les ha sacado menos, pero si protesta, Masaru le regañará por mostrarse grosero. Dirá también que exagera y que todo es fruto del agobio que lleva acosándole una semana. En parte, tendría razón, pero solo en parte.

—¿Necesitas un descanso, Obata-kun? —La fotógrafa, una mujer en la treintena, baja la cámara y le regala una sonrisa amable. Sus ojos, sin embargo, están fijos en su camisa a medio desabrochar—. No tienes buena cara.

—Es por el calor.

Ella asiente, en apariencia comprensiva, y le indica que puede reunirse con sus amigos y con Masaru en un sofá situado al fondo del estudio. Luego se coloca frente a su ordenador portátil y comienza a revisar las fotos que ha sacado hasta el momento. Yuuichi no quiere ni pensar en que todavía quedan las grupales.

—Creo que necesito que me dé un poco el aire. ¿Cuándo me quieres de vuelta?

—¿Diez minutos te parece bien?

El joven asiente y abandona el estudio. La temperatura en el exterior rondará los 20ºC y una suave llovizna impregna el ambiente, pero él es como los gatos. Además, no tiene ganas de estropearse el maquillaje y que la maquilladora en prácticas se lo tenga que retocar; tardará semanas en olvidar la intensidad casi anhelante de su mirada mientras le esparcía los polvos por la cara. Pero ese es el precio a pagar por ser guapo y famoso.

El sonido de la puerta abriéndose y cerrándose a su espalda le sobresalta. Al darse la vuelta, se topa con el rostro preocupado de Mamoru, que se sitúa a su lado bajo el estrecho alero. Yuuichi contiene una mueca de disgusto, ¿cómo se le ocurre dejarse la chaqueta dentro con lo friolero que es?

—¿Todo bien?

¿Bromea? No le gustaba Eiji ni su relación con Risa, pero le gusta todavía menos que ahora el chico esté muerto y ella destrozada. Cuando, el lunes, Masaru les dio la mala noticia, el estómago se le contrajo en un doloroso nudo que aún no ha sido capaz de aflojar y que le ha robado un kilo y medio. Como es obvio, lleva intentando hablar con Risa desde entonces, pero la joven no le coge el teléfono y Masaru no le permitió visitarla antes de que ayer se fuera a Kioto. La verá al día siguiente, pero su parte cobarde, la que teme la reacción de la joven cuando le tenga delante, prefiere quedarse en Tokio; su lado racional, en cambio, opina que Risa nunca se lo perdonaría.

«Tu lado racional también te decía que ella aún te quería y mira lo que pasó. Tal vez sea mejor que mañana solo viajen Mamoru, Takeru y Hiro. A ellos sí que se alegrará de verlos.»

—Estoy aterrorizado —admite mientras se quita la chupa y se la ofrece a Mamoru, que esboza una sonrisa de avergonzado agradecimiento antes de envolverse bien en ella. Huele a cuero mezclado con canela y jengibre.

—¿Por qué echaste por tierra lo que te ofreció? —inquiere al cabo de unos segundos en los que ambos se dedican a contemplar cómo el suelo frente a ellos se va oscureciendo cada vez más.

—¿Qué?

—Yuu —el tono de Mamoru está teñido con una mezcla de molestia y ofensa bastante impropio en él—, puedes hacerte el tonto con Takeru o con Hiroshi, si de verdad crees que no se dan cuenta, pero conmigo no. Por favor.

Yuuichi deja escapar un resoplido de risa. ¡Por supuesto que es consciente de que sus mentiras no cuelan! No obstante, mientras que Takeru desiste fácil en cuanto se pone insolente y Hiroshi prefiere evitar las discusiones vacías, Mamoru es el único que le ve de verdad. Hasta la fecha, lo agradecía, pero hace tiempo que el asunto se le ha ido de las manos. Además, empieza a darse cuenta de que le ha confiado a su amigo cosas que quizás él nunca quiso escuchar.

—Siempre me he sentido fatal hablando contigo sobre Risa, ¿sabes? —admite, tras un largo y profundo suspiro—. No es justo para ti, pero lo obviaba porque me convenía. Necesitaba de tu sensibilidad, y eso era lo único que importaba. Lo siento.

Mamoru pestañea un par de veces, sorprendido. Nunca ha necesitado la disculpa de su amigo, pero el hecho de que se la haya ofrecido dice mucho a su favor, aunque Yuuichi sea incapaz de verlo. No va a negar que la fama ha oscurecido su personalidad, pero ni de lejos es tan mala persona como piensa. De hecho, ni siquiera es malo; solo es un chico enamorado de un ideal e incapaz de gestionar una culpa que lleva más de un año devorándole. Lo ha intentado, eso tiene que reconocérselo, pero era evidente que unos métodos dominados por el orgullo y los celos difícilmente podían funcionar. Entonces Risa decidió dar el paso por los dos, mas Yuuichi no estaba preparado.

—Siempre he sabido que tú y yo solo seríamos amigos —admite Mamoru en el tono reposado de quien hace mucho tiempo que lo tiene asumido—. Risa te eclipsó desde el primer instante. Me alegré mucho cuando vino aquella tarde al apartamento y te dijo que te perdonaba. Durante un tiempo, las cosas volvieron a ser como antes. Pero mírate ahora.

Aunque su amigo no ha formulado la pregunta de forma directa, para Yuuichi la última parte del discurso es un claro «¿por qué?»

—¿Nunca sentiste celos de Risa?

—Un poco, al principio. Luego me di cuenta de que estaba siendo injusto porque tus sentimientos nunca me pertenecieron.

Yuuichi acusa el golpe en silencio. ¿Mamoru tiene razón y él se ha pasado los últimos seis meses actuando como un crío? ¿Pero cómo explicarle la quemazón que le incendiaba por dentro cada vez que imaginaba a Risa y a Eiji bajo el mismo techo, cuando su amigo acaba de admitir que nunca ha experimentado semejante sensación? Porque han crecido juntos, viven juntos y si Mamoru estuviese interesado en otro chico, Yuuichi lo sabría.

—Creo que deberíamos volver dentro. Empiezo a tener frío.


♫♪♫


Los apuntes de psicología ocupan toda la mesa del salón. Igual que siempre. Esa noche toca disfrutar de las deliciosas gyoza de Eiji, que casi puede oler ya. Ni él se cansa de prepararlas ni ella de pedírselas. Puesto que al joven no le sienta bien la col, siempre la sustituye por calabacín. Carne de cerdo picada, calabacín y setas shiitake. Es una receta clásica, pero hay algo especial en el sabor de las de Eiji. Algún truco que el chico se niega a revelar.

Sin hacer ruido, Risa se descalza, deposita la mochila junto al sofá y entra de puntillas en la cocina. Pretende sorprender a Eiji en plena tarea, pero la sorpresa se la lleva ella cuando ve que el joven está troceando una pechuga de pollo. Al escuchar su jadeo ahogado, Eiji se vuelve y le sonríe con aire travieso.

—Hoy serán de pollo agridulce —anuncia—. Me apetecía cambiar.

—Ah..., claro. Voy a darme un baño en lo que terminas.

Eiji no responde, pues ha vuelto a centrar su atención en su tarea. Clac, clac, clac. El ruido del cuchillo golpeando contra la tabla de cortar se le mete en la cabeza, produciéndole un ligero malestar que el agua caliente y el jabón no son capaces de limpiar.

Cuando Risa regresa al salón, encuentra la mesa dispuesta y a Eiji sentado en uno de los cojines. Tiene la mirada perdida en la pantalla apagada del televisor, pero la centra en ella nada más sentirla entrar.

—Venga, que se enfrían.

«¿Tanto he tardado?», piensa Risa, extrañada, mientras toma asiento frente a su novio. Según sus cálculos, el chico aún debería estar friendo las últimas empanadillas.

Le disgusta que las gyoza no sean las de siempre, pero, tratándose de una receta de Eiji, seguro que también están para chuparse los dedos. Así pues, coge una con los palillos y la sopla un poco antes de darle un buen mordisco. Un estallido de intenso sabor agridulce se adueña de sus papilas gustativas. A eso hay que sumarle la suavidad del pollo, tan jugoso que casi se deshace en la boca. Definitivamente, Eiji debería abrir un restaurante de gyoza en Utsunomiya.

—¿Están ricas?

Nada más escucha la pregunta del joven, el sublime sabor que hechiza su boca cambia por completo. Se vuelve más... metálico. Extrañada, Risa baja la mirada hacia la gyoza y contiene una arcada: lo que al principio era salsa agridulce, es ahora sangre. Sangre caliente que se escurre entre sus dedos y le mancha el antebrazo.

Con un grito de pánico, Risa deja caer la empanadilla y recula hasta que su espalda choca contra el sofá. Quiere llorar, quiere levantarse y huir del apartamento. Pero sus ojos, abiertos de par en par, están fijos en la piel grisácea de Eiji, en sus profundas ojeras, en la sangre que le mana de la cabeza y la nariz.

—¿Por qué me mataste, Risa? —susurra con voz queda.

Un instante después, un enjambre de moscas abandona la garganta del joven y vuela hacia ella.



Chillando, Risa se incorpora en el futon, pero se queda petrificada de miedo al sentir un ligero y helado contacto en la base del cuello. Podría llegar a convencerse de que es una reminiscencia de la pesadilla si no fuera porque ahora percibe la presencia al otro lado de la puerta.

Fría. Intensa. Palpitante. Maligna. ¿A qué espera para volver a entrar y terminar lo que ha empezado?

El fusuma que separa ambas habitaciones se abre de golpe y en el umbral aparece la silueta de Naoki.

—¡Risa! —Su hermano da la luz y corre a arrodillarse a su lado—. Risa, tranquila. Era una pesadilla. Solo una pesadilla, ¿de acuerdo?

¿Lo era? El frío ha desaparecido, pero su eco continúa aferrado a sus huesos.

Incapaz de hacer otra cosa para liberar la tensión que agarrota su pecho, la joven se echa a llorar, abrazada a Naoki. De momento se ha ido, pero sabe que volverá. Los yōkai malévolos siempre lo hacen, y ahora ella está marcada.

Sayako aparece poco después, acompañada por su esposo.

—Una pesadilla —responde Naoki a la muda pregunta que titila en las pupilas de ambos ancianos.

—¡Ay, cariño! Ven conmigo a la cocina y te preparo una infusión.

Aún abrazada a Naoki, Risa sacude la cabeza con fuerza.

—No quiero volver a dormir —solloza—. Eiji está enfadado, abuela. Está enfadado conmigo y no va a dejarme en paz.

Utsunomiya: situada a unos 100km de Tokio, Utsunomiya es la ciudad de las gyoza. Existen más de doscientos restaurantes especializados en ellas y, cada noviembre, compiten entre sí por ser los mejores en prepararlas.

Gyoza: empanadillas japonesas.

Kun: sufijo honorífico que se utiliza para referirse a varones de cualquier edad. Salvo que exista una relación de confianza, solo se puede usar si el hombre es menor que nosotros. De lo contrario, ha de emplearse el sufijo san.

Fusuma: panel corredizo que divide las habitaciones en las casas tradicionales japonesas.

Yōkai: comúnmente conocidos como demonios, los yōkai encarnan momentos o sentimientos de horror, desconcierto o asombro frente a un evento extraordinario. En el siglo XIII Toriyama Sekien creó la primera enciclopedia de estas criaturas, en la que reúne a más de doscientas. La serie se conoce como Gazu Hyakki Yagyo.


Por curiosidad, ¿además de las clásicas yurei (los fantasmas típicos de las pelis japonesas), que otros yokai conocéis?

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