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48: Casilla de salida


El paisaje al otro lado de la ventanilla es un confuso borrón de colores que representa a la perfección el estado mental de Risa. Sus pensamientos se mezclan unos con otros, todos girando alrededor del eje de la vergüenza. ¿Cómo pudo perder el control así durante el funeral? Recuerda el fuerte vahído que la sobrevino de repente y que, durante unos angustiosos segundos, fundió sus sentidos a negro. Recuerda haber escuchado una voz masculina a su espalda sugiriéndole a su padre que la sacase de la habitación. Recuerda los rostros escandalizados de los padres de Yasuko y Jin. Fue entonces cuando se dio cuenta de que el sacerdote había interrumpido sus rezos y la observaba con gesto preocupado. Fue entonces cuando deseó que la tierra se la tragase allí mismo.

No es consciente de que el shinkansen se ha detenido en la estación de Gion-Shijō hasta que ve que los pocos pasajeros que quedan en el vagón se ponen en pie y empiezan a coger sus maletas de los portaequipajes. Junto a ella, Naoki guarda sus apuntes de medicina en la mochila que tiene entre las piernas y le hace un gesto para que se levante. Risa se siente un poco mal por apenas haber abierto la boca durante las casi tres horas que ha durado el trayecto, pero sabe que su hermano es la clase de persona que comprende y respeta los silencios. Muchas veces se ha encontrado a sí misma pensando en lo raro que le resulta que siga soltero.

Acostumbrada a bajar en la Estación de Kioto y dar un agradable paseo de algo más de media hora, procura no perder a su hermano de vista entre el gentío que avanza en dirección a la salida número 6. Tampoco sería mayor problema, pues lo único que tiene que hacer es caminar entre la multitud, pero, por alguna razón que no comprende, siente que si deja de ver la espalda de Naoki, la muchedumbre a su alrededor se la tragará y la arrastrará hacia un lugar lejano y muy oscuro del que nadie regresa. Es curioso cómo un dolor lo bastante profundo tiene la capacidad de transformarnos en esos asustadizos niños que creíamos haber dejado bien atrás.

Nunca sabrá si Naoki percibe su angustia o si se trata de mera casualidad, pero Risa contiene un suspiro de alivio cuando su hermano se detiene unos metros por delante y la espera con la mano tendida en su dirección. Pocos minutos después, el cielo de Kioto les recibe engalanado con unas sedosas nubes de acuarela cuya belleza la joven es incapaz de apreciar. Tampoco el río Kamogawa le dice nada en esta ocasión. Lo peor, sin embargo, es que la familiar sensación de calidez que siempre llena su pecho cuando accede al jardín de su antiguo hogar, no la embarga esta vez. Se siente igual que una boya en mitad de un furioso oleaje.

Risa agradece que sea Naoki quien anuncie su llegada mientras los dos se descalzan en el genkan. La casa, no obstante, les recibe con un silencio que a la chica se le antoja ominoso, pues pone de manifiesto el enorme vacío que gobierna su interior. Fue su padre quien tomó la decisión de que pasara el resto de la semana en Gion, y fue la primera vez que Risa no le llevó la contraria. La verdad es que podría haberla metido en un vuelo con destino a Corea del Norte y también le hubiese dado absolutamente igual. Ha vuelto a la casilla de salida. Primero su madre y ahora Eiji. ¿Qué clase de dios cruel escribe el libro de su vida?

—¿Quieres que nos sentemos en el porche un rato?

Risa esboza una fugaz sonrisa ante la perspicacia de su hermano y asiente.

—¿Cuando mamá se fue... la sentiste? —pregunta al cabo de un largo minuto de silencio.

Naoki frunce el ceño y le lanza una mirada a camino entre la curiosidad y la extrañeza.

—¿Te refieres a su fantasma?

—Ya sé que suena estúpido, pero ayer Kenji estaba saludando a alguien invisible en el funeral. Por eso me desmayé y os puse en evidencia.

Ella quería huir del tanatorio y cobijarse en su habitación, bajo la manta azul que perteneció a su madre, con la voz de Gackt distrayéndola de la realidad, pero Masaru la obligó a guardar la compostura. Poco después, volvió a ser víctima de las miradas disgustadas de los padres de Yasuko y Jin. Se disculpó con palabras y una profunda reverencia, pero las expresiones en los rostros de los ancianos no variaron. Tomeo le aseguró que todo estaba bien y que no debía sentirse avergonzada, pero Risa opina que debió ser capaz de mantener la compostura igual que hicieron los demás. ¿Por qué ella no pudo?

—No vuelvas a las andadas, Risa —la reprende Naoki en un tono serio que le asemeja aún más a Masaru. ¿De verdad su siempre responsable hermano mayor ha heredado la rebeldía de los Serizawa?

—¿A las andadas? —inquiere ella, confusa.

—A menospreciar y negar tus emociones. Lo hiciste cuando Yuuichi te traicionó y también cuando mamá murió. Lo hiciste cuando papá te llevó con él a Tokio y te forzó a vivir una vida que no deseabas. Te retrajiste en ti misma y te volviste frágil y asustadiza. —El joven hace una pausa y mira a su hermana a los ojos antes de añadir—: Entiendo lo tentador que resulta esconderse tras una empalizada, pero esa aparente seguridad quita más de lo que otorga.

La Risa a la que Naoki se refiere le hubiera fulminado con sus ojos de pantera antes de echarle en cara lo egoísta y desconsiderado de su petición. La joven en la que se ha convertido, no obstante, ve más allá del «reproche» de su hermano y tiene una respuesta serena y meditada que ofrecerle:

—Ahora lo sé. Conseguí sobreponerme gracias a mis nuevos amigos, me hice más fuerte y recuperé parte de esa luz que creía haber perdido, pero... —Risa inspira hondo; no es suficiente para contener las lágrimas—. Primero mamá, ahora Eiji... Naoki, ¿qué se supone que he hecho para que la vida me castigue de esta manera?

—¿Por qué te empeñas en creer que ha sido culpa tuya? —replica el joven con suavidad.

«Porque si no me hubiera metido donde no me llamaban, Eiji seguiría vivo», le hubiera gustado responder, pero Naoki no lo va a entender y ella no está de humor para ahondar en su mente en busca de las palabras adecuadas. Puede que ni siquiera las haya; algunos sentimientos y sensaciones están hechos para la música.

Risa se pone en pie y regresa al interior de la casa. Su abuela aún conserva el piano del salón, ese en el que Lucía enseñó a su hija a tocar. Está situado en una esquina, contra la pared. La primera vez que Risa regresó a Kioto, durante sus días de expulsión, se sintió tentada de devolverlo a la vida, pero el aura de soledad, olvido y cierta dosis de rechazo que emanaba del instrumento fue demasiado para ella. Ahora también la percibe, pero su tristeza es tan honda que nada puede horadarla más.


♫♪♫


Sayako está a punto de dejar caer la bolsa de la compra cuando escucha el cristalino y triste sonido que escapa del interior de su casa. Sabe de donde proviene, así como que la última persona que lo tocó fue Lucía. Por eso, durante un confuso instante, la anciana vacila a la hora de poner un pie en el genkan; no teme al fantasma de la mujer, sino a que traiga consigo alguna clase de funesto mensaje. ¿Masaru? ¿Risa?

Al pensar en su nieta recuerda que esa mañana llegaba a Gion acompañada de Naoki, y una fuerte oleada de alivio hace temblar sus piernas. Riéndose de sí misma, Sayako se apoya en el vano de la puerta y espera a que su pulso y su respiración retornen a un estado de reposo. Acto seguido, se descalza, guarda los zapatos en el getabako y, sin anunciarse para no interrumpir la interpretación de Risa, pone rumbo a la cocina, donde se encuentra con Naoki. Una sombra de preocupación oscurece el ceño del joven en cuanto la ve entrar.

—Abuela, ¿estás bien?

La anciana sacude la mano libre para restarle importancia a la situación y deposita la bolsa de la compra en la encimera.

—Estás muy pálida —insiste su nieto al tiempo que le tiende un vaso de agua.

—Me he asustado un poco al escuchar el piano —confiesa la mujer mientras toma asiento en una esquina de la mesa. Una sonrisa tierna le ilumina la cara cuando repara en el molde para hacer taiyaki que Naoki tiene abierto junto al bol en el que preparaba la masa hasta que ella ha llegado—. Confío en que le levanten un poco el ánimo; esa melodía que está interpretando es demasiado oscura.

Naoki también espera que la visión de los dulces que la entusiasmaban de pequeña sea suficiente para abrir el apetito de Risa. No ha tomado nada sólido en los últimos cinco días, y apenas sí tolera los caldos. Cuando Lucía se fue, el estómago de Risa también estuvo días cerrado, pero esta vez Naoki presiente que es distinto. Peor, incluso. Y le preocupa en la misma medida que le aterra, pues no tiene ni idea de qué hacer para evitar que su hermana vuelva a convertirse en esa sombra de la que casi había conseguido desprenderse.

—Ha encontrado en la música una válvula de escape —le explica el joven a su abuela mientras vuelve a centrarse en la masa a medio batir—. Lleva diez minutos enteros tocando sin parar, pero supongo que lo necesita.

Lo que Naoki calla es que se trata de la misma canción que lleva oyendo desde que la mañana del sábado llegara a Tokio. A veces suena más siniestra; otras veces, desgarradora y furiosa, pero es la misma partitura de notas repitiéndose en bucle una y otra vez.

—Me alegra que vaya a pasar unos días con nosotros, y haré todo lo que esté en mi mano para que se distraiga y se sienta como en casa, pero creo que necesita a Masaru más que nunca.

Naoki se vuelve hacia la anciana con una mezcla de escepticismo y sorpresa curvando sus cejas. Le alegró descubrir que, por fin, se ha deshecho de Suzume, pero todavía está a años luz de que se le pueda considerar un buen padre. Risa debería quedarse en Kioto por tiempo indefinido con sus amigos de toda la vida, con sus abuelos... Con él, que siempre la ha cuidado como a su mayor tesoro.

Sayako debe de leer todo eso en la expresión de su rostro, pues una sonrisa comprensiva se despereza en sus arrugados labios.

—Ahora Masaru es la persona que mejor puede entenderla, Naoki.

El joven deja caer los hombros y asiente. Visto de esa manera, su abuela tiene razón, pero el chico duda de que su padre vaya a estar ahí del modo incondicional e íntimo que Risa necesita. Sus actos egoístas y su distanciamiento emocional hablan por sí solos. Además, su solución para afrontar la pérdida de Lucía fue irse a vivir con Suzume. Un pequeño detalle que su abuela debería tener en cuenta, pero Masaru es su hijo y el amor de madre suele ser más fuerte que la objetividad.

—No deberías ser tan duro con él.

No hay reproche en la voz de la mujer, pero Naoki no puede evitar tensar la mandíbula.

—¿Por qué siempre le defiendes? ¿Es que no ves lo que ha hecho?

—¡Ni estoy ciega ni he criado a un mal hombre, jovencito! ¿No eres tú el que siempre ha defendido las segundas oportunidades? ¿Qué es lo que no puedes perdonarle a tu padre, Naoki —inquiere la anciana en un tono más suave.

—Lo sabes bien —masculla el chico.

—Él también hubiera muerto.

Sobresaltados, Sayako y Naoki se vuelven hacia la puerta de la cocina, desde cuyo umbral les observa Risa. Ambos estaban tan absortos en su discusión que se han olvidado del piano y de que la joven podría oírles si alzaban la voz.

—Fue un atraco. El inspector Sakaguchi lo dijo.

—El inspector Sakaguchi no conocía a mamá como nosotros. En el fondo, sabes que esos hombres buscaban su pen-drive, pero entiendo que te resulte más fácil culpar a papá. No le perdono que tuviera una amante ni que me obligase a vivir con ella durante meses, pero hace tiempo que comprendí que la muerte de mamá no fue culpa suya.

Risa toma asiento junto a su abuela, que le coge las manos y le regala una sonrisa tierna y llena de orgullo. Naoki opta por guardar silencio y volver a concentrarse en los dulces. Poco después, escuchan al señor Serizawa anunciarse en la entrada y empezar a quejarse de lo larga que se le ha hecho la mañana en el sento. No obstante, su humor mejora en cuanto pone un pie en la cocina.

Taiyaki: dulce japonés con forma de pez y relleno de anko (pasta de judías azuki), chocolate o crema pastelera. Tiene su origen en el Japón imperial, donde era un postre reservado a la clase pudiente y que se tomaba en ocasiones especiales como símbolo de buena suerte. La forma de pez se debe a que, desde la antigüedad, el besugo rojo (tai) se ha considerado un animal relacionado con la buena fortuna.

Son los de la foto del encabezado, pero aquí os dejo una imagen de cómo se hacen en la plancha ^^


Genkan: vestíbulo exterior de las casas tradicionales japonesas.

Getabako: zona del genkan donde se dejan los zapatos. Es lo que en Occidente se conoce como «mueble zapatero».

Sento: son como los onsen (los baños tradicionales japoneses que aprovechan las aguas termales de origen volcánico), pero con agua calentada de forma artificial.

*En el enlace externo os dejo la receta de los taiyaki con un poco de información. ¡Gracias por llegar hasta aquí!

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