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47: Último adiós


La misma sensación de irrealidad que la acompañó durante el funeral de su madre vuelve a adherirse al cuerpo de Risa como un frío sudario que le hiela la piel. Su mente se niega a aceptar que está en un tanatorio, acompañando a Eiji en su última noche en el reino de los vivos; se niega a aceptar que al día siguiente se celebrará el funeral y la consiguiente cremación; se niega a visualizar a la familia del joven recogiendo los huesos con unos palillos y metiéndolos en el kotsutsubo. «Se comienza por los pies y se termina por la cabeza para asegurarse de que el difunto no entra al revés en la urna», piensa, sin querer.

No hace tanto, ella misma tuvo que pasar por esa traumática experiencia en compañía de Masaru, Naoki y sus abuelos paternos. Los maternos también deberían haber participado, pero estaban hechos una furia por no haber podido dar a su hija el entierro cristiano que, según ellos, merecía. Ahora las cenizas de Lucía descansan en Kioto y Risa sigue sin tener noticias de los dos ancianos, pero espera que estén bien.

Un cálido contacto en su hombro la sobresalta. Al alzar la mirada, se encuentra con los hinchados y enrojecidos ojos de Sonohara Tomeo, el padre biológico de Eiji. Le conoció durante las vacaciones de invierno, cuando Eiji y ella pasaron unos días en Osaka para que el chico visitara a su familia. Se suponía que volverían a verse en verano, pero el destino tenía sus propios planes.

—Deberías despedirte —le aconseja Tomeo con suavidad. Se muestra tan sereno que Risa siente un arrebato de rabia que muere tan rápido como nace. Es inapropiado e injusto. Debería admirar esa fuerza e intentar contagiarse de ella, pero su pecho es un agujero negro que engulle cualquier tímido atisbo de luz.

—No puedo —susurra, dejando caer la vista al suelo. En todo el tiempo que lleva en la habitación, ha sido incapaz de mirar el ataúd; hacerlo será como una pesada maza cayendo sobre el estrado mientras el juez sella su sentencia. Una sentencia que no está preparada para aceptar. ¿Quién podría estarlo?

—Vamos. —Tomeo le tiende la mano—. Te arrepentirás si no lo haces.

Risa se muerde el labio inferior, reticente, pero sabe que el hombre tiene razón. Despacio, se pone en pie y recorre los pocos metros que la separan del féretro, orientado hacia el norte. Las piernas le tiemblan como si acabara de hacer un esfuerzo excesivo, pero Tomeo camina a su lado, con una mano firmemente apoyada en su hombro y la otra sujetándole la muñeca. Risa creía que Eiji era igual que su madre hasta que conoció a Tomeo y le pareció estar viendo al hombre en el que el joven se convertiría cuando fuese mayor. Ahora ese momento no llegará nunca.

Tres pasos. Su respiración se ha vuelto agitada y siente que las manos le sudan.

Dos pasos. No puede hacerlo; Eiji abrirá los ojos de golpe y le espetará que está muerto por su culpa.

Un paso. Risa quiere retroceder, echar a correr y alejarse todo lo posible del tanatorio, pero Tomeo le lanza una elocuente mirada y ella se esfuerza por respirar hondo y dar el último paso. Ha de mantener la compostura por respeto a Eiji y a su familia; no puede avergonzarles después de que le hayan permitido acompañarles en un momento tan íntimo.

Lo más cruel de ver a un difunto en su ataúd es que uno siempre tiene la sensación de que parece dormido. No está muerto. De un momento a otro, abrirá los ojos, sonreirá, se levantará y tú te despertarás de ese mal sueño con el corazón agitado y los ojos húmedos, pero aliviado porque no era real.

Eiji no abre los ojos, no escucha el sollozo entrecortado que escapa a los labios de Risa. No quería verle así porque sabe que la imagen jamás se borrará de su cabeza, la acosará cada vez que intente recordarlo vivo, la atormentará con la certeza de que aquel coche jamás le hubiera atropellado si en ese momento no estuviese volviendo a casa... Y volvía a casa porque ella le convenció para acudir a la cena de graduación. ¿Qué derecho tiene a estar allí, mancillando un momento tan delicado con su sucia presencia?

Sin embargo, cuando quiere darse cuenta, sus dedos están acariciando el cabello castaño de Eiji. Se detienen entre sus mechones unos instantes y después descienden por su piel hasta llegar al lunar que el joven tiene bajo el ojo izquierdo.

—Siempre me encantó este lunar —suspira para sí.

—Lo heredó de mi padre —le cuenta Tomeo, todavía a su lado—. Cuando era pequeño, me dio mucha rabia no haberlo heredado yo también. Me pasé toda la infancia y gran parte de la adolescencia esperando a levantarme una mañana y verlo cuando me mirase al espejo. —El hombre esboza una sonrisa triste y temblorosa—. Eiji se moría de la risa el día que se lo conté. Me tomó el pelo durante semanas. «¡Mira mi lunar, papá», me solía decir el muy gamberro, «¿por fin te ha salido ya?»

Risa deja escapar una carcajada que finaliza en llanto. Con delicadeza, Tomeo aparta a la joven del féretro y la conduce hasta una silla contigua a las que ocupan Yasuko y Jin. Kenji está al cuidado de los padres de Yasuko, que han preferido quedarse con el bebé y acudir solo al funeral. La abuela paterna del chico está ingresada en una residencia de Osaka, enferma de Alzheimer. La enfermedad se encuentra lo bastante avanzada como para que ya no recuerde a su nieto e incluso tenga problemas para reconocer a su propio hijo. El padre de Tomeo falleció de cáncer una década atrás. En cuanto a los padres de Jin, llegarán al día siguiente para el funeral. Eiji siempre se negó a considerarlos sus abuelos, pero eso no quiere decir que ellos no le tuvieran cariño y le llamasen a menudo.

Igual que ha hecho al comienzo del velatorio, Jin rehuye la mirada de Tomeo y baja la cabeza. El padre biológico de Eiji finge no haberse percatado y acomoda a Risa en la silla antes de tomar asiento él también.

—Gracias por aceptar venir, Serizawa —le agradece Yasuko mientras le coge la mano y se la aprieta con fuerza. Un gesto que la reconforta más a ella que a la joven—. Eiji hubiese querido que estuvieras.

—Yo... —Risa clava la vista en el suelo, incómoda—. Yo no sé si merezco estar aquí.

Yasuko abre mucho los ojos y Jin alza la cabeza de golpe. Ninguno de los dos dice nada, pese a que ambos han leído entre líneas a la perfección. Es Tomeo quien toma la palabra antes de que Risa, cuyo cuerpo se va tensando por momentos, decida que ha dicho algo inapropiado y lo solucione echando a correr y sintiéndose demasiado avergonzada como para aparecer al día siguiente. Lo entendería si lo hiciera, pero sabe que es algo que la chica nunca se perdonaría.

—No ha sido culpa tuya, Risa —asegura. Tal y como el hombre esperaba, emplear su nombre de pila consigue que la muchacha le preste toda su atención—. No ha sido culpa de nadie —añade, lanzando una significativa mirada a su exmujer y a Jin.

No obstante, pese a la templanza que se desprende de sus palabras, una tenue sombra de incertidumbre vela sus ojos. A primera vista, podría interpretarse como que Tomeo no cree en lo que acaba de decir, pero Risa tiene la sensación de que el motivo es otro completamente distinto. En Japón existe la creencia de que los padres regalan la vida a sus hijos; dado que es el mayor obsequio que uno puede hacer, los hijos contraen el gimu, una eterna deuda moral con sus progenitores. Esto significa que se ven en el compromiso de devolver el favor a sus padres cuando fallecen. ¿Cómo? Llevando a cabo todos los rituales del funeral y honrando su memoria con comida, bebida y ofrendas.

No tiene sentido, diréis. En Occidente no, pero aquí creemos que cada persona alberga un kami atado a su cuerpo que se libera al morir. Este espíritu posee la capacidad de interactuar con el mundo de los vivos, pero necesita que sus descendientes cubran sus necesidades básicas, que siguen siendo las mismas que cuando vivía. De ahí la costumbre de las ofrendas en los butsudan y la fiesta del Obon. Se cree que, de esta manera, los espíritus de quienes fallecen pasan una buena vida en el anoyo. Si los hijos cumplen con estas obligaciones, su antepasado se convertirá en un sorei, un espíritu benévolo que le protegerá en vida de cualquier mal; si, en cambio, las ignoran, la persona fallecida puede transformarse en un yurei, un alma atormentada que les perseguirá sin descanso.

Risa se ha criado escuchando esta clase de historias de boca de su abuela. Por eso, ahora que Eiji ya no está, no le cuesta imaginar a Tomeo preocupado por quién cuidará de su alma y de las de sus ancestros cuando le llegue la hora. Le gustaría encontrar alguna palabra de consuelo que ofrecerle, pero sabe que nada de lo que diga podrá reconfortarle.

—¿Te contó su viaje a Amsterdam? —pregunta Yasuko tan de sopetón que Risa tarda un par de segundos en darse cuenta de que le está hablando a ella.

—¿Qué? No. Creía que nunca había salido de Japón.

La mujer esboza una sonrisa extraña: está llena de tristeza y de anhelo, pero también de esa curiosa alegría que nos invade cuando confirmamos algo que llevábamos tiempo sospechando. Un gesto agridulce y tan fuera de lugar que captura todo el interés de Risa.

—Fue el verano pasado —explica Yasuko, la vista clavada en el suelo y las manos lánguidas sobre las rodillas. A su lado, Jin aprieta los labios en un efímero gesto de disgusto que incrementa la curiosidad de la joven—. Se fue una semana con Kusanagi y Tanabe. Volvió diciendo que la ciudad es preciosa, pero no dio muchos detalles acerca de lo que hicieron. —La mujer suspira—. Ojalá no hubiera tenido miedo de contármelo.

Risa pestañea un par de veces, sorprendida y un poco incómoda. ¿Ha entendido bien lo que Yasuko acaba de insinuar? De Atsushi se lo podía esperar, pero no de Eiji ni de Shinobu. ¿Cuánto sabe realmente del chico y cuánto cree saber? ¿De verdad le conocía? Siempre hubo un lado de su personalidad al que ella no tenía permiso para acceder, pero confiaba en hacerlo con el tiempo. Aquella nueva luz que iluminó los ojos de Eiji la última noche que pasaron juntos, le dio esperanza.

—Odiaba los rascacielos —comenta, luchando contra las tozudas lágrimas que se agolpan tras sus ojos.

—En Osaka, Eiji tenía un amigo de la infancia que vivía en un rascacielos de la zona centro de la ciudad —explica Tomeo. Sus labios han dibujado una sonrisa a camino entre la nostalgia y la diversión—. Un día hubo un incendio dos plantas por debajo de donde vivía el chico. No fue muy grave, los bomberos llegaron rápido y no tuvieron problemas para sofocarlo, pero ya sabes cómo son los niños. Su amigo exageró tanto la historia que incluso le contó que sus padres y él tuvieron que subir hasta la azotea en mitad de un denso humo negro. Eiji le creyó, claro, y se le metió un miedo en el cuerpo que nunca se fue.

Risa sonríe y se seca las lágrimas antes de ponerse en pie para aproximarse al féretro por segunda vez. Ahora sus pasos no son vacilantes, sino firmes. Ahora se siente preparada para darle al joven su último adiós.

—Ojalá encuentres la paz en la otra vida, Eiji —murmura para sí—. Te voy a echar mucho de menos.

Risa suspira mientras recorre con la mirada las facciones del chico; lo hace de forma lenta e íntima, consciente de que al día siguiente no le será posible repetir el proceso. Entonces una suave y fría brisa que surge de la nada le acaricia los pies, robándole un escalofrío. Parece haberse concentrado junto al ataúd, pero cuando la joven alza la vista, descubre que no hay nada.

«¡Qué extraño!», piensa al tiempo que se da la vuelta para comprobar si Tomeo y los señores Asano también la han percibido. Nada en sus rostros delata que haya sido así; de hecho, parecen sumidos en profundos recuerdos.

Risa traga saliva y sacude la cabeza como si se reprendiera a sí misma. Solo ha sido una jugarreta de su mente dominada por la sugestión.


♫♪♫


El funeral se celebra un martes por la tarde para que los amigos de Eiji puedan asistir. Mucha gente del Instituto Q (profesores, el director, los compañeros del equipo de kyūdō, el entrenador, alumnos que le conocían, Maki y hasta Kanata, el médico del centro) optaron por acudir al velatorio del día anterior. No hubo ni rastro de Naomi. Tampoco hoy hace acto de presencia.

Mientras avanza hasta el grupo de sillas de la segunda fila en compañía de su padre y de Naoki, Risa no tiene muy claro cómo debe sentirse al respecto. Por una parte, se alegra; no obstante, también le apena que la joven no vaya a tener la oportunidad de despedirse. Probablemente piense que, después de todo el mal que ha causado, no va a ser bien recibida; quizás crea que Eiji no la querría allí. Por desgracia, en eso último acierta. A Risa todavía se le revuelve el estómago cuando recuerda la satisfacción en las palabras del chico al imaginar a Naomi lisiada de por vida.

Tomeo, los señores Asano, los padres de Yasuko, los de Jin, y el pequeño Kenji ocupan los asientos de la primera fila, reservados a los familiares cercanos del difunto. A Risa se le encoge el estómago al ver al pequeño en brazos de su abuela materna. ¿Por qué Yasuko no lo ha dejado con una niñera? Eiji le comentó en una ocasión que los bebés perciben las emociones de quienes les rodean y reaccionan a ellas de forma instintiva, sin necesidad de saber qué significan. La explicación iba más enfocada al tema del desarrollo cerebral. Según Eiji, el carácter de los niños que crecen en un entorno agitado y parco en amor, evoluciona en agresividad y distanciamiento emocional porque su cerebro les prepara para vivir en un ambiente hostil. Risa sabe que no va a ser el caso de Kenji, pero le preocupa que la condensación de tristeza que flota en el ambiente pueda llegar a afectarle.

—Hola.

La joven da un respingo y alza la mirada para toparse con Erika, que está tomando asiento a su lado. Acostumbrada a verla siempre perfecta, el aspecto apagado y las profundas ojeras que se marcan bajo sus ojos le producen una honda impresión. Nagisa se muestra algo más serena, pero en su rostro también son visibles los estragos del dolor. Risa imagina que, al igual que ella, sus amigas apenas han sido capaces de comer y dormir en los últimos cuatro días. Lo que le sorprende es que hayan soportado volver al instituto tan pronto; solo pensarlo le revuelve el estómago.

Un suave roce en el hombro la sobresalta de nuevo. Al volverse, Risa descubre a un afligido Shinobu en compañía de un hombre y una mujer que deben de ser sus padres. Junto a él están Takeda Taro e Itanabe Shun, el chico que trató de aconsejarla aquel día en la enfermería y el miembro más reciente del Consejo de Estudiantes. Sin embargo, no hay ni rastro de Atsushi. Risa sabe que las cosas entre Eiji y él no estaban bien, pero la situación nunca llegó a ser tan grave como para que Atsushi haya optado por quedarse en casa.

—Está al fondo —susurra Shin, que ha seguido la dirección de su mirada mientras Risa buscaba al joven entre los presentes—. No ha querido acercarse.

Ahora que sabe hacia dónde mirar, Risa no tarda en localizar al chico, aunque no puede discernir su expresión porque el cabello le cubre la cara. Igual que la primera vez que le vio en la azotea de su instituto. El único motivo que se le ocurre para justificar su comportamiento es que se sienta avergonzado, pero, ¿por qué?

Naoki aprieta la mano de Risa para llamar su atención. Ella le lanza una mirada desconcertada, pero él se limita a señalar al frente, donde el sacerdote budista que oficia la ceremonia acaba de arrodillarse frente a su atril y se dispone a entonar los sūtra correspondientes que ayudarán al alma de Eiji a cruzar al otro lado. Después le otorgará un kaimyō, un nuevo nombre budista, para evitar que su espíritu sea convocado al mundo de los vivos si alguien pronuncia el antiguo.

Desde su posición, sentada en la segunda fila, Risa no alcanza a ver el cuerpo de Eiji, pero tampoco lo necesita. No tiene problemas a la hora de reproducir en su mente el kimono cruzado de derecha a izquierda, al contrario de como lo llevan los vivos. No le cuesta visualizar las sandalias de Eiji, situadas a los pies del féretro, ni las seis monedas que le permitirán atravesar el Río de los Tres Cruces el séptimo día posterior a su muerte. Según la tradición budista, posee tres profundidades, siendo la más honda la que espera a las almas que no fueron buenas en vida. ¿Por dónde cruzará Eiji? ¿Será la oscuridad que Risa vio en él suficiente como para ponerle las cosas difíciles? Espera que no, aunque es consciente de que sería demasiado iluso por su parte creer que le tocará el tramo menos profundo. No existen personas absolutamente buenas ni absolutamente malas.

Kenji saca a Risa de sus pensamientos con un ruidito a camino entre una risa y una exclamación de sorpresa. Un escalofrío le recorre la columna vertebral cuando, al observar al bebé con mayor atención, se percata de que Kenji parece estar saludando. Su abuela también se da cuenta y le susurra algo al oído, pero el niño insiste en estirar el brazo hacia el ataúd al tiempo que agita su manita regordeta.

Risa siente cómo el calor abandona su cuerpo y la garganta se le seca. Al instante siguiente, el juzu que apretaba con fuerza se escurre de entre sus dedos y cae al suelo con un eco que retumba en toda la estancia.


Kotsutsubo: urna funeraria donde se guardan las cenizas de los difuntos.

Obon: es la festividad de los muertos en la que se celebra la continuación de la vida. La fecha depende de la región. Tiene lugar en templos o casas particulares, y es el único día del año en el que los difuntos pueden salir del anoyo y reunirse con sus familiares, que los honran con sus comidas favoritas y con bailes tradicionales. Después los guían de vuelta a su mundo mediante un río de farolillos en un ritual conocido como Toro Nagashi.

 Anoyo: es como se conoce al más allá en la religión sintoísta.

Sūtra: en el budismo, son las enseñanzas de Buda recogidas en forma de textos. Se cree que muestran el camino hacia la «iluminación» o realización espiritual completa del ser.

Juzu: rosario budista. (*Imagen del encabezado)

Butsudan: altar familiar budista que los japoneses tienen en sus casas para honrar a sus difuntos.

Kyūdō: tiro con arco japonés.


Hay un detalle de los funerales japoneses que seguro conocéis pero que no he querido mencionar porque me parecía un tanto frívolo. Es el kōden (dinero del incienso), un pequeño donativo que todos los asistentes entregan al comienzo de la ceremonia. Se hace en el kōdenbukuro, un sobre negro y plateado.

En el enlace externo os dejo un link con un poco más de información sobre los funerales en Japón.

Gracias por leer ^^

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