44: Dilema moral
Valentino el Santo, como le gustaba llamarlo a su madre, celebrará su día en domingo, pero, al contrario de lo que seguramente estáis pensando, Risa no se siente aliviada. Por supuesto que le alegra librarse del insufrible revuelo que la fiesta hubiese causado en su odiado instituto, pero que caiga en festivo no soluciona el dilema moral al que se enfrenta. Juzgar si es tan grave como ella cree o si está exagerando es algo que os dejo decidir a vosotros.
—Creo que eso ya está —comenta Erika, asomando la cabeza por encima del hombro de Risa. La joven da un fuerte respingo y la cuchara de madera que tiene en la mano diestra se agita, salpicando de gotitas de chocolate los azulejos de la cocina—. ¡Perdona! ¿Estás bien?
—Sí, sí. Perdóname tú a mí por haberme distraído. —Risa aparta la cazuela del fuego—. Si no me llegas a avisar, lo quemo.
Las tres amigas están en casa de Nagisa, preparando bombones de chocolate para regalar al día siguiente. En función de la relación que se tenga con la persona que los recibirá, las opciones a elegir son: honmei-choko, tomo-choko y giri-choko. El primer tipo es el que Risa le va a dar a Eiji. El segundo se reserva a los amigos cercanos y a la familia, en cuyo caso se llama fami-choko. La tercera opción es el conocido chocolate por obligación, que se regala en ambientes laborales y a aquellos amigos con los que no se tiene una relación estrecha. Cada vez se hace menos, no obstante, pues supone un compromiso con el que muchos japoneses no están cómodos; de hecho, ya ha empezado a prohibirse en varias empresas.
—¿Seguro que estás bien?
—Es que... Es que no sé qué hacer con Atsushi...
Nada más escuchar el nombre del joven, la expresión de Erika pierde cualquier rastro de calidez para convertirse en una máscara inexpresiva que lleva a Risa a pensar que su amiga entiende la situación demasiado bien. Probablemente sea así, puesto que ni es tonta ni Atsushi se molesta mucho en disimular su malestar. Lo que no comprende, sin embargo, es que tenga celos cuando entre el joven y ella no hay nada. ¡Pero si está saliendo con Eiji, por el amor de Dios!
—... ni con Yuu.
Erika, que se ha apoyado contra el borde de la encimera y observa cómo Nagisa termina de secar los moldes que ella misma ha fregado, no da muestras de haberla oído. Lo que dice a continuación confirma las sospechas de Risa:
—Regalarle tomo-choko como haremos Nagisa y yo. Si no le das nada, será peor. —La joven le clava una mirada acerada—. ¿No me dijiste que pasara página? Pues deja que él haga lo mismo contigo. Estás con Eiji, ¿verdad?
—¡Pues claro que sí! —Risa contempla a su amiga sin poder creerse lo que acaba de oír. <<Necesita ayuda>>—. Voy a fingir que no he entendido lo que estás insinuando, ¿vale? Nagisa, ¿tienes bandejas donde echar el chocolate para que se enfríe?
—Sí, en el armario de tu izquierda.
Antes de que Risa tenga tiempo de estirar el brazo para alcanzar la puerta del armario, Erika da media vuelta y las busca por ella. Como está de espaldas a Nagisa, Risa no ha sido testigo de la mirada reprobatoria que su amiga le ha lanzado a Erika.
—Lo siento —se disculpa la joven mientras le tiende tres bandejas medianas—. Ya sé que te preocupas por él y que no quieres hacerle más daño, pero me temo que he heredado las neuras de mi madre y no puedo evitar obsesionarme con ciertas cosas o... ciertas personas. Tú no me hagas ni caso, ¿eh?, que siempre termino entrando en razón.
—Yo creo que lo que le preocupa a Risa es la reacción de Eiji —interviene Nagisa, puesto que su amiga se ha quedado sin palabras y Erika está empezando a poner cara de arrepentirse por haber hablado de más.
Risa se esfuerza por asentir mientras, con cuidado, vierte el chocolate en las bandejas.
—¡Oh! —Erika le coge la cuchara para que pueda sujetar mejor la cazuela y se la da a Nagisa, que enseguida se dispone a fregarla—. Pero en el White Day él nos devolverá el regalo y tú no te vas a poner celosa, ¿verdad? Entonces, ¿qué problema hay en que regales chocolate de la amistad a tus amigos?
—Pero ninguna de las dos tiene sentimientos románticos hacia Eiji, ¿verdad? Por eso tampoco le hace gracia que le regale tomo-choko a Yuu, pero no puedo dar a los demás miembros del grupo y a él no. Nagisa, ¿me alcanzas la lengua de gato?
Erika resopla.
—¡Pues, si no lo quiere entender, es su problema, Risa! Tú estás en tu derecho de regalar chocolate a quien te dé la gana. No me esperaba que Eiji fuese así de controlador, la verdad —añade con un mohín de disgusto.
Risa reprime una sonrisa tierna; a veces envidia el modo tan sencillo en que Erika racionaliza las cosas. ¿Y si, en ocasiones, sí que son blancas o negras y es ella la que se empeña en verlas grises?
—Pasó por una mala experiencia con su ex novia, y esa clase de cosas no se superan con facilidad. Mira lo que tardé yo en perdonar a Yuu. Y todo para que ahora ni siquiera sepa lo que somos, la verdad.
—Eso tampoco es culpa tuya —insiste su amiga, alzando la barbilla. Risa sonríe y rebaña el chocolate de los bordes de la cazuela con la espátula de silicona que Nagisa le ha proporcionado. Ojalá las cosas fueran tan fáciles como Erika las imagina. Risa quiere muchísimo a Eiji, pero hay momentos en los que desearía no haber empezado a salir con él. Tal vez mudarse tan pronto fuera un error.
—¡Venga, dejaos de cháchara y vamos a poner los moldes antes de que el chocolate se endurezca demasiado! —las regaña Nagisa en tono desenfadado.
Entre las tres, colocan corazones, estrellas y rombos tratando de optimizar el espacio; con los restos de chocolate harán bolitas que piensan mezclar con crema de frutos rojos, también casera y que han preparado previamente. Los corazones irán espolvoreados con chocolate amargo para simbolizar que el amor es un sentimiento agridulce; las estrellas llevarán virutas de chocolate blanco por encima y los rombos estarán borrachos de umeshu. También querían encargarse ellas mismas de las cajas, pero, en vista de que iba a ser demasiado trabajo, no les ha quedado más remedio que comprarlas. Eso sí, elegirlas les llevó toda la tarde del viernes.
—Entonces, mañana comemos en vuestra casa, ¿no? —pregunta Erika.
Risa asiente. Lo que no les ha contado a sus amigas es que, cuando se lo propuso a Eiji un par de días atrás, tuvieron una pequeña pelea porque el chico quería pasar todo el domingo con ella y ya tenía esbozado un plan. Puesto que las cosas entre ambos están tensas desde que Eiji expresara su deseo de ver lisiada a Naomi, Risa estuvo a punto de ceder por temor a empeorar la situación, pero algo en su interior se rebeló; escuchó la voz de su madre diciéndole que jamás se callase una opinión por miedo, de modo que intentó razonar con el joven.
—No puedo dárselos el lunes.
—¿Por qué no? —replicó él desde el sofá—. Es el día de los enamorados, Risa, nuestro día.
—Eiji, vivimos juntos y nos vemos a diario. ¿Acaso no estamos enamorados todos los días? ¿Qué problema hay en comer con nuestros amigos y tener el resto del día para nosotros? ¿Qué sentido tiene que me esfuerce en preparar bombones de chocolate si no puedo regalarlos el día que toca?
—Muy bien, haz lo que quieras —cedió el joven con tono desdeñoso; acto seguido, se inclinó hacia la mesita auxiliar y cogió el tomo manga que descansaba sobre su superficie de madera.
—Oye, que no hemos terminado de hablar.
—¿Qué más quieres que te diga? —inquirió Eiji, sin apartar la vista de la supuesta lectura. Risa soltó un bufido incrédulo y sacudió la cabeza.
—Nada, me voy a dar una vuelta.
La joven abandonó el apartamento con un sonoro portazo y caminó hasta un parque cercano donde se dispuso a llamar a Naoki para desahogarse; entonces se dio cuenta de que se había dejado el móvil en casa y descargó su rabia en forma de una retahíla de palabrotas. Por suerte, no había nadie cerca para oírla, aunque le hubiese dado igual. ¿Por qué Eiji tenía que actuar de un modo tan infantil? Ya le explicó que su relación con Yuuichi es meramente profesional y él pareció entenderlo. <<Pareció, esa es la palabra clave>>, comentó su voz interior, pero Risa la silenció.
En esa ocasión, a diferencia de lo que sucedió la primera vez que se pelearon de verdad, Eiji no apareció en mitad del parque, sofocado pero aliviado de encontrarla bien. En esa ocasión, Risa pasó un buen rato sentada en un banco, a solas con el dilema moral que acababa de hacerse un cómodo hueco en su mente. No dio con una solución, así que, cuando empezó a hacer demasiado frío, regresó al apartamento. Lo encontró silencioso y a oscuras porque Eiji ya se había acostado. Sin embargo, en la cocina le esperaba un cuenco con sopa de miso.
♫♪♫
Risa se despide de sus amigas y baja de la limusina de Nagisa. Apenas escucha a Erika gritarle que se verán más tarde, ni se da cuenta de que el coche arranca con suavidad y se camufla entre el tráfico; su atención está puesta en respirar hondo para intentar paliar los agudos pinchazos que torturan su estómago. Cuando se lo encuentra en la discográfica, su padre se pone la máscara de indiferencia y profesionalidad, por lo que ningún sentimiento aflora a su rostro, pero ahora van a encontrarse a solas y teme volver a ver la expresión de decepción que asomó a sus ojos cuando Risa anunció su intención de mudarse. Además, la última vez que se vieron, ni la conversación ni la despedida fueron precisamente agradables.
<<Encima también estará Suzume>>, piensa la joven mientras, con un suspiro de profundo hastío, echa a andar en dirección a su edificio. Cuanto antes pase el mal trago, antes podrá regresar a casa y ponerse a preparar la comida para sus amigos. La buena noticia del día es que Eiji le ha pedido perdón esa misma mañana y ha prometido ayudarla a cocinar. Risa ha aceptado sus disculpas con cierta reserva porque sabe que no va a ser la última vez que discutan por Yuuichi. <<Por lo menos, no tenemos que sumar también a Atsushi. De momento.>>
No puede evitar que las manos le tiemblen levemente mientras saca las llaves del bolso. <<¡Serás imbécil!>>, se reprende al tiempo que chasquea la lengua. Acto seguido, abre la puerta y la empuja con cierta violencia, pero sin que llegue a golpear la pared. El portero le lanza una mirada reprobatoria y Risa se disculpa con una reverencia.
La reciben un repertorio de canciones de Ludovico Einaudi y una fresca fragancia a bambú que está segura de no haber olido mientras vivía allí, pues Suzume dice que los aromas de los ambientadores la marean porque una vez estuvo a punto de vomitar en un coche <<que apestaba a pino.>>
—¡Risa! No te esperaba.
Con un respingo, la joven se vuelve hacia el salón, desde cuyo umbral la observa Masaru. Su padre es de esa clase de personas que se viste de forma adecuada incluso para estar en casa; por ese motivo, verle en pijama y con el cabello revuelto es algo tan insólito que, durante unos instantes, Risa se queda sin habla. Tampoco es habitual encontrarle escuchando al compositor favorito de Lucía; de hecho, es la primera vez que lo pone desde la muerte de su mujer.
—Ya... Esto... No voy a quedarme mucho, solo venía a...
—¿Quieres un café o una taza de té?
—Eh... —<<Quiero que cambies la música>>—. Claro, sí, un té está bien.
Maldiciendo para sí, Risa pasa al salón y se sienta en el sofá mientras su padre pone a hervir agua para dos. Sabe que algo no va bien, pero no se atreve a preguntar porque es bastante posible que Masaru evite el tema con algún quiebro elegante o, peor aún, que finja no haberla oído. <<Si en algún momento llegué a avanzar algo en nuestra relación, he retrocedido hasta el punto de partida —piensa, abatida—. No debí huir de una forma tan descarada. ¿Qué clase de adulta voy a ser si no empiezo a enfrentar mis problemas desde ya?>>
—Si estás esperando a que me siente contigo para hablar, que sepas que te oigo desde aquí, ¿eh?
Risa contempla la espalda de su padre con cara de perplejidad. ¿Eso ha sido un intento de broma para romper el hielo? No se le ocurre qué decir porque, aunque no lo vaya a reconocer, la joven tenía la esperanza de encontrar el apartamento vacío; su idea era dejar los bombones encima de la mesa, acompañados de una tarjeta de felicitación. La otra posibilidad que había pasado por su mente es que su madrastra estuviera en casa y usarla como excusa para irse enseguida. Creo que, al comienzo de esta historia, os comenté que la Ley de Murphy adora a Risa, ¿verdad? Rara es la vez que las cosas le salen tal y como las planea.
—¿Y Suzume?
Quiere pensar que se debe a los nervios y a la incomodidad, pero la pregunta abandona sus labios antes de que Risa tenga tiempo siquiera de darse cuenta. Y, por supuesto, echa la culpa a su subconsciente.
—¿Desde cuándo te preocupas por tu madrastra? —inquiere Masaru con tono indiferente mientras coloca un par de vasos de cerámica en una bandeja y abre el bote de té matcha para verter media cucharadita en cada uno. Risa siempre ha sido un poco desastre a la hora de batir con el chasen, pero su padre prepara un delicioso té sin un solo grumo y con espuma. Lucía solía alabarle por ello y Masaru siempre respondía que exageraba.
—No lo hago —replica Risa a la defensiva—. Es que... Bueno, es San Valentín y pensé que lo pasarías con ella. Me ha sorprendido que no esté, nada más.
Los primeros acordes de Primavera llenan la estancia y Risa contiene un bufido estupefacto, pues la melodía es perfecta para describir el tumulto de emociones contradictorias que se pelean en su interior. Con cuidado, Masaru deposita la bandeja con los dos vasos sobre la mesita auxiliar y toma asiento en un sillón. Durante cosa de medio minuto, padre e hija se dedican a escuchar la canción, sumidos en sus pensamientos. Luego Risa abre su bolso y saca la cajita de bombones.
—Venía a darte esto —explica mientras se la tiende a Masaru. Puesto que el hombre tarda unos segundos en reaccionar, la joven teme que vaya a rechazarla, pero entonces la coge y esboza una sonrisa de agradecimiento—. También me he pasado por el apartamento de Ame, con Nagisa y Erika. Tendrías que haber visto a la pobre Eri; sigue sin acostumbrarse a la idea de que no son seres superiores.
Risa sabe que, de no haber sido por la presencia de sus amigas, Yuuichi le hubiera hecho el feo de encerrarse en su habitación, cual niño malcriado. En lugar de eso, han disfrutado de una divertida conversación aderezada con té y dulces para picar, aunque no exenta de entornadas miraditas de reojo por parte del muchacho que Risa ha ignorado con maestría. Dado que todavía no les conocen lo suficiente, Nagisa y Erika no se han atrevido a regalarles cajas individuales, como ha hecho Risa, sino que han optado por una caja grande para los cuatro. Una hora más tarde, el chófer de Nagisa las ha recogido en el portal y ha llevado a Risa hasta el apartamento de su padre. Erika se ha pasado la mitad del viaje repitiendo que se morirá de vergüenza si los bombones no les gustan y la otra mitad enfurruñada porque sus amigas han hecho oídos sordos a sus lamentos.
—Tu madre tenía una compañera de piso a la que le sucedía lo mismo —comenta Masaru mientras da un sorbo a su té—; nunca llegó a acostumbrarse del todo. Me pregunto qué habrá sido de ella. Estudiaba filología inglesa y nos ayudó mucho con la pronunciación, pero había que sacarle las palabras con alicates.
—Lo echas de menos, ¿verdad?
El hombre se toma unos instantes para responder:
—Es cierto que una parte de mí nunca perdonará a Hirano por lo que hizo, pero también es cierto que, gracias a que el grupo no fue capaz de remontar, pude pasar más tiempo con mi familia. Me hubiera perdido muchas cosas importantes si Silver Tears se hubiese hecho grande de verdad.
Las manos de Risa tiemblan a la hora de coger su vaso, pero la joven consigue agarrarlo con firmeza. Todavía quema un poco para su gusto.
—¿Crees que Ame llegará así de lejos?
—Tal vez. Ahora el grupo avanza lento porque ya sabes que Yuuichi y Mamoru tienen que acabar el bachillerato mediante clases particulares, pero cuando llegue el momento, si los cuatro están dispuestos a hacer los sacrificios correspondientes, es bastante posible que alcancen fama internacional y den conciertos por todo el mundo.
—Ojalá.
—Y hablando de música, ¿has pensado en la propuesta que te hizo Hirano?
Para evitar la mueca de fastidio que pretendía doblegar sus labios, Risa prueba a dar otro sorbo al té, pero de nuevo se quema la lengua. ¿Es que su padre tiene las papilas gustativas insensibilizadas al calor o qué le pasa?
—Creo que ahora mismo debería intentar poner la mayor distancia posible entre Yuu y yo —contesta en tono prudente—; al menos, hasta que las cosas se hayan calmado un poco.
Masaru guarda silencio durante unos segundos que a Risa se le antojan minutos enteros.
—Tu futuro no debería depender del humor de terceros, Risa. Como ya te dije en una ocasión, vida personal y laboral fluyen por cauces distintos. Hirano y yo somos el ejemplo perfecto.
La joven reprime un resoplido irritado, aunque no puede evitar fruncir los labios con disgusto. ¿Por qué cada vez que intenta tener una conversación amistosa con su padre terminan tocando un tema desagradable que lleva a discusión?
—¿Por qué estás tan convencido de que mi futuro está en la música? Eso es lo que a ti te gustaría porque, como representante que eres, para ti soy un producto más que explotar, pero, ¿te has parado a pensar en lo que yo realmente quiero?
Masaru deposita su vaso de té en la bandeja y se pone en pie.
—Deberías regresar ya. Imagino que tendrás planes con Eiji, ¿no?
Un fuerte pinchazo de angustia sacude el pecho de Risa. La está echando; su propio padre la está echando de su casa. Despacio, se levanta del sofá y rodea la mesita con pasos vacilantes, esperando a que Masaru se disculpe y le pida que vuelva a sentarse, pero nada de eso sucede; su padre ni siquiera la acompaña hasta la puerta. Antes de atravesar el umbral, la joven se detiene y hace amago de girarse, pues una incomprensible necesidad de ser ella quien pida perdón intenta apoderarse de su voluntad, pero las palabras no acuden a sus labios y el momento pasa.
White day: se celebra el 14 de marzo y es el momento en el que los chicos devuelven los regalos que las chicas les hicieron en San Valentín. Ha de ser de mayor valor que el original (costumbre del okaeshi), por lo que suelen ser joyas, flores o dulces. El nombre de White Day viene de que, en origen, se regalaba chocolate blanco. Existe la superstición entre los jóvenes de que si el chico regala galletas significa <<te quiero>>; los dulces son <<me gustas>>, y el chocolate blanco significa <<podemos ser amigos>>.
Umeshu: licor de ciruelas o albaricoque japonés. Posee un sabor dulce y amargo y su suavidad lo convierte en una buena alternativa para aquellos a quienes no les guste el sake.
Chasen: batidor de bambú que se utiliza para disolver el té matcha.
¡Hola! Os he adjuntado un enlace externo con información sobre San Valentín en Japón. ¡Gracias por llegar hasta aquí!
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