42: Visceral
El silencio en el interior del coche es cada vez más opresivo; al menos para ella, pues su padre se muestra tan calmado e imperturbable como siempre. Le hubiera gustado contar con cualquier excusa para rechazar su oferta de acercarla a casa, pero, cuando se trata de la familia, no queda más remedio que aceptar; además, se supone que pretende arreglar las cosas, no ofenderle y empeorarlas.
<<Eiji dijo que papá es la última persona a la que he de temer, pero, ¿cómo voy a sacar el tema si no tengo ni idea de lo que le quiero preguntar? O lo sé, pero me asusta lo que me pueda responder porque tengo la... impresión de que mamá guardaba secretos.>>
¿Y si resulta ser algo malo y su forma de ver a Lucía cambia? Ya no habría vuelta atrás, y vivir con algo que se es incapaz de aceptar, a menudo supone sacrificar un pedazo de uno mismo; uno de los pedazos buenos... Y ella todavía no ha aceptado que su madre ya no esté. Si permite que su alma se fragmente un poco más, quizá el daño se vuelva irreparable, pero tampoco puede vivir con la angustia del no saber.
—¿Vas a aceptar la propuesta de Hirano? —inquiere Masaru mientras reduce la velocidad del vehículo para frenar en un semáforo en rojo.
—No lo sé... —Risa apoya la cabeza contra la ventanilla y clava sus dorados ojos en el escaparate de una perfumería ya cerrada. Una sensación de pesadez comienza a extenderse por sus extremidades cuando recuerda que, al día siguiente, le toca pasarse la mañana de compras con Erika—. Tengo más canciones compuestas, pero me gusta la idea de que sean solo mías.
—¿Por qué?
—Porque no quiero ser la gallina de los huevos de oro de nadie —responde la joven sin dudar, recordando de pronto las palabras tan acertadas que Eiji empleó el día de su primera cita, cuando le preguntó si iba a dedicarse al mundo de la música y ella se valió de excusas sin fundamento para tratar de justificar su rechazo.
La luz del semáforo cambia a azul y el coche reanuda la marcha al instante; en ese sentido, Masaru siempre ha tenido muy buenos reflejos.
—Tal vez ahora no lo veas porque estás en la edad de rebelarte contra todo lo que consideras injusto, pero, si decides desperdiciar tu talento, terminarás arrepintiéndote. Imagina que tuvieras el don de la escritura: ¿privarías al mundo de tus obras solo por evitar que las editoriales sacasen provecho a tu costa? O imagina que eres investigadora y descubres una sustancia que revolucionaría la medicina: ¿la ocultarías para que las farmacéuticas no se beneficiasen?
Risa inspira con fuerza.
—¡No creo que sea comparable! —bufa, volviendo la cara hacia su padre, que continúa con la vista fija en la carretera. <<¡Pero no me ignores!>>
—¿Esa va a ser tu reacción cada vez que alguien mencione a las farmacéuticas? —pregunta el hombre unos minutos más tarde, cuando Risa ya empezaba a convencerse de que el silencio había vuelto para quedarse. Su tono decepcionado prende un ascua de ira en el interior de la joven, que es incapaz de apagarla a tiempo.
—¡Perdona por no haber sido capaz de pasar página tan rápido! No todos somos tan eficientes y perfectos como tú, papá.
—Confiaba en que independizarte con Eiji te ayudase a madurar —suspira Masaru mientras enfila el puente que da acceso al distrito de Kachidoki.
Poco después, su hija baja del vehículo y se despide con un sonoro portazo que resuena en toda la calle. Masaru la observa subir las escaleras y atravesar el pasillo del segundo piso hasta que se detiene frente a la puerta de su apartamento. Tiene la absurda e infantil esperanza de que se dé la vuelta, aunque le fulmine con la mirada, pero la joven cruza el umbral sin volver la vista atrás.<<Supongo que me lo merezco>>, piensa mientras pisa el acelerador y emprende el camino hacia Harumi.
¿Es así? ¿Se lo merece? Desde el punto de vista de Risa, está claro que sí. Ella solo ve al hombre que ocultó una infidelidad a su familia; que no estuvo a su lado cuando Lucía más le necesitó; que la alejó de lo que amaba en Kioto para arrastrarla a Tokio, una ciudad en la que nada le era familiar, una ciudad donde era cuestión de tiempo que Yuuichi regresara a su vida, una ciudad donde él vivía con su amante. Ahora Suzume ya es historia. Sencillamente, sin Risa, su presencia se le hacía imposible de soportar, así que un día discutieron y Masaru la echó. Y os preguntaréis: bueno, ¿y por qué no se lo ha dicho a su hija? Simple: no quiere que ella regrese a casa por lástima; ya es hora de que le dé la libertad que tanto deseaba y le permita vivir su vida a su manera, aunque eso implique resignarse a que le siga odiando.
♫♪♫
—¿Te ha hecho algo la puerta?
Sin dignarse a responder, Risa se quita el abrigo y los zapatos y, de un par de zancadas, atraviesa el salón para encerrarse en el dormitorio con un nuevo portazo. Perplejo, Eiji pone la partida en pausa y la sigue, aunque vacila unos instantes antes de atreverse a tocar la puerta y abrirla. La joven tiene una muda de ropa interior entre las manos y parece estar buscando algo.
—¿Risa?
—¿Dónde coño está mi camiseta de dormir?
—¡Eh, esa boca, que no estás en España! —Ella le fulmina con su mirada de pantera, pero el muchacho no se amedrenta. Le saca de sus casillas que sea tan vulgar y malhablada, las cosas pueden decirse sin necesidad de palabrotas; como dice su padre, la clave está en el tono—. Esta mañana la has echado a lavar, ¿recuerdas? Coge otra.
Risa chasquea la lengua, resopla y, finalmente, saca otra camiseta del armario.
—Voy a darme un baño.
—Espera, ¿qué ha pasado? —pregunta Eiji mientras la joven pasa por su lado.
—Luego hablamos —responde ella, sin detenerse.
Él la observa entrar en el baño y cerrar la puerta tras de sí con suavidad. Acompañado de un suspiro de circunstancias, regresa al salón con la intención de jugar otro rato, pero no consigue concentrarse en la partida, razón de que el pobre Link no haga más que morir, cada vez de forma más absurda, hasta que se queda sin corazones y en la pantalla aparece un hermoso: FIN DE LA PARTIDA.
—Vale... Parece que está claro lo que tengo que hacer.
Eiji apaga la consola y se encamina hacia el baño. Encuentra a Risa sentada en la bañera, con los brazos cruzados sobre las rodillas y la cabeza reclinada contra la pared. Está tan sumida en sus cavilaciones, que no reacciona hasta que siente agitarse el agua. Entonces, al verle de pie frente a ella tal y como su madre le trajo al mundo, abre mucho los ojos y pone cara de susto.
—¡¿Pero qué haces?!
—¿De verdad te vas a escandalizar a estas alturas? Anda, hazme sitio, que estar así es un poco violento.
Risa refunfuña que si lo que quiere es hablar, podría haber esperado a que ella salga, pero termina por hacerle un hueco. Una vez sentado, Eiji se inclina hacia delante, estira los brazos y atrae a la joven hacia sí.
—¿La charla con tu padre no ha ido como esperabas? —pregunta, cerrando los brazos alrededor de su cintura—. ¿O es que tu ex se ha puesto tonto?
—No... La verdad es que ha pasado de comportarse como un imbécil a actuar de forma demasiado profesional.
Risa cambia de postura, tratando de reducir esa presión en la parte baja de su espalda, pero, atrapada entre las piernas del muchacho, que no dan mucho espacio para maniobrar, da igual una posición u otra. Divertido ante su absurda incomodidad, Eiji deja escapar una risita maliciosa y se contiene para no soltar que, moviéndose, solo lo empeora.
—La charla con tu padre, entonces.
—No, exactamente. —La chica suspira—. Iba a intentarlo, pero él mencionó a las farmacéuticas y yo... Y entonces me reprochó mi reacción y me echó en cara que sigo siendo una inmadura y...
—Risa —le interrumpe el joven, al tiempo que le desenreda el pelo con los dedos—, cálmate y elabora las frases, ¿quieres?
Ella asiente y, tras un par de minutos en los que organiza sus ideas, respira hondo y se lo cuenta todo en orden cronológico para que Eiji entienda el motivo de la pregunta de su padre, causante de la posterior discusión.
—Bueno... Quizá tu reacción sí que haya sido un tanto visceral, ¿no te parece?
—Entonces, ¿tú también crees que soy una inmadura? —protesta Risa, incorporándose para poder mirarle a la cara.
—No —responde el muchacho con calma; a continuación, le hace un gesto para que vuelva a reclinarse, pero ella no se mueve. Eiji suspira, mas lo deja estar y retoma la conversación—: A ver, piénsalo de esta manera: imagina que esa palabra sale en una conversación cualquiera con... no sé... mañana con Erika; ¿le vas a gritar a ella también? Entiendo que todavía duela, pero tienes que aprender a sobreponerte, ¿comprendes?
La joven no responde y Eiji decide que es mejor no insistir. Así pues, durante unos minutos, lo único que se escucha es un ocasional chapoteo cada vez que alguno de los dos mueve los pies o saca las manos del agua.
—¿Crees que funcionará? —pregunta entonces Risa.
—¿El qué? ¿Lo de gestionar tus emociones?
—No, bobo, la amenaza de Takeda.
—¡Dios! —bufa Eiji—. ¿Es que no me voy a librar de Naomi ni siquiera ahora que, por fin, nos va a dejar en paz?
Risa se pone en pie, abandona la bañera y se envuelve en una toalla.
—Puede que Naomi viva en un mundo ideal, pero no creo que sea estúpida —replica mientras se inclina hacia el joven para escurrirse el pelo; acto seguido, comienza a secárselo con otra toalla más pequeña—. Seguro que sabe que Takeda va de farol. Piénsalo: ¿quién soy yo para que se arriesgue a comprometer el honor de su clan por mí? Esa clase de cosas se pagan caras.
Eiji suspira.
—Oye, ¿por qué no dejas de montarte películas y esperas a ver qué ocurre?
—¡Porque no puedo esperar a que, el día menos pensado, aparezca una noticia que destroce la vida de mi familia, Eiji! Le agradezco a Takeda que intentara jugar la carta del yakuza, pero esto es serio. Esa tía está obsesionada contigo y no se va a detener ante nada.
El joven sale de la bañera y saca una toalla del armario para enrollársela alrededor de la cintura.
—¿Ni siquiera ante la posibilidad de quedar en silla de ruedas de por vida?
Un fuerte escalofrío recorre el espinazo de la muchacha.
—¿De... De verdad me lo acabas de decir como si te diera igual?
Eiji la mira con las cejas alzadas en un gesto de burlona incredulidad.
—¿Es que ahora me vas a venir con que te da pena?
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