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41: Como una garrapata


El metro se ha vaciado de forma considerable en la parada anterior, pero Risa se sigue sintiendo como si continuara rodeada de cuerpos ajenos que comprimiesen el suyo contra la barandilla. Con la frente apoyada en el frío metal, se esfuerza por mantener a raya los incisivos pinchazos de su estómago a base de inspiraciones profundas. ¿Por qué tiene que sucederle esto ahora que las cosas parecían empezar a remontar? ¿Por qué fue tan estúpida de bajar la guardia y dejarse llevar? A veces tiene la sensación de ser la protagonista de una novela cuyo autor se resiste a darle un final feliz y disfruta complicándole la vida.

—Me irrita verte así —dice Eiji en cuanto abandonan el vagón y comienzan a caminar hacia la salida de la estación. Ella cierra los ojos y finge que no le ha oído, pero el muchacho insiste—: Me irrita porque todo esto es culpa mía.

Risa suspira.

—¿Acaso sabías que me conocerías y que terminaríamos juntos? —replica en tono cansado, sin ninguna gana de retomar la conversación de la noche anterior, pero consciente de que el chico no va a parar hasta que le responda. En eso, por desgracia, se parece a Yuu.

—¿Cómo lo iba a saber?

—Entonces, ¿cómo va a ser culpa tuya?

—Me quiere a mí, ¿no? Y me quiere porque, en vez de pararlo cuando debí, le permití creer que teníamos algo. Naomi no me exigió ninguna clase de compromiso para... —Eiji desvía la vista y se aclara la garganta—. Bueno, que pensé que podría durar una temporada y dejarla cuando nos graduásemos, pero se ha enganchado a mí como una garrapata a un perro.

Risa resopla y sacude la cabeza con incredulidad.

—Eso es horrible, ¿sabes?

El joven le lanza una rápida mirada y frunce el ceño.

—¿Lo de la garrapata? Es su modo de vida.

—Eiji...

Ahora le toca a él suspirar.

—Pasé por una relación que me hizo mucho daño, Risa, no podía pensar en volver a comprometerme con nadie hasta que llegaste tú y lo cambiaste todo. No sé en qué momento sucedió ni cómo, pero contigo quise volver a confiar. —La chica baja la cabeza, azorada y sin saber qué responder. Eiji sonríe con ternura—. Todo va a salir bien; estoy seguro de que Takeda sabe lo que hace.

<<Eso espero —piensa Risa, inquieta, mientras entrelaza sus dedos con los del muchacho—, porque cuando un animal se sabe acorralado, siempre ataca.>>

Como si ese pensamiento amenazase con hacerse realidad, cuando ambos jóvenes llegan al instituto, se encuentran a Itanabe Shun junto al arco de entrada, en compañía de sus amigos. El estómago de Risa da una fuerte sacudida y se retuerce un poquito más, como si fuera un trapo que alguien intentara escurrir todo lo posible para que, al tenderlo, no gotee. El día que le conoció en la enfermería, Itanabe trató de aconsejarla con la analogía del patito feo; al ver en él a un potencial aliado, la propia Risa lo sugirió como nuevo miembro del Consejo de Estudiantes, sin saber nada de su estrecha relación con Takeda. <<Gracias a él, Takeda se mantiene informado y nos puede ayudar desde las sombras, y... bueno, la gente nos respeta bastante, pero ahora mismo daría cualquier cosa para que no estuviera aquí.>>

—¿Ocurre algo? —inquiere Eiji, extrañado, pues es la primera vez que se topan con el muchacho en la entrada.

—Takeda quiere tener una charla con Saito y yo prefería esperarla en compañía —responde Itanabe, encogiéndose de hombros—. Hoy comeré con vosotros para poneros al día de lo que se hable.

—¿Te amenazó, Risa? —inquiere Erika, los ojos muy abiertos por la preocupación y el miedo.

—Sí..., pero ya te enterarás de los detalles luego. Ahora solo quiero ir a clase y distraerme.


♫♪♫


Su reluciente limusina negra aparca frente a la entrada. Sin despedirse del chófer ni agradecerle el viaje, Naomi se apea y se cuelga la bandolera al hombro, como si fuera un bolso. Ese día se ha despertado tan feliz, que incluso se ha permitido llenarse el estómago con las calorías vacías de un bollo de nata. Todavía tiene grabada en la retina la cara de espanto que puso Risa cuando la amenazó. <<Esta vez no va a salirse con la suya —piensa, sonriente, mientras se acomoda el cabello y echa a andar hacia la entrada—. Es de esa clase de estúpidos que anteponen su familia a sí mismos. Bien, ahora solo tengo que pensar en cómo acercarme a Eiji de nuevo sin que el perro guardián del grupo me lo impida... Hmm, tendrá que ser fuera del instituto, entonces...>>

—Saito.

La joven hace una mueca de irritación, ¿quién es el imbécil que se atreve a sacarla de sus pensamientos? Le suena, pero se cruza con muchas caras vulgares todos los días y la suya es otra más que no merece la pena recordar.

—Si vienes a pedirme un favor, la cola es bastante larga.

—Lo dudo —replica el muchacho, sin molestarse en ocultar su desprecio. ¡¿Pero quién se ha creído que es para tratarla así?! Puede que haya sufrido un duro golpe por primera vez en su vida, pero no está acabada, es como el ave fénix que siempre renace de sus cenizas—. Takeda quiere hablar contigo.

Al escuchar la última frase, Naomi se tensa, pero se esfuerza por guardar las apariencias y resopla con suficiencia.

—¿En serio? ¿Es que no le ha quedado claro que su familia sirve a la mía y no al revés?

—Eso se lo dices a él, a mí me da absolutamente igual —le espeta el chico antes de echar a andar hacia el aparcamiento.

Naomi fulmina su espalda con la mirada, pero no le queda más remedio que seguirle. Por lo menos, el jardín está vacío y nadie la ve ir detrás de ese don nadie como si fuera su esclava. ¡Solo faltaría!

A través del humo que acaba de expulsar por la boca, Takeda Taro la observa acercarse: más tiesa que el palo de una escoba, mandíbula apretada, mirada airada y desafiante... Todo ello es un patético intento por ocultarle un miedo que está más que acostumbrado a ver y que, en consecuencia, sabe reconocer al instante.

—¿Qué quieres? Ahora mismo debería estar en clase, ¿sabes?

Takeda alza una ceja y da otra tranquila y profunda calada al cigarrillo.

—No te conviene ser insolente conmigo, Saito. Gracias por traerla, Itanabe.

El joven asiente y se coloca a espaldas de la muchacha, que no puede evitar lanzarle una rápida e inquieta mirada por encima del hombro.

—¿Qué quieres? —repite Naomi, aunque, en esta ocasión, su voz tiembla ligeramente.

—Te avisé de que dejaras en paz a Serizawa, pero no me has hecho caso.

La ex presidenta bufa y sacude la cabeza, incrédula.

—¡¿Pero qué os pasa a todos con esa maldita mestiza?! ¿Tú también te has enamorado de ella?

Takeda opta por obviar una pregunta tan estúpida e infantil y la observa con fijeza mientras se termina el cigarrillo.

—Te dije que, si ibas a por ella, yo iría a por ti. ¿Recuerdas mi amenaza?

—Que sabes cosas sobre mi familia, ¿y? ¿Vas a actuar a espaldas de tu abuelo y a causarle problemas? ¡Por favor, que no soy imbécil! Además, no tienes pruebas de todo eso que crees saber.

Takeda sonríe de una forma que consigue que a Naomi se le hielen las entrañas. ¿Qué ha pasado por alto? Siempre supo que la amenaza del chico solo era un farol; puede jugar a ser un yakuza todo lo que quiera, pero no es él quien toma las decisiones del clan Takeda. Es más: odiándola tanto, ¿no sería absurdo arriesgarse a pagar un alto precio por comprometer a los suyos?

—El lazo que une a nuestras familias no es que la mía proteja a la tuya, Saito, sino que los míos saben cómo proporcionarle chicas a tu padre, pese a que la prostitución es ilegal. Son nuestros locales y tenemos vídeos que arruinarían a tu familia si se hicieran públicos... Y supongo que eso no te gustaría, ¿verdad? Porque tu madre es tan maternal que no dudaría en hacer las maletas y largarse sin ti, un estorbo a la hora de buscar un nuevo ricachón al que exprimir.

—Repito: no soy imbécil. —La joven alza el mentón, desafiante; ¿tantos nervios previos para esto?— Cualquiera sabe que los yakuza tenéis un cógido de honor entre vosotros y con vuestros clientes; especialmente si son gente influyente que os hace ganar mucho dinero.

—Sí... —Takeda suspira—. La verdad es que confiaba en que fueras más tonta, pero no importa porque tu amenaza a Serizawa me dio una nueva perspectiva. —Naomi palidece y traga saliva, adivinando lo que el chico está a punto de decir—: Es cierto que basta con difundir un rumor... como también lo es que tu madre se libra por muy poco de la pederastia.

—¡Para!

—¿Por qué? ¿No te gusta probar de tu propia medicina? —Takeda chasquea la lengua—. A pesar de lo que le dijiste, Serizawa me pidió que lo dejara estar. Deberías darle las gracias porque esta va a ser tu última oportunidad. Si me vuelvo a enterar de que la molestas, puede que suceda algún desafortunado accidente; al fin y al cabo, quien nos renta como cliente es tu padre, ¿comprendes?

—¡¿Qué?! —Naomi deja escapar una incrédula y despectiva risita—. ¿Crees que, si de repente mi madre y yo morimos, mi padre no...?

—¿Quién ha dicho nada de mataros?

Takeda chasquea los dedos y echa a andar hacia la puerta principal con su séquito detrás. Naomi los observa alejarse, la respiración agitada y las piernas de gelatina. No puede estar hablando en serio, ¿verdad?


♫♪♫


Risa contempla el pen-drive que descansa sobre la palma de su mano y suspira, resignada; tener que enfrentarse a Yuuichi es la guinda del pastel que simboliza su horroroso día. Eiji, que se ha dejado caer en el sofá con un tomo manga entre las manos, alza la vista de su lectura, aunque no hace ningún comentario. Sin embargo, la joven siente su mirada perforándole la nuca.

—Enviarlo por correo sería poco profesional —se justifica, a la defensiva, antes de encararse al muchacho. ¡Ni siquiera se ha preocupado de quitarse el uniforme para que no se le arrugue!

—¿Por qué? —Eiji cierra el manga y lo deposita a un lado—. ¿Sabes lo que yo creo? Que es una excusa.

Risa resopla y atraviesa el salón en dirección al perchero que hay junto a la puerta. Cuanto antes se lo quite de encima, antes podrá regresar a casa.

—¡No vayas dándotelas de psicólogo experto cuando ni siquiera has empezado a estudiar la carrera! —le espeta mientras se pone el abrigo y se calza los zapatos.

—Eh, que yo también estoy furioso por lo de Naomi, pero no voy a permitir que se siga interponiendo entre nosotros. Takeda se ha ocupado, ¿vale?

Risa chasquea la lengua y se deja caer contra la pared.

—¿Seguro?

Eiji se pone en pie y salva la corta distancia que les separa para agacharse frente a ella.

—Por muy superior que se crea, Naomi no es nada sin el dinero y el estatus de su padre. Y hablando de padres... Sabes que si has acordado entregar la canción en persona es porque te sirve de excusa para ver al tuyo sin que tu madrastra esté presente, ¿verdad? Ahora que te has alejado de él, empiezas a ver que, pese a sus errores, es tu padre.

La joven arruga la nariz y desvía la vista, incómoda e irritada consigo misma, como cada vez que se siente vulnerable y expuesta. <<Pero me prometí ser más abierta con Eiji.>>

—Huí cuando debería haberme quedado... —susurra—. Papá me dejó ir, pero sé que le decepcioné.

—No. —Eiji le coge la cara entre las manos y la obliga a mirarle a los ojos—. Creo que, aunque no lo parezca, tu padre lo hace lo mejor que puede. El día que soñaste con tu madre, ella te pidió que le perdonaras porque había cosas que no comprendías, ¿verdad? ¿No va siendo hora de que las sepas?

—Lo intenté y me dijo que no estaba preparada.

Eiji sonríe.

—Antes quizás no, pero distanciarse del problema durante una temporada, siempre ayuda a aclarar las ideas; además, estás aprendiendo a valerte por ti misma y ahora eres más resuelta e independiente. —El joven la ayuda a ponerse en pie—. Es tu padre, Risa, la última persona a la que deberías temer.


♫♪♫


—¡Parad! —Exasperado, Yuuichi se vuelve hacia el resto del grupo y abre los brazos en un gesto de incredulidad—. ¿De verdad no lo oís?

—¿El qué? —Hiroshi mira a Takeru y a Mamoru en busca de una explicación que no llega—. Ninguno se ha equivocado con las notas ni ha perdido el ritmo.

—Yo necesito beber algo fresco —anuncia Takeru antes de abandonar la pequeña sala de ensayo.

—¡Eh!, ¿pero a dónde vas? —protesta Yuu—. ¡Que todavía no hemos terminado!

—Yo me uno.

—¡Hiro! —El vocalista resopla y se vuelve hacia Mamoru, que acaba de dejar el bajo apoyado en su soporte—. ¡No me jodas! ¿Tú también?

—Los cuatro necesitamos un respiro. Llevamos tocando bien toda la tarde, pero tú no haces más que decir que algo te chirría y todos sabemos el motivo. —Mamoru echa a andar hacia la salida—. Creo que es mejor que intentes relajarte antes de que llegue Risa.

A Yuuichi no le hace gracia que su amigo insinúe que lo que todavía siente por Risa está afectando a su carrera musical porque sabe que es cierto. ¡Si nunca hubiera conocido a su actual novio, él habría tenido la oportunidad de enmendar su error con actos y no solo con disculpas! ¿Acaso Risa no le besó y admitió que todavía le quería pero que estaba confusa? Y él se sintió herido y reaccionó mal al apuntar donde más dolía y acusarla de proyectar en su persona el rencor que le guardaba a Masaru. ¡Pero es que era tan evidente! Y ahora está saliendo con un tío que, casualidades de la vida, se le parece.

—Todos os empeñáis en decirme que pase página, pero me temo que soy el único que ve las cosas como realmente son.

Mamoru se detiene en el umbral y se vuelve hacia Yuuichi, que sigue plantado frente al micrófono.

—Siempre te ha gustado ir a contracorriente, pero si todos te estamos diciendo lo mismo, por algo será. Hasta Masaru te lo ha dicho, Yuu, y, aunque ahora estén peleados, es su hija y la conoce mucho mejor que tú y yo juntos. Además, es un hombre adulto y tiene mucha más experiencia que nosotros en todo.

Yuuichi abre la boca para replicar que ser adulto no le hace necesariamente más sabio ni experto en ciertos temas, pero se lo piensa mejor y, tras un profundo suspiro, abandona la estancia y echa a andar en pos de su amigo.

Unos minutos después, encuentran a Takeru y a Hiroshi en la puerta de la sala de descanso, acompañados por Masaru y Risa. Al verla, Yuu no puede evitar fruncir los labios; ella responde apartando la mirada, con cara de preferir estar en cualquier otro lugar.

—Hirano quiere veros para escuchar la canción que ha traído Risa —anuncia Masaru, tan imperturbable como acostumbra—. ¿Vamos?

Sin esperar una respuesta que considera obvia, el hombre se encamina en dirección a los ascensores del vestíbulo y los cinco jóvenes le siguen en silencio.

El despacho de Hirano es una luminosa y elegante sala que nada tiene que ver con lo que Risa había imaginado que sería la oficina de un productor musical. ¿Dónde están los discos de oro, platino y diamante que deberían decorar las paredes a modo de currículo visual? Cuadros de instrumentos, fundas de vinilos de antiguos artistas que formaron con la discofráfica y la ayudaron a crecer... Nada. El único elemento relacionado con la música es una batería situada en una esquina. En la parte frontal del bombo se puede leer Silver Tears con unas delicadas y plateadas letras que parecen hechas de polvo de estrellas.

—Está ahí para cuando me entra la nostalgia —explica el hombre, cuya atención se ha centrado en Risa nada más la joven ha entrado por la puerta. Ella, que sabe que el comentario buscaba herir a su padre, se contiene para no hacer una mueca de disgusto. ¿Acaso no fue él quien decidió abandonar el grupo porque estaba enamorado de Megumi y convencido de que la mujer mantenía una relación sentimental con Masaru?— Bueno, entonces tienes la canción, ¿no?

—La tengo, pero me gustaría dejar claro que esto es un mero favor al grupo y que no trabajo para ti.

Hirano se reclina en su silla acolchada y se atusa la perilla de chivo mientras una perezosa sonrisa comienza a extenderse por sus labios.

—Físicamente eres igual que tu madre, pero, en cuanto a carácter, no cabe duda de que has salido a tu padre, ¿verdad, Masaru? —Hirano hace una pausa en espera de una respuesta que, tal y como suponía, nunca llega—. En fin, escuchemos esa canción.

Risa le tiende el pen-drive y el productor lo conecta a su portátil. Segundos después, una bella y salvaje melodía inunda los oídos de los presentes. Está cargada de rabia y miedo, pero también de fuerza y determinación; resulta inquietante en algunos acordes, pero otros producen una cálida sensación en el estómago. Es masculina sin que ello le impida poseer cierta ternura.

—¿Cumple? —pregunta la joven cuando la canción termina.

Hirano está tan sobrecogido que tarda en reaccionar. Risa debería haberse sentido orgullosa de sí misma, pero lo único que quiere es abandonar la discográfica lo antes posible.

—¡Cuánto talento, Serizawa! —exclama el hombre, sacudiendo la cabeza con una mezcla de deleite y asombro—. Por favor, respóndeme a algo: ¿trabajarías para mí como compositora? Te pagaré un buen sueldo y prometo darte todo el espacio que necesites. Tienes una voz preciosa, pero creo que tu talento para componer es incluso mejor.




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